domingo, 7 de abril de 2013
EL EQUIPO DE ANTROPOLOGIA FORENSE.
Para decir adiós y lograr justicia
Por Graciela Inés Pérez
sociedad@miradasalsur.com
En el laboratorio. Se trata de establecer la identidad de las víctimas./ Duelo postergado. La aparición de los restos permite comenzar a cerrarlo.
El trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense ayuda a los familiares de los desaparecidos en su duelo y aporta pruebas para condenar a los culpables.
Los honores fúnebres resultaban de enorme importancia para los griegos, pues el alma de un cuerpo que no era enterrado quedaba condenada a vagar por la Tierra eternamente. Por tal razón, Antígona decidió enfrentar a Creonte, que encarnaba el poder, para buscar a su hermano y sepultarlo de acuerdo con los ritos correspondientes.
La tragedia de Sófocles manifiesta la rebeldía frente al poder, cuestiona el autoritarismo y la arbitrariedad, y habla de la necesidad humana de elaborar el duelo. También habla de lo que pasó en la Argentina del terrorismo de Estado, cuando los familiares de los desaparecidos reclamaban para conocer el destino de sus seres queridos. Y habla de lo que sucede hoy, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que contribuyó a recuperar e identificar restos, lleva a algunas familias al final de su búsqueda, al presentarles los huesos de sus seres queridos.
La figura del desaparecido –“ni muerto, ni vivo”, según el genocida Jorge Rafael Videla– mostraba la violencia y la perversidad del régimen. Al igual que en Antígona, la tragedia se repetía en las vidas de quienes habían sufrido el secuestro de un ser querido: miles de desaparecidos no habían podido ser despedidos por sus familias. Tan importante es que la mayoría de las sociedades interpretan el proceso como el último instante de encuentro entre el muerto y sus allegados.
Con la recuperación de la democracia en 1983, el presidente electo Raúl Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición Forzada de Personas (Conadep), que recibió miles de denuncias sobre violaciones cometidas a hombres y mujeres en manos de las fuerzas armadas o de seguridad durante la última dictadura.
El camino que transitaron los detenidos ilegales es hoy conocido, pero muchas de las víctimas no han podido ser restituidas a sus familias para que les puedan dar sepultura, o los ritos que consideren, porque se desconoce su paradero.
La mayoría de los desaparecidos fueron arrojados desde aviones militares, atados y sedados, al mar argentino. Otros fueron enterrados en fosas comunes en los mismos centros de detención o en cementerios municipales como N.N. (ningún nombre). En este último caso, los asesinos dejaban a sus víctimas en lugares públicos y una llamada anónima alertaba a las autoridades de la comisaría local. La policía recuperaba los cuerpos, a veces acompañada por jueces de la zona. Antes de ser enterrados anónimamente en el cementerio local, los cuerpos eran fotografiados, se les tomaban las huellas dactilares de las manos y médicos forenses de la policía o del Poder Judicial realizaban una autopsia. Se labraba un certificado de defunción y el registro civil local proveía el certificado de inhumación.
El aparato burocrático seguía funcionando de manera regular, pero con una consigna específica: intervenían la policía y el juez y se llenaban los formularios, pero todo se hacía bajo el consentimiento tácito de no identificar a la persona.
Primeros pasos, primeros errores. En los primeros meses de 1984 varios jueces ordenaron exhumaciones en cementerios donde se conocía la existencia de personas desaparecidas. Pero al comienzo las cosas se hicieron mal, dada la falta de personal idóneo para llevar a cabo la tarea: los médicos oficiales tenían poca experiencia en la exhumación y análisis de restos óseos. En las excavaciones se usaron palas mecánicas que rompieron huesos, mezclaron los restos de un individuo con otro, destruyeron piezas dentarias y se perdieron proyectiles, armas de fuego y bienes personales.
Además de su falta de saber sobre el tratamiento que requieren los hallazgos de restos humanos, algunos médicos forenses habían sido cómplices de los crímenes cometidos. La destrucción del material en aproximadamente 400 exhumaciones imposibilitó la identificación de los restos y, consecuentemente, perjudicó la obtención de pruebas para apoyar los procesos legales contra represores.
Las imágenes de esas exhumaciones que reproducían la televisión y los periódicos fueron calificadas, con un cruel sarcasmo, “el show del horror”, más por lo que descubrían que por la forma en que se llevaba a cabo el proceso.
Eran tiempos de frágil tránsito a una democracia jaqueada por planteos militares.
Ante la necesidad de encontrar una alternativa científica a estos procedimientos, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y la organización de las Abuelas de Plaza de Mayo solicitaron la asistencia de Eric Stover, director del Programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Stover fue pionero en la utilización de métodos empíricos de investigación para abordar los nuevos problemas en materia de derechos humanos y del derecho internacional humanitario.
Al poco tiempo, una delegación de expertos forenses norteamericanos llegó a la Argentina y dio con cientos de esqueletos exhumados sin identificar almacenados en bolsas plásticas en los depósitos polvorientos de varios institutos médico-legales. Muchos sacos contenían los huesos de más de un individuo. La delegación hizo un llamado urgente solicitando la interrupción inmediata de estas exhumaciones acientíficas. Entre los expertos estaba Clyde Snow, quien ayudó a conformar y capacitar profesionales argentinos capaces de realizar la tarea como corresponde. Así nació el EAAF, una organización científica, no gubernamental y sin fines de lucro.
Patrones de búsqueda. Hoy los profesionales del EAAF pueden establecer la identidad, la causa y el modo de muerte de las víctimas e identificar tipologías de violaciones a los derechos humanos aplicando las ciencias forenses; restituir los restos de las víctimas a sus familiares y comunidades, y presentar los hallazgos y evidencia a las instancias judiciales y ámbitos de investigación.
La labor comienza con la recolección de información: entrevistas a los familiares, testigos y sobrevivientes, chequeo de archivos militares, policiales, judiciales, libros de cementerios, registros civiles, hospitales y el estudio de informes de organizaciones no gubernamentales. Una vez que se localiza la posible zona de la fosa, comienzan los trabajos de excavación y recuperación de la evidencia relevante, que incluye restos óseos, proyectiles, vestimenta, efectos personales.
Todo el material encontrado se analiza posteriormente en el laboratorio. Es allí donde se trata de establecer la identidad de la víctima, determinar la causa y manera de muerte y comparar los hallazgos con la información ante mortem y recogida durante la investigación histórica.
“A partir de los ’90 se puede recuperar ADN de restos óseos. Los familiares dejan sus datos genéticos a través de la extracción de sangre. La campaña masiva de identificación genética potenció los resultados”, dijo a Miradas al Sur Silvana Turner, investigadora del EAAF.
La familia y la justicia. Los resultados de las búsquedas sirven a un doble propósito. El primero y principal, informar a los familiares de las víctimas lo que ha sucedido con sus seres queridos. Conocer la verdad sobre los crímenes ocurridos y llevar a cabo las ceremonias tradicionales para enterrar a su familiar es parte del proceso de duelo y recuperación. Enfrentadas a una desaparición, las familias se ven obligadas a modificar el curso normal de la pérdida. La búsqueda incansable se asocia a la negación. Lo único que se relaciona con la muerte y la desaparición es el dolor, pero no hay un cuerpo, un nombre, una tumba. Sin un cuerpo para enterrar no se marca la línea que separa a los vivos de los muertos. Cuando por fin aparecen los restos, se le devuelve a la víctima el derecho a un nombre y a una sepultura, y a los familiares el primer elemento para comenzar a decir adiós.
“La falta del proceso ritual del velatorio, el lugar físico para dejar una flor, es fundamental para elaborar el duelo.
Tenemos un equipo que trabaja directamente con la familia. Si no se tiene la motivación para iniciar una búsqueda, nosotros no vamos más allá, porque uno de los objetivos es que sea un proceso reparador para la familia”, aclara Turner. En raras excepciones, los familiares prefieren no continuar con la investigación, por lo que los restos quedan en custodia en el laboratorio del EAAF y los informes se entregan al juez o a la autoridad que tiene la investigación.
El segundo propósito de las averiguaciones es entregar los hallazgos a las instituciones judiciales, o instancias de investigación que correspondan, para aportar pruebas con miras al procesamiento de los responsables.
Las investigaciones del EAAF se realizan habitualmente a pedido de organizaciones o instituciones locales o internacionales, como ONG, cuerpos judiciales, comisiones de la verdad, Naciones Unidas, tribunales internacionales y comisiones especiales de investigación. Actualmente, el EAAF posee la base de datos y el archivo de personas desaparecidas más completos de Argentina. Esta información facilita y acelera el proceso de identificación de restos óseos, la comparación de datos y la obtención de patrones de violencia.
Un principio fundamental para el equipo, desde su fundación, ha sido respetar los deseos de los familiares de las víctimas y trabajar de forma muy cercana a ellos. La identificación de los restos es una fuente de consuelo para quienes han sufrido el trauma de tener un ser querido desaparecido. Dijo Snow: “En todas las áreas donde he trabajado, nunca he encontrado un grupo o una sociedad que no quisiera que se les devuelva a sus muertos”.
Clyde Snow
La historia del padre de la antropología forense en la Argentina
Un estadounidense de 85 años ha aliviado la pena de familiares de desaparecidos y víctimas de guerras y violaciones a los derechos humanos en todo el mundo. Se llama Clyde Snow y su trabajo logró ponerles nombre y apellido a miles de esqueletos, con lo cual también resultó vital para hacer justicia en circunstancias históricas como la condena a la Junta Militar argentina que impuso el terrorismo de Estado entre 1976 y 1983.
Snow nació en Texas el 7 de enero de 1928; estudió Zoología y se doctoró en Antropología en la Universidad de Arizona. Esta especialización lo trajo a la Argentina en 1984, con la recuperación democrática. Ese año fundó, en un restaurante porteño que ya no existe, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Antes había sido convocado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y las Abuelas de Plaza de Mayo para que ayudara en el área forense para investigar las desapariciones forzadas y los entierros clandestinos durante la última dictadura, con métodos adecuados que permitieran la recuperación e identificación de los huesos.
El comienzo no fue fácil. Se contactó con las universidades para buscar antropólogos y arqueólogos que quisieran integrar su equipo, pero no tuvo éxito: muchos temían que los militares volvieran, otros habían avanzado en otra dirección en sus carreras. Snow recibió amenazas de muerte: su mal castellano lo ayudó a ignorarlas.
Tres noches antes de volver a Oklahoma, con la frustración de no haber logrado su cometido, regresó al Hotel Continental, donde se hospedaba, y en el lobby lo interceptó un grupo de estudiantes de Antropología y Medicina. Se había corrido el rumor de su búsqueda. Snow se sintió conmovido, aunque también preocupado por la falta de experiencia de los interesados. Les advirtió que el trabajo sería sucio, deprimente y peligroso. Y que no había fondos para pagar. Pensó que le iban a decir “Chau, gringo”, pero al día siguiente los encontró a todos. Meses después volvió a la Argentina para trabajar con los estudiantes.
Por primera vez en la historia de la investigación sobre las violaciones a los derechos humanos se empleó una metodología científica. Argentina fue pionera y, poco a poco, la idea se extendió a todo el mundo. Posteriormente, el EAAF, ya un equipo profesional de primera línea, ayudó a la formación de otros en Guatemala, Chile o Perú, mientras Snow –distinguido como Huésped de Honor en 2004 por el gobierno porteño– completó su asesoría de la Conadep y su fundación del EAAF con trabajos similares en otros dieciocho países, donde ayudó a proporcionar pruebas de matanzas y desapariciones.
Fue delegado de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. En 1985 encabezó el grupo de científicos que identificó en Brasil al criminal de guerra nazi Josef Mengele. También ayudó a identificar a víctimas del asesino serial John Wayne Gacy, del ataque terrorista en Oklahoma y del faraón Tutankamón.
07/04/13 Miradas al Sur
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