Todos los presidentes que llegaron al poder desde la reinstauración democrática pudieron reunir multitudes en los días inaugurales de sus gobiernos. Pero desde 1983 sólo dos pudieron darse el lujo de llevarse en sus retinas la imagen de una marea humana que los vivaba al final de sus mandatos: Néstor Kichner y Cristina Fernández.
En el ocaso de su mandato trunco, el fuerte apoyo popular que tuvo Alfonsín al comienzo se diluyó como un baño de chocolate. La movilización de la Coordinadora no logró disimular la ausencia popular frente al Parlamento cuando el presidente radical pronunció su último mensaje a la Asamblea Legislativa. Por entonces, la apertura de sesiones se realizaba el 1 de mayo y un viento frío envolvía al centenario palacio legislativo.
Menem pronunció su primer discurso en el Congreso con fuerte apoyo en las calles. Con el correr de los años las concentraciones fueron cada vez más armadas por aparatos partidarios. El riojano fue el presidente que más veces habló para inaugurar sesiones ordinarias. Pero al final de su segundo mandato, cuando los argentinos supieron que había cambiado la hiperinflación por el hiperdesempleo, el apoyo popular fue menguando y las manifestaciones declinaron. Lejos estaban los días de gloria.
Fernando de la Rúa no tuvo mucho tiempo para mostrar a sus adherentes en las calles: habló por primera vez ante la Asamblea Legislativa con discreta participación popular y ese apoyo inicial se derritió como baño de chocolate en un año de gobierno.
Kirchner produjo un camino inverso: tuvo un apoyo popular tibio en la Plaza cuando inauguró en 2004 las sesiones ordinarias y movió multitudes las otras tres veces que cumplió con el ritual. Fue de menor a mayor. En cambio, las multitudes que reunió Cristina desde el principio de su mandato fueron parejas.
Pero esta última fue extraordinaria.
Tras 12 años de kirchnerismo en el gobierno, con el consiguiente desgaste que suele producir el poder, la presidenta reunió la mayor cantidad de adeptos que haya podido juntar un presidente en su visita anual al Congreso. Es que el ritual de apertura de sesiones ordinarias no se dio en circunstancias normales, sino en medio de un virulento ataque de la derecha, que abarcó la justicia, los medios concentrados e incluso la calle. Buena parte de los miles y miles que aguantaron más de cuatro horas parados en la Plaza, con momentos de lluvia, llegaron hasta allí desafiados por la manifestación opositora del 18F. La multitudinaria marcha de los fiscales les había mojado la oreja en el terreno natural del kirchnerismo: la calle. Y fueron a apoyar a la presidenta de la Nación con una consigna –la más coreada– que advierte a los "gorilas" que "si la tocan a Cristina, qué quilombo se va armar". Ahora vendrán las disquisiciones interesadas acerca de si había más en una marcha que en la otra o si había menos. Es difícil contar a tanta gente. La cuestión se dirimirá en octubre, en las urnas. Por el momento puede afirmarse sin temor que sólo ella puede juntar a tantos. Sin embargo, una duda flameaba sobre la multitud que rodeó al Parlamento. En medio de la marea humana, una joven portaba un cartel de factura casera que sólo decía "Somos tus herederos". Pero la pancarta no hacía más que patentizar la orfandad de esa multitud que no tiene otra representación segura que no sea Cristina Fernández. Por ella deliraron en la Plaza. Pero ella abandona el gobierno en diciembre próximo.
Perón advirtió antes de su muerte: "Mi único heredero es el Pueblo", pero la herencia recayó sobre un cabo de policía con ideas esotéricas al cual llamaban el Brujo, y sobre su última esposa, que estaba varios pasos a la derecha del anciano general. La herencia de Cristina sigue siendo una incógnita.
En el ocaso de su mandato trunco, el fuerte apoyo popular que tuvo Alfonsín al comienzo se diluyó como un baño de chocolate. La movilización de la Coordinadora no logró disimular la ausencia popular frente al Parlamento cuando el presidente radical pronunció su último mensaje a la Asamblea Legislativa. Por entonces, la apertura de sesiones se realizaba el 1 de mayo y un viento frío envolvía al centenario palacio legislativo.
Menem pronunció su primer discurso en el Congreso con fuerte apoyo en las calles. Con el correr de los años las concentraciones fueron cada vez más armadas por aparatos partidarios. El riojano fue el presidente que más veces habló para inaugurar sesiones ordinarias. Pero al final de su segundo mandato, cuando los argentinos supieron que había cambiado la hiperinflación por el hiperdesempleo, el apoyo popular fue menguando y las manifestaciones declinaron. Lejos estaban los días de gloria.
Fernando de la Rúa no tuvo mucho tiempo para mostrar a sus adherentes en las calles: habló por primera vez ante la Asamblea Legislativa con discreta participación popular y ese apoyo inicial se derritió como baño de chocolate en un año de gobierno.
Kirchner produjo un camino inverso: tuvo un apoyo popular tibio en la Plaza cuando inauguró en 2004 las sesiones ordinarias y movió multitudes las otras tres veces que cumplió con el ritual. Fue de menor a mayor. En cambio, las multitudes que reunió Cristina desde el principio de su mandato fueron parejas.
Pero esta última fue extraordinaria.
Tras 12 años de kirchnerismo en el gobierno, con el consiguiente desgaste que suele producir el poder, la presidenta reunió la mayor cantidad de adeptos que haya podido juntar un presidente en su visita anual al Congreso. Es que el ritual de apertura de sesiones ordinarias no se dio en circunstancias normales, sino en medio de un virulento ataque de la derecha, que abarcó la justicia, los medios concentrados e incluso la calle. Buena parte de los miles y miles que aguantaron más de cuatro horas parados en la Plaza, con momentos de lluvia, llegaron hasta allí desafiados por la manifestación opositora del 18F. La multitudinaria marcha de los fiscales les había mojado la oreja en el terreno natural del kirchnerismo: la calle. Y fueron a apoyar a la presidenta de la Nación con una consigna –la más coreada– que advierte a los "gorilas" que "si la tocan a Cristina, qué quilombo se va armar". Ahora vendrán las disquisiciones interesadas acerca de si había más en una marcha que en la otra o si había menos. Es difícil contar a tanta gente. La cuestión se dirimirá en octubre, en las urnas. Por el momento puede afirmarse sin temor que sólo ella puede juntar a tantos. Sin embargo, una duda flameaba sobre la multitud que rodeó al Parlamento. En medio de la marea humana, una joven portaba un cartel de factura casera que sólo decía "Somos tus herederos". Pero la pancarta no hacía más que patentizar la orfandad de esa multitud que no tiene otra representación segura que no sea Cristina Fernández. Por ella deliraron en la Plaza. Pero ella abandona el gobierno en diciembre próximo.
Perón advirtió antes de su muerte: "Mi único heredero es el Pueblo", pero la herencia recayó sobre un cabo de policía con ideas esotéricas al cual llamaban el Brujo, y sobre su última esposa, que estaba varios pasos a la derecha del anciano general. La herencia de Cristina sigue siendo una incógnita.
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