Unas semanas antes de las elecciones, Juan del Granado lanzaba la siguiente sentencia al presidente Evo Morales: “Que prepare sus maletas para irse de Palacio”; por su parte, Jorge Tuto Quiroga, reafirmando que ganaría las elecciones, sermoneaba: “La biblia regresará a Palacio”. Sin quedarse atrás, Samuel Doria Medina vaticinaba: “Iremos a una segunda vuelta y ganaremos”. Sin embargo, al final el Movimiento Al Socialismo (MAS) se llevaría la victoria con el 61,4 % de los votos, lo que significa que más de 3 millones de personas habían derrumbado las ilusiones del bloque opositor. A la luz de estos resultados democráticos, se pueden observar tres nuevas características dentro del campo político boliviano.
HORIZONTE. El horizonte de época. Una de las funciones del Estado moderno es la construcción de consensos fundamentales sobre el sentido común, es decir, el orden y el destino del mundo social; esto no solo garantiza la consolidación de una forma estatal sino, ante todo, la cohesión social que sostiene el orden estatal. En su libro Sobre el Estado, Pierre Bourdieu propone la distinción de dos componentes en la construcción de los consentimientos duraderos sobre la organización de la vida social: la integración lógica y la integración moral. La primera hace referencia a los acuerdos inmediatos alcanzados por personas que tienen similares categorías de pensamiento, percepción y construcción de la realidad, mientras que la segunda tiene que ver con la presencia de valores morales compartidos.
Lo que ha sucedido en Bolivia en la última década es la emergencia y consolidación de un tipo de integración lógica y moral de la sociedad, esto es, de una manera casi unánime de entender el mundo y de actuar, caracterizada por el trípode constitucional de: economía plural con eje estatal, reconocimiento de las naciones indígenas con un gobierno de movimientos sociales, y régimen de autonomías territoriales. Se trata de un trípode discursivo con la capacidad de explicar lógica y moralmente el orden aceptable de la sociedad boliviana, y de orientar las acciones colectivas hacia un porvenir con todas las clases sociales. Es, no cabe duda, un horizonte de época que ha desplazado a los tres ejes discursivos que 20 años atrás definieron al neoliberalismo en el imaginario social: la extranjerización de los recursos públicos, la gobernabilidad partidaria y la oenegización de la deuda social.
A diferencia de las elecciones generales de 2009, cuando el bloque de la derecha intentó reflotar la lógica privatista de las materias primas y el orden racializado del poder político, en las elecciones de 2014 esta polarización desapareció. ¡Claro!, si retomaban la jurásica propuesta de la privatización, corrían el riesgo de desaparecer del mapa político. Entonces, lo que hicieron fue adoptar ambiguamente un nuevo discurso. “Respetaremos la nacionalización”, “vamos a mejorarla”, “dialogaremos con las organizaciones sociales”, etcétera, fueron las frases que día a día se repitieron ante un electorado cuyas categorías de percepción y construcción del mundo ya se habían afianzado en torno a la nacionalización de los recursos públicos y al poder de las organizaciones sociales. Al mutar de traje discursivo y adherirse sin convicción a un sentido común popular prevaleciente, la derecha devino en una derecha travesti que buscó por todos los medios ocultar no solo su raíz privatizadora y antipopular, sino sus intenciones más profundas. El desliz de Doria Medina de proponer el 50% para las petroleras o la ingenuidad de Tuto al “fotocopiar” el artículo 3 de la Ley de Capitalización de Gonzalo Sánchez de Lozada para “repartir” acciones, mostraban lo superficial y falaz de la adhesión discursiva de la derecha al espíritu revolucionario de la Constitución.
Con todo, este esfuerzo de camuflaje electoral, imprescindible para cualquier candidatura que quisiera mantener vigencia, confirmaba las cualidades del nuevo horizonte de época dominante. En los hechos, dentro del campo político, las izquierdas, los centros y las derechas están obligadas —por un buen tiempo— a moverse en esos tres parámetros organizadores y orientadores de la acción de la sociedad boliviana. La legitimidad política de cualquier propuesta emerge de su adhesión a ese horizonte de época; esto significa que en la actualidad no es posible imaginar nada al margen de ese techo discursivo. Y justamente por ello, las fuerzas opositoras han incursionado en una guerra perdida. Sin importar la cantidad de propaganda que hicieron, la cantidad de críticas que lanzaron o los asesoramientos extranjeros que contrataron, el campo discursivo legítimo, dominante, no era el de ellos; su adhesión tenía el tufo de impostura; y por si fuera poco, tampoco habían hecho ningún esfuerzo para crear o siquiera comenzar a imaginar un horizonte, una propuesta política distinta y creíble.
Al final, concurrieron a un campo político ya definido. Sus intentos de polarización fueron fallidos porque no es posible polarizar sin un proyecto alternativo (que al final nunca existió). Por eso, la votación de octubre de 2014 se constituye en la primera elección unipolar desde 1997; y esto deja para los siguientes años un campo político unipolar, es decir, uno con una única hegemonía discursiva definida por el MAS/Movimientos Sociales, y una variedad de partidos regionales armando coaliciones circunstanciales para disputar el electorado más frágilmente adherido al núcleo hegemónico.
HEGEMONÍA. Irradiación territorial hegemónica. Si por hegemonía entendemos —en el sentido gramsciano— la capacidad de un bloque social de convertir sus necesidades colectivas en propuestas universales capaces de articular a otros sectores sociales distintos a él, ella no es posible sin que antes se dé la derrota política e ideológica (Lenin) de esos otros grupos o clases sociales convocadas a ser integradas. La hegemonía es pues una combinación de fuerza y seducción, de victoria (Lenin) y convencimiento (Gramsci). Y eso es precisamente lo que aconteció en el país entre 2000 y 2014.
En 2000, con la Guerra del Agua y el bloqueo de caminos de 20 días durante septiembre, el campo político se polarizó en torno a un bloque de partidos neoliberales y la emergencia de los movimientos sociales con capacidad de movilización territorial y discurso alternativo. En 2003, con la Guerra del Gas, quedó consolidada la propuesta universalista del movimiento social: nacionalización del gas, gobierno indígena y asamblea constituyente. Entre 2003 y 2005, el nuevo sentido común se impuso y el discurso privatizador entró en un ocaso. En diciembre de 2005, esta victoria ideológica se transmutó en victoria electoral y la mayoría política plebeya (indígenas, campesinos, vecinos, trabajadores urbanos...) quedó constituida. En 2008 se derrotó militarmente a la derecha golpista (septiembre), y políticamente al neoliberalismo (aprobación del texto constitucional en octubre). Por último, en 2009 el proyecto del retorno neoliberal fue derrotado electoralmente.
En ese sentido, octubre de 2014 no solo es la consolidación estructural de un único proyecto de economía, Estado y sociedad, sino la irradiación social y geográfica de la revolución democrática y cultural. El MAS creció con 201.850 votos respecto a 2009, logrando más de 3 millones de votos; triunfó por primera vez en Pando (antiguo bastión opositor controlado por las formas cacicales de la política) y en Santa Cruz, convirtiéndose en mayoría política e inaugurando una nueva época en una región controlada anteriormente por las fuerzas radicales de la derecha. Es así que nos encontramos frente a la expansión geográfica de la hegemonía y la disolución geopolítica de la llamada “media luna” conservadora.
El triunfo en Pando se explica básicamente por la presencia estatal que ha desplazado el poder hacendal, el impulso de un tipo de economía diversificada de las ciudades, y la distribución de tierras a campesinos y pueblos indígenas, que han quebrado las relaciones de dependencia frente al viejo poder cacical y terrateniente. Precisamente las reiteradas derrotas en el Beni tienen que ver con esta aún ausencia estatal en amplios territorios, la debilidad de los movimientos sociales populares, indígena-campesinos, y el poderío todavía vigente de las viejas estructuras hacendales, patrimoniales y comerciales.
A su vez, la victoria en Santa Cruz está ligada al creciente fortalecimiento de los movimientos sociales urbanos y rurales, a la incorporación de los obreros y trabajadores urbanos de la COB, pero ante todo a la disolución de los prejuicios y mentiras con que las antiguas élites ultrarreaccionarias regionales mantuvieron cautivo a un electorado de clase media cruceña. El estigma de “anticruceñismo”, de “quita casas” y “quita autos” con que la derecha generó distancias con el Proceso de Cambio, hoy se ha disuelto. El MAS ha mostrado no solamente que valora los avances económicos y sociales de la sociedad cruceña, sino que los quiere mejorar y ampliar. El doble aguinaldo democratiza la distribución de la riqueza en las diversas clases asalariadas; la inversión estatal brinda amplias oportunidades de negocios para profesionales y pequeños empresarios; se ha presenciado en la región el relanzamiento de la producción de hidrocarburos, de plantas de procesamiento, de la nueva petroquímica, además de una gran inversión en energía eléctrica y en la futura represa de Rositas; todo esto muestra que el “modelo de desarrollo cruceño” se ha democratizado y engrandecido con otras áreas productivas.
Como resultado final, el Proceso de Cambio ha expandido su base territorial, y con seguridad en las futuras elecciones nacionales se expandirá aún más. La lógica de estabilización electoral del proceso revolucionario nos lleva a pensar que el voto duro tenderá a consolidarse en torno al 60% en los siguientes años. Un porcentaje mayor solo es posible en momentos extraordinarios de polarización social.
GRAVEDAD. El efecto “gravedad fuerte”. Dentro del espacio euclidiano, que normalmente usamos en una hoja de cuaderno, el punto medio entre dos puntos cualesquiera se obtiene uniendo con una línea recta a ambos y hallando la mitad de dicha recta. Algunos analistas políticos aplican esta forma básica y primitiva de comprensión geométrica a la lectura de la sociedad y cuando se refieren al “centro político”. No cabe duda que se trata de una lectura falsa y simplista, pues supone la existencia de “dos puntos”, es decir, de dos propuestas políticas polarizadas, con el mismo “peso” social, por lo que el “centro” político correspondería a aquellos que se ubican en la “mitad” de dichas propuestas. Pero, ¿qué sucede cuando no se tienen dos propuestas políticas polarizadas, sino una sola, mientras que las otras giran como satélites, más a la izquierda o más a la derecha, del centro unipolar? Evidentemente, Euclides aquí no ayuda mucho. Abusando de las analogías, el espacio de Riemann es más útil en este caso. Se trata de un espacio de cuatro dimensiones: ancho, largo, profundidad y tiempo. Einstein lo usó para graficar las curvaturas del espacio-tiempo bajo los efectos de la gravedad. Bajo estos supuestos, el “medio” de dos puntos no es la mitad de la línea recta euclidiana entre ellos, sino la mitad de la línea curva que los une, de manera que si la curvatura del espacio es muy pronunciada cerca de uno de ellos, visualmente la “mitad” estará muchísimo más cerca del punto que se encuentre en el borde de una curvatura del espacio. Esto, debido al efecto de gravedad que curva el espacio-tiempo.
En política, podemos aplicar el concepto de efecto de gravedad fuerte que da la curvatura al espacio político, es decir, el efecto de una propuesta política lo suficientemente fuerte y hegemónica que anula —temporalmente— otras alternativas políticas discursivas convirtiéndolas en variantes satelitales, más a la izquierda o más a la derecha del vórtice gravitacional. En este caso, lo que surgió en 2000 inicialmente como una alternativa de izquierda opuesta a una de derecha, al anular plenamente a esta última, hizo que el campo político se convirtiera de bipolar en unipolar; y entonces la propuesta de la izquierda, por el efecto de la fuerza de gravedad política, devino en “centro”. Pero, ¡ojo!, no es que ella haya cambiado o se haya “derechizado”; al contrario, la fuerza de gravedad de la propuesta de izquierda es tal que al anular la de la derecha (que equilibraba el campo político) hace que el campo político entero, que la sociedad boliviana entera, se “izquierdice” en su totalidad. Es así que todas las propuestas políticas ya no cuestionan ni la nacionalización ni la participación de las organizaciones sociales, y simplemente hablan de ajustes de forma en torno a este único núcleo discursivo.
El que el MAS ocupe el centro político no significa que se hayan abandonado propuestas o principios; al contrario, significa que esos principios y propuestas de izquierda se han convertido en un “sentido común”, en un horizonte de época unánime —con tanta fuerza de atracción, que a los que tenían posiciones de centro o de derechas, no les queda más que cambiar de posición “izquierdizándose”—, y al hacerlo, ha convertido a su vez a la izquierda en el “centro” de gravedad política.
¿Cuánto durará esta cualidad del campo político unipolar con variantes satelitales? Es difícil saberlo. En todo caso, esta traslación del centro político hacia la izquierda será lo que marque los debates políticos y sociales durante toda esta década.
(*) Publicado originalmente en el periódico La Razón
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