miércoles, 7 de febrero de 2018
“Cuando escuches el trueno me recordarás
Y tal vez pienses que amaba la tormenta.
El rayado del cielo se verá fuertemente carmesí
Y el corazón, como entonces, estará en el fuego./
Esto sucederá un día en Moscú
Cuando abandone la ciudad para siempre
Y me precipite hacia el puerto deseado
Dejando entre ustedes apenas mi sombra”
Anna Ajmatova
Peronismo
Ubicación: Cerro Aconcagua, Mendoza, Argentina.
Poco conocido en la historia es el épico ascenso al Aconcagua por un grupo de suboficiales del Ejército Argentino que erigieron en la Cúspide de América los bustos de Perón y Evita junto a placas alusivas y el Escudo Justicialista.
Los bustos de Perón y Evita en la cima del Aconcagua
Ubicación: Cerro Aconcagua, Mendoza, Argentina.
Poco conocido en la historia es el épico ascenso al Aconcagua por un grupo de suboficiales del Ejército Argentino que erigieron en la Cúspide de América los bustos de Perón y Evita junto a placas alusivas y el Escudo Justicialista.
La proeza, realizada entre el 3 y el 6 de febrero de 1954 contó con la participación de 20 militares.
El busto de Perón llevaba una placa con la siguiente leyenda:
"Al Gral. Perón: Dedican los suboficiales del Ejército Argentino este esfuerzo para que la cumbre más alta de América sirva de pedestal al más alto genio político del Continente. Este busto no debe ser retirado sino que debe permanecer en esta cima por los siglos de los siglos, para que el espíritu y las ideas del constructor de la Nueva Argentina, hermane a los pueblos de América".
El de Evita decía: "A nuestra Compañera Evita, Jefa Espiritual de la Nación para que sea la cumbre del Aconcagua el altar intermedio entre nuestras plegarias de agradecimiento y el lugar de su eterno descanso. Este busto no debe ser retirado sino que debe permanecer en esta cima por los siglos de los siglos, para que el intenso amor que la Martir del Trabajo profesó por la humanidad, se expanda por todos los pueblos del Orbe".
El esfuerzo de estos soldados fué titánico pues además del gran peso de los bustos y las placas se llevaba cemento, bulones, herramientas, un pararrayos y otros enseres. El operativo fué coordinado por el entonces Secretario de Información Apold. Luego Perón los condecoró y felicitó personalmente. Andrés López, uno de los integrantes, fué luego Jefe de seguridad de Perón. En el exilio confió en sus queridos suboficiales su seguridad.
Con la llegada de la autodenominada "Revolución Libertadora", el Gral. Aramburu decidió retirar los bustos. Corría el mes de febrero de 1956. Para ello se formó un grupo de suboficiales para realizar tan funesta tarea de los cuales comenta López, "incluso participó un suboficial sin escrúpulos que había estado presente en la expedición del 54". Subieron desde el Refugio Presidente Perón, rebautizado como Independencia y llegaron a la cima 5 suboficiales, incluso el cambiado de bando.
Aramburu los condecoró. Sin embargo, parecía que la misma naturaleza demostraba su enojo ya que en los meses de Diciembre de 1955 y Enero 1956 las intensas nevadas y el viento impidió el despojo. Incluso el mentado suboficial pagó cara su ofensa ya que tuvo principios de enfriamiento y debió mudarse a una zona de clima propicio para su recuperación.
por Claudio Cotar
Revista y Editorial Sudestada
Un 6 de febrero como hoy, pero de 1932, nacía #CamiloCienfuegos, protagonista de la revolución cubana...
El Che dijo un día: "Aun cuando después hiciera una serie de hazañas que han dejado su nombre en la leyenda, me cabe el orgullo de haberlo descubierto como guerrillero (…). No sé si Camilo conocía la máxima de Dantón sobre los movimientos revolucionarios: "Audacia, audacia y más audacia". De todas maneras la practicó con su acción, dándole además el condimento de otras condiciones necesarias al guerrillero: análisis preciso y rápido de la situación y meditación anticipada sobre los problemas a resolver en el futuro".
(Fragmento de la nota de tapa de #RevistaSudestada, edición nro 148)
–Que no, Reinaldo. No hay modo. Ya te dije, chico. La planificación está cerrada. Además, no queda lugar, somos demasiados ya –explica Fidel, procurando no perder la paciencia ante la obstinación de Reinaldo Benítez, uno de los expedicionarios anotados para la aventura que dará inicio en pocos días.
–Pero es que… Fidel. Este muchacho es de confianza. Lo conozco desde hace mucho tiempo, de Lawton ya. Es un revolucionario, más allá de que no provenga de las filas del 26 de Julio, yo creo que…
–Reinaldo, mira. Déjame decirte una cosa. Ya me han quedado claras tus razones y las de tu amigo. Lo voy a pensar, ¿está bien? Si llega a surgir una baja en este corto tiempo, analizamos sumar a tu compañero a la expedición. Es todo lo que puedo prometerte ahora –consiente Fidel, dispuesto a ceder a cambio de una pausa en la insistencia de Reinaldo.
Satisfecho por ese guiño a medias del líder rebelde, Reinaldo vuelve presuroso a su casa, donde lo espera el candidato por quien peleó un lugar en la expedición, pronta a partir en menos de diez días desde un puerto mexicano, rumbo a Cuba.
–¿Pero qué dijo Fidel, coño? ¿Estoy adentro? ¿Me aceptaron? –bombardea con preguntas el interesado en sumarse a ese grupo de rebeldes que, desde hace meses, intensifica la preparación y el entrenamiento mientras planifica en secreto el regreso a la tierra prometida.
–Pues que hay que esperar, eso es todo –responde seco Reinaldo, como para no alentar las esperanzas de aquel joven de amplia sonrisa, estampa desgarbada y fino bigote, a quien conocía desde sus años de juventud. Entonces, habían compartido ocasionales almuerzos en las pausas de trabajo: el de Reinaldo, empleado en el comercio El Encanto; el de su amigo, sastre en la tienda El Arte. Desde aquellas charlas informales los dos compartían opiniones sobre el complejo momento político y, particularmente, coincidían en subrayar el desprecio popular por las arbitrariedades de la dictadura de Fulgencio Batista, dueño y señor de Cuba desde el golpe de Estado que encabezó en 1952. Después, el tiempo fue separando sus caminos. Reinaldo se integró de lleno a un movimiento rebelde ligado a la juventud del Partido Ortodoxo, conducido por un joven abogado de poderosa oratoria y firmes convicciones llamado Fidel Castro, que el 26 de julio de 1953 asaltó el cuartel militar de Moncada, en Santiago de Cuba. Pero tan temeraria acción no terminó bien para el centenar de rebeldes que participó del intento: una serie de contingencias impidió que coparan la segunda fortaleza militar del país, y fueron rápidamente capturados por las fuerzas de seguridad, Reinaldo Benítez entre ellos. Seis rebeldes murieron durante el breve combate, pero otro medio centenar fue fusilado por los esbirros de Batista, dispuestos a cobrarse la afrenta de aquellos irreverentes, que aún detenidos y torturados en las cárceles de la dictadura, mencionaban al apóstol José Martí como el verdadero ideólogo de su aventura.
Los años en las mazmorras del Presidio Modelo, en Isla de Pinos, no hicieron más que potenciar los sueños de aquellos hombres. Finalmente, el 15 de mayo de 1955 y después de una fuerte presión popular por obtener su amnistía, los moncadistas recuperaron su libertad y prepararon su salida del país, rumbo a México. No sin antes escuchar a Fidel prometer ante la prensa incrédula: "En 1956, seremos libres o seremos mártires".
Desde que los sobrevivientes del Moncada pusieron un pie en el Distrito Federal, comenzaron los preparativos para cumplir con su audaz promesa: volver a Cuba y derrotar la tiranía de Batista. Con ese objetivo, en noviembre de 1956, todo está previsto para iniciar el operativo de regreso: el plan contempla viajar en barco desde Tuxpan hacia el oriente cubano, pero lo cierto es que las dimensiones del yate adquirido por los rebeldes no ofrece un espacio generoso para tantos voluntarios.
De allí la decisión de Fidel de no aceptar al ignoto expedicionario propuesto por Reinaldo: en el yate Granma, no hay más lugar. Aunque Reinaldo jure hasta por su madre que su amigo es flaco y no ocupará mucho espacio. Aunque insista que se trata de un joven de valentía probada y firmes convicciones revolucionarias, aunque subraye su pasado como manifestante callejero y señale la cicatriz de un balazo en una pierna como prueba irrefutable de su coraje, lo cierto es que Fidel espera hasta último momento antes de comunicarle la decisión de sumar a su amigo, luego de la deserción de un par de expedicionarios.
A punto de salir corriendo a la calle para comentar la buena nueva, Fidel frena el entusiasmo de Benítez con una observación y una pregunta.
–Espérate, Reinaldo. Oye, ya tú sabes: eres responsable por tu amigo. Dile que lo esperan en el campamento de Ciudad Victoria… Por cierto, ¿cómo dices que se llama?
–Su nombre es Camilo Cienfuegos...
#RevistaSudestada
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–Pero es que… Fidel. Este muchacho es de confianza. Lo conozco desde hace mucho tiempo, de Lawton ya. Es un revolucionario, más allá de que no provenga de las filas del 26 de Julio, yo creo que…
–Reinaldo, mira. Déjame decirte una cosa. Ya me han quedado claras tus razones y las de tu amigo. Lo voy a pensar, ¿está bien? Si llega a surgir una baja en este corto tiempo, analizamos sumar a tu compañero a la expedición. Es todo lo que puedo prometerte ahora –consiente Fidel, dispuesto a ceder a cambio de una pausa en la insistencia de Reinaldo.
Satisfecho por ese guiño a medias del líder rebelde, Reinaldo vuelve presuroso a su casa, donde lo espera el candidato por quien peleó un lugar en la expedición, pronta a partir en menos de diez días desde un puerto mexicano, rumbo a Cuba.
–¿Pero qué dijo Fidel, coño? ¿Estoy adentro? ¿Me aceptaron? –bombardea con preguntas el interesado en sumarse a ese grupo de rebeldes que, desde hace meses, intensifica la preparación y el entrenamiento mientras planifica en secreto el regreso a la tierra prometida.
–Pues que hay que esperar, eso es todo –responde seco Reinaldo, como para no alentar las esperanzas de aquel joven de amplia sonrisa, estampa desgarbada y fino bigote, a quien conocía desde sus años de juventud. Entonces, habían compartido ocasionales almuerzos en las pausas de trabajo: el de Reinaldo, empleado en el comercio El Encanto; el de su amigo, sastre en la tienda El Arte. Desde aquellas charlas informales los dos compartían opiniones sobre el complejo momento político y, particularmente, coincidían en subrayar el desprecio popular por las arbitrariedades de la dictadura de Fulgencio Batista, dueño y señor de Cuba desde el golpe de Estado que encabezó en 1952. Después, el tiempo fue separando sus caminos. Reinaldo se integró de lleno a un movimiento rebelde ligado a la juventud del Partido Ortodoxo, conducido por un joven abogado de poderosa oratoria y firmes convicciones llamado Fidel Castro, que el 26 de julio de 1953 asaltó el cuartel militar de Moncada, en Santiago de Cuba. Pero tan temeraria acción no terminó bien para el centenar de rebeldes que participó del intento: una serie de contingencias impidió que coparan la segunda fortaleza militar del país, y fueron rápidamente capturados por las fuerzas de seguridad, Reinaldo Benítez entre ellos. Seis rebeldes murieron durante el breve combate, pero otro medio centenar fue fusilado por los esbirros de Batista, dispuestos a cobrarse la afrenta de aquellos irreverentes, que aún detenidos y torturados en las cárceles de la dictadura, mencionaban al apóstol José Martí como el verdadero ideólogo de su aventura.
Los años en las mazmorras del Presidio Modelo, en Isla de Pinos, no hicieron más que potenciar los sueños de aquellos hombres. Finalmente, el 15 de mayo de 1955 y después de una fuerte presión popular por obtener su amnistía, los moncadistas recuperaron su libertad y prepararon su salida del país, rumbo a México. No sin antes escuchar a Fidel prometer ante la prensa incrédula: "En 1956, seremos libres o seremos mártires".
Desde que los sobrevivientes del Moncada pusieron un pie en el Distrito Federal, comenzaron los preparativos para cumplir con su audaz promesa: volver a Cuba y derrotar la tiranía de Batista. Con ese objetivo, en noviembre de 1956, todo está previsto para iniciar el operativo de regreso: el plan contempla viajar en barco desde Tuxpan hacia el oriente cubano, pero lo cierto es que las dimensiones del yate adquirido por los rebeldes no ofrece un espacio generoso para tantos voluntarios.
De allí la decisión de Fidel de no aceptar al ignoto expedicionario propuesto por Reinaldo: en el yate Granma, no hay más lugar. Aunque Reinaldo jure hasta por su madre que su amigo es flaco y no ocupará mucho espacio. Aunque insista que se trata de un joven de valentía probada y firmes convicciones revolucionarias, aunque subraye su pasado como manifestante callejero y señale la cicatriz de un balazo en una pierna como prueba irrefutable de su coraje, lo cierto es que Fidel espera hasta último momento antes de comunicarle la decisión de sumar a su amigo, luego de la deserción de un par de expedicionarios.
A punto de salir corriendo a la calle para comentar la buena nueva, Fidel frena el entusiasmo de Benítez con una observación y una pregunta.
–Espérate, Reinaldo. Oye, ya tú sabes: eres responsable por tu amigo. Dile que lo esperan en el campamento de Ciudad Victoria… Por cierto, ¿cómo dices que se llama?
–Su nombre es Camilo Cienfuegos...
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