viernes, 22 de noviembre de 2013

Flor de la V y su identidad Por Julia Mengolini

“Cuesta mucho ser auténtica, y en estas cosas no hay que ser rácana porque una es más auténtica cuanto más se parece a lo que soñó de sí misma”, concluye su monólogo la travesti Agrado, en la película “Todo sobre mi madre” luego de contar lo que había invertido en tetas, nariz, rasgado de ojos, depilación definitiva, limadura de mandíbula, etc. Flor de la V, como Agrado, trabaja diariamente en parecerse cada día más a aquello que soñó de sí misma. Yo también lo hago, todos lo hacemos, aunque a algunos se les presentan algunos escollos de más en la vida. Si llegaste a este mundo -ordenado en un sistema binario que divide a las personas en dos: mujeres y varones- sintiéndote mujer y naciste con pito vaya escollo que tenés. La familia (célula de la sociedad) es el primer distrito que trata de ordenarte. Después viene lo más difícil: el resto del mundo. En el fondo, la respuesta difícil al “¿quiénes somos?” es obvio decirlo pero está dentro de cada uno. Y la respuesta a esa pregunta es un derecho. Un derecho humano. Pensemos en “un hombre que se siente mujer”. Imaginate el rechazo que va a generar en la escuela cuando vaya a la fila de las nenas, imaginate conseguir trabajo o que te atiendan bien en el hospital. La comunidad travesti, transexual y transgénero ha sido desde siempre la minoría más marginada y rechazada de nuestra sociedad, invisibilizada, perseguida y reprimida. Por eso no han tenido más alternativa para la subsistencia que la prostitución y el compañerismo. Destino de puta, de peluquera a lo sumo. Sacarlas de la luz, pero ponerlas en las calles oscuras donde algunos de esos mismos que se mofan y rechazan van ahí a consumar sus complejos. Esa necesidad de subsistir las llevó a organizar una lucha que va en dirección al acceso pleno del ejercicio de la ciudadanía. En la última década se ha avanzado muchísimo en el reconocimiento de los derechos de este colectivo –seguramente gracias a un contexto político- pero sobre todo por ellas mismas. En definitiva lo que hubo fue un movimiento lógico, de estricta corrección política: el Estado – que somos todos- se hizo cargo de las minorías. De minorías organizadas. De minorías que encarnan una historia colectiva y de lucha. El último gran avance fue la sanción de la Ley de Identidad de Género, que da derecho a toda persona al reconocimiento y libre desarrollo de su identidad de género y a ser tratada y reconocida en su documento de acuerdo a esa identidad. Y esa identidad es definida de acuerdo a “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente”. Todo indica que si Florencia Trinidad se siente mujer, las leyes le dan derecho a que se defina como tal, a que la tratemos como tal y a que su documento diga lo mismo. Eso haremos. Ahora bien, hay otra posibilidad, más molesta y disruptiva, que sería que Flor se reconociera como travesti, se reconociera y enorgulleciera de ese colectivo como lo hacen la mayor parte de ese colectivo. Esa concepción rompe con el orden establecido de modo revolucionario al quebrar el criterio binario de nuestro sistema patriarcal capitalista que no acepta otra cosa que varones o mujeres. Tal es así, que muchas opiniones con las mejores intenciones progresistas, entendieron que llamarla travesti a Flor de la V era discriminarla y se quedaron en la situación cómoda de insistir con que si ella se considera mujer, es mujer. Alguna vez, Lohana Berkins, uno de los cuadros políticos más importantes que haya dado el colectivo LGBTIQ, me dijo “yo no voy a vivir la ficción de que soy una mujer, soy 100 por ciento furia travesti”. En mi opinión, la insistencia en que Flor de la V es mujer, refuerza ese sistema binario y conservador y aporta la invisibilización del colectivo travesti, cuestión que repercute negativamente a la hora de diseñar políticas públicas para la ampliación de sus derechos. Durante la discusión parlamentaria previa a la sanción de la Ley de Indentidad de género, se discutió la posibilidad de un tercer casillero que no fuera ni “mujer” ni “varón” e incluso se propuso que no hubiera casillero alguno. Así es en la legislación sudafricana, donde el casillero del género lo completa uno mismo. Pero estas posturas eran demasiado avanzadas y la negociación parlamentaria estableció que la discusión se dejara para más adelante. Flor de la V pertenece al mundo del espectáculo y a una clase social privilegiada a la que no pertenecen la mayoría de las travestis y no tiene por qué cargar con las miserias y luchas de ese colectivo. Pero siendo que demuestra una gran sensibilidad y coraje, siendo que accedió a ese espacio de privilegio en el que su palabra tiene enorme repercusión en la opinión pública, podemos, por qué no, soñar y pedir un poco más de compromiso con ese colectivo del que quiera o no, es parte. Diario Registrado

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