Por Vicente Battista *
En diciembre de 1841, en el Graham’s Lady’s and Gentleman’s Magazine de Filadelfia apareció “Los crímenes de la calle Morgue”, aquel cuento de Edgar Allan Poe que iba a dar origen a un nuevo género literario (el policial), a un personaje arquetípico (el investigador privado) y a un enigma a resolverse (el crimen del cuarto cerrado).
En febrero de 2015, en el departamento B del piso 13 de la Torre Boulevard del complejo Le Parc de Puerto Madero apareció el cadáver del fiscal Alberto Nisman. Todo indicaba que se había suicidado, utilizando para ello un modesto revólver calibre 22. Más de un motivo le daban sentido a esa decisión final, aunque no se descartó la posibilidad de un asesinato; con buen criterio, la causa se caratuló Muerte Dudosa. Bastaron un par de titulares en los diarios de la mañana siguiente para que muchísima gente asegurara que Nisman había sido asesinado.
El caso cumplía casi al pie de la letra con las normativas del crimen del cuarto cerrado que fundara Poe 174 años antes; se situaba cómodamente en el género policial y ofrecía un enigma para resolver. Aquí es cuando los senderos se bifurcan: tanto Monsieur Dupin como sus inmediatos sucesores, el infalible detective Sherlock Holmes y el porfiado periodista Joseph Rouletabille, deben revelar la incógnita recurriendo a la pura lógica, aunque para ello tengan que apelar a la zoología o a lo onírico. Por el contrario, los argumentos que se esgrimen para explicar el crimen de Nisman escapan a toda lógica. Una ex jueza no vaciló en asegurar que al fiscal lo había ejecutado un comando fundamentalista islámico, con asesoramiento cubano y conexión local. Un periodista de Madrid, especialista en investigar este tipo de crímenes, convalidó las palabras de la ex jueza, aunque para él los verdugos no habían sido miembros de un comando islámico sino integrantes del Mossad. A la hora de revelar cómo hicieron para abandonar la escena del crimen sin dejar el mínimo rastro y de qué modo entraron y salieron de un departamento cerrado a doble vuelta de llaves, la ex jueza y el periodista repitieron que esa gente sabe cómo hacer las cosas, para eso los entrenan, afirmaron, aunque semejantes a magos que no tienen la obligación de revelar sus trucos, obviaron explicar cómo lo hicieron. El caso Nisman súbitamente abandonó el género policial para ingresar directamente al fantástico. Según se mire, el propio fiscal ya lo había situado ahí: ¿de qué otra manera articular el documento que hizo público, en el que acusaba a la Presidenta de traición a la patria, con el documento que guardó en la caja fuerte de la fiscalía, en el que elogiaba su calidad de liderazgo? Un disparatado Doctor Jekyll y Mister Hyde que sólo Alberto Nisman podría explicar.
Hay otras muchas cosas para explicar y hay cierta gente que prefiere que no se expliquen, de ahí que aparezcan algunos personajes propuestos como voluntariosos árboles para ocultar el bosque. Un ignoto periodista que se refugia en Israel, acechado por agentes de espionaje con la caras ocultas tras negros anteojos de sol, o una camarera, testigo del traslado del cadáver, que frente a los medios habló de formidables errores durante el procedimiento, afirmación de la que se desdijo no bien prestó testimonio ante la fiscal que atiende el caso, o un escritor, desde hace años pintoresco comentarista político, que postuló la existencia de dos cadáveres, uno de ellos sería el cuerpo de mujer que días después apareció carbonizado a metros del domicilio de Nisman. Estos testimonios nos llevarían del género fantástico a la novela de espionaje y de ahí en viaje directo al más puro surrealismo.
El relato ya admite cualquier género, incluso el de la comedia de enredos: su ex mujer, la que ayer pidió que por cuestiones de intimidad no se publicaran los resultados de los peritajes a las computadoras, teléfonos y demás aparatos electrónicos que pertenecían a Nisman, hoy anuncia que él y su técnico en informática poseían una cuenta conjunta en un banco de Nueva York. El abogado del técnico en informática revela que su cliente posee datos que “podrían lesionar la imagen del fiscal” y el propio informático confiesa que hay cosas que no dijo en homenaje a la memoria de su amigo Nisman. Las comedias de enredos invariablemente tienen final feliz, algo que no parece que vaya a suceder con ésta cuando finalmente se haga público el resultado de los peritajes a las computadoras y teléfonos del fiscal, y cuando por fin se lleve a cabo la auditoría de todos los años que estuvo al frente de la causa AMIA. Hasta ahora sólo se tejen sospechas. Si esas sospechas se convirtieran en certezas, me gustaría saber qué va a suceder con ese montón de gente que en la lluviosa tarde del 19 de enero portó carteles que proclamaban: “Yo soy Nisman”. ¿Querrán continuar siéndolo? Una pregunta que, pienso, podría situarse en cualquier género literario.
* Escritor. Publicó numerosos libros de novela, cuentos y ensayos. Los últimos son Ojos que no ven, Enlaces y cabos sueltos y Cuaderno del ausente.
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