En estas primeras décadas del siglo XXI palabras como "independencia", "emancipación", "libertad", "igualdad" y "soberanía" han resonado como nunca en Nuestra América desde la batalla de Ayacucho en 1824. El mes de julio resulta propicio para recuperar la memoria de aquellas victorias, asumir las tareas que quedaron inconclusas y los nuevos desafíos de nuestra época: la construcción de la Patria americana y de sociedades más igualitarias, sustentadas en democracias con amplio protagonismo popular. El 5 de julio de 1811 Venezuela declaró su independencia, en el curso de la revolución que dio lugar a la Primera República, de muy corta existencia. El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán, bajo una fuerte influencia de San Martín, declaraba la Independencia de España y de toda dominación extranjera de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Hoy, 24 de julio, se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Simón Bolívar, junto con San Martín las referencias históricas más significativas de esa pléyade de patriotas que lideró la lucha de los pueblos frente a la opresión española.
Por entonces, el manifiesto más emblemático de la ruptura de época fue el de la Junta Tuitiva de La Paz, que declaraba en el levantamiento del 25 de mayo de 1809: "Hasta aquí, hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra Patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha mirado como a esclavos; hemos guardando un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español (...). Ya es tiempo, en fin de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía."
Unos años después, en el marco de una campaña pensada en términos políticos, militares y culturales, San Martín se dirigía a su pueblo y a su ejército con argumentos y símbolos continuadores de los hermanos bolivianos: "Compañeros del Ejército de los Andes: ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos (...). Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje." La expresión de vencer o morir no fue una consigna propagandística, sino una firme determinación que se llevó hasta las últimas consecuencias.
La lucha por la independencia implicaba romper las cadenas que nos ligaban a un imperio feudal y oscurantista, pero además terminar con el coloniaje interno que habían forjado siglos de injusticia en todo el continente. El saqueo y el genocidio fueron la marca de nacimiento de Nuestra América, cuyas riquezas extraídas de los socavones mineros fueron una nutriente esencial para el nacimiento del capitalismo europeo.
No se trataba sólo de terminar con una intolerable opresión, sino de ver en perspectiva el proyecto de emancipación y soberanía continental (expresado con valentía en los campos de batalla). Como advirtió lúcidamente Simón Bolívar: "Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad". A propósito de este mes tan cargado de historia y de futuro, resulta necesario repensar el sentido del actual ideario alrededor de la palabra "independencia".
Desde la derecha se la interpreta en clave republicana, intentando contactar con ciertas tradiciones culturales y educativas de nuestro pueblo. Según los posmodernos, supuestos defensores de la división de poderes, habría una justicia "independiente" y una militante, como así también una prensa "independiente" y una militante.
Este conjunto de abanderados independentistas se presentan ante la sociedad como neutrales, desprendidos de todo interés, rigurosamente objetivos y, fundamentalmente, opositores al único "poder maléfico" que reconocen: el Poder Ejecutivo legítimo y las mayorías legislativas votadas por el pueblo, que han desafiado a los núcleos económicos y culturales del poder tradicional. Y están lejos de reconocer el apoyo que brindan a Mauricio Macri, su auténtico representante, quien proclama la institucionalidad y la división de poderes, cuando ha batido el récord de vetos –más de 120– de leyes sancionadas por la Legislatura, incluso votadas por su propio bloque, desnudando su vocación autoritaria y antidemocrática.
Los grandes medios monopólicos de comunicación también ofician de independientes, sin embargo Clarín pasó de ser "El gran diario argentino", a un propagandista vulgar; mientras que La Nación, cada vez más inficionado por un oposicionismo extremo, fue mutando de la "Tribuna de doctrina" a una "Doctrina de tribuna". Manifiestan, justamente, un claro alejamiento de la independencia que enarbolan.
En el mismo sentido, los jueces "independientes" cajonean causas cuando se imputa al poder real, como en el emblemático caso Papel Prensa, o impugnan la aplicación de leyes aprobadas por las mayorías parlamentarias, como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Por su parte, la Corte Suprema impide que una comisión bicameral del Parlamento convoque a los directivos de Cablevisión para que expliquen públicamente la remisión al exterior de sumas fabulosas de dólares, sospechados de evasión y fuga de divisas. En suma, fiscales, jueces, medios de comunicación e intelectuales orgánicos asumen públicamente su posición militante a favor de la dependencia de los poderes reales, económicos y políticos.
Así, el concepto de independencia se constituye en un relevante campo de disputa ideológica. Dos independencias están en juego: la de quienes continúan proclamando la libertad económica y cultural de toda dominación tanto local como extranjera, y la de quienes pugnan por restaurar la libertad de los mercados con sus medios y culturas disciplinantes. Ambos proyectos están plenos de sentido político: uno a favor de democracias sustantivas; y el otro, a favor de minorías conservadoras. Agosto y octubre en Argentina son dos momentos fundamentales de esta disputa de proyectos, valores y políticas. «
Por entonces, el manifiesto más emblemático de la ruptura de época fue el de la Junta Tuitiva de La Paz, que declaraba en el levantamiento del 25 de mayo de 1809: "Hasta aquí, hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra Patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha mirado como a esclavos; hemos guardando un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español (...). Ya es tiempo, en fin de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía."
Unos años después, en el marco de una campaña pensada en términos políticos, militares y culturales, San Martín se dirigía a su pueblo y a su ejército con argumentos y símbolos continuadores de los hermanos bolivianos: "Compañeros del Ejército de los Andes: ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos (...). Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje." La expresión de vencer o morir no fue una consigna propagandística, sino una firme determinación que se llevó hasta las últimas consecuencias.
La lucha por la independencia implicaba romper las cadenas que nos ligaban a un imperio feudal y oscurantista, pero además terminar con el coloniaje interno que habían forjado siglos de injusticia en todo el continente. El saqueo y el genocidio fueron la marca de nacimiento de Nuestra América, cuyas riquezas extraídas de los socavones mineros fueron una nutriente esencial para el nacimiento del capitalismo europeo.
No se trataba sólo de terminar con una intolerable opresión, sino de ver en perspectiva el proyecto de emancipación y soberanía continental (expresado con valentía en los campos de batalla). Como advirtió lúcidamente Simón Bolívar: "Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad". A propósito de este mes tan cargado de historia y de futuro, resulta necesario repensar el sentido del actual ideario alrededor de la palabra "independencia".
Desde la derecha se la interpreta en clave republicana, intentando contactar con ciertas tradiciones culturales y educativas de nuestro pueblo. Según los posmodernos, supuestos defensores de la división de poderes, habría una justicia "independiente" y una militante, como así también una prensa "independiente" y una militante.
Este conjunto de abanderados independentistas se presentan ante la sociedad como neutrales, desprendidos de todo interés, rigurosamente objetivos y, fundamentalmente, opositores al único "poder maléfico" que reconocen: el Poder Ejecutivo legítimo y las mayorías legislativas votadas por el pueblo, que han desafiado a los núcleos económicos y culturales del poder tradicional. Y están lejos de reconocer el apoyo que brindan a Mauricio Macri, su auténtico representante, quien proclama la institucionalidad y la división de poderes, cuando ha batido el récord de vetos –más de 120– de leyes sancionadas por la Legislatura, incluso votadas por su propio bloque, desnudando su vocación autoritaria y antidemocrática.
Los grandes medios monopólicos de comunicación también ofician de independientes, sin embargo Clarín pasó de ser "El gran diario argentino", a un propagandista vulgar; mientras que La Nación, cada vez más inficionado por un oposicionismo extremo, fue mutando de la "Tribuna de doctrina" a una "Doctrina de tribuna". Manifiestan, justamente, un claro alejamiento de la independencia que enarbolan.
En el mismo sentido, los jueces "independientes" cajonean causas cuando se imputa al poder real, como en el emblemático caso Papel Prensa, o impugnan la aplicación de leyes aprobadas por las mayorías parlamentarias, como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Por su parte, la Corte Suprema impide que una comisión bicameral del Parlamento convoque a los directivos de Cablevisión para que expliquen públicamente la remisión al exterior de sumas fabulosas de dólares, sospechados de evasión y fuga de divisas. En suma, fiscales, jueces, medios de comunicación e intelectuales orgánicos asumen públicamente su posición militante a favor de la dependencia de los poderes reales, económicos y políticos.
Así, el concepto de independencia se constituye en un relevante campo de disputa ideológica. Dos independencias están en juego: la de quienes continúan proclamando la libertad económica y cultural de toda dominación tanto local como extranjera, y la de quienes pugnan por restaurar la libertad de los mercados con sus medios y culturas disciplinantes. Ambos proyectos están plenos de sentido político: uno a favor de democracias sustantivas; y el otro, a favor de minorías conservadoras. Agosto y octubre en Argentina son dos momentos fundamentales de esta disputa de proyectos, valores y políticas. «