ión que ha tristemente atravesado nuestra historia: la búsqueda de imponer un proyecto económico a partir de un total desprecio por el Estado de derecho y la institucionalidad democrática. Esta vez, en el espacio regional. Como las notas periodísticas no dan espacio a agradecimientos, agradezco especialmente aquí a Carlos Bianco por sus agudos comentarios a una primera versión de ésta. Las opiniones y argumentaciones vertidas, bajo mi absoluta responsabilidad.
sábado, 10 de diciembre de 2016
26 de noviembre de 2016 Pagina12 | Contratapa | Por Sandra Russo OPINION
EStos tiempos extraños, que parecen soplados por un demonio, pueden analizarse desde muchas perspectivas. Algunas de ellas se tratan en los medios, con su lenguaje, con su formato, con sus enormes limitaciones, con sus mentiras, con sus frases hechas, con la pulseada del cínico por hacer hervir al convencido para regodearse atacando sus formas. No estamos experimentando estos tiempos en toda su sombría dimensión. Absorbemos noticias que aparecen en los medios o en las redes. Las agendas no coinciden. En las redes hay noticias que los medios no toman como tales. Y hay millones de fragmentos de “la realidad” que tampoco llegan a las redes. En toda época, en todo gobierno, en cualquier tipo de gobierno, es un sesgo que va de amplio a ficcional el que se abre ante la opinión pública como “la realidad”. Nuestra idea de la democracia, y especialmente la democracia liberal, coincide con un abanico lo más amplio posible del registro de voces y perspectivas que describen “la realidad”.
No es eso lo que se vive a diario en la Argentina. Que lo digan los despedidos de cada día, los jubilados que no reciben atención, los alumnos que no tienen vacantes, los vendedores ambulantes interceptados por fuerzas de seguridad, los militantes políticos detenidos por pintar una pared, que lo digan los millones y millones cuyas voces, de a una o dos o tres, a veces y raspando llegan a una tribuna televisiva para dar cuenta de esos pliegues de “la realidad”. Y aun así, estamos describiendo a millones de personas por el rol que desempeñan en la esfera pública. Queda lejos de nuestra percepción quiénes son y cómo viven y qué sienten íntimamente todas esas personas cuando abandonan la marcha o la protesta y vuelven a sus casas, siendo hombres y mujeres resistiendo subjetivamente este modelo, que es un altavoz que les dice: “Usted es miserable, ¿no se había dado cuenta?”
Mientras lo que parece que es “la realidad” transcurre en términos de noticias, memes, fotos, murales, performances, debates, discusiones, videos e infinidad de eventos cotidianos, y sólo una pequeña parte de ella es televisada o editorializada, lo que va transcurriendo es la vida. El otro día, en una charla de las que doy en el interior del país, una mujer decía que está muy angustiada y que cree que esto no aguanta, que el pueblo reaccionará. “Pero no sé si yo lo voy a ver”, dijo, y su voz se quebró. No es la única vez que escuché esa frase ni la primera en que alguien rompió en llanto. Circula esa sombra que tiñe la propia vida con su gris.
Esa sombra es espesa, no deja ver el futuro que hasta muy poco estaba plantado como un árbol joven y regado. El futuro, para gran parte de esa generación de clase trabajadora, de la mediana edad para arriba, estaba bien plantado porque si había trabajo, si había escolaridad, si los chicos manejaban la computadora, si existía la expectativa de la casa propia, si se podía terminar el secundario, si había universidades públicas, si era accesible el sistema de salud y el sistema previsional iba sobre rieles después que nos habíamos sacado de encima a las AFJP después de catorce años, si ninguna contingencia personal desviaba el rumbo, lo que había eran condiciones materiales para dormir en paz y con la idea de que los hijos tendrían una buena vida, y uno una vejez al menos contenida.
Lo que había quedado pendiente antes de las últimas elecciones era lo que en este país nunca se pudo resolver, y era que esa chance la tuviéramos todos. Lo que se llama “sector informal” es, en “la realidad”, pero vista mucho más de cerca de lo que se aproximan los medios, un amasijo de almas con sus respectivos cuerpos que padecen el hambre y el frío y el calor y la enfermedad y el cansancio en un grado y una intensidad que millones de otras personas no conocen ni conocerán jamás. Cuando uno piensa en una democracia en términos populares la piensa así: primero ellos, los que viven sus vidas en un estado de desolación que, si viviéramos muchos una sola semana de las suyas, no toleraríamos o nos volveríamos locos. No es un problema argentino. Es un problema de la especie. Nuestra especie, con sus vaivenes y sus complejidades, ha diseñado un mundo inconcebible, en el que ocurren cosas como las que sucedieron la semana pasada en Siria. ¿Vieron videos de Siria últimamente? ¿Vieron imágenes de Aleppo? ¿Cómo podemos convivir con eso? ¿Cómo no hay un orden que tiembla o que se deshace? Y sucede todo lo contrario. Ganan las elecciones los partidarios de los muros y las deportaciones. Antes esos escenarios parecían lejanos. Hoy somos uno de ellos.
Esa “realidad” captada desde la esfera pública, mirada desde las terrazas hegemónicas con sus lentes selectivos aquí y en todas partes, la realidad convertida en “actualidad”, tiene su lado B, que es la esfera privada. Si uno cree que nadie se realiza en una sociedad que no lo hace, lo que cree es que esas dos esferas se retroalimentan permanentemente en un flujo incesante, y que lo social es, en síntesis, la suma de millones de historias personales encausadas en un rumbo que a su vez las determina. De modo que uno no piensa en un vecino sino en toda la cuadra, que a su vez integra un barrio que pertenece o está bajo influencia de una ciudad, que a su vez lleva el pulso de un provincia, que se maneja en los términos que le permiten las políticas nacionales, y de ahí para arriba, las políticas nacionales surgen en la medida en que en ese país pueden tomarse decisiones autónomas. Por eso la felicidad del pueblo no es una abstracción sino una perspectiva de acción, con beneficiarios claros, que son los que trabajan. Y con los que mayor deuda tenemos es con los que nunca lo han hecho ni lo hicieron dentro de un sistema de obligaciones y derechos.
Pero ya no estamos en esa dirección sino en la opuesta. Y acá mueren las palabras, también éstas. Acá muere la ruta del dinero K, los milotontos, las juventudes hitlerianas, las carteras Vuitton de Cristina, la fanfarria de operaciones periodísticas pagadas por debajo de la mesa. Acá mueren hasta las contradicciones que el kirchnerismo no pudo resolver, empezando por esa deuda interna que no saldó. Pero había saldado la otra, la que nos trastornó, a los argentinos de mediana edad durante toda nuestra juventud. Nuestros propios padres tuvieron una vejez librada a su propia suerte, y experimentaron el dolor de ver a los hijos internarse en la niebla de los `90. Mueren todas las palabras porque aquí hemos llegado sin lenguaje. Llegamos con imágenes, con slogans y con miles de titulares de un mismo dueño. Lo cierto, lo que sucede en “la realidad”, es que hoy estamos en el rumbo inverso, el que se va cerrando sobre sí mismo expulsando, prohibiendo, deportando, privatizando, desregulando, reprimiendo y mintiendo sin parar.
Bajo esa costra del actual relato oficial -retirado de los próceres, alejado por fin de la palabra patria, que para algunos de buena voluntad nunca dejó de ser una grandilocuencia, y para muchos otros un tatuaje interno -está el lado B de “la realidad”, que no tiene medios para propagarse porque circula en las profundidades de cada uno, acecha en la soledad del hogar sin certezas, planea sobre la inseguridad cotidiana, que hoy incluye la de estar en manos de quien no nos quiere.
Lo que flamea en el aire en este país, y exhibe su movimiento defectuoso y asimétrico es la angustia colectiva. La infelicidad popular, que puede que sea ligeramente amainada con un pan dulce en la mesa, pero que indefectiblemente subirá su coto, porque este modelo de mundo, de región y de país se basa dialécticamente en ella.
No es eso lo que se vive a diario en la Argentina. Que lo digan los despedidos de cada día, los jubilados que no reciben atención, los alumnos que no tienen vacantes, los vendedores ambulantes interceptados por fuerzas de seguridad, los militantes políticos detenidos por pintar una pared, que lo digan los millones y millones cuyas voces, de a una o dos o tres, a veces y raspando llegan a una tribuna televisiva para dar cuenta de esos pliegues de “la realidad”. Y aun así, estamos describiendo a millones de personas por el rol que desempeñan en la esfera pública. Queda lejos de nuestra percepción quiénes son y cómo viven y qué sienten íntimamente todas esas personas cuando abandonan la marcha o la protesta y vuelven a sus casas, siendo hombres y mujeres resistiendo subjetivamente este modelo, que es un altavoz que les dice: “Usted es miserable, ¿no se había dado cuenta?”
Mientras lo que parece que es “la realidad” transcurre en términos de noticias, memes, fotos, murales, performances, debates, discusiones, videos e infinidad de eventos cotidianos, y sólo una pequeña parte de ella es televisada o editorializada, lo que va transcurriendo es la vida. El otro día, en una charla de las que doy en el interior del país, una mujer decía que está muy angustiada y que cree que esto no aguanta, que el pueblo reaccionará. “Pero no sé si yo lo voy a ver”, dijo, y su voz se quebró. No es la única vez que escuché esa frase ni la primera en que alguien rompió en llanto. Circula esa sombra que tiñe la propia vida con su gris.
Esa sombra es espesa, no deja ver el futuro que hasta muy poco estaba plantado como un árbol joven y regado. El futuro, para gran parte de esa generación de clase trabajadora, de la mediana edad para arriba, estaba bien plantado porque si había trabajo, si había escolaridad, si los chicos manejaban la computadora, si existía la expectativa de la casa propia, si se podía terminar el secundario, si había universidades públicas, si era accesible el sistema de salud y el sistema previsional iba sobre rieles después que nos habíamos sacado de encima a las AFJP después de catorce años, si ninguna contingencia personal desviaba el rumbo, lo que había eran condiciones materiales para dormir en paz y con la idea de que los hijos tendrían una buena vida, y uno una vejez al menos contenida.
Lo que había quedado pendiente antes de las últimas elecciones era lo que en este país nunca se pudo resolver, y era que esa chance la tuviéramos todos. Lo que se llama “sector informal” es, en “la realidad”, pero vista mucho más de cerca de lo que se aproximan los medios, un amasijo de almas con sus respectivos cuerpos que padecen el hambre y el frío y el calor y la enfermedad y el cansancio en un grado y una intensidad que millones de otras personas no conocen ni conocerán jamás. Cuando uno piensa en una democracia en términos populares la piensa así: primero ellos, los que viven sus vidas en un estado de desolación que, si viviéramos muchos una sola semana de las suyas, no toleraríamos o nos volveríamos locos. No es un problema argentino. Es un problema de la especie. Nuestra especie, con sus vaivenes y sus complejidades, ha diseñado un mundo inconcebible, en el que ocurren cosas como las que sucedieron la semana pasada en Siria. ¿Vieron videos de Siria últimamente? ¿Vieron imágenes de Aleppo? ¿Cómo podemos convivir con eso? ¿Cómo no hay un orden que tiembla o que se deshace? Y sucede todo lo contrario. Ganan las elecciones los partidarios de los muros y las deportaciones. Antes esos escenarios parecían lejanos. Hoy somos uno de ellos.
Esa “realidad” captada desde la esfera pública, mirada desde las terrazas hegemónicas con sus lentes selectivos aquí y en todas partes, la realidad convertida en “actualidad”, tiene su lado B, que es la esfera privada. Si uno cree que nadie se realiza en una sociedad que no lo hace, lo que cree es que esas dos esferas se retroalimentan permanentemente en un flujo incesante, y que lo social es, en síntesis, la suma de millones de historias personales encausadas en un rumbo que a su vez las determina. De modo que uno no piensa en un vecino sino en toda la cuadra, que a su vez integra un barrio que pertenece o está bajo influencia de una ciudad, que a su vez lleva el pulso de un provincia, que se maneja en los términos que le permiten las políticas nacionales, y de ahí para arriba, las políticas nacionales surgen en la medida en que en ese país pueden tomarse decisiones autónomas. Por eso la felicidad del pueblo no es una abstracción sino una perspectiva de acción, con beneficiarios claros, que son los que trabajan. Y con los que mayor deuda tenemos es con los que nunca lo han hecho ni lo hicieron dentro de un sistema de obligaciones y derechos.
Pero ya no estamos en esa dirección sino en la opuesta. Y acá mueren las palabras, también éstas. Acá muere la ruta del dinero K, los milotontos, las juventudes hitlerianas, las carteras Vuitton de Cristina, la fanfarria de operaciones periodísticas pagadas por debajo de la mesa. Acá mueren hasta las contradicciones que el kirchnerismo no pudo resolver, empezando por esa deuda interna que no saldó. Pero había saldado la otra, la que nos trastornó, a los argentinos de mediana edad durante toda nuestra juventud. Nuestros propios padres tuvieron una vejez librada a su propia suerte, y experimentaron el dolor de ver a los hijos internarse en la niebla de los `90. Mueren todas las palabras porque aquí hemos llegado sin lenguaje. Llegamos con imágenes, con slogans y con miles de titulares de un mismo dueño. Lo cierto, lo que sucede en “la realidad”, es que hoy estamos en el rumbo inverso, el que se va cerrando sobre sí mismo expulsando, prohibiendo, deportando, privatizando, desregulando, reprimiendo y mintiendo sin parar.
Bajo esa costra del actual relato oficial -retirado de los próceres, alejado por fin de la palabra patria, que para algunos de buena voluntad nunca dejó de ser una grandilocuencia, y para muchos otros un tatuaje interno -está el lado B de “la realidad”, que no tiene medios para propagarse porque circula en las profundidades de cada uno, acecha en la soledad del hogar sin certezas, planea sobre la inseguridad cotidiana, que hoy incluye la de estar en manos de quien no nos quiere.
Lo que flamea en el aire en este país, y exhibe su movimiento defectuoso y asimétrico es la angustia colectiva. La infelicidad popular, que puede que sea ligeramente amainada con un pan dulce en la mesa, pero que indefectiblemente subirá su coto, porque este modelo de mundo, de región y de país se basa dialécticamente en ella.
10 de diciembre de 2016 Pagina12 | Contratapa | Por Sandra Russo
do sumado da exceso. Exceso para que sea verdad, exceso para que este país sea el mismo que el de hace trece meses y sin embargo nos lo hayan cambiado por su reverso. Exceso para que un gobierno que ganó por un punto y medio sostenga esa gélida mueca en la que se va transformando la simulación de la alegría. Es demasiado, o es demasiado rápido, o es demasiado torpe. Pero a la vez todo esto no da error. Da modelo, da proyecto, da especulación. El desastre económico se asoma monumental mientras en una cárcel de Jujuy un chico de 21 años aparece muerto en esos ahorcamientos de las celdas que después desmienten las autopsias. Jujuy se salió de madre, y desde este espacio hace muchos meses se viene afirmando que el macrismo mira a Jujuy y privilegia a Morales con recursos porque ahí tiene su mano de obra ocupada para escenificar, en la figura de Milagro Sala, el desquicio criminal al que están dispuestos. Jujuy no es un accidente. No parece un accidente. Es una vidriera.
Uno no diría que este rumbo y este ritmo provengan de la torpeza de un gabinete, aunque cuando uno los escucha hablar tampoco aparece ningún matiz de pericia oratoria, de manipulación argumentativa exitosa, de seducción. Todos los dirigentes del Pro que desfilan diariamente por los canales de televisión, incluso la mayoría, que asiste a puestas en escena periodísticas que forman parte de la misma posición que van a defender ellos, exhiben una torpeza inconcebible, a esta altura que sus dichos son actos que ya modificaron la vida de millones de personas. Todos son visiblemente cínicos, repiten sus latiguillos prefreudianos con vehemencia, actúan hasta su manera de parecer seguros y convencidos. Nunca hemos presenciado un desfile de pavadas, aberraciones, mentiras a repetición tan obvio. Llama la atención esa obviedad que se permiten, muy parecida a la impunidad. Es la impunidad de clase lo que las insufla. Y la vergonzosa cobertura mediática lo que la posibilita. Morales no es un sacado: es un soldado al servicio de la demolición de la idea de la organización social.
Decía que todo esto sumado da exceso, pero que no parece un exceso sino el resultado de algunas decisiones innegociables, como haberles devuelto las retenciones al agro y a las mineras, y que como todo este desastre y el que se asoma proviene de decisiones que no se pueden tocar, la maquinaria del desguace argentino ya está en marcha y en tiempo de descuento, y eso también forma parte de lo que no se discute. No admiten ni aceptan ni creen visible la destrucción total del país que encontraron y su retracción al país de los mayores dolores y sufrimientos históricos. No lo admiten porque lo saben y han llegado al gobierno precisamente para eso, porque eso que nos duele son los costos de este modelo, y a ellos los costos jamás les interesaron. Es más: su férrea posición ideológica, que es tan revulsiva que no asciende a la superficie del relato Pro, como sí ha dejado Trump que emergiera la suya y así fue que ganó las elecciones, tiene una base de desprecio supino por el pueblo. No le dicen pueblo. Dicen la gente. Pero la gente es la que meten en sus afiches o spots, representaciones de gente real encarnando roles a los que ellos les quieren hablar. Cacho y María nunca existieron. La idea de pueblo incluye a muchos más argentinos a los que esa posición ideológica no considera compatriotas ni sujetos de derecho, sino desperdicios de la especie humana a los que el Estado que se mueve con las contribuciones de “la gente” –no la de ellos, ni la de sus beneficiarios, que son y han sido siempre evasores–, no les debe nada. No hay responsabilidad social. No hay sociedad, yendo más lejos aún, a la que tengan que enfrentar ni a la que se deben como funcionarios públicos. Hay decisiones que tomar, y recursos que hay que extranjerizar muy rápido.
El exceso no es exceso sino la medida alocada de su falta de empatía. El error no existe, porque los costos que se les reprocha no son experimentados como costos. Por eso siempre fue absurdo “acompañar” en lo bueno este modelo, porque sus proyectos de leyes nunca fueron ni son iniciativas que puedan analizarse aisladas unas de otras. No hay manera de que le vaya bien a Macri y al pueblo, porque hoy ésa es la vereda antagónica por excelencia. Macri o el pueblo. Es la síntesis de democracia o corporaciones. Es el amargo pan nuestro de cada día. Macri hoy descansa. Nunca supo en toda su vida nada relacionado con pan amargo. Viene de un mundo sin códigos en el que se espía a los familiares y se sospecha que los ex socios de negocios frustrados son capaces de mandar a secuestrar. Viene de su fiesta de egresados de colegio de elite que incluye soberbio fracaso pedagógico, vistos sus exponentes. Llega directamente de la fiesta de egresados, con todos sus compañeros, a la fiesta del gobierno de un país que no entienden ni quieren ni conocen.
En 2012 publiqué una nota que se llamaba “No amar al prójimo” sobre Ayn Rand, una de las ideólogas de fondo que le dieron corpus a las nuevas derechas neoliberales de Estados Unidos para abajo, merced a la divulgación de su pensamiento, conocido como “objetivismo”, a través de decenas de fundaciones. La autora de La Rebelión de Atlas, vendido por millones de ejemplares en la década del 50, inauguró el “coraje” de lo antipopular. Le dio letra. Alisa Zinovievna, su verdadero nombre, exiliada rusa, había llegado a Hollywood pero fracasó como actriz y se dedicó a darle forma a un resentimiento político de vértices tan radicales que daban escalofrío. Los políticos eran la gente que venía a arruinarles la fiesta a los empresarios. No había por qué amar al débil, ya que si el débil no se convierte en fuerte por sus propios medios, merece hundirse. Concibió una categoría ontológica ahora expandida: “el egoísmo racional”. Fue la musa del Tea Party. En una entrevista dijo: “Soy ante todo la creadora de un nuevo código de moralidad, que hasta ahora ha sido considerada imposible. Esto es, una moralidad no basada en la fe ni en ningún otro aspecto arbitrario, ya sea místico o social”. El periodista le oponía lo que se decía de ella: con Newsweek en la mano, decía: “Aquí dice que usted ha llegado para destruir prácticamente todas las instituciones del modo de vida norteamericano contemporáneo. Nuestra religión judeo-cristiana, nuestro capitalismo modificado, regulado por el gobierno. Nuestra forma de gobierno, que se rige por la ley de la mayoría. ¿Son justas estas críticas?” Ella respondía: “Bueno, sí. Estoy desafiando el código moral del altruismo. El precepto de que el deber moral del hombre es vivir para otros. Que el hombre debe sacrificarse por otros”. “¿Qué significa sacrificarse por otros”, le repreguntaban. Y ella decía: “Que el hombre tenga que ser responsable por otros. Yo digo que nadie debería sacrificarse por la felicidad de los otros”. Sus ideas flamean hoy en medio mundo, incluido este país, cuyo presidente descansa con su familia del ajetreo público que lo agota tanto.
EL PRESIDENTE ELECTO OFRECIÓ AL TITULAR DEL BANCO DE INVERSIONES HACERSE CARGO DEL CONSEJO ECONÓMICO NACIONAL Trump al gobierno, Goldman Sachs al poder
EL Presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ofreció al presidente de Goldman Sachs, Gary Cohn, hacerse cargo del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca, según informó ayer, sin citar fuentes, el canal de televisión NBC News.
Cohn es un veterano directivo de Goldman Sachs que dirige en la actualidad las operaciones del banco de inversiones. La propuesta ya está encima de la mesa pero todavía no está claro que Cohn vaya a aceptarla, según las mismas fuentes, que añadieron que a finales de noviembre pasado el presidente de Goldman Sachs empezó a barajar la posibilidad de abandonar el banco. El Consejo Económico Nacional es el principal órgano económico del presidente de Estados Unidos que se encarga de coordinar la política económica de la administración, un puesto con gran influencia dentro de la Casa Blanca.
Cohn, de 56 años, fue presidente y director de operaciones de Goldman Sachs durante diez años. Comenzó su carrera en Wall Street en 1983 en la Bolsa Mercantil de Nueva York, donde vendía acciones. En 1990, se unió al grupo de Renta Fija, Divisas y Materias Primas de Goldman Sachs y siguió a Lloyd Blankfein (Director General de Goldman Sachs) en posiciones gerenciales en la División de Valores de la compañía. Cohn se reporta con Blankfein y ha sido un candidato claro para sucederle, aunque Blankfein no ha dado indicios de que planea renunciar y finalmente no padece cáncer tras someterse el año pasado a quimioterapia por un linfoma.
El nuevo papel de Cohn en el gobierno vendría con un gran beneficio, más allá de ocupar uno de los dos papeles más importantes de la política económica en la administración entrante de Trump. Bajo una regla de 1989, Cohn puede vender sus 190 millones de dólares en acciones de Goldman Sachs, lo que, gracias a un aumento en las acciones de los bancos después de las elecciones, está en su punto más alto. En la tasa más alta de impuestos, es un beneficio por valor de $38 millones en pagos atrasados a la hacienda. En 2013, Susana Craig del diario The New York Times, describió a Cohn como “El Príncipe Carlos de Wall Street”, un hombre para quien la corona parece estar más allá de su alcance. De aceptar finalmente la oferta, Cohn se convertiría en otro hombre de Goldman Sachs en entrar en la próxima administración, después de que Trump propusiera a Steven Mnuchin, ex directivo del banco, para el cargo de secretario del Tesoro. También trabajó durante años en Goldman Sachs Stephen Bannon, que fue elegido por el presidente electo como estratega jefe y consejero principal de su administración unos días después de su victorias en las elecciones del 8 de noviembre.
A su vez nombró al inversor privado multimillonario, Wilbur Ross, como Secretario de Comercio. Ross es propietario de una mina de carbón que tenía citaciones por más de 200 violaciones de seguridad, antes de que un accidente matase una docena de trabajadores. Además, es miembro de una fraternidad secreta de Wall Street, en la cual vestido con zapatillas de terciopelo, cantaba canciones de teatro burlándose de la gente pobre. Al mismo tiempo, Trump eligió a una millonaria para dirigir el Departamento de Educación, Betsy DeVos, y a un multimillonario con casi ninguna cualificación más allá de ser un multimillonario como subsecretario de comercio, Todd Ricketts, un hombre de negocios que es dueño del equipo de béisbol Chicago Cubs.
La decisión de Trump de invitar a varios empleados de Goldman Sachs a unirse a su administración, ciertamente desafía la imagen populista que cultivó mientras se postulaba para el cargo presidencial. El presidente electo cerró su campaña con un anuncio que golpeó el establishment político y financiero, emparejando clásicamente frases antisemitas con imágenes del presidente y CEO de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein, el multimillonario George Soros, la presidenta de la Reserva Federal Janet Yellen y otras figuras financieras.
Cohn es el último de una larga lista de ex ejecutivos de Goldman Sachs para asumir cargos gubernamentales en materia de política económica y regulación financiera y se convertirá en el tercer socio de Goldman Sachs en liderar el Consejo Económico Nacional. Robert Rubin y Stephen Friedman, que sirvieron juntos como co-jefes de Goldman a principios de la década de 1990, también tuvieron el mismo trabajo. Rubin sirvió a la administración de Clinton de 1993 a 1995 y Friedman sirvió a la administración de George W. Bush de 2002 a 2004. Rubin dejó el Consejo Económico Nacional para convertirse en secretario del tesoro, un papel que tuvo otro presidente anterior de Goldman Sachs, Hank Paulson, llenado durante el Presidencia de George W. Bush.
Fuera de la rama ejecutiva, la Reserva Federal está llena de banqueros Goldman. Cuatro de las 12 sucursales regionales del banco central están dirigidas por ex ejecutivos de Goldman. La Reserva Federal es responsable de elaborar la política monetaria estadounidense y tiene importantes obligaciones regulatorias.
10 de diciembre de 2016
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