En la marcha preelectoral nadie da pasos improvisados. Cada palabra, cada gesto, cada acción debe pasar por el control de calidad de un batallón de asesores, expertos en marketing, operadores mediáticos y esteticistas políticos a cargo de presentar a los candidatos con su mejor perfil. Y maquillar sus impurezas.
El lifting de imagen, discursos e ideas suele ser tan profundo que se estandariza la oferta, al punto de que todos los candidatos se terminan pareciendo entre sí. Por eso, como pedía el gran Tato Bores, la ciudadanía debe tener la neurona despierta para detectar las diferencias que permitan elegir a conciencia y voluntad.
A pesar de su giro retórico de las últimas semanas, en las que intentó mostrarse amigable con políticas K que las mayorías perciben como derechos adquiridos, Mauricio Macri sigue siendo lo que es: un heredero millonario de centro derecha consustanciado con el ultraindividualismo que proclama la gurú neoconservadora Ayn Rand. Esa filosofía guió su gestión en la Ciudad, donde se premió a la iniciativa privada y se penalizó la vulnerabilidad social. Y se expresa fuerte y claro cada vez que hablan los asesores económicos del PRO, como lo muestra el video donde tres consultores cercanos a los postulados macristas dan rienda suelta a su deseo de ajuste, concesiones a las empresas y supresión de derechos laborales.
Como era de esperar, el kirchnerismo aprovechó la oportunidad para enfatizar las diferencias que lo distancian del PRO. Lo hizo con palabras y, también, con gestos, como la presencia del candidato Daniel Scioli en una fábrica recuperada, un escenario con alta carga simbólica desde donde prometió crear un Ministerio de la Economía Popular. La repartición, inspirada en experiencias similares de Venezuela y Brasil, tendría a su cargo acompañar y potenciar emprendimientos productivos colectivos que, lejos de perseguir sólo la maximización de la renta, tienen como primer objetivo la inclusión social.
El acto, como todo lo que ocurre en una campaña, responde a una estrategia: mostrar a Scioli comprometido con el ideario K. Fue, si se quiere, una acción de marketing destinada a reforzar los vínculos entre el candidato y el proyecto que representará en las urnas. El giro de Macri, en cambio, tiene rasgos de publicidad engañosa: cuesta creer que en el futuro sostendrá políticas públicas que su espacio siempre rechazó.
Se vienen días intensos, donde las usinas publicitarias funcionarán a todo vapor. Conviene estar atentos a los detalles: no se puede culpar al publicista por vendernos un buzón. «
El lifting de imagen, discursos e ideas suele ser tan profundo que se estandariza la oferta, al punto de que todos los candidatos se terminan pareciendo entre sí. Por eso, como pedía el gran Tato Bores, la ciudadanía debe tener la neurona despierta para detectar las diferencias que permitan elegir a conciencia y voluntad.
A pesar de su giro retórico de las últimas semanas, en las que intentó mostrarse amigable con políticas K que las mayorías perciben como derechos adquiridos, Mauricio Macri sigue siendo lo que es: un heredero millonario de centro derecha consustanciado con el ultraindividualismo que proclama la gurú neoconservadora Ayn Rand. Esa filosofía guió su gestión en la Ciudad, donde se premió a la iniciativa privada y se penalizó la vulnerabilidad social. Y se expresa fuerte y claro cada vez que hablan los asesores económicos del PRO, como lo muestra el video donde tres consultores cercanos a los postulados macristas dan rienda suelta a su deseo de ajuste, concesiones a las empresas y supresión de derechos laborales.
Como era de esperar, el kirchnerismo aprovechó la oportunidad para enfatizar las diferencias que lo distancian del PRO. Lo hizo con palabras y, también, con gestos, como la presencia del candidato Daniel Scioli en una fábrica recuperada, un escenario con alta carga simbólica desde donde prometió crear un Ministerio de la Economía Popular. La repartición, inspirada en experiencias similares de Venezuela y Brasil, tendría a su cargo acompañar y potenciar emprendimientos productivos colectivos que, lejos de perseguir sólo la maximización de la renta, tienen como primer objetivo la inclusión social.
El acto, como todo lo que ocurre en una campaña, responde a una estrategia: mostrar a Scioli comprometido con el ideario K. Fue, si se quiere, una acción de marketing destinada a reforzar los vínculos entre el candidato y el proyecto que representará en las urnas. El giro de Macri, en cambio, tiene rasgos de publicidad engañosa: cuesta creer que en el futuro sostendrá políticas públicas que su espacio siempre rechazó.
Se vienen días intensos, donde las usinas publicitarias funcionarán a todo vapor. Conviene estar atentos a los detalles: no se puede culpar al publicista por vendernos un buzón. «