viernes, 22 de noviembre de 2013
La reconstrucción después de la bomba Por Diego Schurman
Los interrogantes que se abren con los cambios de Gabinete que impulsó Cristina tras las elecciones.
El doctor Hilda levanta la cabeza y la vuelve a bajar. No puede ser, se dice para adentro. Pero insiste en relojear el enorme ventanal, tan incrédulo como azorado.
Es jueves. Es jueves 6 de agosto de 1945 y un enorme hongo incandescente se forma en cámara lenta delante de sus ojos.
Todo se ve en slow motion, ese recurso televisivo para repetir a velocidad de tortuga el momento culminante de una pelea de box o un partido de fútbol.
Pero el estruendo no tarda en llegar y el médico japonés, que practicaba una curación en las afueras de Hiroshima, se cubre el rostro aterrado.
"Después de la bomba vino lo peor: comencé a ver un humo negro que se expandía, como rodando, un humo que se acercaba con una fuerza inconmensurable y derribaba todo lo que se le ponía enfrente", relata, al recordar esa maldita mañana, en un imperdible documental de la BBC de Londres.
El piloto estadounidense Paul Tibbets, que dejó caer del B-29 Enola Gay la primera bomba atómica, no dimensionó el golpe demoledor de su accionar, cuyos verdaderos efectos comenzaron a percibirse con el correr de los días.
Se puede decir que algo similar le pasó a Sergio Massa tras su intrépida incursión electoral. Sin imaginarlo, el triunfo del intendente de Tigre produjo una implosión en el gobierno que obligó a un cambio radical de agenda.
Inmediatamente después del revés electoral, la Casa Rosada dejó de considerar a la inseguridad como un invento de los medios. El despliegue de gendarmes en el Conurbano, en el marco del llamado operativo Centinela, fue el reconocimiento de un flagelo que durante tanto tiempo se obstinó en llamar "sensación".
El estruendo de la derrota apuró modificaciones en Ganancias y una serie de propuestas antiinflacionarias, pero recién esta semana, al llegar lenta pero decididamente la onda expansiva de la bomba, Cristina Kirchner se vio obligada a cambios más profundos.
La salida de Guillermo Moreno fue el más emblemático y marca todo un cambio de época. La Casa Rosada cuidó las formas, curiosamente una asignatura pendiente del secretario de Comercio: el anuncio oficial fue de una renuncia, no de un despido. Una manera de decir que no querían que se fuera, pero que, dadas las circunstancias, tampoco podían impedirlo.
Moreno, a quien los medios demonizaron e hicieron propietario del adjetivo "polémico" (en muchos casos con el propósito de desviar discusiones de fondo), se irá el 2 de diciembre, silbando bajito, hacia una agregaduría comercial en Italia.
Dejará un enorme vacío, producto de su omnipresencia como transversal del Gabinete, desde donde supo inmiscuirse en temas rutilantes como en otros de menor envergadura. Su temperamento e inflexibilidad, a prueba de corrupción, no podrán eclipsar los dibujos del Indec, que postergaron por años los verdaderos índices de inflación, y otros fracasos en materia de control de precios.
Aquel gesto de degüello que le dedicó a Martín Lousteau fue premonitorio de lo que le sucedería a sus detractores internos, a quien les fue ganando todas y cada una de las batallas. Disfrutaba de esa fama de "poronga" –término al que recurría habitualmente para ostentar poder–, aunque siempre se presentaba como un soldado de la causa.
El final que tanto le pronosticaron durante diez años esta vez le llegó de manera vertiginosa. El video que mostró a Cristina sonriente y de muy buen talante confundió a la tropa oficial. Muchos creyeron ver ahí una señal de estabilidad, un bálsamo. Pero fue una caricia de despedida, como lo fue la "lluvia negra" –cargada de hollín y partículas radiactivas– para miles de japoneses sedientos por la humareda que dejó la bomba.
Tras disfrutar a la presidenta exhibiendo en la pantalla de televisión a Simón, el cachorro bolivariano, y también a un enorme pingüino de peluche, varios integrantes del staff ministerial se fueron enterando de la mala noticia: la salida, urgente, indefectible, de aquellos incansables defensores del modelo consumidos por el uranio electoral.
Juan Manuel Abal Medina, ladero de Néstor Kirchner durante su paso por la Unasur, dejó la Jefatura de Gabinete para convertirse, no sin cierta resistencia, en nuevo embajador en Chile.
Le asistía una buena relación con La Cámpora y, de hecho, pobló la dependencia de militancia juvenil, leal, dispuesta. Sin embargo, Cristina decidió darle mayor peso político al cargo, con un gestor, validado por votos, que pudiera tener proyección nacional.
Se inclinó por Jorge Capitanich. Vio al gobernador de Chaco como una alternativa federal, una red de contención para sus pares. "Coqui" había jurado hace apenas una semana que los próximos dos años lo encontrarían en su provincia, cumpliendo el mandato de las urnas, pero cedió ante una oportunidad irrenunciable de lograr mayor visibilidad y posicionarse para la presidencial de 2015.
Algunos dicen que es una afrenta para Daniel Scioli, aspirante declarado. Sin embargo, el mayor castigo para el gobernador bonaerense fue haberle puesto el cuerpo en la campaña a una lista que no armó, encabezada por un intendente poco conocido, como Martín Insaurralde, quien, para colmo, tras la derrota, como si fuera la segunda bomba –la de Nagasaki– se mostró orondo con Massa, su principal contrincante, sabiendo del peso simbólico de esa instantánea.
Así las cosas, el exterior siempre resultó una salida elegante. Lo será para Moreno y Abal Medina. Y también para el ex ministro de Economía, Hernán Lorenzino, quien partirá al viejo continente a renegociar la deuda como embajador ante la Unión Europea, y para Daniel Filmus, el gran derrotado de la Capital, que irá con sus petates a París, donde fue electo como representante argentino en el Consejo Ejecutivo de la Unesco.
Resta saber el destino de Mercedes Marcó del Pont, quien rechazó un puesto fuera del país. La ex titular del Banco Central –remplazada por el ahora ex presidente del Banco Nación, Juan Carlos Fábrega– se animó a plantear públicamente la necesidad de bajar la inflación y conseguir dólares, algo que hizo mucho ruido interno. Su partida igualmente obedece a razones más estratégicas que a un arrebato de la Casa Rosada.
Otro gran interrogante aún sin responder es la conducción del Ministerio de Salud. Su actual titular, Juan Manzur, es diputado electo por Tucumán. Durante la campaña dijo que no iba a ser candidato testimonial, aunque su habilidad para sacar a la cartera de la tapa de los diarios podría anclarlo en el cargo.
El nombramiento de Abal Medina como embajador en Chile, en remplazo de Ginés González García, había alentado conjeturas sobre un posible regreso del bonaerense al ministerio. Su postura a favor de la despenalización del aborto, en tiempos de Francisco, y la militancia de uno de sus hombres de confianza en las filas de Massa le juegan en contra. En efecto, Lisandro Bonelli, histórica mano derecha de Ginés, fue quien cedió su estancia para la cumbre que el líder del Frente Renovador mantuvo con Carlos Reutemann y la Mesa de Enlace.
La mayor incógnita no está en los nombres sino en las políticas. Axel Kicillof, como flamante ministro de Economía, tendrá en sus manos una tarea difícil: elaborar una salida gradual del cepo cambiario y reconstruir la confianza en un gobierno que llegó a tener altos índices de popularidad y que aún mantiene una base electoral nada despreciable.
La comparación con Hiroshima es un producto de una enorme licencia periodística, caprichosa, exagerada, exageradísima, por supuesto. Pero los funcionarios no deberían desdeñarla si tienen en cuenta que esa ciudad japonesa que logró sobrevivir a una bomba de destrucción masiva hoy se presenta como un pujante polo industrial.
Infonews
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