domingo, 31 de enero de 2016

DICTADURA, MALVINAS Y DEMOCRACIA EN LOS JOVENES ARGENTINOS Escuela y memoria

La escuela pública, a años luz de los medios de comunicación o las redes sociales, constituye la principal fuente de conocimientos sobre la última dictadura para los jóvenes que acaban de terminar el secundario. Lejos de la fenecida teoría de los dos demonios, las víctimas del terrorismo de Estado son concebidas por quienes se formaron durante la última década como sujetos políticos que fueron secuestrados y desaparecidos por sus luchas o por sus ideas. Los datos surgen de un estudio de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires realizado junto al área de Educación y Memoria del Ministerio de Educación a partir de las respuestas de 2500 estudiantes en 37 escuelas de todo el país. Los jóvenes nacidos en 1997/98 saben poco del Juicio a las Juntas y nada sobre las leyes de impunidad de los ‘80. Más de la mitad maneja alguna información sobre los procesos reabiertos hace tres lustros y para dos de cada tres la recuperación de la soberanía sobre las Islas Malvinas debe ser prioritaria en la agenda nacional. Tienen un aceptable conocimiento del Holocausto y una altísima valoración de la democracia.

La escuela pública

La escuela pública aparece con un rol central en la transmisión de la memoria sobre el pasado reciente. En tiempos en que las redes sociales y los medios de comunicación tienen una enorme influencia sobre los jóvenes, es la educación pública la que se queda con el mérito de que manejen información sobre el terrorismo de Estado. El 68,2 por ciento respondió que fue en la escuela dónde escuchó hablar con mayor frecuencia de la última dictadura. Detrás aparecen la televisión (13,4) y la casa (11,9). Ante la pregunta sobre el primer contacto con el tema, también encabeza la escuela (56,8) aunque seguida por el hogar (29,2) y más lejos la televisión (9,1). (Ver gráfico 1)

Luchar y pensar

Dos de cada tres jóvenes (66,7 por ciento) vinculan las desapariciones con “luchas democráticas”. Si bien la pregunta sobre los motivos de las desapariciones fue abierta (y permitía más de una respuesta), los investigadores agruparon en esa categoría frases como “los que peleaban por sus derechos”, “los que marchaban”, “los que participaban en partidos políticos” o “los que protestaban”. “Los estudiantes transfieren a la generación de militantes de los setenta las preocupaciones, modos, prioridades y estilos de la militancia de las últimas dos décadas, alimentados también por escasa información concreta y particularizada en las referencias acerca de los desaparecidos y sus militancias”, destacan los autores.
En segundo lugar (43,2), casi literalmente, aparece el hecho de “pensar distinto” como causa del secuestro y la desaparición en manos del Estado. “Para ellos ‘el pensar’ es también un lugar de la acción, individual, contestataria y molesta al poder”, advierten. Más allá de la diferenciación entre “pensar” y “hacer”, es clara la distancia con “las representaciones típicas de los dos demonios” con su consecuente criminalización generalizada de las víctimas. En tercer lugar (28 por ciento) aparecen las “militancias e identidades específicas”, con respuestas como revolucionarios, montoneros, peronistas, ERP, trabajadores o dirigentes gremiales. Detrás (12,6) figuran las respuestas referidas a “víctimas inocentes”, como “estar en una agenda”. (Ver gráfico 2)

Un solo demonio

A la hora de identificar a los responsables de lo sucedido durante la dictadura (otra pregunta abierta, que permitía considerar no sólo los delitos derivados del terror estatal), prácticamente la totalidad (96,3 por ciento) de los jóvenes apuntaron a las fuerzas armadas y de seguridad. El 74 por ciento dijo directamente “los militares”. “Estaríamos asistiendo a un fin del relato clásico de los ‘dos demonios’” que deja lugar a “un relato donde predomina casi exclusivamente la responsabilidad de los militares”, advierten los autores, que proponen llamar “unidemonio” al nuevo tipo de representación.
En contrapartida con el rol central de las fuerzas armadas, las “responsabilidades civiles” aparecen desdibujadas para los estudiantes que respondieron la encuesta: sólo el 4,4 por ciento apuntó al rol de empresarios, grupos económicos, medios de comunicación o miembros de la Iglesia católica. Un 2,3 eligió opciones dentro de la categoría “guerrillero o terrorista”, términos que mencionaron sólo 5 de los 1811 jóvenes que contestaron la pregunta sobre los responsables de la dictadura. En paralelo con el espacio estelar de los militares aparece “la representación positiva de las víctimas y la quita de cualquier responsabilidad de lo ocurrido, pero al mismo tiempo la debilidad en la aparición de otros actores”, advierten los investigadores. (Ver gráfico 3)

Los juicios

Nacidos en plena impunidad durante la década menemista, los jóvenes muestran un conocimiento muy bajo sobre los hechos ocurridos en los años ‘80, con el primer esbozo de justicia frente al terrorismo de Estado. Sobre el emblemático Juicio a las Juntas que condujo la Cámara Federal porteña, un 38,1 por ciento manifestó haber escuchado “algo” del tema. Ante la pregunta sobre quién era el presidente en aquel lejano 1985, apenas un 7,2 pudo identificar a Raúl Alfonsín.
Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que paralizaron los procesos son todavía menos conocidas: un 15 por ciento de los jóvenes manifestó haber escuchado hablar sobre las normas que garantizaron la impunidad y sólo un 2,3 demostró tener algún conocimiento concreto sobre su contenido.
Con respecto a los juicio actuales a los responsables de los delitos de lesa humanidad, el conocimiento es muy superior. Ante una pregunta cerrada que ofreció distintas opciones, casi un 60 por ciento manifestó que “algunos están condenados, otros libres y otros están siendo juzgados”, frente a un ínfimo 7,3 que piensa que “nunca fueron juzgados”. El 24,1 pudo identificar al menos un centro clandestino de detención. Sólo el 40 por ciento pudo identificar a 1976 como el año de inicio de la dictadura y sólo el 22 recordó la fecha exacta del golpe de Estado.

Malvinas, prioridad nacional

1714 sobre los 2512 jóvenes encuestados expusieron su mirada sobre las causas de la guerra de Malvinas en una pregunta abierta. Casi la mitad (47,3) señaló la usurpación por parte de Inglaterra y la legitimidad del reclamo argentino. Más desdibujados aparecen en segundo lugar los motivos vinculados a las estrategias de la dictadura para autopreservarse: un 20 por ciento respondió con frases como la “necesidad de los militares de quedarse en el poder”, de “ocultar lo que estaban haciendo” o de “hacer negociados”. El 12,3 vincula la guerra con disputas por recursos naturales (a la cabeza el petróleo, luego la riqueza pesquera y el acceso a la Antártida) y sólo un 5,1 por ciento de las respuestas hace alguna mención a términos como “colonialismo” o “imperialismo”. (Ver gráfico 4)
Sólo un 36 por ciento sabe que la guerra fue en 1982 y un 28,1 que todavía gobernaba la dictadura.
Lejos de las dudas del presidente Mauricio Macri y su temor al “fuerte déficit” que implicaría para la mentalidad PRO la recuperación de Malvinas, dos de cada tres jóvenes que acaban de terminar el secundario (65,7 por ciento) piensan que la recuperación de la soberanía sobre las islas debe ser prioritaria en la agenda nacional. Una gran mayoría (73) no contestó o no supo contestar sobre los argumentos para el reclamo, y entre quienes lo hicieron el 76,9 argumentó a partir de aspectos geográficos: “están en nuestro mar”, “están en nuestro territorio” o “en nuestra plataforma submarina”. Un 15,8 esgrimió argumentos histórico-políticos como “siempre fueron nuestras”, “fueron usurpadas”, “venían del legado del virreinato” o “peleamos la guerra para recuperarlas”. Sólo un 1,2 usó argumentos demográfico-políticos como identificar a los habitantes de Malvinas como colonos y no como originarios o hacer alguna referencia a las declaraciones de Naciones Unidas sobre la soberanía. “Si bien el tema Malvinas está muy presente, a nivel argumentativo el conocimiento de los estudiantes es muy pobre”, advierten los autores.

Holocausto

La presencia de la matanza sistemática de judíos europeos por parte del nazismo es alta: el 61,5 por ciento dijo haber escuchado hablar del tema. En preguntas más específicas el conocimiento disminuye: sólo un 17 por ciento pudo ubicar por lo menos en “la década del cuarenta” a los acontecimientos y si bien la mayoría pudo identificar a “nazis” o “alemanes” como victimarios y a “judíos” como principales víctimas, “el presente construyendo el pasado vuelve a aparecer bajo la forma de ver al nazismo o al ‘holocausto’ en términos de formas de discriminación en general e incorporar como víctimas a grupos inexistentes en ese contextos, desde ‘negros’ a ‘trans’”, advierten los autores. “Se ve claro cómo la política educativa del gobierno anterior de implementar por primera vez en la historia esta temática como curricular produciendo materiales y capacitaciones al respecto, dio frutos”, rescatan.

Democracia plena

Los jóvenes demostraron una altísima valoración de la democracia. La encuesta ofreció una serie de textos con definiciones de democracia, tanto acotadas a las libertades políticas o con miradas que incorporaron derechos sociales y económicos o nuevos derechos como los de minorías sexuales. Un 90 por ciento de los estudiantes valora positivamente la democracia, en uno y en otro sentido. Apenas un poco más abajo aparecen como parte indispensable del sistema democrático los derechos humanos y los ‘nuevos derechos’, pero junto a la valoración de la seguridad como central a la hora de definir una sociedad democrática, cuestiones “aparentemente contradictorias” que los investigadores vinculan a “la acción de los medios de comunicación”. Las miradas más xenófobas reinantes en los foros de los grandes diarios (“la democracia tiene que garantizar derechos a los nacidos en Argentina”) o las ligadas a las miradas neoliberales (“tiene que garantizar poder acumular la riqueza que pueda sin que el Estado intervenga o me saque parte en impuestos”) están prácticamente ausentes en la valoración de los jóvenes formados en las escuelas públicas durante los últimos doce años.

¿Dónde escuchaste hablar con mayor frecuencia sobre el tema?

¿Cuáles fueron los motivos de su desaparición?

¿Quiénes fueron los responsables de lo sucedido durante la última dictadura?

Motivos de la guerra de Malvinas

› OPINION ¿Honestidad en lugar de patriotismo?

Por Edgardo Mocca
Rápidamente pasó al olvido el episodio, casi nadie lo recuerda. Al asumir, Mauricio Macri cometió un “error”: juró ejercer el gobierno con “honestidad” en lugar de comprometerse, según la prescripción constitucional, a hacerlo con “patriotismo”. La diferencia tiene un enorme significado, ni más ni menos que el de poner la moral individual en el lugar de la política. Es una diferencia con un evidente tufillo de marketing político, del mismo orden que la que recorrió toda la retórica del proceso de construcción del primer partido de derecha nacional con capacidad de alcanzar el poder por vía electoral de la historia argentina de los últimos cien años. Para no tener dudas de la centralidad que tiene esa inflexión antipolítica en el discurso conservador, alcanza con prestar atención al hecho de que la derecha se niega a reconocerse como derecha; en las últimas décadas logró un extraordinario triunfo cultural que consiste en el auge del pensamiento posmoderno que coloca la histórica contradicción entre derecha e izquierda en el lugar de residuo de un lenguaje del pasado. Logró, incluso, que un importante sector de la tradición política e intelectual de izquierda aceptara el diagnóstico del fin de las ideologías y se reconociera “más allá” de esa contradicción.
La honestidad puesta en el lugar simbólico y constitucional que pertenece al patriotismo significa la propuesta de una manera en que el gobernante aspira a ser juzgado; es decir, no por los resultados prácticos de su acción sino por el impulso intencional que las anima. Y este impulso no está en la patria, en la polis, sino en la correspondencia interna entre la moral individual del sujeto que la enuncia y el modo en el que actúa. Lo público se sustrae así a la deliberación colectiva, al choque de espadas entre proyectos e ideas de país para recluirse en la esfera de la propia subjetividad. ¿Cómo se fundamenta semejante giro antipolítico? ¿Cómo puede merecer la simpatía que sin duda tiene y que es el fundamento último de su uso como arma de disputa ideológica? Los años del neoliberalismo, que en nuestro país arrancan en la noche dictatorial aún cuando la denominación no estuviera de moda, son la época de una relectura radical de la historia moderna, que pasa a interpretarse como el fracaso inevitable de las experiencias revolucionarias y la denuncia de sus mitos fundadores como sustento ideal del totalitarismo. El telón de fondo mundial es la crisis de la experiencia socialista y el derrumbe final de la experiencia soviética. En la experiencia de nuestro país y de muchos otros, la religión “antitotalitaria” se alimenta, un poco paradójicamente, con el balance de una enorme derrota popular en los años setenta y del salvajismo terrorista de la última dictadura. El código bastante simple del mensaje es: la creencia en una política transformadora y en la posibilidad de que el Estado pueda pensarse como su herramienta principal engendra el monstruo del autoritarismo burocrático y potencialmente criminal.
Desde el final de la dictadura y la reconquista de la libertad política hasta el año 2001, el relato único de la identificación del Estado con el autoritarismo, la burocracia y la corrupción funcionó con envidiable eficacia. Absorbió las fuerzas de las denuncias de la barbarie dictatorial y la consecuente demanda de libertades y derechos individuales y las colocó al servicio de una visión del mundo funcional a su reorganización neoliberal. No le faltaron voces de centro-izquierda que le dieran riqueza al coro, seducidas por la idea de un mundo “posnacional” y, en última instancia, “pospolítico”. Los estados pasaban a ser divisiones administrativas de segundo orden, los partidos políticos unas oficinas públicas encargadas de armar boletas electorales para organizar el voto, los sindicatos frenos a la expansión de la libertad de los individuos o, en el mejor de los casos, administradores de relaciones laborales privadas de todo significado social. Es un mundo en el que la política desaparece o toma la forma de competencia táctica y publicitaria por ocupar posiciones del estado al servicio de intereses individuales y de grupo.
La honestidad es la fórmula perfecta de la despolitización. Presupone la existencia de un decálogo de normas de comportamiento válidas para cualquier tiempo y lugar, y completamente divorciadas de cualquier horizonte colectivo que no sea el deseo de no ser molestado por el Estado. El gran fetiche conceptual de esta ideología es la corrupción. Un fenómeno que, según se dice, existe porque existe el Estado y la política y solamente crece en las oficinas públicas y en el mundo de los partidos y las asambleas representativas. En la historia nacional, particularmente durante el siglo XX, la apelación liberal a la lucha contra la corrupción como herramienta de la despolitización tiene un lugar central. Puede comprobarlo cualquiera que recorra las proclamas “revolucionarias” que prologaron la intervención militar en nombre de las clases dominantes: en todas ellas puede encontrarse la denuncia de la corrupción casi necesariamente asociada a las experiencias que en mayor o menor medida pusieron en duda los privilegios oligárquicos. En las épocas dictatoriales, la entrega del patrimonio nacional, el despojo de las clases populares y la represión más brutal fueron ejecutadas con toda honestidad, es decir sin poner en cuestión las normas de conducta concebidas como válidas por los poderosos de la sociedad. Ya en democracia asistimos a privatizaciones, desregulaciones, aperturas, megacanjes y blindajes que llevaron al país a su momento más lamentable y llenaron muchos bolsillos honestos pero que no merecieron de los ideólogos dominantes ningún cuestionamiento moral.
A diferencia de otras circunstancias este nuevo ciclo de la antipolítica neoliberal no tiene detrás de sí una grave crisis, un caos social que funde un “renacimiento moral” de la nación. Gran parte del esfuerzo del actual gobierno y del bloque político-social que lo sostiene se dirige a la creación de un relato, algo así como la “leyenda negra” del kirchnerismo capaz de construir esa interpretación que la experiencia social de estos años no autoriza. No habrá que sorprenderse si el sector del aparato judicial en manos de los poderosos se dedica a alimentar esa leyenda y a reemplazar el debate público sobre las políticas del macrismo con escándalos cuya construcción social constituye una especialidad de la casa de los oligopolios comunicativos, constituidos en el sitio de administradores del juicio sobre la honestidad de las personas públicas. El patriotismo –la palabra excluida del juramento– debe, por su parte, ser reservado para ciertas ceremonias escolares y algún sermón religioso del 25 de mayo. Conviene reducir su circulación porque evoca ciertos compromisos y forma parte de cierta visión del mundo que debe ser condenada a sobrevivir solamente entre sectarios y nostálgicos de otras épocas. Trae a la conciencia nociones como patrimonio nacional, defensa de la soberanía, desarrollo independiente y otras de parecida resonancia. Nos habla de un mundo “que ya no existe”, de un mundo previo al gobierno incontestado del capital financiero, en el que detrás de la letra escrita de las leyes y las constituciones rigen las “leyes del mercado”, eufemismo que pretende esconder la primacía de los poderosos.
Sin embargo, el renacimiento de lo nacional, de lo patriótico, es uno de los signos característicos de esta etapa, en el país y en el mundo. Lo único importante que ocurre en el mundo, para bien y para mal, tiene que ver con las patrias y con los estados nacionales. Es cada vez más evidente que la decadencia de la soberanía de los estados en las últimas cuatro décadas que supo ser presentada como un signo de progreso de la humanidad después de las terribles guerras globales del siglo XX fue, al mismo tiempo, la decadencia de la democracia. Eso es lo que se está discutiendo hoy en Europa: se debate sobre las restricciones democráticas que supone el hecho de que gane quien gane las elecciones en cada país, las decisiones sobre la vida de millones de hombres y mujeres se toman en sedes burocráticas, independientes de la voluntad popular: la famosa troika conformada por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI. Ese proceso ha puesto en crisis a los viejos partidos socialdemócratas acomodados a la era del fin de la política y ha permitido el surgimiento de nuevas fuerzas populares y patrióticas que disputan el poder en países como España, Grecia y Portugal. También desde la derecha fascista se explota el sentimiento nacional orientándolo hacia la xenofobia y el racismo. Lo nacional está en el fondo de la interminable crisis en Medio Oriente, sistemáticamente alimentada por la agresión imperial que se escuda en el cínico argumento de la lucha contra el autoritarismo de raíz religioso y desarrolla una espiral imparable de exclusión y violencia. Por supuesto América latina, y particularmente el sur de la región, es una animadora de esta etapa histórica; lo que el neoliberalismo daba por muerto o aconsejaba matar –el nacionalismo, las formas comunitarias ancestrales, las culturas avasalladas por la mercantilización capitalista– ha resurgido y constituye una clave central de la comprensión de las grandes tensiones políticas a las que hoy asistimos en la región.
Por eso, decir honestidad donde debe decir patriotismo no es un furcio. Es un programa. El programa de la reinstalación del país en el mundo feliz del neoliberalismo, el mismo que impugnamos cuando en 2001 estuvo a punto de provocar la disolución de nuestra comunidad política. Ese proyecto jugará su viabilidad entre nosotros en los próximos tiempos.

HASTA QUE REABRA EL CONGRESO, SIGUE ABIERTO EL LIBRO DE PASES Plan canje

Por Horacio Verbitsky
Tanto los funcionarios del gobierno nacional como los gobernadores se preocuparon por dejar sentado que no se trataba de un canje de dinero por leyes. Lo hicieron con tal insistencia que pueden quedar pocas dudas de que allí está la clave del encuentro que el jefe de gabinete, Marcos Peña, el ministro de Interior y Obras Públicas, Rogelio Frigerio, y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, mantuvieron el miércoles con los representantes de trece provincias gobernadas por distintas vertientes del justicialismo y el Frente para la Victoria, desde la epónima Alicia Kirchner hasta el peronista chúcaro Carlos Verna y los vicegobernadores peronistas de Santiago del Estero y Misiones, cuyos gobernadores transversales provienen del radicalismo. El reacomodamiento es imprescindible en el mapa político del país, trastornado no sólo por la elección de Maurizio Macrì como presidente, sino también por los cambios en las gobernaciones provinciales y en el Congreso de la Nación. El Frente para la Victoria controlaba la presidencia y dieciséis gobernaciones y, junto con aliados, tenía mayoría en ambas cámaras del Congreso. La Alianza Cambiemos, aparte de la presidencia sólo gobierna cinco estados subnacionales (la CABA, la provincia de Buenos Aires, Corrientes, Jujuy y Mendoza), apenas le responden 15 senadores y 91 diputados propios. No es por casualidad que la nueva ley de ministerios le haya adosado a la cartera tradicional de la negociación política la secretaría a cargo de las obras públicas. El Congreso está cerrado hasta el 1º de marzo, pero el libro de pases está abierto y las negociaciones serán frenéticas durante febrero. Ante las abundantes denuncias que reciben los organismos internacionales (represión a manifestantes, armada y por medios judiciales; nombramiento de empleados del Poder Ejecutivo en comisión ante la Corte Suprema de Justicia y solicitud pública o secreta de renuncias a jueces y fiscales; cesantías en el Estado con justificación político-ideológica, derogación por decreto de leyes sancionadas con el más amplio consenso en tres décadas de democracia) los enviados oficiales y los defensores oficiosos del gobierno arguyen que Macrì debe mostrar autoridad porque su situación institucional es frágil y de otro modo no podría gobernar. En la lucha contra el fantasma de la primera Alianza y su desdichado presidente, a la segunda Alianza y su jefe no les basta la colonización del radicalismo que les permitió vencer en noviembre. Además deben avanzar sobre el justicialismo, sin cuyos diputados, senadores, gobernadores y sindicalistas, esta nueva experiencia de concertación tiene un futuro incierto. Con un avance de los precios al consumidor que según todas las previsiones rondará entre el 35 y el 40 por ciento anual, la pretensión de Macrì de que las paritarias cierren acuerdos del 20 al 25 por ciento muestra la decisión de consolidar la regresión distributiva que se instaló con la devaluación, la baja o eliminación de retenciones, los despidos que ya empiezan a sentirse en las pequeñas y medianas empresas, los fuertes aumentos de tarifas eléctricas y el abandono de los controles estatales al comercio, la producción y la banca. No son tambores de paz los que bate la nueva administración. Ante la imposibilidad de mantener la detención de Milagro Sala por una protesta política y social, la justicia jujeña dispuso su libertad en esa causa, pero la imputó por asociación ilícita, la figura a la que se recurre cuando no es posible individualizar qué delito se atribuye al acusado y que hasta 1943 se utilizó para criminalizar a los sindicatos.

Un hombre descarnado

El senador Miguel Pichetto le comunicó al diario oficialista La Nación su oferta a la Casa Rosada: “La aprobación de varios temas, que podría incluir la designación de jueces de la Corte, la modificación de la ley cerrojo, un permiso para endeudarse en el exterior, la creación de una agencia federal de lucha contra el narcotráfico y la aprobación del presupuesto 2017”, a cambio de “la restitución del 15 por ciento y la continuidad de las obras públicas contempladas en el presupuesto de 2016”. Se refirió a esta transacción como “acuerdo institucional” o “acuerdo de gobernabilidad de la Nación con los gobernadores”. Tener o no tener que solucionar problemas de los ciudadanos y compromiso con la gobernabilidad son las expresiones que también recita Frigerio. Su plan es negociar en forma individual con cada gobernador, estimular las divisiones e impedir que se constituyan como un factor homogéneo de poder.
Pichetto habla como un hombre descarnado, luego de la pobre elección que realizó en su provincia, Río Negro. Hay quienes lo ven como a un náufrago que pugna por asirse a un madero del naufragio. Pero aún así expresa una alternativa al plan oficial, de negociación centralizada que haga valer el peso de un bloque con quórum propio en la cámara iniciadora para la distribución de recursos a las provincias que, en promedio, requieren de la Nación para el 70 por ciento de sus necesidades.
La paradoja de los gobernadores es que en la pulseada con sectores a los que desdeñan porque sostienen que su inserción territorial se manifiesta en los barrios y las plazas, recurran como vocero a quien ostenta uno de los cinco peores resultados electorales del país, sólo detrás de los candidatos derrotados en San Luis, la CABA, Córdoba y Jujuy. Al atribuir la responsabilidad de su derrota a la política económica de Axel Kicillof, Pichetto dio lugar a un interesante debate con Máximo Kirchner, quien recordó que en defensa de la misma política Scioli casi duplicó en Río Negro la votación de Pichetto: 62,8 vs 33,9 por ciento. Pero otra lectura posible es que la carencia de un territorio en el que Pichetto deba asegurar el pago de sueldos, planes sociales y obras públicas, le permite un mayor margen de maniobra, frente a una débil liga de mini gobernadores (nueve de ellos recién inician su mandato y varios tienen en el Senado a sus predecesores y/o antagonistas internos). El experimento de hábiles operadores a quienes peor les va donde mejor los conocen ya lo hizo el justicialismo con José Luis Manzano (quien fue el padrino de Pichetto en la política nacional) y el radicalismo con Elisa Carrió. Sus ingeniosas construcciones tácticas son como claveles del aire, que no echan raíz. La prueba ácida para Pichetto llegará cuando el conflicto social y gremial exija definiciones nítidas y el Congreso no sea sólo un lugar de citas gastronómicas.
Avivado por el aire frío de Davos, Macrì ungió como próximo jefe del peronismo a Sergio Tomás Massa, quien no tuvo tiempo de agradecerle porque lo tapó la ola de rechazos de sus presuntos adherentes. Sin distinción de líneas internas lo ven como un cuerpo extraño, cuyos votos permitieron la derrota justicialista. Pero además, Macrì sacó de paseo a Massa no porque fuera su principal apuesta para fragmentar a la oposición sino para desairar a Scioli por no plegarse ante las decisiones más duras de su gobierno. El mes próximo se jugará otra carta del mazo oficial. El ex ministro de Interior y Transporte Florencio Randazzo mira su DNI y lee que está llamado a conducir al justicialismo. Lo alienta Emilio Monzó, cuya biografía es digna de atención: su padre fue interventor de la dictadura en la intendencia de Carlos Tejedor y su hermana Inés la secretaria de Randazzo en la provincia y la Nación. Randazzo impulsó a Monzó a la intendencia de Tejedor, que ganó en 2003. Scioli lo designó ministro de Agricultura, pero Monzó se pronunció a favor de la Sociedad Rural durante el conflicto por las retenciones móviles y volvió a los orígenes, ahora en el PRO. Massa y Randazzo son dos alfiles con los que el gobierno espera cruzar el tablero peronista.

Civilización y Barbarie

El economista Jorge Gaggero, experto en la dimensión política y social de la estructura tributaria, entiende que para encaminar la relación con los gobernadores de la oposición no basta con el anuncio de Frigerio de corregir “el gracioso decreto de multiplicación de los panes para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires” y de ir apurando las transferencias de fondos a las provincias para obras ya presupuestadas y planes sociales, que llevan atrasos de unos 10.000 millones de pesos. Una paz duradera requeriría a su juicio otras rectificaciones. En primer lugar, reponer el decreto con que CFK devolvió a todas las provincias el 15 por ciento de los recursos de la coparticipación federal, cosa que el gobierno no prometió; desistir de la política de “distribución monocolor a los buenos”, que acaba de anunciar Macrì (a los que hacen bien las cosas, los definió); abandonar el método generalizado de “arrebato unilateral, discrecional y cortoplacista”, por el difícil y lento proceso de construcción institucional que hace posible los cambios y les da estabilidad en el tiempo; y por último “un cambio radical” de la orientación de la política económica (digamos, sin aludir a los socios del PRO). Como Gaggero ve todo esto poco probable no augura buen destino a lo que con ironía llama la “política fiscal federal” de Maurizio Macrì. La rectificación del decreto que cedería a la CABA como triplicada alícuota de coparticipación primaria el doble de lo necesario para el traspaso de una parte de la Policía Federal, lo mismo que la del decreto que designó a dos jueces de la Corte Suprema en comisión, son de las pocas escaramuzas internas en las que la línea Civilización prevaleció sobre la agrupación Barbarie, que expresan las dos almas del macrismo. Frigerio planteó una nueva reunión, ahora con los equipos técnicos de los gobernadores, para dentro de dos semanas en las que se discutirían cambios en el esquema de coparticipación. Pero la manda constitucional de una nueva ley de coparticipación que deben aprobar todas y cada una de las provincias es incumplible y la búsqueda de alternativas no puede realizarse con la linterna retórica del federalismo mientras el Tesoro sólo acude al rescate de los aliados políticos del monarca.
El conductor de El juego limpio opinó sobre las futuras consecuencias del fin del cepo cambiario.
TN.COM.AR

› OPINION La reunión

Por Horacio González
La reunión era a medianoche en el recientemente creado Ministerio de Racionalidad y Desalojos, con relucientes quince secretarios generales ayer mismo nombrados. Días pasados discutimos la sigla, no nos pusimos de acuerdo, pero una mayoría opinó a favor de “MinRaDe”. Rara, pero asustaba bien. En las afueras de la plaza que lo rodea solo quedaban los guardias con las listas de rigor (los excluidos y los que podían entrar) y un ligero resto de gas lacrimógeno en el aire. Balcarce rompió el momento tenso que precede a cada reunión del Equipo, con una pregunta cautelosa. Nunca arriesga una opinión concluyente al comienzo de los cónclaves, ni nunca se permite una conclusión, personal, sino que deja que los demás hablen por él. Ese es el estilo que me gusta, si no fuéramos nosotros, los del Equipo, los que tuviéramos que buscar las justificaciones más extremas. Pero reconozco que lo más incómodo es que competíamos entre nosotros para ver cuál era la mejor forma de justificar 100, 400 o 900 despidos. A cada nivel de profundización del pluralismo, debía corresponder una justificación específica, que no ahorrara una severidad infinita, incluso cierta crueldad necesaria y ejemplar.
La expresión que pronunció el primer secretario –“se tienen que ir porque son todos ñoquis”– produjo un hondo silencio en la reunión. La mirada de Balcarce parecía gélida pero centelleaba. Luego de esa amplia pausa vacía de palabras (que estremece en todo lugar, más en el MinRaDe), alguien susurró, con la implícita conformidad de Balcarce, la reprobación que desbarató correctamente ese incómodo desierto verbal. “Está muy manoseado”, se escuchó decir, “se convirtió en un chiste, y la justificación tiene que tener mayor nivel, ésa solo alcanza para 100 o 200”.
Ni qué decir que el primer secretario no pronunció palabra el resto de la reunión. ¡Nada nos era fácil a los que queríamos hacer imperar la racionalidad y el cálculo de eficiencia en toda la vida del país y de las personas! Una palabra incorrecta o lo que parecería de sentido común, nunca alcanza. Balcarce solía decir, precisamente: no alcanza, vengan con ideas nuevas, con ideas tormentosas y que sean desalmadas, pero siempre con diálogo. El segundo secretario se animó a hablar y casi acierta el pleno: se me ocurrió algo nuevo, dijo, hay que “descremar el Estado”. Como si uno fuera a un asadito y pidiera la parte menos grasa. “Retomar la idea de grasa, eso es, lo que sobra, el detritus, lo desagradable”, quiso convencerse el segundo secretario. Balcarce sonrió, ni muy sobradora ni tan indulgentemente como todos esperábamos. Esa es buena, pronunció, pero la escuché muchas veces, incluso la dijo el Ministro de Nuevas Oportunidades –el “MINUOP”– en su último viaje al exterior. Para mí, quedó muy remanida. Se acerca a lo que buscamos, pero sirve solo para el nivel de 1000 o 2000. Acá –y entonces recorrió con su incisiva mirada a todo el Equipo sentado en la mesa oval– precisamos grandes justificaciones, tenemos que llegar al nivel “Alfa” de Prescindibilidad de Masas, lo que ningún país europeo consiguió hasta ahora. Que tiemblen las paredes. Sigan buscando, precisamos decir todo lo grandioso con frases más efectivas. Lo nuestro es alcanzar el nivel de 20.000 o más. La república ya queda chica, los decretos extraparlamentarios ya son un juego de niños. ¡Todo lo grande está ajustado en medio de la tempestad! Así habló Balcarce. Cuando quería, sabia decir las frases más enérgicas, traduciendo mejor el viejo tema del brain storming, cuya antigüedad databa de más de un siglo. ¡Puaf!
–¿Y si probamos con “El Estado desencarnado”? El tercer secretario acabó de decir esta frase y percibió alrededor un murmullo de aprobación, que seguramente le hizo pensar que había hecho muy bien en abandonar esa Gerencia General de la Destilería Norton Limited, para entregarse a las nuevas fauces enmagrecidas del Estado, el Leviathan Flaco de los deseos de Balcarce, que dicho sea de paso, aflojó un poco la tensión de su rostro.
Muy buena, dijo, con ésta arrimamos el bochín. ¿Qué nos gustaba de Balcarce? Nos atraía por su modo directo y coloquial de referirse a las cosas incluso en los momentos de peligro. Sin embargo –continuó–, siento que falta algo, un menor compromiso con el pasado. Recuerden que “vuelvo desencarnado” ya se empleó en el país para otra cosa, que no recuerdo bien que era. Ahora nosotros “venimos a desencarnar”... está bueno, pero solo arrima, no moja todo lo que queremos. Una sonrisa general y cómplice emanó del Equipo al escuchar esa última palabra, una posible grosería si se la tomaba bajo cierto tono confidencial que Balcarce, cuando salía de su natural austeridad, sabía emplear muy bien.
Por eso, quizás pensando que había hablado demasiado en serio, aflojó la reunión con un: “Todo está bueno, es muy lindo, lindo de verdad... “
No obstante, faltaba la idea máxima orientadora, que por fin dio un joven participante de la Reunión, de un modo que nadie esperaba. Era alguien que recién había salido del Instituto de Coaching Ontológico de nuestro Equipo. ¡Lo tengo, dijo, ya lo tengo! Nadie de nosotros, un poco más maduros, se hubiera animado frente a Balcarce a emplear semejante opinión autocomplaciente.
Y continuó: ¿No se habló tanto tiempo de una cifra que acabamos de bajar de un hondazo? ¡30.000! ¿Qué les parece? “Treinta Mil (con palabras, así el número no suena tan artificioso) despedidos por vagos y malentretenidos.” Se produjo otro gran silencio, expectante y duro, pero no se intimidó el muchacho con su ontología insaciable. Explicó todo de tal manera que Balcarce depuso su fama de exigente ante la Gran Justificación: “Usamos una actitud racional del siglo XXI con una fraseología anticuada del siglo XIX, que fue empleada contra los gauchos. Con ese número y esta actitud, todos comprenderán de qué se trata”. Publicitariamente, pensé, la amalgama de lo modernísimo con de lo arcaico era perfecta, y además, era lo que recomendaba Durán, el experto antillano que nos daba clase sobre Nuevas Escatologías Posliberales. No entendíamos mucho, pero todo contribuía a eliminar la Grieta. ¿Por qué no habré seguido con mayor atención esos consejos, así podía también arrimar el bochín y mojar con una gran frase en la Reunión de Equipo?
A todo esto, Balcarce, totalmente distendido, aprobó. La frase es larga, dijo, pero nos lleva al corazón de la gente, que siempre quiere lo mejor. Prometo aprenderla rápido. Incluso en inglés. Y salió rápido a hacer las compras en el supermercado chino, donde iba a ser fotografiado y todo.










LOS ENCUESTADORES EMPIEZAN A VER UN DESGASTE EN LA IMAGEN DEL NUEVO GOBIERNO El camino al deterioro

Por Raúl Kollmann
La mayoría de los encuestadores y consultores en campañas electorales afirma que el gobierno de Mauricio Macri llega a los dos meses de gestión con una aprobación un poco más abajo o un poco más arriba del 60 por ciento. Este número no debería impresionar, porque es un porcentaje similar al que muestran como índice de aprobación figuras como Daniel Scioli y Sergio Massa. Y Cristina Fernández de Kirchner se fue de la Casa Rosada con un nivel de imagen positiva muy similar. Para más, los consultores ya advierten que las medidas económicas, el aumento de tarifas, el deterioro del salario real y los despidos deterioran los dos factores de expectativa que tiene una parte de la población: que es un gobierno nuevo, lo que siempre da esperanzas, y que en la campaña prometió un cambio, algo que sedujo a un núcleo duro antikirchnerista y a un sector independiente. Algunos de los consultores sostienen que las medidas económicas y la seguidilla de Decretos de Necesidad y Urgencia amenazan con deteriorar el respaldo que hoy tiene Mauricio Macri en la franja que no es macrista y no es kirchnerista. Se calcula que esa franja abarca a un 20 por ciento de la población. Uno de los consultores de mayor experiencia, Manuel Mora y Araujo, evaluó que el Gobierno sigue contando con respaldo, pero que “inflación, tarifas, desempleo son una bomba de tiempo”.

Lo nuevo

Ignacio Ramírez, director de Ibarómetro, señala que “el gobierno de Mauricio Macri transitó estos primeros dos meses dotado de buenos niveles de aprobación, fundamentalmente basados sobre dos factores. El primero, las expectativas que envuelven todo comienzo. El segundo factor es el despliegue de una gestualidad, de un estilo y de una hoja de ruta distinta a la que estaba vigente antes del 10 de diciembre y que satisface –momentáneamente– las pulsiones de cambio que tenía un sector de la sociedad; especialmente aquellas áreas de la opinión pública más críticas con el gobierno anterior. De cualquier manera, el gobierno nacional enfrenta una serie de desafíos para estabilizar este nucleo de apoyos y convertir simpatías circunstanciales en adhesiones. La simpatía automática hacia algo nuevo tiene rendimiento decreciente con fecha de vencimiento. Asimismo el nuevo gobierno aún no ha construido un vínculo emocional con sus simpatizantes, de manera que resulta un interrogante saber si un vínculo más bien transaccional –“si vos me das, yo te quiero”– podrá sostenerse en la medida en que la economía no tenga un buen desempeño”.

Proporciones

“Para expresarlo en términos sociológicos –dice Roberto Bacman, titular del Centro de Estudios de Opinión Pública– existen actualmente tres segmentos bien diferenciados en nuestra sociedad. Por un lado, los que aprueban abiertamente la gestión que encabeza el presidente Macri y se constituyen en el núcleo duro del macrismo. En la vereda opuesta, sus detractores, fundamentalmente anclados en el núcleo duro kirchnerista, aunque también hay que agregarle el peronismo (especialmente del interior) donde han empezado a dibujarse nuevos liderazgos potenciales. Y, por último, un segmento que es la intersección entre ambos: los pragmáticos independientes, aquellos que no poseen identificación ideológica. Allá por 2011 votaron por CFK, pero en 2015 fueron los que terminaron de inclinar la balanza en favor de Cambiemos. Lo cierto es que al día de hoy un 45,2 por ciento de la población argentina se define como oficialista; un 38,7 por ciento se considera abiertamente opositor y un 16,1 por ciento se autoproclama como ni oficialista, ni opositor. En este contexto es lógico que la gestión de Macri oscile alrededor del 59 por ciento de aprobación en el último trabajo de campo de CEOP, realizado cuando cumplía su primer mes al frente del Ejecutivo nacional. Y este valor es lógico ya que cuenta con el apoyo de sus incondicionales del núcleo duro y parte de los pragmáticos independientes, que hasta ese momento le seguían dando crédito. El principal objetivo de Macri y su equipo de gestión es instalar en el imaginario colectivo la sensación de fin de ciclo”.

El empleo

“En rigor, creo que Macri y su administración enfrentan un dilema –analiza Eduardo Fidanza, de Poliarquía–: cómo racionalizar la economía, conservando el empleo y el salario. Hasta hace pocos días, según sondeos confiables, el Presidente y su gobierno poseían amplio apoyo popular. Eso está acompañado por expectativas favorables sobre la situación del país en el corto y mediano plazo. Habrá que esperar los próximos dos meses para evaluar el impacto de las medidas más difíciles, como el aumento de las tarifas de los servicios públicos. El Gobierno sabe que dispone de este año, no electoral, para hacer las correcciones que considere necesarias. Levantó el cepo sin mayores consecuencias y ahora aumentó las tarifas. Mi impresión es que la cuestión clave es el empleo. Si la pérdida de trabajos es un hecho aislado, la chance de superar la prueba es mayor, aunque se pierdan unos puntos en el valor del salario. De lo contrario, el conflicto social será difícil de controlar. Ahora, el Presidente dispone de una imagen suficientemente buena como para encarar reformas, pagar un costo y seguir siendo una figura relativamente popular. Sin ir más allá, eso le sucedió a Cristina.”

Aprobaciones

Analía Del Franco, titular de Analogías, no se deslumbra ni tampoco subvalora la imagen positiva de Macri. “Hasta el 15 de enero su evaluación positiva llegaba a un 66 por ciento. A la par los otros candidatos, Daniel Scioli y Sergio Massa, presentaban la misma performance y hasta levemente mayor, que el propio Presidente. La ex presidenta Cristina Kirchner dejó el cargo con 58 por ciento de nivel de aprobación. Este mapa de posicionamientos demuestra la tensión en la opinión pública cristalizada en los apoyos a dirigentes oficialistas y opositores. Casi que puede hablarse de ausencia de favoritos y esto constituye un obstáculo para articular fidelidades, y un especial riesgo para el gobierno nacional –quien más las necesita– en este momento de despegue de su gestión.
Hasta mediados de enero, un 60 por ciento de los consultados era optimista frente al futuro económico del país, lo que implica un voto de confianza al nuevo gobierno, pero este peso desciende a 48 por ciento cuando se trata de evaluar el éxito de las medidas económicas, con un crecimiento de los que rechazan esas medidas y dudan respecto al beneficio que las mismas podrían acarrear a la sociedad”.

Desfiladero

“Los primeros meses del gobierno de Macri –explica Ricardo Rouvier, de Rouvier y Asociados– muestran que la administración camina por un desfiladero entre la presión de las propias corporaciones que apostaron a su candidatura y la realidad. En el camino hay una tensión o amenaza de tensión, entre su adecuación de prosapia liberal y la prepotencia de la realidad. Cuando decimos realidad aludimos a la plataforma previa sobre la cual ha caminado y dejado sus huellas doce años de un gobierno que puso sus ejes en la equidad social, la autonomía, y una visión progresista de la cultura. El gobierno actual no está haciendo un tratamiento de shock, como recomienda una parte del círculo rojo, porque hay alertas sobre una ciudadanía dispuesta a no resignarse, y por eso se eligió el gradualismo. No obstante, sus primeras medidas señalaron una gran transferencia de ingresos a favor de los exportadores y grandes productores. La inflación permite la recuperación de la tasa de ganancia, en detrimento de los ingresos de los trabajadores y jubilados. Veremos cómo transita por este camino angosto. Macri, luego de la legitimidad de origen, tiene que construir legitimidad de gestión, para lo cual la relación entre las medidas que se van tomando y el efecto en la sociedad es crítico.”

Explosiones

“El gobierno de Macri despierta una alta aprobación en la opinión pública –señala Manuel Mora y Araujo, de Ipsos-Mora y Araujo–. Es una corriente de expectativas más que de entusiasmo. Pero es una buena malla de protección, que lo ayuda a transitar en un camino pleno de obstáculos. Ahora bien, algunos de los temas candentes son bombas de tiempo: inflación, desempleo, tarifas. La protesta militante la veo menos problemática para el gobierno, porque sus dirigentes y sus métodos han perdido credibilidad ante la sociedad, pero aun así son bombas de tiempo.”

¿Necesario?

Según Bacman, Macri basa todavía buena parte de su discurso en el razonamiento “lo que ocurre es culpa de la gestión anterior”. A esto se agrega que “todo es más grave de lo que se suponía” y se emplaza así el concepto de emergencia. “A esta altura varias preguntas se imponen –plantea Bacman–: ¿Justifica esto el aumento desmedido de los precios durante los meses de diciembre y enero? ¿El tarifazo en las facturas de electricidad? ¿La baja calidad institucional de las medidas tomadas en base a DNU, como el nombramiento de dos ministros de la Corte Suprema? ¿La emergencia en materia de seguridad? ¿La represión de la protesta social? ¿La detención de Milagro Sala? ¿La decisión de volver a endeudar al país y regresar a las auditorías del FMI? ¿Reemplazar la mística y el carisma de la gestión política por el perfil del sujeto neoliberal, ejecutivo de empresas, emprendedor y entregado al máximo al rendimiento y la competencia? Es evidente que el único justificativo radica en la necesidad del gobierno de apostar fuerte a políticas de shock para los primeros cien días de gestión.”
“El cambio, tan publicitado en los tiempos de campaña, empieza a exponer sus verdaderos contenidos: una orientación económica diametralmente opuesta y en la batalla por la gobernabilidad mostrar un gobierno fuerte, autoritario, dispuesto a imponer sus principios. En esta Argentina fuertemente dividida, la aprobación de gestión del gobierno nacional se sustenta en el núcleo duro macrista. Sin embargo, pensando a futuro, las opiniones del segmento de los independientes serán sustanciales para el devenir del actual gobierno nacional. Hasta el momento todo parece indicar que a pesar de ciertas dudas que desvelan hasta a los propios macristas (preocupación por la creciente escalada inflacionaria, reaparición del fantasma de la desocupación, medidas tomadas por el gobierno que son interpretadas como autoritarias), la luna de miel con la actual gestión aún no ha terminado. Al menos a la luz de las encuestas es posible afirmar que cuentan con cierto resto; pero no quedan dudas que se vienen tiempos difíciles y un modelo de gestión con tantos componentes autoritarios puede comenzar a dejar al descubierto su flanco más débil.”

Autoritarismo

Artemio López, titular de la consultora Equis, habla de ceofascismo, combinando la designación en altos puestos del gobierno de ejecutivos del máximo nivel con autoritarismo. “Los veo desplegando rápido y con furia un severo ajuste neoliberal ortodoxo, cuyo objetivo central es incrementar la tasa de ganancia media empresaria, a través de la baja salarial, abrir la economía y reanudar el ciclo de endeudamiento externo. La novedad consiste en que el ajuste ya no lo lleva adelante el Partido Militar como en los años setenta, ni representantes de partidos históricos como la UCR o el PJ como ocurrió en el último cuarto del siglo pasado. Lo implementa una nueva coalición conservadora bajo el liderazgo de Macri, retazos de partidos históricos como acompañantes y la gestión de gobierno en manos de CEO de empresas, el ceofascismo como lo caracterizan algunos líderes opositores.”

Futuro

Para Ignacio Ramírez, “las percepciones económicas se han deteriorado sin, aún, lesionar significativamente la imagen del gobierno nacional, pero es probable que en un futuro cercano, un creciente malestar económico empiece a impactar sobre la evaluación del gobierno. En esta misma dirección, el argumento de la herencia (atribución discursiva de responsabilidades de cualquier aspecto negativo de la realidad a la administración anterior) irá perdiendo utilidad en la opinión pública. De aquí en adelante es probable que las críticas sobre eventuales deficientes institucionales tengan débil impacto, pero un deterioro en la evolución del empleo, el consumo y la actividad económica sin dudas serán factores que gravitarán sensiblemente en el próximo escenario político, menos cómodo para el oficialismo”. 
“Yo veo al gobierno de Mauricio Macri atrapado en la disonancia cognitiva –explica Carlos De Angelis, titular del Centro de Opinión Pública y Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA)–. Por un lado se propuso como el hombre del consenso, la unidad de los argentinos y del desarrollo racional, durante la campaña, y, por el otro, aparece como el hombre que viene a deskirchnerizar a la Argentina restaurando un orden mítico perdido. El conjunto de medidas tomadas y por tomar es visto por parte de la ciudadanía como necesarias para enderezar y poner el marcha el barco. Sin embargo, el impacto futuro será la baja en promedio de los salarios en dólares. La pregunta que sobrevendrá es si se sostendrán los apoyos de los sectores medios (principales soportes electorales) cuando identifiquen el descenso de su capacidad de consumo.”
raulkollmann@hotmail.com
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