Hace poco mas de medio siglo falleció Eva Perón víctima de un cáncer. Su muerte expuso en un instante fulminante la profundidad de la grieta que por ese entonces dividía al país: mientras vastos sectores de la población inundaban las calles llorando su desconsuelo, sus enemigos expresaban su alegría pintando “Viva el Cáncer” en los muros de la Capital. Esta identificación entre una enfermedad maligna que destruye las células y tejidos del organismo y un movimiento político que propugna la inclusión social ha perforado el tiempo y hoy sale a la intemperie en los dichos de un empresario vinculado al Presidente, decidido a abandonar el país ante el triunfo electoral del peronismo, “ese cáncer que nos destruye lentamente” (infobae.com 6 11 2019).
Desde su derrocamiento militar en 1955, el peronismo ha sido motivo explícito de numerosos golpes de Estado y excusa de reiterados golpes de mercado. A lo largo del tiempo, la imagen del peronismo como una enfermedad letal ha impregnado de un modo subliminal las interpretaciones políticas del antiperonismo. Ahora transpira por los poros de un Macri que encuentra en el populismo la causa de “los últimos 70 años de decadencia argentina”. El Presidente no parece asimilar la derrota electoral sufrida hace pocos días, algo que algunos periodistas de su intimidad califican como un “empate técnico” (sic). Tampoco tiene intenciones de irse del país o dejar la política. Esta semana protagonizó, en cambio, un verdadero stand-up en el escenario de un teatro colmado de funcionarios compungidos. Luego de una oda a la entrega del gobierno “con las manos limpias… y la conciencia tranquila,” advirtió rapeando a los cuatro vientos que “¡hay gato para rato!” y que será el líder de la oposición política al nuevo gobierno peronista.
El Presidente aprendió algo sustancial a lo largo de su gestión de gobierno: machacando al infinito un relato mentiroso que rasguña miedos ancestrales se puede obtener el respaldo de sectores sociales que de otro modo repudiarían las políticas implementadas. Esta vieja sabiduría de la humanidad, remozada en los principios que guiaron la propaganda nazi en Alemania, fue usada por Macri y sus seguidores para construir un relato simple, que tapa la realidad y moviliza infundiendo miedo y odio: “El peronismo K —sinónimo de “los de abajo”, los corruptos y los autoritarios— es el culpable de todos los fracasos del pasado del presente y del futuro. Ahora viene por todo. Hay que pararlo antes de que nos lleve puestos”.
Este relato impregna subrepticiamente las noticias e historias diseminadas por medios de comunicación altamente concentrados que impiden cualquier tergiversación o atisbo de duda. Esta telaraña mediática es parte del entramado de poder que maneja el Presidente. En el pasado lo usó para perseguir a sus enemigos. Ahora lo usará para obstaculizar los proyectos del nuevo gobierno. Esto, sin embargo, no es todo. Cuenta además con una estructura mafiosa clientelística y corrupta, que viene de lejos. Utilizando esa maraña adosada a las instituciones, ha pergeñado golpes mediático-judiciales para encarcelar a sus adversarios y multiplicar su patrimonio y el de sus amigos.
Retazos de esa estructura mafiosa han empezado a salir a la luz en las investigaciones del juez Alejo Ramos Padilla en Dolores, y en nuevas causas judiciales que se abren al impulso del cambio de gobierno. El reciente pedido de informes al gobierno argentino por parte del Relator para la Independencia de los Magistrados y Abogados de la Organización de Naciones Unidas, Diego García Sayan, abre la puerta para cambios drásticos en esta área. Sin embargo, desde la oposición —y respaldado por el 40% de votantes rabiosamente antiperonistas— Macri buscará retener el control sobre esa estructura mafiosa. Su capacidad de desestabilizar políticamente al nuevo gobierno dependerá de su control sobre esa mafia. Al mismo tiempo, la guerra de trincheras que se propone articular contribuirá a perpetuar ese entramado mafioso.
No se puede esperar buena voluntad de un Macri liderando a la oposición. Su gestión de gobierno deja una economía arrasada y bombas listas a explotar ni bien asuma el próximo gobierno. Ahora seguramente buscará bloquear en el Congreso las acciones que el nuevo gobierno tome para salir de la recesión y del endeudamiento ilimitado.
La oposición insertada en la economía real
Macri tiene aliados cruciales en el llano de la economía real: aquellos grandes empresarios que controlan monopólicamente sectores claves de la economía y pueden formar precios. Poco tiempo atrás, muchos de ellos formaron parte de un grupo de WhatsApp que apoyaba la candidatura de Macri. Ahora se dan cuenta de que la batalla contra la infección peronista debe adoptar nuevas formas y han entrado en acción. Algunos presionan abiertamente al Presidente electo para imponer candidatos en su futuro gabinete de ministros o para mantener a funcionarios macristas en los organismos públicos mas importantes (infobae.com 17 10 2019). Todos se expresan a través de sus respectivas organizaciones empresariales. Habiendo aceptado participar en el Acuerdo Social propuesto por Alberto Fernández, exigen, sin embargo, reivindicaciones de máxima sin hacer concesiones de ninguna índole. Más allá de la diversidad de los reclamos según los sectores de la economía en que están insertados, todos los grandes empresarios encuentran un común denominador en las demandas de mayores subsidios, ajuste del costo salarial y total rechazo al control de precios.
Esto ocurre en circunstancias en que el salario ha perdido la mitad de su valor en dólares desde 2016, la industria ha eliminado 150.000 empleos formales y el 40% de la población vive hoy por debajo del nivel de pobreza. En este contexto de miseria los formadores de precios se apresuran a imponer al futuro gobierno una estructura de precios relativos que les es favorable. El sector alimenticio lidera la estampida inflacionaria dolarizando sus precios. Otro sector, el agropecuario, rechaza todo “incremento de la presión tributaria sobre los sectores productivos” y se ha declarado en alerta ante un posible aumento de las retenciones agropecuarias que pretenda amortiguar el impacto de los precios internacionales sobre los precios de sus productos (lpo.com 6 11 2019). Esta postura unifica al “campo” en su conjunto y politiza a los productores de base.
Macri recibió un apoyo electoral masivo por parte del sector agropecuario en las regiones más ricas del país. Allí amplió las diferencias con el FdT e incluso revirtió resultados en relación a los obtenidos en las PASO. En la franja central del país (Mendoza, San Luis Córdoba, Entre Ríos) cientos de productores unidos a través de grupos de WhatsApp han conformado el movimiento “Argentina del Centro”. Algunos plantean la posibilidad de cortar las rutas, como en el 2008, si las retenciones se modifican. En la carta fundacional de este movimiento se “reclama un reconocimiento de la matriz productiva por sobre el aparato asistencialista. La zona del centro, médula espinal del país propone un cambio de raíz” (lpo.com 6 11 2019).
Poco a poco, la imagen del cáncer peronista empieza a enriquecer su contenido empapándose con los ecos de viejos conflictos nunca resueltos, una grieta que va mas allá del miedo a “los de abajo”, sumando la cruenta disputa por el excedente, los ingresos y la riqueza acumulada entre grupos de propietarios ubicados en distintos sectores de la producción. Así, el cáncer peronista es también una grieta resultante de una matriz productiva forjada al calor de esas luchas. Esta matriz productiva es consecuencia de décadas de acumulación del capital en condiciones de dependencia tecnológica, un proceso que generó una creciente concentración del capital en sectores clave de la economía y una demanda ilimitada de tecnología incorporada en importaciones imposibles de enfrentar con las divisas provenientes de las exportaciones, tanto del sector agropecuario como del industrial. Esta forma de acumulación ha sustituido a lo largo del tiempo la inversión productiva por los subsidios del Estado y la fuga de capitales y ha dado origen a un endeudamiento externo, potenciado a partir de los ’80 con los planes de estabilización del FMI y la apertura de las finanzas locales a la especulación financiera. Ningún gobierno democrático intentó revertir esta matriz productiva.
Alberto Fernández ha prometido en la campaña electoral terminar con el hambre y el endeudamiento de los sectores mas vulnerables, “encendiendo los motores de la economía… alentando las exportaciones y poniendo plata en el bolsillo de la gente” para activar el mercado interno. Sin embargo, la historia reciente demuestra que nada de esto es sustentable si no se modifica la actual estructura productiva del país. Por otra parte, hoy vivimos en una coyuntura mundial amenazada por la recesión, la crisis financiera, la guerra comercial entre las dos potencias económicas mas grandes del mundo, la contaminación ambiental y la militarización de los conflictos geopolíticos. Estamos insertados en ese mundo con una matriz productiva que reproduce al interior de nuestra sociedad limitaciones estructurales y conflictos que nos han encerrado en el actual laberinto.
Hoy la mitad de la capacidad instalada en la industria está ociosa, cerca de 20.000 pymes han desaparecido, múltiples firmas medianas y algunas empresas grandes cierran instalaciones o achican su producción. Paradójicamente, en esta economía en recesión una fuerte intervención del Estado puede abrir el camino hacia un cambio drástico de la estructura productiva que, basándose en el conocimiento científico y tecnológico acumulado en el país, pueda integrar cadenas de valor y sectores de la producción buscando un crecimiento económico con inclusión social y mayor integración nacional.
Cadenas de valor global en un mundo en crisis
Esta semana unos tweets de Jair Bolsonaro anunciando que tres empresas multinacionales se mudarían próximamente de la Argentina al Brasil provocaron un pequeño escándalo. Luego de ser desmentidos, fueron borrados (lanación.com 6 11 2019). Sin embargo, más allá de las desmentidas, en los últimos meses dos de las tres empresas mencionadas han reducido drásticamente su presencia en el país. Este incidente permite atisbar la vulnerabilidad económica de nuestra industria insertada en cadenas de valor global dominadas por empresas multinacionales con control monopólico sobre la información, la tecnología y las decisiones que se toman. La industria automotriz, un sector de enorme importancia en nuestra economía, ejemplifica la irracionalidad de la industrialización argentina de las últimas décadas. Hoy opera a menos de la mitad de la capacidad instalada, acumula 14 meses de caída ininterrumpida de la producción, que en el mes de octubre fue del -18%. La mayor parte de los autos que consumimos son producidos en otros países y nuestra industria tiene enormes dificultades para colocar su producción en el país y en el extranjero.
Esto no es casual. Una crisis global afecta desde hace tiempo a la producción, las ventas y el empleo de las empresas multinacionales que controlan la producción de vehículos tanto en los países centrales como en China y las economías emergentes. Las razones de la crisis son múltiples. La introducción de innovaciones tecnológicas con el objetivo de automatizar la producción y construir vehículos eléctricos y drones provocó una drástica reestructuración del sector. Esto se asocia además con baja de las ventas, desempleo creciente, caída de los salarios e introducción de cambios regulatorios para contener el cambio climático. En otros países, y especialmente en los Estados Unidos, las ventas de las automotrices se han visto afectadas por el alto endeudamiento de la población. Todos estos cambios preceden al desarrollo de la guerra comercial entre China y los Estados Unidos. Esta guerra, sin embargo, ha agravado en los últimos tiempos la caída de las ventas y de las ganancias de las grandes multinacionales que dominan el sector automotor (business insider.com 22 10 2018, cnn.com 12.7 2019). La recesión del sector automotor ha sido de tal magnitud que contribuyó a desencadenar la recesión de la economía global. El FMI ha estimado que la caída de la producción global de vehículos explica un 25% del estancamiento de la producción global entre el 2017 y el 2018 y un 33% de la caída del comercio mundial en el mismo período (zerohedge.com 11 6 2019).
Los cambios ocurridos en la industria automotriz no se han dado al azar. Son la consecuencia de un capitalismo global monopólico que se particulariza por una brecha creciente entre la progresión del endeudamiento y la de la producción. Desde mediados de los ’80 la productividad, los salarios y el producto bruto muestran una tendencia al estancamiento en los Estados Unidos, que se convierte en tendencia declinante hacia el 2001 y permanece como tal hasta nuestros días. Esto ha sido acompañado por un explosivo crecimiento del endeudamiento, y por una expansión mundial de las empresas multinacionales norteamericanas penetrando con sus inversiones el sector industrial de diversos países y dinamizando especialmente a la economía china en las últimas décadas. Uno de los resultados de estos procesos fue una enorme interpenetración del proceso de producción mundial. La guerra comercial desatada en los últimos años entre Estados Unidos y China amenaza con provocar un cimbronazo en las cadenas de valor global. Sin embargo, no las ha destruido ni ha provocado el retorno de la inversión de empresas multinacionales norteamericanas en China a su país de origen como esperaba el gobierno de Trump.
Esta guerra comercial entre China y los Estados Unidos, es algo más que una guerra arancelaria. Es una competencia por el control de la tecnología de guerra, una competencia impulsada por las fuerzas armadas norteamericanas para asegurar su control geopolítico mundial y bloquear la expansión china (zerohedge.com 5 11 2019). Ocurre que el capitalismo global monopólico tiene una faz oculta: la expansión de la industria de guerra norteamericana y una creciente renovación tecnológica. Esto ha derivado en un cambio tecnológico creciente con drásticas consecuencias a nivel mundial sobre la estructura productiva y los mercados de trabajo.
Todos estos procesos señalan la necesidad de introducir cambios en la matriz productiva de nuestro país que, aprovechando racionalmente nuestros recursos humanos y naturales, permitan terminar definitivamente con el hambre, la exclusión social y la desintegración nacional. Esto no se hace de un día para el otro pero el camino se hace al andar. Sin duda alguna, el nuevo gobierno tendrá que enfrentar múltiples y pesados desafíos. Sin embargo, también tendrá la oportunidad de empezar a provocar cambios en la relación de fuerzas que nos ha precipitado en este laberinto.