Macri pisó, se salió del libreto y prometió una devaluación. La campaña "progresista" del PRO.
Por Hernán Brienza
No puede con su genio. Venía bien. Cumpliendo con todos los deberes. Pero no pudo aguantarse. Finalmente, Mauricio Macri cometió un gran error, una equivocación que le va a costar cara en su aspiración presidencial. Dijo lo que pensaba. Desnudó su pensamiento, sus intenciones, su proyecto económico para implantar en el país.
En vez de seguir al pie de la letra los consejos de sus asesores, en vez de continuar con la táctica menemista de "si digo lo que voy a hacer no me vota nadie", el líder del PRO se tentó frente a sus congéneres y en la cena millonaria del miércoles dijo lo que no debía decir: que si él asume la presidencia no tardará ni 24 horas en realizar una devaluación que reduzca drásticamente el poder adquisitivo de la mayoría de los argentinos, pero no, claro, de la mayoría de sus amigos poderosos, los empresarios argentinos y trasnacionales. Una cuestión de clase, como verá, estimado lector.
Los asesores de Macri habían logrado lo imposible en los últimos meses: convertir a un candidato "tirifilo" en un político competitivo. Para eso, había logrado construir un perfil determinado del ex presidente de Boca.
Habían logrado construir un Frankestein mediático que escondía su verdadero rostro. En los últimos tiempos, Macri aparecía como un político que representaba un engendro denominado "progresismo de derecha". No desespere, lector "progre", "kirchnerista irredento", ya paso a explicar el concepto aparentemente contradictorio antes de que me cuelguen por heterodoxo o hereje.
El producto político que el PRO ha construido es interesante en términos de mercado electoral. El PRO no es la vieja derecha dinosauria. El que no comprende esto errará la forma de atacarlo públicamente y no preverá sus movimientos.
Cecilia Pando vota al PRO, pero el PRO no es Cecilia Pando. El PRO tiene jóvenes en su seno. Chicos y chicas elegantes, lindos, modernos, diversos, alternativos. Hoy por hoy, es el único espacio político que, junto al kirchnerismo y a la izquierda, tiene militancia juvenil.
El PRO no es confesional ni cree en la Nación del Orden Conservador, es liberal, modernizador y modernizante, y lo que es más curioso aún, pone en agenda temas como "el buen vivir", la "ciudad sustentable", la "problemática ambiental", sus bicicletas son "eco-bicis" y sus colectivos con carriles exclusivos son "metrobus".
Para las miradas ideologizadas y comprometidas de la izquierda vanguardista esto parece poco y es pura fantasía de un autor de notas dominicales que ya está mostrando la hilacha de su fascismo, pero para la mayoría de los mortales, que están más lejos de leer a Louis Althusser que de tener un encuentro reproductivo con un extraterrestre, el complejo simbólico ofrecido por el macrismo es más una promesa difusa de futuro que un álbum oscuro del pasado.
El PRO no es mata-gays, es liberal en sus formas morales, hace demagogia con los derechos individuales, con la liberta de prensa, con la libertad de circulación. Decir que "Macri es Videla" es dejarle servida la cancha al macrismo, porque cualquier hijo de vecino se da cuenta de que Macri no es exactamente lo mismo que Videla. Y los asesores de imagen del jefe de la CABA juegan con esa acusación desatinada.
Obviamente, que más allá de su "progresismo", el macrismo responde en términos económicos y políticos a lo que se puede denominar como la "derecha": concentración de la riqueza, monopolización económica, centralización de las decisiones políticas y defensa de los intereses de los grupos económicos poderosos. Y, como no puede ser de otra manera, alineación automática con Estados Unidos.
Y es por estas cuestiones, allí donde el error de apreciación puede costarle caro al país y al movimiento nacional y popular. Argentina, con su bajo nivel de endeudamiento, es un buen partido para cualquier tipo de depredador económico y financiero, por lo tanto, no se puede dar un paso en falso. Una mala caracterización del adversario puede llevar a cometer un error insubsanable. Y una mala campaña electoral para presidente puede poner en riesgo 12 años de gobierno y de conquistas.
En diciembre del 2012 tuve la suerte de ver en La Habana la película chilena NO, dirigida por Pablo Larraín y ganadora de la Feria Internacional del Cine de Cuba, que trata sobre el plebiscito que arrojó al dictador Augusto Pinochet fuera del poder en su país.
La guerra de campañas, según la historia, es definitoria en el resultado de esa contienda electoral. Mientras los publicistas del NO decidieron llevar adelante una campaña alegre, divertida y con apuestas al futuro, evitando un mensaje ideologizado muy fuerte, el pinochetismo optó por meterle miedo a la población con imágenes del desabastecimiento y el caos generado "supuestamente" por el gobierno socialista de Salvador Allende. La idea traccionadora del miedo al pasado congeló al pinochetismo en ese mismo pasado que pretendía dejar atrás.
Obviamente que no pretendo proponer que hoy en la Argentina se deje de lado el debate ideológico, porque esa quizás sea una de las cosas más interesantes del kirchnerismo: la politización del universo y el despliegue de una concientización sobre los pliegues ideológicos que recorren a la sociedad.
Pero sí alertar sobre la necesidad de dos cuestiones: no hablar solamente a la clientela cautiva, es decir, al mismo kirchnerismo; y, dos, no anclar la campaña en el pasado. En otras palabras, la agenda política no debe ser autocelebratoria para convencidos ni debe centrarse en echarle en cara a la sociedad todas las cosas que se le han dado.
La gran clave se encuentra en hablar del futuro, en remarcar todo lo que el peronismo, el kirchnerismo, tiene todavía para darle a la sociedad argentina, y sobre todo en que es el único que puede garantizar la paz social y la posibilidad de un crecimiento sostenido. No es poco.
El movimiento nacional y popular no se puede dar el lujo de perder. Por la encrucijada internacional en la que Estados Unidos quiere recomponer su hegemonía en el continente, por la posibilidad enorme de generar riquezas en los próximos años en el territorio argentino y, por último, por el alto riesgo que existe de que un nuevo endeudamiento desguace la buena administración del Estado que se registró en los últimos 12 años.
El macrismo miente todo el tiempo para ganar. El peronismo no está obligado a decir la verdad todo el tiempo a costa de perder.
iNFO|news
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