lunes, 21 de abril de 2014

15:36 › EL MUNDO Rusia acusa a Ucrania de violar el acuerdo de Ginebra

El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, calificó de "absolutamente inaceptable" que Kiev se niegue a desalojar la plaza de la Independencia (Maidan), en la capital de Ucrania, y advirtió que de esa manera se pone en peligro el acuerdo del jueves pasado que, entre otras cosas, contemplaba la retirada de los edificios y las plazas ocupadas en todo el país.

Mientras el ministro de Exteriores ucraniano, Andrei Deschitsa, rechazó las acusaciones de Lavrov, este último advirtió que "no sólo no están cumpliendo el acuerdo de Ginebra, además están dando pasos para violarlo". "Aquellos que conscientemente cruzan la línea que desata una guerra civil (...) están llevando a cabo políticas criminales y no sólo lo condenaremos, sino que lo impediremos", dijo Lavrov.
El ministro acusó al gobierno ucraniano de haber ralentizado la prometida reforma Constitucional. Además, dijo, no dejan de detener a políticos prorrusos, a pesar de que en Ginebra se acordó una amnistía para presos políticos y participantes en las protestas así como para los ocupantes de los edificios públicos en el este de Ucrania. "Cada vez hay más llamamientos en Rusia para que se libere a la población de esa arbitrariedad. Eso nos coloca en una situación difícil", agregó Lavrov.
Si bien en la víspera, el portavoz del Kremlin aseguró que Rusia no tiene planes de intervenir Ucrania, tal como temen la OTAN, la Unión Europea y Estados Unidos, el presidente ruso Vladimir Putin no deja de recordar que tiene plenos poderes para ordenar un operativo militar. Según Lavrov, los recientes enfrentamientos que se saldaron con varios muertos en la ciudad de Slaviansk, en el este del país, muestran que el gobierno ucraniano no tiene bajo control "a los extremistas" a los que Moscú y los independentistas prorrusos acusan de los disparos.
Al menos tres activistas prorrusos fueron asesinados el domingo y otros tres resultaron heridos en Slaviansk, cerca de Donetsk, cuando fueron atacados en sus puestos de control por hombres armados. El Ministerio de Exteriores ruso y fuerzas prorrusas de la región aseguran tener pruebas de que los ataques fueron perpetrados por el grupo ultraderechista ucraniano Sector de Derechas, quienes rechazaron las acusaciones.
Mientras tanto, la situación en Slaviansk sigue siendo tensa, después de que milicias locales detuvieran temporalmente a tres periodistas extranjeros, entre ellos a Paul Gogo, un fotógrafo freelance francés con residencia en Kiev. También fue secuestrada la activista prooccidental y periodista Irma Krat, quien supuestamente forma parte del grupo ultraderechista Sector de Derechas.
El mismo día en que llegó a Kiev el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, quien se reunirá con el presidente de la transición, Alexander Turchinov, y con el primer ministro, Arseni Yatseniuk, las comunidades prorrusos de Lugansk y Járkov, al Este del país, eligieron a sus "gobernadores populares".

16:46 › ANTE LA CORTE SUPREMA DE ESTADOS UNIDOS Respaldo del gobierno de Obama contra los buitres

El procurador general adjunto del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, Edwin Kneedler, explicitó ante la Corte Suprema el apoyo a la posición argentina en la causa denominada "Discovery Mundial". Se trata de la apelación ante el fallo del juez Thomas Griesa, quien aprobó un pedido de un fondo buitre para obtener el listado de los activos del Estado argentino en el extranjero. "Cuando la soberanía está involucrada, un juez de distrito tiene que ser más cuidadoso", opinó durante la audiencia el magistrado de la Corte Stephen Breyer.

Esta mañana el máximo tribunal norteamericano llevó adelante la audiencia convocada para analizar el fallo emitido por tribunales de Nueva York que avalan el pedido del fondo buitre NML Capital de obtener información de activos de un Estado extranjero.
El encuentro comenzó a las 10 con la presentación del abogado del estudio Cleary & Gottlieb, Jonathan Blackman, encargado de representar al gobierno argentino y contó con la intervención en apoyo de la posición argentina del procurador general adjunto del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, Edwin Kneedler. Blackman argumentó ante el máximo tribunal el hecho de que la decisión del juez de Nueva York Thomas Griesa, que dio lugar al pedido de información de los fondos buitre relativa a bienes de Argentina en Estados Unidos y en el mundo, viola la Ley de Inmunidad Soberana de los Estados Unidos (FSIA, sus siglas en inglés).
Cerca de 20 minutos después, Blackman cedió parte de la media hora de exposición que le correspondía al procurador general adjunto, Edwin Kneedler, quien representó a la administración del presidente Obama, para manifestar su apoyo a la posición de Argentina sobre la lectura errónea de la legislación por parte de las cortes inferiores. Kneedler hizo saber también la "preocupación" de Estados Unidos en caso de que las decisiones de las cortes inferiores de Manhattan sean ratificadas y resaltó la importancia de la inmunidad que la Ley FSIA otorga a los Estados extranjeros.
De acuerdo a Scotusblog, el sitio especializado en las audiencias de la Corte estadounidense, se observó un cambio en la posición de los jueces, quienes cuestionaron que los acreedores estén reclamando saber incluso "hasta cuántos aviones de combate tiene Argentina". El periodista Lyle Denniston consideró que la Argentina "podría acabar logrando algún tipo de trato especial como deudor porque es una nación y no un deudor ordinario".
En ese sentido, Scotusblog resaltó el comentario del juez Stephen Breyer, quien, frente a las afirmaciones del abogado de los holdouts, Theodore Olson, acerca de que ellos tienen el derecho de poder preguntar sobre todas las posesiones de Argentina, replicó que hay "límites" y que "cuando la soberanía está involucrada, un juez de distrito tiene que ser más cuidadoso".

- El espíritu de empresa y la insolencia proletaria

“Allá por los años de 1935 en adelante, acudían al subsuelo en que F.O.R.J.A. desarrollaba sus actividades numerosos desocupados radicales. La revolución de 1930 los había dejado cesantes en los cargos humildes que desempeñaban en la administración nacional y desde entonces vagaban desesperados en busca de un trabajo que no aparecía por ningún lado. La campaña antiindustrial que Gran Bretaña desencadenó en el decenio del 20 al 30, había transformado a la República en un verdadero campo de concentración. Las posibilidades de trabajo eran escasísimas. El ingenio de los desocupados se agudizaba. Uno de ellos descubrió una tarea que resultó inusitadamente fructífera: hacer bolsas de papel para uso de los almaceneros. Había descubierto que haciéndolas él, podía venderlas más baratas que aquellas que los almaceneros adquirían por mayor. Compró varios pliegos de papel de estraza. Con una tablita como molde y un poco de engrudo empezó a trabajar. El ensayo resultó un éxito. Las bolsitas caseras tuvieron amplia aceptación.
Pronto la clientela excedió su capacidad personal. Entonces mi amigo decidió ampliar el radio de su actividad. Sin saber que hacía marxismo práctico, decidió aprovechar la plusvalía de otros desocupados radicales. Los contrató a tanto por bolsa. Poco tiempo después tenía más de veinte desocupados trabajando para él. El antiguo desocupado comenzó a vivir con cierto desahogo. Comía dos veces por día. Sus hijos engordaban. El dinero abundante transformó poco a poco sus hábitos. A ojos vista, se volvía más responsable, más reposado, más afinado… Hasta que ocurrió la catástrofe. Me visitó para pedirme un consejo, con la esperanza de que yo imaginara un milagro. Lo había llamado el gerente de una fábrica de bolsas de papel, filial del gran consorcio de Bunge y Born, y sin ningún miramiento ni preámbulo le había dicho: “Señor, su competencia nos está molestando. Le damos quince días para cerrar”. “¿Qué hago?”, me preguntaba desesperado. “Cierre”, le aconsejé yo. “Trate de vender todo lo que pueda en estos quince días. Junte sus pesos y cierre. Si quiere pelear, le bajarán los precios. Usted no podrá competir. Tendrá que cerrar dentro de treinta días y quedará cargado de deudas”. El hombre no quería doblegarse sin lucha. “¿No es una competencia ilícita? ¿No es un monopolio? ¿No hay leyes? ¿No hay gobierno? ¿No hay policía? ¿No hay justicia?” “Todo está al servicio del mismo gigantesco monopolio que aprisiona al país, le explicaba. Ferrocarriles, tranvías, frigoríficos, Bunge y Born, C.A.D.E. y demás congéneres son diversas manifestaciones de la misma opresión, como si dijéramos distintos regimientos del mismo ejército invasor. Fuera de una pequeña oligarquía de abogados e intermediarios, encargados de cuidar el orden legal conveniente a los interese extranjeros, y de una masa amorfa de profesionales y empleados, que ignoran el drama del país y con cuyos conocimientos juega el periodismo, no hay más actividad lícita para los argentinos que la de sembrar y cosechar trigo, maíz y lino, criar y engordar vacas y transportar todo hasta los puertos de exportación. Y esto seguirá así hasta que la revolución que el pueblo argentino inició en 1810 y a través de frustraciones…” Pero mi amigo ya no me escuchaba. Se resistía a creer que lo suyo fuese una simple consecuencia de un gran problema nacional. Dejé de verlo. Supe más tarde que debió clausurar sus actividades cercado por las deudas. Después, corrido por las deudas se fue al campo a trabajar con su familia.
Volví a encontrarlo a mediados de 1950. Casi no lo reconocía. Vestía ropas de óptima calidad. Estaba rozagante, brioso y muy seguro de sí mismo. Se me ocurrió que desde lo alto de su evidente opulencia avizoraba con cierto ligerísimo menosprecio la constancia invariable de mi modestia. No me fue difícil presuponer que por un momento cruzó por su pensamiento la idea de que, al fin y al cabo, yo podía ser nada más que un pobre infeliz tragalibros, incapaz de triunfar, como él, en la lucha por la vida. Hizo gala de la fidelidad de sus ideas políticas. Continuaba siendo “un buen radical”. Desde las heterogéneas filas de la Unión Democrática había enfrentado la prepotencia militar y continuaba siendo un afilado luchador contra los extremismos totalitarios que se habían adecuado del poder con métodos demagógicos. Cuando terminó de recitar su cartilla política le pedí datos de sus actividades económicas.
Con gran aplomo me contó los detalles de su buenaventura. Habilitado por el Banco Industrial, había reinstalado con alguna maquinaria moderna de su antigua fábrica de bolsas. Se quejó del tiempo que le habían hecho perder con la presentación de proyectos, de planos y de presupuestos de inversión. Usaba una terminología técnica muy precisa. Tuvo amargas palabras de censura para la minuciosidad y morosidad burocráticas. Hizo una vaga referencia a particiones o coimas, pero soslayó toda referencia concreta. Tuve la sospecha de que en este punto mentía o exageraba.
No le oí ni una sola palabra de agradecimiento para nadie. Tenía la certidumbre de que su éxito se debía exclusivamente a su iniciativa personal, a su capacidad de trabajo indudable y a su espíritu de empresa. El radio de sus actividades fabriles se había extendido mucho, y diversificado en una gran complejidad de artículos. Criticó acerbamente el intervencionismo estatal que le impedía traer del extranjero repuestos y máquinas más eficaces y más baratas que las fabricadas en el país. Se desahogó hablando mal de la prepotencia proletaria. Las reclamaciones de sus obreros eran una espina clavada en su optimismo. Se explayó largamente y en términos duros contra sus exigencias y contra las crecientes concesiones que les acordaba el gobierno con su política demagógica. En su criterio, los obreros parecían querer suplantarlo en la propiedad de su fábrica y estableció un rápido paralelo con lo que él suponía que ocurría en Rusia. Se acaloraba al recordar lo que él llamaba “insolencia de sus delegados”. Después entró a criticar las innovaciones institucionales y se dedicó a encarnecer las flamantes reformas introducidas en la Constitución por el pueblo argentino. “Ese artículo cuarenta -dijo- es un absurdo”. Entonces lo interrumpí. Lo había escuchado en silencio y con un asomo de aprobación, porque quería medir el alcance de su incomprensión, y la profundidad de la penetración de las ideas que sigilosamente difundían los intereses extranjeros. Ahora le tocaba escucharme.
Nada puede el esfuerzo aislado
“El día que caiga el artículo 40 de la Constitución [de 1949] -le dije- junto con él caerá su fábrica o comenzarán a formarse las condiciones necesarias para que caiga. El día que terminen los privilegios que toda justicia aseguran las leyes a sus obreros, terminarán todos sus créditos y su opulencia que están sostenidos por el mismo principio de unidad, y a poco volverá usted a ser el humilde rasca que fue siempre, a pesar de sus grandes condiciones personales. ¿No ha comprendido todavía que su esfuerzo aislado vale menos que nada, frente a los inmensos poderes de las potencias extranjeras a quienes su actividad personal perjudica sin saberlo? ¿No ha comprendido todavía que el país sólo puede defenderse y defenderlo a usted, reuniendo en un mismo haz a todos los intereses nacionales, sin distinción de magnitud, así como no hace ni puede hacer distinción de razas ni de religiones ni de creencias? ¿No se ha percatado todavía de que su propiedad o su infortunio es una unidad inseparable del conjunto nacional, por cuya disgregación trabajan tenaz y afanosamente los intereses extranjeros? ¿No se ha dado cuenta todavía de que el artículo 40 es el símbolo del espíritu que generosamente defiende sus intereses, símbolo que será arriado el infausto día en que triunfen las fuerzas antinacionales que se disciplinaron en la extinta Unión Democrática? ¿No ha aprendido todavía a no hacerse eco de las difamaciones de la prensa extranjera y no sabe aún traducirlas al lenguaje de sus conveniencias? ¿No sabe aún que prensa extranjera ataca con sus calumnias y maledicencias cuando alguien opone los intereses argentinos a los intereses extranjeros, y al revés, elogia cuando los intereses extranjeros consiguen doblegar las conveniencias argentinas? ¿No ha comprendido aún que el día en que el delegado carezca de fuerza legal coactiva para hacerle cumplir la ley, será el mismo día en que su fábrica comenzará a carecer de crédito? Baje del caballo, amigo, y desensille. No hay que ser zonzo y permitir que los extranjeros aprovechen a su favor nuestras divergencias y nuestras incomodidades. ¿Conoce la técnica del jiu jitsu? Es una método de lucha japonés, merced al cual su rival lo vence con su propia fuerza. Con una pequeña palanca, él la desvía y la vuelve en contra suya. Tal es la técnica que los extranjeros han utilizado siempre contra nosotros. El día que muera el artículo 40, caerá el I.A.P.I. y Bunge y Born resucitará en toda su potencia, y junto con él todo el conglomerado de intereses concertados en la voluntad de mantener a nuestro país en el estado larval de factoría agropecuaria. No crea usted que el monopolio del comercio exterior, de los servicios públicos y del subsuelo son ocurrencias arbitrarias ocasionales y sin antecedentes.
Todas las legislaciones de los países verdaderamente independientes contienen especificaciones más o menos similares. Pero no hay necesidad de recurrir al extranjero. Todo lo que el artículo 40 preceptúa, ya lo previó como indispensable el numen tutelar de Mariano Moreno. Y Mariano Moreno es el pensamiento de Mayo. ¿O cree usted que el pensamiento de Mayo está dado por el jabonero Vieytes? En su “Plan Revolucionario” dice Mariano Moreno: “El mejor gobierno forma y costumbre de una nación es aquel que hace feliz al mayor número de individuos… las fortunas agigantadas en pocos individuos… no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, porque no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino también porque en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad, demostrándose como una reunión de aguas estancadas…”
(…) Me proponía continuar leyendo otros párrafos de Mariano Moreno, sobre todo aquel que comienza diciendo: “Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos y no deben fiar sino en sí mismos…”. Pero mi amigo se disponía a continuar su marcha. Tenía algún apuro porque temía llegar tarde a la conferencia de von Hayek. Lo vi partir con cierta pena. Al distanciarse de lo que le estaba leyendo, avanzaba hacia su perdición. Como los navegantes que iban tras el canto de las sirenas”.
Fuente: Raúl Scalabrini Ortiz, “Bases para la reconstrucción nacional”[Texto gentileza de Carlos Semorile y Néstor Gorojovsky]

AGENDA DE REFLEXION.

Alfonsín: "Felices Pascuas... La casa está en orden" - 1987

Pensar la democracia: El largo camino de la justicia - Canal Encuentro

Amenazaron a H.I.J.O.S. La Matanza

“A continuación reproducimos textualmente el mensaje recibido: 'Dejate de joder con los juicios Lily Galeano sino el próximo va a desaparecer tu hijito te avisamos'".
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Por HIJOS La Matanza
Por la presente la agrupación H.I.J.O.S. LA MATANZA pone en conocimiento público la amenaza intimidatoria recibida el pasado viernes 11 de Abril al teléfono personal de una integrante de la agrupación. Los hechos a relatar sucedieron en las instalaciones de UNLaM (Universidad de La Matanza), mientras se llevaba a cabo un encuentro de diversas agrupaciones de H.I.J.O.S. A continuación reproducimos textualmente el mensaje recibido: "Dejate de joder con los juicios Lily Galeano sino el próximo va a desaparecer tu hijito te avisamos".
Al día siguiente, sábado 12 de Abril, a pocos metros de su domicilio, el hijo de Lily Galeano fue abordado por dos desconocidos que en circunstancias similares a un intento de robo, le ocasionaron una herida de arma blanca. Fue asistido en la vía pública y trasladado a un hospital zonal donde recibió atención medica.
Ambos episodios fueron denunciados en las dependencias y fiscalías correspondientes a la zona. Quedando a la espera de un pronto esclarecimiento por parte de la justicia.
Dadas las circunstancias acontecidas, solicitamos y agradecemos difundir lo expuesto.
H.I.J.O.S. La Matanza
"30.000 veces volveremos"

Periodismo: el mejor oficio del mundo

alabras pronunciadas por el periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien falleció hoy a los 87 años, ante la 52a asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa en Los Ángeles, EEUU en octubre de 1996.
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Por Gabriel García Márquez
A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.
Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.
El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años –siendo el peor estudiante de derecho– empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.
La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo… como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.
La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.
Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.
La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.
Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.
No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.
Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.
Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.
Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma –sobre todo si es oficial– y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.
Aún a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarle a los colegas jóvenes que el casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite –como un loro digital– pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.
La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.
Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.
El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.
Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica –reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras– bajo la dirección de un veterano del oficio.
En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.
La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado –que escasas veces puede ser de más de una semana–, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.
Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señaló muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomás Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnífico Horacio Verbitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Ángel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.
Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.
Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.
Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

APU