lunes, 5 de octubre de 2015

Los indescifrables misterios de la muerte, en clave Gelman

Adelanto de uno de los capítulos de un libro fundamental para recorrer las experiencias, obsesiones y tragedias, tanto personales como colectivas, del gran poeta.

A partir de 2007, con 77 años cumplidos, Juan Gelman comienza a darle más espacio en sus poesías al tema de la muerte. Al principio, lo que aparece como una inquietud incipiente en Mundar, se irá haciendo más presente e insistente, a medida que avanza su enfermedad, especialmente en De atrásalante en su porfía. Al final del recorrido, en su último libro (Hoy), el tema luctuoso se manifiesta de una manera más natural. Gelman parecería aceptar y entender mejor su condición de mortal.

En Mundar, su vigesimoséptimo libro, publicado en 2007, el tema de la muerte aparece estrechamente vinculado a la cuestión del tiempo. Hay menciones frecuentes al pasado (El pasado vuelve), a un futuro que ya pasó (…obligaremos al futuro a volver otra vez) y que evidentemente conlleva una visión de pesimismo, además de alusiones a la simultaneidad del tiempo (Hoy viene mañana como ayer).

Alrededor de la cuestión del tiempo, como es de esperar, aflora el pasado del poeta, pero también el pasado de su país, sus viejos amigos y la patria soñada. Con la perspectiva que dan los años, el pasado aparece como un territorio árido, lejano, inmenso y también doloroso.

Derrota/leo tu libro/

maestra íntima/ya libre

La insistencia en la cuestión temporal llevará fatalmente al tema de la muerte. El primer encuentro textual con lo luctuoso, es decir, la primera manifestación sobre la cuestión de la muerte propia en este libro se da en "Paco", un poema dedicado a Francisco Urondo. Como es imaginable, el asunto de la muerte trae aparejada una inevitable y solemne turbación: "Nos veremos", le dice Gelman a un Paco Urondo ya muerto. La muerte se presenta como una constante cotidiana (Habrás/hablado mucho con tu muerte) y, a la vez, un misterio insondable (¿Qué hay por allí?).

Si la cuestión del tiempo deriva en el tema de la muerte, la atención termina por centrarse en la mismísima nada. La nada, nombrada en varias oportunidades, parecería aproximarse a un abismo existencial hasta entonces no muy explorado.
¿a dónde/se fue el ombú que te crecía/...?

¿a dónde irán palabras que no pudieron nacer/...?

¿en qué vacío entraron?

La muerte, nombrada de forma directa o velada, como cuando recurre al tema existencial (la nada y el vacío) tendrá una presencia notable en el poemario.

En sus siguientes dos libros de poemas, esta incipiente preocupación (tomo ocho medicamentos por día para que la muerte me espere más tarde) se irá reelaborando cuidadosamente hasta el final de los días del poeta.

De atrásalante en su porfía, vigesimoctavo libro de poemas de Gelman, publicado en 2011, está integrado por 155 poemas, en los que la muerte conforma uno de los núcleos centrales. Encontramos allí una enorme diversidad de temas y de preocupaciones, pero la muerte es la que aparece más insistentemente, sobre todo en la parte final.

La nada –como cuestión que continúa las disquisiciones del libro anterior– junto con el tiempo pasado aparecen como variantes del tema luctuoso.

La muerte es una posibilidad cercana para un hombre de 80 años. En "La huella", el sujeto poético dice que hay cuerpos que temen a la muerte/y desean morir. En "Baile" llega aun más lejos, entiende que la vida también es un bien prescindible: amarte es preciso, vivir no. De este modo se va inaugurando una nueva perspectiva del tema luctuoso.

Lo que al principio parecía preocupante en Mundar, ahora resulta de una urgencia mayor. Es como si Gelman estuviera queriendo hablar de su muerte desde un lugar de absoluta honestidad intelectual. Con ello no se niega a lo evidente, a la posibilidad efectiva de la muerte, ni se cae en el tabú de evitar hablar de la cuestión o de hacerlo a través de subterfugios o eufemismos.

La muerte puede también ser una elección, el deseo de coronar de la mejor manera posible el final de un recorrido. Gelman nombra lo innombrable, se conjuran los fantasmas y se desnuda la voluntad del poeta que –en palabras de Horacio Verbitsky– "jamás se permitió un engaño, ni siquiera una verdad a medias".

Quien encierra al crepúsculo

en su miedo

busca animales que

lo coman, buen provecho.

Pintarse el alma es una

situación anatómica que aparta

al ser de la verdad

Los animales carnívoros del ocultamiento —sugiere el poeta— despiertan cuando se "aparta al ser de la verdad". Ni tabúes, ni pinturas, ni disfraces impedirán que se desenmascare la verdad. Nombrar lo que sea preciso, de la manera más directa posible.

Asimismo, el tema de la muerte convoca a otras cuestiones, como la reflexión sobre el pasado. Desde su perspectiva, el futuro es una instancia breve e imprevisible, ahora más que nunca. El pasado, mientras tanto, se muestra como un territorio enorme poblado de cientos de protagonistas y de voces. El refugio que brinda la vuelta al pasado puede ser un consuelo, puede significar una manera de posibilitar una nueva mirada sobre el futuro que se avecina, una especie de mirada hacia atrás para seguir el camino de delante, lo que en términos de Gelman representaría el salto para atrásalante que da título al poemario y se menciona en la poesía "Des". Sin embargo, esa mirada atrás, ese salto retrospectivo, puede también ser doloroso, sobre todo cuando se advierte claramente la presencia de un pasado que no ha sido como se lo había soñado, un pasado ideal que nunca se hizo realidad: cicatrices/de lo que nunca fue, dice en "Animales". La revelación trae aparejado un sentimiento de frustración y desconsuelo.

El balance es imposible o, en el mejor de los escenarios, altamente desfavorable. Sobre todo cuando se cree que el recorrido emprendido está habitado por los fantasmas de la inexistencia. Así lo da a entender en "Lluvia": Campos/de lo que no hubo no habido.

El regreso al pasado trae la revelación más monstruosa: un pasado imperfecto, un pasado distinto del soñado, del que se supone merecido. La mano que golpea la puerta de lo que no pasó es la misma mano que corre el velo de la muerte, hasta ahora oculta. El pasado ya no es refugio. La revelación es desesperanzadora. El paso del tiempo es una "cuesta" cada vez más empinada. En "Fuga" el pasado se manifiesta de manera esquiva, le huye al papel, a la escritura, y a la memoria, las voces pierden color, se decoloran, y el pasado que aflora (tu sangre abierta en mí) se desdibuja rápidamente, se transforma en nada más que una alucinación descorazonadora. Por lo tanto, no hay fuga que alcance. Sólo el dolor y la verdad —se lee en "Teoría"— llevan a "mejor destino".

En la sala de espera de su tren

pasan los sueños viejos

que cada día se abren

con una moneda que no existe.

El tiempo pasado y "los sueños viejos" develan una realidad inexistente, "una moneda que no existe" y que, paradójicamente, se evoca a diario, "cada día".

Hoy, el trigésimo y hasta el momento el último libro de poemas publicado en vida por Gelman, está compuesto de una selección de poesías escritas durante 2011 y 2012. Son más de 287 poemas encabezados y ordenados según números romanos. Sólo el último lleva un título no numérico y enigmático del que hablaremos más adelante.

Ya desde el título del nuevo libro se hace evidente uno de los núcleos temáticos de la obra: el tiempo. La constante del tiempo, un bien escaso, concentra diversas preocupaciones. En primer lugar, el concepto "hoy" tiene una doble cara. Por un lado, puede ser entendido como un período circunscripto a 24 horas. Sin embargo, lo que hoy llamamos "hoy", mañana será ayer, y lo que hoy llamamos "mañana" se convertirá en "hoy". Con lo cual, la palabra designa algo que muta constantemente. "Hoy" es hoy, no hay duda de eso, pero mañana también será "hoy", y pasado mañana tendrá indudablemente la posibilidad de convertirse en "hoy". La progresión del tiempo no implica tener que apelar a una nueva palabra. Por lo tanto, la elección de "hoy" habla de un tiempo urgente e inmediato (24 horas), pero también de un tiempo eterno, suspendido en una estación infinita. "Hoy" es premura, aunque además constancia y permanencia. Una permanencia que un día dejará de serlo, exactamente el día después de muerto: el día que no vino más, dice Gelman en "XCIII".

El tiempo, por otro lado, tiene derivaciones concretas: la nostalgia del pasado que alguna vez se vivió como "hoy", el futuro incierto que las nuevas generaciones vivirán como una multitud sucesiva de muchos "hoy" y también la inevitable muerte.

En De atrásalante en su porfía indicamos la marcada presencia del tema de la muerte en la obra de Gelman: el amarte es preciso, vivir no de "Baile", que ya mencionamos, es un buen ejemplo de ello. Este libro parecería coincidir con el descubrimiento de la enfermedad. A partir de entonces y hasta el final de su vida, con un cuadro cada vez más agudo de salud, Gelman parece entender con más precisión la cuestión de morir, quizá porque, como dice en "VII", pensar la muerte cambia a la muerte. Por lo tanto, por esta cuestión específi ca, De atrásalante en su porfía y su último poemario Hoy mantienen un permanente diálogo. El tema que surge como fuerza incontenible en el libro de 2009 parecería apaciguarse, encontrar sosiego y aceptación en la propuesta de Hoy: en el miedo a la muerte la muerte no vale la pena. Lo que preocupaba y no se entendía racionalmente entonces, aparece en Hoy con mayor claridad, como algo natural y aceptado: la muerte vino a darles la razón. La ignorancia sobre el destino post mortem ya no preocupa, ahora se canta cómo irse mejor. Ya no hay preguntas, hay aceptación y paz: el pensamiento hace una flor que entretiene a la muerte. Se confía en el misterio de la vida y de la muerte: Prometeo nunca dijo cómo se roba… la muerte al muerto. Se entrega al canto y al ritual de la despedida: la tarea de matar a la muerte cabe en una caja chica.

Como vemos, la muerte finalmente se aceptará sin dar lugar al drama: llegan los ruidos de la muerte cotidiana. Gelman la entiende natural e, incluso, hasta necesaria: la vida que se va deja un soplo en medio de la mano que es inútil besar.

Su poética, una vez más, sigue de cerca su biografía. Gelman deja expresamente establecido, incluso ante escribano público, que no desea prolongar su vida, si esta únicamente puede ser continuada con la ayuda de la tecnología hospitalaria.

Por todo esto, Hoy representa el comienzo y el final de un camino:

apagar, apagar, apagar, tómbolas de la muerte

vine y me voy.

Hoy es el nudo gordiano de la poética gelmaniana. En él se pone punto fi nal a una trayectoria de preguntas y preocupaciones. Pero también es El Aleph borgeano. En él se concentran todas las cuestiones planteadas en los poemarios anteriores. Es la síntesis de una vida y el fin de un recorrido. Es la despedida, pero también la respuesta final, que no sorprende: no hay respuestas. Porque en el fondo hay preguntas muy muertas y, al final, el vacío abandona todas las conjeturas. Sólo queda la nada, es decir, la absoluta ausencia de todo.

Descansar en una silla permite ver mejor la destrucción de un

colibrí. Acostado en su muerte, el color canta todavía, recuerda la

línea oblicua del pasar.

La agonía del colibrí deviene en oscuridad fi nal. La muerte es el color que se va, la belleza que no perdura y la quietud que desciende a la profundidad del estéril deseo y el oscuro yo: el deseo no se quiere morir ante el cadáver del deseo.

Como dijimos, Hoy representa un fi n de recorrido donde se mezclan la muerte, el exilio y su vida pasada. La muerte es el hijo, pero también es el exilio, las palabras, y finalmente… la nada, que paradójicamente, lo contiene todo. No es de extrañar, por lo tanto, que el quinteto temático (la muerte, el hijo, el exilio, las palabras y la nada) aparezca tan nítidamente interrelacionado, que las cuestiones se continúen unas en otras, se respondan preguntas de manera que se transformen en nuevas preguntas, y hasta se contengan y confundan. De esta manera, la cuestión de la poesía entraña temas de índole no literaria, médulas de discusiones con la nada y el tiempo.

El hijo muerto es el amor que no se explica, el miedo que no se entiende, el tiempo pasado que no sucedió, la muerte no interpreta sus textos, la muerte que no se alcanza a aprehender, como no se explican ni la vida ni la poesía. La nada es el vacío. No hay nada que entender: vida y muerte se abrazan sin pagar. Pero al mismo tiempo todo se explica por la ausencia de explicación. A la vez, se entiende que la respuesta es la aceptación y que la aceptación es poesía, pero también el amor y la misma nada. Es el pez que se come la cola, pero que no engorda con su propia carne, que es abundante y sabrosa, porque la progresión lleva a la desaparición, a la misma nada: dientes comiéndose a sí mismos, estómagos que no digieren porque ya fueron devorados. La imagen entraña confusión y paradoja. Quizás por ello, Gelman cierre su último libro con la poesía titulada "¿Y", una forma de pregunta que no se cierra. Porque entiende que no hay preguntas válidas que no aparezcan interrumpidas por la dinámica de la propia vida. La pregunta aparece incompleta, puesto que es incapaz de abarcar los interrogantes que genera la complejidad de una vida. Quizás el legado avenga la aceptación y el sosiego, la paz de una eternidad que ha muerto: la eternidad ha muerto y todo es diferente y se busca en el uno imposible.

04/10/15 Tiempo Argentino


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