domingo, 24 de noviembre de 2013
Hannah Arendt y la banalidad de Lilita Carrió Por Ricardo Ragendorfer
Hay un abismo entre el pensamiento de la filósofa judía-alemana y los brotes místicos de la diputada.
La anécdota es mínima. Lilita Carrió comparó por TV al saliente secretario de Comercio, Guillermo Moreno, con el Obersturmbanführer de las SS, Adolf Eichmann, considerado como el arquitecto del Holocausto. Tal concepto hizo que la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) difundiera un comunicado de repudio, acusando a la diputada de "banalizar el genocidio", lo cual, a su vez, generó una respuesta suya –a través de una misiva dirigida al presidente de la entidad, Julio Schlosser– que arranca con un consejo: "Para hablar hay que estudiar más", no sin luego sorprender a la opinión pública al atribuir sus dichos a un texto de la filósofa judía-alemana Hannah Arendt, cuyo aporte al estudio de los totalitarismos del siglo XX ejerce –según Lilita– una "gran influencia" en sus propias ideas.
Arendt cubrió entre abril y junio de 1961 para la revista estadounidense The New Yorker el proceso judicial en Israel contra Eichmann. De ello resultó su ensayo Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal (1963). Así, con esas tres últimas palabras, la antigua discípula de Martín Heidegger denomina una notable característica –pero hasta entonces no pensada– de las matanzas masivas en nombre del Estado y la naturaleza de sus hacedores. El caso en cuestión es al respecto ejemplar: Eichmann no era un monstruo sádico sino un simple burócrata, un individuo con categoría gerencial en un sistema basado en el exterminio, y sin otra motivación que la de no malquistarse con sus jefes. Había, por lo tanto, un vínculo directo entre su mediocridad personal y el calibre de sus crímenes.
Esto, asimilado de manera plana por Lilita, seguramente haya incidido en la presunta similitud que ella se permitió establecer entre Eichmann y Moreno, sin diferenciar el exterminio a escala industrial de millones de personas en la Europa hitleriana con las reglas aplicadas aquí a los supermercadistas. ¿Pero es acaso ese el tema de fondo? Más bien, es digno de observarse en lo que puede derivar la obra de Arendt por medio de alguien como Carrió, cuya cosmovisión ultracatólica –alimentada con niveles metafísicos desaforados y brotes místicos rayanos con el delirio– es su marca registrada. De modo que la misma mujer que se ufana por el trato personalizado que le dispensa el Señor ("A mí, Dios se me apareció dos veces; en ambas, me pidió que fuera presidenta", supo revelar en varias oportunidades ante calificados testigos) es la que también se apropia del pensamiento de Arendt con rango de "experta", al punto de regentear desde 2004 un denominado Instituto de Formación Política Hannah Arendt, con, por ejemplo, una agenda para el mes en curso que incluye un curso teológico sobre la figura de María Magdalena, un taller de autoestima y otro de logoterapia. La propia Carrió suscribe en el sitio web de la entidad la siguiente evocación bibliográfica: "El primer libro de Arendt que llegó a mis manos estaba dedicado al nazismo. Allí comprendí lo que significaba la desaparición forzada de personas. Corrían los años setenta."
Justo por esa época, ella era una joven abogada con una promisoria carrera en la justicia del Chaco. De hecho, en 1979, el mismísimo interventor de aquella provincia, general Antonio Serrano, la nombró por decreto asesora de la Fiscalía del Estado. Tiempo después atribuiría su etapa como funcionaria judicial de la última dictadura a una razón atendible: "Yo necesitaba una obra social." Es que poco antes había sufrido un accidente. "Si no hubiera aceptado esa tarea, hoy no estaría con vida", fueron sus palabras. En 1980 fue designada secretaria de la Procuración del Superior Tribunal de Justicia, un cargo con nivel y jerarquía de juez de Cámara. En tal ocasión tuvo que cumplir con una pequeña formalidad: jurar por las actas del Proceso. Y no le tembló el pulso.
Tres décadas más tarde, ya convertida en un paradigma de los valores democráticos, no dudó en fustigar al gobierno nacional por la orden de detención librada por la justicia misionera contra el coronel retirado Luis Sarmiento. El hecho de que este sea el progenitor de la jueza María José Sarmiento –quien saltó a la fama por suspender el decreto para crear el Fondo del Bicentenario– bastó para que Carrió pusiera el grito en el cielo. "Es una maniobra del oficialismo para intimidar magistrados", fue su lectura al respecto, a pesar de que el anciano militar –conocido entre sus camaradas de armas como "El mago de la picana"– era en realidad investigado nada menos que por 43 privaciones ilegítimas de la libertad agravadas por torturas seguidas de muerte, ocurridas durante su gestión como ministro de gobierno de Misiones, entre 1976 y 1977. Lilita también recurriría a su fineza humanitaria para abordar otro costado del asunto: "Presionar de este modo a la familia; usar a una persona de 85 años muy enferma, es terrible." Y lo dijo sin un ápice de duda; como si el advenimiento de la vejez, acompañada por una leve chochera, pudiese atenuar el carácter criminal de una vida.
Lo cierto es que Lilita es una fuente inagotable de polémicas. Por caso, en su momento logró irritar a los residentes paraguayos en la Argentina cuando sostuvo que "durante el régimen de Alfredo Stroessner la libertad estaba limitada, aunque el dictador no mandó a matar opositores". No menos desafortunadas fueron sus declaraciones acerca de la ley de extracción obligatoria de ADN. "Ello no apunta a proteger los Derechos Humanos, sino que su intención tiene nombre y apellido: los hijos de la señora Ernestina Herrera de Noble; esto es fascismo puro", apuntó la diputada. Por semejante concepto, sería expulsada de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, además de merecer el repudio de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Su postura ante la aprobación del matrimonio de personas del mismo género tampoco tuvo desperdicios. En tal sentido, salió en defensa de la jueza pampeana Marta Covella, quien hizo pública su decisión de no casar a nadie en esas condiciones. Y las palabras de Carrió fueron: "Es saludable que exista la objeción de conciencia, porque no hay que confrontar; por el contrario, debemos hermanarnos."
Ahora, sólo para atenuar su más reciente dislate discursivo, echa mano a la obra de Hannah Arendt, sin suponer que acaba de consumar una hazaña inigualable en el campo de la filosofía política: haber banalizado hasta la banalidad del mal.
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