lunes, 16 de mayo de 2022
domingo, 15 de mayo de 2022
GUILLERMO WIERZBA-OPINION
En La Nación del domingo 8 de mayo de 2022, en su nota La lógica y las presiones de los cepos cambiarios, el decano de los economistas liberales contemporáneos Juan Carlos de Pablo afirma: “En todos los países del mundo, la demanda de órganos transplantables supera a la oferta. En la mayoría de los países no existe el respectivo mercado, sino que el orden en el cual los diferentes pacientes reciben los órganos se establece sobre la base de criterios de racionamiento… Seguramente que esos criterios fueron diseñados por médicos, lo cual no quiere decir que no estén exentos de críticas y que no existan presiones para ‘colarse’ en la fila. En el segmento oficial del mercado de cambios ocurre lo mismo”. La nota es un homenaje a John Williamson, el liberal que le diera nombre al decálogo de la variante neo en los momentos en que sus sostenedores aspiraban a convertirla en el proyecto de orden global que clausurara la historia: Consenso de Washington. El artículo escrito en el ingenioso modo de reportaje simulado, tiene el objetivo de emprender una crítica al control de cambios, presentando todos los desvíos que se pueden dar en la administración de un sistema de ese carácter como naturales, apuntando contra el régimen cambiario existente en la Argentina actual. El fin es llegar a la conclusión que las situaciones críticas pueden requerir intervenciones temporarias del poder público con la decisión de restaurar ni bien sea posible la normalidad de la des-intervención y la vuelta a la asignación de recursos de orden mercantil. Pero la cita provoca un espanto que lleva a reaccionar con sentimiento humanista; a un clamor por un proyecto que recupere ese valor.
El mercado de cambios es comparado por de Pablo con un mercado de órganos. Para ser más precisos, el racionamiento de divisas resulta asimilado con el de los órganos para trasplante, ambos serían coincidentes en los problemas que podrían traer. Es el extremo del paradigma neoclásico (la teoría económica de la que se vale el liberalismo neo), pero ese extremo es indispensable en el edificio (de papel) de ese enfoque teórico. El homo economicus conduce directo a reflexionar en esa dirección, porque para aquel la economía es la relación entre el hombre y las cosas, y no una relación social entre los hombres. En ese marco teórico habrá una curva de indiferencia entre una cantidad de hígados y una cantidad de dólares para cualquier consumidor que participe de esa sociedad-mercado (sociedad de mercado). Curva que indica una tasa de sustitución entre distintas cantidades de dos bienes, que cuantifica un nivel igual de preferencia o deseo que un individuo tiene por un número de hígados respecto a una cantidad de divisas.
La solución a los problemas, desvíos y mala praxis en las cuestiones de la administración de precios y cantidades en los bienes indispensables para la subsistencia humana, provendría de dejarlos de administrar para entregarlos a la esfera mercantil. La lógica liberal desplegada en el artículo de La Nación conduce a explicar (justificar) los mercados ilegales como consecuencia naturalizada de la existencia de la intervención pública. Las preguntas que el ingenioso reportaje no se hace son: ¿el delito del tráfico de órganos es una realidad inevitable del tratamiento no mercantil de la asignación de los mismos? ¿Debería reprimirse el mercado ilegal de divisas por ser un recurso estratégico para el desarrollo nacional? Si como coinciden los fundadores del neoliberalismo la igualdad de oportunidades se contradice con la igualdad real o sustantiva, ¿los órganos a trasplantar tendrían que tener un tratamiento mercantil? De Pablo pide paciencia hasta el 2023, porque no le ve mérito al gobierno para conducir una economía de mercado. Confía que en ese año un poder meritocrático se encargará de hacer las transformaciones que restablezcan el “orden económico natural”.
De hombres como bestias
Durante la visita de Ludwig Von Mises, un economista ucraniano-norteamericano, referente de la escuela austríaca y profesor de Friedrich Von Hayek, Alfredo Palacios pronunció una conferencia con el título de Socialismo y liberalismo económico, que Juan Carlos Coral reproduce en Alfredo Palacios, el socialismo criollo. En esa conferencia que diera ante la Academia de Ciencias Económicas, cita a Marshall, sin duda el referente más importante de la corriente neoclásica – sustento teóricode l neoliberalismo en su modelo más completo, en otra expresión humillante a la condición humana, que se postula desde la concepción axiomática del homo economicus: “ La mano del hombre será mejor… para carpir una plantación valiosa, de crecimiento irregular, mientras que para limpiar un sembrado de maíz, será más ventajoso emplear la fuerza del caballo; y la aplicación de cada una de estas fuerzas [dice desaprensivamente –de AP—] , se extenderá en uno u otro caso, hasta que todo uso mayor de ella, no aporte ventaja neta alguna. En el margen de indiferencia entre el trabajo manual y el del caballo [o sea cuando agregar un caballo más agrega la misma producción incremental que un hombre más], sus precios tienen que ser proporcionales a su eficiencia, y así la ley de sustitución habrá establecido, directamente, una relación entre los salarios del trabajo y el precio que hay que pagar por la fuerza del caballo”. Opina Palacios: “Como se ve, con la más absoluta despreocupación por la persona humana, esta economía política hace entrar como factores de producción —indistintamente— materias primas, máquinas, hombres y caballos”.
Como se ve, Marshall y de Pablo expresan la potencia de destrozo que la economía del mainstream tiene sobre la condición humana. Cosificación de los trabajadores, animalización de los humanos, los órganos sujetos al análisis de mercancías. Homo economicus y mercantilización de todos los bienes de la vida. Sujetos cosificados y que sólo se relacionan con las cosas. Desconocimiento y, a su vez, militancia para la destrucción de los lazos sociales. La Nueva Economía, una contrarrevolución teórica surgida a fines del siglo XIX, ha sido rescatada de las cenizas para instrumentarla como apoyo apologético de la financiarización y la globalización disolvente de las naciones y los pueblos. Un mundo de mercancías, sin clases sociales, sin esas naciones y pueblos y ciudadanos formales en la vida política que mutan en individuos deseantes, cuando eligen racionalmente entre infinitos productos diferenciados y son un factor, una cosa, en el proceso de producción. Esa Nueva Economía escamoteó las clases sociales: capitalistas, trabajadores y terratenientes, eliminándolas de su lenguaje. Las sustituyó por las de capital, trabajo y tierra. Una fetichización desplegada de los cuerpos y las almas, que la corriente principal sólo presenta como sus portadores para que se relacionen en el mercado de factores de la producción.
El hombre dividido en la Humanidad oprimida
Antonio Gramsci, en un artículo titulado Oprimidos y opresores, expresa en 1910 en la madurez del primer liberalismo, “Muchos dicen que el hombre ha conquistado ya todo lo que debía conseguir en la libertad y en la civilización… Yo creo… que hay mucho más por hacer: los hombres están sólo barnizados de civilización, y en cuanto se les rasca aparece inmediatamente la piel del lobo. Los instintos se han amansado pero no destruido, y el único derecho reconocido es el del más fuerte. La Revolución Francesa ha levantado a muchos oprimidos; pero no ha hecho más que sustituir a una clase por otra en el dominio. Ha dejado sin embargo, una gran enseñanza: que los privilegios y las diferencias sociales, puesto que son producto de la sociedad y no de la naturaleza, pueden sobrepasarse”. La visión del maestro italiano respecto de la lección fundamental de esa revolución resulta clave para diferenciar el ideario de la revolución burguesa del carácter del neoliberalismo. La instauración de este último se funda en una visión ahistórica de la sociedad y en la naturalización del extremismo mercantil con el objetivo de modelizar una vida social, con una arquitectura que se yergue como reacción contra la democracia.
La escisión en el liberalismo neo entre la sociedad política y la sociedad civil, no es defendida desde la promoción de una opción de pluralismo, sino de un único régimen de “Estado de Derecho” natural a la condición de la especie del homo economicus, cuya base es la propiedad privada con un alcance absolutamente irrestricto, tanto como la defensa del derecho a la vida. Más aun, literalmente el individuo propietario tendría una relación con sus bienes como si fueran constitutivos de su propio cuerpo y personalidad.
La caracterización de Marx sobre la enajenación entre política y economía en el mundo liberal y sus efectos limitantes sobre la democracia es reveladora. En Sobre la cuestión judía, sostiene que “el Estado político acabado es, por su esencia, la vida genérica del hombre por oposición a su vida material. Todas las premisas de esta vida egoísta permanecen en pie al margen de la esfera del Estado, en la sociedad civil, pero como cualidades de ésta. Allí donde el Estado político ha alcanzado su verdadero desarrollo, lleva el hombre, no sólo en el pensamiento, en la conciencia, sino en la realidad , en la vida, una doble vida, una celestial y otra terrenal, la vida en la comunidad política, en la que se considera como ser colectivo, y la vida en la sociedad civil, en la que actúa como particular; [en ésta última] considera a los otros hombres como medios, se degrada a sí mismo como medio y se convierte en un juguete de poderes extraños… El hombre en su inmediata realidad, en la sociedad civil, es un ser profano… Por el contrario, en el Estado, donde el hombre es considerado como un ser genérico, es el miembro imaginario de una imaginaria soberanía, se halla despojado de su vida individual real y dotado de una generalidad irreal”.
La sociedad de hombres divididos entre ciudadanos políticos-individuos consumidores-factores productivos destruye la cultura de pertenencia a una clase social, pero en el presente también arrasa con las identidades nacionales. Porque no sólo son veladas las categorías de imperialismo y dependencia, también la de pueblo es destituida como un concepto del pasado. La escisión ya no tiene el paralelismo de dos mundos como planteaba Marx, sino que presenta una devaluación de la sociedad política y una exaltación del individuo no sólo como productor alienado sino como un consumidor narcotizado, para los que llegan a la posibilidad de serlo. Los otros son los “atendidos”, ciudadanos excluidos de la sociedad civil, un oxímoron ya denunciado por los jacobinos a fines del siglo XVIII.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional entienden que los “planes de ayuda social” se deben focalizar hacia esos “atendidos”, los marginados y excluidos, para evitar sublevaciones contra el orden conservador vigente. Focalizaciones y segmentaciones que atienden emergencias sociales, sustituyendo la idea de derechos universales, de bienes y servicios no mercantilizables. Tal vez de Pablo esté pensando en un mercado y bancos de órganos para asignarlos a los sectores populares más vulnerables.
Un proyecto nacional, popular y democrático debe dar una batalla cultural que construya otra sociedad. No se trata sólo de la restauración de una política económica de redistribución y desarrollo. Aquella sería imposible eludiendo una disputa sin concesiones contra las fuerzas de la globalización financiarizadora, que participan de la vida política para destruirla o vaciarla desde su interior, en nombre de un pragmatismo basado en la desilusión.
Democracia sin cercos
La recuperación de una democracia herida por el ideario del liberalismo neo, militado por los grandes grupos mediáticos, por los intelectuales que profesan la conversión de la economía en una praxeología, requiere de la ampliación de la esfera de la decisión popular al ámbito de la economía, de la fusión del ciudadano, el productor y el consumidor en un sujeto íntegro, no dividido, no escindido. Es la expansión de la democracia que el dogma de Mont Pelerin, construido por Von Hayek, Milton Friedman, Karl Popper y otros, anatematizó bajo el nombre de “democracia totalitaria”. En versión criolla se expresó en la calificación de populismo y tiranía a los gobiernos de Perón y en la reiteración del mismo orden descalificatorio a los doce años de kirchnerismo.
Durante su primera presidencia Perón reivindicó el plan, la herramienta que Hayek había caracterizado que debía ser el centro del ataque de los liberales, porque conducía al “totalitarismo”. Decía Perón el 21 de octubre de 1946 en la exposición del Primer Plan Quinquenal ante ambas Cámaras: “Debemos pensar en la necesidad de organizar nuestra riqueza que hasta el presente ha ido a parar a manos de cuatro monopolios, mientras los argentinos no han podido disfrutar de un mínimo de esa riqueza… ¿Y quién va a organizar ahora nuestra riqueza? ¿Los monopolios? Se habla de economía dirigida y yo pregunto: ¿dónde existe la economía libre? Cuando no la dirige el Estado, la dirigen los monopolios, con la diferencia de que el Estado puede repartir los beneficios de la riqueza… mientras los monopolios las manejan para ir engrosando los inmensos capitales de sus casas matrices”(cita de Norberto Galasso en Perón, Colihue, 2006). En el mismo discurso desarrolla los motivos de la nacionalización del Banco Central, la intervención en el comercio exterior y la política industrial. La Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner sostuvo en su clase magistral en la Universidad Nacional del Chaco que el peronismo entiende muy bien lo que es el Capitalismo de Estado, haciendo honor a la dirección estatal de la economía que había pregonado Perón cuando lanzó su Plan Quinquenal.
Cuáles serían las preguntas a formularse en el presente nacional. ¿Quién dirigirá la economía argentina de aquí en más, el mercado o el Estado? ¿Se permitirá la consolidación en el retroceso de la distribución del ingreso y la riqueza producido en los últimos seis años? ¿Se aceptará la vertiginosa concentración de la riqueza en unas decenas de familias? Se puede decir, como lo decía Perón, que si la dirige el Estado con un gobierno democrático, nacional y popular, habrá distribución del ingreso. Que si no la dirige el Estado y lo hace el mercado, habrá concentración creciente de riqueza en las cadenas de producción agroindustrial exportadora y en los grupos locales y extranjeros altamente monopolizados, todos atravesados por la financiarización. Que la dirija el Estado requiere de un plan y de una política coercitiva sobre un poder económico ganado por las ideas del liberalismo neo. Por de pronto, luego de un nuevo índice mensual en que la inflación no bajó del 6%, una inflación que, en buena medida, es producto de un impacto de los precios internacionales, hay que empezar por aumentar sustantivamente los derechos de exportación. No se lo ha hecho porque existen extorsiones sectoriales que nunca van a consensuar un ajuste de esos derechos. Es evidente que no hacerlo es una concesión a la presión de los ricos, y la aceptación de un límite al poder legítimo del Estado. Es necesario dar todas las batallas por el imperio de la democracia en su versión extendida, sin admitir la limitada.
RICARDO AROSKIND-OPINION
¿QUIÉN ES EL OBSTÁCULO?
El kirchnerismo es una conciencia molesta para otros sectores del peronismo
Hay una oportunidad de discutir política económica en serio. La abrió la ex Presidenta cuando se preguntó cómo podía ocurrir que un modelo económico con salarios bajos y clara orientación exportadora, no logre acumular reservas en su banco central. ¿Estaba aludiendo a la realidad argentina actual?
El razonamiento que expresó Cristina se entiende, pensando por ejemplo en Perú: ingreso masivo de capital extranjero durante décadas al sector minero, gran producción exportable, economía interna sin mejoras sociales significativas ni mejor distribución del ingreso, y acumulación de grandes reservas de divisas en el Banco Central, producto del auge exportador de materias primas sin elaboración protagonizado por las multinacionales. Esto atraviesa a gobiernos de diverso signo político, que se suceden sin que se pueda tocar “el modelo”. En ese país sobran divisas porque el nivel de vida mayoritario es bajo, lo que acota el consumo de bienes importados.
Si observamos a la Argentina, hay diferencias con el Perú. Hasta 2015, o sea, hasta hace muy poco, se hicieron esfuerzos públicos significativos para sostener un modelo que promovió el consumo popular masivo, lo que trajo a su vez problemas externos que llevaron casi al agotamiento de las reservas netas del Banco Central.
Macri vino a terminar con el consumo popular masivo, pero reemplazó las divisas que nos gastábamos en importar bienes finales, energía y máquinas para la industria –en eso se iban las reservas—, con las divisas que nos gastamos en pagar las deudas inútiles tomadas en su cuatrienio.
Tener un modelo exportador no se logra en unos meses, ni en pocos años. Se construye con numerosas acciones públicas y privadas que van creando una amplia oferta exportable destinada a mercados abiertos a las mismas. Todavía no se puede decir que nuestro país tenga un modelo exportador, porque sigue aferrado –lamentablemente— a las commodities agropecuarias, a las que se van sumando de a poco otros productos. En cambio, sí podemos decir que el macrismo legó una situación de salarios bajos, que el actual gobierno no logra revertir, salarios que tienden a hundirse aún más por la inflación que el actual gobierno no logra reducir. No queda en claro en qué consiste entonces la famosa frase de “tranquilizar la economía”, repetida por el ministro Guzmán.
Las reservas, a pesar del mercado interno a media máquina, las fuertes exportaciones y los buenos precios, no suben. ¿Qué estaría mal? La pasividad del Banco Central para cuidar las reservas, ya que debe escrutar con mucha más atención cada dólar que le piden las corporaciones al tipo de cambio oficial, ya que existen fundadas sospechas de maniobras inventadas para arrebatarle las preciadas divisas a la entidad monetaria. Pero más que un modelo, ese es un estilo de relación Estado-Capital muy perverso y enraizado en nuestro país.
El juego de las diferencias
El kirchnerismo no buscó las confrontaciones. No era la idea. Pero sabía que podían ocurrir, por una experiencia vital que tuvieron todxs lxs argentinxs comprometidxs políticamente en los años ’70. Tenía la certeza y la comprensión de que habría enemigos. A veces eludía el choque, a veces fue sorprendido por la virulencia opositora –como durante el intento destituyente del “campo”—, y después incorporó la enemistad de la clase dominante como un dato para la acción gubernamental. Cuando finalmente ocurrían ciertas confrontaciones, estaba medianamente preparado –no sólo en términos organizativos, sino políticamente preparado— y pudo lograr algunas victorias importantes.
De por sí, esos choques con los factores de poder no fueron concebidos como una guerra abierta con objetivos de máxima, sino combates para asentar una política más autónoma dentro de los objetivos de crecimiento (capitalista) con inclusión social. Sin embargo, las actitudes contestatarias kirchneristas representaron para la elite dominante una afrenta irreparable, que mereció todos los esfuerzos –mayormente ilegales e inmorales— para sacar del juego político a ese espacio político disfuncional para la clase dominante argentina.
Distinta es la actual política oficial que sostiene, incluso discursivamente, que no hay ningún motivo para que haya discrepancias profundas en la sociedad, y que de haberlas, en todo caso, se trata de problemas a resolver en una terapia grupal. Es el gobierno que califica al sector corporativo que veta la posibilidad de separar los precios locales de los alimentos de los internacionales, como “la gallina de los huevos de oro”. Gobierno que muestra disgusto por los cortes de calle piqueteros, pero que no muestra ningún disgusto con el veto corporativo a todas sus iniciativas progresistas.
En el camino, la inflación del 6% en abril agrega una nueva piedra en la mochila electoral del Frente de Todos, mientras se insiste que se está ejecutando el programa económico del gobierno.
Volvemos a insistir: con la crisis global detonada por la guerra en Ucrania, con las sanciones económicas occidentales, con la suba de la tasa de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos, con la abultada tasa de inflación doméstica, y con el peligroso crecimiento acelerado de la deuda interna en pesos, los lineamientos económicos acordados con el FMI quedaron en un estado tal que no da para exigir alineamientos rigurosos a fantasmas vaporosos.
El modelo chileno y el peronismo
Lo hemos señalado en otras oportunidades: el sueño de un sector concentrado del empresariado argentino sería contar con un sistema bipartidista –que obligue al electorado siempre a optar entre uno u otro partido—, que albergue algunas discrepancias útiles para condimentar un poco la vida política, pero que coincida en que las bases económicas del modelo económico-social no se tocan. Se trata de establecer en forma permanente la primacía de los intereses corporativos sobre cualquier otra consideración de política pública, de destruir cualquier expectativa de cambio real en la mayoría de la sociedad, y de sintonizar la política exterior del país con las necesidades de los países centrales, para contar con su apoyo y beneplácito de largo plazo.
El peronismo, que resultaba intragable para la elite argentina en los años ’50, cuya proscripción fue levantada recién en los ’70 –ante una amenaza de mayor radicalización social—, devino en los ’90 en una superestructura ideológicamente corrupta, al servicio de la degradación de la Argentina industrial y de su proyecto de desarrollo nacional.
Los desastres económicos y sociales provocados por la elite en sus ejercicios de gobierno bajo formato menemista y aliancista condujeron a la aparición del kirchnerismo, que fue tomando forma a medida que ejercía el poder y acertaba en acciones que contribuían a una rápida mejora de las condiciones de vida de la gran mayoría.
El momento de transitorio desconcierto de la elite dominante luego del desastre de 2001 dio paso, luego de unos años, al ataque encarnizado contra el gobierno de Cristina y todo lo que ella representaba. Parte del peronismo, a medida que se sucedían las confrontaciones, se fue bajando de esas peleas y levantando la bandera blanca frente al odio antipopular. Ahora participan del Frente de Todos.
En el caso chileno, el pinochetismo logró armar un esquema bipartidista que sostuvo –luego de 17 años de dictadura— unos 30 años adicionales de neoliberalismo institucional, que desembocó finalmente en el estallido de 2019 y en la reforma constitucional en marcha. Es cierto, la población de Chile es menos de la mitad de la argentina, sus recursos naturales están mucho más explotados, el Estado cuenta con los ingresos de la renta cuprífera, y el proceso de industrialización allí nunca llegó tan lejos como en el caso argentino.
Pero desde la perspectiva de la ineficiente y corrupta elite argentina, contar con 47 años para hacerse con la riqueza nacional sin que nadie en el espectro político discuta en serio ese estado de cosas, como sus congéneres chilenos, parece absolutamente envidiable.
Quizás ese modelo estaba en la cabeza de Macri, cuando en el encuentro de la elite internacional de la localidad suiza de Davos de 2016, donde concurren tanto altos líderes políticos como grandes empresarios y financistas, presentó a Sergio Massa como la “oposición” a su gobierno. Quizás sea también el pensamiento actual de Massa, quien acudió recientemente a los consejos de Martín Redrado sobre la situación de la economía nacional.
Pero para que en nuestro país se cristalice un modelo a la chilena, falta una pieza y sobra otra.
La pieza que falta es la de una elite capaz. Mal o bien, la elite chilena se las arregló para hacer negocios, mantener la pasividad social, lograr estabilidad macroeconómica –preservando la economía chilena de la timba financiera internacional—, y encontrar una inserción internacional que permitiera un funcionamiento macroeconómico sin sobresaltos.
La nuestra gobernó prácticamente sin límites en tres oportunidades (Proceso, Menem, Macri) y terminó desembocando por su propia acción en catástrofes económicas que la sacaron del manejo directo del Estado.
La pieza que sobra es el movimiento popular –político, sindical, social, cultural—, cuya más importante expresión política ha sido el kirchnerismo, y que no ha podido ser destruido hasta el presente. Porque además el kirchnerismo es una suerte de conciencia molesta para otros sectores del peronismo que podrían estar en cualquier espacio político. Este movimiento popular amplio, crítico, vivo, constituye una molestia insoportable para el tipo de gobernabilidad que añoran. Por eso, algunos de los comentaristas más conspicuos de la elite local sueñan con un “reformateo autoritario” de una sociedad que no termina de responder completamente a su modelo de negocios.
Un modelo que no cierra
¿Cómo se ubican el kirchnerismo y al “albertismo” frente a la consolidación de un modelo exclusivamente favorable al capital más concentrado de la Argentina, que desoye todo interés fuera de su lógica de acumulación?
El kirchnerismo lo rechaza abiertamente, pero no acierta a enunciar un modelo alternativo completo, que compatibilice la mejora distributiva deseada con una inserción internacional más sofisticada y equilibrada.
El albertismo parece admitir parcialmente los lineamientos de los sectores dominantes –grandes exportaciones, grandes ganancias, ingresos populares definidos como un residuos de la acumulación privada—, pero tratando de mejorarlo socialmente.
¿Se acerca el “albertismo” voluntaria y conscientemente a una versión local de la Concertación chilena, o es el espacio que le estaría dejando –por default, a fuerza de vetos– la elite dominante local, vista la escasa disposición del Ejecutivo a asumir alguna confrontación?
En todo caso, en cualquiera de los dos esquemas falta un liderazgo empresarial comprometido con la producción y la inversión en serio. Que no exista en nuestro país un conjunto de fuertes empresas nacionales vinculadas a la explotación y transformación del litio habla de lo poco emprendedor que es el gran empresariado local. El mismo actor que guarda 400.000 millones de dólares fuera de las fronteras del país no es capaz de encabezar un gran negocio con futuro asegurado.
Y también falta, en ambos esquemas, la claridad sobre la importancia de un nuevo diseño institucional que empodere al Estado y lo ponga en condiciones de reasumir un liderazgo efectivo en el desarrollo nacional. Para distribuir riqueza, o para conseguir frutos serios en materia de desarrollo productivo, o el Estado encabeza el esfuerzo nacional dotándolo de una mirada estratégica, o el país se transforma en un piñata de negocios privados que no va en ninguna dirección.
Vivimos en el presente
Lo cierto es que los roces y espadeos internos, que muchos interpretan como cuestiones de personalidad y de vedetismo, no terminan de dar cuenta de los dilemas estructurales que afronta el Frente de Todos.
Evaluados con inteligencia, los señalamientos realizados por Cristina en el Chaco apuntan claramente hacia ganar gobernabilidad y lograr un mejor desempeño oficial: tener
- una Secretaría de Comercio sólida, eficiente, bien respaldada, para poner bajo control el desmadre de precios;
- un Banco Central alerta ante las diversas maniobras semi-delictivas para arrebatarle los dólares de las reservas, acciones corporativas que ponen al gobierno en una situación de precariedad;
- un Poder Judicial reformateado para que no se dedique sistemáticamente a boicotear los intentos regulatorios del Estado, como por ejemplo en las tarifas de los servicios de internet.
No son alusiones destructivas ni ataques personales, sino señalamientos a una gestión que no se puede vanagloriar de que en esas áreas se anoten grandes logros.
Cuando De la Rúa asumió la presidencia, rápidamente los factores de poder comenzaron a tentarlo para que dejara de lado a sus socios de centro izquierda para “gobernar con libertad”, sin los estorbos de los criticones internos. De la Rúa avanzó en esa dirección, dejando de lado no sólo al Frepaso, sino a la propia UCR.
Los cantos de sirena del establishment parecen tener su capacidad de convicción, y el ex Presidente radical terminó pensando que con el respaldo del FMI, de los banqueros y de AEA las cosas no podían salir mal. De la Rúa creyó eso. El malestar gubernamental de la cúpula delaruísta, que no acertaba en controlar la coyuntura económica —que cabalgaba sobre el esquema inviable de la convertibilidad—, se enfocó en Chacho Álvarez y sus arrebatos centro-izquierdistas, y no en las características del Titanic que le convidaban a conducir hacia su destino conocido.
El actual canto de sirena es el increíble monto de exportaciones que supuestamente tendremos en unos años, si el Estado no se mete hoy con las ganancias de los sectores exportadores.
El pequeño problema es que un boom exportador en 2026 no le da de comer a la población en 2022. Acotamos: quizás tampoco le dé de comer en 2026, si gobierna la derecha.
Otro pequeño problema es que la “macreconomía tranquilizada” no es capaz de sembrar la calma entre los habitantes con ingresos por debajo de la línea de flotación.
Los escenarios futuros que pueden entusiasmar a los economistas o tecnócratas no deberían tapar los escenarios presentes de fuertes carencias, con los que tienen la obligación de conectarse los políticos responsables del Estado nacional.
Vale la pena recordar esto, cuando algunos funcionarios del gobierno proponen que “el que no está de acuerdo que se vaya”, o que tienden a culpar a la actual Vicepresidenta de las dificultades económicas.
Si alguien se siente más irritado con las prudentes advertencias de Cristina que con cierta oligarquía reaccionaria que habita la Argentina y veta las políticas públicas populares, evidentemente perdió la capacidad de auto-análisis, o se equivocó de proyecto político.
sábado, 14 de mayo de 2022
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