Washington intentó utilizar a los yihadistas para frenar a Irán. Pero, al perder control sobre ellos, decidió vencerlos militarmente.
Las tropas regulares iraquíes y milicias tribales chiíes avanzan en los últimos días decisivamente para frenar el avance arrollador del Estado Islámico (EI) y poder arrebatar al grupo yihadista el control de la ciudad de Tikrit, 140 kilómetros al noroeste de Bagdad, con más de 300.000 habitantes y cuna de Sadam Husein. Hacía mucho tiempo que las fuerzas iraquíes, entrenadas y armadas desde 2003 por EE.UU. y sus aliados, no llevaban a cabo una ofensiva de esta envergadura.
Las milicias del EI han ido haciéndose con extrema velocidad con el control de un tercio del inmenso territorio de Irak, incluyendo una de las ciudades más importantes del país, Mosul, con más de dos millones de habitantes, que ocupa totalmente desde junio de 2014.
Varios analistas militares vienen sosteniendo desde hace tiempo que el hecho de que los 300.000 miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes no hubieran frenado desde el inicio las incursiones de los yihadistas, sino que huyeran ante su avance, sólo se podía explicar por una meditada estrategia geopolítica.
Y es que para EE.UU. e Israel, como para Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar o Turquía, el Estado Islámico era un instrumento idóneo para frenar la influencia cada vez mayor de Irán en Irak, en Siria, en Líbano, en Palestina. Desde hace décadas, Israel y EE.UU. vienen teorizando sobre la necesidad de “balcanizar” Medio Oriente, fragmentando los países actuales por etnias, permitiendo un mayor control sobre ellos. Así lo vienen proyectando desde los años ’50, de la mano de Ben Gurion primero, actualizado por el “Plan Yidon” en 1982, y revisado nuevamente por el “Plan Yaalon” de 2014, compartidos por EE.UU.
La irrupción en escena del Estado Islámico, escisión de Al Qaeda, fue vista como una oportunidad de oro. Sólo así se entiende la falta de reacción de EE.UU. y sus aliados ante el desarrollo que iba adquiriendo el EI; sólo así puede comprenderse que los aviones de carga de EE.UU. se equivocaran tan a menudo al lanzar pertrechos a las milicias kurdas en el norte de Irak asediadas durante meses por los yihadistas, y que esas armas, municiones y alimentos cayeran precisamente en zonas controladas por éstos.
Pero el “califa” Abu Bakr al-Baghdadi tenía sus propios planes y éstos desbordaron todas las previsiones de EE.UU., Israel y sus aliados árabes. Al-Baghdadi decidió instaurar su “califato”, ocupar territorio y borrar las fronteras existentes desde inicios del siglo XX, pero siguiendo sus propios planes.
El Estado Islámico ya ha empezado a renombrar las provincias, a nombrar en ellas autoridades civiles, militares y religiosas, a hacerse cargo de la administración de las mismas como si de un verdadero Estado se tratara, donde controla la vida productiva, comercial, bancaria, política, judicial, donde cobra impuestos, donde establece cómo deben vestir y comportarse las mujeres, qué y quién puede estudiar, donde supervisa todo con mano de hierro.
Su afán de conquistar territorio no tiene límites; ya no controla sólo miles de kilómetros del territorio iraquí y sirio, sino que ya tiene una fuerte presencia en Líbano, enfrentándose a muerte con las milicias de Hizbolá; intenta afianzarse en la Franja de Gaza, chocando con las fuerzas de Hamás.
Cada vez son más los grupos terroristas de países del norte de África, de Túnez, de Marruecos, Argelia, Egipto, pero también de Oriente Medio, de Afganistán, Pakistán y del África subsahariana que rinden fidelidad al “califa” y se coordinan con el Estado Islámico, copiando su estudiada propaganda y guerra mediática y sus brutales métodos.
Las decapitaciones de enemigos están a la orden del día en una amplísima región del Magreb, Medio Oriente y África; todos esos grupos empiezan a emular al EI; es algo que aterroriza a poblaciones enteras, pero que a su vez atrae a otros, a miles de jóvenes del mundo musulmán y hasta a numerosos jóvenes occidentales que deciden enrolarse en las filas yihadistas.
Las autoridades policiales europeas estiman que este año habrá aproximadamente 5.000 voluntarios europeos que se sumen a las filas del Estado Islámico y que en 2016 pueden llegar a ser 10.000.
Más de 500 jóvenes mujeres –la mayoría de ellas captadas a través de web yihadistas– se han trasladado ya a los frentes de guerra para casarse con “guerreros” islámicos. Se consideran privilegiadas por tener esa oportunidad. Y el fenómeno no tiene visos de que pueda frenarse a corto y mediano plazo; se ha llegado muy lejos, se les ha dejado llegar muy lejos.
El Estado Islámico ya no necesita de la ayuda económica y militar que recibió inicialmente de las monarquías y grandes hombres de negocios del Golfo –con la venia de EE.UU.–, ni que Turquía les deje pasar libremente como hasta ahora por sus fronteras hacia Siria e Irak.
Con el control de la vida productiva de las grandes ciudades que ocupa, el cobro de impuestos y la explotación de importantes refinerías de petróleo cuyos barriles vende de contrabando, el EI cuenta con recursos para pertrechar y pagar los salarios de sus miles de combatientes, a una media de 1.000 dólares mensuales por cabeza.
EE.UU. y sus aliados intentan seguir sacando partido de ellos poniéndoles límites, marcándoles las “líneas rojas” que no se les permitirá traspasar, pero el EI es como un “Frankestein” de muchas cabezas y armado hasta los dientes, a quien no se le puede dar ya órdenes.
Las milicias del EI han ido haciéndose con extrema velocidad con el control de un tercio del inmenso territorio de Irak, incluyendo una de las ciudades más importantes del país, Mosul, con más de dos millones de habitantes, que ocupa totalmente desde junio de 2014.
Varios analistas militares vienen sosteniendo desde hace tiempo que el hecho de que los 300.000 miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes no hubieran frenado desde el inicio las incursiones de los yihadistas, sino que huyeran ante su avance, sólo se podía explicar por una meditada estrategia geopolítica.
Y es que para EE.UU. e Israel, como para Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar o Turquía, el Estado Islámico era un instrumento idóneo para frenar la influencia cada vez mayor de Irán en Irak, en Siria, en Líbano, en Palestina. Desde hace décadas, Israel y EE.UU. vienen teorizando sobre la necesidad de “balcanizar” Medio Oriente, fragmentando los países actuales por etnias, permitiendo un mayor control sobre ellos. Así lo vienen proyectando desde los años ’50, de la mano de Ben Gurion primero, actualizado por el “Plan Yidon” en 1982, y revisado nuevamente por el “Plan Yaalon” de 2014, compartidos por EE.UU.
La irrupción en escena del Estado Islámico, escisión de Al Qaeda, fue vista como una oportunidad de oro. Sólo así se entiende la falta de reacción de EE.UU. y sus aliados ante el desarrollo que iba adquiriendo el EI; sólo así puede comprenderse que los aviones de carga de EE.UU. se equivocaran tan a menudo al lanzar pertrechos a las milicias kurdas en el norte de Irak asediadas durante meses por los yihadistas, y que esas armas, municiones y alimentos cayeran precisamente en zonas controladas por éstos.
Pero el “califa” Abu Bakr al-Baghdadi tenía sus propios planes y éstos desbordaron todas las previsiones de EE.UU., Israel y sus aliados árabes. Al-Baghdadi decidió instaurar su “califato”, ocupar territorio y borrar las fronteras existentes desde inicios del siglo XX, pero siguiendo sus propios planes.
El Estado Islámico ya ha empezado a renombrar las provincias, a nombrar en ellas autoridades civiles, militares y religiosas, a hacerse cargo de la administración de las mismas como si de un verdadero Estado se tratara, donde controla la vida productiva, comercial, bancaria, política, judicial, donde cobra impuestos, donde establece cómo deben vestir y comportarse las mujeres, qué y quién puede estudiar, donde supervisa todo con mano de hierro.
Su afán de conquistar territorio no tiene límites; ya no controla sólo miles de kilómetros del territorio iraquí y sirio, sino que ya tiene una fuerte presencia en Líbano, enfrentándose a muerte con las milicias de Hizbolá; intenta afianzarse en la Franja de Gaza, chocando con las fuerzas de Hamás.
Cada vez son más los grupos terroristas de países del norte de África, de Túnez, de Marruecos, Argelia, Egipto, pero también de Oriente Medio, de Afganistán, Pakistán y del África subsahariana que rinden fidelidad al “califa” y se coordinan con el Estado Islámico, copiando su estudiada propaganda y guerra mediática y sus brutales métodos.
Las decapitaciones de enemigos están a la orden del día en una amplísima región del Magreb, Medio Oriente y África; todos esos grupos empiezan a emular al EI; es algo que aterroriza a poblaciones enteras, pero que a su vez atrae a otros, a miles de jóvenes del mundo musulmán y hasta a numerosos jóvenes occidentales que deciden enrolarse en las filas yihadistas.
Las autoridades policiales europeas estiman que este año habrá aproximadamente 5.000 voluntarios europeos que se sumen a las filas del Estado Islámico y que en 2016 pueden llegar a ser 10.000.
Más de 500 jóvenes mujeres –la mayoría de ellas captadas a través de web yihadistas– se han trasladado ya a los frentes de guerra para casarse con “guerreros” islámicos. Se consideran privilegiadas por tener esa oportunidad. Y el fenómeno no tiene visos de que pueda frenarse a corto y mediano plazo; se ha llegado muy lejos, se les ha dejado llegar muy lejos.
El Estado Islámico ya no necesita de la ayuda económica y militar que recibió inicialmente de las monarquías y grandes hombres de negocios del Golfo –con la venia de EE.UU.–, ni que Turquía les deje pasar libremente como hasta ahora por sus fronteras hacia Siria e Irak.
Con el control de la vida productiva de las grandes ciudades que ocupa, el cobro de impuestos y la explotación de importantes refinerías de petróleo cuyos barriles vende de contrabando, el EI cuenta con recursos para pertrechar y pagar los salarios de sus miles de combatientes, a una media de 1.000 dólares mensuales por cabeza.
EE.UU. y sus aliados intentan seguir sacando partido de ellos poniéndoles límites, marcándoles las “líneas rojas” que no se les permitirá traspasar, pero el EI es como un “Frankestein” de muchas cabezas y armado hasta los dientes, a quien no se le puede dar ya órdenes.
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