El segundo dato es que esta aparente confusión en algunos casos no es tal, sino que encubre una fuerte polarización entre espacios de voto diferenciados. Por ejemplo, el 67% de los (mal llamados) libertarios quiere dolarización, mientras que el 66% de los votantes de JxC y el 90% de los del FdT quieren fortalecer el peso. El 92% de la base del FdT quiere mantener Aerolíneas Argentinas en el Estado y el 79% de JxC desea privatizarla. No se trata entonces de bloques indiferenciados, sino de bloques que más o menos siguen un agrupamiento ideológico y partidario. Sin embargo, los entrecruzamientos son también frecuentes y en algunos temas (la educación, por ejemplo, o la ciencia) hay muchas menos diferencias. La tercera hipótesis es la más ambiciosa, la más aventurada y, por lo tanto, la más dudosa. Esta estructura ideacional, y su correlato partidario, tienen mucho que ver con la trayectoria pendular de la política argentina. Aun en su momento de mayor fortaleza política e ideacional, el kirchnerismo nunca pudo estabilizar una hegemonía social alrededor de sus ideas-fuerza, como mayor intervención estatal en la economía y la ampliación del Estado de Bienestar. Antes bien, hay que recordar que, en noviembre de 2012, pocos meses después de la victoria arrasadora del 54%, un cacerolazo convocó a cientos de miles de personas alrededor de la consigna de liberar el acceso al dólar. Asimismo, a pesar de la fortaleza simbólica de consignas como “La Patria es el Otro”, al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le fue imposible reducir el gasto en subsidios al consumo de energía porque sus propios votantes no estaban de acuerdo. En 2015 el gasto en subsidios representó el 3,25% del PBI. La imposibilidad de reducir el gasto en energía finalmente terminó siendo una de las principales causas de ahogo de sus cuentas externas, ya que la energía importada se debe pagar con dólares. Sin embargo, la moneda tiene dos lados, o el cuchillo tiene un doble filo. Porque estos datos también dicen lo inverso: hasta ahora los gobernantes identificados con la necesidad de la desregulación y la eliminación del mínimo Estado de Bienestar que aún sobrevive tampoco han podido estabilizar una fórmula de gobernabilidad bajo estas premisas. A diferencia de, por ejemplo, los votantes del partido republicano de Estados Unidos, que no quieren nada del Estado ni le piden nada, los votantes argentinos siguen suponiendo que el Estado tiene que hacer cosas por ellos; al menos, las que siempre hizo. De hecho, con esto mismo se encontró el gobierno de Mauricio Macri: con una resistencia social que no esperaba ante decisiones como los aumentos de tarifas y la reforma previsional. Desde el quiebre de la hegemonía del sistema de ideas neoliberal en 2001, conviven en Argentina dos sistemas de ideas. Ninguno tiene la fuerza suficiente para volverse hegemónico, pero ambos poseen, hasta ahora, capacidad de bloqueo del otro. Sin embargo, bien podría cambiar esto en 2023. Es posible que si Juntos por el Cambio obtiene una victoria arrasadora ese año, y enfrente tiene a un peronismo desencantado, sumido en internas y con poco entusiasmo por sí mismo, tenga la fuerza suficiente para disciplinar las resistencias sociales (que las habrá seguramente) y avanzar hacia una hegemonía más permanente. Si gana en 2023, Juntos por el Cambio va a estar en una posición privilegiada para detener el péndulo argentino. María Esperanza |