viernes, 18 de abril de 2014

El hombre que logró que todo Macondo esté de duelo

El escritor y periodista colombiano, Premio Nobel en 1982, deja una obra que resiste el paso del tiempo. Cien años de soledad se convirtió en una contraseña mundial, pero es sólo una de las facetas del fundador de lo que se conoce como el boom latinoamericano.

Por Silvina Friera

Los lectores del mundo andan con una tristeza infinita. Gabriel García Márquez, el patriarca de la literatura latinoamericana y maestro de generaciones de periodistas, murió ayer a los 87 años en su casa de México. Quizá cayó una llovizna imaginaria de minúsculas flores amarillas, las mismas que cayeron cuando murió José Arcadio Buendía en Cien años de soledad, su obra maestra y mítica. Una muerte esperada –anunciada de un tiempo a esta parte por la “fragilidad” de su salud– no conjura el dolor de esta pérdida. Un conglomerado de textos pide pista en la memoria. Uno se impone, un artículo que publicó en 1948 en el diario colombiano El Universal. “No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento. Perdone usted, señor lector, este principio de greguería. No me era posible comenzar en otra forma una nota que podría llevar el manoseado título de ‘Vida y pasión de un instrumento musical’. Yo personalmente le haría levantar una estatua a ese fuelle nostálgico, amargamente humano, que tiene tanto de animal triste.” La muerte de Gabo arruga el corazón. Queda la chispa de su lenguaje, la creación de un mundo que sobrevivirá, con toda su riqueza y complejidad, a su demiurgo mortal.

La vivacidad del lenguaje

Eran las nueve de la mañana en Aracataca. Llovía el 6 de marzo de 1927 cuando nació el primogénito de Luisa Santiaga Márquez Iguarán y el telegrafista Gabriel Eligio García. La tía Francisca, abriéndose paso por el corredor de begonias, propagaba la buena nueva: “¡Varón! ¡Varón! ¡Ron, que se ahoga!”. Gabo, el mayor de siete varones y cuatro mujeres, pasó los primeros años de su infancia con sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Márquez Mejía –su ídolo de toda la vida– y Tranquilina Iguarán Cotes, quienes le contaban relatos, fábulas e historias. A la muerte de su abuelo fue enviado a estudiar a Barranquilla y en 1940 viajó a Zipaquirá, donde fue becado para estudiar el bachillerato. Los recuerdos de su familia y de su infancia –el abuelo como prototipo del patriarca familiar, la vivacidad del lenguaje campesino y la natural convivencia con lo mágico– emergerán años más tarde, transfigurados por la ficción, en obras como La hojarasca (1955), su primera novela escrita entre julio de 1950 y agosto de 1951, donde asimila la influencia de William Faulkner. La historia se despliega a través de tres monólogos –abuelo, madre y niño– que recrean las vidas alrededor del cadáver de un médico francés que se ha ahorcado en la madrugada. El pueblo en el que transcurren estas vidas se llama Macondo. No fue su abuela Tranquilina la que le permitió imaginar que podría ser escritor. “Fue Kafka que, en alemán, contaba las cosas de la misma manera que mi abuela. Cuando yo leí a los 17 años La metamorfosis, descubrí que iba a ser escritor. Al ver que Gregorio Samsa podía despertarse una mañana convertido en un gigantesco escarabajo, me dije: ‘Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero si es así, escribir me interesa’”, afirmó el escritor colombiano a su viejo amigo Plinio Apuleyo Mendoza en el libro de conversaciones El olor de la guayaba.

Aunque estudió Derecho, dejó la carrera para dedicarse al periodismo y a la literatura. Un tímido muchacho de 20 años se quedó petrificado frente a unas letras de molde con su nombre y apellido, en el diario colombiano El Espectador, de Bogotá. El 13 de septiembre de 1947 las palabras de su primer cuento, “La tercera resignación”, flameaban en su campo visual: “Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía, pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día para otro se hubiera desacostumbrado a él”. Allí estaba el principio de su galaxia literaria. Quizá Gabo permaneció callado durante unos segundos, inescrutable, pero seguro de sí mismo y del porvenir. Pero hace casi 60 años, la primera reacción de ese joven fue “la certidumbre arrasadora de que no tenía los cinco centavos para comprar el periódico”. En 1948 se trasladó a Cartagena, donde inició su carrera periodística en El Universal en el marco histórico del Bogotazo, la reacción popular por el asesinato del líder liberal y populista Jorge Eliécer Gaitán. Posteriormente continuó en El Heraldo de Barranquilla, donde publicó las columnas de “La jirafa” con el nombre Septimus –su doble periodístico– desde 1950. Como otros escritores fogueados por el periodismo –Ernest Hemingway, por ejemplo–, aprovechaba ese territorio para despuntar la experimentación estilística. El periodismo nunca obturó las cualidades del escritor. Sin duda sería el gran laboratorio que fue potenciando y acompañando el campo de la ficción. Las semillas de lo que se ha llamado “realismo mágico”, las concepciones laberínticas del tiempo en sus novelas, se encuentran ya en muchas de sus crónicas. En el prólogo al primer volumen de los Textos costeños –su obra periodística inicial de 1948 a 1952, editada en dos tomos–, Jacques Gilard observa que en los primeros cuentos y notas periodísticas hay un motivo que se repite con alguna insistencia: “Es el muerto sobre el que crece un árbol cuya savia, sacada del cadáver, sube hasta las frutas que servirán de alimento a los vivos”. Para Gilard, “que a la muerte haya de sucederle una renovación no es ningún consuelo para quien sabe que tiene una sola vida: sólo importa la conciencia de que el tiempo pasa y, al pasar, mata”.

Mientras trabajaba en El Espectador, de Bogotá, escribió Relato de un náufrago (publicado en formato libro en 1970), en el que narró la aventura de un marinero colombiano que sobrevivió varios días en el mar, luego de que su barco naufragara. Las revelaciones del marinero le provocaron problemas con el gobierno del presidente Gustavo Rojas Pinilla, por lo que el periodista fue enviado como corresponsal a París de 1955 a 1957. En el exterior, el escritor se replanteó el enfoque de sus crónicas hacia detalles marginales o secundarios. Muchas veces optó por narrar lo que le sucedía a él, es decir la historia de la historia, como lo hizo en sus crónicas sobre Viena, las noches de Budapest o la Unión Soviética en 1957: “22.400.000 kilómetros cuadrados sin un aviso de Coca-Cola”. Después se casaría con su novia de juventud, Mercedes Barcha, en 1958; trabajaría en Prensa Latina, la agencia cubana de noticias creada tras el triunfo de la Revolución Cubana; y en 1961 se establecería en México, donde nacieron sus dos hijos: Rodrigo y Gonzalo. Además de su primera novela, entonces había publicado dos novelas más: El coronel no tiene quien le escriba (1957) y La mala hora (1961).

El periodismo, “el mejor oficio del mundo”, perdió a su maestro más notable. Gabo nunca quiso separar ni escindir la experiencia del novelista y el periodista. Detestaba los grabadores, “un invento luciferino” que eclipsa la atención del cronista al creer que ese aparato lo oye todo. “No oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista”, decía el escritor que en 1994 creó la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) con el apoyo de La Jornada en México, El País en España y Página/12 en Argentina, para mejorar la formación y prácticas de los periodistas iberoamericanos. “El reportaje necesita un narrador esclavizado a la realidad. Y ahí entra la ética. En el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad. Quien cede a la tentación y miente, aunque sea sobre el color de los ojos, pierde.”

La fundación de la Utopía

Macondo y los Buendía –ese rosario de historias de la humanidad narradas desde el umbral del sueño y la vigilia– llegaron al universo digital hace poco más de dos años cuando Cien años de soledad se empezó a vender por primera vez en formato electrónico, con la portada original de la primera edición impresa: el emblemático galeón en la selva colombiana. La liberación de los espacios de lo real a través de la imaginación es el hecho central que subrayaba Carlos Fuentes. “¿Quién no ha reencontrado, en la genealogía de Macondo, a su abuelita, a su novia, a su hermano, a su nana?”, se preguntaba el escritor mexicano. “La fundación de Macondo es la fundación de la Utopía. José Arcadio Buendía y su familia han peregrinado en la selva, dando vueltas en redondo, hasta encontrar, precisamente, el lugar donde fundar la nueva Arcadia, la tierra prometida del origen: ‘Los hombres de la expedición se sintieron abrumados por sus recuerdos más antiguos en aquel paraíso de humedad y silencio, anterior al pecado original’.” Francisco “Paco” Porrúa, ex director de Sudamericana, no necesitó leer toda la novela del entonces desconocido periodista y escritor colombiano. Las primeras líneas alcanzaron. En aquellos años, a mediados de los ’60, estaba a la caza de novelas latinoamericanas “originales”. El 30 de mayo de 1967 se publicó en Argentina la primera edición, una tirada de 8000 ejemplares que se agotó como pan caliente. El escritor y periodista Tomás Eloy Martínez, primero en publicar la crítica a esta novela en Primera Plana, sintetizó con precisión el camino del anonimato a la consagración que transitó el colombiano. “Llegó a Ezeiza en un avión demorado, a las tres de la madrugada, y sólo dos personas lo estábamos esperando: su editor y yo. Al marcharse, diez días más tarde, la multitud que lo acompañaba era tan caudalosa que Porrúa y yo lo perdimos de vista.” Su obra maestra es un long seller de largo aliento, traducido a 35 idiomas, desde el ruso hasta el esperanto, pasando por el húngaro y el chino, y se calcula que las ventas han superado ampliamente los 30 millones de ejemplares en todo el mundo. “Lo peor que le puede suceder a un hombre que no tiene vocación para el éxito literario, o en un continente que no está acostumbrado a tener escritores de éxito, es publicar una novela que se venda como salchichas”, confesó García Márquez. Más allá de la molestia por el impacto, lo cierto es que la novela hispanoamericana no salió al mundo, no estuvo en el foco de los lectores de otras lenguas, hasta el triunfo de Cien años de soledad.

A pesar de que se conocieron en 1959, la amistad comenzó a mediados de la década del ’70. “Fidel Castro es un lector voraz, amante y conocedor muy serio de la buena literatura de todos los tiempos y, aun en las circunstancias más difíciles, tiene un libro interesante a mano para llenar cualquier vacío”, dijo Gabo en 1976, después de un encuentro con el líder cubano, quien ha tenido el privilegio de leer los borradores de varios libros de García Márquez. Ni las primeras críticas de los intelectuales al régimen cubano por la censura y el tratamiento que recibían los artistas considerados opositores –como sucedió con el famoso “caso Padilla”, a principios de los ’70– ni la encarcelación de 78 disidentes en 2003 –que fueron condenados a penas entre doce y veintisiete años– pudieron debilitar las convicciones y la fidelidad de Gabo a la Revolución Cubana. Esta certeza –dicen– fue una de las razones de la enemistad con Mario Vargas Llosa. Después de una pelea que terminó a las trompadas en el estreno de una película en México, en 1976, el peruano calificó a su par colombiano de “lacayo” de Castro.

Gabo siempre se ha defendido de quienes lo acusaban de “amar el poder”, alegando que su amistad está por encima de otras cuestiones y que su posición le ha permitido salvar en silencio a varios disidentes cubanos. Como muchos de los autores de su generación, el narrador colombiano siempre ha tenido una posición política pública y cuenta con “la novela sobre el dictador”, El otoño del patriarca (1975). Y sin embargo, nunca aceptó cargos públicos. En diciembre de 1986 fundó en San Antonio de los Baños una academia de cine: la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano. La nueva institución –presidida por García Márquez– es importante para Cuba porque en Latinoamérica la cultura es una fuente decisiva de legitimidad. “Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”, se lee en la página web de esta Fundación por la que han pasado, entre otros, Robert Redford, Steven Spielberg y Francis Ford Coppola. Gabo, que también fue amigo del ex presidente norteamericano Bill Clinton –quien confesó ser un gran lector de sus libros y lo calificó como su “escritor favorito”–, se definía como socialista. En una entrevista en 1983 aseguró que no era comunista. “No lo soy ni lo he sido nunca, ni tampoco he formado parte de ningún partido político”, advirtió. Y aclaró que el modelo de gobierno que prefería era el socialismo: “Quiero que el mundo sea socialista y creo que tarde o temprano lo será”.

La soledad de América latina

García Márquez fue el primer escritor colombiano en obtener el Premio Nobel de Literatura en 1982. Durante el memorable discurso de aceptación, el 10 de diciembre de ese año, el escritor colombiano recordó que los desaparecidos latinoamericanos por motivos de la represión eran casi 120 mil en 1982, “que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala”. “Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares (...) Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”, explicó el Premio Nobel. “Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: ‘Me niego a admitir el fin del hombre’. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica”, alertó García Márquez en otro tramo de su discurso en Suecia. “Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra.”

¿Por qué comienza por el final? Eso se podrán preguntar los lectores de Crónica de una muerte anunciada (1981). Se sabe el nombre de la víctima, Santiago Nasar. Que los asesinos son los gemelos Pedro y Pablo Vicario. Que el móvil del crimen fue vengar el honor de su hermana ultrajada. Y sin embargo, la eficacia de la novela reside en su rigurosa arquitectura coral. El cronista reconstruye y “acerca” –a través de las voces de los protagonistas y testigos, de cartas, informes y el sumario judicial– los recuerdos de aquel lunes ingrato, las omisiones y las ambigüedades de una tragedia moderna tan anunciada. No eran “vainas de borrachos”; se sabía que lo iban a matar, y los mensajeros no llegaron a tiempo ni pudieron impedir el crimen. Y los lectores, que desean que alguien lo salve, o que la puerta de su casa se abra y pueda escapar, se derrumban de bruces en la cocina, junto a Santiago. Gabo disloca el tiempo –el orden cronológico de los hechos y el de la narración–, y disuelve las fronteras de la crónica y de la literatura. Quizás este modo de descomponer los bordes sea una de las características más persistentes de su obra. Para recomponer las astillas dispersas del espejo roto de la memoria, en un pueblo olvidado de la costa caribeña, había que empezar por el final.

Jubilar la ortografía

Qué polémica descomunal estalló cuando sugirió simplificar la gramática “antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros” en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizó en Zacatecas (México), en 1997. Era previsible que los gramáticos, lingüistas y académicos reaccionaran, con el malentendido de que donde el escritor dispuso el verbo “simplificar” algunos medios de comunicación utilizaron “suprimir”. “Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos”, comparó el autor de El amor en los tiempos de cólera (1985), Del amor y otros demonios (1994) y Noticia de un secuestro (1996). “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”

Entre los ejemplos que entonces propuso señaló que la palabra “condoliente” no existe. Que sí existen el verbo condoler y el sustantivo doliente, que es el que recibe las condolencias. Pero los que la dan no tienen nombre. Gabo resolvió inventar condolientes en El general en su laberinto (1989) y comentó que le habían reprochado que en tres libros aparezca la palabra átimo, que es italiana derivada del latín, pero que no pasó al castellano. En sus últimos seis libros de entonces no incluyó un sólo adverbio de modo terminado en “mente” porque “me parecen feos, largos y fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y originales”. Estas cuestiones eran para él “pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo”. La contribución que pueden hacer los escritores respecto de la lengua “no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa”. El tópico ameritaría más reflexiones. No conviene desestimar asuntos que fueron, son y serán peliagudos. En este tema, más que el afán de provocar, Gabo se animó a expresar justamente lo que muchos no querían oír. “El deber de los escritores no es conservar el lenguaje, sino abrirle camino en la historia”, planteó el escritor. “Los gramáticos revientan de ira con nuestros desatinos, pero los del siglo siguiente los recogen como genialidades de la lengua. De modo que tranquilos todos: no hay pleito. Nos vemos en el tercer milenio.”

El goce visual

La sexualidad en la vejez está cubierta por un velo de pudor que la consagra al silencio. De eso no se habla. Pero Gabo se atrevió a descorrer ese velo pudoroso, glorificando la senectud y burlándose, a su manera, de los riesgos de estar vivo. Quizá tenga razón el nonagenario protagonista de Memoria de mis putas tristes, la última novela que publicó en 2004, luego del primer y único volumen de sus memorias Vivir para contarla (2002): “El primer síntoma de la vejez es que uno empieza a parecerse a su padre”. Consciente de que a su edad cada hora es un año, el anciano solterón, que durante 40 años trabajó como “inflador de cables” en El diario de La Paz y como profesor de gramática, decide celebrar sus noventa con una adolescente virgen. Nada más que una noche libertina. Acaso el último placer carnal frente a la inminencia de la muerte. Mientras espera que la dueña de un burdel le consiga “una novedad disponible” –una chica analfabeta–, el anciano, que trata de apaciguar su ansiedad escuchando a Bach, Wagner o Debussy, efectúa una suerte de ajuste de cuentas con su pasado. “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido.” En este epígrafe de la última novela de García Márquez hay un homenaje al autor de La casa de las bellas durmientes (1961), Yasunari Kawabata, primer Premio Nobel de Literatura de origen japonés. Eguchi, el viejo japonés de 67 años que acude a una posada en las afueras de Tokio, frecuentada por ancianos que buscan pasar la noche con jóvenes narcotizadas, se parece al personaje del escritor colombiano. Los dos viejos descubren el placer de contemplar el cuerpo desnudo de una mujer dormida, sin ir más allá del goce visual. Ese nonagenario que se asume como “feo, tímido y anacrónico”, que nunca se preocupó por su edad sexual (“porque mis poderes no dependían tanto de mí como de ellas”), después de su fallida noche de amor, descubre el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una joven morena, a quien llama Delgadina, “sin los apremios del deseo y los estorbos del pudor”. Aunque ese “fracaso” le hiere su orgullo masculino –la dueña del prostíbulo, Rosa Cabarcas, una sagaz celestina moderna, le reprocha: “Una mujer no perdona jamás que un hombre le desprecie el estreno”–, lo que asoma como la historia de una derrota irreversible o el epílogo sexual de un hombre, pronto se transforma en la crónica de un anciano enamorado. Y el amor modifica las rutinas de este viejo solitario que empieza a descifrar el lenguaje del cuerpo de su bella durmiente, y que percibe los estados de ánimo de Delgadina por el modo de dormir o por su manera de respirar. Este goce ante la contemplación nocturna es una obsesión literaria del colombiano. En el cuento “Muerte constante más allá del amor” del libro La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972), el senador Onésimo Sánchez duerme abrazado a Laura Farina, la joven más bella del mundo, sin amenazar la virginidad de la chica.

Hace muchos años Gabo tuvo una revelación. Fue en Zurich, cuando una tormenta de nieve lo empujó a refugiarse en un bar. “Todo estaba en penumbra, un hombre tocaba el piano en la sombra, y los pocos clientes que había eran parejas de enamorados. Esa tarde supe que si no fuera escritor, hubiera querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, sólo para que los enamorados se quisieran más.”

La respuesta del coronel
Por Juan Sasturain

García Márquez fue un notable fabulador, un escritor riguroso y –además o sobre todo– un extraordinario titulero. Quiero decir y me animo: sus libros no serían tan buenos con otros títulos. En los diarios y en los cables de hoy –paga dos pesos– proliferarán los juegos de palabras con varios de los suyos: Cien años de soledad, El otoño del patriarca (dos octosílabos perfectos), Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera (dos endecasílabos inolvidables). Pero sobre todo será difícil no incurrir en la paráfrasis, la alusión a esa marca subrayada en la memoria de la lengua, el otro endecasílabo increíble: El coronel no tiene quien le escriba. Va a ser todo un de-safío tratar de salir de ahí. Es que son años de fidelidad, más o menos hasta los alrededores del Nobel. Las primeras invenciones de García Márquez que leímos a mediados de los sesenta, con veinte años y en ediciones uruguayas –Arca, sobre todo: La hojarasca, La mala hora– eran buenas pero no un refucilo ni rumor que anunciara el próximo y máximo tronar de lo que se venía: la inesperada explosión de Cien años de soledad –que no supo escuchar el pobre Goytisolo, dice la leyenda catalana– fue el resultado de soltarle la rienda a una manera distinta de contar el mismo mundo pero con una vuelta de tuerca alucinada, darle el mando, todo el poder a Melquíades. Un salto de registro, salida de madre. Arcadios, Aurelianos, Ursulas y Amarantas fueron una memorable raza de titanes, semidioses pobres, épica tropical de polvareda que dejaría, tras la secuela brillante y saturada de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira & Co, ya en otras manos, larga cría no siempre a la altura.

Pero fue así: como los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande y la historia del olvidado coronel –escritos antes de la inconcebible y centenaria saga– llegaron editorialmente después, los leímos ya vacunados y un con cierto respiro más cómodo tras el paso del torrente multicolor de pura invención. Y los disfrutamos más, si cabe. Por eso –contra ese fondo de gloria y reconocimiento universales– se recorta todavía hoy la perfección de aquellas piezas contenidas, hechas de reticencia y sabia alusión: “La siesta del martes”, “Un día de éstos”, “En este pueblo no hay ladrones”, la discreta hilera encolumnada que desemboca en el desborde de “Los funerales”. Ahí, antes del viraje, ya estaba el gran narrador que daría el salto sin red y caería parado entre ovaciones.

No trataremos de ser originales. Seamos un poco obvios, una forma de la cortesía ante lo que nos queda grande. Por eso, frente a la noticia de la muerte anunciada sólo cabe –un cadáver es también una pregunta– la respuesta final de su invicto coronel. Un exabrupto de dos sílabas, una definición del mundo o del estado de cosas del mundo que sigue vigente: Mierda.

El mejor de los mejores
Por Osvaldo Bayer

El mejor de los mejores. No es un calificativo muy original. Pero es la verdad. El escritor que descubrió Latinoamérica. Tal cual. Con sus originalidades, tradiciones, muecas, fantasías, predicciones. La naturaleza los hizo así. Eran y son así. Los libros de él penetran. Tienen la originalidad que lleva a la sabiduría. Esa sabiduría popular que puede avergonzar a cualquier filosofía europea. Quien descubrió Latinoamérica no fue Colón sino García Márquez. Su paisaje principal son sus personajes, esos sencillos habitantes que derraman saber chupado de las flores y los cardos. El descubre los colores, los sabores, el saber y el esconder, el abrirse y el usar y el aderezar la picardía. Todo mágico, pero, sí, trágico. Sabio pero llano. No se separa del idioma de las calles, de los valles. Auténtico. García Márquez, toda tu herencia nos queda. Nos has enriquecido para siempre. Mereces toda esta palabra emocionada: gracias por tu vida.

Consenso político
Por Emanuel Respighi

El fallecimiento de García Márquez no pasó inadvertido para el mundo de la política. Diferentes presidentes latinoamericanos y del resto del mundo lamentaron la muerte del Premio Nobel, en su mayoría a través de sus cuentas oficiales en Twitter. El presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, calificó al colombiano como “uno de los más grandes escritores de nuestros tiempos”. “Con su obra, García Márquez hizo universal el realismo mágico latinoamericano, marcando la cultura de nuestro tiempo”, escribió en Twitter el presidente del país en el que Gabo residió en las últimas décadas. A través de la misma red, el mandatario colombiano, Juan Manuel Santos, subrayó que “los gigantes nunca mueren”, al resaltar el gran legado que deja el autor de Cien años de soledad. “Mil años de soledad y tristeza por la muerte del más grande colombiano de todos los tiempos! Solidaridad y condolencias a la Gaba y familia”, escribió el mandatario. También el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton, y el actual, Barack Obama, expresaron públicamente sus condolencias ante la pérdida del escritor y periodista colombiano.

La presidenta de Brasil, Dilma Rou-sseff, reconoció haber sentido una enorme “tristeza” cuando se enteró del deceso. Según la mandataria, el Premio Nobel de Literatura 1982 era “dueño de un texto encantador”, a través del cual “conducía al lector por sus ‘Macondos’ imaginarios como quien presenta un mundo nuevo a un niño”. Su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, se expresó mediante un comunicado firmado junto a su esposa. “Gabo –dice el texto difundido– fue un extraordinario escritor, un excelente periodista, un gran militante de las causas democráticas populares y un símbolo para todos nosotros de América latina y del mundo.” El presidente de Perú, Ollanta Humala, también lamentó la partida del autor de Crónica de una muerte anunciada. “Latinoamérica y el mundo entero sentirán la partida de este soñador. Descansa en paz Gabriel García Márquez, allá en Macondo”, escribió Humala en su cuenta de Twitter. “Se nos fue el Gabo, tendremos años de soledad, pero nos quedan sus obras y amor por la Patria Grande. ¡Hasta la victoria siempre Gabo querido!”, manifestó el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, también en Twitter.

Otro de los líderes latinoamericanos que expresó su pesar por el fallecimiento de García Márquez fue Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, quien remarcó que el escritor fue un amigo sincero y leal de los revolucionarios latinoamericanos. “Perteneció a la generación fundadora del periodismo creador y comprometido con el derecho del pueblo a su felicidad. Dejó grabada su huella espiritual en la nueva era de nuestra América, cien años de Amor por su espíritu eterno. El Gabo fue amigo sincero y leal de los líderes revolucionarios que levantaron la dignidad de la América, de (Simón) Bolívar y (José) Martí”, remarcó Maduro. El presidente de Uruguay, José Mujica, recordó que cuando estuvo preso soñaba con las mariposas creadas por García Márquez en Cien años de soledad. “Lo descubrí casi por casualidad, en algunos años en la cárcel, y caminé mucho con él. Después lo soñé. Estuve 7 años sin poder consultar un libro y mi imaginación buscaba mariposas como las de él”, dijo. Mujica reflexionó que en sus soledades acudió a García Márquez y a otros escritores, porque “cuando uno está muy solo, trata de conversar con el hombre que lleva adentro, que está munido de los recuerdos de lo mejor que ha podido recoger en la vida. Y algunas cosas eran imágenes de García Márquez”, subrayó.

Las repercusiones en la política ante la muerte de Gabo no se redujeron al ámbito latinoamericano. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, también se sumó a los mensajes de condolencias, señalando que con el fallecimiento de García Márquez “el mundo ha perdido a uno de los más grandes y visionarios escritores” y uno de sus favoritos desde que era joven. El ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton, con quien el colombiano tuvo una relación fluida durante su mandato, aseguró sentirse “honrado” de llamarlo amigo, lo que le permitió compartir su “gran corazón y mente brillante durante más de veinte años”.

Otras voces
- Guillermo Saccomanno (escritor): “Todos los libros que escribió fueron buenos, están magníficamente escritos. Todo tuvo brillo, sello personal. En todas sus novelas, la primera frase ya es hipnótica. Hace un tiempo volví a curiosear su obra periodística completa. No la leí toda, claro; pero allí donde entraba, quedaba pegado. Es un mérito que no todos los escritores logran: fue un modelo de rigor, con el uso de la palabra, con la profesión de periodista, con la escritura. Un grande. Va a quedar como el más importante de Latinoamérica en mucho tiempo. Es nuestro Cervantes”.

- Elsa Drucaroff (escritora y crítica): “Cien años de soledad y el universo de Macondo tienen y seguirán teniendo una vigencia descomunal. Sin embargo, en los últimos diez, quince años, se puso de moda en Filosofía y Letras hablar con menosprecio de García Márquez. El García Márquez que me fascina es el de Macondo, el de esos cuentos, el de Cien años... Me fascina porque creo que hay una comprensión tremenda de la situación de inviabilidad de América latina. Hay una mirada negra, pesimista, terrible. Me parece lamentable que lo que García Márquez inventó haya sido leído en su momento como exotismo latinoamericano. Leído desde no-sotros no es eso, es otra cosa. No me gustó demasiado lo que vino después de Doce cuentos peregrinos, pero un gran escritor no tiene por qué serlo al ciento por ciento. Fue un gran escritor latinoamericano. Se lo menospreciaba porque cuando algo se lee muchísimo la institución crítica tiende a menospreciar. Como artista tuvo la fortuna de llegar a millones: es una fortuna que desearía para mí”.

- Leila Guerriero (periodista): “Siempre me llamó mucho la atención un dato que pasa un poco inadvertido: cuando García Márquez fundó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en 1994, ya había ganado el premio Nobel y había escrito sus grandes libros. Siempre me llamó la atención que un premio Nobel de Literatura pusiera su nombre y su dinero al servicio de una fundación que propiciara la escritura del periodismo, y no de una residencia para jóvenes escritores de novelas o de un premio de poesía. Eso siempre me pareció muy interesante. Fue muy moderno en la forma, en Textos costeños o en Relato de un náufrago, por ejemplo. Hay mucho trabajo detrás de esa prosa que fluye de modo tan fácil. También se destaca el uso del humor y la ironía, en sus crónicas de los ’50. Pero, más allá de todo esto, lo que me parece interesante de García Márquez es que siempre hablaba mucho del periodismo: decía que bien hecho, un texto periodístico podía ser una forma tan maravillosa de literatura como una buena novela o un buen cuento. Puso al texto periodístico a la par de la ficción. Sostuvo que el periodismo no es lo que hacemos para ganarnos el pan mientras somos escritores de grandes novelas y buscamos la consagración”.

- Mario Vargas Llosa (escritor): “Ha muerto un gran escritor cuyas obras dieron gran difusión y prestigio a la literatura de nuestra lengua. Sus novelas le sobrevivirán y seguirán ganando lectores por doquier”.

- Shakira (música): “Tu vida, querido Gabo, la recordaremos como un regalo único e irrepetible y como el más original de los relatos. Es difícil despedirse de ti, pues nos has dado tanto. Te quedarás para siempre conmigo y con todos los que te quisimos. Latinoamérica y el mundo sentirán la partida de este soñador. Que descanses en paz, Gabriel García Márquez”.

- Isabel Allende (escritora): “El único consuelo es que su obra es inmortal. Muy pocas obras literarias sobreviven el implacable paso del tiempo, muy pocos autores son recordados, pero García Márquez está en el panteón de los clásicos, junto a los grandes de la literatura universal. Es el más importante de los escritores latinoamericanos de todos los tiempos, el gran exponente del realismo mágico, el pilar del boom de nuestra literatura, la voz que le contó al mundo quiénes somos y nos mostró a los latinoamericanos nuestra propia imagen en el espejo de sus páginas. Todos somos de Macondo. Yo le debo el impulso y la libertad para lanzarme a la escritura, porque en sus libros encontré a mi propia familia, mi país, los personajes que me son familiares, el color, el ritmo y la abundancia de mi continente. Mi maestro ha muerto y para no llorarlo seguiré leyéndolo una y otra vez”.

- Jaime Abello Banfi (amigo personal y presidente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano): “Se ha ido físicamente, pero permanecerá vivo a través de sus ideas, sus textos y su memoria en millones de personas que lo amamos en todo el mundo, y el legado representado en el trabajo de sus fundaciones y escuelas de periodismo y cine”.

- Jorge Coscia (secretario de Cultura de la Nación): “La verdad es que me pasan tantas cosas con esta noticia, no tengo palabras, se trata sin duda de un grande de la literatura universal, creador de ese magnífico movimiento identitario que es el realismo mágico. Fue un escritor comprometido con su tiempo. Periodista, escritor, autor de una obra inmensa. Creo que el tesoro más trascendente es su obra. Es un autor que se define con una sola palabra: genial”.

- Vicente Battista (escritor): “Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo. Hablamos un par de veces en Barcelona. Pero sobre todo tuve el privilegio –el mismo que tuvieron millones de personas– de leerlo de cabo a rabo, de encontrarme con uno de los grandes escritores del siglo. Creo que fue Neruda el que dijo que Cien años de soledad se podía comparar con el Quijote, por la popularidad que había tenido, por la cantidad de lectores de todas las ramas sociales que había cosechado, que la habían entendido y gozado. Uno goza de este tipo de literatura. Neruda no estaba tan equivocado: Cien años de soledad cumple el mismo periplo que cumplió y sigue cumpliendo el Quijote. Se convirtió en objeto de estudio pero además lo leía la llamada gente del común, que a lo mejor ni siquiera se acercaba cotidianamente a la literatura. A esto habría que agregar que mantuvo a lo largo de su vida una actitud política, una posición. Fue un hombre de izquierda que mantuvo una fidelidad para con la Revolución Cubana desde que los guerrilleros entraron en La Habana hasta el día de hoy. Y luego con todos los otros gobiernos progresistas que se fueron multiplicando en América latina: él dijo, en algún momento, que imaginaba un socialismo general en toda América latina y lentamente está empezando a pasar”.

- René “Residente” (músico): “El mundo está de luto. La muerte nunca nos venció porque todo lo que muere es porque alguna vez nació...”.

- Alberto Laiseca (escritor): “Estoy triste por su muerte. Me gusta mucho su obra, nos hizo felices y nos hizo crecer. Fue un gran humano, como persona y como literato. Los escritores siempre dependemos de la mirada ajena, a él se lo miró, se lo entendió, y por eso el ‘realismo mágico’ está puesto ahí arriba. Su obra es muy grande”.

- Juanes (músico): “Se va el más grande de todos pero se queda su inmortal leyenda...”

- Ismael Serrano (cantautor): “Y porque es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites, sigues vivo”.

- Rubén Blades (músico): “Ojos de perro azul para Gabo”.

Producción: María Daniela Yaccar y E. R.

18/04/14 Página|12
 

TRAS LA OLA DE VIOLENCIA DURANTE LA HUELGA DE POLICIAS EN BAHIA Dilma promete una “seguridad pesada”



La presidenta de Brasil dijo que el Mundial será muy seguro y que las fuerzas armadas participarán en el plan de seguridad. Una huelga en Bahía había facilitado disturbios y saqueos y un aumento en la cantidad de homicidios.

La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, señaló que habrá “seguridad pesada” en Salvador de Bahía y en todas las sedes del Mundial de Fútbol. Con esas palabras, ratificó su decisión de enviar tropas federales para controlar la ola de asesinatos ocurrida en la capital del populoso estado del nordeste a partir de una huelga de la policía local. “La Copa será muy segura. Las fuerzas armadas participarán en el plano disuasorio y, si es necesario, también en la contención de situaciones que amenacen el evento”, aseguró Rousseff. Al menos 40 homicidios, además de saqueos y disturbios, se registraron en la ciudad de Salvador de Bahía desde que la policía militarizada inició hace dos días una huelga cuya finalización fue declarada ayer por un tribunal regional.

La mandataria dijo que autorizó el envío de tropas federales a Salvador para dar apoyo a la seguridad pública y garantizar la paz en Bahía. “No hay la más mínima posibilidad de que el gobierno acepte cualquier tipo de violencia. En ninguna hipótesis permitiremos que la Copa sea contaminada”, expresó la mandataria en un discurso pronunciado ante ministros y empresarios que integran el Consejo de Desarrollo Económico y Social de la Presidencia.

Según Rousseff, durante el Mundial el gobierno utilizará un esquema de seguridad en el que efectivos de las fuerzas armadas, de la Policía Caminera y de la Policía Federal se sumarán a las fuerzas policiales de los doce estados que recibirán el evento deportivo. “Nosotros tenemos que entregar una Copa que sea segura, que tiene que ser cómoda para las personas que vienen y tiene que ser cariñosa en el recibimiento”, agregó.

El esquema de seguridad diseñado por el gobierno brasileño, con un costo que se calcula en 870 millones de dólares, es el mayor de la historia de los Mundiales e incluye un contingente de 170 mil agentes policiales, militares y privados, apoyados por equipos de tecnología de punta, como los centros de control móviles que operarán en inmediaciones de los estadios.

Los militares –alrededor de 57 mil efectivos– podrán actuar en caso de protestas populares y también son entrenados para sustituir a agentes policiales en caso de que éstos decidan realizar una huelga durante la cita. En su discurso de ayer, Rousseff aseguró que espera que las manifestaciones de protestas que sacudieron el país durante la Copa Confederaciones de junio pasado no se repitan durante el Mundial. “Tenemos la certeza de que la Copa es otra cosa. Es el fútbol volviendo a su casa, es algo que desean todos los brasileños”, dijo y aseguró que todos, sin excepción, incluso los que hablan en contra de la Copa, “formarán una hinchada apasionada por nuestro equipo”.

Por otra parte, la mandataria minimizó en su discurso el retraso de las obras de infraestructura –en especial las de movilidad urbana y de ampliación de aeropuertos– prometidas para el Mundial y sostuvo que estos proyectos no fueron planeados para los encuentros futbolísticos, sino para que se queden como legado para el pueblo brasileño. “Todo lo que logremos arreglar en casa se quedará después para nosotros”, afirmó.

“Es inaceptable que la seguridad de la población bahiana sea puesta en riesgo, el gobernador Jaques Wagner tiene todo el apoyo de mi gobierno para garantizar la seguridad de la población de Bahía”, insistió la presidenta brasileña. Rousseff firmó un decreto para restablecer el orden en la capital de Bahía similar al que había emitido hace 15 días cuando autorizó la presencia de las fuerzas armadas en una zona de favelas de Río de Janeiro, donde permanecerán hasta 18 días después de la final del Mundial.

Según informaron medios locales, el Tribunal Regional Federal de la Primera Región (TRF-1) decretó ayer el fin de la huelga policial. De no acatar la medida, las asociaciones y dirigentes que promueven la paralización deberán pagar una multa diaria de 1,4 millones de reales (unos 636 mil dólares) y sus líderes podrán tener hipotecados sus bienes como forma de garantizar el resarcimiento al Estado por las pérdidas ocasionadas por la medida de fuerza.

Desde que el martes la corporación policial inició la huelga por tiempo indeterminado, 40 asesinatos fueron registrados en la capital de Bahía, entre ellos dos de policías militares. El número de homicidios representa un aumento del 400 por ciento respecto de los mismos días de la semana anterior.

Además, varias tiendas fueron saqueadas, por lo que el comercio no abrió ayer sus puertas. Tampoco funcionaron escuelas, bancos y universidades, y el transporte colectivo mermó considerablemente por temor a ataques criminales. El vicepresidente de la asociación de policías y bomberos (Aspra), Fabio Brito, dijo que el decreto de paralización no terminará con la huelga, que tiene como principal reivindicación un reajuste salarial y la equiparación entre funcionarios activos e inactivos. “La huelga sólo será interrumpida si hay negociación de nuestras reivindicaciones. No sirve de nada querer atemorizar y coaccionar al trabajador con multas absurdas”, afirmó.

18/04/14 Página|12
 

Venezuela: tras diálogo con el gobierno, parte de la oposición se incorpora al Plan de Pacificación


MUD decide sumarse al Plan Nacional de Pacificación tras reiterado llamado del Ejecutivo

El secretario general de la Mesa de la Mesa de la Unidad (MUD), Ramón Guillermo Aveledo, informó este martes que han acordado participar en el Plan Nacional de Pacificación, impulsado por el presidente Nicolás Maduro.

Los integrantes de MUD están dispuestos “a participar en los planes nacionales de protección y promoción de la seguridad y la paz”, declaró Aveledo al término de la segunda reunión de paz que se realizó este martes con la presencia de representares del Gobierno Nacional y de la delegación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Dijo que el aporte de los sectores de oposición al Plan Nacional de Pacificación estará enfocado en las políticas relativas a la seguridad y a la sanción del delito, “para que podamos enriquecer ese plan”, agregó.

Asimismo, ratificó la posición de la coalición de partidos que representa a “rechazar de forma absoluta, fuera de toda duda, la violencia y toda manifestación de violencia”.

Integrará postulación de autoridades y Comisión por la Verdad

Otro de los acuerdos emanados de la reunión de este martes es la participación de la oposición en los comités de postulación de las autoridades del Poder Electoral y Judicial, a los que la bancada opositora de la Asamblea Nacional (AN) se había negado a integrar.

El pasado martes, 1º de marzo, el presidente de la AN, Diosdado Cabello, en cumplimiento con la orden del día, anunció la creación de los comités de postulación, primer paso para la elección de las autoridades de ambos poderes.

El siguiente paso será enviar las postulaciones al Poder Moral, que realizará las respectivas correcciones y evaluaciones, y por último, se enviará al máximo ente legislativo la propuesta de los aspirantes, para que sea el presidente parlamento quien anuncie cuándo se realizará la sesión para designar a los nuevos magistrados y rectores del ente electoral.

“La aspiración que compartimos los representantes del Gobierno y de la MUD es que el proceso deba culminar en una selección de rectores electorales idóneos, magistrados al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) idóneos, que puedan ser elegidos como dice la Constitución, con el voto de las dos terceras partes de la AN”, expresó Aveledo.

La conformación de la Comisión por la Verdad, también impulsada por el Ejecutivo para esclarecer los hechos violentos en el país suscitados desde el pasado 12 de febrero, fue otra de las negativas que expresaron en su momento los diputados de oposición; sin embargo, Aveledo anunció la participación de la MUD en “una comisión amplia, que no sea solo legislativa, sino que cuente con personalidades de la vida nacional, que sean confiables para todo el país”.

Dijo que tan pronto la Comisión esté instalada, “vamos a consignar un conjunto de 60 casos de torturas y tratos crueles que hemos documentado”, a lo que el Ejecutivo se mostró receptivo a iniciar cualquier investigación para comprobar la veracidad de tales señalamientos.

Caso Iván Simonovis

Aveledo se refirió a la ley de amnistía que han propuesto desde el inicio de las negociaciones, en favor de personas que han sido sentenciadas por delitos de lesa humanidad e instigación de la violencia.

“Hemos propuesto la ley de amnistía, lo cual no ha sido aceptada por lo pronto, pero vamos a buscar otros caminos”, expresó.

En este sentido, se refirió al caso del comisario de la extinta Policía Metropolitana, Iván Simonovis, quien cumple una condena de 30 años en el Centro Nacional de Procesados Militares de Ramo Verde.

Simonovis, Lázaro Forero, Henri Vivas y ocho funcionarios de menor jerarquía de la Policía Metropolitana, fueron sentenciados el 3 de abril de 2009, por el Tribunal Cuarto de Juicio de Aragua, por los delitos de homicidio calificado, consumado, frustrado, en grado de tentativa, lesiones gravísimas, graves, menos graves, uso indebido de arma de fuego y de guerra cometidos el 11 de abril de 2002 en Puente Llaguno, Caracas.

El presidente Nicolás Maduro ha descartado en varias oportunidades una posible liberación de Simonovis, puesto que “está en manos de la justicia; solo el Poder Judicial puede dictar una medida si el caso lo amerita. Yo estoy impedido por la ley porque él cometió delitos de lesa humanidad. Fue él quien dirigió la masacre del 11 de abril”, declaró.

El secretario de la MUD explicó que han acordado reunirse con las víctimas de la violencia durante el golpe de Estado de 2002, en el que murieron 19 personas, “para tener su versión de los hechos”.

Asimismo, una junta médica se encargará de examinar a Simonovis, “para determinar su estado de salud a través de un examen que sea claro y satisfactorio, para que pueda haber unas medidas de gracia con relación a él”, precisó el opositor.

NODAL - Noticias de América Latina y el Caribe

 

Cuentos de caminos Por Gabriel García Márquez

Hace muchos años estaba esperando un taxi en una avenida central de México, a pleno día, cuando vi acercarse uno que no pensé detener, porque había una persona sentada junto al conductor. Sin embargo, cuando estuvo más cerca, comprendí que era una ilusión óptica: el taxi estaba libre.
Minutos después le conté al conductor lo que había visto, y él me dijo con una naturalidad absoluta que no era ni mucho menos una alucinación mía. "Siempre ocurre lo mismo, sobre todo de noche", me dijo. "A veces paso horas enteras dando vueltas por la ciudad sin que nadie me detenga, porque siempre ven una persona en el asiento de al lado". En ese asiento confortable y peligroso que en algunos países se llama "el puesto del muerto" porque es el más afectado en los accidentes, y que nunca merecía tanto su nombre como en aquel caso del taxi.
Cuando le conté el episodio a don Luis Buñuel, pocos días después de ocurrido, me dijo con un grande entusiasmo: "Eso puede ser el principio de algo muy bueno". Siempre he pensado que tenía razón. Pues el episodio no es en sí mismo un cuento completo, pero es sin duda un magnífico punto de partida para un relato escrito o cinematográfico. Con un inconveniente grave, por supuesto, y es que todo lo que ocurra después tendría que ser mejor. Tal vez por eso no lo he usado nunca.
Lo que me interesa ahora, sin embargo, y al cabo de tantos años, es que alguien me lo ha vuelto a contar como si acabara de sucederle a él mismo en Londres. Es curioso, además, que hubiera sido allí, porque los taxis londinenses son distintos a los del resto del mundo. Parecen unas carrozas mortuorias con cortinillas de encajes y alfombras moradas, con mullidos asientos de cuero y taburetes suplementarios hasta para siete personas, y un silencio interior que tiene algo del olvido funerario. Pero en el lugar del muerto, que no está a la derecha sino a la izquierda del chofer, no hay una silla para otro pasajero, sino un espacio destinado al equipaje.
El amigo que me lo contó en Londres me aseguró, sin embargo, que fue en ese lugar donde vio a la persona inexistente, pero que el chofer le había dicho - al contrario de lo que dijo el de México- que tal vez había sido una alucinación. Ahora bien: ayer le conté todo esto a un amigo de París, y éste se quedó convencido de que yo le estaba tomando el pelo, pues dice que fue a él a quien le ocurrió el episodio. Además, según me dijo, le sucedió de un modo mas grave, pues le refirió al chofer del taxi cómo era la persona que había visto a su lado, le describió la forma de su sombrero y el color de su corbatín de lazo, y el chofer lo reconoció como el espectro de un hermano suyo que había sido muerto por los nazis durante los años de la ocupación de Francia.
No creo que ninguno de estos amigos mienta, como no le mentí yo a don Luis Buñuel, sino que me interesa señalar el hecho de que hay cuentos que se repiten en el mundo entero, siempre del mismo modo, y sin que nadie pueda nunca establecer a ciencia cierta si son verdades o fantasías, ni descifrar jamás su misterio.
De todos ellos, tal vez el más antiguo y recurrente lo oí por primera vez en México. Es el eterno cuento de a familia a la cual se le muere la abuelita durante las vacaciones en la playa. Pocas diligencias son tan difíciles y costosas y requieren tantos trámites y papeleos legales como trasladar un cadáver de un estado a otro. Alguien me contaba en Colombia que tuvo que sentar a su muerto entre los vivos, en el asiento posterior de su automóvil, e inclusive le puso en la mano un tabaco encendido en el momento de pasar los controles de carretera, para burlar las incontables carreras del traslado legal. De modo que la familia de México enrolló a la abuela muerta en una alfombra, la amarraron con cuerdas y la pusieron bien atada en la baca del techo del automóvil.
En una parada del camino, mientras la familia almorzaba, el automóvil fue robado con el cadáver de la abuelita encima, y nunca más se encontró ningún rastro. La explicación que se daba a la desaparición, era que los ladrones tal vez habían enterrado el cadáver en despoblado y habían desmantelado el coche para quitarse, literalmente, el muerto de encima.
Durante una época, este cuento se repetía en México por todas partes, y siempre con nombres diferentes. Pero las distintas versiones tenían algo en común: el que la contaba decía siempre ser amigo de los protagonistas. Algunos, además, daban sus nombres y direcciones. Pasados tantos años, he vuelto a escuchar este cuento en los lugares más distantes del mundo, inclusive en Vietnam, donde me lo repitió un intérprete como si le hubiera ocurrido a un amigo suyo en los años de la guerra. En todos los casos las circunstancias son las mismas, y si uno insiste, le dan los nombres y la dirección de los protagonistas.
Un tercer cuento recurrente lo conocí hace menos tiempo que los otros, y quienes tienen la paciencia de leer esta columna todas las semanas tal vez lo recuerden. Es la historia escalofriante de cuatro muchachos franceses que en el verano pasado recogieron a una mujer vestida de blanco en la carretera de Montpellier. De pronto, la mujer señaló hacia el frente con un índice aterrorizado, y gritó: "Cuidado, esa curva es peligrosa". Y desapareció en el instante. El caso lo conocí publicado en diversos periódicos de Francia, y me impresionó tanto que escribí una nota sobre él. Me parecía asombroso que las autoridades de Francia no le hubieran prestado atención a un acontecimiento de tanta belleza literaria.
Y que además lo hubieran archivado por no encontrarle una explicación racional. Sin embargo, un amigo periodista me contó hace unos días en París que la razón de la indiferencia oficial era otra: en Francia, esa historia se repite y se cuenta desde hace muchos años, incluso desde mucho antes de la invención del automóvil, cuando los fantasmas errantes de los caminos nocturnos pedían el favor de ser llevados en las diligencias. Esto me hizo recordar que, en efecto, también entre los cuentos de la conquista del oeste de los Estados Unidos se repetía la leyenda del viajero solitario que viajaba toda la noche en la carreta de pasajeros, junto con el viejo banquero, el juez novato y la bella muchacha de] norte acompañada por su gobernanta, y al día siguiente amanecía sólo su lugar vacío. Pero lo que más me ha sorprendido es descubrir que el cuento de la dama de blanco, tal como lo tomé de la prensa francesa, y tal como yo lo conté en esta columna, estaba ya contada por el más prolífico de todos nosotros, que es Manolo Vázquez Montalbán, en uno de los pocos libros suyos que no he leído: La soledad del manager. Conocí la coincidencia por la fotocopia que me mandó un amigo que además ya conocía el cuento de tiempo atrás y por fuentes distintas. El problema de derechos con Vázquez Montalbán no me preocupa: ambos tenemos el mismo agente literario de todos els altres catalans, y ya se encargara éste de repartir los derechos del cuento como a bien corresponda.
Lo que me preocupa es la otra casualidad de que este cuento recurrente - el tercero que descubro- sea también un episodio de carretera. Siempre había conocido una expresión que ahora no he podido encontrar en tantos y tantos diccionarios inútiles como tengo en mi biblioteca, y es una expresión que de seguro tiene algo que ver con estas historias:
"Son cuentos de caminos". Lo malo es que esta expresión quiere decir que son cuentos de mentiras, y estos tres que me persiguen son sin duda verdades completas que se repiten sin cesar en distintos lugares y con distintos protagonistas, para que nadie olvide que también la literatura sin dueño tiene sus ánimas en pena

ASTOR PIAZZOLLA "MILONGA DEL ANGEL" [HQ] PARA GABO IN MEMORIAM

Espantos de agosto Por Gabriel García Márquez

Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles aba-rrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.
— Menos mal — dijo ella— porque en esa casa espantan.
Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos de conocer un fantasma de cuerpo presente.
Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casa encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el mas insigne de Arezzo.
— El mas grande — sentenció —fue Ludovico.
Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quién Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos hablo de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó como fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.
El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estomago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanza de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la mas usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningun carácter, con muebles de diferente épocas abandonados a su suerte. Pero en la ultima se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.
Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el ultimo leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato de óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que mas me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.
Los días del verano eran largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger ! las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.
Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.
Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. «Qué tontería — me dije—, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos». Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

Octubre 1980.

(Doce cuentos peregrinos)

Astor Piazzola & Gerry Mulligan - Años de soledad