Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
En algún momento de la noche del lunes el presidente del Senado, Renan Calheiros, del PMDB, mayor bancada de la Cámara alta y principal socio del PT en la alianza de base del gobierno, recibió una llamada telefónica desagradable. Calheiros fue informado por el vicepresidente de la República, Michel Temer, su colega de partido, que su nombre estaba en la lista que el procurador general de la República, Rodrigo Janot, entregó a la Corte Suprema, pidiendo que fuera investigado por posibles vínculos con el esquema de corrupción detectado en Petrobras. La lista todavía no fue oficialmente divulgada, lo que podrá ocurrir en cualquier momento, exponiendo a unos 54 políticos involucrados en acusaciones de corrupción.
Al día siguiente vino su respuesta: devolvió al Poder Ejecutivo el decreto-ley enviado por la presidenta, Dilma Rousseff, al Senado, con una medida que eleva algunos impuestos y que integra el plan de ajuste fiscal del gobierno.
La noticia tuvo el efecto de una bomba por varias razones. Primero, porque retrasa considerablemente la implementación del ajuste. Segundo, porque es un acto de claro y contundente enfrentamiento entre el presidente del Senado y Dilma Rousseff. Tercero, porque expone, con fuerza renovada, la capacidad de deslealtad del PMDB: no se puede olvidar que la Cámara de Diputados es presidida por otro parlamentario del mismo partido y que actúa mucho más como dirigente de la oposición que como aliado. Cuarto, porque expone, una vez más, la fragilidad (por no decir ausencia absoluta) de la capacidad de articulación política del gobierno y deja claro que el gobierno tiene una mayoría parlamentaria en la ilusión numérica, no en la vida real. Y, por último, la rebelión de Calheiros ocurre en el momento preciso en que las agencias calificadoras de rating examinan la nota de crédito soberano de Brasil. La puesta en marcha de un programa de ajuste fiscal tiene peso específico en esa evaluación, y todos, el presidente del Senado inclusive, lo saben.
El argumento expuesto por Calheiros para rechazar de forma tan vehemente una iniciativa de la presidenta podría ser considerado razonable: el contenido de la medida, pese a su urgencia e importancia, no fue discutido previamente con los senadores. Basta, sin embargo, conocer algo de su trayectoria y de su muy peculiar sentido de lo que debe ser la conducta ética de un legislador para que todo se aclare.
Renan ya andaba muy enojado con Dilma. Primero, porque un ahijado político suyo fue catapultado de la presidencia de una importante empresa controlada por la Petrobras, a raíz de su hábito de aceptar obesas propinas entregadas en manos y en efectivo. Segundo, porque su hijo Renan Filho, recién electo gobernador de la provincia de Alagoas, pide ayuda económica del gobierno federal desde que llegó al puesto (es decir, tres meses) y todavía no avistó un mísero centavo de real. Y ahora, para colmo, su nombre aparece entre los que, si así lo decide la Corte Suprema, serán investigados por corrupción activa (en el lenguaje jurídico; en rigor y por respeto a la verdad debería decirse corrupción compulsiva, y desde hace mucho).
La trayectoria de ese extraño personaje muestra que él no cambia ni cambia su inmenso poder. Hace algunos años, cuando presidía el mismo Senado, fue forzado a renunciar al puesto para no correr el riesgo de que su propio mandato fuera suspendido por sus pares. Ese movimiento, absolutamente inusual hasta en un Congreso tan plagado de escándalos, se debió a que se descubrió, y con gran cantidad de pruebas, que una gran constructora se encargaba de pagar gorda mensualidad a una señorita agraciada por la naturaleza con formas perfectas y con quien Renan tuvo una hija por fuera de su matrimonio. Para neutralizar el escándalo él renunció a la presidencia del Senado; la señorita en cuestión fue despachada lejos de Brasilia, luego de que su cuenta bancaria hubiera sido considerablemente reforzada y, pasado un tiempito, la muy proverbial amnesia moral de sus pares hizo que él volviese al puesto perdido. Todo eso debería ser un asunto restringido al círculo personal y familiar de Renan, si no fuese una fuerte muestra de lo que él es capaz.
Más allá de los efectos en la puesta en marcha de la nueva política económica de Dilma Rousseff, la actitud expone de manera preocupante hasta qué punto puede ser accionado el poder de chantaje del PMDB. Un tanto ingenuamente, algunos asesores de la presidenta brasileña creían que Calheiros sería, en el Senado, una especie de contrapeso a la rebelión de Eduardo Cunha en la presidencia de la Cámara de Diputados.
Ahora quedó claro de toda claridad que Dilma no sólo no puede contar con el apoyo de ninguno de los dos, ya que perdió completamente el control sobre el Congreso. Si los presidentes de las dos Cámaras del Congreso pertenecen a un partido aliado y actúan tal como están actuando, ¿para qué preocuparse con los partidos de oposición?
La verdad es que cada día se agrava más y más la crisis en que se encuentra el gobierno de Dilma, cuyo segundo mandato apenas comienza. Y cada vez queda más claro que el actual sistema político-partidario-electoral brasileño es una receta muy bien construida de cómo hacer que un país pueda llegar a ser ingobernable
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