Hola, ¿cómo estás? Espero que bien. Más allá de sus consecuencias y circunstancias concretas, el episodio del avión de EMTRASUR — Mahan Air ya garantizó fuertes dolores de cabeza para el gobierno argentino. No hace falta acreditar la identidad de Gholamreza Ghasemi para trazar una relación verosímil entre la tripulación iraní -presumiblemente perteneciente a la aerolínea propietaria de la aeronave- y el accionar de su gobierno en el extranjero. Mahan Air fue sancionada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos por proveer soporte logístico a las operaciones armadas e ilegales que la República Islámica realiza en el exterior. La empresa EMTRASUR fue creada en febrero de 2020 por decreto como parte del complejo aeronáutico estatal venezolano CONVIASA. El avión retenido fue adquirido de la iraní MahanAir en enero de este año. El carácter mixto, iraní y venezolano de la tripulación, sugiere que el alcance del acuerdo podría trascender la mera adquisición de la aeronave. La fuerza Quds, de la que según los trascendidos formaría parte Ghasemi, es la rama de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní que interviene habitualmente en operaciones en el extranjero. El apoyo armado y de inteligencia iraní a los hutíes en la guerra civil de Yemen, al gobierno de Bashar al Assad en la guerra civil Siria, a la Jihad Islámica Palestina y, muy sensiblemente, al Hezbollah libanés, se canaliza en gran medida a través de la fuerza Quds, que comandó hasta su asesinato por un drone estadounidense en marzo de 2020 el general Qasem Soleimani. Con los señalamientos existentes hacia Irán y Hezbollah por los atentados contra las sedes de la AMIA y la Embajada de Israel, lo que podía ser una mera cuestión administrativa se convierte en una tormenta. Hasta anoche, algunos funcionarios a cargo de la secuencia sostenían que Ghasemi podía ser un homónimo. Hay un escenario que, de confirmarse, le daría oxígeno a la administración nacional y dejaría sin efecto las denuncias opositoras: según pudo saber #OffTheRecord, las agencias de inteligencia de Estados Unidos e Israel enviarían notas de agradecimiento al comportamiento de las autoridades argentinas. Las alertas en Uruguay y Argentina parecen ubicar el conocimiento sobre el hecho en el mismo día y, tal como se reconoce en cada comunicación oficial, no pesaba sobre los tripulantes ningún pedido de captura que justificara una retención. Lo de Paraguay, al menos hasta que no haya una prueba concreta, parece destinado a cubrir su propia responsabilidad en todo el incidente. El avión que llegó de México trajo a la Argentina componentes para la fabricación de vehículos. En cambio, el mismo avión de carga salió libremente de Paraguay con un cargamento de tabaco perteneciente a la empresa Tabacalera del Este, con destino a la isla de Aruba, un territorio no soberano que integra el Reino de los Países Bajos. Tabacalera del Este pertenece históricamente al ex-presidente Horacio Cartes que, desde antes de su asunción, ha sido señalado por investigaciones que lo vinculan al contrabando de cigarrillos. Un informe de inteligencia, presentado el mes pasado al Ministerio Público paraguayo por la Unidad Antilavado de ese país y revelado por dos medios, implicaría con pruebas concretas al ex-presidente, una figura poderosa del Partido Colorado, enfrentado en la interna a su sucesor, Mario Abdo Benítez, en una red de lavado de activos procedente del tráfico ilegal. La información que tuvo tempranamente la oposición tal vez tuvo que ver con esto. ¿Será que Mauricio Macri se anticipó a través de los colaboradores de Patricia Bullrich para proteger a su socio en Yacylec? Es una incógnita. El episodio de la aeronave iraní no fue el único de orden internacional. Las crónicas de analistas y diplomáticos sobre la Cumbre de las Américas que concluyó el último viernes difícilmente resistieron señalar el contraste entre el encuentro de Los Ángeles convocado por el gobierno de Joseph Biden y el que tuvo lugar en Miami en 1994, cuando un Bill Clinton empoderado luego del triunfo por abandono que dio final a la Guerra Fría anunció la futura creación de una zona de libre comercio continental que -vale también recordar- naufragó en la cumbre de Mar del Plata, en 2005, a partir de la resistencia liderada por Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula Da Silva. Nada de 2022 recuerda aquel lejano 1994. La apertura comercial no está cuestionada en América Latina sino en Washington, donde el consenso de aquel momento hegemónico estalló hace ya casi una década, por izquierda y por derecha. En 1994 los Estados Unidos proyectaban un modelo creíble de gobernabilidad democrática; hoy la coyuntura se encuentra marcada por las desavenencias internas, con la fracción mayoritaria de uno de los dos grandes partidos desconociendo el resultado de las últimas elecciones y su principal referente -el ex-presidente Donald Trump- cuestionado por una investigación de la Cámara baja del Congreso, con evidencia bastante sólida, por haber organizado un acto de insurrección destinado a evitar que el ganador de las elecciones accediera al gobierno. Los Estados Unidos, además, enfrentan los problemas de inflación más serios entre las economías desarrolladas y respuestas que, desde el gobierno, aparecen erráticas en el mensaje público. Mientras el propio Joe Biden escribió en el Wall Street Journal -en sintonía con los manuales ortodoxos- que dejará actuar a la FED en su sendero de suba de tasas de interés -lo que podría dar lugar a una recesión en el futuro no muy lejano- el propio Presidente, muchos funcionarios de su administración y varias de las principales figuras demócratas coquetean con la idea de una inflación impulsada por las ganancias empresarias. El mismo 10 de junio, Biden acusó a las grandes petroleras de beneficiarse de no producir más petróleo, a partir del aumento de precios. Una versión norteamericana de las hipótesis sobre la reticencia a invertir y la concentración empresaria tan habituales en Argentina. La senadora Elizabeth Warren, que impulsó un proyecto para establecer controles de precios ante “shocks de mercado excepcionales”, dio pie a un neologismo de esos que tan bien sientan al inglés: Greedflation. Inflación por codicia. Si la posición estadounidense es de mucha menor fortaleza interna, la situación respecto de América Latina se modificó desde que China lo desplazó como principal socio comercial. Las consecuencias son múltiples. Incluyen la primarización relativa de las economías -impulsadas por la exportación de commodities-, la modificación del origen del financiamiento y las inversiones -particularmente en sectores regulados o basados en recursos naturales- y una lógica modificación en la geopolítica. Menor dependencia del mercado estadounidense significa, también, mayor margen de autonomía. Hubiera sido difícil encontrar a una figura tóxica globalmente, como Jair Bolsonaro, poniendo condiciones para concurrir a la Cumbre hace apenas una década, pero aquello sucedió y el gobierno estadounidense accedió a una bilateral con el brasileño, deseoso de mostrarse como estadista ante una cercana elección presidencial en la que Lula Da Silva lo aventaja por más de 20 puntos. La cuestión migratoria apalanca la posición de México que se permitió desairar ruidosamente al presidente estadounidense. AMLO no participó del cónclave, alegando la no invitación a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Su posición fue acompañada por Bolivia, donde las heridas abiertas por el último golpe de Estado y un antinorteamericanismo constitutivo en el MAS informan gran parte de las decisiones de política exterior. No fue el único desplante importante que recibió Biden. Los mandatarios de Honduras, Guatemala y El Salvador tampoco dijeron presente. Todos esos países integran el llamado “triángulo norte” de donde proviene la mayor parte de la inmigración irregular que ingresa a los Estados Unidos. En cada caso, la paritaria se jugaba en otra parte, aunque todos fueron sintomáticos de las decepciones que la región tiene con un Biden que generó expectativas más altas que la única que ha cumplido hasta ahora: ser preferible a su predecesor. Habrá que dar crédito al presidente Alberto Fernández y a sus asesores coyunturales, -entre los que sobresalen el embajador argentino en DC, Jorge Argüello, así como Gustavo Béliz y Sergio Massa- por la participación realizada en la Cumbre. Lejos de quienes proponían hacer seguidismo del presidente mexicano o de quienes aconsejaban una postura genuflexa frente al estadounidense, el mandatario argentino -y titular de la CELAC- obtuvo una tribuna de peso para señalar las diferencias existentes con el rol cumplido por los Estados Unidos a nivel regional -con el cuestionamiento a exclusión de Cuba y de Venezuela de la Cumbre, pero también a las sanciones y sus consecuencias, tan impotentes para modificar el comportamiento y la composición de los gobiernos como potentes para dañar a los pueblos. Una relación madura con los Estados Unidos requiere sin dudas una gestión razonable de las diferencias, derivadas tanto de la asimetría existente entre nuestros países como del modo en que la superpotencia las gestiona. Una cumbre que no tiene una agenda propositiva clara es, antes que nada, una tribuna. Plantear diferencias sin rupturas es un activo diplomático. La invitación al presidente al próximo encuentro del G7 da cuenta de los resultados de una estrategia de firmeza no sobreactuada que posiciona a Argentina como un stakeholder responsable a nivel global. La visita acordada para julio con Biden permitirá desarrollar una agenda positiva, centrada en las cadenas de suministros estratégicas. A modo de ejemplo -y a pesar de algunos problemas recientes con las prácticas fiscales del sector, que motivaron una intervención oficial a nivel provincial y nacional-, Argentina es el principal proveedor de litio que tienen los fabricantes estadounidenses y es de esperar que esa posición solo se fortalezca en los próximos años. Otro activo de las cumbres, aun las más modestas en sus logros, es la presencia de varios mandatarios, que habilita la realización de encuentros bilaterales muchas veces de mayor importancia concreta que la cumbre misma. El presidente argentino se reunió con el jefe de Gobierno canadiense, Justin Trudeau, y con su par chileno, Gabriel Boric, además del titular de Naciones Unidas, António Guterres. La posición argentina sobre la invasión rusa de Ucrania es de interés para un Guterres enfocado -con pocos resultados- en el fin de las hostilidades. Las coincidencias con Canadá en todos los foros internacionales en materia de energía y agroalimentos son numerosas y el país del norte es el principal inversor minero en Argentina. Además de la afinidad personal con Boric, se ampliaron las oportunidades crecientes para el gas argentino en Chile. Sin embargo, la bilateral más importante -e inesperada- fue la que Fernández mantuvo con su par brasileño. El encuentro, de media hora de duración, tuvo un eje pragmático. Brasil busca asegurarse con gas argentino, cubrir el declino de los pozos bolivianos y garantizar su seguridad energética ante los vaivenes de sus represas. Hay por delante enormes necesidades de infraestructura para que el gas argentino llegue a distintos lugares del mundo. La desmentida de Matías Kulfas del contenido de aquel off the record que se redujo en los tribunales a una mera crítica política y la ratificación tanto de la premura como de la importancia de la obra que llevan adelante las autoridades de Energía Argentina va en ese andarivel. La vuelta del presidente a Buenos Aires, sin embargo, fue también el regreso de los grandes problemas irresueltos. Si Martín Guzmán debió suspender el viaje que iba a hacer a Toronto para participar del evento minero más importante del mundo -la delegación argentina tras la renuncia de Matías Kulfas y la ausencia de Guzmán fue encabezada por la muy competente secretaria de Minería, Fernanda Ávila, y reunió a los gobernadores Gerardo Morales, Sergio Uñac, Rodolfo Suarez, Gustavo Sáenz, Raúl Jalil y Alicia Kirchner- o lo hizo por un tema logístico a esta altura es anecdótico. Argentina enfrenta una pequeña crisis que versa sobre la cotización de los bonos, especialmente en pesos. Varios factores entran en juego. El periodista Nicolás Lantos atribuyó a Luis Caputo haber dicho, en un encuentro reservado, que, en caso de llegar al gobierno, el espacio que integra no cumpliría con las obligaciones en pesos en las condiciones vigentes. Además de este trascendido hubo tres actores del mercado que escucharon en vivo la misma definición por parte de economistas opositores que ya ejercieron esas prácticas singulares cuando fueron gobierno. Las expresiones públicas de los referentes económicos opositores, en general, tampoco son tranquilizadoras. Ninguno de ellos dijo que en un eventual gobierno honraría los vencimientos en pesos. Acá se da un fenómeno interesante. En 2019, el entonces oficialismo aseguraba que el mercado se había derrumbado por el triunfo del populismo. Hoy se podría dar a la inversa: el fenómeno se repite, pero porque el que defaulteo deuda en pesos puntea en las encuestas. Una curiosidad. Los más perspicaces ven allí el intento de generar una profecía autocumplida. Si se pierde la confianza en el pago de la deuda, convalidarla significaría un aumento sustantivo ya sea de la emisión o de la tasa de interés. Una estrategia que recuerda a la de Cavallo en el 89, cuando en sus encuentros con inversores internacionales pedía que no le refinanciaran deudas a Alfonsín. Una especulación que sólo es posible por una debilidad económica que no se condice con el récord del precio de la soja y los granos. Otro factor aún más preocupante es el rumor, muy extendido, de que la corrida contra los bonos en pesos ajustados por inflación fue impulsada por el desarme de posiciones en Fondos de Inversión del Banco Nación en poder de Energía Argentina por un valor cercano a los 9 mil millones de pesos a la que se sumaron movimientos especulativos de otros actores. El destino aparecía ligado a las funciones de la firma, responsable de la construcción del gasoducto y de las indispensables importaciones de energía. Que un movimiento de esa magnitud y características pudiera realizarse sin coordinación con el Banco Central o el Ministerio de Economía para encontrar demandantes adecuados a ese brutal aumento de la oferta, es en sí mismo un diagnóstico preocupante sobre el estado de funcionamiento del gobierno en un contexto en el que la huída masiva hacia los bonos del tesoro norteamericano derrumba el valor de los activos más riesgosos y siembra dudas sobre la ya precaria planificación financiera nacional. La interna entre Miguel Pesce y Guzmán -que incluyó operaciones de prensa en medio de la corrida- no colabora ante la inminencia de un vencimiento de mucho más volumen el 30 de junio. “Si el equipo económico iba a ver a Salomón cortaban al pibe en cinco pedazos”, resumió ante #OffTheRecord un actor del sector. Las implicancias que esto puede tener en el sector privado solo las determinará el tiempo. Mientras tanto, la reunión que celebró el vigésimo aniversario de AEA reconfirmó una vieja certeza: en Argentina, como en la mayor parte del mundo, las caracterizaciones de los empresarios no están a la altura de las empresas a su cargo. Donde las grandes compañías son adaptativas, creativas e innovadoras, sus dueños y directivos son dogmáticos y rígidos. Para una asociación que nació para evitar normativamente la extranjerización del gran capital nacional durante el pico de la crisis del 2002, la forma en que fue planteado el leit motiv del encuentro -El sector privado como motor del desarrollo, como una oposición binaria en la que el Estado sería básicamente un enemigo- resulta al menos curiosa. Las declaraciones de Federico Braun de La Anónima sobre la frecuencia con la que remarcan fueron representativas sobre unas jornadas donde se defendió al “capitalismo” como si en Argentina estuviera en discusión una revolución socialista. La advertencia de Héctor Magnetto sobre el impuesto a la renta inesperada -que difícilmente apruebe el Congreso- como una forma de “confiscación” o la de Martín Migoya sobre el populismo y la necesidad de que el Estado “al menos se quede quieto”, aportaron al tono hiperbólico del encuentro. Globant, la empresa de Migoya, es una compañía enormemente dinámica, que crea empleo calificado en el país y que se ha beneficiado por los regímenes de estímulo desde la primera Ley de Software hasta la actual Ley de Economía del Conocimiento así como La Anónima lo hizo, por ejemplo, con los Créditos del Bicentenario. En un clima bastante alejado de los consensos que todos coincidieron en reclamar, quizás las intervenciones más interesantes hayan surgido de los empresarios acaso más representativos. Aún con el tamiz de sus reclamos sectoriales extremadamente presentes, el propio Magnetto y Paolo Rocca aportaron una mirada global muchas veces ausente en la dirigencia. La alta penetración de las redes de telecomunicaciones en el país, las oportunidades que aquello abre para la exportación de servicios o el crecimiento de la productividad de las empresas fueron lo más sustantivo del discurso del CEO del Grupo Clarín. Rocca, embanderado con occidente contra sus competidores chinos, señaló un cambio estructural que supondría la invasión de Ucrania y se extendió sobre las oportunidades de desarrollar el sector energético como un vector de crecimiento capaz de aprovechar la reformulación de las cadenas de suministro. El CEO de la T se tomó el tiempo para explicar muy detalladamente las complejidades y desafíos que supone el cortísimo plazo de realización de la obra del gasoducto Néstor Kirchner. Una licitación realizada en tiempo récord, a la altura de la necesidad de llegar al año próximo sin ningún atraso y que requerirá una ejecución de relojería. Fue el único momento en que alguno de los presentes se permitió elogiar un accionar estatal. No tan curiosamente, sin embargo, tanto Magnetto como Rocca coincidieron en pedir para el desarrollo de la energía y las telecomunicaciones marcos normativos que estimulen la inversión en su desarrollo. A la hora de la verdad, saben, por experiencia, que no hay empresas sin Estado. Ojalá hayas disfrutado de este correo tanto como yo. Estoy muy agradecido por tu amistad que, aunque sea espectral, para mí no tiene precio. Iván |