domingo, 3 de julio de 2016




EL MUNDO › OPINION Desmonte veloz y clandestino

Por Eric Nepomuceno
Brasil vive el cotidiano gotear de denuncias contra políticos de toda estirpe y calibre. En estas últimas semanas, la principal concentración de acusaciones tuvo como blanco a algunos de los más habituales frecuentadores de las listas de nombres que desde hace añares hacen de la política una palanca para desviar recursos públicos para sus bolsillos y para ayudar a elegir aliados que, por su vez, ayudarán a que todo el esquema se mantenga intocado. Exactamente el grupo que ocupa el poder, luego de haber apartado a una presidenta contra la cual no existe una sola denuncia de corrupción.
Resulta curioso observar como los grandes medios de comunicación persisten en sus esfuerzos para tratar de convencer a la opinión pública que la corrupción es un invento del PT, y que antes de Lula da Silva y su pandilla se robaba, es verdad, pero un poquitín nomás.
El actual aluvión de denuncias hace con que esa tarea de los grandes conglomerados de comunicación, con las organizaciones Globo (diario, revistas, emisoras de radio y monopolio televisivo) a la cabeza, enfrente obstáculos. A cada día resulta más difícil envenenar aún más a la ya idiotizada opinión pública brasileña.
Ya no es tan fácil impedir que se conozcan las jugosas denuncias contra Michel Temer, el presidente interino, y el núcleo duro que lo rodea. Su cómplice –perdón: aliado– más visible, Eduardo Cunha, alejado de la presidencia de la Cámara de Diputados por decisión de la Corte Suprema, y cuyo mandato está por un filo, se transformó en el símbolo más concreto de la villanía en que se transformó el Congreso brasileño.
Pues Temer, el interino, lo recibió, en la noche del domingo pasado, en la residencia oficial de la vicepresidencia de la Nación. Oficialmente, para que los dos hiciesen un análisis del actual cuadro político brasileño. La verdad, sin embargo, es otra: una vez más, Cunha fue advertir a Temer que o se encuentran medios para salvar su mandato y asegurar su inmunidad, o será el caos. Hasta el césped de los inmensos jardines de Brasilia saben que, si Cunha abre la boca, no quedará piedra sobre piedra en el PMDB que él y Temer dominan.
La verdad es que la lentitud en que trascurre el proceso de destitución de Dilma Rousseff se hace agobiante. A estas alturas, la posibilidad de que la presidenta logre revertir votos en el Senado y ser reconducida parece ínfima.
Por más que hasta algunos senadores que defienden el golpe reconozcan que no hay ninguna razón constitucional para liquidar el mandato de Dilma Rousseff, ese ya no es más que un detalle sin importancia. El golpe está configurado, implementado, y deshacerlo es tarea casi imposible.
Mientras el país se asombra con el huracán de denuncias, prisiones arbitrarias, violaciones de códigos legales, con el dominio fuera de control de la tríade Fiscalía-Poder Judiciario-Policía Federal, eufóricamente aplaudida por los medios hegemónicos de comunicación, algo más afilado y cortante se impone.
El golpe en curso nace del convencimiento, de parte de los derrotados en las urnas, de que no sería tan fácil recuperar el poder por la vía del voto popular. Y, con eso, crecía cada vez más el riesgo de que el proyecto político económico llevado adelante por los gobiernos del PT se consolidase y avanzase.
Esa, la verdadera razón del golpe en curso, y que, vale repetir, tiene amplias posibilidades de éxito.
Por esos días se votará, en el Congreso, un cambio radical en la legislación del petróleo. Será el retorno del régimen anterior a Lula da Silva: los inmensos yacimientos del llamado pre sal, o sea, en aguas ultra profundas, podrán ser subastados sin que la Petrobras participe necesariamente de su explotación y producción.
Se pretende, en seguida, abrir el capital de varias subsidiarias de la estatal, en especial la red de ductos, las plataformas marítimas y, un poco más adelante, las refinerías.
Otro blanco: el sector eléctrico, ya bastante abierto a la iniciativa privada, será ofertado a grupos multinacionales.
Dilma Rousseff impuso límites a la compra de tierras por extranjeros. La razón: el voraz apetito chino, que pretende comprar extensiones inmensas para plantar soya que luego será exportada a China. Bueno: Michel Temer ya anunció que esa legislación será alterada.
Los estados brasileños, altamente endeudados, recibirán ayuda del gobierno nacional, siempre que procedan a privatizar lo que sea posible, de carreteras al servicio de suministro de agua, colecta de basura, saneamiento básico y, según el caso, red de hospitales.
El equipo económico de Temer es ducho en tales tareas. Cada uno de ellos es altamente eficaz a la hora de seguir, de la manera más radical posible, la cartilla del neoliberalismo devorador e insaciable. El ministro de Hacienda, por ejemplo, fue presidente mundial del BankBoston. El presidente del Banco Central es accionista del Itaú, mayor banco privado brasileño. Semejante equipo, comandado por un presidente que, por su vez, es líder de una pandilla, configura el cuadro oculto, pero cuyos efectos serán devastadores para el país.
Y es así, tras la pantalla de las denuncias y de escándalos, que en altísima velocidad se prepara el desmonte del país.
Porque todos saben que es casi imposible, para alguien tan involucrado en escándalos de corrupción como Michel Temer y sus cómplices (perdón: grupo de asesores directos), permanecer en el poder. Algo pasará. Y, mientras no pasa, que se desmonte el país y se lo venda al mejor postor.

FRENO A LA OBRA PUBLICA Y CAIDA DEL EMPLEO EN EL SECTOR Destruir la construcción

Por Julián Blejmar
Corría el 2002 y manifestarse neoliberal era poco menos que formar parte del club del fracaso. Así, muchos economistas con esta formación se reconvirtieron rápidamente en “neokeynesianos”. Fue el caso de Alfonso Prat Gay, que en la tarjeta de su consultora APL incluía el logo con los bigotes de John Maynard Keynes. Como otros pares, Prat Gay hizo su carrera política mostrándose crítico no solo del kirchnerismo sino también del macrismo y de las agendas económicas ortodoxas para convocar al electorado progresista. Los planetas finalmente se alinearon y el actual ministro de Hacienda, como su antiguo socio en APL Martín Lousteau, forma hoy parte de un gobierno que, en medio de un contexto local e internacional recesivo, aplica las recetas opuestas a las sugeridas por Keynes, congelando la obra pública y la construcción.
Los datos del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda, al 23 de mayo, revelan que solo se había ejecutado el 18 por ciento de su presupuesto anual. El Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf) señalaba que en los primeros tres meses del año, el gobierno giró a las provincias en concepto de transferencias para obras públicas un 32,6 por ciento menos que en el mismo trimestre de 2015.
No es casualidad, entonces, que el Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO) haya señalado que uno de los golpes a la actividad económica “fue generado por la literal parálisis de la obra pública acontecida desde el cambio de gestión”, añadiendo que “en el acumulado de los primeros tres meses del año, el desembolso en obra pública fue solo un 6,3 por ciento más que el acumulado en el mismo período de 2015”, con lo que “se destaca una contracción nominal de la inversión real directa del Estado Nacional del 4,5 por ciento”.
Todo ello en un contexto donde la recesión local, fuertemente traccionada por la parálisis brasileña, exhibe la importancia de recurrir a los manuales keynesianos para estimular medidas contracíclicas que revierten el círculo vicioso de la recesión.
Luego de formular su Teoría General de la Ocupación , el Interés y el Dinero, que se convirtió en la base del modelo de Estado de Bienestar, el popular economista británico afirmó que, frente a las crisis, un gobierno debía “contratar una cuadrilla para cavar hoyos, y otra cuadrilla para taparlos”, señalando así que los Estados debían tener un rol activo en la reactivación de la actividad frente al retiro de los privados ante la incertidumbre de las turbulencias económicas.
Fue, de hecho, la receta que tomó el año pasado el gobierno para amortiguar la crisis de los principales socios comerciales, especialmente Brasil, que luego de adoptar un programa neoliberal a comienzos de 2015 disminuyó sus compras a la Argentina en un 28 por ciento.
La apuesta por la construcción tenía que ver en gran medida con que se trata de un sector mano de obra intensiva que arrastra en sí mismo a diversos rubros, como el de cemento, cal, ladrillos, cerámicos, pinturas, acero o aluminio, entre otros, cuya dinámica depende directamente de la generación de obras. Frente a este panorama, antes que cavar y tapar hoyos, el anterior gobierno puso en marcha un ambicioso plan de viviendas e infraestructura, con el objetivo de suplir la caída en la actividad económica producto del estancamiento global y la retracción inversora de los privados ante el contexto de incertidumbre mundial y local.
Así, en 2015 el gobierno aumentó un 20 por ciento interanual real las partidas para obras públicas, totalizando cerca de 25.000 millones de pesos de inversión, a los cuales –por fuera de los desvíos que deberían implicar un castigo para los culpables–, se le añadieron 20.000 millones de créditos del plan de construcción de viviendas Procrear, lo cual permitió batir records de demanda en los rubros ligados a la construcción. De hecho, el actual titular de la Cámara Argentina de la Construcción, Juan Chediak, elogió en su momento el Procrear al señalar que este sistema de subsidio a la demanda les había permitido sumar contratos por más de 18.000 millones de pesos. Y para todo el 2015, el índice Construya, elaborado por una entidad que agrupa a las once empresas líderes de la construcción, señaló que el sector había experimentado un crecimiento anual acumulado del 8,5 por ciento. En tanto, la Asociación de Fábricas del Cemento Pórtland informó que los despachos acumulados durante ese año llegaron a las 12,2 millones de toneladas, con un incremento de 6,8 por ciento con respecto al 2014 y marcando un record absoluto de la historia argentina.
De acuerdo a las últimas cifras del Estimador Mensual (EMI) del Indec, previas al apagón informativo macrista que se extendió hasta el mes pasado, en diez meses de 2015 el sector de la construcción había acumulado un avance de 7,1 por ciento, aunque la industria en general cayó en ese mismo lapso un 0,1 por ciento, traccionada por las caídas de más del 20 por ciento en autos y acero.
Una radiografía de lo sucedido en los primeros meses de este año, donde según el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) del Indec, la construcción cayó en el primer cuatrimestre del año un 10,3 por ciento en relación a enero-abril del 2015, mientras que en términos interanuales, en abril se redujo un 24,1 por ciento, contabilizando la peor caída en 14 años (aunque desde este organismo se le adjudicó la culpa al mal clima), al tiempo que el EMI del Indec informó una pérdida de los puestos de trabajo del 11 por ciento de la totalidad de la fuerza laboral en el sector, constituido por una franja que se encuentra en la base de la pirámide, con un 64 por ciento en condición de informalidad y sin ningún tipo de cobertura frente al desempleo.
Se trató, justamente, del sector laboral al que apuntó gran parte de las políticas del anterior gobierno, que permitieron de acuerdo al Ministerio de Trabajo llegar al mayor dinamismo en la creación de empleos formales entre todos los rubros, pues entre 2003 y el año anterior se registró una suba del 242 por ciento y cerca de 314.000 puestos creados, seguido a gran distancia por la minería, que registró una suba del 139,5 por ciento con 46.545 puestos de trabajo creados.
La paradoja es que frente a este oscuro presente, quienes se declaraban keynesianos luego de 2001, para aplicar un clásico ajuste ortodoxo al llegar al poder este año, parecen recurrir a los programas keynesianos de gasto público impulsados durante el kirchnerismo. Así, lejos de la lluvia de dólares por inversiones privadas, en mayo se incrementaron en un 53 por ciento los gastos en obra pública luego de argumentar una constante falta de fondos, y durante la última semana se anunció el regreso del Procrear.
El interrogante ahora cuándo empezará la reactivación luego de haber sumido a la economía argentina en el primer ciclo recesivo tras 12 años.

OPINION › LA RECETA NEOLIBERAL DEL AJUSTE RECESIVO “La inflación disminuye enfriando la economía”

Por Diego Liffourena *
El jefe de asesores de Alfonso Prat-Gay y ex director ejecutivo para América Latina de JP Morgan, el economista Vladimir Werning, en declaraciones para el diario español El Mundo, deslizó una serie de apreciaciones que merecen ser resaltadas y encuadras en el rubro zonceras económicas. Sostuvo que “la única opción es que se modere el consumo, y en esa transición se encuentra hoy la región”. Luego afirmó que “en la época de bonanza se hicieron muchas promesas, se extendieron derechos económicos que ahora se perciben como adquiridos y creció el tamaño del Estado del bienestar. Reajustar las expectativas a la realidad es políticamente incómodo”. En definitiva, la idea es “promover” un ajuste vía disminución del consumo interno de la población y desde allí, plantear una solución ante la crisis global de cara a la región.
Es llamativo el uso de eufemismos en el discurso neoliberal. Por ejemplo, observemos que dice “moderar” el consumo de los habitantes en lugar de “contraer”, “reducir” o simplemente “ajustar”. Después dice que el Estado ha “derrochado” recursos genuinos con el objetivo de ampliar la base social del país, elemento que concibe en línea con el neoliberalismo como distorsivo de la actividad económica. Por último, cierra la declaración sosteniendo la inevitabilidad del ajuste (la “única opción”) para que las expectativas privadas vuelvan a reacomodarse luego de la fiesta “populista” en sintonía con la restauración neoliberal encarada por Macri.
¿Qué propone? Ajuste que va más allá del consumo. El “saneamiento” de la economía redundara, según el neoliberalismo, en crecimiento material que posteriormente derramara sus beneficios al resto de la sociedad (asalariados, jubilados, pensionados). Llevando este razonamiento al terreno de la inflación, Werning no escapa demasiado a lo que el economista liberal Milton Friedman había postulado como una verdad irrefutable décadas antes: no hay impedimentos técnicos para derrotar a la inflación, los verdaderos obstáculos son políticos y están relacionados con la capacidad gubernamental para imponer un plan recesivo que puede derivar en resistencia obrera y convulsión social. De allí lo “políticamente incómodo” del caso.
El secreto del razonamiento radica en que la política recesiva “enfrié” la economía e impacté negativamente en el nivel de actividad y de consumo. Esto disminuirá la circulación de los medios de pago que se ajustaran casi mecánicamente a un nuevo nivel de producción que estabilice todos los precios. Ahora, el enfriamiento desploma el consumo, la producción y las condiciones de vida de la sociedad. Entonces, si se logra reducir el poder adquisitivo de la población, las tensiones alcistas de los precios tenderán a desaparecer. Esta es, pues, la solución de mercado propuesta por todo el arco neoliberal.
Para la heterodoxia, el verdadero escudo para la inflación es el desarrollo económico no la recesión ni el ajuste. El camino de Prat-Gay parece estar claro. A juzgar por las medidas tomadas hasta el momento, todas de carácter recesivas (devaluación, indexación de tarifas) plantea un escenario en el cual el enfriamiento de la economía está siendo puesto en práctica. Desde esta perspectiva, no se puede esperar mucho en cuestión de crecimiento, distribución del ingreso y generación de empleo.
* Economista. Centro de Economía Política Argentina (CEPA).

DOMINGO, 26 DE JUNIO DE 2016 ESCENARIO › BAJOS SALARIOS Y MUCHA POBREZA El milagro peruano

Por Diego Rubinzal
La última elección presidencial peruana ofreció todos los condimentos posibles: datos de color, falta de un candidato oficial, extrema paridad en el balotaje (el triunfo de Kuczynski fue por apenas 41.000 votos de diferencia). El detalle curioso de la primera ronda electoral fue una extraña coincidencia. Los tres candidatos más votados compartían la infrecuente letra K: Pedro Pablo Kuczynski, Keiko Fujimori y Verónika Mendoza. Más allá del dato anecdótico, la novedad política más importante fue la ausencia de un candidato oficialista. El Partido Nacionalista Peruano (PNP) sostuvo que eso se debió a “discrepancias con las decisiones de las autoridades electorales”. La realidad aes que el oficialismo no superaba, en los sondeos previos, el uno por ciento de los votos.
La debilidad del PNP contradice los supuestos logros del elogiado “modelo peruano”. Por ejemplo, el The Wall Street Journal lo calificó como nuevo “tigre” sudamericano. La economía peruana fue una de las principales beneficiarias del boom de los commodities. En el período 2003-2011, la mejora en los términos de intercambio fue muy superior (57 por ciento) de la argentina (25 por ciento). El ciclo alcista del precio de los minerales posibilitó el incremento de la inversión pública y la ampliación de los programas sociales. El índice de pobreza oficial descendió de más del 50 por ciento en 2004 al 23 por ciento en 2014 (alrededor de 7 millones de personas).
Sin embargo, la “línea de pobreza” monetaria del instituto estadístico oficial es cuestionada. El intelectual peruano Santiago Ibarra señala en Son muchas más las personas pobres que las oficialmente reconocidas en el Perú y algunas cuestiones más que “oficialmente la pobreza monetaria bajó en Madre de Dios al 3,8 por ciento. Es el nivel de pobreza monetaria más bajo que existe en el Perú, más bajo inclusive que el existente en Lima. Pero, por ejemplo, en Madre de Dios el porcentaje de niños de segundo grado con nivel satisfactorio de comprensión lectora es sólo del 17,7 por ciento, en tanto que a nivel nacional ese porcentaje es del 33 por ciento. Asimismo, el porcentaje de niños de segundo grado con nivel satisfactorio en matemáticas es del 5,4 por ciento, mientras que a nivel nacional es del 16,8 por ciento”.
Las condiciones de vida de la mayoría populares continúan siendo muy precarias. La remuneración mínima es la segunda más baja de América latina (detrás de Bolivia). La Oxfam detalla en Para no retroceder. Realidad y riesgo de la desigualdad en el Perú que “más de medio millón de hogares no tiene electricidad. Más de 3,5 millones de viviendas son de material precario, y 2,5 millones tienen piso de tierra. Más de un millón de hogares no está conectado a la red pública de agua, y 2,5 millones carecen de alcantarillado. Se estima que siete millones de peruanos no tienen aún acceso a agua potable segura, y muchos de quienes nominalmente la tienen, sufren recortes y mala calidad de suministro. En las zonas rurales, menos del 5 por ciento de los hogares consume agua clorada”.
Por otro lado, la denominada “clase media emergente” está en riesgo de caer nuevamente en la pobreza. Esos doce millones de personas (40 por ciento de la población) viven “con un ingreso personal de entre cuatro y diez dólares diarios, suficiente para mantenerlos por encima de la línea de pobreza monetaria. Sin embargo, ese ingreso no les permite la seguridad y estabilidad económica que define a la verdadera clase media, que posee capacidad y recursos para sobreponerse a situaciones de crisis”, detalla el informe de Oxfam.
A su vez, el índice de Gini de desigualdad permanece en niveles muy elevados (0,44) y se amplió la brecha de pobreza regional. Los habitantes de Huancavelica, Cajamarca o Ayacucho tienen entre cuatro y cinco veces más probabilidades de ser pobres que los habitantes de Lima. La tasa de desnutrición crónica de la niñez (35 por ciento) en Huancavelica es superior a la de Angola y Congo. Por último, la estructura productiva acentuó su reprimarización en los últimos años.
La mala imagen ciudadana del mandatario saliente es reflejo de ese cuadro de situación. El triste final de Ollanta Humala invita a reflexionar a los que resaltan, como el Presidente argentino, el “modelo peruano”.
El 30 de octubre de 2014, el entonces jefe de Gobierno porteño disertó en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Allí, Mauricio Macri sostuvo “Perú colocó deuda al 6 por ciento a 40 años. Esa es la Argentina que yo sueño, la que vamos a construir juntos”.
La estrategia argentina de acercamiento a la Alianza del Pacífico es acompañada con elogios a los logros económicos de los países que la componen (México, Colombia, Perú y Chile). El rápido repaso de los datos desmitifica la existencia de ciertos “milagros”.

El lumpen...

Por Jorge Beinstein *
Macri (Argentina), Santos (Colombia), Capriles (Venezuela), Temer (Brasil), Kuczynski (Perú), Piñera (Chile).
La coyuntura global está marcada por una crisis deflacionaria motorizada por las grandes potencias. La caída de los precios de las commodities descubre el desinfle de la demanda internacional mientras tanto se estanca la ola financiera, muleta estratégica del sistema durante las últimas cuatro décadas. La crisis de la financierización de la economía mundial va ingresando de manera zigzagueante en una zona de depresión, las principales economías capitalistas tradicionales crecen poco o nada y China se desacelera rápidamente. No presenciamos la “recomposición” política-económica-militar del sistema como lo fue la reconversión keynesiana (militarizada) de los años 1940 y 1950 sino su degradación general.

El progresismo

Inmersa en este mundo se despliega la coyuntura latinoamericana donde convergen dos hechos notables: la declinación de las experiencias progresistas y la prolongada degradación del neoliberalismo que las precedió y las acompañó desde países que no entraron en esa corriente de la que ahora ese neoliberalismo degradado aparece como el sucesor.
Los progresismos latinoamericanos se instalaron sobre la base de los desgastes y en ciertos casos de las crisis de los regímenes neoliberales y cuando llegaron al gobierno los buenos precios internacionales de las materias primas sumados a políticas de expansión de los mercados internos les permitieron recomponer la gobernabilidad.
El ascenso progresista se apoyó en dos impotencias; la de la derechas que no podían asegurar la gobernabilidad, colapsadas en algunos casos (Bolivia en 2005, Argentina en 2001-2002, Ecuador en 2006, Venezuela en 1998) o sumamente deterioradas en otros (Brasil, Uruguay, Paraguay) y la impotencia de las bases populares que derrocaron gobiernos, desgastaron regímenes pero que incluso en los procesos más radicalizados no pudieron imponer revoluciones, transformaciones que fueran más allá de la reproducción de las estructuras de dominación existentes.
En Brasil el zigzagueo entre un neoliberalismo “social” y un keynesianismo light casi irreconocible fue reduciendo el espacio de poder de un progresismo que desbordaba fanfarronería “realista” (incluida su astuta aceptación de la hegemonía de los grupos económicos dominantes). La dependencia de las exportaciones de commodities y el sometimiento a un sistema financiero local transnacionalizado terminaron por bloquear la expansión económica. Finalmente, la combinación de la caída de los precios internacionales de las materias primas y la exacerbación del pillaje financiero precipitaron una recesión que fue generando una crisis política sobre la que empezaron a cabalgar los promotores de un “golpe blando” ejecutado por la derecha local y monitoreado por los Estados Unidos.
En Argentina el “golpe blando” se produjo protegido por una máscara electoral forjada por una manipulación mediática desmesurada. El progresismo kirchnerista en su última etapa había conseguido evitar la recesión aunque con un crecimiento económico anémico sostenido por un fomento del mercado interno respetuoso del poder económico.

Restauraciones

Por lo general el progresismo califica a sus derrotas o amenazas de derrotas como victorias o peligros de regreso del pasado neoliberal. También suele utilizarse el término “restauración conservadora”, pero ocurre que esos fenómenos son sumamente innovadores, tienen muy poco de “conservadores”. Cuando evaluamos a personajes como Aecio Neves, Mauricio Macri o Henrique Capriles no encontramos a jefes autoritarios de elites oligárquicas estables sino a personajes completamente inescrupulosos, sumamente ignorantes de las tradiciones burguesas de sus países, incluso en ciertos casos con miradas despreciativas hacia las mismas.
Otro aspecto importante de la coyuntura es la irrupción de movilizaciones ultra-reaccionarias de gran dimensión donde las clases medias ocupan un lugar central. Los gobiernos progresistas suponían que la bonanza económica facilitaría la captura política de esos sectores sociales pero ocurrió lo contrario: las capas medias se derechizaban mientras ascendían económicamente, miraban con desprecio a los de abajo y asumían como propios los delirios neofascistas de los de arriba. El fenómeno sincroniza con tendencias neofascistas ascendentes en Occidente, desde Ucrania hasta los Estados Unidos pasando por Alemania, Francia, Hungría. Es una expresión cultural del neoliberalismo decadente, pesimista, de un capitalismo nihilista ingresando en su etapa de reproducción ampliada negativa donde el apartheid aparece como la tabla de salvación.
Pero este neofascismo latinoamericano incluye también la reaparición de viejas raíces racistas y segregacionistas que habían quedado tapadas por las crisis de gobernabilidad de los gobiernos neoliberales, la irrupción de protestas populares y las primaveras progresistas. Sobrevivieron a la tempestad y en varios casos resurgieron incluso antes del comienzo de la declinación del progresismo como en Argentina el egoísmo social de la época de Menem o el gorilismo racista anterior.
Una observación importante es que el fenómeno asume características de tipo “contrarrevolucionario”, apuntando hacia una política de tierra arrasada, de extirpación del enemigo progresista. Es lo que se ve actualmente en Argentina o lo que promete la derecha en Venezuela o Brasil. La blandura del contrincante, sus miedos y vacilaciones excitan la ferocidad reaccionaria. Refiriéndose a la victoria del fascismo en Italia Ignazio Silone la definía como una contrarrevolución que había operado de manera preventiva contra una amenaza revolucionaria inexistente. Esa no existencia real de amenaza o de proceso revolucionario en marcha, de avalancha popular contra estructuras decisivas del sistema desmoronándose o quebradas, envalentona (otorga sensación de impunidad) a las elites y su base social.
Si el progresismo fue la superación fracasada del fracaso neoliberal, este neofascismo subdesarrollado exacerba ambos fracasos inaugurando una era de duración incierta de contracción económica y desintegración social. Basta ver lo ocurrido en Argentina con la llegada de Macri a la presidencia: en unas pocas semanas el país pasó de un crecimiento débil a una recesión que se va agravando rápidamente producto de un gigantesco pillaje. No es difícil imaginar lo que puede ocurrir en Brasil o en Venezuela que ya están en recesión si la derecha conquista el poder político.
La caída de los precios de las commodities y su creciente volatilidad, que la prolongación de la crisis global seguramente agravará, han sido causas importantes del fracaso progresista y aparecen como bloqueos irreversibles de los proyectos de reconversión elitista-exportadora medianamente estables. Las victorias derechistas tienden a instaurar economías funcionando a baja intensidad, con mercados internos contraídos e inestables. Eso significa que la supervivencia de esos sistemas de poder dependerá de factores que los gobiernos pretenderán controlar. En primer término el descontento de la mayor parte de la población aplicando dosis variables de represión, embrutecimiento mediático, corrupción de dirigentes y degradación moral de las clases bajas. Se trata de instrumentos que la propia crisis y la combatividad popular pueden inutilizar. En ese caso el fantasma de la revuelta social puede convertirse en amenaza real.

EE.UU.

Los Estados Unidos desarrollan una estrategia de reconquista de América Latina aplicándola de manera sistemática y flexible. El golpe blando en Honduras fue el puntapié inicial al que le siguió el golpe en Paraguay y un conjunto de acciones desestabilizadoras, algunas muy agresivas, de variado éxito que fueron avanzando al ritmo de las urgencias imperiales y del desgaste de los gobiernos progresistas. En varios casos las agresiones más o menos abiertas o intensas se combinaron con buenos modales que intentaban vencer sin violencias militar o económica o sumando dosis menores de las mismas con operaciones domesticadoras. Donde no funcionaba eficazmente la agresión empezó a ser practicado el ablande moral, se implementaron paquetes persuasivos de configuración variable combinando penetración, cooptación, presión, premios y otras formas retorcidas de ataque psicológico-político.
El resultado de ese despliegue complejo es una situación paradojal: mientras los Estados Unidos retroceden a nivel global en términos económicos y geopolíticos, van reconquistando paso a paso su patio trasero latinoamericano. La caída de Argentina ha sido para Estados Unidos una victoria de gran importancia trabajada durante mucho tiempo a lo que es necesario agregar tres maniobras decisivas de su juego regional: el sometimiento de Brasil, el fin del gobierno chavista en Venezuela y la rendición negociada de la insurgencia colombiana.

Perspectivas populares

Más allá de la curiosa paradoja de un Estados Unidos decadente reconquistando su retaguardia territorial, desde el punto de vista de la coyuntura global, de la decadencia sistémica del capitalismo, la generalización de gobiernos pro-norteamericanos en América Latina puede ser interpretada superficialmente como una gran victoria geopolítica de los Estados Unidos. Pero si profundizamos el análisis e introducimos por ejemplo el tema del agravamiento de la crisis impulsada por esos gobiernos tenderíamos a interpretar al fenómeno como expresión específica regional de la decadencia del sistema global.
El alejamiento del estorbo progresista puede llegar a generar problemas mayores a la dominación estadounidense, si bien las inclusiones sociales y los cambios económicos realizados por el progresismo fueron insuficientes, embrollados, estuvieron impregnados de limitaciones burguesas y si su autonomía en materia de política internacional tuvo una audacia restringida; lo cierto es que su recorrido ha dejado huellas, experiencias sociales, dignificaciones (suprimidas por la derecha) que serán muy difícil extirpar y que en consecuencia pueden llegar a convertirse en aportes significativos a futuros (y no tan lejanos) desbordes populares radicalizados.
La ilusión progresista de humanización del sistema, de realización de reformas “sensatas” dentro de los marcos institucionales existentes, puede pasar de la decepción inicial a una reflexión social profunda, crítica de la institucionalidad conservadora, de la opresión mediática y de los grupos de negocios parasitarios. En ese caso la molestia progresista podría convertirse tarde o temprano en huracán revolucionario no porque el progresismo como tal evolucione hacia la radicalidad anti-sistema sino porque emergería una cultura popular superadora, desarrollada en la pelea contra regímenes condenados a degradarse cada vez más.
* Economista. Docente de la Universidad de Buenos Aires.