lunes, 8 de abril de 2013

RECITALES SOLIDARIOS

CON FITO PAEZ EN EL CIERRE Planetario para todos los gustos Por Sergio Sánchez “¡Gracias por venir!”, gritó Fito Páez parafraseando la letra de una de sus canciones. En medio del escenario, con los brazos abiertos y mirando a la multitud, el músico rosarino cerró el festival solidario que se realizó ayer en el Planetario de Buenos Aires para recaudar donaciones para los afectados por el temporal. “Este recital sirve para demostrar que el mundo funciona”, dijo el músico antes de despedirse. Bajo la consigna “No están solos”, miles de personas se dieron cita en los bosques de Palermo para disfrutar de los artistas que pasaron por el escenario desde las dos de la tarde: Banda de Turistas, La Franela, Deborah Del Corral, Bersuit, Catupecu Machu, Tan Biónica, Divididos y Páez. Aunque con una fuerte presencia de adolescentes y jóvenes, el encuentro también reunió a familias enteras con ganas de sumar su granito de arena. Hasta el sol se portó y regaló un día increíble para estar al aire libre. En ese clima de solidaridad, más de quince camiones repletos de alimentos, ropa y productos de higiene partieron hacia La Plata y diferentes puntos afectados de Buenos Aires. Sin distinciones políticas, todos los grupos que tocaron dieron un mensaje de agradecimiento a las personas que se acercaron a colaborar y expresaron su conmoción por las víctimas. Pero no sólo hubo músicos, sino que también se sumaron los artistas plásticos Milo Lockett y Liniers y el actor Boy Olmi. Bajo la organización de Red Solidaria y Mundo Invisible, el encuentro dio muestras de la amplitud de subgéneros que conviven dentro de ese fenómeno llamado rock. Desde el pop teen de Tan Biónica hasta el rock furioso y barrial de Divididos, pasando por el rock skater de Masacre, el mestizaje de Bersuit y la trova de Páez. Todo eso convivió en armonía ayer. De todos modos, el rock comenzó a entender hace algunos años que la futbolización y la rivalidad entre tribus no era saludable para la música. El post Cromañón sirvió, al menos, para recomponer el campo musical. Y ese clima de buena convivencia, respeto y solidaridad también se trasladó al público. “No nos olvidemos que las inundaciones y los tsunamis suceden porque los humanos hacemos mierda al planeta. Empecemos a cuidar”, recomendó desde le escenario Wallas, líder de Massacre, antes de entonar “Plan B: Anhelo de satisfacción” y “La octava maravilla”. Luego evocó a Spinetta con una versión explosiva de “Ana no duerme”, de Almendra, y desató el primer aplauso fervoroso de la jornada. Mientras tanto, un grupo de personas organizaba un pasamanos para llenar el noveno camión con donaciones. Catupecu Machu fue la próxima banda en subir al escenario y tuvo un único fin: extasiar al público. A base de guitarras desenfrenadas, el power trío hizo temblar el Planetario con clásicos como “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”, la pegadiza “Magia veneno” (con Lolo Fuentes de Miranda como invitado) y “Dale!”. En la misma sintonía, el rock aplanador de Divididos salió a la cancha para regalar, también, lo mejor de su repetorio. No era un evento propicio para riesgos musicales ni para presentar nuevas composiciones. Había que “tocar para la hinchada”, como se suele decir. Y estuvo bien que así fuera. De la mano de la dupla Mollo-Arnedo y el respaldo de Catriel Ciavarella en batería, Divididos empezó con canciones de Amapola del ’66, su último disco, y luego sonarn “El 38”, “Paraguay” y “Ala Delta”. “Estuve viendo los camiones y es impresionante todo lo que trajeron. Gracias por acompañar en este momento”, agradeció Mollo a la multitud. Y todos devolvieron el gesto con un aplauso interminable. Sin duda, se trató del set más corto, pero había que dejar lugar al resto de los artistas. Y a las siete todo tenía que terminar. Entonces sí, llegó el turno de los ascendentes Tan Biónica, quienes fueron recibidos con gran entusiasmo por la platea femenina. Sorprendía ver la cantidad de remeras y mochilas con el nombre de la banda. Sin dudas, las más festejadas fueron el hit “Loca” y “Obsesionarios”. Aunque sin demasiada profundidad compositiva, sus canciones suenan frescas. Después llegó el turno de Fito, el encargado de coronar la jornada. Cuando suenan sus canciones uno se pregunta si armó un set pensado para este tipo de festivales o realmente su repertorio es verdaderamente popular. Su música trasciende generaciones y llega a oídos de jóvenes y adultos. Al parecer, todos parecían conocer o haber escuchado alguna vez “Al lado del camino”, “Recuerdos que no voy a olvidar”, “Y dale alegría a mi corazón”, “Tema de Piluso”, “11 y 6”, “El amor después del amor” o “Mariposa technicolor”. MILES DE PERSONAS EN AVELLANEDA Y EL PLANETARIO, EN SOLIDARIDAD CON LOS INUNDADOS Una multitud que pensó en el otro Convocados por las presencias de León Gieco en Avellaneda y Fito Páez en Palermo, miles de personas acudieron con ropa, alimentos, camas, colchones o medicamentos para entregar a los 350 mil damnificados. Por Horacio Cecchi Mientras León Gieco cantaba, del otro lado de la avenida Mitre, contra la sede Avellaneda de la UTN, que daba la cara al escenario, y apretujado en el único sendero que se abría entre la pared de la universidad y el público, avanzaba con visible dificultad un colchón, desteñido pero al ritmo de la música. El colchón era la imagen visible de infinidad de bolsas de lo-que-se-le-ocurra que terminaban en cajas de cartón o bolsas de consorcio que una vez completas pasaban a ocupar su lugar dentro de cualquiera de los inmensos camiones que esperaban partir a su destino solidario. Así, dicho sin comas porque el movimiento no paraba, juro que no paraba. Y así como en Avellaneda, el Planetario fue otro punto de encuentro de miles y miles de donantes solidarios de lo-que-se-le-ocurra, con otras estrellas en el escenario, tan donantes y solidarias como aquéllas. Si León Gieco, Claudio Gabis y una buena cantidad de los históricos del rock donaron su convocatoria en la plaza central de Avellaneda, en el Planetario ocurrió lo mismo con Fito Páez, Divididos, Catupecu y más. La imagen que surgía de ambas convocatorias, sin distinción de horarios ni de estilos, fue la de miles y miles de hormigas, con movimientos acelerados, alimentadas de adrenalina, cargada cada una con sus dones y productos, viejos, nuevos, rotos o enteros, a medias o tercios, intentando seguir una fila para desempacar ese bulto que en el otro extremo de la línea, es decir, hoy, lunes, alguien recibirá después de perder todo lo que tenía, fuera poco o mucho. Algunos llevaban lo-que-se-le-ocurra porque habían sufrido alguna vez algo semejante o peor y no podían consigo mismos; otros, porque nunca les había pasado, o por caridad, por pura culpa de tener, o por pura culpa de no tener pero estar vivos, por amor al prójimo, o por beneficencia, porque hay que hacerlo, o porque cómo no voy a hacerlo. O por lo-que-se-le-ocurra. Capaz que cada uno tenía una razón personalísima y diferente. Pero en conjunto, créamelo, era un hormiguero alimentado de adrenalina. “¿Esto dónde va?”, preguntó Rosa Argentina Lucero, que aclaró que nació un 25 de mayo. La scout, con corbata azul y verde, abrió la bolsa de supermercado usada en la que Rosa traía su pregunta, buscó en el horizonte ocupado de infinidad de hormigas moviéndose aquí y allá, bolsas, y montículos y música de fondo, y apuntó con el índice: “Objetos, allá”. Juro que no se sorprendió, ni en los ojos se delató algo de sorpresa aunque de la bolsa de súper asomaba una extrañísima donación, un cucharón sopero de peltre, viejo, enmohecido. “Hay que limpiarlo un poquito, pero esta gente perdió todo”, explicó Rosa a este cronista, después de enumerar que ya había entregado camperas en La Boca, tapitas de plástico en el Garrahan, Canal 7 y ahora el cucharón de peltre al Planetario. Y no parecía entregar el cucharón porque no lo necesitara, más bien parecía que lo necesitaba, y que lo necesitaba en su afecto (como cualquiera guarda lo que quiere, que suele ser inútil en lo práctico aunque lo más práctico sea el afecto) y lograba darle a ese cucharón el objetivo que le había dado ella, pero en otro. Así como Rosa Argentina había muchos, pero muchos en serio, igual en Avellaneda que en el Planetario. No se puede decir que no hubiera quien dejaba algo bien visible porque queda bien donar. Pero fueron los menos. ¿Cómo saberlo? En el aplauso enorme y vibrante que despedía cada vez que uno de esos camiones gigantescos de casi 20 metros de largo salían repletos de lo-que-se-le-ocurra. De esos aplausos subía como vapor la mentada adrenalina, hacía vibrar el aire como el calor hace vibrar el aire de fondo en el desierto. Y eso no lo puede hacer nadie que participe por imagen, por más que aplauda. No tiene adrenalina para aplaudir. “¡Comida! ¡comida!”, gritaba el muchacho, sin corbata de ningún color. No ofrecía comida sino que la pedía y no para sí, sino para una multitud de cajas de cartón que se abrían para recibir comida. Extrañas posibilidades que da el lenguaje y el contexto. Entender se entendía. Una fila de gente cargando bolsas de comida, changuitos, al hombro, o de la mano, esperaban ser recibidos para que les reciban. Más allá, la pila de juguetes. Otros, medicamentos y pañales, trapos, artículos de limpieza. El más impresionante era el montículo de colchones. En su momento, abrieron la puerta trasera del acoplado del camión y dos, tres, cinco, quizá más, algunos scouts con corbatas de colores (este cronista fracasó en su intento por diferenciar colores y jerarquías) subieron trastabillando y con ayuda, o de un salto, o como fuera y permitiera la osamenta, y se organizó automáticamente –no es chiste– en forma casi espontánea una doble hilera desde el montículo de colchones, y elevando las manos como en las publicidades con montañas rusas, pero con algo más de relleno de sentido, entraron a pasarse los colchones sin distinción de marcas, de elásticos, de espuma de alta densidad, o finitos, de lana, pesados o livianos. Y los colchones pasaban saltando, con una velocidad pasmosa. No confundir, claro, este paso acelerado de colchones en el Planetario con el andar apretadísimo del colchón en Avellaneda. Es que era uno de los últimos cuando ya todos los presentes habían dado todo de sí y ahora escuchaban a los artistas hacer lo suyo. No es cierto, la pila de los colchones no era la más impresionante. Otras, si no todas, impresionaban. Estaba la de las camas, al ladito de los colchones. Pilas de camas, mayormente, elásticos de madera, amontonados uno al lado del otro, o encimados. En la pila de las bolsas de ropa, un joven scout de corbata de algún color y barba pelirroja trataba de hacer equilibrio arriba de todo, mientras gritaba que acomodaran acá o allá y señalaba con el dedo “¡cuidado! ¡ahí no, no no no. Del otro lado, que no se venga en banda!”. En otro sector, el grupo de armadores de cajas de cosas raras, que no se podían ordenar como medicamentos, ni camas, ni colchones, ni ropa, ni mucho menos alimentos, cosas raras como el cucharón de peltre, no me diga, el grupo de armadores metía mano armando los cartones, llenando y cerrándolos para despacharlos a la doble fila que se hacía el passing hacia el camión. ¿Quiénes eran las y los que armaban esos cajones además de los scouts de corbatas de colores? “No, yo no soy de nadie, vine porque quería ayudar y vine, pregunté cómo podía ayudar y me dijeron ayudame a cerrar estas cajas y acá estoy”, dijo Abi, en el Planetario. Como Abi, debía haber un número indescifrable y que nadie podía constatar seriamente de colaboradores voluntarios arrastrados por razones infinitas a ser eso, colaboradores, también una forma de donación, porque la entrega la hacía el cuerpo. Había que estar ahí, bajo el sol que todos, igual, bendijeron. En Avellaneda, todo se desarrollaba sobre la avenida Mitre, frente a la plaza principal, la plaza Alsina. El escenario se instaló frente a la Tecnológica, sobre la plaza. A izquierda y derecha del escenario, los inmensos Scania aguardaban bolsas y bolsas y bolsas, colchones, camas, alimentos, y permanecerían allí para partir hoy hacia La Plata. En uno de los extremos, militantes de Unidos y Organizados, en el otro militantes de la Municipalidad que, además, festejaba su 161º aniversario, ordenaban, seleccionaban, rotulaban, cerraban cajas. La lógica era la misma que en el Planetario: cargar camiones para despachar. “Estamos así desde el miércoles”, dijo Ro, de UyO, mientras seleccionaba donaciones por ítem, distribuía tareas, subía bolsas y todo lo que todos los demás también hacían. De las cifras, que siempre hablan, desde el Planetario, Juan Carr, de la Red Solidaria, anunció que frente a la Catedral y ayer desde el Planetario, habían enviado desde el miércoles 210 camiones. Que ayer lograron ocupar unos 15. Que durante estos días fueron donados 4,5 millones de litros entre agua y lavandina, 20 mil colchones y 50 mil frazadas. Desde Avellaneda, el conteo no era insidioso en las cifras. Pero se sabía que habían rellenado casi 10 camiones en el día. En realidad, no importaba si se trataba de Unidos y Organizados, o si los de la pechera solidaria de Jorge Ferraresi, intendente Avellaneda, si los scouts, o las pecheras amarillas del PRO, si la gente que acudió al sur a dar todo lo que podía, o si la gente que acudió al Palermo a dar todo lo que podía. En realidad, ninguno de los 350 mil damnificados discriminará, no porque a caballo regalado no se le miran los dientes, porque la situación no está para eso. Más bien, porque donde hay hambre no hay pan duro. Y está claro que entre los envíos nadie donó alimentos o medicamentos vencidos sino muchas veces de buenas marcas y de primera línea. Sólo que tal vez, el acordarse del otro y sus necesidades haga de ropa vieja o de un colchón en desuso un lugar para dormir seco y algo de abrigo. Todas y todos eran hormigas con adrenalina. horaciolqt@yahoo.com.ar ENTREVISTA A LEON GIECO ANTES DEL RECITAL “Hay que hacer algo” “Tengo conciencia de cómo sufre la gente. Ver por televisión lo que le pasa te da mucha impotencia”, señala el músico. Cuando era chico sufrió dos grandes inundaciones en su pueblo. Por Facundo Gari Detrás del escenario que da a la calle Mitre van y vienen artistas, técnicos, funcionarios y curiosos, muchos a la espera de obtener declaraciones de León Gieco. La urgencia es el signo imperante en la antesala de estos eventos: hay que seguir el cronograma, los organizadores uno y los cronistas otro, el de los “cierres” de sus medios. La pausa necesaria para la reflexión la mete el propio cantautor santafesino, que esquiva a la concurrencia del espacio cercado para la producción del festival sobre la plaza Alsina e invita a Página/12 a tomar asiento por unos minutos en su combi. –¿Qué reflexiones le provocó lo ocurrido en el marco del último temporal en la Ciudad de Buenos Aires y en La Plata? –La tragedia es producto de cuestiones climáticas y de fallas políticas. Los músicos siempre estamos dispuestos para cualquier evento de esta clase. No bien asumió Néstor Kirchner, tocamos con Fito en Plaza de Mayo por los inundados de Santa Fe. Desde el balcón de Perón, un montón de chicos inundados miraron el concierto. Ya lo habíamos hecho en Obras, para juntar agua y leche. Tengo responsabilidad con las canciones y con la participación. Una cosa completa la otra. Hago canción social, me moviliza lo que vive la gente. Cada persona que conozco es una pequeña película que se convierte en canción. Pero eso no me alcanza. –Usted es de Cañada Rosquín, un pueblo de Santa Fe. ¿Alguna vez sufrió inundaciones? –Dos muy grandes. Soy de una familia campesina muy pobre y el agua entró un metro dentro de la casa y nos calcinó todo. Tengo conciencia de cómo sufre la gente. Ver por televisión lo que le pasa te da mucha impotencia. Hay que hacer algo. Me dan ganas de salir y estar con ellos, pero a veces es difícil encontrarlos o raro, porque uno es conocido. Me encantó cuando Sean Penn estuvo en las inundaciones de su país. Me coparía trabajar con los bomberos, además de componer mis canciones. Poner el cuerpo y ayudar a la gente. Sucede que estas cosas te agarran de sorpresa y no sabés adónde ir: este concierto estaba armado para antes de lo que pasó. Iba a ser de Claudio Gabis y el resto estábamos convocados. Pero debido a la inundación tuvimos una reunión con el intendente y le dije: “¿Por qué no hacemos un trabajo solidario para los inundados?”. –En estos días la televisión destacó la solidaridad de los argentinos... –Hay mucha. Llevé agua y leche a una fundación en la calle Carranza. Era increíble la cantidad de camiones que había con mercadería. La gente es solidaria. Pero es raro: lo es en este aspecto y después te tira una botella por la cabeza por el auto. El argentino es medio histérico. Me llamó la atención escuchar a la Presidenta pidiendo que las cosas lleguen, porque también tenemos experiencias desde la época de los militares. En el ’82, cuando hicimos el concierto para Malvinas, aparecieron cajas de chocolates con cartas a los soldados vendiéndose en los quioscos de Rosario. Tenemos que ser un poco psicólogos para entendernos. Hay quienes se desesperan por ser solidarios, hay otros que lo hacen siempre, hay otros que roban las donaciones. –Sus recitales suelen ser muy emotivos. ¿A usted qué canción lo sensibiliza más en este momento? –“El desembarco”, porque he visto crecer la lucha de las Madres. Fui uno de los primeros artistas en mencionarlas en el ’80. Recuerdo la reacción de la gente cuando les dedicaba a las Madres “Sólo le pido a Dios”. El público no sabía dónde meterse. En ese momento eran “las viejas locas”. Ya en el ‘85, la gente se paraba a aplaudirlas. Esa lucha es increíble. “El desembarco” es del último disco y está dedicado a ellas, a su resiliencia. Habla de transformar lo negativo en positivo, como lo hacen las Madres, las Abuelas y los padres de Conduciendo a Conciencia. Y hace referencia a cosas que todavía tenemos que conseguir: ya es normal ver chicos buscando comida en la basura. Mientras pase eso todo es hipócrita. Las inundaciones también nos hablan de la postergación, que acá siempre hubo, como con las corrientes indigenistas. Las zonas más postergadas están jodidas por la tormenta, pero ya lo estaban por la ropa, la comida y la luz. TESTIMONIO DE ARTISTAS QUE TOCARON EN AVELLANEDA Entre la bronca y la esperanza - Claudio Gabis: “La Zona Sur era un bastión de Manal. Tocábamos mucho en Avellaneda, nunca en una circunstancia oficial sino en bailes y shows. Esto es un homenaje de Manal –el gran ausente es Javier Martínez– y mío a Avellaneda, y de Avellaneda a nosotros. Es un hecho emblemático. ‘Avellaneda Blues’ surgió de mi amor por los trenes, las fábricas, las zonas industriales y el Riachuelo. Tenía ocho años y en lugar de querer ir a Palermo, quería ir a pasear a Avellaneda. Vivo en España, vengo a tocar y a dar clases. El temporal fue un espanto. Espero que esto conduzca a reflexiones y obras. Varios de los músicos que tocaron hoy tuvieron inundaciones en sus casas, y muchos vieron afectados sus instrumentos, como el bandoneonista”. - Rodolfo García: “Las consecuencias del temporal eran insospechadas. En mi barrio, Villa Ortúzar, no fue tan grave. Nunca pasó por mi cabeza que las consecuencias serían tan tremendas. Hay que tomar conciencia de que hay que hacer obras para que esto no ocurra nunca más. En la Ciudad de Buenos Aires se han postergado obras y no se ejecutaron presupuestos previstos. Lo que pasó fue menos importante que en la provincia, pero de todas maneras se han perdido vidas, además de materiales. Soy enemigo de juzgar hechos como éstos por la cantidad de muertos: así hubieran muerto dos es grave. No es un accidente en el que alguien tocó un cable indebido”. - Claudia Puyó: “Mis viejos se comieron un garrón. Viven en Liniers en un octavo piso y no podían bajar ni subir, se cortó la luz, no tenían agua, nada. Tuvieron que ir a un hotel. Entre mi hermana y yo pudimos llevarlos a un hotel un par de días. Son personas grandes, así que verlos subir ocho pisos con 83 años me partió el corazón. ¿Solidarios los argentinos? Las pelotas. Son los seres más contradictorios de la Tierra. Pasan de amarte a odiarte en un segundo, de ayudarte a hundirte... o sea, uno está lleno de buenas intenciones, pero no son suficientes. La revolución del ser humano es darse cuenta de que somos todas esas cosas. Lo bueno es que no sólo criticamos y le damos con un ñoca a todo. Cuando se viene la noche, salta la monada y ayuda”. Producción: M. D. Y. y F. G. LEON GIECO, DE “TELONERO” El rock hizo historia en Avellaneda Por María Daniela Yaccar “Muchos se oponen a todo. Quieren la ruina del país. Están en la prensa, en Internet, en todos lados. Apareció una cosa en la web que decía: ‘¿Dónde mierda están Fito Páez y León Gieco ahora, con las inundaciones?’ Estoy acá, pelotudo. Y Páez está tocando en Capital”, manifestó un encendido Gieco a una multitud que lo aplaudía en Avellaneda. Ayer, en plaza Alsina –ubicada en Mitre y Alsina– siete mil vecinos se unieron en dos sentimientos: la solidaridad y el rock. Grandes referentes nacionales del género, como Claudio Gabis, Alejandro Medina, Rodolfo García, Ciro Fogliatta y Claudia Puyó compartieron escenario. Y el público aportó donaciones para los damnificados por las inundaciones, que llenaron cinco camiones de dieciocho toneladas. Los camiones partirán hoy hacia La Plata. En un principio, este recital había sido pensado por autoridades del municipio como una conmemoración de los 161 años de Avellaneda. Ese motivo siguió vigente. “Pero reconvertimos el espectáculo”, dijo a Página/12 Jorge Ferraresi, intendente del partido. “La participación y la solidaridad del pueblo de Avellaneda fueron extraordinarias”, remarcó. Desde las 10, los vecinos habían comenzado a acercarse con bolsas para colaborar. Cerca de las 19, hora en que comenzó el espectáculo, se veían personas en la estación que descendían de los trenes y se dirigían al lugar con ropa y alimentos, entre otras cosas. “Las muertes son lo que más duele. La gente que teniendo tanta riqueza odia a la gente pobre no vive en paz. En cambio, mirá con lo que nosotros nos ponemos contentos: con ayudar. Es el pueblo el que está acá.” Cristina, de Berazategui, tenía razón: el público estaba compuesto por vecinos a los que seguramente no les sobraba nada. Había familias, sobre todo. El mate pasaba de mano en mano. Había, también, muchos niños. Ese siempre es un dato afortunado: ellos están creciendo distinto a generaciones anteriores. Quizá recuerden, ya de grandes, que en su infancia escucharon cantar a un señor llamado León Gieco, en una avenida Mitre poblada de sillas de plástico blancas. En el público había mucha ansiedad. Cuando a las 18.30 los músicos probaban sonido, los espectadores aplaudían y chiflaban para que el show comenzara. “¡Esa es la guitarra de León!”, exclamó un joven, cuando el instrumento apareció en el escenario. Si bien era el rostro más conocido de la jornada, el santafesino tocó primero, él solo. “Soy el telonero, el que va a abrir el show para ustedes”, anunció al enfrentarse con su público. Hubo muchos “olé León”, “maestro” e “ídolo”. Y aplausos de pie. Gieco intercaló clásicos –como “Cinco siglos igual”, “El país de la libertad”, “El fantasma de Canterville”, “Carito” y “La memoria”– con palabras de alto contenido social y político. Criticó a los opositores: “Hay un problema, son unos atorrantes. Pero la gente les cree a los forros que inventan titulares todo el tiempo. Si la Argentina tiene un techo, lo ponen estos atorrantes”. En uno de los momentos más emotivos de su presentación dedicó “El desembarco”, un tema de su último disco, a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Contó que había escrito ese tema inspirado en el día en que las Madres entraron a la ex Esma, tras un discurso de Néstor Kirchner. Y remarcó que el país es hoy un ejemplo al mundo, por “su lucha en torno de los derechos humanos”. Luego de que, a pedido del trovador, los espectadores se fundieran en un canto colectivo con “La cigarra”, Gieco abrió el paso a los otros músicos. La presencia del guitarrista Claudio Gabis y el bajista Alejandro Medina, ambos ex Manal, era significativa: estaban tocando en el municipio al que le dedicaron una famosa canción, “Avellaneda blues”, que sonaría al final con la voz de la apasionada melenuda Claudia Puyó. Muchos de los que tocaron son tanques del rock nacional: Ciro Fogliatta (Los Gatos) y Kubero Díaz (La Cofradía de la Flor Solar y otras), por ejemplo. También participaron Fran Banfield, Gustavo Giannini, Leo Sujatovich, Jorge Senno, Ricardo Tapia y Juan Tordó. El público movió las cabezas al escuchar temas de Gabis, como “Blues del corazón destrozado”, “Bajando a Buenos Aires”, “Esto se acaba aquí” o “Blues del terror azul”. La voz principal iba rotando. Los cantantes modificaban las letras para la ocasión, refiriéndose a la solidaridad de los vecinos. Para el final se sumó la Sinfónica Municipal. 08/04/12 Página|12 GB

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