La
Memoria Colectiva, esa batalla cultural.
Debemos resignificar nuestra identidad
mediante un proceso de reconstrucción histórica, social y cultural, lo cual nos
permita rescatar desde un nosotros proveniente de una experiencia social
concreta, la soberanía territorial,
educativa, política y económica.
Prof. Dr. G.B.
Acercarnos al tema Malvinas, para nosotrxs no significa
historiar el conflicto bélico en sí y el contexto nacional en el que aconteció,
o auscultar solamente en sus causas inmediatas, los beneficios que buscaba la
dictadura cívico-militar para perpetuarse en el poder, la actitud de los medios
con su clásico “vamos ganando”, la actitud (el valor) de oficiales y
suboficiales, lxs soldadxs, esos “chicxs” que fueron enviados a una muerte
segura, la falta de comida, de ropa adecuada, el frío. Un sin fin de argumentos
ya largamente esgrimidos, escritos, debatidos, hablados, que transforman a
veces en circular la historia de la recuperación de las Islas y los setenta y
dos días que duró “la gesta malvinera”.
Pretendemos sí, insertar el
hecho histórico que desencadenó la guerra de Malvinas, en una línea de tiempo
explicativa, en un proceso con un contenido que trascienda lo fáctico, y lo
enriquezca. Ya que, en la historia de “larga duración”, se fueron dando
muestras de la mayor o menor conciencia soberana del territorio perdido tanto
por parte del Estado nacional como de la sociedad en general. El ideario que
presentó otras batallas (la cultural, por ejemplo) tuvo la fuerza o la base
popular que el Estado con sus políticas públicas impulsó, u, otras veces, la
historia se escribió desde abajo y Malvinas
se impuso en la discusión de la arena política estatal y social.
Y en este ideario e
itinerario histórico también se debe tener en cuenta la memoria colectiva
y su rol identitario, y comprender que la soberanía territorial también es
económica y repercute en nuestras vidas cotidianas. Pero para ello, “los
combates por la Historia” deben jugar su rol, y alejar “los males de la
memoria.” De lo contrario, el modelo de país que se proyecta (y se discute
desde el nacimiento de nuestra patria) para la inclusión de las grandes
mayorías, queda trunco. Porque al desmalvinizar, estamos
dando por sentado que podemos perder territorios de la Argentina en manos del Imperialismo
y su consecuencia el Colonialismo, que son visualizados como la panacea
socioeconómica.
Con el agregado que
habitantes de nuestro país, que tienen responsabilidad institucional, o
informativa, militar, política, cultural, creyeron firmemente tal como Domingo
F. Sarmiento lo expresara a mediados del SXIX, que la Civilización
europea-norteamericana, ES, por encima de una Barbarie autóctona,
irremediable e incorregible.
En
esta línea de razonamiento, la Historia de Imperio español primero y nuestra
historia patria luego, nos pueden demostrar de qué modo conceptos tales como: Imperialismo,
conquista, colonización, independencia, soberanía,
identidad nacional, ser nacional, conciencia nacional,
recursos naturales, geopolítica, unidad sudamericana,
solidaridad entre gobiernos latinoamericanos, liderazgos nacionales y
populares, modelos de país, fueron y son parte de la discusión no
solamente de esta temática sino de la Argentina bicontinental.
En
la ciencia histórica se suelen utilizar dos conceptos que tratan de sintetizar
la compleja vida de los Pueblos en su historia social: continuidades y
rupturas. Bien, si de las primeras se trata, podemos arriesgarnos a demostrar
que Malvinas, es precisamente parte de un proyecto global de dominación
que Gran Bretaña, nos tenía asignado a priori de nuestra Independencia.
El
hecho de piratería del año 1833, en el lejano archipiélago malvinense, formó
parte (y hoy día también) de una visión geoestratégica imperial que llegó a
incluir vastas partes de nuestro territorio como el Río de la Plata, nuestros
ríos interiores Paraná y Uruguay, la totalidad de la Patagonia, la Antártida. Y
para ello contaron con la complicidad de clases dirigentes autóctonas y sus
referentes; de allí que hablemos de “continuidades” que remarcamos a
continuación:
·
Marcelo T.
de Alvear, el director Supremo de las
Provincias Unidas asumió este cargo el 10 de enero del año 1815. El 25 de
enero, le dirige un documento al ministro de Relaciones Exteriores británico,
Lord Catlereagh que dice lo siguiente: “Estas provincias desean pertenecer a
la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su
influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y
buena fe del pueblo inglés, y yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud
para librarla de los males que las afligen (…) que vengan tropas que
impongan a los genios díscolos, y un jefe plenamente autorizado que imponga al
país las formas que sean de su beneplácito, del Rey y de la nación.”[1]
El otro documento de igual
contenido es dirigido a lord Strangford, embajador inglés en Río de Janeiro. La
misión la lleva a cabo Manuel José García.
·
Bernardino
Rivadavia secretario de Gobierno y Manuel J. García ministro de Hacienda: mediante una ley de la provincia de Buenos
Aires, del 22 de noviembre del año 1822, se gestionó el 1° de julio de 1824 un empréstito
con la Baring Brothers, por intermedio de la Casa Hullet de un millón de
libras esterlinas (5 millones de pesos). Los financistas se reservaron el 30 %
del préstamo como utilidad. Este porcentaje les sirvió para pagar “comisiones”
a los representantes del gobierno de Buenos Aires: Félix Castro, Braulio Costa,
Miguel de Riglos, Juan P. Saénz Valiente y los hermanos inglesxs John y Parish
Robertson. Se terminó de pagar esta deuda (el total de lo solicitado a pesar de
que llegó poco más de la mitad) e intereses en el año 1904, en una cifra ocho
veces superior.[2]
·
Florencio
Varela y José Rivera Indarte: En el año 1843, dos años antes
del bloqueo anglo-francés, ambos exilados unitarios en Montevideo viajaron a
Europa con el fin de convencer a las coronas francesa e inglesa (como así
también a los medios gráficos para que hicieran presión política) de la
necesidad de terminar con el gobierno (tiranía según ellxs) de Juan M. de
Rosas. Si bien en esa oportunidad no tuvieron éxito, al producirse la invasión
imperial en el año 1845, apoyaron entusiastamente la misma.
·
Juárez
Celman y Carlos Pellegrini: Ambos fueron presidente y vice en el período 1888-1894. El presidente,
tras la crisis de la economía mundial que repercutió fuertemente en nuestro
país a causa de la extrema dependencia de la venta de productos del agro a Gran
Bretaña, fue derrocado por la Revolución Radical de 1890. Le sucedió su vice
que logró estabilizar la economía con el apoyo de la oligarquía nacional. No
obstante, de ambos rescatamos una frase que le da marco a su ideología de clase
dominante y continuidad a un modelo de país dependiente:
“…Dicen que dilapido la tierra pública, que la doy al dominio del
capital extranjero: Sirvo al país en la medida de mis capacidades…A mí me
disputan en la prensa las concesiones de tierras que autorizo. Pellegrini mismo
acaba de escribirme desde París que la venta de 24.000 leguas sería instaurar
una nueva Irlanda en la Argentina. Pero ¿no es mejor que esas tierras las
explote el enérgico sajón y no que sigan bajo la incuria del tehuelche?”.[3]
·
El Pacto
Roca-Runciman: El gobierno
fraudulento del general Agustín P. Justo y Julio A. Roca (h), del período
1932-1938, en el marco de la Década Infame (1930-1943), ante la crisis
económica global del año 1929, y el proteccionismo de los países centrales, la
Argentina nuevamente, ante la posible pérdida de su prácticamente único mercado
de venta de alimentos, Gran Bretaña, propuso en Londres una misión encabezada
por su vicepresidente Julio A. Roca (h) un pacto que nos transformó en una
semicolonia británica. Solo un ejemplo que lo demuestra: la creación del Banco
Central de la República Argentina cuya presidencia la ocupó Sir Otto Niemeyer,
de nacionalidad inglesa. Y la frase del representante argentino: “desde el
punto de vista económico somos una parte integrante del Imperio británico”. Por
estos hechos Arturo Jauretche definió a este acuerdo como Estatuto legal del
coloniaje.
·
Bartolomé
Mitre y Domingo F. Sarmiento,
presidentes de la Argentina entre los años 1862 y 1874, que se prestaron al
proyecto interventor inglés en el Paraguay, siendo peones del ajedrez sajón,
con una guerra fratricida que destruyó la posibilidad de profundizar el
desarrollo autónomo de ese país, compitiendo con las industrias inglesas. La Guerra
de la Triple Alianza o de la Triple Infamia de Uruguay, el Imperio
del Brasil, más el agregado de nuestro país, fue absolutamente funcional al
liberalismo imperial.
·
La masacre
en la Patagonia en el año 1921-22, de miles de obrerxs huelguistas, peones
de campo, que luchaban por salarios y mejoras de sus condiciones de trabajo, a
manos de un ejército liderado por el teniente coronel Héctor Varela,
defensor de los intereses ganaderos de las compañías anglo-argentinas.
La luchas por la memoria.
A
partir del gobierno de las
denominadas «Presidencias Fundadoras»[4],
Los miembros de la clase dominante se proclamaron depositarios del Progreso y de la Civilización, y definían así un estatus que ellos consideraron como
hereditario y, al convertirse en las familias patricias, obtuvieron un
prestigio que detentaron de manera absoluta por ser los portadores de los valores fundantes de la nacionalidad,
con lo que hacían notar de este modo la existencia de un otro diferente[5]
mediante la exclusión jerárquica: estigmatizándolo y revalorizando a un tiempo
el nuevo orden establecido.
Esta clase dominante,
triunfadora en el terreno militar tras sesenta años de guerras civiles en el
SXIX, fue la oligarquía terrateniente, la cual impuso además de un modelo
económico y social, un modelo educativo con sus consiguientes prácticas
culturales, históricas e identitarias. Por lo tanto, construyeron su visión
particular acerca de los valores inherentes a la nacionalidad. Con su una línea
histórica, (desde la Academia Nacional de la Historia), definieron negativamente
a Juan M. de Rosas, Hipólito Yrigoyen y Juan D. Perón, como tiranxs,
dictadores, caudillxs populistas (demagogxs), en síntesis, como representantes,
de una barbarie instalada como matriz
cultural e identitaria negativa.
Si tomamos el concepto Soberanía,
lo demuestra, por ejemplo, entre otros tantos hechos históricos, que la Vuelta de Obligado, batalla producida el
día 20 de noviembre del año 1845, en el
marco del bloqueo imperial anglo-francés, y el posterior avance en aguas
territoriales del río Paraná, de la armada británica, recién fue reconocida como
una gesta patria y recordada con un feriado, en el año 1974.[6]
Al llevarse a cabo durante el gobierno de Juan M. de Rosas, se ocultó el
significado de la batalla, en cuanto a la defensa soberana del territorio
nacional, quiénes participaron, la intransigencia del jefe de la Confederación
Argentina contra los dos imperios en ese entonces más poderosos del planeta, el
Reino Unido de la Gran Bretaña y Francia, en síntesis se ocultó y se borró de
la historia “oficial”.
Una visión parcial y maniquea
de la Historia nacional, silenciando la voz de las mayorías, ocultando en los
centros de educativos de todo el país, y en todos sus niveles, las
contradicciones entre dos modelos de país, con las consiguientes luchas que se
produjeron en la conformación y desarrollo de nuestra nación.
El marco político y social
que proporcionó el peronismo a partir del año 1945 produjo la ruptura necesaria
que nos permitió ver delimitado el antagonismo como fórmula que instaló una
frontera entre lo popular y el poder
institucional cuestionado, con lo que apareció a modo de definición política el
concepto pueblo como «intento de dar
un nombre a esa plenitud ausente».[7]
Y eso último ocurrió mediante la inclusión social de lxs trabajadorxs, que
había venido dándose en un proceso acelerado de búsqueda y encuentro en una
perspectiva orientada hacia la construcción de una nueva identidad colectiva, allí donde
«solo existía una individualidad indefinida».[8]
En
este marco teórico y en la realidad histórica concreta se inscribe el hecho en
sí de la guerra de Malvinas, junto a su historia y a su prolongación en el
tiempo a modo de nueva antinomia que se demuestra entre quienes adhieren sin
eufemismo a un proceso de “desmalvinización”, el cual se inició apenas terminado
el conflicto bélico y se prolongó no sin continuidades y rupturas durante la
democracia recuperada a partir del año 1983.
Las
antinomias “orgullo-vergüenza”, “dignidad-oprobio”,
“nacionalismo-chauvinismo”, y “oportunidad del reclamo”,
permearon aquella coyuntura y los años posteriores, junto a las negaciones y
las políticas del olvido emanadas entre otras causas por haberse producido el
hecho durante la dictadura cívico-militar iniciada en el año 1976, como así
también tiñeron la historia centenaria del justo reclamo por nuestro territorio
insular.
Debemos
auscultar si, sobre todo las nuevas generaciones tienen recuerdo, y, si se
trabajó y trabaja con políticas de la memoria que tiendan a fortalecer esta
cultura. Mas aún en esta época global de aturdimiento informativo e incidencia
sociocultural individualista que anula el pasado y hace un culto a la
inmediatez y a la vorágine de un presente efímero.
Por
este motivo el recupero de una identidad colectiva inclusiva, y de una identidad
narrativa colectiva que abarque la totalidad de lo realmente acontecido y
lo ponga en debate es fundante para comprender el presente. La ausencia del
sujeto pueblo en los procesos sociales, y el ocultamiento o descalificación de
sus líderes por parte de quienes están al servicio de los factores de poder
económicos y sociales, tanto nacionales como extranjeros, es una tarea de
rescate que nos debemos quienes desde las ciencias sociales trabajamos por el
recupero y puesta en valor de una Historia sin “dueñxs”; mucho menos
tergiversada y ocultada.
[4] Esta definición corresponde en la
historiografía argentina a las presidencias sucesivas de Bartolomé Mitre,
Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda, quienes pusieron de pie la
estructura del Estado Nacional entre los años 1862-1880, y consolidaron el
modelo económico agroexportador sobre las bases de la inmigración, los
ferrocarriles y la relación económica con el mercado mundial liderado por Gran
Bretaña.
[5] Para una ampliación acerca de la
construcción de una sociedad patricia y la consiguiente marginación de sectores
sociales conformados por inmigrantes, sus descendientes y la mixtura con lxs
habitantes originarios de la Argentina; ver Alain Rouquié. Poder militar y
sociedad política en la Argentina. I hasta 1943. Buenos Aires: Emecé Editores.
1994. pp. 46-47. Mario Margulis, Marcelo Urresti y otros, La segregación negada, Buenos Aires, Biblos, 1999. Ezequiel
Adamovsky, La historia de la clase media
Argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Buenos Aires,
Planeta de libros, 2015.
[6] En el año 1974, el historiador argentino
José M. Rosa, impulsó la declaración del feriado inherente a esta gesta, que
promulgó el Poder Ejecutivo mediante la Ley 20.770. En el año 2010, fue
promovido a feriado nacional por el gobierno de la expresidenta Cristina F. de
Kirchner.
[7] Ernesto Laclau, La Razón
Populista, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2005, p.113.
[8]
Williams Rowe y Vivian Schelling, Memoria
y modernidad. Cultura popular en América Latina, México D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Editorial Grijalbo, 1993, p. 195.
En el marco
de una continuidad histórica, expresada
en antinomias tales como «civilización y barbarie, nacionalismo y liberalismo, peronismo y
antiperonismo, los cuales sirvieron para diseñar la geografía de campos de
batalla típicamente argentinos, en
los que fueron definidos los contenidos de la cultura nacional y también las
características sociales de sus intérpretes». Federico
Neiburg, Los Intelectuales y la invención
del peronismo, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1998, p. 14.