Yo sé que la realidad apenas reparó en que, por unas pocas horas, Sergio Moro —ex Ministro de Justicia y ex juez federal de Brasil— estuvo invitado a dar una conferencia sobre “Combate contra la Corrupción, Democracia y Estado de Derecho” en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires. El organizador de la conferencia era el Centro de Estudios sobre Transparencia y Lucha contra la Corrupción, que hoy conduce el doctor Carlos Balbín, quien fuese el primer Procurador del Tesoro de Mauricio Macri. En entrevistas radiales, Balbín atribuye su salida a uno de los hechos más escandalosos de corrupción estatal de ese gobierno. En una vergonzante maniobra judicial, el gobierno de Mauricio Macri intentó condonarle una deuda millonaria a la empresa de la familia…Macri. La fiscal de la causa denuncio la maniobra y no solo no se condonó la deuda, sino que además la empresa esta intervenida judicialmente y los intervinientes en dicha maniobra están siendo investigados por la justicia penal federal.
Luego de que tomara estado público, el entonces Ministro de Comunicaciones de Macri, Oscar Aguad, quien tenía su cargo el ministerio que intentó aceptar el bochornoso acuerdo judicial propuesto por la familia Macri, pasó a ser Ministro de Defensa, donde fue sindicado como el responsable político de lo sucedido con el hundimiento del ARA San Juan.
Pero volvamos a Carlos Balbín. Estallado el escándalo de la causa Correo Argentino, ordenó una auditoria sobre dicho juicio. Y fue esa auditoria la que implicó su remoción del cargo de procurador del tesoro.
Mucho tiempo después nos enteramos de que Balbín también se había expedido en contra de la factibilidad de que prosperase un reclamo ante el CIADI de la empresa Albertis, sociedad controlante de Autopistas del Sol. Curiosamente el Estado argentino, cuya representación ejercía la Procuración del Tesoro, se allanó al reclamo de Albertis y renegoció la deuda y el reclamo de la empresa. Un par de meses después, la familia Macri vendió su participación societaria en Autopistas del Sol. De nuevo Macri de los dos lados del mostrador.
Luego de la renuncia de Balbin, Macri puso al frente de la Procuración del Tesoro a Bernardo Saravia Frías, quien había sido abogado de las empresas de… la familia Macri.
Durante la gestión de Balbín, uno de los chistes de los abogados que teníamos que litigar contra él era citarle en nuestros escritos párrafos enteros de sus libros, en los que sostenía posturas diametralmente opuestas a las que defendía como Procurador del Tesoro.
Mas allá de nuestros chistes, Balbín conduce el instituto que invitó a Moro. Cuando se hizo pública la invitación, miembros del consejo asesor de dicho instituto salieron a señalar que no habían sido consultados sobre el tema. Entre ellos Natalia Volosin, Delia Ferreyra Rubio y Roberto Saba. Permanecieron en silencio Ricardo Gil Lavedra y Martin Bohmer.
El repudio de buena parte de la comunidad académica selló la suerte de la conferencia, que fue suspendida. Lo que no fue suspendido fue el debate que el tema abrió sobre la libertad de expresión.
Escuché a Moro ayer, en una entrevista, diciendo que le habían comunicado que la actividad había sido suspendida por presiones político-partidarias. Y para luego agregar que ello le hacia recordar a la “época en que se quemaban libros”
La verdad es que lo que hubo fue un repudio de buena parte de la sociedad a que Moro diese esa conferencia. Lo que no entiende Moro es que su conferencia fue suspendida por la propia Facultad de Derecho. Pero nadie quemó libros. Lo que no entiende Moro es que la libertad de expresión señala que Moro tiene todo el derecho de mundo a dar su conferencia. Que la Facultad de Derecho tiene todo el derecho a invitarlo. Y que quienes repudiamos su conducta como juez primero y ministro de Bolsonaro después tenemos todo el santo derecho a repudiar su invitación y a explicitar por qué repudiamos su conducta. Lo que no entiende Moro es que la libertad de expresión no es un derecho solo de algunos y que la libertad de expresión necesariamente incluye el deber de tolerar los discursos contrapuestos. Quienes vulneran la libertad de expresión son quienes no se hacen cargo de sus hechos y dichos, Por ejemplo la Facultad de Derecho, que decidió suspender la actividad sin explicación al respecto: ni por qué la había patrocinado en primer termino ni por qué la había suspendido luego.
La libertad de expresión no protege de los discursos que no nos gustan, solo nos da la oportunidad de manifestarnos contra ellos. Como ya hace muchos años señalara un juez de la Corte Suprema norteamericana en el leading case New York Times v. Sullivan, el debate de las cuestiones públicas debe ser desinhibido, robusto y abierto.
Me acordé entonces de la anterior visita de Moro a la Argentina, invitado por el Colegio Público de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires para disertar en la Universidad Católica Argentina. Y sobre todo su relumbrante visita a la Corte Suprema Argentina, donde fue recibido por Ricardo Lorenzetti, entonces presidente de la Corte y por egregios jueces de este país, encabezados por Claudio Bonadío.
Eran las épocas del lawfare en la Argentina y de hecho, unas horas antes Bonadío acababa de procesar a Cristina Fernández de Kirchner, a sus hijos Máximo y Florencia Kirchner y luego de dictar el procesamiento… ¡se había declarado incompetente!
Me pregunté sobre el estado de la libertad de expresión en esos días. No recuerdo que la prensa argentina, salvo honrosas excepciones, cuestionara lo que estaba pasando en nuestro país. Eran días en que la denominación K servía como un estigma que invalidaba los argumentos de cualquiera que fuera denominado como tal, no importaba si fuese actor, político o abogado. Yo recuerdo que apretaba los dientes con bronca y repetía como un mantra la frase que solía decir Néstor Kirchner: “Somos peronistas, nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio”.
Ya por ese entonces, abril de 2017, Milagro Sala estaba presa arbitrariamente y faltaban unos meses para que Martín Irurzun y otros asistentes al convite de la Corte Suprema Argentina dieran inicio al festival de prisiones preventivas.
¿Dónde estaban los defensores de la libertad de expresión entonces? ¿Dónde estaban las voces críticas ante lo que pasaba? ¿Y dónde estuvieron después, cuando el espanto comenzó cobrarse vidas y libertades a granel?
Yo sé dónde estaban algunos. Sé dónde estaba Horacio Verbitsky y donde estaban Raúl Kollman, Irina Hauser, Víctor Hugo Morales, Roberto Navarro, Darío Villaruel, el Gato Sylvestre, Ari Lijalad entre muchos otros. Estaban donde podían publicar lo que pasaba. Lo que estaba pasando cuando nadie más que ellos y unos pocos más se animaban a contar lo que estaba pasando. A muchos de ellos los despidieron de su trabajo. Y nadie entonces se preocupó por su libertad de expresión.
Recuerdo a los trabajadores de TELAM, perseguidos y estigmatizados. Recuerdo el dolor de Sandra Russo en una cena en la casa de Elida, donde me contaba que estaba dando talleres literarios y que nadie quería contratarla como periodista.
Y también recuerdo a los que aplaudían a Moro y a Bonadío. Recuerdo dónde estaban todos. Porque yo también estaba ahí. Mirando espantada y peleando como podía contra ese alud de miseria y odio del que nadie más hablaba.
Y voy a hacer un reconocimiento público a Jorge Fontevecchia. No me gusta su línea editorial y aun hoy la cuestiono. Y no estoy de acuerdo en casi nada con lo que opina. Y sé que tampoco está de acuerdo con lo que opino yo. Pero Perfil fue uno de los pocos medios de los que integran eso que conocemos como “prensa hegemónica” donde nos dieron espacio para contar una partecita de lo que estaba pasando. Un par de meses después vino uno de los peores capítulos de mi vida, con la imposibilidad de acceder al tratamiento médico de Héctor Timerman y fue ese diario uno de los pocos que atendió el tema y nos dio voz.
Lo extraño es que, mientras nadie hablaba de lo que estaba pasando durante el gobierno de Macri, el gobierno de Macri se mostraba súper interesado en escucharnos a todos.
Es extraño el paralelismo. Moro carga sobre sus espaldas con los chats con miembros de Poder Judicial en los que se orquestaba la persecución de sufrió Lula Da Silva y mediante la cual se allanaba el camino para que Jair Bolsonaro llegara a la presidencia de Brasil. Camino que comenzó con persecuciones ilegales a Dilma y a Lula y que hoy se alfombra de cadáveres.
El gobierno de Macri carga sobre sus espaldas con los rastros de los espionajes a propios y extraños. Carga con la foto de Garavano departiendo con Moro mientras presionaba a jueces y fiscales para acrecentar, de modos ilegales, la persecución contra sectores políticos. Espionajes, testigos pagados para falsos arrepentimientos, operaciones variopintas y un Poder Judicial que en abril de 2017 moría por sacarse la foto con Moro y hoy se mete en los rincones para que ese capítulo no se recuerde ni esas fotos salgan a la luz.
Alguna vez alguien escribirá la historia de lo que fueron los años del gobierno macrista. Los años en los que ninguna ley fue válida salvo la del mas fuerte. Y donde casi ningún juez de la Nación se preocupó por recordar cosas tan básicas como los derechos y garantías de los argentinos.
Pero mientras ese alguien escribe la historia, a todos nos queda una misión: que la Constitución y las leyes recuperen plena vigencia. Un parte importante nos corresponde a los ciudadanos. Otra les corresponde a los dirigentes y otra le corresponde al Poder Judicial.
Es evidente que este sistema judicial, tal y como existe, no fue capaz de proteger derechos y garantías. En sus pasillos se vulneraron las leyes de una forma que, de tan grosera, fue obscena. La reforma judicial es imperiosa, pero también es importante que el propio Poder Judicial revise sus actos y enmiende como sea posible las barbaridades que hizo o que permitió que se hicieran. La lista es larga, demasiado larga.
Pero mientras eso pasa, tenemos una misión todos, no importa qué rol desempeñemos y es que en este país se respete la libertad de expresión. Que no sólo es de los diarios o de los periodistas sino de todos. Que no sólo incluye la posibilidad de decir lo que se piensa, sino además el derecho de toda la sociedad a estar informada. Porque sin libertad de expresión no hay sistema democrático posible. Y sin libertad de información tampoco hay Estado de Derecho.
Voy a recordar una vieja opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Opinión 5/85, que expresa: “31. En su dimensión individual, la libertad de expresión no se agota en el reconocimiento teórico del derecho a hablar o escribir, sino que comprende, además, inseparablemente, el derecho a utilizar cualquier medio apropiado para difundir el pensamiento y hacerlo llegar al mayor número de destinatarios. Cuando la Convención proclama que la libertad de pensamiento y expresión comprende el derecho de difundir informaciones e ideas ‘por cualquier… procedimiento’, está subrayando que la expresión y la difusión del pensamiento y de la información son indivisibles, de modo que una restricción de las posibilidades de divulgación representa directamente, y en la misma medida, un límite al derecho de expresarse libremente. De allí la importancia del régimen legal aplicable a la prensa y al status de quienes se dediquen profesionalmente a ella».
Y también: «32. En su dimensión social la libertad de expresión es un medio para el intercambio de ideas e informaciones y para la comunicación masiva entre los seres humanos. Así como comprende el derecho de cada uno a tratar de comunicar a los otros sus propios puntos de vista, implica también el derecho de todos a conocer opiniones y noticias. Para el ciudadano común tiene tanta importancia el conocimiento de la opinión ajena o de la información de que disponen otros como el derecho a difundir la propia”.
La conferencia de Moro fue cancelada, pero sospecho que esa iniciativa abrió un debate importante. Porque está claro que nadie quiso poner la cara para defender a alguien que hace apenas tres años aplaudían a rabiar. Los que repudiamos a Moro en el 2020, también lo hacíamos en el 2017. Fueron los que lo aplaudían quienes claudicaron de esa defensa pública. Y quienes sí lo hicieron intentaron hacerlo desde la Libertad de Expresión. Error, la libertad de expresión también comprende el derecho a repudiar a Moro.
Tal vez deban preguntarse por qué no pudieron defender la presencia de Moro. Pero más importante aún es que se pregunten qué defendían hace tres años, cuando lo aplaudían.