Apenas concluida la reñida elección del balotaje porteño, el domingo 19 de julio por la noche, el máximo referente del PRO, Mauricio Macri, eclipsó el sorprendente resultado electoral con una intervención discursiva que se convirtió en fuente de debate en el curso de la última semana.
Tratando de disimular la escasa diferencia en el caudal de votos de su candidato a intendente, Horacio Rodríguez Larreta, con su adversario Martín Lousteau, quien enfrentándose al aparato partidario y a la millonaria campaña del PRO, estuvo a tan sólo un 3% de dar un batacazo electoral imprevisible en la Ciudad Autónoma.
Rápido de reflejos, el principal candidato a presidente de la oposición, con una pirueta discursiva, expresó no sólo el oportunismo electoralista de la opción conservadora, sino el termómetro social en relación al balance que hace la ciudadanía sobre los 12 años de gobiernos kirchneristas, y los principales ejes que vertebraron las políticas de Estado del Frente para la Victoria. Sorprendió a propios y extraños al afirmar que cuando sea presidente, su gobierno va a continuar con las políticas que considera correctas, tanto en materia de la Asignación Universal por Hijos, como otras que han generado mejoras en las condiciones de vida de la población. Prosiguiendo su sorprendente discurso, enumeró determinadas políticas de Estado implementadas por los gobiernos kirchneristas, que no serían modificadas. Las estatizaciones de YPF, Aerolíneas Argentinas o el fin del negocio privado sobre los fondos de jubilaciones de las AFJP medidas duramente criticadas por él y rechazadas por el voto de sus diputados en su momento.
Ante tamaño giro conceptual, cabe preguntarse, qué novedoso escenario preelectoral se ha instalado, para que el principal líder de la derecha neoliberal asuma como propios los logros de un gobierno duramente criticado desde sus filas a lo largo de más de una década.
Es cierto que la realpolitik de los tiempos de la globalización ha transformado los discursos y las propuestas programáticas como subsidiarias y en extremo dependientes de las encuestas de opinión y los estados de ánimo del potencial electorado, detectados por las empresas de demoscopia. Pero la novedad de la derecha vernácula a diferencia de los partidos conservadores, o de la centroderecha neoliberal a escala internacional, según el discurso de Mauricio Macri, es el abandono oportunista de las concepciones privatistas, y de achicamiento del gasto público que ha sido leitmotiv de las recetas fondomonetaristas, y la base programática que hegemoniza gran parte de los gobiernos de la derecha conservadora en Europa y el resto del mundo.
A lo largo de la última semana fue materia de declaraciones y críticas diversas de distintos candidatos de la oposición y del oficialismo y un sinfín de aclaraciones y justificaciones de precaria consistencia argumental.
Lo que casi nadie ha recordado es que esta suerte de transformismo político discursivo, no es el primero en nuestras tierras. El caso paradigmático fue el de un caudillo riojano que para confrontar con la herencia del anterior gobierno salió al ruedo electoral a prometer ejes programáticos que nunca cumplió. En su campaña de seducción electoral hacia la multitud de pauperizados por la crisis inflacionaria, se destacaban como principales puntos de su futuro gobierno el "Salariazo" y la "Revolución Productiva". A poco de andar sorprendiendo a propios y extraños, abdicó de sus promesas y constituyó una alianza estratégica con lo más rancio del neoliberalismo, ejecutando un plan privatizador que produjo la envidia en más de un discípulo de la Escuela de Chicago de Milton Friedman. Al tiempo, cuando se le preguntó por qué no había anunciado previamente su plan de gobierno a la ciudadanía, afirmó con una claridad meridiana , “que no lo hubiera votado nadie”.
Lo cierto es que en el caso del afortunado dirigente deportivo de los años noventa y comienzos de este siglo, del presidenciable Mauricio Macri, en sus explicaciones del porqué de su mutación ideológica discursiva ,expresó “que no era importante discutir si una empresa es pública o privada , porque lo importante es que funcione bien”, por su parte la candidata a vicepresidenta por el PRO, Gabriela Michetti, afirmó que “la discusión de las privatizaciones en el área del Estado es una discusión de los '80 y '90, que ya no existe más como discusión”.
Lo sorprendente de estas afirmaciones, es que en un mundo donde se debate sobre la profundización de las medidas de Austeridad en Europa, y la consecuente “necesidad” de la privatización de áreas sensibles e históricamente en manos estatal como en Italia, España o Grecia. Afirmar lo que dice nuestra derecha vernácula es negar una realidad, donde confrontan desde otra mirada ideológica el llamado neokeynesianismo y corrientes alternativas de izquierda que se oponen a que la salida de la crisis vaya por la reducción del gasto público, el ajuste perpetuo y las privatizaciones. Concibiendo que la salida al escenario recesivo pasa por un accionar más activo del Estado en favor de los sectores más afectados por la crisis.
Por lo menos se podría decir, por las afirmaciones de los dos máximos referentes del PRO, que se parte de un gran desconocimiento o de una flagrante negación de una realidad que hoy se expresa en una lucha muy desigual a escala planetaria entre distintas concepciones ideológicas, con perdón de la palabra. «
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