viernes, 1 de noviembre de 2013

La Patagonia Trágica en perspectiva 1 de noviembre de 2013 | Patagonia RebeldePor USINAS KOLINA

La Patagonia en 1921 fue un escenario de conflictividad social que desbordó al poder nacional. El aparato coercitivo concentrado en manos del Estado Nacional resolvería el problema articulando funciones con la clase estanciera latifundista y reprimiendo a la clase obrera organizada que había iniciado una huelga exigiendo mejores condiciones de trabajo. Este 1 de noviembre se cumplen 93 años de la declaración de huelga de los trabajadores patagónicos y el comienzo del conflicto. La Patagonia de principios de siglos XX era un territorio con poca densidad demográfica, con un clima hostil y que acarreaba muchas dificultades para el establecimiento de la población. Quienes habitaban esas tierras pueden clasificarse, a grandes rasgos, en dos clases sociales. La primera era una “peonada” que necesitaba ofrecer su fuerza de trabajo para subsistir, y por otro lado un grupo de latifundistas y comerciantes que se beneficiaron con la explotación de los recursos de aquellas tierras. Bayer así los describe “(…) es decir, por un lado, aquellos que han nacido para obedecer y, por el otro, los que se han hecho ricos porque son fuertes por naturaleza. Y allá, fuerte quiere decir casi siempre inescrupuloso. Pero es que tiene que ser así: la Patagonia es tierra para hombres fuertes (…). ¡Guay de los que quieran quitarle lo que es suyo, lo que conquistaron luchando contra la naturaleza, la distancia, la soledad”. En este contexto es donde van a tener lugar las huelgas patagónicas que se iniciaron en 1920 bajo la primera presidencia de Yrigoyen. Estamos hablando de un territorio administrado por un régimen latifundista que no promovió cambios estructurales y continuó atado a la receta que mayores beneficios les suministró: condenar a la Patagonia a una explotación primitiva sin planificar cambios respetando los privilegios que tenían los que detentaban los medios de producción. Es así que los diferentes gremios comenzaron a solidarizarse entre ellos y a unir la lucha que se estaba librando en contra de la patronal. Los trabajadores, agrupados en la Federación Obrera y organizados en asambleas, definían los pasos a seguir en la lucha. Las huelgas en la Patagonia habían puesto de manifiesto a los patrones que la lucha obrera organizada hacía peligrar el régimen de explotación con el que se habían venido conduciendo; se acababan los tiempos “donde unos mandaban y los otros solamente obedecían”. La peonada comprendió que para que la lucha prospere y se alcancen los objetivos de la misma, debían actuar en forma aunada. Esto mismo comprendió también la clase terrateniente. Para defenderse del peligro que significaba la unidad obrera, los patrones debían actuar en forma conjunta y además solicitar ayuda al gobierno nacional quien acudió al llamado y trasladó al ejército para finalizar con el conflicto. Luego de una primera incursión del ejército donde pareció acercar a las partes, los patrones rompieron los acuerdos y las huelgas volvieron a decir presente. El ejército, a cargo del Teniente Coronel Varela, volvía a trasladarse a la Patagonia pero con una metodología diferente a la anterior. Se reunió con la patronal, escuchó sus reclamos y actuaron en consecuencia en forma conjunta con un mismo plan de lucha. El plan estuvo ideado por la clase terrateniente y su brazo ejecutor al mando del ejército nacional con Varela a la cabeza. El resultado fue el fusilamiento de miles de trabajadores. El primer gobierno democrático elegido por voluntad popular, con la ya sancionada Ley Sáenz Peña, fue el responsable de aquellas muertes. Para los movimientos de resistencia, el anarquismo sobre todo, significó un golpe al corazón. A Varela le esperaba en su horizonte lo que los anarquistas llaman “la venganza proletaria”. Le esperaba la muerte en manos del alemán Wilckens en un atentado.

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