De acuerdo con el panorama político actual, la oposición (El PRO, la UCR y la CC por un lado; y por otro el socialismo y otros grupos menores) puede, eventualmente, pasar a la segunda vuelta en las elecciones de 2015. Y es harto difícil que puedan ir unidos en la misma boleta.
En ese cuadro, Scioli, si no gana directamente en la primera vuelta, podrá, en la segunda, obtener la mayoría de los votos de la perdedora. El PRO y compañía solamente podrán aspirar a seducir a una cantidad de votantes del centroderecha, especialmente al sector más gorila, y los socialdemócratas a votantes de centro. ¿Le alcanzaría?
Parece que las cuentas no le cierran, porque la boleta que obtenga la mayoría de los votos peronistas no parece tener rival en la vuelta definitoria. Por su parte el rosarino Binner es el único dirigente que sostiene sus principios, pero vive rodeado de oportunistas, aún en su propio partido.
Pero más allá de cómo le vaya al candidato del kirchnerismo en 2015, nada parece alterar la prevalencia del peronismo en las urnas, y sería bueno no confundir las dos cuestiones.
Con sus más y sus menos los gobiernos de Néstor y Cristina han acrecentado el empleo durante casi toda la década, y han impulsado el desarrollo de la economía con políticas basadas en el mercado interno, es decir en el consumo, es decir en más y mejores empleos, salarios, jubilaciones, asignaciones, planes, etc.
El radicalismo nunca pudo ofrecerle al pueblo esa garantía; el socialismo todavía no ha gobernado. Los liberales sí, aunque por interpósito uniforme, varias veces, y también bajo la máscara de Menem I, rey del desguace del estado.
Es un facilismo decir que el pueblo no olvida; suena a propaganda hueca. Sin embargo en 2015 todavía estará fresco el recuerdo del grotesco menemista, y aún más el del gobierno que abandonó la Casa Rosada en helicóptero.
Si lo miramos al revés, ¿qué elementos de seducción ofrece el radicalismo a votantes preocupados por el empleo, la vivienda, la educación, la salud y la seguridad? Votantes que concurren a las urnas cada vez menos ideologizados, cada vez menos partidizados, como lo muestran todas las encuestas.
Sólo los socialistas podrán ofrecerles a sus votantes, al menos, la virginidad de no haber gobernado nunca, lo que tampoco es una garantía, máxime si estos tienen en cuenta los desempeños de las socialdemocracias española y francesa en los últimos años.
Así las cosas, ninguno de los partidos y grupos de la oposición tiene cosas buenas que ofrecer, empezando por su credibilidad, cuya escasez ya es endémica.
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