EL REGRESO DE MARIÁTEGUI
La decrepitud de las democracias
Por Yuri Martins-Fontes*
La obra del peruano Juan Carlos Mariátegui vuelve a cobrar vigencia no solo en naciones de nuestra región, dada la crisis de las democracias y su análisis pionero del fascismo. Fallecido antes de cumplir 36 años, sus trabajos revisaron las lecturas académicas y acríticas hechas del marxismo en Latinoamérica hasta trascender e incorporar a los movimientos campesinos y de los pueblos originarios.
Considerado uno de los marxistas más influyentes de América, este intelectual militante – tipógrafo, periodista, editor, historiador, filósofo– fue un pionero en interpretar la cuestión nacional latinoamericana según los principios del marxismo.
Autodidacta, todavía muy joven pensador peruano se declara un comunista «convicto». En sus escritos teóricos se puede apreciar el examen detenido de los conflictos y contradicciones socioculturales del período de entreguerras, tanto en su realidad periférica andina y latinoamericana, como en cuestiones sobre el centro del mundo capitalista, que él conocía de cerca.
En su polémica filosófica «Defensa del marxismo» afirma que sus investigaciones histórico-científicas y filosóficas están guiadas por la metodología dialéctica: el marxismo «no es un itinerario, sino una brújula»; «pensar correctamente es, en gran medida, una cuestión de dirección». Por otro lado, como político revolucionario, Mariátegui valoró el principio ético de la praxis como el núcleo del pensamiento iniciado por Marx y Engels. Entiende que la teoría sólo se verifica en la práctica y en ella se corrige; que al existir en la realidad, la teoría transforma el mundo real, siendo a su vez transformada por este nuevo real.
Como expresa en sus reflexiones críticas sobre la «pasividad» de la II Internacional (parlamentaria, pacifista), Mariátegui no escribe simplemente porque aprecia o desea escribir, sino porque necesita decir: porque se sintió éticamente obligado a comunicar lo que había analizado, lo que había descubierto. Para él, las «certezas positivistas» (la pretensión científica de una verdad exacta y única) del socialismo de la Segunda Internacional son una «fosilización» académica del marxismo.
Su postura es existencial combativa (activa, de lucha), y así tan opuesta a la conformidad de un cierto marxismo academicista, regular, «profesional», con su crítica acomodada por el hábito de la buena posición intramuros, con su moralidad de pluma limpia que, en la mera escritura sobre realidades que no vive, limita su propia crítica, y más: se exime de la autocrítica con la que podría vislumbrar su propio elitismo (en la práctica social concreta de la vida cotidiana).
Aquí está la corrupción contradictoria del marxismo aséptico que tanto criticó Mariátegui: un «marxismo» sometido a los moldes capitalistas de la competencia (intelectual, mediática).
Un «marxismo» autorizado por el sistema que sigue «validando» los discursos sobre lo que «es» o «no es» verdad. Y esto, sobre todo en ciertos medios sumisos periféricos (editoriales, académicos), que siguen copiando e idolatrando lo que viene de fuera. Tomemos, por ejemplo, la sintomática proliferación –incluso en el campo de la «izquierda»– de publicaciones de medios de comunicación extranjeros (revistas y portales que ni siquiera osan a cambiar el nombre de sus sedes extranjeras).
Mariátegui en la historia
Pionero de un marxismo atento a las peculiaridades de la realidad americana colonizada, Mariátegui aún ejerce una gran influencia sobre diversos movimientos sociales: desde grupos de resistencia campesina e indígena, hasta grupos de distintas tendencias socialistas.
De hecho, curiosamente, es aclamado incluso por «liberales»: caso de instituciones oficiales peruanas, políticas y culturales que, orgullosas de su «gran nombre de letras nacionales», divulgan arrastrados textos «históricos» en que ni siquiera mencionan su posición político-filosófica marxista.
Con casi un siglo de su fallecimiento, la herencia mariateguiana puede ser observada hoy por el mundo, y se expande –como se ve en la creciente investigación sobre su obra que se ha desarrollado América Latina, con énfasis en Brasil, e incluso en el centro capitalista, en espacios normalmente dominados por la anglofonía.
Su pensamiento está presente en los debates políticos y tácticas de ocupación comunitaria (de latifundios) del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil (MST); o en la ideología guerrillera autóctona del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN); o incluso en las tácticas ofensivas de grupos armados, como los marxistas-leninistas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), una guerrilla de medio siglo hoy dividida entre un movimiento político legal y una porción que continúa la «crítica de las armas».
Además de estos ejemplos, como bien señaló la profesora Zilda Iokoi, es simbólico el caso del «Partido Comunista del Perú por el Sendero Luminoso de José Carlos Mariátegui» (PCP-Sendero Luminoso), histórica guerrilla campesina de tendencia maoísta que, aunque basándose sólo parcialmente en el pensamiento del autor (a quien homenajea), buscó articular la «estructura del proceso de la Revolución Cultural» china con los «principios del misticismo andino».
Octubre rojo
Nacido en Moquegua, sureste peruano, en 1894, Mariátegui se mudó temprano a la capital.
Su juventud transcurre en un momento histórico convulso. Por un lado, con la Primera Guerra Mundial, las potencias capitalistas habían llevado a la humanidad a vivir una de sus mayores carnicerías. Por otro lado, en Eurasia, la Revolución Bolchevique proponía en la práctica una alternativa a las flagrantes miserias del capitalismo.
Comenzó su carrera profesional como aprendiz de tipógrafo, en el diario La Prensa, siendo aún adolescente. En el preludio de la Primera Guerra, comienza a escribir, elaborando críticas literarias y versos. Pronto publicaría sus primeros artículos políticos. Con la actividad periodística, se acerca al movimiento obrero de su país, nacido en finales del siglo XIX, de línea anarquista bakuninista y migrado a América por militantes europeos.
Destacándose como periodista, Mariátegui en 1916 se convirtió en columnista habitual del diario El Tiempo, dedicándose al enfrentamiento político: denuncia la falsa «democracia criolla» – una demagógica fuente de «diversión» que tenía la función de desviar la atención de la gente sobre el hecho de que la burguesía de la costa peruana, aliada con los grandes terratenientes, hizo del país cada vez más un «sector colonial» del imperialismo estadounidense.
Esta fue una época de grandes aumentos en los precios de los alimentos. Como resultado del malestar popular, el movimiento obrero se fortalece. Los escritos de Mariátegui –ya de tendencia socialista, aunque todavía no «marxista»– apoyan las huelgas, criticando a la clase dominante de Lima. En 1918, en Córdoba (Argentina) se inició un intenso movimiento de Reforma Universitaria, manifestaciones que cubrirían todo el continente. Entusiasta, el pensador andino afirma que este es el «nacimiento de la nueva generación latinoamericana».
Otro hito mariateguiano en la política peruana fue la fundación de la revista Nuestra Época (1918), publicación que no trazó un «programa socialista», pero que apareció como un esfuerzo ideológico en esa dirección. Mariátegui iniciaba entonces sus actividades como editor, que constituirían una parte importante de su actividad política de orientación socialista.
Deportado a Europa
El fin de la Primera Guerra marca, en América Latina y el mundo, un período de malestar para la clase trabajadora. En 1919, Mariátegui funda el periódico La Razón. En ese mismo año se reprime una huelga general con violencia y detenciones de dirigentes obreros. En Perú comienza una década de populismo de derecha, económicamente pro yanqui, pero que también coquetea con parte del movimiento indígena.
La defensa de los dirigentes obreros presos, impulsada por Mariátegui a través de su diario, lo haría ser aclamado en Lima por una multitud. Un mes después, su diario sería cerrado, y Mariátegui discretamente deportado a Europa, bajo el discurso oficial de «propagandista del Perú en el exterior». Fue un «exilio conciliador», ya que casualmente él (de origen trabajador) era pariente de la mujer del presidente.
Mariátegui continúa su camino, rompiendo con sus primeras experiencias como escritor «contaminado por el decadentismo» (como luego expresaría en una autocrítica). A partir de entonces, se vuelve «decididamente al socialismo». Pasará tres años viajando por Europa, visitando algunos países del Este y Oeste, especialmente Italia, donde residirá.
En medio de la influencia de la situación vivida allí –en la que la Revolución Rusa resonó con fuerza–, Europa le acercó a las obras de Marx, Engels y Lenin, además del movimiento comunista italiano y el surrealismo. En el Partido Bolchevique, Mariátegui ve la convergencia entre teoría y práctica, entre filosofía y ciencia; afirma ser Lenin «indiscutiblemente» el vigorizador más «enérgico» y «fecundo» del pensamiento marxista.
Durante este período italiano, Mariátegui afirma haberse casado con «una mujer y algunas ideas». Su compañera, Ana Chiappe, le da un «nuevo entusiasmo político», que le ayuda a superar su decadentismo juvenil de finales de siglo. La familia de Ana es cercana a la del filósofo Benedetto Croce, a través de quien conoce la obra de Georges Sorel: sindicalista revolucionario que valora la idea del «mito de la huelga general», así como su defensa ética de la «violencia revolucionaria» contra la «violencia instituida».
En la convulsa Italia presenció ocupaciones de fábricas y congresos obreros, además de acercarse al grupo de la revista Ordine Nuovo, entre los que se encontraba Antonio Gramsci. Durante este tiempo, experimentó la creación del Partido Comunista de Italia, acercando el contacto con el pensamiento gramsciano y el de otros marxistas italianos (como Terracini).
Fascismo: consecuencia de la decrepitud social
La estancia europea de Mariátegui fue también un mirador desde el que pudo observar Oriente: la Revolución China, el despertar de la India, los movimientos árabes, y varios grupos de resistencia en la posguerra. En estos eventos, él ve el declive de la envejecida sociedad burguesa moderna. Su análisis de la decrepitud moderno-occidental gana impulso cuando observa de cerca el ascenso fascista italiano. En el fenómeno, pronto identificaría una respuesta del gran capital a una profunda crisis social y política: la «crisis de la democracia».
Cabe señalar que, si al inicio de su estancia europea Mariátegui lleva la humildad de un discípulo abierto al centro del pensamiento moderno, poco a poco se va desilusionando de las desgracias que presencia en Europa, comenzando a asumir una perspectiva antropológica «invertida» (de un sujeto periférico que analiza críticamente la cultura eurocéntrica dominante)
Con esa mirada al revés, el marxista latinoamericano logra captar detalles de la crisis occidental que hasta entonces eran desatendidos por los propios europeos. Este es el caso de la decadencia de la llamada «democracia burguesa», que pronto concibe como una nueva farsa que se redibuja con los rasgos autoritarios del fascismo.
Para Mariátegui, el fascismo fue la solución que encontró el orden burgués como reacción a la «crisis de la democracia»; o aun, una adaptación estructural ante los nuevos tiempos de imperialismo monopolista, en los que la democracia liberal, con sus instituciones parlamentarias, ya no servía a los intereses de la burguesía.
Marxismo intuitivo
Paralelamente a toda esta efervescencia sociopolítica, Mariátegui tiene en Europa acceso a las obras de pensadores como Freud, Nietzsche, Unamuno. Le interesa mucho el recién creado psicoanálisis, así como la filosofía intuitiva y vitalista del filósofo alemán, sobre todo en lo que tales análisis ayudan a comprender la evidente irracionalidad humana. En estos pensamientos encuentra herramientas críticas para denunciar la alienación, la impotencia y la artificialidad del hombre moderno: un ser castrado, insertado en una represiva estructura sociocultural burguesa y cristiana.
Sin embargo, antes de que los puristas del «marxismo académico» lo acusen de eclecticismo, cabe señalar que Mariátegui se mantuvo fiel a los principios del materialismo histórico planteados por sus iniciadores, en el siglo XIX: un pensamiento-lucha, cuya intervención práctica en la realidad, inherente a la teoría, se guía por el análisis dialéctico de la totalidad concreta.
Si el marxista andino cita a Nietzsche en la apertura de sus Siete ensayos… –»espero y reclamo que me sea reconocido… meter toda mi sangre en mis ideas»– no es por falta de solidez de su marxismo. Al contrario, es porque percibe, en ciertos pasajes del vitalismo nietzscheano, una implacable censura del modo de vida moderno-burgués: una filosofía práctica que converge con el principio marxista de la praxis; una crítica a «martilladas» del aburguesamiento de un cierto marxismo encastillado bajo los muros de parlamentos y universidades. Como se aprecia en el conjunto de su obra, Mariátegui nunca coqueteó con ninguna propuesta de síntesis ecléctica, pero utilizó algunos conceptos psicológicos y filosófico-vitalistas específicos como herramientas auxiliares en su lucha contra el reformismo y el determinismo mecanicista (es decir, contra la referida fosilización académica del marxismo). El pensador era aún joven cuando regresa a Lima, en 1923, época en que ya defiende abiertamente la causa comunista. Es a partir de la enorme tragedia de Europa que Mariátegui llegaría a comprender claramente el alcance histórico de la tragedia de América.
*Yuri Martins-Fontes es filósofo, periodista y escritor; doctor en Historia Económica por la Universidade de São Paulo/ Centre National de la Recherche Scientifique.
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