lunes, 5 de octubre de 2015

Indigesta seducción de campaña

Las propuestas de campaña son tan encantadoras que dan ganas de votar a todos los candidatos. Pero la democracia es autoritaria y sólo permite votar a uno. Entonces, hay que escuchar con atención para no comprar caramelos que resultarán indigestos. Algo que está claro es que nadie puede estar en contra de reducir la pobreza, combatir al narcotráfico o construir viviendas sociales, salvo que sea un malvado. El asunto está en quién lo dice y cómo llegará a esa meta. Cuando Sergio Massa propone su guerra contra las drogas, sólo menciona la militarización de las calles, sobre todo en los barrios humildes. Pero nada dice de los bancos que facilitan el blanqueo y fuga de capitales, herramientas fundamentales de los que se dedican a esa actividad a gran escala. Para él, solucionar el problema es cortar el hilo por lo más delgado y dejar que el lado grueso siga engordando. Nadie encara su campaña proponiendo infiernos ni caminos tortuosos, pero un par de orejas despiertas podrá impedir que el engaño se convierta en votos y nos cercenen el futuro justo ahora que ya estamos comenzando a disfrutarlo.
La propuesta de Pobreza Cero conmueve hasta las lágrimas y sería más tentadora si la promesa viniera de otro candidato, porque en boca de Macri puede significar cualquier cosa. No consideremos el exterminio de pobres –que sería la forma más expeditiva de una derecha extrema-, pero sí lo que ha hecho al frente del gobierno de la CABA. ¿O no fue él el creador de la UCEP, esas fuerzas especiales diseñadas para castigar a los que están en situación de calle? ¿No fue él quien habló de la inmigración descontrolada en tiempos de la crisis del parque Indoamericano? ¿O no es él quien recorta el presupuesto para escuelas y hospitales públicos, destinados a los que menos tienen? Si la Pobreza Cero se hace eco en los seguidores del PRO estaríamos ante una hipocresía en estéreo. Lo más sincero sería que ni hable del tema, pero la desesperación por llegar a La Rosada le impone no sólo el cinismo sino también la demagogia. Una desesperación que lo impulsa a inaugurar una estatua de Perón y hablar de la Justicia Social;sólo le falta peinarse con un rodete y dirigirse a losdescamisados.
Claro, ya no puede hablar de transparencia porque la opacidad de su gestión es cada vez más evidente. Quienes pensaron que con la renuncia de Fernando Niembro a su candidatura se terminaba la rabia, se equivocaron demasiado. El torrente de denuncias provenientes de radios y canales del interior que no recibieron las cifras publicadas en la página oficial del Gobierno porteño promete quebrar el dique de contención construido por los medios capitalinos. El“error de carga” -una burla con forma de explicación- es la frase que acompañará para siempre al futuro ex alcalde. 
Un debate de siete contra un fantasma
No hay recetas para descifrar los spots de campaña. Como todos intentan vender un producto, que en este caso es un candidato, el destinatario está expuesto a las más variadas estrategias. Salvo Margarita Stolbizer que, en un esfuerzo por conquistar originalidad, pide al elector que “no vote por ella”, todos los demás hablan bien de sí mismos. En el caso de los candidatos de la oposición que tienen o han tenido gestión –Macri y Massa- sería pertinente poner la lupa en lo que han hecho en su distrito. El caso de Rodríguez Saa es muy particular, porque San Luis es un mundo aparte y Adolfo no tiene demasiadas posibilidades de llegar a nada, aunque es el único que ostenta una experiencia presidencial que se puede contabilizar en horas.
En caso de ser presidente, Sergio Massa copará las villas con militares pero no hará ni una amistosa visita a los barrios cerrados del Tigre, construidos, seguramente, con dineros blanqueados de esa actividad que denuesta y ocupados por muchos de los personajes que quiere combatir. Porque los grandes narcos no deben estar en las villas. Nadie se arriesga a amasar fortuna con grandes ilícitos para vivir como pobre.
Macri, en cambio, promete Pobreza Cero pero en su distrito erradicó a los pobres con la UCEP; asegura que construirá un millón de viviendas cuando en su mandato de casi ocho años apenas superó las tres mil y el presupuesto para el IVC se reduce y sub ejecuta año a año. ¿Cuánto tiempo piensa ocupar la presidencia para llegar al millón?¿Más de dos mil años?  
Estas dudas y muchas más podrán plantear los espectadores ante los spots mediáticos y los cada vez más teatrales actos de campaña. Eso sí, no esperen respuestas inteligentes ni explicaciones complejas.Como quedó demostrado en el famoso debate del domingo, más que personas parecen rockolas que repiten el mismo disco. Más que un debate, parecía una pieza de ballet con coreografía paródica. Todos bailaron solos, en parejas y en grupo para deleitar a un público ansioso por ver la maqueta de un país unido. Los momentos más picantes fueron introducidos por Nicolás del Caño que, más que un exponente de la izquierda, parecía el sobrino rebelde al que se consiente con ternura porque no representa ningún peligro. Los periodistas que debían mediar el diálogo, también parecían candidatos.
Y, como se anticipó en el Apunte del viernes, Scioli estuvo presente como gran ausente. Si algunos todavía están esperando una explicación de su inasistencia es porque no vieron ese sainete, donde todos estabanansiosos por clavar sus colmillos en la yugular del ex motonauta. No estaba pensado como un intercambio de ideas, sino como un linchamiento. Pero no se quedaron con las ganas los siete opositores que compartían escena: el atril vacío –un reciclado 2.0 de la silla vacía de Neustadt- sirvió como eficaz sustituto. Por momentos, para ese quinteto de candidatos, el Scioli ausente era el amigo imaginario no abandonado en la infancia o la alucinación de un enfermo psiquiátrico. Y cada tanto, los conductores celebraban –dentro de la solemnidad dominguera- el rating o los tuits recibidos, a sabiendas que, de haber estado el candidato oficialista, los números se hubieran duplicado.
Pero más allá de estas cuestiones estadísticas, los debates televisados no son para los pueblos; la política mediática deleita al establishment porque es un simulacro de convivencia democrática y de participación ciudadana. Por si alguien todavía duda de las intenciones de este programa televisivo con aspiraciones a institución democrática, la Embajada de EEUU fue la única en celebrar su realización. La caricia del amo al cachorro obediente. La sonrisa complaciente del patrón a su más fiel sirviente. Y las marionetas bailaron al ritmo de una tenebrosa melodía del Norte. De a poco, Scioli se está dando cuenta de qué lado debe apoyar sus pies.

Relecturas de Malvinas Por Aritz Recalde, septiembre 2015

A la derrota militar y política, le sigue la cultural.

En el año 1982 se produjo una derrota militar argentina en la guerra de las Islas Malvinas y el Atlántico Sur. Ese mismo año se había demostrado errónea la estrategia política de la Junta Militar y los británicos consiguieron el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU, de la OTAN o de Chile, aislando a nuestro país. Argentina obtuvo el sustento de varios gobiernos de la región, sin poder revertir la estrategia colonialista británica.

Habiendo alcanzado el éxito militar y político, el gobierno inglés se propuso remachar su dominio sobre las Malvinas a partir de un rotundo y definitivo triunfo cultural. Con esta finalidad, el imperialismo británico desarrolló una estrategia ideológica orientada, principalmente, a persuadir a los sectores medios argentinos.

Este mecanismo de sugestión neocolonial ya había sido utilizado por Inglaterra en el siglo XIX y como resultado de esta operación, varios políticos e intelectuales argentinos apoyaron públicamente la agresión militar europea en nuestro continente. La embestida de Inglaterra y de Francia de 1845 fue acompañada por Domingo Faustino Sarmiento, que publicó el Facundo con el objetivo de derribar a Juan Manuel de Rosas y de favorecer la ocupación militar extranjera. Algo similar ocurrió en el año 1838 en el contexto de la guerra con Francia, que fue apoyada públicamente por Juan Bautista Alberdi, Florencio Varela o por Esteban Echeverría, entre otros. Esteban Echeverría mencionó en el Dogma Socialista sin parecer sentir contradicción ideológica o al menos vergüenza alguna, que ellos operaron políticamente a Juan Lavalle para que acompañe la armada enemiga francesa.

En la historia de todos los pueblos del mundo existen personajes locales al servicio del extranjero (cipayos). Lo extraño del caso argentino, es que estos personeros alcanzaron lugares predominantes en la política del país y en la organización de su cultura. Echeverría tiene monumentos con su nombre y Sarmiento es considerado el “padre de la escuela pública”. Haciendo analogías, es como si el pueblo de los EUA homenajeara con algarabía al grupo intelectual que ideó o que impulsó al piloto de avión que destruyó las Torres Gemelas en 2001 o los que bombardearon Pearl Harbor de 1941. Sarmiento alcanzó la presidencia del país y nadie le enrostró que apoyó a las fuerzas extranjeras británicas en 1845 o a las brasileñas en 1852. Es como si los franceses a la salida de la Segunda Guerra Mundial, elijan de presidente a un aliado confeso del enemigo alemán o japonés. Difícilmente un país con conciencia nacional cometa semejante agravio a su historia y a sus mártires que lucharon defendiendo el territorio contra el ejército opresor. Parece una realidad habitual que los Estados doblegados política y culturalmente por las potencias coloniales, rindan tributo a los “aliados de sus enemigos”. Esa deformación política y cultural se hizo sistema de pensamiento, programa de cátedra universitaria y línea editorial del periodismo.

A la salida de la guerra de Malvinas del año 1982, los británicos se propusieron aplicar el mismo programa ideológico utilizado desde 1852, cuando cayó Juan Manuel de Rosas. Los argentinos debían ser doblegados culturalmente, impidiendo la conformación de una conciencia nacional. Con esa finalidad los colonialistas ingleses y sus aliados norteamericanos, agitaron una concepción que postula lo siguiente:

a- La guerra de Malvinas no es una manifestación del colonialismo europeo mundial, sino que simplemente se originó en los excesos de Leopoldo Galtieri y de un nacionalismo autoritario y retrogrado argentino. La política colonial del imperialismo, deja lugar a un relato psicológico y subjetivo que responsabiliza a la Junta Militar argentina.

b- No existió en el año 1982 en nuestra población un sentimiento nacional y una voluntad de defender el territorio, incluso por medio de las armas. La historia derrotista de la desmalvinización, postula que las movilizaciones de apoyo a la guerra de 1982, son el producto de una mera “operación ideológica” ejercida por la dictadura argentina.

c- No hubo una batalla entre ejércitos en el contexto de la guerra, sino que se enfrentaron “chicos” (argentinos) y “soldados” (ingleses). Se dan dos operaciones ideológicas conjuntas. Por un lado, la acción militar de nuestro país es borrada y pese a que el saldo de bajas del enemigo es considerable. Se da por hecho que la Argentina no puede ni siquiera pensar un enfrentamiento militar o de resistencia a la prepotencia colonial. Para la ideología de la desmalvinización no es posible que exista un sentimiento nacional de defensa de nuestro suelo. Por otro lado, se busca humanizar al enemigo militar que causó las 649 víctimas y cientos de heridos, que cometió crímenes de guerra (hundimiento del Crucero Belgrano con 323 muertos argentinos) o que obligó a nuestros soldados a morir extrayendo minas. No son poco los argentinos que en lugar de denunciar los crímenes de guerra ingleses, sostienen que sus tropas eran “amigables” y que les daban alimento y “cariño” a los “chicos de la guerra”. El victimario se hace víctima y pareciere que los asesinos ingleses, en realidad, venían a traer la “civilización” y la “libertad” a Malvinas.

¿Qué buscan los argumentos de la desmalvinización?

a- Buscan impedir que la clase política Argentina haga un análisis geopolítico nacionalista y soberano del tema Malvinas. Se trata de ocultar la voluntad expresa del imperialismo británico y norteamericano de mantener y de profundizar la ocupación de Sudamérica y del Atlántico Sur. En su lugar, la opinión pública local debe fustigar meramente a la Junta Militar y no al criminal extranjero y a su acción expansiva mundial. Resultado de la estrategia neocolonial, no se analizan las agresiones de la OTAN y de las potencias occidentales contra nuestro país y no se estudia el accionar del imperialismo británico y de sus operadores en el continente.

La política exterior del ex presidente Carlos Menem es un síntoma, trágico, de la derrota cultural y política del país. Durante su mandato, se firmó en España en el año 1990 una Declaración conjunta de las delegaciones de la Argentina y del Reino Unido. Resultado de la Declaración las partes avanzarían en un acuerdo de “Promoción y Protección de Inversiones”: los ingleses no sólo se quedarían con las Malvinas, sino también con las empresas privatizadas argentinas. El texto permitió a los ingleses obtener permisos de pesca y derechos de explotación comercial. Por si ya no fuera poco lo que lograban con ese tratado, los británicos consiguieron que la Argentina esté obligada a informar sobre el movimiento de las Fuerzas Militares de nuestro país. Tal cual se observa en el proceso actual de militarización de las islas, queda claro en los hechos de que no existió “reciprocidad” en este humillante tratado.

Para la dirigencia menemista los ingleses ya no eran colonialistas, sino buenos socios inversores. Ocurrió lo mismo que a la salida de Rosas: los asesinos europeos eran absueltos de su responsabilidad y teníamos que pedir disculpas por haber defendido nuestro suelo. Bajo ésta ideología de la desmalvinización y poco tiempo después, argentinos y británicos se unieron en la Guerra del Golfo: “el colonialismo inglés había terminado y ambas naciones combatirían juntas a la barbarie en el nuevo orden mundial”.

b- Se proponen eliminar la voluntad de defensa del territorio y con ello, debilitar nuestra conciencia nacional. Quieren desconocer la hostilidad manifiesta del hombre argentino frente al extranjero agresor.

Ambos reflejos nacionalistas son tan viejos como nuestra Independencia y ello posibilitó que actualmente no seamos una colonia española, inglesa o francesa. Se esconde o se presenta como un “absurdo”, la voluntad expresa del pueblo de defender su suelo y sus recursos. La desmalvinización supone una escritura de la historia que relativiza o esconde las resistencias del pueblo a las invasiones inglesas de 1808, de las Malvinas de 1833 o contra la agresión europea de 1845. Por el contrario, se hace apología de la ideología del “afrancesado” Bernardino Rivadavia y del “pro británico” Bartolomé Mitre.

La ideología de la desmalvinización se asienta en el supuesto de que nuestro país es pacifista y que repudia la violencia. Paradójicamente, varios de los mismos sectores que postulan que la defensa del suelo que movilizó miles de personas a favor de la guerra es un “absurdo” o una “invención demagógica”, apoyaron la muerte de personas detrás de otras causas como el “socialismo” o la “libertad”. No son pocos los que se escandalizan con la decisión de muchos jóvenes de combatir en Malvinas, mientras que consideran “heroico” la muerte de de miles de guerrilleros que lucharon por el “marxismo” o por el “socialismo”. Parece lógico que la juventud deje su vida en la guerrilla en los montes tucumanos, que acompañe las acciones armadas en todo el continente cayendo en selvas desconocidas y no así, que alguien esté dispuesto a enfrentar a los ingleses para defender la soberanía territorial.

No son pocos los que fustigan la voluntad de ir a la guerra contra Inglaterra en 1982 y se honran haber luchado por “libertad” cuando acompañaron el bombardeo de Buenos Aires de 1955. A los sucesos tenebrosos de los meses de junio y septiembre de 1955, los llamaron “Revolución Libertadora” y a los jóvenes terroristas de los Comandos Civiles, “patriotas idealistas”. Es bueno destacar, que entre el bombardeo de junio de 1955 y los 27 fusilados del año 1956, murieron más argentinos que en combate en 1982 (no cuento el crimen de guerra del crucero General Belgrano, donde no hubo enfrentamiento ya que se estaba fuera del teatro de operaciones).

Los promotores de la desmalvinización, no aplican la misma severidad historiográfica para evaluar el conjunto de las guerras en las cuales intervino la Argentina. No son pocas las escuelas y universidades donde se enseña que la Batalla de Caseros y la Guerra del Paraguay son actos de “libertad”. Poco y nada se dice que murieron miles y miles de argentinos y sudamericanos. Solamente en la Guerra del Paraguay se calculan 40.000 bajas argentinas y casi un millón de habitantes del país que fue brutalmente agredido. Escasos son los análisis de la Batalla de Caseros donde los ejércitos del Brasil, de Mitre y de Urquiza, derrocaron a Rosas. No existe registro de la cantidad de muertos y ninguno analizó la participación de los jóvenes en los enfrentamientos. No se mencionan a los miles y miles de “chicos de la guerra” que murieron en conflictos internos absurdos y humillantes contra países hermanos.

Algunas preguntas aun abiertas

¿Una mala conducción militar le quita legitimidad a la decisión del pueblo de combatir por su tierra?

Bartolomé Mitre fue un pésimo conductor militar en Paraguay y llevó a una guerra fratricida al pueblo argentino. Es bueno destacar, que también Mitre como Galtieri, entabló una sangrienta acción militar contra el pueblo argentino. Son escasos o nulos, los estudios históricos que lo juzguen críticamente como a Galtieri. Posiblemente y para nuestra dirigencia de ideología racista, Mitre estuvo justificado en que asesinó paraguayos y no se atrevió a enfrentar al europeo que “venía a civilizarnos”.
La conducción militar de la guerrilla argentina llevó, casi sin excepciones, a la derrota y a la muerte a sus cuadros y a militantes.

Hay un caso interesante para analizar y es el del registro cultural e histórico de las guerras del Pacifico y del Chaco protagonizadas por Bolivia. En ambos casos se produjeron derrotas que tuvieron origen, entre otras cuestiones, en la pésima conducción militar y en la decadencia de la dirigencia política del país. Los bolivianos consideran a sus soldados patriotas y a su dirigencia la juzgaron críticamente como incapaz e incluso, como traidora de sus intereses nacionales. La sociedad boliviana, a diferencia de un sector de la argentina, no siente vergüenza de la guerra ni de la voluntad de sus soldados de luchar por su suelo.

¿La diferencia militar de los Estados enfrentados, invalida la decisión de muchos argentinos de ir a Malvinas?

No son pocos los que consideran ilógico la decisión de muchos argentinos de combatir, por el hecho de que los ingleses tenían superioridad militar. Lo mismo ocurría en 1806, en la Independencia iniciada en 1816 o en las defensas contra las agresiones de 1838 o de 1845.

Esta misma realidad, no impidió el surgimiento de organizaciones revolucionarias en el siglo XX en todo el continente.

Reflexión final

Leopoldo Galtieri es un dictador genocida y es el responsable de la pésima conducción militar que trajo aparejada la derrota de la guerra. Más allá de esta realidad, sostenemos que la desmalvinización cultural es una operación ideológica del imperialismo británico y de los EUA. La guerra de Malvinas reflejó una voluntad nacional histórica de defensa del territorio y la soberanía, sin la cual hoy seriamos una colonia extranjera.

Tal cual mencionó el Papa Francisco, actualmente el mundo va a la Tercera Guerra Mundial por el control del territorio, los mercados y los recursos naturales. El enfrentamiento se da en los planos económicos, políticos y militares. En el terreno cultural la lucha es implacable. Las potencias con el manejo del cine, las cadenas de información o las universidades, hacen de su manejo terrorista del mundo un acto de civilización. Los países y pueblos agredidos son presentados como la causa originaria de la violencia y no como las víctimas de un sistema injusto y opresivo.

Actualmente, los británicos y su socio EUA, continúan con las acciones colonialistas en Iberoamérica, en
Europa, en Asía y en África. Debe quedar claro que las Malvinas son un “piso colonial” y no un “techo” y si Sudamérica no consolida su conciencia antiimperialista, será agredida por las potencias extranjeras que ambicionan nuestros territorios y recursos, incluyendo los de la Antártida.


Fuente: http://sociologia-tercermundo.blogspot.com.ar/2015/09/relecturas-de-malvinas.html

El voto progre Por Marcelo Leiras. Revista Anfibia Ilustración: Florencia Gutman

Apoyaron al gobierno de Alfonsín. Fueron opositores al menemismo. Participaron del breve gobierno de la Alianza y, varios de ellos, acompañaron a los gobiernos kirchneristas. ¿Y ahora? ¿Qué harán los progresistas en las elecciones? El investigador Marcelo Leiras analiza al progresismo argentino: un movimiento más influyente sobre quienes discuten política que sobre quienes votan. Un recorrido por una identidad que se declama mucho y se define poco.

Hay un buen argumento progresista para votar por Daniel Scioli: el otro candidato presidencial con posibilidades de ganar, Mauricio Macri, no es progresista. Hay otro buen argumento progresista para no votar por Daniel Scioli: él tampoco lo es.

En 1902 Lenin publicó un libro que impulsó la fundación de un partido que cambió la historia de un siglo. Lo tituló ¿Qué hacer? pero, en realidad, respondía a otra pregunta: ¿qué somos? La opción entre candidatos conservadores hace resonar las preguntas de Lenin e invita a repetir su gesto: para determinar qué deberían hacer los progresistas hay que entender qué son.

El esfuerzo que se precisa para decidir qué hacer ahora siembra dudas sobre la prudencia de lo hecho hasta hace poco. Si Cristina Fernández optó por un candidato presidencial conservador, ¿los progresistas que acompañaron a los gobiernos del Frente para la Victoria acertaron? Si las diferencias entre los candidatos conservadores son realmente significativas, ¿los progresistas que no votaron al FPV pero votarían a Scioli para detener a Macri no llegan tarde? Resolver estos dilemas también invita a revisar el genoma progresista. Para hacerlo, analizo algunos rasgos que, en mi opinión, distinguen a la historia, la identidad y las opciones políticas de quienes adhieren al progresismo en Argentina.

El progresismo es una identidad política nueva. Antes de los años 80 del siglo pasado, su presencia en los vocabularios y las culturas políticas locales fue débil. No podría componer la genealogía completa, pero en las décadas previas hubo radicales, peronistas, conservadores, socialistas, comunistas, trotskistas, maoístas, anarquistas, liberales, democristianos, fascistas, nazis, anti-imperialistas, indigenistas, reformistas, revolucionarios, nacionalistas, ultramontanos, cursillistas y desarrollistas. Podríamos usar la palabra “progresista” para referirnos a algunos de ellos. Sin embargo, ninguno la hubiera usado para referirse a sí mismo y la distinción entre quiénes son progresistas y quiénes no les hubiera resultado, a todos, poco importante.


En mi opinión, las posiciones más parecidas a las que hoy llamamos progresistas son las del movimiento reformista universitario, las del Partido Socialista y las defensas de la educación laica de fines de los 50. Pero tampoco en esos casos el término progresista ocupó un lugar importante en el vocabulario. Desde mediados de los 80, en cambio, el progresismo y los progresistas fueron personajes frecuentes de la política argentina. Formaron parte de los apoyos al gobierno de Alfonsín, integraron la oposición política y cultural al menemismo, participaron del interregno corto de la Alianza y, algunos de ellos, acompañaron las presidencias del Frente para la Victoria.

El progresismo es una identidad política exótica, no se lleva bien con las tradiciones partidarias locales. Es difícil e improductivo proponer una definición exhaustiva, pero cualquier definición aceptable debería incluir referencias a las libertades individuales, el pluralismo y el respeto a la ley. Esta cepa liberal es constitutiva de la identidad progresista.

Los grandes movimientos populares argentinos fueron movimientos de ruptura, desafíos de los órdenes previamente vigentes y, por tanto, tuvieron una relación conflictiva con las libertades individuales y el pluralismo y un apego intermitente a la ley. Esta tendencia fue mucho más fuerte en el peronismo que en el radicalismo pero, tengo la impresión, el compromiso liberal de los radicales se fortaleció luego de la aparición del peronismo y por oposición a él. Durante la etapa fundacional del radicalismo fue más débil.


Los movimientos populares tuvieron una relación ambigua con la libertad, el pluralismo y la ley pero las reacciones a los movimientos populares tuvieron con ellos una relación directamente antagónica. La restricción de la libertad, la limitación del pluralismo y la violación del orden constitucional fueron a veces efectos colaterales y otras veces objetivos centrales de las restauraciones conservadoras, de los partidos que participaron de ellas y de las fuerzas armadas en su rol de actor político. En suma, las experiencias y las organizaciones políticas locales, en el sentido de organizaciones constituidas para competir y ejercer el poder desde el Estado, han sido ámbitos poco propicios para el desarrollo de identidades y proyectos liberales y, por tanto, para el progresismo. La ausencia de un grupo de organizaciones que los reciba de modo hospitalario permite entender las dificultades que los progresistas enfrentan para vincularse con la política partidaria, la actividad proselitista y el ejercicio del gobierno.

El progresismo no es un proyecto original ni un programa elaborado para alcanzar un propósito. Es resultado de la confluencia, y representa la revancha, de quienes participaron de intentos fallidos para alcanzar otros objetivos, formulados de acuerdo con otras ideas y defendidos con otros lenguajes. Su consolidación como identidad política relevante en Argentina coincidió con el fin de la Guerra Fría y con los fracasos de la experiencia soviética y de los experimentos tercermundistas. Entre estos últimos se encuentran los de los movimientos insurreccionales latinoamericanos, incluyendo, por supuesto, a las guerrillas urbanas argentinas. La reflexión sobre la violencia política, una nueva evaluación de la democracia como sistema de gobierno, la exploración de las posibilidades de la cultura de los derechos y la confianza en la capacidad transformadora de las instituciones son frutos del examen de la experiencia insurreccional y alimentaron los pasajes más fértiles del pensamiento progresista.

El progresismo es una identidad compleja: combina la adhesión a distintos principios. Por un lado, el compromiso con la libertad individual, el pluralismo y el respeto a la ley. Por otro, el afán por producir una distribución equitativa de la riqueza y los ingresos. Es también una identidad híbrida y de contornos difusos. El filósofo norteamericano John Rawls (cuya obra me parece una de las fuentes más fértiles del ideario progresista) propuso que una forma específicamente política de liberalismo, en contraste con una forma puramente filosófica, solo puede resultar de la intersección entre conjuntos de gente que concibe al mundo, la vida social y las obligaciones éticas de modos bastante distintos. Puede haber liberales kantianos, liberales comunitaristas, liberales católicos, liberales nitzcheanos, liberales nacionalistas, liberales cosmopolitas. Desde el punto de vista político, no importa cómo lleguen a convencerse de que la libertad y la equidad son prioritarias. Lo importante es que estén convencidos. La imagen es adecuada: el progresismo es un foco al que se puede mirar desde perspectivas muy variadas. Cualquier definición muy estricta que se proponga, además de incompleta, sería muy poco fiel a la naturaleza plural del fenómeno.


Reconocer la complejidad y la hibridez del progresismo no es irrelevante; es fundamental para entender la multiplicidad y la ambivalencia de los apoyos políticos que se brindan y los compromisos políticos que se adoptaron en su nombre en Argentina. Es fácil identificar la posición progresista frente a gobiernos que adoptan políticas con consecuencias regresivas en la distribución de la riqueza o los ingresos. Los progresistas se oponen a esos gobiernos. Pero hay distintas formas de justificar esa oposición. Si se reconocen esas variantes se advierte que el camino por el que se llega a una convicción progresista tiene consecuencias políticas.

En algunas variantes de progresismo, el compromiso liberal es instrumental. Desde este punto de vista, el respeto a la libertad y a la ley no son valores en sí mismos sino que se justifican porque ofrecen condiciones favorables para alcanzar la equidad. Por ejemplo, porque cuando rigen plenamente los derechos de asociación y de participación, los trabajadores pueden organizarse para reclamar salarios más altos. La convicción normativa se sostiene en la creencia en una correlación: la libertad vale porque lleva a la equidad.

Si la libertad vale porque queda de camino a la equidad, se puede admitir que se la ponga en riesgo cuando los gobiernos adopten medidas que distribuyen la riqueza o los ingresos más equitativamente. Lo complicado para quienes adhieren a esta variante de progresismo se plantea cuando la historia demuestra que la correlación entre libertad y equidad es imperfecta, que con la democracia no siempre se come, se cura y se educa; que se puede comer, curar y educar restringiendo la democracia. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con el régimen chavista en Venezuela.

Hay gente que piensa de este modo y se reconoce como progresista. Por lo que he dicho, cuestionar las credenciales progresistas es difícil y poco productivo. Sin embargo, en mi opinión, esta variante de progresismo es inconsistente y débil. Es un progresismo condicional y temporario: el compromiso liberal se acentúa sólo frente a gobiernos que adoptan políticas que a uno no le gustan. En la oposición todos somos institucionalistas. Pero con un liberalismo instrumental, la distinción cultural del progresismo se pierde.


En una segunda variante, el compromiso liberal y el compromiso con la equidad van a la par y son independientes. Desde este punto de vista, no importa si la libertad produce equidad, el compromiso con ambas se mantiene más allá de cómo se combinen en la práctica. El desafío consiste, precisamente, en combinarlas. En esta segunda variante se reconoce más claramente el procedimiento conceptual y retórico típico del progresismo: la conjunción. Libertad y equidad, pluralismo y consenso, competencia política y obediencia a la ley, conflicto y orden. Sin conjunciones, la especificidad y la productividad cultural del progresismo se diluyen.

La chancha y los veinte: la especificidad cultural es también la debilidad política del progresismo. Como la correlación empírica es incompleta, en la vida a veces hay que elegir. Pero, contra lo que muchas veces le reprochan sus críticos, lo que distingue al progresismo no es la renuncia a elegir sino el compromiso con una combinación probable pero difícil de sostener. Es fácil descartar el progresismo en nombre de un pragmatismo silvestre: si te gusta el durazno, bancate la pelusa. Este pragmatismo es conservador.

Como identidad nueva, exótica, compleja e híbrida, el progresismo es, también, minoritario. Su influencia entre quienes discuten y piensan acerca de la política es mucho mayor que su presencia entre quienes votan. Su eficacia es más interpretativa que productiva. Es más un recurso de los comentaristas que de los jugadores o de los directores técnicos. Pero los argumentos de los comentaristas pesan sobre los que seguimos el fútbol. Por el mismo motivo, los de los progresistas influyen sobre quienes estamos atentos a la política.

Revista Anfibia
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Levinas, “Doble agente” y el sentido común mediático Por Diego Sztulwark

“La estructura narrativa viene completamente enviciada por esta animosidad, lo que empobrece toda la exposición: todo lo que se cuenta aparece tomado de antemano por el juego del engaño y la infamia”.

“Los ataques a Horacio Verbitsky son en sí mismos tan graves como injustificables. Pero lo que los hace más infaustos es que significan también la pérdida devastadora de la forma clásica del periodismo, en nombre de las nuevas torres de control desde las que emanan órdenes precisas de destrucción de personas”,
Horacio González


1.

Hay libros canallescos: son aquellos que toman un gran tema o se proponen pensar una serie de problemas notables, que invierten en ello cuantiosos recursos (entrevistas, indagación documental, horas y horas de escritura) e incluso logran -a veces- atraer miles y miles de lectores y, sin embargo, dejan la sensación amarga de haber malgastado una excelente oportunidad: en lugar de un nuevo modo de pensar ofrecen más de lo mismo, es decir, discursos recostados sobre los valores dominantes.

Es muy posible que ésta sea la experiencia de muchos lectores con el libro Doble agente, la biografía inesperada de Horacio Verbitsky (de Gabriel Levinas, en colaboración con María Dragonetti y Sergio Serrichio). Aunque puede ser que esto no llegue a ocurrir, ya que muchos interesados en la cuestión han decidido de antemano no leer un trabajo al que descalifican tanto por los alineamientos políticos de su autor como por lo que han entrevisto en los múltiples avances en los medios y que, al contrario, muchos otros lo celebren, obtusos, de antemano: no deben ser pocos los que se regodean en la esperanza de que este libro ponga fin al prestigio y la influencia del “perro” Verbitsky.

Para quienes sí hemos leído el libro, y por tanto hemos abierto –no sin resistencia- una posibilidad para que el autor nos haga vacilar en nuestras consideraciones previas; para quienes, más angustiados que divertidos por lo que allí se dice probar, decidimos alejar provisoriamente la primera impresión que nos produce este “acontecimiento” editorial para pispear qué es lo ha querido contarnos. Nos topamos de inmediato con un problema de procedimiento –ahí se localiza lo propiamente canallesco- que afecta íntegramente al texto. La escritura carece de la más mínima empatía metodológica con el personaje y con las historias que se analizan. La estructura narrativa viene completamente enviciada por esta animosidad, lo que empobrece toda la exposición: todo lo que se cuenta aparece tomado de antemano por el juego del engaño y la infamia.

Y todo este juego es motivado por historias recientes, sí, pero sobre todo por historias de los años 70. Esto es lo más lamentable porque necesitamos discutir más y mejor estas historias que no podemos sino decepcionarnos ante el modo en que Levinas bastardea el desafío de la comprensión. Todo lo contrario de lo que ocurría, por ejemplo, con Galimberti, el libro de Larraqui y Caballero: un contra ejemplo perfecto del modo en que suelen tratarse los años setentas. ¿Montoneros oprime la conciencia, ya no digamos de los vivos, pero sí de algunos de quienes fueron sus contemporáneos, personas que sólo desean exaltar o acabar con toda esa historia? Es tan cierto como obvio que tanto para el biógrafo como para el biografiado los años setetenta continúan siendo parte del conflicto político actual. Sólo que en una época como esta, en que las pasiones políticas son parte del exhibicionismo general, no será sobre esta línea de lectura que podremos hallar algo “inesperado”.


2.

Lo que hace de este libro astuto un libro sin interés tiene que ver con su funcionamiento interno: su modo de inquirir desvirtúa todo propósito esclarecedor porque está despojado de todo deseo de problematización. O mejor dicho, el esfuerzo cuestionador queda minimizado por el énfasis puesto en el sistema del juicio: dado que Verbitsky ha presumido ser juez desde un pedestal, se nos dice, se trata ahora de degradarlo, de situarlo a una altura en la que él mismo pueda ser objeto de una revanchista voluntad de juzgar. Aunque el problema de quién juzga a quién termine en una absolutización de lo judicial en la que todos pueden juzgarse mutuamente olvidando lo verdaderamente importante: cómo determinar cuáles son los valores con los que se juzga.

Es imposible leer Doble agente sin notar hasta qué punto los valores que enarbola Levinas son los del sentido común mediático: una pasión por la transparencia que pasa por liberalismo “político” y que funciona como ideología dos los grandes universales de nuestro tiempo: el de los derechos humanos y la comunicación.

Nada de extrañar: estos componentes ya formaban parte del horizonte discursivo del diario Página/12 desde los albores de su existencia, cuando lo dirigía Jorge Lanata y forma parte del ADN del progresismo en su conjunto. Como ideal regulador no es peor que otros, y no se trata, por tanto, de considerarlo errado ni inútil, salvo por el hecho de que estos universales hacen real abstracción de aquello que se juega en el hecho mismo del juzgar. Los valores considerados como absolutos pierden conexión con las prácticas y dispositivos que les dan sentido, se desprenden de la atmósfera concreta en que trabajan.

Lo hemos visto y lo seguiremos viendo: los derechos humanos que se nombran como bandera por las grandes potencias occidentales para justificar guerras imperialistas o coloniales no se tocan en ningún punto con los derechos humanos como política activa de lucha contra los poderes efectivos que determinan nuestra existencia. Y, sin embargo, la Argentina actual es una muestra de cómo estas comprensiones antagónicas de lo que se entiende por derechos humanos pueden convivir, en disputa, de un modo perverso. Y cosas parecidas podríamos decir de la comunicación, presentada como realización de la libre inter-subjetividad, que no ha dejado de ser el lugar más obvio de captura de los deseos colectivos.

El sistema del juicio, y los valores aéreos que guían el proceder de Levinas, funcionan facilitando la condena de los fenómenos que tratan sin hacerlos pasar por interrogantes de auténtico afán comprensivo. Sea Montoneros o el fenómeno de la violencia, sean las múltiples ambigüedades atribuidas al “Perro”, estos valores no caen sobre su objeto narrativo de modo sereno o solapado, sino en caliente. Seguramente por sentirlos, Levinas, maltratados en la coyuntura kirchnerista de quien Verbitsky se mostró más de una vez férreo defensor.

En otras palabras: lo que no funciona en el libro es la pretensión misma de criticar una cantidad de cuestiones realmente importantes de las militancias históricas y de la cultura política actual, a partir de la enunciación que proponen todos los días los grandes medios. Esa continuidad de lenguaje entre el libro y la gran maquinaria semiótica, funcionaliza la escritura según el código mediático aplanando y, por tanto, debilitando lo que en el libro podría tener de legítima vocación problematizante.

El resultado es un texto que no agrega, no cuestiona, no hace pensar nada. Si una eficacia tiene el libro es más bien el abrumar con lo que se nos decía desde siempre: que en Horacio Verbitsky no se percibe sino monolítico, y que para derribar al falso ídolo hay que desnudar su arte de la escritura como inseparable del secreto, ya que lo que se muestra nunca alcanza para comprender el asunto, sino que hay que ser capaz de detectar también lo que encubre.

Esta redundancia, este apoyo de lo que se escribe respecto del soporte que los medios ofrecen a los discursos, esta carencia de autonomía expresiva es -¿paradojalmente?- lo que le garantiza al libro su difusión en los medios (aunque sea un fracaso en las ventas!). Aún si no contiene avance alguno desde el punto de vista de la investigación política. En su favor, hay que decir que “Doble agente” no es tan estúpido como la mayoría de los libros pretendidamente políticos escritos por periodistas despechados de la última década: las referencias a Susana Viau, Julio Nudler y a Miguel Bonasso son parte de esa astucia que intenta remisiones a momentos más altos de la escritura periodística.

Pero lo canallesco predomina y la sensación de oportunidad perdida aparece, ostensible, desde las primerísimas páginas (escritas por Alejandro Katz), dispuestas como prólogo: se trata de un correo electrónico dirigido a Levinas alentándolo a publicar el texto. Es algo así como un paper de argumentos que ofrece justificación a los propósitos comunes. Se afirma allí que “nadie, bajo un régimen de terror, tiene, ya no la obligación, sino tampoco la posibilidad de actuar como un santo o como un héroe”. Esto es lo que se le cuestiona a Verbitsky: que siga objetando la conducta que diversos actores desempeñaron durante aquellos años. En el fondo, ¿se puede desde el presente juzgar lo hecho en aquellas circunstancias?. El texto de Katz celebra que este libro recupere “nuestra propia, frágil, débil humanidad”.

Este es el gesto: desmitificar a Verbitsky, mostrar que él también es frágil, que precisó de la supuesta protección de la Fuerza Aérea (Comodoro Guiraldes), acusarlo de haber cobrado dinero en plena dictadura, remarcar que no se exilió, que no la pasó tan mal: que no tiene, en definitiva, autoridad para elevarse a no se sabe qué alturas y juzgar, desde allí, en el presente, aquel pasado. A la historia del heroísmo se le contrapone la historia de la debilidad. Como si frágil y débil fuera lo mismo. Como si lo frágil no pudiera ser también condición y cualidad de una fuerza diferente.

Esta cualidad diferente es la que escasea por todos lados en el libro, aniquilando la posibilidad misma de tratar de un modo crítico obstáculos tan reales como pueden ser el binarismo entre heroísmo y traición omnipresente hasta el delirio en cierto modo de pensar “setentista”. Y esto es así porque en el fondo la cuestión de las cuestiones, a los ojos de quienes promocionan el libro como verdad definitiva, es la publicación de las pruebas que, de ser ciertas, demostrarían que “el perro” fue colaborador de la represión. La gravedad de la acusación es tal que sobre ella se juega toda la credibilidad del libro y la campaña publicitaria que la sostiene.

Salvo por un hecho significativo, dejamos de lado la estrategia de defensa de Verbitsky, quien cuenta, seguramente, con cuantiosos recursos para defenderse. En su libro La verdad y las formas jurídicas -en verdad un seminario que dio en Brasil durante 1976-, el filosofo Michel Foucault hace una genealogía de aquello que se consideró en la historia occidental probatorio de verdad. Testigos y peritos forman parte de los procedimientos a los que hoy confiamos esa tarea. Lo curioso, en este caso como en otros tantos, es que esos procedimientos son los que aquí hacen agua. Verbitsky opone dos pruebas pero-caligráficas a las aportadas por Levinas. ¿Cómo se decide entonces la “verdad”?.

Y tal vez esta sea la única cuestión realmente interesante de las suscitadas por el libro: ¿de qué verdad estamos hablando? Porque este modo de preguntar permite oponer al menos dos regímenes de verdad diferentes. En el caso de Horacio Verbitsky, sus prácticas de veridicción han sido mayormente las del periodismo de oficio; las del procesamiento político de la información tal y como se lo hizo entre la organizaciones revolucionarias posteriores a la revolución cubana (al menos desde Prensa Latina estas organizaciones intentaron desarrollar tareas de contra información respecto de las cadenas oficiales de noticias, tareas que abarcaron funciones de inteligencia y contra inteligencia, que suponen trato oculto con el enemigo); y las de la historia de los organismos de derechos humanos por volver públicas las articulaciones jurídicas, económicas, religiosas y políticas del genocidio.

En todos estos casos, el vínculo con la verdad se construye a partir de la reserva en el trato de la información. Pero también del prestigio que otorga ser reconocido –y no aniquilado- por los poderes en las sombras. Con el tiempo Verbitsky tuvo también incursiones propiamente mediáticas, de la mano de Lanata. Y si es cierto que en todos estos planos Verbitsky ha resultado muchas veces cuestionado, no lo es menos que en ninguno de ellos el libro aporta nada realmente nuevo.

Los autores del libro (porque son tres), queda dicho, juegan otro juego respecto de la verdad. El de ellos se valida en el espectáculo y se funda en una falsa pretensión de total transparencia. Es este choque de regímenes de verdad lo que permite comprender lo que está en el fondo del reproche de Levinas y sus colaboradores a Horacio Verbitsky: que su modo de hacer periodismo (que conciben como manipulación política de la información) y de ligarse a la militancia de los derechos humanos no son sino componentes de una estrategia ilegitima de acumulación de poder que prolonga el proyecto y los hábitos de su militancia de los años 70.


3.

El problema del secreto es propio de la guerra y del enfrentamiento. Es cierto que el secreto se vuelve patético cuando procede como pura forma sin contenido. Patético o terrorífico cuando el régimen de signos se vuelve paranoico. Según como se trate al secreto se considerará a la denuncia, del todo vacía cuando pierde relación con todo contenido de justicia y se transforma en pura operación mediática, inútil en un plano pero autovalorizante en otro. El secreto no puede ser nunca totalmente desplegado, así como tampoco debería sernos confiscado por los conspiradores de oficio. Cuando quedamos atrapados entre el ideal de falsa transparencia y la confiscación del secreto surge el patético, infinito, policial que todo lo remite a “para quien trabaja” y “de quien cobra”. Y cuando eso ocurre ya no sabremos jamás para quienes trabajan unos ni otros, ni qué los hace decir lo que dicen, ni quien les financia, etc.

No son pocos quienes cuestionan arbitrariedades políticas y periodísticas de Verbitsky (desde su actitud frente al ataque al cuartel de La tablada, hasta el conflicto por los ascensos de Milani; desde el uso de información con un criterio ligado mas bien a la operación política y el uso de fuentes non santas, a la ultra-comprensión con ciertas políticas del actual gobierno), aunque lo que sigue faltando, al respecto, es un enfoque auténticamente crítico -una crítica no canalla-, a partir de una afirmación más cuestionadora de hábitos y afectos y no más complaciente con las relaciones de poder tal y cómo se reproducen en nuestra sociedad.

Es en nombre de esa crítica que falta, que ya existe dispersa en textos y gestos, pero que no alcanza a cuajar en una fuerza que resista a la consolidación de consensos ultra-conservadores, transversales a las fuerzas políticas significativas, que se puede aspirar a discusiones trascendentales sobre los temas que Levinas apenas si nombra, y sobre los cuales sería siempre interesante profundizar con el propio Verbitsky.


4.

Levinas apunta bien: Verbitsky interesa. Tantas décadas de investigación política, de roce con el misterio, merecen ser consideradas a la luz de una investigación de sus fuentes, motivaciones y dobleces secretos. Lo que no va bien con este Levinas –el argentino, no el sabio franco-lituano de mismo apellido de quien Gabriel se dice pariente- es el modo de yuxtaponer su moralismo liberal, con un muestreo de odios y despechos, junto con fragmentos (pruebas) que, de por sí y a la luz de los grandes medios serían concluyentes, eludiendo el mayor rigor que una terea como la que se propuso demandaría.

Levinas rechaza la arrogancia de Horacio Verbitsky. Pero nada, en la factura del libro, ofrece valores superiores. A diferencia del más equilibrado trabajo que sobre el mismo tema escribe Hernán López Echague, los testimonios recabados por Levinas son un compendio de declaraciones movidas por la competencia política o el rencor personal. Y cuando hace referencia al importante capítulo de las investigaciones del Perro sobre la conducta de Jorge Bergoglio en épocas de la última dictadura, no sólo no agrega una coma a lo sabido, sino que su único interés es capitalizar para sí mismo el efecto de fascinación que causa, a través de los mismos medios que lo sostienen a él, el Santo Padre.

“Doble agente” es un avatar interno al mundo de los medios y no tiene valor por fuera de lo que esos medio prefiguran. Si Verbitsky interesa a ese mundo tal vez no sea sólo por lo que argumenta el Perro con razón en su defensa –el libro de Levinas como revancha de los poderosos a los que su pluma ha lastimado-, sino por el modo en que, como virus, es decir, como un objeto antiguo actuando en el corazón de un moderno sistema, ha desplegado estrategias pertenecientes a otros contextos, estrategias que se creían superadas y que al final no pueden sino fascinar a los hacedores de la fantasía de transparencia total.

Que todo este entuerto sale a la luz en una coyuntura específica, quién podría negarlo, todo libro sale en una y es cierto que “pegarle” al perro hoy es pegarle a los “juicios” y acelerar, en el mal sentido, el célebre “fin de ciclo”. Todo esto es explícito en el libro. Aunque nada de esto es denunciable, simplemente porque todo está claramente dicho. El propio Levinas explica en su texto cómo hay que considerar su inserción en la actual situación: Verbitsky, hábil cultor de su propia imagen, ha logrado ensamblar las piezas (setentismo ideológico; apoderamiento de la figura de Walsh; perversión personal; prestigio acumulado en el ámbito de los derechos humanos; ductilidad para el arreglo secreto). Su influencia, dice, mete “miedo”. Y en el orden de sus oscuros objetivos destaca, no sin notoria indignación, la ampliación de los juicios al poder económico que apoyó la dictadura. Es decir: teme lo que nosotros deseamos. Aún si en ese deseo nuestro lamentamos la carencia de organización social autónoma, capaz de problematizar la coyuntura de una forma muy distinta a la actual, siempre en un sentido opuesto a la que plantea Levinas.

“¿Quién es usted señor Verbitsky?”, preguntaba polémico David Viñas y, de esa cita, se abusa en el libro, porque esa pregunta, en Viñas, remite a otro mundo de requerimientos ético-políticos. Ese otro mundo, colijo, es el señalado por León Rozitchner -su compañero de la revista Contorno- cuando leía la escena en la que Kirchner baja el cuadro de Videla en el Colegio militar, escena con la cual Levinas ironiza diciendo que Kirchner lo hizo para ganarse en un gesto menos a Verbitsky (dado que la idea fue suya) y a la izquierda, como un gesto de denuncia del anudamiento entre poder político y terror militar que no va a ser fácilmente perdonada y que, desde su punto de vista, debía ser profundizado en actos concretos de cuestionamiento de la concentración económica. Porque es allí, en la propiedad y en las finanzas, donde el terror presente subsiste. Queda en el lector, en cada quien, decidir si ese otro mundo, ese camino de profundización encuentra en la argentina actual cause político alguno y quienes trabajan seriamente en ese sentido.

Agencia Paco Urondo



POR QUINTO DIA CONSECUTIVO, AVIONES RUSOS DESTRUYERON OBJETIVOS DE ESTADO ISLAMICO Rusia redobla sus bombardeos en Siria

Mientras Assad elogió a la coalición antiterrorista que formaron Siria, Rusia, Irán e Irak, los países occidentales volvieron a lamentar que esos bombardeos golpeen, sobre todo, a los grupos rebeldes enfrentados a Assad y no sólo al EI.

Rusia intensificó este ayer su campaña de bombardeos en Siria, una intervención que el presidente sirio, Bashar al Assad, consideró crucial para evitar que la región de Medio Oriente sea “destruida”. Los aviones rusos bombardearon, por quinto día consecutivo, varios objetivos en Siria y destruyeron posiciones del grupo jihadista Estado Islámico (EI), según Moscú. Pero los países occidentales volvieron a lamentar que esos bombardeos golpeen, sobre todo, a los grupos rebeldes enfrentados a Assad y no sólo al EI.

El presidente sirio, que se expresaba por primera vez desde el inicio de la intervención rusa el miércoles, consideró, por su parte, indispensable el éxito de la coalición contra “el terrorismo” que formaron Siria, Rusia, Irán e Irak. “Debe tener éxito, si no toda la región será destruida y no sólo uno o dos países”, avisó en una entrevista para la televisión iraní Khabar. “El precio a pagar será seguramente alto”, añadió Assad, que se mostró convencido de las posibilidades de éxito de esa coalición.

Assad, que lleva 15 años en el poder y resistió a las revueltas de 2011 que acabaron con varios regímenes árabes, se siente reforzado por la intervención rusa. Con la ayuda de Moscú, espera poner fin a la serie de derrotas que sufrieron sus tropas en los últimos meses. El Kremlin indicó este domingo que sus aviones Sukhoi hicieron “20 salidas” en 24 horas y bombardearon “10 blancos de los bandidos del EI”.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, declaró que la campaña emprendida por Moscú es “inaceptable”. “Desgraciadamente, Rusia está cometiendo un grave error”, dijo en rueda de prensa. Esas acciones en Siria son “preocupantes y perturbadoras”, dadas las relaciones amistosas entre Moscú y Turquía, declaró Erdogan, que avisó que esto “aislará a Rusia en la región”.

Ambos países se oponen sobre la forma de gestionar la crisis en Siria. Moscú es el mayor apoyo internacional para el régimen de Assad, mientras que Ankara siempre ha defendido que su salida del gobierno es la única solución al conflicto. Numerosos dirigentes occidentales también exigieron que el presidente sirio abandone el poder. El primer ministro británico, David Cameron, hizo un llamamiento a los rusos en ese sentido. “Cambien de rumbo, únanse a nosotros para atacar al EI, pero reconozcan que si queremos una región estable, necesitamos a otro dirigente que no sea Assad”, declaró este domingo a la BBC. “De manera trágica, por lo que hemos podido comprobar hasta ahora, la mayoría de los bombardeos rusos tuvieron lugar en zonas de Siria que no controla el EI, sino otros opositores al régimen”, lamentó Cameron.

El primer ministro francés, Manuel Valls, también pidió este domingo a Moscú que “no se equivoque de objetivos”. También la canciller alemana Angela Merkel volvió a insistir en la jornada en que para que el proceso político en Siria sea exitoso es necesario que Assad participe directamente en las discusiones.

La ONG con sede en Londres Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH) indicó que, en la madrugada del domingo, varias bombas cayeron sobre Raqa, la “capital” del EI, que controla cerca de la mitad del territorio sirio. Pero el OSDH, no podía determinar si esos ataques fueron obra de aviones rusos, del régimen o de la coalición antijihadista liderada por Washington. Según la misma fuente, otros aviones, “aparentemente rusos, efectuaron varios ataques contra dos pueblos del norte de la provincia de Homs” (centro), una zona controlada en su mayoría por organizaciones rebeldes, como el Frente Al Nusra, rama siria de Al Qaida

Un alto responsable del Estado Mayor ruso, el general Andrei Kartapolov, repitió el sábado que Rusia sólo atacaba a “terroristas”, un término que, tanto para el régimen sirio como para el Kremlin, designa a todos los grupos que combaten a las fuerzas de Assad. La víspera había subrayado que desde el miércoles se realizaron “60 ataques”, sembrando el pánico entre los jihadistas, y “expulsando a unos 600” de sus posiciones.

Dmitri Peskov, el portavoz del presidente ruso Vladimir Putin, lamentó este domingo que los occidentales no hayan sido capaces de explicar a Moscú quienes forman, según ellos, la “oposición moderada”. Assad por su parte considera negativo el balance de la coalición liderada por Estados Unidos. Desde su comienzo hace un año, “el terrorismo ha conocido una expansión geográfica y aumentó su número de reclutamientos”, afirmó a la televisión iraní.

Ayer, además, las autoridades sirias detuvieron durante varias horas a Munzer Jaddam, un dirigente de la oposición tolerada por el régimen, días después de que criticase los ataques rusos. “La solución de la crisis siria no es tan inminente como creen algunos soñadores, y la intervención rusa complica (el conflicto) aún más”, había publicado en su página en Facebook.

05/10/15 Página|12

BACHELET PROPUSO AYER UNA NUEVA CONSTITUCION PARA CHILE Borrar el legado de Pinochet

En el aniversario del triunfo del No, la presidenta defendió su gestión, pero admitió también que cometió “errores” que le causaron una fuerte caída en las encuestas. Dijo que durante su gobierno hubo cambios históricos en Chile.

La presidenta Michelle Bachelet afirmó este domingo que en 18 meses de gobierno ha realizado “cambios de magnitud histórica” en Chile, y reafirmó su intención de iniciar un proceso constituyente para tener una nueva Constitución. “Que no nos invada el pesimismo de los que quieren que todo siga igual. En estos 18 meses hemos realizado cambios de magnitud histórica”, dijo Bachelet durante la conmemoración de los 27 años desde que en el plebiscito realizado en 1988 ganó la opción No que determinó el fin de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).

Ante unos 7500 militantes de la Nueva Mayoría, el conglomerado de partidos de centro izquierda que apoyan su presidencia, Bachelet reafirmó su postura de iniciar un proceso constituyente para obtener una nueva carta magna que reemplace la actual que data de 1980, y que fue aprobada en un cuestionado plebiscito por el régimen de Pinochet. “Iniciaremos en breve el camino de un proceso constituyente que parta desde la propia base social para garantizar que nuestra carta fundamental tenga una legitimidad democrática incuestionable”, aseveró la mandataria socialista.

La Constitución de Pinochet ha sufrido algunas modificaciones en estos 25 años de democracia, pero hasta ahora no se había planteado ninguna iniciativa para erradicarla completamente. Asimismo, destacó los avances alcanzados en cuanto a la reforma educativa que su gobierno ha promovido y que busca acabar con el actual sistema educativo chileno heredado también de la dictadura y que es considerado uno de los más caros y segregados del planeta.

La mandataria ponderó además que durante su gobierno se logró el fin del sistema electoral binominal implementado también en dictadura, y se instauró el voto chileno en el extranjero, como también la aprobación de una reforma tributaria. También, el inicio de la reforma educacional que ya tiene aprobada la ley de inclusión para los colegios; el acuerdo de unión civil “y la eliminación del cobro del cinco por ciento de Salud de nuestros adultos mayores”, entre otros temas.

Bachelet afronta la más baja popularidad para un mandatario chileno desde el retorno a la democracia en 1990 (22 por ciento) luego de que su hijo mayor, Sebastián Dávalos, y su nuera Natalia Compagnon fueran investigados por la Justicia por el “uso de información privilegiada” y “tráfico de influencia” tras una millonaria compra y venta de terrenos en el sur de Chile. “Es cierto que hemos cometido errores y los hemos reconocido, lamentamos no hacer las cosas mejor”, enfatizó la mandataria en un abarrotado Teatro Caupolicán.

La presidenta fue la única oradora del acto, organizado como un apoyo explícito que llega en momentos en que no pasa por su mejor momento político y cuando ha bajado significativamente en las encuestas.

A tono con el sentido de la convocatoria, en las pantallas gigantes instaladas en el lugar se podía leer “Presidenta cuente conmigo”.

En referencia al aniversario del plebiscito que decretó el fin de la dictadura de Pinochet, la mandataria socialista sostuvo que hoy “es un día imborrable que marcó nuestra historia”.

“El plebiscito selló nuestra unidad”, subrayó Bachelet en alusión a los colectivos políticos que votaron por el No y que ahora forman parte de la Nueva Mayoría. “Y esa victoria no es sólo nuestra sino de todo el país”, enfatizó. Flanqueada por todos los presidentes de los partidos políticos y algunos ministros, la mandataria afirmó que “tenemos razones para estar orgullosos, pero que no tenemos que darnos por satisfechos”, ya que se requiere mantener la marcha de las reformas.

“No estamos en la vereda del frente de los cambios, y tenemos las responsabilidad de perseverar, la unidad de los demócrata progresista no es flor de un día”, sostuvo. Afirmó que lo que viene ahora para su gobierno y la coalición es “trabajar con más energía y disciplina” con el fin de asegurar que se requiere culminar la reforma educacional, “la gran tarea de nuestro gobierno”.

Bachelet añadió que debe trabajar para devolver el dinamismo de la economías chilena, bastante alicaída en los últimos meses, enfrentar el tema de la delincuencia, concretar la reforma laboral y seguir sin claudicar en la agenda pro transparencia. “Debemos enfrentar un escenario económico internacional complejo que limita nuestro margen de acción. Estamos plenamente conscientes de ello y ya estamos actuando en consecuencia, hemos presentado un presupuesto prudente y responsable (para el 2016), que nos permite seguir progresando y asegurando los derechos y el gasto social”.

Como corolario de su intervención, la presidenta recordó que “iniciaremos en breve un proceso constituyente que parta de la propia base social”, en referencia a la creación de una nueva Carta fundamental.

05/10/15 Página|12

Los indescifrables misterios de la muerte, en clave Gelman

Adelanto de uno de los capítulos de un libro fundamental para recorrer las experiencias, obsesiones y tragedias, tanto personales como colectivas, del gran poeta.

A partir de 2007, con 77 años cumplidos, Juan Gelman comienza a darle más espacio en sus poesías al tema de la muerte. Al principio, lo que aparece como una inquietud incipiente en Mundar, se irá haciendo más presente e insistente, a medida que avanza su enfermedad, especialmente en De atrásalante en su porfía. Al final del recorrido, en su último libro (Hoy), el tema luctuoso se manifiesta de una manera más natural. Gelman parecería aceptar y entender mejor su condición de mortal.

En Mundar, su vigesimoséptimo libro, publicado en 2007, el tema de la muerte aparece estrechamente vinculado a la cuestión del tiempo. Hay menciones frecuentes al pasado (El pasado vuelve), a un futuro que ya pasó (…obligaremos al futuro a volver otra vez) y que evidentemente conlleva una visión de pesimismo, además de alusiones a la simultaneidad del tiempo (Hoy viene mañana como ayer).

Alrededor de la cuestión del tiempo, como es de esperar, aflora el pasado del poeta, pero también el pasado de su país, sus viejos amigos y la patria soñada. Con la perspectiva que dan los años, el pasado aparece como un territorio árido, lejano, inmenso y también doloroso.

Derrota/leo tu libro/

maestra íntima/ya libre

La insistencia en la cuestión temporal llevará fatalmente al tema de la muerte. El primer encuentro textual con lo luctuoso, es decir, la primera manifestación sobre la cuestión de la muerte propia en este libro se da en "Paco", un poema dedicado a Francisco Urondo. Como es imaginable, el asunto de la muerte trae aparejada una inevitable y solemne turbación: "Nos veremos", le dice Gelman a un Paco Urondo ya muerto. La muerte se presenta como una constante cotidiana (Habrás/hablado mucho con tu muerte) y, a la vez, un misterio insondable (¿Qué hay por allí?).

Si la cuestión del tiempo deriva en el tema de la muerte, la atención termina por centrarse en la mismísima nada. La nada, nombrada en varias oportunidades, parecería aproximarse a un abismo existencial hasta entonces no muy explorado.
¿a dónde/se fue el ombú que te crecía/...?

¿a dónde irán palabras que no pudieron nacer/...?

¿en qué vacío entraron?

La muerte, nombrada de forma directa o velada, como cuando recurre al tema existencial (la nada y el vacío) tendrá una presencia notable en el poemario.

En sus siguientes dos libros de poemas, esta incipiente preocupación (tomo ocho medicamentos por día para que la muerte me espere más tarde) se irá reelaborando cuidadosamente hasta el final de los días del poeta.

De atrásalante en su porfía, vigesimoctavo libro de poemas de Gelman, publicado en 2011, está integrado por 155 poemas, en los que la muerte conforma uno de los núcleos centrales. Encontramos allí una enorme diversidad de temas y de preocupaciones, pero la muerte es la que aparece más insistentemente, sobre todo en la parte final.

La nada –como cuestión que continúa las disquisiciones del libro anterior– junto con el tiempo pasado aparecen como variantes del tema luctuoso.

La muerte es una posibilidad cercana para un hombre de 80 años. En "La huella", el sujeto poético dice que hay cuerpos que temen a la muerte/y desean morir. En "Baile" llega aun más lejos, entiende que la vida también es un bien prescindible: amarte es preciso, vivir no. De este modo se va inaugurando una nueva perspectiva del tema luctuoso.

Lo que al principio parecía preocupante en Mundar, ahora resulta de una urgencia mayor. Es como si Gelman estuviera queriendo hablar de su muerte desde un lugar de absoluta honestidad intelectual. Con ello no se niega a lo evidente, a la posibilidad efectiva de la muerte, ni se cae en el tabú de evitar hablar de la cuestión o de hacerlo a través de subterfugios o eufemismos.

La muerte puede también ser una elección, el deseo de coronar de la mejor manera posible el final de un recorrido. Gelman nombra lo innombrable, se conjuran los fantasmas y se desnuda la voluntad del poeta que –en palabras de Horacio Verbitsky– "jamás se permitió un engaño, ni siquiera una verdad a medias".

Quien encierra al crepúsculo

en su miedo

busca animales que

lo coman, buen provecho.

Pintarse el alma es una

situación anatómica que aparta

al ser de la verdad

Los animales carnívoros del ocultamiento —sugiere el poeta— despiertan cuando se "aparta al ser de la verdad". Ni tabúes, ni pinturas, ni disfraces impedirán que se desenmascare la verdad. Nombrar lo que sea preciso, de la manera más directa posible.

Asimismo, el tema de la muerte convoca a otras cuestiones, como la reflexión sobre el pasado. Desde su perspectiva, el futuro es una instancia breve e imprevisible, ahora más que nunca. El pasado, mientras tanto, se muestra como un territorio enorme poblado de cientos de protagonistas y de voces. El refugio que brinda la vuelta al pasado puede ser un consuelo, puede significar una manera de posibilitar una nueva mirada sobre el futuro que se avecina, una especie de mirada hacia atrás para seguir el camino de delante, lo que en términos de Gelman representaría el salto para atrásalante que da título al poemario y se menciona en la poesía "Des". Sin embargo, esa mirada atrás, ese salto retrospectivo, puede también ser doloroso, sobre todo cuando se advierte claramente la presencia de un pasado que no ha sido como se lo había soñado, un pasado ideal que nunca se hizo realidad: cicatrices/de lo que nunca fue, dice en "Animales". La revelación trae aparejado un sentimiento de frustración y desconsuelo.

El balance es imposible o, en el mejor de los escenarios, altamente desfavorable. Sobre todo cuando se cree que el recorrido emprendido está habitado por los fantasmas de la inexistencia. Así lo da a entender en "Lluvia": Campos/de lo que no hubo no habido.

El regreso al pasado trae la revelación más monstruosa: un pasado imperfecto, un pasado distinto del soñado, del que se supone merecido. La mano que golpea la puerta de lo que no pasó es la misma mano que corre el velo de la muerte, hasta ahora oculta. El pasado ya no es refugio. La revelación es desesperanzadora. El paso del tiempo es una "cuesta" cada vez más empinada. En "Fuga" el pasado se manifiesta de manera esquiva, le huye al papel, a la escritura, y a la memoria, las voces pierden color, se decoloran, y el pasado que aflora (tu sangre abierta en mí) se desdibuja rápidamente, se transforma en nada más que una alucinación descorazonadora. Por lo tanto, no hay fuga que alcance. Sólo el dolor y la verdad —se lee en "Teoría"— llevan a "mejor destino".

En la sala de espera de su tren

pasan los sueños viejos

que cada día se abren

con una moneda que no existe.

El tiempo pasado y "los sueños viejos" develan una realidad inexistente, "una moneda que no existe" y que, paradójicamente, se evoca a diario, "cada día".

Hoy, el trigésimo y hasta el momento el último libro de poemas publicado en vida por Gelman, está compuesto de una selección de poesías escritas durante 2011 y 2012. Son más de 287 poemas encabezados y ordenados según números romanos. Sólo el último lleva un título no numérico y enigmático del que hablaremos más adelante.

Ya desde el título del nuevo libro se hace evidente uno de los núcleos temáticos de la obra: el tiempo. La constante del tiempo, un bien escaso, concentra diversas preocupaciones. En primer lugar, el concepto "hoy" tiene una doble cara. Por un lado, puede ser entendido como un período circunscripto a 24 horas. Sin embargo, lo que hoy llamamos "hoy", mañana será ayer, y lo que hoy llamamos "mañana" se convertirá en "hoy". Con lo cual, la palabra designa algo que muta constantemente. "Hoy" es hoy, no hay duda de eso, pero mañana también será "hoy", y pasado mañana tendrá indudablemente la posibilidad de convertirse en "hoy". La progresión del tiempo no implica tener que apelar a una nueva palabra. Por lo tanto, la elección de "hoy" habla de un tiempo urgente e inmediato (24 horas), pero también de un tiempo eterno, suspendido en una estación infinita. "Hoy" es premura, aunque además constancia y permanencia. Una permanencia que un día dejará de serlo, exactamente el día después de muerto: el día que no vino más, dice Gelman en "XCIII".

El tiempo, por otro lado, tiene derivaciones concretas: la nostalgia del pasado que alguna vez se vivió como "hoy", el futuro incierto que las nuevas generaciones vivirán como una multitud sucesiva de muchos "hoy" y también la inevitable muerte.

En De atrásalante en su porfía indicamos la marcada presencia del tema de la muerte en la obra de Gelman: el amarte es preciso, vivir no de "Baile", que ya mencionamos, es un buen ejemplo de ello. Este libro parecería coincidir con el descubrimiento de la enfermedad. A partir de entonces y hasta el final de su vida, con un cuadro cada vez más agudo de salud, Gelman parece entender con más precisión la cuestión de morir, quizá porque, como dice en "VII", pensar la muerte cambia a la muerte. Por lo tanto, por esta cuestión específi ca, De atrásalante en su porfía y su último poemario Hoy mantienen un permanente diálogo. El tema que surge como fuerza incontenible en el libro de 2009 parecería apaciguarse, encontrar sosiego y aceptación en la propuesta de Hoy: en el miedo a la muerte la muerte no vale la pena. Lo que preocupaba y no se entendía racionalmente entonces, aparece en Hoy con mayor claridad, como algo natural y aceptado: la muerte vino a darles la razón. La ignorancia sobre el destino post mortem ya no preocupa, ahora se canta cómo irse mejor. Ya no hay preguntas, hay aceptación y paz: el pensamiento hace una flor que entretiene a la muerte. Se confía en el misterio de la vida y de la muerte: Prometeo nunca dijo cómo se roba… la muerte al muerto. Se entrega al canto y al ritual de la despedida: la tarea de matar a la muerte cabe en una caja chica.

Como vemos, la muerte finalmente se aceptará sin dar lugar al drama: llegan los ruidos de la muerte cotidiana. Gelman la entiende natural e, incluso, hasta necesaria: la vida que se va deja un soplo en medio de la mano que es inútil besar.

Su poética, una vez más, sigue de cerca su biografía. Gelman deja expresamente establecido, incluso ante escribano público, que no desea prolongar su vida, si esta únicamente puede ser continuada con la ayuda de la tecnología hospitalaria.

Por todo esto, Hoy representa el comienzo y el final de un camino:

apagar, apagar, apagar, tómbolas de la muerte

vine y me voy.

Hoy es el nudo gordiano de la poética gelmaniana. En él se pone punto fi nal a una trayectoria de preguntas y preocupaciones. Pero también es El Aleph borgeano. En él se concentran todas las cuestiones planteadas en los poemarios anteriores. Es la síntesis de una vida y el fin de un recorrido. Es la despedida, pero también la respuesta final, que no sorprende: no hay respuestas. Porque en el fondo hay preguntas muy muertas y, al final, el vacío abandona todas las conjeturas. Sólo queda la nada, es decir, la absoluta ausencia de todo.

Descansar en una silla permite ver mejor la destrucción de un

colibrí. Acostado en su muerte, el color canta todavía, recuerda la

línea oblicua del pasar.

La agonía del colibrí deviene en oscuridad fi nal. La muerte es el color que se va, la belleza que no perdura y la quietud que desciende a la profundidad del estéril deseo y el oscuro yo: el deseo no se quiere morir ante el cadáver del deseo.

Como dijimos, Hoy representa un fi n de recorrido donde se mezclan la muerte, el exilio y su vida pasada. La muerte es el hijo, pero también es el exilio, las palabras, y finalmente… la nada, que paradójicamente, lo contiene todo. No es de extrañar, por lo tanto, que el quinteto temático (la muerte, el hijo, el exilio, las palabras y la nada) aparezca tan nítidamente interrelacionado, que las cuestiones se continúen unas en otras, se respondan preguntas de manera que se transformen en nuevas preguntas, y hasta se contengan y confundan. De esta manera, la cuestión de la poesía entraña temas de índole no literaria, médulas de discusiones con la nada y el tiempo.

El hijo muerto es el amor que no se explica, el miedo que no se entiende, el tiempo pasado que no sucedió, la muerte no interpreta sus textos, la muerte que no se alcanza a aprehender, como no se explican ni la vida ni la poesía. La nada es el vacío. No hay nada que entender: vida y muerte se abrazan sin pagar. Pero al mismo tiempo todo se explica por la ausencia de explicación. A la vez, se entiende que la respuesta es la aceptación y que la aceptación es poesía, pero también el amor y la misma nada. Es el pez que se come la cola, pero que no engorda con su propia carne, que es abundante y sabrosa, porque la progresión lleva a la desaparición, a la misma nada: dientes comiéndose a sí mismos, estómagos que no digieren porque ya fueron devorados. La imagen entraña confusión y paradoja. Quizás por ello, Gelman cierre su último libro con la poesía titulada "¿Y", una forma de pregunta que no se cierra. Porque entiende que no hay preguntas válidas que no aparezcan interrumpidas por la dinámica de la propia vida. La pregunta aparece incompleta, puesto que es incapaz de abarcar los interrogantes que genera la complejidad de una vida. Quizás el legado avenga la aceptación y el sosiego, la paz de una eternidad que ha muerto: la eternidad ha muerto y todo es diferente y se busca en el uno imposible.

04/10/15 Tiempo Argentino