Patricia Ramos recibió una llamada. Era un vecino del periodista y poeta José Eduardo. Se comunicaban para contar que durante la madrugada de ese mismo miércoles 2 de noviembre de 1976, un grupo de militares armados habían entrado por el techo de la casa de Eduardo. La persona que llamó, contó también que se escuchaban gritos que decían “no le peguen más”, y que después se llevaron al poeta y a su mujer, Alicia Cerrota, en un camión del ejército. La casa de Eduardo y Alicia estaba ubicada en la avenida Soldati 266, en San Miguel de Tucumán. Allí, quince días antes, habían alojado a una amiga, militante montonera (agrupación a la que pertenecía también Cerrota), que estaba herida. Según coinciden, habría sido el final de la persecución a Eduardo, que había empezado con la cesantía de su trabajo en Canal 10 (ver recuadro).
Los hermanos de José Eduardo lo recuerdan como alguien profundamente sensible, un intelectual y con un gran humor que manifestaba hasta en las situaciones más extremas. Entre los discos que estaban en su casa, había algunos de Les Luthiers, Almendra, Mercedes Sosa, La Biblia de Vox Dei y Led Zeppelin. Eso es lo que le gustaba escuchar en el equipo que hoy sus hermanos reconocen como “lo único de valor que había en su casa”.
Pasaron 39 años de aquel llamado que les cambió para siempre la vida. Cuando Eduardo desapareció, sus hermanas, las mellizas Ana y Patricia, tenían 14 años, y su hermano, Pedro, 24. Patricia dice que desde entonces se le borró la cara de su hermano. Ana, apunta que se quedó mirando para siempre por una ventana, y Pedro, que depositó en algún rincón lo que sentía y pensaba para poder seguir criando a sus hijos y sosteniendo su familia.
A principios de marzo de este año, Pedro recibió el informe del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) donde se anunciaba que los restos de José Eduardo habían sido identificados en el Pozo de Vargas junto a otras siete víctimas del terrorismo de Estado. “En ese momento no tenía posibilidades mentales de leer el informe. Ante semejante cosa, te desmoronás”, cuenta el mayor de los hermanos. “El próximo paso era la notificación del juez Fernando Poviña para la audiencia mientras se oficializaba el hallazgo, y en lo personal, el contacto telefónico con mis hermanas, para que ellas pudieran venirse hasta Tucumán”, cuenta. “Fueron diez días de hacer conjeturas, de charlar, sacándonos un poco de la conmoción en la que estábamos inmersos los tres y, obviamente, al resto de la familia, nuestros hijos”.
“‘¿Qué va a pasar el día que encuentre a mi hermano? ¿Quiero o no quiero?”, era la pregunta se hacía siempre Patricia Ramos. “Nunca me ilusiono. En este mundo de desapariciones yo aprendí a no ilusionarme, a ser muy concreta. Me rondaba la idea de encontrarlo. Pero a nivel consciente no lo esperaba. Cuando Pedro me avisó, ahí llegó la muerte. Lo mataron hace treinta ocho años pero lo mataron hoy. Quedé shockeada”, asumió Patricia.
Ana vive en Mar del Plata. Estaba allí cuando le anunciaron que habían identificado a Eduardo. “Los familiares seguíamos pidiendo aparición con vida a pesar de que ya sabíamos todo el martirio por el que habían pasado. O sea que sabíamos que él estaba muerto. Pero fue muy diferente cuando me llamaron para decirme que lo habían identificado. Fue llorarlo como aparecido porque no había podido pensarlo como muerto. Fue muy perturbador”.
"LO MÁS FUERTE". Los hermanos están sentados en el entrepiso del local comercial de Pedro Ramos. Vienen de días intensos, llenos de abrazos, homenajes, lágrimas y discursos. La historia quiso otra vez que sean ellos los protagonistas. Se emocionan cuando hablan de Eduardo, no alcanzan las palabras para definirlo. El dolor es profundo, como también lo es la sensación de paz que empezó a llegar en los últimos días.
- ¿Cómo se vive esta nueva condición, la del “aparecido”?
- Pedro: Dentro de todo este horror, lo más fuerte es asimilar que de un día para el otro se te desaparecen personas de tu casa y no aparecen nunca más. Podemos estar preparados para la muerte, pero para esto no. A mí me llevó muchísimos años procesar que un hermano mío con su esposa no están más y no van a estar nunca más. Es algo con lo que uno internamente está peleando para no asumir. Lo que pasó sirve para que uno finalmente lo acepte y esa aceptación va de la mano con pedir que castiguen a los culpables. Sólo así se podría cerrar el horror, que nunca va a dejar de estar en nosotros. Nosotros tenemos que terminar de curar eso y tiene que ser a través de la Justicia. La muerte no es procesable a nivel racional, tenés que hacerlo con el espíritu, curarlo, pero en este caso tenemos que llegar al esclarecimiento total y al castigo total sin consideración. Esa es la única forma que vamos a entrar en un período relativamente de paz interna. Saber que es un ciclo que se cerró y que la Justicia actuó como tiene que actuar.
- ¿Imaginaban que podía estar en el Pozo de Vargas?
- Patricia: No. No me había puesto a pensar nunca que podría estar ahí. Yo tenía toda la documentación de ese lugar y me horrorizaba… Después que pasó el primer golpe empecé a sentir el significado y lo positivo: que es el duelo. Poder hacerlo. Y ahí empecé y sentir que Eduardo ya estaba con nosotros, que lo habíamos recuperado. Políticamente, se me venía la imagen de Videla con ese gesto diciendo “el desaparecido no está, no tienen entidad, no está no existe”. Y entonces, decís: los desaparecidos no están viajando por Europa como dicen los Videla, no están en el aire. Están asesinados en campos de concentración y tirados en los peores lugares. Y es muy importante para la familia saberlo, porque eso es justicia. Y después, empiezo a pensar en los compañeros que faltan. Ahí pongo toda la energía ahora porque el trabajo del Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán, CAMIT, hace un trabajo bárbaro y el problema es que muchos familiares no han dejado todavía las muestras para los hallazgos en el Pozo (ver recuadro). El significado de que encuentren los restos y deje de ser un desaparecido, a nivel familiar y a nivel político, es gigante. Es demostrarle a estos asesinos que les salió todo mal y que el triunfo es nuestro y de los compañeros.
- ¿Qué datos tenían de José Eduardo? ¿Cuál fue el recorrido que pudieron armar después de su secuestro?
- Ana: Lo que armamos fue gracias al testimonio de Juan Martín Martín (Legajo Conadep N 440) que está en el Nunca más. Su aporte ahí y en las declaraciones en la causa “Jefatura de Policía de Tucumán s/secuestros y desapariciones” fue enorme. A Martín lo levantaron en agosto y lo liberaron a mediados del '78, le sacaron pasaporte y lo mandaron al exterior. Pero antes lo pasearon por los centros de tortura. Martín hizo un listado, gracias a él se arma la cadena que se realizó para armar el mapa de cómo se hizo la represión. Cuando volvía al centro clandestino, nombraba a la gente que estaba y que después no vio.
- ¿Qué reveló esa reconstrucción?
- Gracias a ese testimonio, sabemos que el primer destino de mi hermano fue la Jefatura de Tucumán, con su mujer. Lo secuestraron en noviembre y cuando Martín vuelve en diciembre, ya no lo ve. Saber la dinámica para nosotros es imposible. Yo estaba convencida de que lo habían matado en diciembre, pero después nos dijeron que lo ven con vida en Arsenal. Conjeturamos que hay gente que murió en la tortura y a esa la llevaron al pozo directamente.
- ¿Qué recuerdan del momento en que Eduardo desapareció?
- Patricia: En mi caso, tengo todo muy parcializado. Me cuesta hilar, fue un vacío muy grande, empecé a no entender nada. Lo único que tenía en la cabeza fue “dónde está mi hermano”, porque vivía como una vida a medias. Hoy quiero ordenar mi vida y tengo 52 años. Cuando me avisan de esto, es impresionante el clic que me hizo, pude ver mi vida, la constante inestabilidad. Fui madre pero mis hijos no me vieron nunca alegre. Te da miedo hasta de abrazar, evitás el contacto. Las consecuencias son terribles. Sufrí de melancolía, me quedaba horas mirando por la ventana. Cosas cotidianas que uno no lo tenía muy consciente y te das cuenta que has vivido muy mal.
- Pedro: Yo tenía una calma tremenda. Mi forma de reaccionar fue transformarme en otra persona que va a la par de mí, y esa no va sufriendo. Eso me permitió criar a mis hijos, seguir con mi vida. Fue cambiando con el correr de los años hasta esta última democracia, estos últimos diez años en que se empezó a hablar en serio del tema, cuando ya podías confiar en que si vos abrías la boca o hacías algo no te iban a secuestrar. Esa secuela quedó durante muchos años en mi caso.
- Ana: Yo no recordaba la cara de mi hermano, la tenía borrada. A partir de que me llamó Pedro para decirme que lo había encontrado, comencé a recordarlo. Con esta aparición puedo traerlo a mi memoria como si hubiera vuelto esta mañana. Son mecanismos complejos.
- ¿Cómo era Eduardo?
- Pedro: Era un tipo que andaba en los cafés literarios, leía, escuchaba mucha música y escribía. Este tema, conversar de estas cosas o de los riesgos, no los tocaba. Incluso, tomaba con bastante liviandad al accionar represivo porque estamos hablando todavía del gobierno democrático, se mofaba de algunas cosas. Intelectualmente, era un tipo distinto. Él veía las cosas con otra dimensión y, bueno, eso lo fue llevando, encauzando, en una determinada clase de gente que en ese momento pensaba mucho más allá de lo que pensaba un ciudadano común. Éramos hermanos que hacíamos cosas distintas pero compartíamos todo, el domingo, por ejemplo, o los grandes acontecimientos. No era un tipo común. A los 16 años ganaba concursos de poesía mientras que yo andaba hondeando por ahí.
- ¿Cómo se piensan de aquí en más'
- Ana: Siento que empiezo de cero.
- Pedro: Hemos tenido mucho resarcimiento espiritual de gente amiga, amigos de Eduardo, que nos dieron su apoyo. Mi vida tal vez sea a partir de ahora más reflexiva en muchas cosas. Hoy me siento partícipe de esta desgracia, tal vez antes la soslayaba. Espero que la justicia siga con la misma agilidad, que los familiares de desaparecidos dejemos de ser bichos raros. La reflexión me va a ayudar a que yo metabolice esto que hice durante años, de sufrir solo. Hoy sé que están mis nietos que ya saben, yo no necesito explicar más el silencio o el estado de ánimo distinto. Antes no podía hablar. Hoy ya puedo decir que soy esto, que me ha pasado esto.
- ¿Qué es lo primero que se les ocurre cuando piensan en su hermano?
- Patricia: La profunda sensibilidad humana que lo convirtió en un revolucionario. Él era un revolucionario porque le dolía toda injusticia, eso lo transformaba en un peligro para él mismo. Era vida. Si te tengo que decir qué era mi hermano, representaba la vida desde el mejor lado, desde el lado humano, absoluto y completo. Un lado hermoso de la vida.
- Ana: Tenía mucho sentido del humor. La revolución de Eduardo tenía que ver con su sensibilidad. Eso era un peligro tremendo para estos tipos, para los militares. Él iba a poner el pecho donde sea y lo puso. «
la compleja identificación de seis desaparecidos
A menos de una semana de cumplirse 39 años de la última dictadura cívico- militar, la justicia federal informó que los restos corresponden a Domingo Valentín Palavecino, secuestrado el 11 de marzo de 1977; Ramón Oscar Bianchi, el 14 de abril de 1976; Ramón Antonio Ortiz, el 1 de mayo de 1976; Samuel Gerónimo Romero, el 27 de enero de 1976; Santiago Omar Vicente, el 2 de febrero de 1976; y al periodista y poeta José Eduardo Ramos, secuestrado 2 de noviembre de 1976.
El Pozo de Vargas funcionó como una fosa clandestina durante la dictadura. Está a siete kilómetros de la Plaza Independencia, en el departamento de Tafí Viejo. Tiene una profundidad de 30 metros y las excavaciones empezaron hace diez años.
A diferencia de otros restos extraídos de fosas, esta vez el Equipo Argentino de Antropología Forense trabajó sobre muestras óseas y no sobre esqueletos, un proceso de reconstrucción de mayor complejidad por la degradación del tiempo.
El trabajo de investigación se realiza en conjunto con Fadetuc (Familiares de Desaparecidos de Tucumán) y CAMIT (Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán).
Hasta la fecha se han identificado a 37 víctimas del terrorismo de Estado.
"vos estás condenado"
Según el testimonio en la causa Jefatura de Tucumán, brindados por su hermano Pedro Ramos y en coincidencia con Marta Rondoletto como testigo, la situación en Canal 10 fue lo que marcó el destino de José Eduardo. El canal ya estaba intervenido en el momento del Golpe y había ingresado como responsable, nombrada directamente por Antonio Bussi, el militar Hugo Lindor Barrionuevo, quien reconoció durante la audiencia haber prestado servicios en la Oficina de Seguridad de la Universidad Nacional de Tucumán entre 1974 y 1976.
Ramos tenía una relación particularmente tensa con Barrionuevo. Rondoletto recuerda que el periodista tuvo problemas desde un comienzo con Barrionuevo. Entonces Ramos conducía un programa de interés general en la pantalla tucumana, del que participaban políticos locales. En uno de los programas se produjo un fuerte debate que derivó en una discusión a golpes de puño en los pasillos. Allí Ramos escuchó la primera amenaza de muerte.
Su hermano cuenta que Eduardo le había hablado de un hombre puesto por Bussi en Canal 10 y que le había propuesto montar un combate con montoneros y poner los cadáveres en el cerro y él se negó, y que entonces ese sujeto le dijo "vos estás condenado".