Por Andrés Mora Ramírez/ AUNA
Hoy solo la fuerza bruta o la conspiración edulcorada con cínicas apelaciones a la democracia liberal parecen ser los únicos recursos con los que cuenta el imperialismo. En ese clima de decadencia, el presidente estadounidense toma ánimo para aventuras cuyo desenlace podría ser trágico, una vez más, para toda América.
Barack Obama está en carrera abierta contra el tiempo, contra su destino y contra la historia. Su segundo mandato ya entró en la vuelta final y el cambio prometido al son del yes, we can sigue siendo un objeto de estudio para la comunicación política, pero no una realidad constatable, que llene las enormes expectativas que despertó. Como bien lo dijo el columnista colombiano Héctor Abad Falcione, con motivo de la derrota republicana en las elecciones de medio período, “las esperanzas desmedidas y las grandes ilusiones (todos soñamos con que el primer presidente negro de los Estados Unidos iba a cambiar el mundo) suelen terminar en grandes decepciones”. El mandatario que hoy recorre los pasillos de la Casa Blanca lleva sobre sus hombros una pesada carga: esa de no reconocer en el espejo de la realidad continental y global los escenarios que su refinada retórica y su equipo de expertos políticos y de mercadeo le hicieron augurar en sus discursos y declaraciones públicos.
Lejos de su optimismo sobre el liderazgo americano, lo cierto es que los Estados Unidos se encuentran en un auténtico pantanal, en lo que a política exterior se refiere. Hecho que se advierte, por ejemplo, en el debilitamiento de su hegemonía ante las reconfiguraciones del mundo multipolar; en el retorno de las fórmulas y estratagemas de la geopolítica “pura y dura”, y, por supuesto, en la apertura de nuevos frentes de conflicto en África del Norte, Medio Oriente, Ucrania y hasta Venezuela, en los que no se avizoran –por ahora– soluciones favorables a Washington.
Lo que parece ser una suerte de “operación limpieza”, que se radicalizó a partir del enfriamiento de las tensiones diplomáticas con Cuba –decisión que despierta tantas ilusiones como justificadas sospechas–, y que tiene como objetivos a Venezuela, la Argentina y Brasil: pilares de la nueva integración regional, de los nuevos equilibrios de fuerzas y, en definitiva, países estratégicos por su potencial económico y sus recursos energéticos.
Una combinación de acciones de guerra económica y mediática, de conflictos institucionales entre los poderes republicanos, y el asedio diplomático permanente, se enmarcan en esa impúdica concertación entre el gobierno de Obama y la derecha criolla, para “doblar brazos” a varios gobiernos suramericanos. Aunque estos empeños desestabilizadores han sido contenidos, en unos casos, y frustrados en otro, el horizonte de este conjunto de maniobras apunta a la Cumbre de las Américas 2015, que se celebrará en Panamá, y en la que las autoridades estadounidenses apuestan a encontrar un foro favorable a sus sempiternas aspiraciones de control bajo la égida ideológica del panamericanismo. Algunos analistas incluso afirman que esta cita podría ser la última oportunidad diplomática de mantener con vida las instituciones panamericanas, que han sido punta de lanza de la política imperial en América latina, pero que ceden terreno progresivamente frente a la Unasur o la Celac.
En la Cumbre de Puerto España, en 2009, el presidente venezolano Hugo Chávez obsequió a Obama un ejemplar del libro Las venas abiertas de América Latina, la obra clásica del uruguayo Eduardo Galeano. Aquel regalo, tan audaz como oportuno, tenía un propósito bienintencionado: apelar a la integridad y a la conciencia de un hombre culto, que incluso había sido crítico del intervencionismo militar de su país, para que no se repitiera bajo su mandato la tragedia del imperialismo en América. No se sabe si Obama finalmente leyó o no el libro. Pero, si lo hizo, hoy queda claro que la suya fue una vez más la lectura del opresor que se regodea en su poder y su dominación, y no la del oprimido que descubre la necesidad impostergable de la liberación.
22/03/15 Miradas al Sur
lunes, 23 de marzo de 2015
El Apocalipsis según el Chato
Por Eduardo Sacheri
A primera vista pudo parecer que el quilombo se armó porque a nosotros no nos gusta que nos den la vuelta olímpica en la jeta. Cosa que es cierta, ojo, ¿Hay alguien a quien le guste semejante cosa? Pero apenas escarbás un poco te das cuenta de que la cosa venía de más lejos. Porque mirándolo un poco más a fondo era también un asunto de polleras. O tal vez en cierto modo la clave del balurdo estaba en lo de la chata ladrillera. O más bien era todo junto, bien revuelto: la cosa venía cargada con lo de la chata, se complicó feo con lo de la Yamila y se terminó de pudrir con lo de la vuelta olímpica.
Arranquemos por el principio: el Chato y el Alelí son primos hermanos, pero desde que eran pibes se quieren sacar los ojos. Se han pasado la vida buscándose camorra. Si hasta parece que cada cosa que piensan, que hacen y que dicen, la piensan, la hacen y la dicen para joderle la vida al otro. Los dos son los mayores de cinco hermanos. Los dos nacieron en agosto del 61. Y los dos se odian. Bastó que uno se hiciera de Estudiantes para que el otro se hiciese de Gimnasia, y eso que La Plata nos queda en el culismundis. A uno le gustaba de chico jugar al Zorro y el otro no paraba de decir que ése era un enmascarado trolo y que no había nadie mejor que Batman. Uno se hizo hincha de Ford y el otro, naturalmente, fanático de Chevrolet. Uno se las daba de la Momia y el otro se hacía pasar por el Caballero Rojo. Físicamente son parecidísimos: dos negrazos gigantescos, grandes como roperos, de esos que si te los cruzás de noche por una calle oscura te conformás con que lo que te vayan a hacer dure lo menos posible. Al Chato le dicen Chato porque antes de pegar el estirón, hasta los doce, era un enano. Alelí y sus amigos dicen que no, que le dicen Chato porque tiene la nariz aplastada como los boxeadores, y que eso es producto de una piña que le puso el Alelí cuando eran pibes. Pero no es cierto. Al Alelí le dicen así porque se llama Alberto Elías, y bastó que una vez el Chato le dijera que tenía iniciales de florcita para que el otro se pusiera violeta de la rabia y lógicamente le quedara el apodo para toda la vida.
Ya dije que se han pasado la existencia odiándose con una entrega sin fisuras. Y no se han fajado más porque siempre vivieron relativamente lejos uno del otro. Alelí es de La Merced, y nosotros con el Chato somos de La Blanquita, y para el que no conoce la zona hay que aclarar que entre los dos barrios hay como treinta cuadras y son de tierra. Las calles siempre fueron una ruina, de modo que cuando caen dos gotas te queda un enchastre de pantano que reíte de los de la Florida, porque lo único que les falta son los cocodrilos. Así que se veían para los cumpleaños de los viejos, para Pascua, para Fin de Año, para las comuniones, y se daban que era un contento.
Lindo se puso cuando entramos al secundario. El único colegio que había en diez kilómetros a la redonda estaba sobre la ruta, de modo que ahí sí tuvieron que encontrarse. Duraron dos años y protagonizaron batallas memorables. En primer año tenían la delicadeza de fajarse en el campito de las vías, pero en segundo perdieron totalmente la compostura y se daban en el aula, en los recreos, en la formación, en el baño o donde los sorprendiese la furia. El Chato finalizó su carrera académica el día en que hizo aterrizar una silla a los pies del director, previo paso por el ventanal del aula que daba al patio. El Chato aclaró después que se trató de un error comprensible porque una silla es difícil de dirigir, y él tenía que optar entre apostar al impulso de cruzar el aula de punta a punta con el sillazo o asegurar el impacto en la frente del Alelí, y en esa disyuntiva entre propulsión y exactitud optó por lo primero y el resultado fue expulsión directa. El Alelí no duró mucho más. Fue como si desaparecido su enemigo no hubiera tenido sentido seguir torturándose en la batalla del conocimiento. Al mes siguiente, y con la excusa de unos petardos en el baño de mujeres, el director se dio el gusto de firmar la expulsión del segundo de los primos. Para los que quedamos, el colegio perdió casi toda su pimienta. Bueno, "para los que quedamos" es casi una manera de decir, porque para mis amigos del barrio La Blanquita la secundaria era un tormento que no estaban dispuestos a tolerar. De La Merced se recibió únicamente Rubén Acevedo, y de nuestro terruño fui el único sobreviviente. Parece mentira cómo la tenacidad y la inercia tienen premio. Fue cuestión de ponerse en la cola y aguantar, de ahí hasta terminar la facultad.
Tuve suerte, porque conseguí un buen trabajo y este vocabulario universitario tan distinguido, atributos ambos envidiables en mi barrio. Pero ahí está: cuando digo ''mi barrio" me refiero a ése, a La Blanquita, y no al hermoso, cuadriculado, pavimentado y arbolado suburbio de clase media en el que vivo ahora. Será por eso que todos los fines de semana, llueva o truene, haga frío o calor, esté sano o enfermo, me escapo a jugar al fútbol allá. Caiga quien caiga, armo el bolsito y me tomo el bondi bien temprano. Mi mujer me sonríe tiernamente al despedirnos, porque supone que dejo el auto en casa para que mis amigos no se sientan mal por mi progreso. Yo la dejo pensar que soy un dulce, pero la verdad es que no lo llevo porque en La Blanquita cualquier auto de modelo 1970 para acá puede demorar entre veinte y veintitrés minutos en convertirse en 2.476 repuestos.
Pero bueno, no sé por qué estoy hablando tanto de mí, cuando el asunto es contar lo que pasó con el Alelí y el Chato. Por si no ha quedado claro, yo soy amigo del Chato desde primer grado y amigo de los amigos del Chato. Eso me convierte en enemigo del Alelí y en enemigo de los amigos del Alelí. Ojo que ellos deben ser buena gente, como los míos, pero en lo que llevamos de vida nuestros encuentros han sido demasiado tumultuosos como para detenerme a averiguarlo. La única excepción somos el Rubén Acevedo y yo, porque la soledad del secundario nos unió en el infortunio cuando ninguno de los otros vagos sobrevivió a tercer año. Pero nuestra amistad es un secreto mejor guardado que los de la Guerra Fría, porque si se llegan a enterar el Chato y el Alelí, nos excomulgan y nos echan de la tierra prometida.
Ahora que crecimos las batallas son menos frecuentes y más civilizadas. No incluyen ni sillas ni gomeras. Apenas uno que otro trompazo, pero nada grave. Gracias a Dios nos queda el fútbol. Hace una pila de años que jugamos un campeonato en las canchas del Sindicato Postal, sobre la ruta. Se supone que es por el honor y una copita de morondanga, pero todos saben que es por guita. Se hace una vaquita con la inscripción, pero la mayor parte no es ni para alquilar las canchas ni para pagar los jueces: es para el equipo que gana. Como juegan arriba de veinte equipos se juntan unos lindos mangos. El campeonato es largo como esperanza de pobre, pero nadie se queja porque cuantos más equipos son, más plata se junta para el premio. Lógicamente, hace como veinte años, cuando el Chato se enteró de que el Alelí y sus secuaces se habían inscripto, nos conminó a abandonar nuestros destinos, nuestras familias, nuestras carreras, nuestros sueños y nuestras ilusiones para seguirlo, y aclaró que si desoíamos semejante convocatoria nos iba a cagar a patadas.
No hizo falta porque nos pareció magnífico. Eso sí: hay gente a la que le cuesta entender que uno tenga compromisos deportivos impostergables los fines de semana, como pude comprobar cuando me puse de novio. Igual, con un poco de buena voluntad, se liman esas desavenencias. En mi caso, por ejemplo, logré que mi flamante esposa aceptase salir de luna de miel un lunes en lugar de un domingo, porque justo nos habían puesto el partido el domingo a mediodía. Igual lo nuestro en la cancha fue anecdótico: después del casorio y con lo que chuparon esos animales en la fiesta, dimos pena y nos llenaron la canasta. Gracias a Dios mis tres hijitos tuvieron la genial ocurrencia de nacer en días hábiles y así me evitaron más de un dolor de cabeza. Pero la pucha, estoy de nuevo hablando de mí y no hace al asunto.
El famoso campeonato del Sindicato Postal lo ganamos en el 84 y en el 93. Y los del Alelí embocaron los del 90 y 96. Pero el año pasado quiso la mala leche que esos turros tuvieran una campaña gloriosa y que la nuestra fuese paupérrima, y que el maldito fixture nos mandara a jugar la última fecha contra ellos. Y no había chance para la hazaña. Para que perdieran el campeonato hacía falta que los que venían segundos ganaran por ocho goles el último partido y que nosotros les hiciésemos diez a los del Alelí. Eso era imposible, sobre todo porque cuando nos enfrentamos salen unos partidos de mierda, bien tipo clásico, con sesenta y tres mil patadas y un octavo de idea, así que no había manera de arruinarles la fiesta. El asunto fue tema de vestuario desde agosto, y a medida que pasaban los fines de semana y los guachos seguían ganando, la cara del Chato iba tomando un tono gris lápida.
Para los demás no era tan grave. Como mucho tendríamos que bancarnos el show de ellos (con festejos y vueltita alrededor de la cancha) sin chistar, pero podríamos tomar una dulce revancha llenándolos de taponazos en cada pelota dividida. Para el Chato, en cambio... Para el Chato iba a ser distinto. Ya hablé del odio viejo que se tienen con el Alelí. Pero ese odio tomó un cariz económico-empresarial cuando el Chato se compró, hace tres años, la "chata ladrillera", que no se llama así en honor a su dueño sino porque es un híbrido estrafalario entre un camión chico y un Rastrojero grande, con la caja plana y la cabina en tal estado de oxidación que parece el Titanic en el fondo de los mares. El Chato adquirió el adefesio para poder dedicarse a su sueño: comprar ladrillos en los hornos que hay detrás del barrio y revenderlos a los corralones. No parece un sueño demasiado atractivo, si perdemos de vista lo fundamental: lo de los ladrillos fue como meterle el dedo ahí donde más molesta al Alelí, que está en ese negocio desde hace como siete años. Para colmo el Chato tuvo un éxito rotundo. Como es más simpático, les da charla, les convida chipá recién horneado por su vieja, reparte una damajuana aquí, otra allá, esas cosas. El Alelí no estuvo a la altura de esa política agresiva de conquista del mercado. Se durmió, y cuando quiso acordarse había perdido un montón de hornos y de corralones. Si no quebró fue porque el viejo le dio una mano para comprar un camión como Dios manda y con eso pudo triplicar la carga que hace el Chato en cada viaje. Aunque tampoco es tan simple, porque con ese tremendo camionazo hay lugares a los que con el barro no puede entrar, y según el Chato lo mata el precio del gasoil porque tiene un motor de la san puta, y en cambio a la chata ladrillera no hay con qué darle porque anda con cualquier cosa, le tirás un fósforo de cera en el carburador y arranca, le tirás el agua del termo y avanza unos metros. Eso dice el Chato, que está orgullosísimo de la porquería de chata que tiene.
Pero la venganza del Alelí vino por el lado sentimental, cuando le sonó la novia al Chato. Resulta que el Chato se había conseguido a la Yamila, que según los cánones estéticos de mi barrio es una diosa. Tal vez caballeros más civilizados la encuentren algo vulgar, o poco estilizada, o excesivamente carnosa, pero en La Blanquita la Yamila es una bomba en todo el sentido de la palabra. El Chato la había conquistado y andaba con los ojos brillantes y casi flotando a unos centímetros del piso. Para mejor el Alelí no había tenido otra idea que meterse de novio con la Pupi, que es la hermana del Lalo, uno de sus amiguitos, y la Pupi es más horrible que chupar un pickle en ayunas, cosa que para saludarla no sabés si darle un beso o moverla con un palito. Hasta ahí, el Chato se sentía el Agente 007 y el Alelí se quería matar de a poco. Pero quiso la mala fortuna que el Chato se agarrase una hepatitis de novela que lo puso por un tiempo más cerca del arpa que de la guitarra, y que lo tuvo tres meses en reposo y alejado de los lugares conocidos. Y ahí el Alelí hizo su jugada. Como la carne es débil, y la Yamila es más bien ligerita de cascos, cuando el Chato regresó del túnel brillante que anticipaba el Más Allá se encontró con la novedad de que la Yamila descansaba en brazos de su peor enemigo.
En síntesis, el año pasado el conflicto Chato-Alelí estaba al rojo vivo. La Yamila en manos del Alelí, el negocio ladrillero con leve ventaja del Chato. Pero este asunto del campeonato con vuelta olímpica en las narices enemigas podía significar un desequilibrio intolerable para el sacrificado espíritu de mi amigo. Al Chato le ofrecimos que ese día no viniera. Él, grave y sereno como un estadista, nos dijo que no podía haber funeral sin muerto y que podía ser muchas cosas pero cobarde jamás, así que muchas gracias pero imposible.
Y ahora me acerco al foco de los hechos, porque faltando tres fechas los acontecimientos tomaron un giro inesperado. Estábamos tirados en el vestuario, sobre los bancos de listones de madera, sin apoyar los pies en el suelo porque los muy mugrientos que juegan ahí lavan los botines en las duchas y llenan todo de barro, y si no tenés cuidado te podés pegar una patinada de la reputísima madre, sobre todo si venís con tapones de aluminio como le pasó una vez a Walter, pero no viene al caso. El asunto es que ahí estábamos, rumiando el destino, mientras el vapor de las duchas flotaba a un metro del piso enlodado. Habíamos estado sacando cuentas y no había modo de que los malparidos esos perdieran el campeonato. Nos habíamos callado ante lo irreparable de nuestra fatalidad, y de pronto Carucha comentó entre suspiros, como para sí mismo: "La pucha, hay que joderse... Es como el Apocalipsis". Walter levantó la cabeza y lo interrogó con un "¿Lo qué?", que en Walter es la máxima expresión de duda metafísica. Habrá pensado que Carucha se refería a un boliche bailable que se llamaba así y que supimos frecuentar en nuestra tierna adolescencia. Yo pesqué lo que decía porque Carucha siempre dice eso del Apocalipsis, que no sé de dónde lo aprendió, cuando quiere significar que algo es demasiado terrible. Le suena como una palabra irrevocable, aunque no tenga mayores datos al respecto. Así para Carucha la crisis económica es "como el Apocalipsis", y el descenso de Ferro fue "como el Apocalipsis", y esa misma tarde había hecho "un calor de Apocalipsis". Me disponía a explicarle a Walter a qué se refería nuestro metafórico volante central, cuando entre las brumas del vestuario emergió la cara del Chato, que con tono enérgico le hizo repetir a Carucha lo que había dicho. "Como el Apocalipsis, Chato, eso dije", repitió obediente, y al instante el Chato le preguntó si su cuñado seguía siendo pastor evangelista. Carucha, asombrado, dijo que sí, y ahí nomás el Chato le pasó una lapicera y un papel humedecido y le dijo que le anotara ya mismo el teléfono. Después se bañó y rajó sin chistar, sin tiempo ni para una cerveza ni para nada.
Las dos fechas siguientes (las anteriores a la última) el Chato no aportó por el campo de deportes del sindicato. Para contabilizarle al Chato dos ausencias consecutivas al campeonato había que remontarse a la hepatitis, de manera que nos resultó extraño. De todos modos no había a quién preguntarle porque también estaba desaparecido del boliche de Damián, que es donde se encuentran los muchachos entre semana. Y tampoco quisimos pasar por su casa porque la vieja del Chato es más loca que él y si sospecha que le oculta algo le encaja dos cinturonazos antes de preguntarle qué pasa. Preferimos aguardar.
Naturalmente, el día del último partido estuvimos todos. Como ya manifesté, no había más que resignarse, aceptar la ignominia y surtirles un par de buenos patadones para que nos recordaran durante el receso veraniego. Naturalmente, del equipo del Alelí también estaban todos. Todos los pataduras que se la dan de jugadores, y todos los hijos y todos los padres y todas las mujeres y todos los tíos y todos los cuñados y todos los amigos, me cacho, porque ya que se trataba de humillarnos la iban a hacer completa. Por supuesto, también estaba la Yamila, metida a duras penas en una remerita roja y en un vaquero prelavado que partía las piedras y por el que más de uno se la quedaba mirando con la mandíbula chocándole las rodillas. El turro del Alelí la tenía ahí como trofeo. Campeonato, vuelta olímpica y la Yamila. Fiesta completa. No por nada el fulano ponía cara de satisfecho y se había comprado pantaloncitos y medias nuevas para salir en la foto. El Chato llegó puntual pero puso cara de "no questions", así que lo dejamos cambiarse sin preguntas.
Lo que se jugó del partido, que fue un tiempo y moneditas, salió según era previsible. Arbitro nervioso, pierna fuerte, foules continuos, muy conversado, un asco. Era uno de esos 0 a 0 que podés jugar ocho meses y veinte días y seguís sin hacerte un gol ni por equivocación. Ni ellos iban a cometer el desatino de querer ganarnos y ligar un planchazo a la altura del ombligo, ni nosotros íbamos a hacernos echar por carniceros y comernos una suspensión de siete fechas para el año entrante. Jodía un poco, eso sí, el barullo que metían los familiares de ellos, que hacían cantitos y tocaban cornetas. Por suerte su equipo se llama Escapes Nahuel, que es el nabo que les garpa las camisetas, y con ese nombre de mierda no hay cantito que rime. Así que no podían pasar del dale campeón, dale, campeón, y se aburrían pronto.
Iban como diez minutos del segundo tiempo y el juego estaba detenido porque el ocho de Escapes Nahuel había tenido un arranque de originalidad y le había tirado un caño con pisada al Gallego. Y si hay un tipo al que le molesta que le pisen la bola y le tiren un caño es al Gallego, que no tuvo más remedio que intervenirlo quirúrgicamente en el círculo central. Mientras atendían al osado mediocampista levanté la vista y vi, más allá del alambrado y caminando a buen paso por la banquina de la ruta, a un grupito bastante numeroso de personas vestidas con túnicas blancas. Eran algunos hombres, muchas mujeres y un montón de pibes. Cantaban, aplaudían y algunos tocaban panderetas.
Me distraje en seguida porque se reanudó el partido, pero dos minutos después no pude evitar mirarlos de nuevo porque habían llegado a la altura del portón de ingreso, habían girado a la derecha y habían entrado al campo de deportes a paso redoblado. Ahora el sonido de sus cantos tapaba los cornetazos de la hinchada de los rivales, o tal vez la sorpresa de todo el mundo era tan grande que el público había hecho silencio. No había pasado otro minuto cuando, mientras la pelota se jugaba cerca de la línea de fondo nuestra, los monos de las túnicas se lanzaron serenamente a invadir el campo de juego al grito de Aleluya, Aleluya. La pelota la tenía el once de ellos, yo lo estaba marcando, y el árbitro tocó un silbatazo capaz de perforarle el tímpano a cualquiera. Por un segundo dudé, porque acababa de decidir terminar la gambeta de mi rival con un taponazo directo al cuadríceps, pero todavía no había ejecutado el movimiento correspondiente y este tipo me cobraba el foul por adelantado. Nada que ver: lo que hacía el réferi era salir como loco para impedir la invasión de cancha. Los intrusos no le dieron ni bola, seguían cantando con rostros dichosos, abriendo los brazos y diciendo Aleluya, hermano, Aleluya, a los pocos que se les iban acercando para ver qué bicho les había picado.
Era tan extraño todo que los de las túnicas, aprovechando el factor sorpresa, pudieron llegar hasta el círculo central y sus adyacencias, se hincaron de rodillas en ronda, se dieron las manos e iniciaron un rezo ferviente, alzados los ojos al Altísimo. En el centro, el pastor dirigía la plegaria. Y el pastor no era otro que el cuñado de Carucha, cuyo teléfono había solicitado tan vehementemente el Chato unas semanas atrás, en el vestuario. Pero no tuve tiempo de apuntar más conclusiones porque el tipo vociferó de pronto, con una voz propia de Moisés en el Sinaí, que ése era el día del regreso del Señor, arrepiéntete, hermano, arrepiéntete, porque el Apocalipsis ha llegado. Agregó algo de unas trompetas y unos jinetes, pero me lo perdí porque una súbita sospecha me hacía buscar al Chato en medio de la muchedumbre, y no conseguía ubicarlo. Enseguida el pastor recuperó toda mi atención cuando anunció que íbamos a escuchar el testimonio del hermano Ceferino, a quien el Señor se le había manifestado en sueños el miércoles por la noche, anunciándole su segundo advenimiento. Y digo que recuperó mi atención no tanto por lo del advenimiento sino por lo de Ceferino, porque ése es, ni más ni menos, el verdadero nombre del Chato, cosa que sabemos cuatro o cinco tipos nada más, porque le dicen el Chato desde que era un pibito, pero eso ya lo expliqué.
Y entonces el turro de mi amigo, como si siguiera una senda luminosa trazada por los poderes celestiales, alzó los brazos y al grito de aleluya empezó a caminar hacia el círculo central, y los peregrinos le abrieron un caminito para que pasara y pudiera pararse al lado del pastor, que le apoyó la mano en el hombro como invitándolo a hablar; la verdad que era cómico verlo al Chato disponiéndose a predicar en pantaloncitos cortos y con la camiseta a rayas verticales, aunque se ve que el pastor advirtió que perdía imagen porque se apuró a zamparle una túnica extra que traía alguno de los caminantes. Una vez ataviado, el Chato, con su metro noventa de estatura y los brazos alzados al cielo, los botines asomando por debajo de la túnica porque le quedaba corta, los ojos bajos y la voz entrecortada, declaró que sí, hermanos, que era cierto, que hacía un tiempo había iniciado un camino de fe y de victoria en las manos del Señor, que lo había alejado de Satanás y sus tentaciones, Amén, y que Dios lo había colmado de bendiciones y triunfos y sanaciones diversas, y que como punto culminante de esa cadena de milagros se le había presentado en sueños el miércoles por la noche, Aleluya, para hacerle saber que en ese sitio exacto, en ese punto preciso de la verde pradera, el Señor iba a apacentar a su rebaño, porque pronto se produciría la segunda venida del Señor, Amén, Amén. En ese punto los de las túnicas se lanzaron de nuevo a las panderetas y a las bendiciones, y el Chato cayó postrado con una expresión tan emocionada que si yo no supiera que es un hijo de mil puta mentiroso era como para enternecerse en serio, y el piola se tapaba la cara como si estuviera llorando deslumbrado por la imagen de Dios todavía grabada en su retina, y entonces el pastor Pedro aprovechó para tomar de nuevo la palabra y anunciar alborozado que ese día, hermanos y hermanas, era un día de gozo y de gloria y de triunfo para la comunidad de la Nueva Iglesia Libre de Jesús Alborozado, siempre colmada de bendiciones, porque iban a comenzar la construcción de un templo para gloria del Señor, en el exacto punto de su próxima venida, Amén, y que Jesús nos colmaría a todos de sanaciones y rompería todas las ataduras y maleficios lanzados por nuestros enemigos, y que era imprescindible poner manos a la obra porque el Reino de Dios estaba cerca, y que ese círculo de cal con una raya y un punto en el medio era premonitorio, pues seguramente el Señor utilizaría esa señal para orientarse en el descenso desde las alturas del Paraíso. Y el Chato se incorporó enfervorizado, se arremangó la túnica, y mientras gritaba que había que apurarse para que Jesús tuviera un lugar propicio para el aterrizaje, a trabajar, hermanos y hermanas, a trabajar, Amén, sacó una pala no sé de dónde y empezó a puntear el pasto con alma y vida, casi en el círculo central.
Ahí fue como que se rompió el hechizo, no sé si por casualidad o porque la cara de satisfacción del Chato no era precisamente la de un converso reciente que acaba de recibir la revelación del Altísimo, sino más bien la de un malparido que está haciendo lo humanamente posible dentro del muy terrenal proyecto de cagarle la vuelta olímpica a su enemigo de sangre. El árbitro le preguntó al Chato qué carajo hacía y el otro le informó con enorme dicha que se disponía a iniciar los cimientos del templo. Cuando los de Escapes Nahuel escucharon la respuesta se fueron al humo y la multitud se fue apretando cada vez más sobre el círculo central. El primero que logró atravesar el cordón de túnicas y llegar sobre el Chato intentó sacarle la pala, pero el flamante apóstol le metió un empujón que lo sentó de culo mientras seguía paleando tierra, y el hermano Pedro gritaba haya paz, haya paz, e invitaba a todos a participar de la grande obra del Señor, alabado sea Dios, y el arquero de ellos le gritaba ma qué alabado, pibe, rajá de acá que estamos jugando el partido, y el Chato de vez en cuando interrumpía su sagrada labor para vociferar que lo ayudaran a impedir la sucia tarea de los servidores de Satanás. Y entonces varias de las minas de las túnicas se abalanzaron para proteger al portador de la buena nueva, que sonreía con cara de estampita en medio de sus ángeles custodios, pero el Alelí, que por fin caía en la cuenta de que lo estaban acostando y que estaban por afanarle la vuelta olímpica que venía soñando desde mayo, se lanzó como una topadora hacia su primo, y como entre los dos había como treinta personas se las fue llevando puestas a medida que avanzaba y se tropezaba con los caídos, de manera que se estaba armando un revuelo de la puta madre, pero hasta ese momento era como una olla a presión cuando larga el silbidito sin estallar, porque aunque algunos forcejeaban la mayoría de los presentes apenas atinaba a mirar con cara de vacas asombradas. Cierto es que Carucha, como hace siempre en los tumultos, aprovechó para pegar unos cuantos puntinazos en las pantorrillas rivales amparado en el quilombo de gente empujándose para un lado y para otro, pero la cosa no pasó a mayores hasta que el pastor Pedro se hizo subir a babuchas sobre los hombros de uno de sus seguidores, y con la misma voz mosaica del principio vociferó pidiendo calma, hermanos, calma, porque al fin de cuentas el que estuviera libre de pecado debía ser el que arrojara la primera piedra. La verdad es que no fue una frase demasiado feliz, teniendo en cuenta que en el auditorio estaba Lalo, que juega de siete para ellos, y que como win derecho es una flecha pero que tiene de bruto lo que su hermana la Pupi tiene de fea, y como usa el cerebro apenas para acolchar por dentro los huesos del cráneo, pobrecito, suele tomar las cosas de manera demasiado literal, así que cuando escuchó lo de arrojar piedras no tuvo mejor idea para colaborar con la grande obra del templo del segundo advenimiento que sacudirle un lindo cascotazo al pastor Pedro en el parietal derecho con una puntería francamente admirable, si tenemos en cuenta tanto la distancia como la abundancia de obstáculos móviles que tuvo que sortear el proyectil antes de dar en el blanco, blanco que dicho sea de paso cayó de cabeza al pasto con un chillido, en medio del horror espectral de su rebaño.
Fue un segundo de expectación, porque bastó que el Chato gritara que no iba a permitir el triunfo de Satanás, sacudiendo la pala por encima de las cabezas, para que todo el mundo, jugadores, peregrinos, público, administrador del campo, veedores del campeonato, réferi y demás yerbas terminásemos sumergidos en un mar de piñas. Por lo menos era fácil identificar a quién mandarle un tortazo: todos los que tenían la camiseta de Escapes Nahuel y todos los que estaban de civil eran el enemigo; los de camiseta a rayas y los de túnica blanca eran de los nuestros. No sé quién tuvo la genial idea de desarmar un par de bancos del vestuario, pero cuando entraron a fajar con los listones de madera la cosa se puso brava, y a mí me sacudieron un tablonazo que me dejó un chichón color guinda del tamaño de un damasco que tardó como tres semanas en bajarse.
No tengo ni noción de lo que duró el despelote, pero debe haber sido un buen rato porque la comisaría queda bastante lejos y hasta que no llegó el segundo patrullero no hubo manera de serenar los ánimos. Y digo el segundo porque el primer auto de las fuerzas del orden fue objeto de los nuevos apóstoles del segundo advenimiento, cuando el hermano Ceferino, o sea el Chato, en una breve pausa del intercambio de tortazos en el que estaba enfrascado con el Alelí en duelo singular, dijo que había que dar al César lo del César y a Dios lo de Dios, y por lo tanto impedir que las fuerzas terrenales se interpusieran en la gran obra del ministerio celestial, y yo me maté de risa mientras un grupo de minas se lanzaba a rechazar a los demonios uniformados, porque eso de Dios y el César debía ser una de las tres cosas que al Chato le quedaron de cuando hicimos catequesis para la comunión.
Al rato cayeron dos patrulleros más y un camioncito celular, y entraron a levantar muñecos como en pala. Algunos muchachos saltaron el alambrado por el fondo. A otros los vi encaramándose en los árboles. Yo zafé porque se me dio por correr para el lado de las piletas. Me lancé a lo hondo con botines y todo, y me la pasé hundido hasta la nariz hasta que logré sacarme la ropa y quedar en slip, aunque me dio un poco de calor enfilar así, en taparrabos, para el vestuario, porque el solario estaba lleno de gente. Cuando me atreví a volver para las canchas había terminado todo. Quedaban un par de túnicas tiradas, la pala y una linda zanjita de tres metros como para empezar un buen encadenado de cimientos.
Y ese es todo el asunto, o casi todo. El Chato salió de la comisaría el lunes a la mañana. El pastor Pedro quedó en observación en el hospital hasta el martes. No lo detuvieron porque permaneció inconsciente por la pedrada durante todo el evento. Igual está de parabienes. Los de las túnicas lo promovieron al cargo de máximo líder espiritual de la recién fundada Nueva Iglesia del Advenimiento Inminente del Pastor Pedro, y se están construyendo un templo nuevo cerca de la rotonda.
Por supuesto, el partido jamás terminó de jugarse. Lo dieron por empatado, y a ellos les alcanzó con ese punto para salir campeones. Pero eso no es nada. Lo lindo del caso es que al Alelí parece que se le vino la noche. Antes de largarlo, en la cana le hicieron la averiguación de antecedentes y le saltó un asunto de cheques sin fondos que lo marginó de las canchas, y del aire libre en general, por espacio de siete largos meses. Si ya antes de su detención el Chato le hacía la guerra de tarifas con la chata ladrillera, ahora está a punto de monopolizarle el mercado. Y otra cosa. La gente de La Blanquita, por lo general, es rápida. Y el Chato, como creo que quedó demostrado, es capaz de tomarle la patente a una mosca en vuelo. Para Fin de Año se cayó por lo de la Yamila con un ramo de flores, y la dama, enternecida por la conversión religiosa de su antiguo enamorado, se dejó reconquistar. Es cierto que, para que no digan por ahí que es una chica fácil, se hizo rogar como tres cuartos de hora.
Así están las cosas ahora. El Alelí acaba de salir y tiene una furia que mastica durmientes de ferrocarril. Jura a los gritos que ya llegará el tiempo de su venganza. Igual nosotros estamos tranquilos. Primero porque el Chato está contentísimo, y la felicidad de los amigos es el mejor pan para nutrirnos el alma. Y segundo porque este año venimos hechos un violín en el campeonato, y no creo que se nos escape, Amén.
(De La vida que pensamos. Cuentos de fútbol, Alfaguara, Buenos Aires, 2013.)
A primera vista pudo parecer que el quilombo se armó porque a nosotros no nos gusta que nos den la vuelta olímpica en la jeta. Cosa que es cierta, ojo, ¿Hay alguien a quien le guste semejante cosa? Pero apenas escarbás un poco te das cuenta de que la cosa venía de más lejos. Porque mirándolo un poco más a fondo era también un asunto de polleras. O tal vez en cierto modo la clave del balurdo estaba en lo de la chata ladrillera. O más bien era todo junto, bien revuelto: la cosa venía cargada con lo de la chata, se complicó feo con lo de la Yamila y se terminó de pudrir con lo de la vuelta olímpica.
Arranquemos por el principio: el Chato y el Alelí son primos hermanos, pero desde que eran pibes se quieren sacar los ojos. Se han pasado la vida buscándose camorra. Si hasta parece que cada cosa que piensan, que hacen y que dicen, la piensan, la hacen y la dicen para joderle la vida al otro. Los dos son los mayores de cinco hermanos. Los dos nacieron en agosto del 61. Y los dos se odian. Bastó que uno se hiciera de Estudiantes para que el otro se hiciese de Gimnasia, y eso que La Plata nos queda en el culismundis. A uno le gustaba de chico jugar al Zorro y el otro no paraba de decir que ése era un enmascarado trolo y que no había nadie mejor que Batman. Uno se hizo hincha de Ford y el otro, naturalmente, fanático de Chevrolet. Uno se las daba de la Momia y el otro se hacía pasar por el Caballero Rojo. Físicamente son parecidísimos: dos negrazos gigantescos, grandes como roperos, de esos que si te los cruzás de noche por una calle oscura te conformás con que lo que te vayan a hacer dure lo menos posible. Al Chato le dicen Chato porque antes de pegar el estirón, hasta los doce, era un enano. Alelí y sus amigos dicen que no, que le dicen Chato porque tiene la nariz aplastada como los boxeadores, y que eso es producto de una piña que le puso el Alelí cuando eran pibes. Pero no es cierto. Al Alelí le dicen así porque se llama Alberto Elías, y bastó que una vez el Chato le dijera que tenía iniciales de florcita para que el otro se pusiera violeta de la rabia y lógicamente le quedara el apodo para toda la vida.
Ya dije que se han pasado la existencia odiándose con una entrega sin fisuras. Y no se han fajado más porque siempre vivieron relativamente lejos uno del otro. Alelí es de La Merced, y nosotros con el Chato somos de La Blanquita, y para el que no conoce la zona hay que aclarar que entre los dos barrios hay como treinta cuadras y son de tierra. Las calles siempre fueron una ruina, de modo que cuando caen dos gotas te queda un enchastre de pantano que reíte de los de la Florida, porque lo único que les falta son los cocodrilos. Así que se veían para los cumpleaños de los viejos, para Pascua, para Fin de Año, para las comuniones, y se daban que era un contento.
Lindo se puso cuando entramos al secundario. El único colegio que había en diez kilómetros a la redonda estaba sobre la ruta, de modo que ahí sí tuvieron que encontrarse. Duraron dos años y protagonizaron batallas memorables. En primer año tenían la delicadeza de fajarse en el campito de las vías, pero en segundo perdieron totalmente la compostura y se daban en el aula, en los recreos, en la formación, en el baño o donde los sorprendiese la furia. El Chato finalizó su carrera académica el día en que hizo aterrizar una silla a los pies del director, previo paso por el ventanal del aula que daba al patio. El Chato aclaró después que se trató de un error comprensible porque una silla es difícil de dirigir, y él tenía que optar entre apostar al impulso de cruzar el aula de punta a punta con el sillazo o asegurar el impacto en la frente del Alelí, y en esa disyuntiva entre propulsión y exactitud optó por lo primero y el resultado fue expulsión directa. El Alelí no duró mucho más. Fue como si desaparecido su enemigo no hubiera tenido sentido seguir torturándose en la batalla del conocimiento. Al mes siguiente, y con la excusa de unos petardos en el baño de mujeres, el director se dio el gusto de firmar la expulsión del segundo de los primos. Para los que quedamos, el colegio perdió casi toda su pimienta. Bueno, "para los que quedamos" es casi una manera de decir, porque para mis amigos del barrio La Blanquita la secundaria era un tormento que no estaban dispuestos a tolerar. De La Merced se recibió únicamente Rubén Acevedo, y de nuestro terruño fui el único sobreviviente. Parece mentira cómo la tenacidad y la inercia tienen premio. Fue cuestión de ponerse en la cola y aguantar, de ahí hasta terminar la facultad.
Tuve suerte, porque conseguí un buen trabajo y este vocabulario universitario tan distinguido, atributos ambos envidiables en mi barrio. Pero ahí está: cuando digo ''mi barrio" me refiero a ése, a La Blanquita, y no al hermoso, cuadriculado, pavimentado y arbolado suburbio de clase media en el que vivo ahora. Será por eso que todos los fines de semana, llueva o truene, haga frío o calor, esté sano o enfermo, me escapo a jugar al fútbol allá. Caiga quien caiga, armo el bolsito y me tomo el bondi bien temprano. Mi mujer me sonríe tiernamente al despedirnos, porque supone que dejo el auto en casa para que mis amigos no se sientan mal por mi progreso. Yo la dejo pensar que soy un dulce, pero la verdad es que no lo llevo porque en La Blanquita cualquier auto de modelo 1970 para acá puede demorar entre veinte y veintitrés minutos en convertirse en 2.476 repuestos.
Pero bueno, no sé por qué estoy hablando tanto de mí, cuando el asunto es contar lo que pasó con el Alelí y el Chato. Por si no ha quedado claro, yo soy amigo del Chato desde primer grado y amigo de los amigos del Chato. Eso me convierte en enemigo del Alelí y en enemigo de los amigos del Alelí. Ojo que ellos deben ser buena gente, como los míos, pero en lo que llevamos de vida nuestros encuentros han sido demasiado tumultuosos como para detenerme a averiguarlo. La única excepción somos el Rubén Acevedo y yo, porque la soledad del secundario nos unió en el infortunio cuando ninguno de los otros vagos sobrevivió a tercer año. Pero nuestra amistad es un secreto mejor guardado que los de la Guerra Fría, porque si se llegan a enterar el Chato y el Alelí, nos excomulgan y nos echan de la tierra prometida.
Ahora que crecimos las batallas son menos frecuentes y más civilizadas. No incluyen ni sillas ni gomeras. Apenas uno que otro trompazo, pero nada grave. Gracias a Dios nos queda el fútbol. Hace una pila de años que jugamos un campeonato en las canchas del Sindicato Postal, sobre la ruta. Se supone que es por el honor y una copita de morondanga, pero todos saben que es por guita. Se hace una vaquita con la inscripción, pero la mayor parte no es ni para alquilar las canchas ni para pagar los jueces: es para el equipo que gana. Como juegan arriba de veinte equipos se juntan unos lindos mangos. El campeonato es largo como esperanza de pobre, pero nadie se queja porque cuantos más equipos son, más plata se junta para el premio. Lógicamente, hace como veinte años, cuando el Chato se enteró de que el Alelí y sus secuaces se habían inscripto, nos conminó a abandonar nuestros destinos, nuestras familias, nuestras carreras, nuestros sueños y nuestras ilusiones para seguirlo, y aclaró que si desoíamos semejante convocatoria nos iba a cagar a patadas.
No hizo falta porque nos pareció magnífico. Eso sí: hay gente a la que le cuesta entender que uno tenga compromisos deportivos impostergables los fines de semana, como pude comprobar cuando me puse de novio. Igual, con un poco de buena voluntad, se liman esas desavenencias. En mi caso, por ejemplo, logré que mi flamante esposa aceptase salir de luna de miel un lunes en lugar de un domingo, porque justo nos habían puesto el partido el domingo a mediodía. Igual lo nuestro en la cancha fue anecdótico: después del casorio y con lo que chuparon esos animales en la fiesta, dimos pena y nos llenaron la canasta. Gracias a Dios mis tres hijitos tuvieron la genial ocurrencia de nacer en días hábiles y así me evitaron más de un dolor de cabeza. Pero la pucha, estoy de nuevo hablando de mí y no hace al asunto.
El famoso campeonato del Sindicato Postal lo ganamos en el 84 y en el 93. Y los del Alelí embocaron los del 90 y 96. Pero el año pasado quiso la mala leche que esos turros tuvieran una campaña gloriosa y que la nuestra fuese paupérrima, y que el maldito fixture nos mandara a jugar la última fecha contra ellos. Y no había chance para la hazaña. Para que perdieran el campeonato hacía falta que los que venían segundos ganaran por ocho goles el último partido y que nosotros les hiciésemos diez a los del Alelí. Eso era imposible, sobre todo porque cuando nos enfrentamos salen unos partidos de mierda, bien tipo clásico, con sesenta y tres mil patadas y un octavo de idea, así que no había manera de arruinarles la fiesta. El asunto fue tema de vestuario desde agosto, y a medida que pasaban los fines de semana y los guachos seguían ganando, la cara del Chato iba tomando un tono gris lápida.
Para los demás no era tan grave. Como mucho tendríamos que bancarnos el show de ellos (con festejos y vueltita alrededor de la cancha) sin chistar, pero podríamos tomar una dulce revancha llenándolos de taponazos en cada pelota dividida. Para el Chato, en cambio... Para el Chato iba a ser distinto. Ya hablé del odio viejo que se tienen con el Alelí. Pero ese odio tomó un cariz económico-empresarial cuando el Chato se compró, hace tres años, la "chata ladrillera", que no se llama así en honor a su dueño sino porque es un híbrido estrafalario entre un camión chico y un Rastrojero grande, con la caja plana y la cabina en tal estado de oxidación que parece el Titanic en el fondo de los mares. El Chato adquirió el adefesio para poder dedicarse a su sueño: comprar ladrillos en los hornos que hay detrás del barrio y revenderlos a los corralones. No parece un sueño demasiado atractivo, si perdemos de vista lo fundamental: lo de los ladrillos fue como meterle el dedo ahí donde más molesta al Alelí, que está en ese negocio desde hace como siete años. Para colmo el Chato tuvo un éxito rotundo. Como es más simpático, les da charla, les convida chipá recién horneado por su vieja, reparte una damajuana aquí, otra allá, esas cosas. El Alelí no estuvo a la altura de esa política agresiva de conquista del mercado. Se durmió, y cuando quiso acordarse había perdido un montón de hornos y de corralones. Si no quebró fue porque el viejo le dio una mano para comprar un camión como Dios manda y con eso pudo triplicar la carga que hace el Chato en cada viaje. Aunque tampoco es tan simple, porque con ese tremendo camionazo hay lugares a los que con el barro no puede entrar, y según el Chato lo mata el precio del gasoil porque tiene un motor de la san puta, y en cambio a la chata ladrillera no hay con qué darle porque anda con cualquier cosa, le tirás un fósforo de cera en el carburador y arranca, le tirás el agua del termo y avanza unos metros. Eso dice el Chato, que está orgullosísimo de la porquería de chata que tiene.
Pero la venganza del Alelí vino por el lado sentimental, cuando le sonó la novia al Chato. Resulta que el Chato se había conseguido a la Yamila, que según los cánones estéticos de mi barrio es una diosa. Tal vez caballeros más civilizados la encuentren algo vulgar, o poco estilizada, o excesivamente carnosa, pero en La Blanquita la Yamila es una bomba en todo el sentido de la palabra. El Chato la había conquistado y andaba con los ojos brillantes y casi flotando a unos centímetros del piso. Para mejor el Alelí no había tenido otra idea que meterse de novio con la Pupi, que es la hermana del Lalo, uno de sus amiguitos, y la Pupi es más horrible que chupar un pickle en ayunas, cosa que para saludarla no sabés si darle un beso o moverla con un palito. Hasta ahí, el Chato se sentía el Agente 007 y el Alelí se quería matar de a poco. Pero quiso la mala fortuna que el Chato se agarrase una hepatitis de novela que lo puso por un tiempo más cerca del arpa que de la guitarra, y que lo tuvo tres meses en reposo y alejado de los lugares conocidos. Y ahí el Alelí hizo su jugada. Como la carne es débil, y la Yamila es más bien ligerita de cascos, cuando el Chato regresó del túnel brillante que anticipaba el Más Allá se encontró con la novedad de que la Yamila descansaba en brazos de su peor enemigo.
En síntesis, el año pasado el conflicto Chato-Alelí estaba al rojo vivo. La Yamila en manos del Alelí, el negocio ladrillero con leve ventaja del Chato. Pero este asunto del campeonato con vuelta olímpica en las narices enemigas podía significar un desequilibrio intolerable para el sacrificado espíritu de mi amigo. Al Chato le ofrecimos que ese día no viniera. Él, grave y sereno como un estadista, nos dijo que no podía haber funeral sin muerto y que podía ser muchas cosas pero cobarde jamás, así que muchas gracias pero imposible.
Y ahora me acerco al foco de los hechos, porque faltando tres fechas los acontecimientos tomaron un giro inesperado. Estábamos tirados en el vestuario, sobre los bancos de listones de madera, sin apoyar los pies en el suelo porque los muy mugrientos que juegan ahí lavan los botines en las duchas y llenan todo de barro, y si no tenés cuidado te podés pegar una patinada de la reputísima madre, sobre todo si venís con tapones de aluminio como le pasó una vez a Walter, pero no viene al caso. El asunto es que ahí estábamos, rumiando el destino, mientras el vapor de las duchas flotaba a un metro del piso enlodado. Habíamos estado sacando cuentas y no había modo de que los malparidos esos perdieran el campeonato. Nos habíamos callado ante lo irreparable de nuestra fatalidad, y de pronto Carucha comentó entre suspiros, como para sí mismo: "La pucha, hay que joderse... Es como el Apocalipsis". Walter levantó la cabeza y lo interrogó con un "¿Lo qué?", que en Walter es la máxima expresión de duda metafísica. Habrá pensado que Carucha se refería a un boliche bailable que se llamaba así y que supimos frecuentar en nuestra tierna adolescencia. Yo pesqué lo que decía porque Carucha siempre dice eso del Apocalipsis, que no sé de dónde lo aprendió, cuando quiere significar que algo es demasiado terrible. Le suena como una palabra irrevocable, aunque no tenga mayores datos al respecto. Así para Carucha la crisis económica es "como el Apocalipsis", y el descenso de Ferro fue "como el Apocalipsis", y esa misma tarde había hecho "un calor de Apocalipsis". Me disponía a explicarle a Walter a qué se refería nuestro metafórico volante central, cuando entre las brumas del vestuario emergió la cara del Chato, que con tono enérgico le hizo repetir a Carucha lo que había dicho. "Como el Apocalipsis, Chato, eso dije", repitió obediente, y al instante el Chato le preguntó si su cuñado seguía siendo pastor evangelista. Carucha, asombrado, dijo que sí, y ahí nomás el Chato le pasó una lapicera y un papel humedecido y le dijo que le anotara ya mismo el teléfono. Después se bañó y rajó sin chistar, sin tiempo ni para una cerveza ni para nada.
Las dos fechas siguientes (las anteriores a la última) el Chato no aportó por el campo de deportes del sindicato. Para contabilizarle al Chato dos ausencias consecutivas al campeonato había que remontarse a la hepatitis, de manera que nos resultó extraño. De todos modos no había a quién preguntarle porque también estaba desaparecido del boliche de Damián, que es donde se encuentran los muchachos entre semana. Y tampoco quisimos pasar por su casa porque la vieja del Chato es más loca que él y si sospecha que le oculta algo le encaja dos cinturonazos antes de preguntarle qué pasa. Preferimos aguardar.
Naturalmente, el día del último partido estuvimos todos. Como ya manifesté, no había más que resignarse, aceptar la ignominia y surtirles un par de buenos patadones para que nos recordaran durante el receso veraniego. Naturalmente, del equipo del Alelí también estaban todos. Todos los pataduras que se la dan de jugadores, y todos los hijos y todos los padres y todas las mujeres y todos los tíos y todos los cuñados y todos los amigos, me cacho, porque ya que se trataba de humillarnos la iban a hacer completa. Por supuesto, también estaba la Yamila, metida a duras penas en una remerita roja y en un vaquero prelavado que partía las piedras y por el que más de uno se la quedaba mirando con la mandíbula chocándole las rodillas. El turro del Alelí la tenía ahí como trofeo. Campeonato, vuelta olímpica y la Yamila. Fiesta completa. No por nada el fulano ponía cara de satisfecho y se había comprado pantaloncitos y medias nuevas para salir en la foto. El Chato llegó puntual pero puso cara de "no questions", así que lo dejamos cambiarse sin preguntas.
Lo que se jugó del partido, que fue un tiempo y moneditas, salió según era previsible. Arbitro nervioso, pierna fuerte, foules continuos, muy conversado, un asco. Era uno de esos 0 a 0 que podés jugar ocho meses y veinte días y seguís sin hacerte un gol ni por equivocación. Ni ellos iban a cometer el desatino de querer ganarnos y ligar un planchazo a la altura del ombligo, ni nosotros íbamos a hacernos echar por carniceros y comernos una suspensión de siete fechas para el año entrante. Jodía un poco, eso sí, el barullo que metían los familiares de ellos, que hacían cantitos y tocaban cornetas. Por suerte su equipo se llama Escapes Nahuel, que es el nabo que les garpa las camisetas, y con ese nombre de mierda no hay cantito que rime. Así que no podían pasar del dale campeón, dale, campeón, y se aburrían pronto.
Iban como diez minutos del segundo tiempo y el juego estaba detenido porque el ocho de Escapes Nahuel había tenido un arranque de originalidad y le había tirado un caño con pisada al Gallego. Y si hay un tipo al que le molesta que le pisen la bola y le tiren un caño es al Gallego, que no tuvo más remedio que intervenirlo quirúrgicamente en el círculo central. Mientras atendían al osado mediocampista levanté la vista y vi, más allá del alambrado y caminando a buen paso por la banquina de la ruta, a un grupito bastante numeroso de personas vestidas con túnicas blancas. Eran algunos hombres, muchas mujeres y un montón de pibes. Cantaban, aplaudían y algunos tocaban panderetas.
Me distraje en seguida porque se reanudó el partido, pero dos minutos después no pude evitar mirarlos de nuevo porque habían llegado a la altura del portón de ingreso, habían girado a la derecha y habían entrado al campo de deportes a paso redoblado. Ahora el sonido de sus cantos tapaba los cornetazos de la hinchada de los rivales, o tal vez la sorpresa de todo el mundo era tan grande que el público había hecho silencio. No había pasado otro minuto cuando, mientras la pelota se jugaba cerca de la línea de fondo nuestra, los monos de las túnicas se lanzaron serenamente a invadir el campo de juego al grito de Aleluya, Aleluya. La pelota la tenía el once de ellos, yo lo estaba marcando, y el árbitro tocó un silbatazo capaz de perforarle el tímpano a cualquiera. Por un segundo dudé, porque acababa de decidir terminar la gambeta de mi rival con un taponazo directo al cuadríceps, pero todavía no había ejecutado el movimiento correspondiente y este tipo me cobraba el foul por adelantado. Nada que ver: lo que hacía el réferi era salir como loco para impedir la invasión de cancha. Los intrusos no le dieron ni bola, seguían cantando con rostros dichosos, abriendo los brazos y diciendo Aleluya, hermano, Aleluya, a los pocos que se les iban acercando para ver qué bicho les había picado.
Era tan extraño todo que los de las túnicas, aprovechando el factor sorpresa, pudieron llegar hasta el círculo central y sus adyacencias, se hincaron de rodillas en ronda, se dieron las manos e iniciaron un rezo ferviente, alzados los ojos al Altísimo. En el centro, el pastor dirigía la plegaria. Y el pastor no era otro que el cuñado de Carucha, cuyo teléfono había solicitado tan vehementemente el Chato unas semanas atrás, en el vestuario. Pero no tuve tiempo de apuntar más conclusiones porque el tipo vociferó de pronto, con una voz propia de Moisés en el Sinaí, que ése era el día del regreso del Señor, arrepiéntete, hermano, arrepiéntete, porque el Apocalipsis ha llegado. Agregó algo de unas trompetas y unos jinetes, pero me lo perdí porque una súbita sospecha me hacía buscar al Chato en medio de la muchedumbre, y no conseguía ubicarlo. Enseguida el pastor recuperó toda mi atención cuando anunció que íbamos a escuchar el testimonio del hermano Ceferino, a quien el Señor se le había manifestado en sueños el miércoles por la noche, anunciándole su segundo advenimiento. Y digo que recuperó mi atención no tanto por lo del advenimiento sino por lo de Ceferino, porque ése es, ni más ni menos, el verdadero nombre del Chato, cosa que sabemos cuatro o cinco tipos nada más, porque le dicen el Chato desde que era un pibito, pero eso ya lo expliqué.
Y entonces el turro de mi amigo, como si siguiera una senda luminosa trazada por los poderes celestiales, alzó los brazos y al grito de aleluya empezó a caminar hacia el círculo central, y los peregrinos le abrieron un caminito para que pasara y pudiera pararse al lado del pastor, que le apoyó la mano en el hombro como invitándolo a hablar; la verdad que era cómico verlo al Chato disponiéndose a predicar en pantaloncitos cortos y con la camiseta a rayas verticales, aunque se ve que el pastor advirtió que perdía imagen porque se apuró a zamparle una túnica extra que traía alguno de los caminantes. Una vez ataviado, el Chato, con su metro noventa de estatura y los brazos alzados al cielo, los botines asomando por debajo de la túnica porque le quedaba corta, los ojos bajos y la voz entrecortada, declaró que sí, hermanos, que era cierto, que hacía un tiempo había iniciado un camino de fe y de victoria en las manos del Señor, que lo había alejado de Satanás y sus tentaciones, Amén, y que Dios lo había colmado de bendiciones y triunfos y sanaciones diversas, y que como punto culminante de esa cadena de milagros se le había presentado en sueños el miércoles por la noche, Aleluya, para hacerle saber que en ese sitio exacto, en ese punto preciso de la verde pradera, el Señor iba a apacentar a su rebaño, porque pronto se produciría la segunda venida del Señor, Amén, Amén. En ese punto los de las túnicas se lanzaron de nuevo a las panderetas y a las bendiciones, y el Chato cayó postrado con una expresión tan emocionada que si yo no supiera que es un hijo de mil puta mentiroso era como para enternecerse en serio, y el piola se tapaba la cara como si estuviera llorando deslumbrado por la imagen de Dios todavía grabada en su retina, y entonces el pastor Pedro aprovechó para tomar de nuevo la palabra y anunciar alborozado que ese día, hermanos y hermanas, era un día de gozo y de gloria y de triunfo para la comunidad de la Nueva Iglesia Libre de Jesús Alborozado, siempre colmada de bendiciones, porque iban a comenzar la construcción de un templo para gloria del Señor, en el exacto punto de su próxima venida, Amén, y que Jesús nos colmaría a todos de sanaciones y rompería todas las ataduras y maleficios lanzados por nuestros enemigos, y que era imprescindible poner manos a la obra porque el Reino de Dios estaba cerca, y que ese círculo de cal con una raya y un punto en el medio era premonitorio, pues seguramente el Señor utilizaría esa señal para orientarse en el descenso desde las alturas del Paraíso. Y el Chato se incorporó enfervorizado, se arremangó la túnica, y mientras gritaba que había que apurarse para que Jesús tuviera un lugar propicio para el aterrizaje, a trabajar, hermanos y hermanas, a trabajar, Amén, sacó una pala no sé de dónde y empezó a puntear el pasto con alma y vida, casi en el círculo central.
Ahí fue como que se rompió el hechizo, no sé si por casualidad o porque la cara de satisfacción del Chato no era precisamente la de un converso reciente que acaba de recibir la revelación del Altísimo, sino más bien la de un malparido que está haciendo lo humanamente posible dentro del muy terrenal proyecto de cagarle la vuelta olímpica a su enemigo de sangre. El árbitro le preguntó al Chato qué carajo hacía y el otro le informó con enorme dicha que se disponía a iniciar los cimientos del templo. Cuando los de Escapes Nahuel escucharon la respuesta se fueron al humo y la multitud se fue apretando cada vez más sobre el círculo central. El primero que logró atravesar el cordón de túnicas y llegar sobre el Chato intentó sacarle la pala, pero el flamante apóstol le metió un empujón que lo sentó de culo mientras seguía paleando tierra, y el hermano Pedro gritaba haya paz, haya paz, e invitaba a todos a participar de la grande obra del Señor, alabado sea Dios, y el arquero de ellos le gritaba ma qué alabado, pibe, rajá de acá que estamos jugando el partido, y el Chato de vez en cuando interrumpía su sagrada labor para vociferar que lo ayudaran a impedir la sucia tarea de los servidores de Satanás. Y entonces varias de las minas de las túnicas se abalanzaron para proteger al portador de la buena nueva, que sonreía con cara de estampita en medio de sus ángeles custodios, pero el Alelí, que por fin caía en la cuenta de que lo estaban acostando y que estaban por afanarle la vuelta olímpica que venía soñando desde mayo, se lanzó como una topadora hacia su primo, y como entre los dos había como treinta personas se las fue llevando puestas a medida que avanzaba y se tropezaba con los caídos, de manera que se estaba armando un revuelo de la puta madre, pero hasta ese momento era como una olla a presión cuando larga el silbidito sin estallar, porque aunque algunos forcejeaban la mayoría de los presentes apenas atinaba a mirar con cara de vacas asombradas. Cierto es que Carucha, como hace siempre en los tumultos, aprovechó para pegar unos cuantos puntinazos en las pantorrillas rivales amparado en el quilombo de gente empujándose para un lado y para otro, pero la cosa no pasó a mayores hasta que el pastor Pedro se hizo subir a babuchas sobre los hombros de uno de sus seguidores, y con la misma voz mosaica del principio vociferó pidiendo calma, hermanos, calma, porque al fin de cuentas el que estuviera libre de pecado debía ser el que arrojara la primera piedra. La verdad es que no fue una frase demasiado feliz, teniendo en cuenta que en el auditorio estaba Lalo, que juega de siete para ellos, y que como win derecho es una flecha pero que tiene de bruto lo que su hermana la Pupi tiene de fea, y como usa el cerebro apenas para acolchar por dentro los huesos del cráneo, pobrecito, suele tomar las cosas de manera demasiado literal, así que cuando escuchó lo de arrojar piedras no tuvo mejor idea para colaborar con la grande obra del templo del segundo advenimiento que sacudirle un lindo cascotazo al pastor Pedro en el parietal derecho con una puntería francamente admirable, si tenemos en cuenta tanto la distancia como la abundancia de obstáculos móviles que tuvo que sortear el proyectil antes de dar en el blanco, blanco que dicho sea de paso cayó de cabeza al pasto con un chillido, en medio del horror espectral de su rebaño.
Fue un segundo de expectación, porque bastó que el Chato gritara que no iba a permitir el triunfo de Satanás, sacudiendo la pala por encima de las cabezas, para que todo el mundo, jugadores, peregrinos, público, administrador del campo, veedores del campeonato, réferi y demás yerbas terminásemos sumergidos en un mar de piñas. Por lo menos era fácil identificar a quién mandarle un tortazo: todos los que tenían la camiseta de Escapes Nahuel y todos los que estaban de civil eran el enemigo; los de camiseta a rayas y los de túnica blanca eran de los nuestros. No sé quién tuvo la genial idea de desarmar un par de bancos del vestuario, pero cuando entraron a fajar con los listones de madera la cosa se puso brava, y a mí me sacudieron un tablonazo que me dejó un chichón color guinda del tamaño de un damasco que tardó como tres semanas en bajarse.
No tengo ni noción de lo que duró el despelote, pero debe haber sido un buen rato porque la comisaría queda bastante lejos y hasta que no llegó el segundo patrullero no hubo manera de serenar los ánimos. Y digo el segundo porque el primer auto de las fuerzas del orden fue objeto de los nuevos apóstoles del segundo advenimiento, cuando el hermano Ceferino, o sea el Chato, en una breve pausa del intercambio de tortazos en el que estaba enfrascado con el Alelí en duelo singular, dijo que había que dar al César lo del César y a Dios lo de Dios, y por lo tanto impedir que las fuerzas terrenales se interpusieran en la gran obra del ministerio celestial, y yo me maté de risa mientras un grupo de minas se lanzaba a rechazar a los demonios uniformados, porque eso de Dios y el César debía ser una de las tres cosas que al Chato le quedaron de cuando hicimos catequesis para la comunión.
Al rato cayeron dos patrulleros más y un camioncito celular, y entraron a levantar muñecos como en pala. Algunos muchachos saltaron el alambrado por el fondo. A otros los vi encaramándose en los árboles. Yo zafé porque se me dio por correr para el lado de las piletas. Me lancé a lo hondo con botines y todo, y me la pasé hundido hasta la nariz hasta que logré sacarme la ropa y quedar en slip, aunque me dio un poco de calor enfilar así, en taparrabos, para el vestuario, porque el solario estaba lleno de gente. Cuando me atreví a volver para las canchas había terminado todo. Quedaban un par de túnicas tiradas, la pala y una linda zanjita de tres metros como para empezar un buen encadenado de cimientos.
Y ese es todo el asunto, o casi todo. El Chato salió de la comisaría el lunes a la mañana. El pastor Pedro quedó en observación en el hospital hasta el martes. No lo detuvieron porque permaneció inconsciente por la pedrada durante todo el evento. Igual está de parabienes. Los de las túnicas lo promovieron al cargo de máximo líder espiritual de la recién fundada Nueva Iglesia del Advenimiento Inminente del Pastor Pedro, y se están construyendo un templo nuevo cerca de la rotonda.
Por supuesto, el partido jamás terminó de jugarse. Lo dieron por empatado, y a ellos les alcanzó con ese punto para salir campeones. Pero eso no es nada. Lo lindo del caso es que al Alelí parece que se le vino la noche. Antes de largarlo, en la cana le hicieron la averiguación de antecedentes y le saltó un asunto de cheques sin fondos que lo marginó de las canchas, y del aire libre en general, por espacio de siete largos meses. Si ya antes de su detención el Chato le hacía la guerra de tarifas con la chata ladrillera, ahora está a punto de monopolizarle el mercado. Y otra cosa. La gente de La Blanquita, por lo general, es rápida. Y el Chato, como creo que quedó demostrado, es capaz de tomarle la patente a una mosca en vuelo. Para Fin de Año se cayó por lo de la Yamila con un ramo de flores, y la dama, enternecida por la conversión religiosa de su antiguo enamorado, se dejó reconquistar. Es cierto que, para que no digan por ahí que es una chica fácil, se hizo rogar como tres cuartos de hora.
Así están las cosas ahora. El Alelí acaba de salir y tiene una furia que mastica durmientes de ferrocarril. Jura a los gritos que ya llegará el tiempo de su venganza. Igual nosotros estamos tranquilos. Primero porque el Chato está contentísimo, y la felicidad de los amigos es el mejor pan para nutrirnos el alma. Y segundo porque este año venimos hechos un violín en el campeonato, y no creo que se nos escape, Amén.
(De La vida que pensamos. Cuentos de fútbol, Alfaguara, Buenos Aires, 2013.)
24 de marzo, dos visiones, dos historias, dos caminos Por Carlos López
Por Carlos López
Sostenemos siempre que en nuestro país, desde sus orígenes hasta la fecha, hay en pugna dos visiones de cómo vivir. El hecho de haber nacido como colonia nos ha posicionado en uno de dos bandos, los que querían seguir siendo colonia, y los que lucharon por la emancipación de nuestra patria. Una vez caído el imperio español, la puja se dio entre quienes querían vivir en un país independiente y los que abrazaron al imperialismo británico, más cerca en el tiempo, los que se sentían occidentales y cristianos bajo la tutela de los EE UU y aquellos que lucharon y siguen luchando por un país libre, autónomo y soberano, integrado a la región, con iguales posibilidades a todos los habitantes de nuestra tierra.
El 24 de marzo como fecha recordatoria del mayor genocidio en la República Argentina, tampoco escapa a esas dos visiones. La pregunta genérica a los mayores de 50 años es qué hacía usted ese 24 de marzo de 1976, dónde se situaba. Y a los menores de esa edad, qué hace usted en cada recordatorio a partir de la promulgación del feriado instaurado por el Presidente Néstor Kirchner declarando el 24 de marzo día nacional de la memoria, con verdad y justicia.
Es bueno recordar que la Cámara de Diputados convirtió en ley el 16 de marzo del 2006 el proyecto que declara feriado nacional inamovible el 24 de marzo, en conmemoración del golpe de Estado que en 1976 derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón. La propuesta fue aprobada luego de un largo debate en el Senado que posteriormente se trasladó a la Cámara Baja.
La iniciativa fue rechazada por los partidos de oposición y por algunos referentes de los organismos de derechos humanos, que consideraban que esa fecha no debería recordarse con un día no laborable. El debate en la Cámara Alta tuvo su momento de tensión cuando el senador radical Rodolfo Terragno equiparó a Kirchner con el ex presidente de facto Jorge Rafael Videla, al recordar que el dictador "mezcló los feriados con los días de conmemoración", al incluir en la ley 21.329 como días no laborables las fechas de los fallecimientos de José de San Martín y Manuel Belgrano y el Viernes Santo. "Con igual displicencia, el actual presidente democrático ha tomado la ley de Videla y nos propone incorporarle un nuevo feriado", sentenció. Aludida por la comparación, la entonces senadora Cristina Fernández de Kirchner (FPV-Buenos Aires) respondió. "Decir que (Kirchner) mandó este proyecto con la misma displicencia que Videla firmó un decreto-ley me parece demasiado, por eso, cuando tengo dudas miro quiénes están del otro lado, o quiénes no están, y me queda claro que no estoy equivocada", sentenció Cristina Kirchner. Además, la senadora criticó a la oposición al recordar que en el golpe del 76 participaron "civiles y partidos políticos que hoy tienen la suerte de hacer lo que les negaron a otros: oponerse sin que les pase nada". Por último, justificó el feriado al decir que de esa manera "no hay posibilidad de que ningún docente pueda ignorar el hecho".
En este año electoral mucho tiene que ver la política de los derechos humanos y el modelo de país que debemos seguir construyendo. Vemos quiénes están de un lado y quiénes del otro.
Las ilustrísimas señorías de la oposición tienen una visión hipócrita de la historia, es decir, el hipócrita muestra lo que desea que se vea, y al mismo tiempo oculta aquello que no quiere que sea conocido. Disimula y finge lo que no es. Nos gustaría preguntar dónde ellos se situaban y dónde están ahora afirmados. Por suerte, al decir bíblico, no hay nada encubierto que no vaya a descubrirse, ni oculto, que no se haya de saberse. Para muchos de la oposición los derechos humanos son algo no digerible, pero callan, porque sus asesores de imagen les han aconsejado "de eso no hables".
Y estamos los que abrazamos este modelo económico y la concreción de este proyecto nacional y popular. También dentro de nuestras filas hay disputas y visiones diferentes de cómo seguir. Somos lo que somos, pero con un bagaje de historia y consecuencia, que nos hace ser lo que hoy somos, no como un resultado mágico, sino como la consecuencia de lo que hemos vivido y militado.
La política de nuestro proyecto se encarna en una compañera, nuestra presidenta Cristina Fernández de Kichner. Y si bien ella misma impulsó que hubiera varios postulantes el año pasado, queda en claro que algunos compañeros precandidatos no son visualizados por la sociedad como los posibles continuadores del ciclo más virtuoso que recuerde nuestro país, y nos referimos a la virtud de ser leales a las expectativas populares, no a la apetencia de los pocos que siempre habían obtenido dividendos a costa de la marginación y degradación de nuestro pueblo.
Nuestra Presidenta sigue gestionando, suave pero firme, con la frente alta de estar cumpliendo con el mandato de los representados, sin confundir los motivos de lo que debe encarar. Ya llegará el tiempo para que queden explícitos los posibles precandidatos que disputen las PASO, en agosto de este año. Como dice el refrán popular, no por mucho madrugar, se amanece más temprano. Quedarán en el camino aquellos que no han sido eficaces en articular acciones que demuestren que siguen la ruta trazada por Néstor y Cristina.
En cuanto a la sociedad, esta deberá elegir entre los dos caminos, entre las dos visiones, deberá ubicarse desde un lugar para comprender la historia de nuestro país. Y desde allí, votar a los candidatos que encuentren afín a sus intereses.
En este 24 de marzo, más vigente que nunca, memoria, verdad y justicia, para seguir construyendo una patria inclusiva y soberana, para felicidad de todos y grandeza de nuestra nación.
iNFO|news
Sostenemos siempre que en nuestro país, desde sus orígenes hasta la fecha, hay en pugna dos visiones de cómo vivir. El hecho de haber nacido como colonia nos ha posicionado en uno de dos bandos, los que querían seguir siendo colonia, y los que lucharon por la emancipación de nuestra patria. Una vez caído el imperio español, la puja se dio entre quienes querían vivir en un país independiente y los que abrazaron al imperialismo británico, más cerca en el tiempo, los que se sentían occidentales y cristianos bajo la tutela de los EE UU y aquellos que lucharon y siguen luchando por un país libre, autónomo y soberano, integrado a la región, con iguales posibilidades a todos los habitantes de nuestra tierra.
El 24 de marzo como fecha recordatoria del mayor genocidio en la República Argentina, tampoco escapa a esas dos visiones. La pregunta genérica a los mayores de 50 años es qué hacía usted ese 24 de marzo de 1976, dónde se situaba. Y a los menores de esa edad, qué hace usted en cada recordatorio a partir de la promulgación del feriado instaurado por el Presidente Néstor Kirchner declarando el 24 de marzo día nacional de la memoria, con verdad y justicia.
Es bueno recordar que la Cámara de Diputados convirtió en ley el 16 de marzo del 2006 el proyecto que declara feriado nacional inamovible el 24 de marzo, en conmemoración del golpe de Estado que en 1976 derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón. La propuesta fue aprobada luego de un largo debate en el Senado que posteriormente se trasladó a la Cámara Baja.
La iniciativa fue rechazada por los partidos de oposición y por algunos referentes de los organismos de derechos humanos, que consideraban que esa fecha no debería recordarse con un día no laborable. El debate en la Cámara Alta tuvo su momento de tensión cuando el senador radical Rodolfo Terragno equiparó a Kirchner con el ex presidente de facto Jorge Rafael Videla, al recordar que el dictador "mezcló los feriados con los días de conmemoración", al incluir en la ley 21.329 como días no laborables las fechas de los fallecimientos de José de San Martín y Manuel Belgrano y el Viernes Santo. "Con igual displicencia, el actual presidente democrático ha tomado la ley de Videla y nos propone incorporarle un nuevo feriado", sentenció. Aludida por la comparación, la entonces senadora Cristina Fernández de Kirchner (FPV-Buenos Aires) respondió. "Decir que (Kirchner) mandó este proyecto con la misma displicencia que Videla firmó un decreto-ley me parece demasiado, por eso, cuando tengo dudas miro quiénes están del otro lado, o quiénes no están, y me queda claro que no estoy equivocada", sentenció Cristina Kirchner. Además, la senadora criticó a la oposición al recordar que en el golpe del 76 participaron "civiles y partidos políticos que hoy tienen la suerte de hacer lo que les negaron a otros: oponerse sin que les pase nada". Por último, justificó el feriado al decir que de esa manera "no hay posibilidad de que ningún docente pueda ignorar el hecho".
En este año electoral mucho tiene que ver la política de los derechos humanos y el modelo de país que debemos seguir construyendo. Vemos quiénes están de un lado y quiénes del otro.
Las ilustrísimas señorías de la oposición tienen una visión hipócrita de la historia, es decir, el hipócrita muestra lo que desea que se vea, y al mismo tiempo oculta aquello que no quiere que sea conocido. Disimula y finge lo que no es. Nos gustaría preguntar dónde ellos se situaban y dónde están ahora afirmados. Por suerte, al decir bíblico, no hay nada encubierto que no vaya a descubrirse, ni oculto, que no se haya de saberse. Para muchos de la oposición los derechos humanos son algo no digerible, pero callan, porque sus asesores de imagen les han aconsejado "de eso no hables".
Y estamos los que abrazamos este modelo económico y la concreción de este proyecto nacional y popular. También dentro de nuestras filas hay disputas y visiones diferentes de cómo seguir. Somos lo que somos, pero con un bagaje de historia y consecuencia, que nos hace ser lo que hoy somos, no como un resultado mágico, sino como la consecuencia de lo que hemos vivido y militado.
La política de nuestro proyecto se encarna en una compañera, nuestra presidenta Cristina Fernández de Kichner. Y si bien ella misma impulsó que hubiera varios postulantes el año pasado, queda en claro que algunos compañeros precandidatos no son visualizados por la sociedad como los posibles continuadores del ciclo más virtuoso que recuerde nuestro país, y nos referimos a la virtud de ser leales a las expectativas populares, no a la apetencia de los pocos que siempre habían obtenido dividendos a costa de la marginación y degradación de nuestro pueblo.
Nuestra Presidenta sigue gestionando, suave pero firme, con la frente alta de estar cumpliendo con el mandato de los representados, sin confundir los motivos de lo que debe encarar. Ya llegará el tiempo para que queden explícitos los posibles precandidatos que disputen las PASO, en agosto de este año. Como dice el refrán popular, no por mucho madrugar, se amanece más temprano. Quedarán en el camino aquellos que no han sido eficaces en articular acciones que demuestren que siguen la ruta trazada por Néstor y Cristina.
En cuanto a la sociedad, esta deberá elegir entre los dos caminos, entre las dos visiones, deberá ubicarse desde un lugar para comprender la historia de nuestro país. Y desde allí, votar a los candidatos que encuentren afín a sus intereses.
En este 24 de marzo, más vigente que nunca, memoria, verdad y justicia, para seguir construyendo una patria inclusiva y soberana, para felicidad de todos y grandeza de nuestra nación.
iNFO|news
Entrevista. Ciro Annicchiarico. Autor de El horror en el banquillo “Era imprescindible saber qué pasó en Campo de Mayo”
Los juicios por delitos de lesa humanidad son parte de una de las políticas de Estado más importantes de este gobierno, pero más allá de las noticias en los medios, es poco lo que se publica. El horror en el banquillo, ¿pretende cubrir ese vacío?
–Exacto, haberlo advertido fue lo que motivó que empezara a pensar y preparar este libro. Fue Eduardo Luis Duhalde quien lo advirtió, a quien dedico el libro. A principios del año 2011 me llamó a su despacho y me dijo “no puede ser que estemos llevando adelante estos juicios históricos, una de las políticas más importante de este gobierno, y esta Secretaría, que está publicando un montón de cosas, no publique nada sobre los juicios”. Entonces me propuso coordinar la salida de una serie de publicaciones, cada una dedicada a uno de los juicios en los que la Secretaría interviene como parte querellante. Cada abogado será el responsable de los contenidos del juicio que atiende. Y me dijo “te gusta escribir, así que vas a coordinar y corregir todo el trabajo, y tenés que escribir vos el libro sobre Campo de Mayo, que es la megacausa que está a tu cargo”. Fue un desafío, así que no le iba a decir que no…
–Y, concretamente, ¿qué es lo que le propuso hacer?
–Que organizara un trabajo con los demás abogados del área Jurídica Nacional, para que preparasen el material de los juicios que cada uno atiende: ESMA, Primer Cuerpo de Ejército, Vesubio, ABO, Circuito Camps, La Perla, Margarita Belén, Mendoza, Corrientes, etc. La idea era que junto con la publicación de los fallos judiciales, fuera saliendo una publicación del caso acompañada de una introducción histórica, descripción de los hechos, víctimas, imputados condenados. Así, cada libro sería de interés no sólo jurídico sino también para el público en general. Duhalde me propuso que coordinara todo el trabajo, inclusive de unificación y corrección de los textos. ¿Por qué? Muy simple: podemos ser buenos abogados y profesionales, pero no todos tenemos buena mano para escribir un relato histórico, más si es pensado como de difusión científica. Incluso pensó que la colección podría ser de interés también de alguna editorial, con mayores recursos. Y así terminó pasando.
–¿Se puede decir que Duhalde quería darle difusión masiva a estos juicios?
–Sin ninguna duda. Todos mis compañeros abogados son capaces de sólidos trabajos y textos jurídicos, pero la idea que me transmitió Duhalde fue esa, hacer algo que pudiera ser masivo. Este momento y estos juicios quedarán en la historia argentina, su difusión tiene que ser más amplia que los libros jurídicos que se venden en las facultades de derecho o en las librerías de Lavalle, alrededor de Tribunales.
–Además, así queda un registro histórico directo, una descripción de los juicios por los mismos protagonistas…
–Tal cual. Estaba en sintonía perfecta con su la lucha por la memoria. Justamente el partido político que fundó se llama Memoria y Movilización Social. Y en sintonía también con los objetivos de memoria, verdad y justicia que son los pilares de la política de derechos humanos que instaló Néstor Kirchner y continúa Cristina.
–Y no sólo en la historia argentina…
–Pero sin dudas, la República Argentina es hoy un ejemplo en esta materia. Es el único país que está llevando adelante una política de investigación y sanción a los responsables nacionales de delitos de lesa humanidad, aplicando no leyes especiales sino su ley común, y no por tribunales especiales sino con intervención de su justicia común. Estamos juzgando a nuestros propios genocidas, cosa que no pasó en ningún otro lado, nunca. Se nota el reconocimiento del que somos objeto, tengo experiencia personal en eso, siempre que se nos nombra en el extranjero, se hace referencia a ese logro y se nos felicita. Es un orgullo para los argentinos, cosa que no todos saben, como consecuencia del ocultamiento de los medios de comunicación dominantes. Por eso es necesario compensarlo con otras vías de difusión que intenten cubrir esa falencia. De lo contrario, la información queda reducida a grupos de juristas, militantes o intelectuales.
–Este libro, entonces, es el primero...
–Sí. Lamentablemente Eduardo falleció al año de convocarme para ese trabajo, el 3 de abril de 2012. Hubo un tiempo, lógico, en que muchas cosas en la Secretaría quedaron en suspenso. Pero todo se reactivó a partir de que asumió el nuevo Secretario de Derechos Humanos. Martín Fresneda continuó sin fisuras las labores del ex Secretario y se mostró muy interesado en todo lo que hace a la difusión de nuestro trabajo. Pero apareció la Editorial Colihue interesada en las publicaciones de los juicios, y la verdad es que la capacidad de difusión sería así mucho más amplia. Me propusieron continuar con el proyecto en Colihue, y empezar la colección con la megacausa Campo de Mayo, dado que era el trabajo que tenía más avanzado. Ya terminado, le ofrecí a Rodolfo Mattarollo prologarlo. Lo aceptó gustoso. Su prólogo tiene un vuelo a la vez contundente, a la vez trágico y a la vez poético, como sólo él podía hacerlo. Lamentablemente no pudo verlo publicado, pero es un verdadero orgullo para mí que al abrir el lector las primeras páginas de mi libro se encuentre con las palabras de Rodolfo, una persona a la que admiro y aprecio profundamente.
–Para este primer libro de la colección se encargó de todo: contenido, corrección…
–No es tan así. Conté con la importante colaboración de Carlos Lafforgue, secretario ejecutivo del Archivo Nacional de la Memoria. Él coordinó la incorporación y sistematización de todo el material anexo, los fallos judiciales propiamente dichos, las normas jurídicas y otros documentos, que forman parte de la publicación y están en el sitio web de la Editorial Colihue. Además el libro tiene un muy interesante aporte del doctor Luis H. Alén, subsecretario de Protección de Derechos Humanos, que ofrece un desarrollo adicional sobre las facultades de la Secretaría para ser querellante.
–¿Cuál es la importancia, a su juicio, de este primer libro?
–Muy resumidamente, es la de iniciar una colección que brinde una información sistematizada de los juicios por delitos de lesa humanidad después del juicio a las juntas y después de anuladas y declaradas inconstitucionales las leyes de punto final y obediencia debida. La importancia de este primero, en particular, aparte de la introducción y breve reseña que incluye sobre el camino en la lucha contra la impunidad en la Argentina, desde 1983 con el gobierno del ex presidente Raúl Alfonsín hasta la fecha, y un capítulo dedicado a explicar cómo convencimos a los jueces para que admitieran a la Secretaría de Derechos Humanos como parte querellante en estos juicios, con el referido aporte especial de Luis Alén, es también explicar qué fue la Zona de Defensa 4, de la que no mucho se ha hablado, qué región geográfica comprendió, quiénes fueron sus víctimas, quiénes compusieron su dirección represiva máxima, integrante del Comando de Institutos Militares que funcionó en la guarnición militar de Campo de Mayo, cuyo jefe supremo fue el hoy cuatro veces condenado a prisión perpetua, ex general de división Santiago Omar Riveros, seguido por otros altos mandos militares y policías bonaerenses, cuyos nombres a los lectores les resultarán muy conocidos: Bignone, Verplaetsen, Tepedino, Patti, entre muchos otros.
22/03/15 Miradas al Sur
–Exacto, haberlo advertido fue lo que motivó que empezara a pensar y preparar este libro. Fue Eduardo Luis Duhalde quien lo advirtió, a quien dedico el libro. A principios del año 2011 me llamó a su despacho y me dijo “no puede ser que estemos llevando adelante estos juicios históricos, una de las políticas más importante de este gobierno, y esta Secretaría, que está publicando un montón de cosas, no publique nada sobre los juicios”. Entonces me propuso coordinar la salida de una serie de publicaciones, cada una dedicada a uno de los juicios en los que la Secretaría interviene como parte querellante. Cada abogado será el responsable de los contenidos del juicio que atiende. Y me dijo “te gusta escribir, así que vas a coordinar y corregir todo el trabajo, y tenés que escribir vos el libro sobre Campo de Mayo, que es la megacausa que está a tu cargo”. Fue un desafío, así que no le iba a decir que no…
–Y, concretamente, ¿qué es lo que le propuso hacer?
–Que organizara un trabajo con los demás abogados del área Jurídica Nacional, para que preparasen el material de los juicios que cada uno atiende: ESMA, Primer Cuerpo de Ejército, Vesubio, ABO, Circuito Camps, La Perla, Margarita Belén, Mendoza, Corrientes, etc. La idea era que junto con la publicación de los fallos judiciales, fuera saliendo una publicación del caso acompañada de una introducción histórica, descripción de los hechos, víctimas, imputados condenados. Así, cada libro sería de interés no sólo jurídico sino también para el público en general. Duhalde me propuso que coordinara todo el trabajo, inclusive de unificación y corrección de los textos. ¿Por qué? Muy simple: podemos ser buenos abogados y profesionales, pero no todos tenemos buena mano para escribir un relato histórico, más si es pensado como de difusión científica. Incluso pensó que la colección podría ser de interés también de alguna editorial, con mayores recursos. Y así terminó pasando.
–¿Se puede decir que Duhalde quería darle difusión masiva a estos juicios?
–Sin ninguna duda. Todos mis compañeros abogados son capaces de sólidos trabajos y textos jurídicos, pero la idea que me transmitió Duhalde fue esa, hacer algo que pudiera ser masivo. Este momento y estos juicios quedarán en la historia argentina, su difusión tiene que ser más amplia que los libros jurídicos que se venden en las facultades de derecho o en las librerías de Lavalle, alrededor de Tribunales.
–Además, así queda un registro histórico directo, una descripción de los juicios por los mismos protagonistas…
–Tal cual. Estaba en sintonía perfecta con su la lucha por la memoria. Justamente el partido político que fundó se llama Memoria y Movilización Social. Y en sintonía también con los objetivos de memoria, verdad y justicia que son los pilares de la política de derechos humanos que instaló Néstor Kirchner y continúa Cristina.
–Y no sólo en la historia argentina…
–Pero sin dudas, la República Argentina es hoy un ejemplo en esta materia. Es el único país que está llevando adelante una política de investigación y sanción a los responsables nacionales de delitos de lesa humanidad, aplicando no leyes especiales sino su ley común, y no por tribunales especiales sino con intervención de su justicia común. Estamos juzgando a nuestros propios genocidas, cosa que no pasó en ningún otro lado, nunca. Se nota el reconocimiento del que somos objeto, tengo experiencia personal en eso, siempre que se nos nombra en el extranjero, se hace referencia a ese logro y se nos felicita. Es un orgullo para los argentinos, cosa que no todos saben, como consecuencia del ocultamiento de los medios de comunicación dominantes. Por eso es necesario compensarlo con otras vías de difusión que intenten cubrir esa falencia. De lo contrario, la información queda reducida a grupos de juristas, militantes o intelectuales.
–Este libro, entonces, es el primero...
–Sí. Lamentablemente Eduardo falleció al año de convocarme para ese trabajo, el 3 de abril de 2012. Hubo un tiempo, lógico, en que muchas cosas en la Secretaría quedaron en suspenso. Pero todo se reactivó a partir de que asumió el nuevo Secretario de Derechos Humanos. Martín Fresneda continuó sin fisuras las labores del ex Secretario y se mostró muy interesado en todo lo que hace a la difusión de nuestro trabajo. Pero apareció la Editorial Colihue interesada en las publicaciones de los juicios, y la verdad es que la capacidad de difusión sería así mucho más amplia. Me propusieron continuar con el proyecto en Colihue, y empezar la colección con la megacausa Campo de Mayo, dado que era el trabajo que tenía más avanzado. Ya terminado, le ofrecí a Rodolfo Mattarollo prologarlo. Lo aceptó gustoso. Su prólogo tiene un vuelo a la vez contundente, a la vez trágico y a la vez poético, como sólo él podía hacerlo. Lamentablemente no pudo verlo publicado, pero es un verdadero orgullo para mí que al abrir el lector las primeras páginas de mi libro se encuentre con las palabras de Rodolfo, una persona a la que admiro y aprecio profundamente.
–Para este primer libro de la colección se encargó de todo: contenido, corrección…
–No es tan así. Conté con la importante colaboración de Carlos Lafforgue, secretario ejecutivo del Archivo Nacional de la Memoria. Él coordinó la incorporación y sistematización de todo el material anexo, los fallos judiciales propiamente dichos, las normas jurídicas y otros documentos, que forman parte de la publicación y están en el sitio web de la Editorial Colihue. Además el libro tiene un muy interesante aporte del doctor Luis H. Alén, subsecretario de Protección de Derechos Humanos, que ofrece un desarrollo adicional sobre las facultades de la Secretaría para ser querellante.
–¿Cuál es la importancia, a su juicio, de este primer libro?
–Muy resumidamente, es la de iniciar una colección que brinde una información sistematizada de los juicios por delitos de lesa humanidad después del juicio a las juntas y después de anuladas y declaradas inconstitucionales las leyes de punto final y obediencia debida. La importancia de este primero, en particular, aparte de la introducción y breve reseña que incluye sobre el camino en la lucha contra la impunidad en la Argentina, desde 1983 con el gobierno del ex presidente Raúl Alfonsín hasta la fecha, y un capítulo dedicado a explicar cómo convencimos a los jueces para que admitieran a la Secretaría de Derechos Humanos como parte querellante en estos juicios, con el referido aporte especial de Luis Alén, es también explicar qué fue la Zona de Defensa 4, de la que no mucho se ha hablado, qué región geográfica comprendió, quiénes fueron sus víctimas, quiénes compusieron su dirección represiva máxima, integrante del Comando de Institutos Militares que funcionó en la guarnición militar de Campo de Mayo, cuyo jefe supremo fue el hoy cuatro veces condenado a prisión perpetua, ex general de división Santiago Omar Riveros, seguido por otros altos mandos militares y policías bonaerenses, cuyos nombres a los lectores les resultarán muy conocidos: Bignone, Verplaetsen, Tepedino, Patti, entre muchos otros.
22/03/15 Miradas al Sur
“Si ganan, este país se va a poner irrespirable”
El escritor Rodolfo Walsh se enteró del golpe por las comunicaciones policiales. Desde su departamento interceptaban las radios para descubrir información sobre el inminente golpe. Fue el 24 de marzo de 1976 que vivió el escritor Rodolfo Walsh. Un año después escribió la "Carta de un escritor a la Junta Militar" y el 25 de marzo de 1977 fue secuestrado por un grupo de tareas.
Por Luis Bruschtein
"¡Comando, comando, móvil 1!" decían unas voces y les contestaban: "QAP, QAP, móvil 1", "Adelante móvil 2", "hay movimiento de tropas en dirección a Casa de Gobierno"; "¡QSL, QSL, entendido, entendido!". Era la noche del 23 y la madrugada del 24, el escritor Rodolfo Walsh y Lilia Ferreyra, su mujer, interceptaban las comunicaciones radiales de las fuerzas de seguridad. De pronto las voces se multiplicaron, transmitían nerviosismo. "Ahí está el golpe" dijo para sí Walsh, que un año después escribiría la "Carta de un escritor a la Junta Militar" y luego sería secuestrado por un grupo de tareas de la ESMA. "En esa semana la atención estaba puesta en si iba a haber un golpe o no --recuerda Lilia Ferreyra--. Entonces en el área de Información de Montoneros estábamos muy pendientes de las escuchas de comunicaciones para tratar de encontrar información sobre lo que se podía estar gestando". La pareja ocupaba un departamento de un ambiente, de tres metros por 2,60, con un minibaño y una kitchenet. Era un primer piso con una sola ventana que daba a un patio interno de un edificio de diez pisos. Pero la ventana tenía que estar siempre cerrada para que no escucharan los vecinos. Había una cama de dos plazas, los estantes de una biblioteca que había pertenecido a Leopoldo Lugones, regalada por la nieta del escritor, Pirí, que también está desaparecida, una mesa plegable, dos sillas y una heladerita. "En el departamento teníamos un pequeño aparato de alta frecuencia que interceptaba las transmisiones de las fuerzas de seguridad --recuerda Lilia Ferreyra--; esa noche del 23 yo estaba en casa y Rodolfo había salido a una cita. Como todos los días, cuando él llegaba yo le contaba lo que había escuchado. Esa noche comenzó con la rutina de siempre, cenamos a las 9 y nos dispusimos a escuchar por onda corta el noticiero de la BBC de Londres de las diez de la noche, en una pausa de la escucha de las comunicaciones de las fuerzas represivas. Rodolfo hablaba inglés perfectamente y me traducía lo que escuchaba". Walsh se había aficionado a la criptología y gracias a ese hobby había descifrado el código de transmisión de los cubanos anticastristas que se entrenaban en Guatemala para invadir la isla. Fue a principios de los 60, cuando trabajaba en La Habana en la agencia Prensa Latina. Por curiosidad se había puesto a descifrar las incongruencias que arrojaban las teletipos de la agencia en el tiempo muerto y así los cubanos detectaron los planes de invasión. "En esas escuchas interceptamos muchos mensajes en código que después descifrábamos --relata Ferreyra--; él me enseñó a mí después a descifrarlos. Estos mensajes cifrados surgían generalmente de las comunicaciones con el interior del país. Allí escuchamos una vez la orden de detención de gente de la Universidad de Bahía Blanca y otras informaciones que más tarde fueron difundidas a través de la Agencia de Noticias Clandestina (Ancla)". "Poco después de la medianoche se empezaron a escuchar las voces más agitadas, eran del comando radioeléctrico por lo general. A la madrugada ya se preguntaban abiertamente, desde los móviles hasta el comando, por los tanques que estaban yendo por el bajo en dirección a la Casa Rosada. Esa fue la confirmación de que el golpe estaba en marcha".
"A diferencia de la opinión de otros, Rodolfo tenía la certeza de que se avecinaban tiempos terribles --señala Ferreyra--; quizás por su propia comprensión de lo que podía ser el uso desbordado de la fuerza militar que él había llegado a percibir durante la investigación de Operación masacre. Así lo entendió en ese momento y lo vertió un año más tarde en la "Carta de un escritor a la Junta Militar": que un gobierno militar, una dictadura, siempre sería mucho peor que un proceso democrático, aunque fuera deficiente y confuso como el de ese momento. El decía que el ejercicio del poder directamente por las Fuerzas Armadas sería peor, como lo había demostrado la misma historia con la Revolución Libertadora. Esto lo hablábamos y también lo había discutido con otros compañeros". Era un tema que estaba sobre la mesa. El general Videla había anunciado el golpe varios meses atrás y en las reuniones se había convertido en el punto central de la agenda. "Desde varios meses atrás, Rodolfo había planteado la necesidad de prever una situación política general donde las condiciones del trabajo de prensa iban a ser mucho más difíciles y que había que prever formas de difusión por vías clandestinas" señala Lilia Ferreyra. Después del 24 de marzo empezó a emitir sus primeros despachos la Agencia de Noticias Clandestina. "Esa noche combinábamos la intercepción de las comunicaciones con las emisiones en onda corta de las radios internacionales, fundamentalmente la BBC de Londres y Radio Colonia --apunta Ferreyra--, estábamos la mayor parte del tiempo allí porque a las nueve de la noche había que estar adentro, era peligroso para Rodolfo estar en la calle. Siempre nos dejaba perplejos la calma y el control con que hablaba el que estaba a cargo del comando radioeléctrico; su calma contrastaba con el nerviosismo de las voces que transmitían los móviles. Esa noche del 23, las voces habían perdido la calma. En algún momento nos fuimos a dormir porque, pese a la tensión, la variante del golpe era algo que se esperaba, no era una sorpresa". El 24 a la mañana había comenzado una nueva etapa. "Salí a comprar los diarios con todas las precauciones que tomábamos para evitar espías o seguimientos, en la calle había un ambiente de temor y expectativa, se veía en la cara de la gente. Algo se había roto, estaba cambiando. Nosotros seguimos la información en los diarios, la radio y la televisión, también vivimos ese día con una carga muy distinta, algo cambiaba, con la incertidumbre o la certeza de que se avecinaban tiempos más difíciles. En esos días nos habíamos encontrado con Vicky, la hija mayor de Rodolfo, con Horacio Verbitsky y Paco Urondo, pero el 24 todas las citas y el trabajo cotidiano se paró. El eje de lo que se hablaba o se hacía era el golpe. Después de ver un noticiero en la televisión, recuerdo que Rodolfo reflexionó: 'Si éstos llegan a ganar, este país se va a poner irrespirable."
Fuente: Página/12, 24/03/2000 (Suplemento especial 24 de marzo)
Por Luis Bruschtein
"¡Comando, comando, móvil 1!" decían unas voces y les contestaban: "QAP, QAP, móvil 1", "Adelante móvil 2", "hay movimiento de tropas en dirección a Casa de Gobierno"; "¡QSL, QSL, entendido, entendido!". Era la noche del 23 y la madrugada del 24, el escritor Rodolfo Walsh y Lilia Ferreyra, su mujer, interceptaban las comunicaciones radiales de las fuerzas de seguridad. De pronto las voces se multiplicaron, transmitían nerviosismo. "Ahí está el golpe" dijo para sí Walsh, que un año después escribiría la "Carta de un escritor a la Junta Militar" y luego sería secuestrado por un grupo de tareas de la ESMA. "En esa semana la atención estaba puesta en si iba a haber un golpe o no --recuerda Lilia Ferreyra--. Entonces en el área de Información de Montoneros estábamos muy pendientes de las escuchas de comunicaciones para tratar de encontrar información sobre lo que se podía estar gestando". La pareja ocupaba un departamento de un ambiente, de tres metros por 2,60, con un minibaño y una kitchenet. Era un primer piso con una sola ventana que daba a un patio interno de un edificio de diez pisos. Pero la ventana tenía que estar siempre cerrada para que no escucharan los vecinos. Había una cama de dos plazas, los estantes de una biblioteca que había pertenecido a Leopoldo Lugones, regalada por la nieta del escritor, Pirí, que también está desaparecida, una mesa plegable, dos sillas y una heladerita. "En el departamento teníamos un pequeño aparato de alta frecuencia que interceptaba las transmisiones de las fuerzas de seguridad --recuerda Lilia Ferreyra--; esa noche del 23 yo estaba en casa y Rodolfo había salido a una cita. Como todos los días, cuando él llegaba yo le contaba lo que había escuchado. Esa noche comenzó con la rutina de siempre, cenamos a las 9 y nos dispusimos a escuchar por onda corta el noticiero de la BBC de Londres de las diez de la noche, en una pausa de la escucha de las comunicaciones de las fuerzas represivas. Rodolfo hablaba inglés perfectamente y me traducía lo que escuchaba". Walsh se había aficionado a la criptología y gracias a ese hobby había descifrado el código de transmisión de los cubanos anticastristas que se entrenaban en Guatemala para invadir la isla. Fue a principios de los 60, cuando trabajaba en La Habana en la agencia Prensa Latina. Por curiosidad se había puesto a descifrar las incongruencias que arrojaban las teletipos de la agencia en el tiempo muerto y así los cubanos detectaron los planes de invasión. "En esas escuchas interceptamos muchos mensajes en código que después descifrábamos --relata Ferreyra--; él me enseñó a mí después a descifrarlos. Estos mensajes cifrados surgían generalmente de las comunicaciones con el interior del país. Allí escuchamos una vez la orden de detención de gente de la Universidad de Bahía Blanca y otras informaciones que más tarde fueron difundidas a través de la Agencia de Noticias Clandestina (Ancla)". "Poco después de la medianoche se empezaron a escuchar las voces más agitadas, eran del comando radioeléctrico por lo general. A la madrugada ya se preguntaban abiertamente, desde los móviles hasta el comando, por los tanques que estaban yendo por el bajo en dirección a la Casa Rosada. Esa fue la confirmación de que el golpe estaba en marcha".
"A diferencia de la opinión de otros, Rodolfo tenía la certeza de que se avecinaban tiempos terribles --señala Ferreyra--; quizás por su propia comprensión de lo que podía ser el uso desbordado de la fuerza militar que él había llegado a percibir durante la investigación de Operación masacre. Así lo entendió en ese momento y lo vertió un año más tarde en la "Carta de un escritor a la Junta Militar": que un gobierno militar, una dictadura, siempre sería mucho peor que un proceso democrático, aunque fuera deficiente y confuso como el de ese momento. El decía que el ejercicio del poder directamente por las Fuerzas Armadas sería peor, como lo había demostrado la misma historia con la Revolución Libertadora. Esto lo hablábamos y también lo había discutido con otros compañeros". Era un tema que estaba sobre la mesa. El general Videla había anunciado el golpe varios meses atrás y en las reuniones se había convertido en el punto central de la agenda. "Desde varios meses atrás, Rodolfo había planteado la necesidad de prever una situación política general donde las condiciones del trabajo de prensa iban a ser mucho más difíciles y que había que prever formas de difusión por vías clandestinas" señala Lilia Ferreyra. Después del 24 de marzo empezó a emitir sus primeros despachos la Agencia de Noticias Clandestina. "Esa noche combinábamos la intercepción de las comunicaciones con las emisiones en onda corta de las radios internacionales, fundamentalmente la BBC de Londres y Radio Colonia --apunta Ferreyra--, estábamos la mayor parte del tiempo allí porque a las nueve de la noche había que estar adentro, era peligroso para Rodolfo estar en la calle. Siempre nos dejaba perplejos la calma y el control con que hablaba el que estaba a cargo del comando radioeléctrico; su calma contrastaba con el nerviosismo de las voces que transmitían los móviles. Esa noche del 23, las voces habían perdido la calma. En algún momento nos fuimos a dormir porque, pese a la tensión, la variante del golpe era algo que se esperaba, no era una sorpresa". El 24 a la mañana había comenzado una nueva etapa. "Salí a comprar los diarios con todas las precauciones que tomábamos para evitar espías o seguimientos, en la calle había un ambiente de temor y expectativa, se veía en la cara de la gente. Algo se había roto, estaba cambiando. Nosotros seguimos la información en los diarios, la radio y la televisión, también vivimos ese día con una carga muy distinta, algo cambiaba, con la incertidumbre o la certeza de que se avecinaban tiempos más difíciles. En esos días nos habíamos encontrado con Vicky, la hija mayor de Rodolfo, con Horacio Verbitsky y Paco Urondo, pero el 24 todas las citas y el trabajo cotidiano se paró. El eje de lo que se hablaba o se hacía era el golpe. Después de ver un noticiero en la televisión, recuerdo que Rodolfo reflexionó: 'Si éstos llegan a ganar, este país se va a poner irrespirable."
Fuente: Página/12, 24/03/2000 (Suplemento especial 24 de marzo)
domingo, 22 de marzo de 2015
Femicidio Basura
Por Gabriela Cabezón Cámara
Revista Anfibia
Araceli Ramos, Serena Rodríguez, Noelia Akrap, Ángeles Rawson, Melina Romero, Daiana García. Tiradas a la basura, al costado de la ruta, en un descampado. Usan shorts, tienen novios, salen de noche. Las construyen poco a poco, como si fueran culpables, dice la escritora y periodista Gabriela Cabezón Cámara.
Tiradas a la basura, desgarradas, en pelotas: en la montaña asquerosa, un cuerpo como una cosa, como una cosa ya rota y que no sirve para nada, los restos del predador, la carne que le sobró de su festín asesino. Horas antes o después a la chica la buscaron la familia, los amigos, al final la policía y casi siempre la encuentra el que hace de la basura su trabajo cotidiano: un cartonero, el chofer de un camión recolector, alguien que anda por ahí. Después viene la ambulancia, le cambia la bolsa a blanca, se la llevan a la morgue y un auto lleva a los padres a ver si la chica es suya. Afuera espera la prensa: las cámaras y micrófonos buscando mostrarle al mundo el dolor más lacerante, la frase más torturada, la cara más arrugada por la angustia que la arrasa.
Tiradas a la basura en la bolsa de consorcio: igual que se tira un forro, la cáscara del zapallo, los papeles que no sirven y los huesos del asado entre tantas otras cosas. Tiradas como si nada, como objetos de consumo que ya fueron consumidos. Agarrarlas, asustarlas, verlas rogar, desnudarlas, humillarlas, violarlas, después matarlas, meterlas en una bolsa, tirarlas a la montaña de restos de la ciudad. Ya terminó el predador. Seguirán la policía, los abogados, los jueces y las cámaras de TV: sigue la carnicería en una especie de show que explica los femicidios.
Si la chica usaba short. Si tenía más de un novio. Si puso fotos en Facebook con boquita pecadora. Si salía mucho de noche. Si volvía a la mañana y tenía olor a whisky. Si estudiaba o no estudiaba. Si trabajaba de día o repartía tarjetas en la puerta de un boliche. Si era virgen. Si le gustaba enfiestarse. Si fumaba marihuana o sólo tomaba agua. Si tenía buenas notas o había repetido de año. Lo que dicen los amigos. Lo que piensan los vecinos. Lo que recomienda el cura que dirige la parroquia. Lo que supone un psiquiatra que va a la televisión. Lo que dice el movilero. Lo que supone la prensa. La idea que todos dicen sin terminar de decir: si la chica usaba mini y le gustaba bailar y si llevaba adelante su propia vida sexual según lo que le gustaba, era una trola y las trolas se la buscan y la encuentran.
La construyen poco a poco como si fuera culpable: digamé, comunicador y digan sus audiovidentes, si una mujer joven tiene más de un novio o, peor, ninguno, y vuelve en pedo a las seis y salió en vestido corto, ¿Se está buscando la muerte? ¿Piensa que se la merece? ¿Usted cree que debería volver antes de las doce? ¿Vestirse con una burka e ir a misa los domingos? ¿Usted quiere que le pida permiso a algún buen señor para salir cuando quiere? ¿Que deje de salir sola? ¿Que piense lo que se pone porque si a un hijo de puta le parece algo indecente por ahí la hace pelota? Le pregunto más cortito: ¿Piensa que una chica es propiedad de algún muchacho y que si no tiene dueño pueden matarla tranquilos? ¿De verdad se siente bien eligiendo como elige la foto más provocativa para decir sin decir “la piba era una atorranta”, “los padres no la cuidaban”, “su vida no tenía rumbo”? Empieza una denigración, algo que está en la cultura, no digo que lo inventa usted, pero podría revisar la máquina de prejuicios que le salta cuando habla y cuando hablan los demás.
Entre otras cosas se nota la puntuación del mercado: hay cuerpos que valen más y hay cuerpos que valen menos. Casta, rica y estudiosa vale más que pobre y trola pero todas valen menos que el cuerpo del matador que es la manifestación extrema de este estado de las cosas: buena parte del planeta cree, a veces sin saberlo, que cosas somos nosotras. Pobres cosas, poca cosa, algo que se usa y se tira, nada de bienes suntuarios, muñecas que se descartan como globos ya pinchados. Es como canibalismo. Es una bestialidad. Piensen un poco, señores, piensen también las señoras y sientan un poco más: somos sus madres, sus hijas, sus hermanas, sus esposas, sus amigas, sus amantes, sus novias.
Somos más de la mitad del mundo que hacemos juntos. No insumos a descartar.
Fuente: Revista Anfibia
http://www.revistaanfibia.com/ensayo/basura
Revista Anfibia
Araceli Ramos, Serena Rodríguez, Noelia Akrap, Ángeles Rawson, Melina Romero, Daiana García. Tiradas a la basura, al costado de la ruta, en un descampado. Usan shorts, tienen novios, salen de noche. Las construyen poco a poco, como si fueran culpables, dice la escritora y periodista Gabriela Cabezón Cámara.
Tiradas a la basura, desgarradas, en pelotas: en la montaña asquerosa, un cuerpo como una cosa, como una cosa ya rota y que no sirve para nada, los restos del predador, la carne que le sobró de su festín asesino. Horas antes o después a la chica la buscaron la familia, los amigos, al final la policía y casi siempre la encuentra el que hace de la basura su trabajo cotidiano: un cartonero, el chofer de un camión recolector, alguien que anda por ahí. Después viene la ambulancia, le cambia la bolsa a blanca, se la llevan a la morgue y un auto lleva a los padres a ver si la chica es suya. Afuera espera la prensa: las cámaras y micrófonos buscando mostrarle al mundo el dolor más lacerante, la frase más torturada, la cara más arrugada por la angustia que la arrasa.
Tiradas a la basura en la bolsa de consorcio: igual que se tira un forro, la cáscara del zapallo, los papeles que no sirven y los huesos del asado entre tantas otras cosas. Tiradas como si nada, como objetos de consumo que ya fueron consumidos. Agarrarlas, asustarlas, verlas rogar, desnudarlas, humillarlas, violarlas, después matarlas, meterlas en una bolsa, tirarlas a la montaña de restos de la ciudad. Ya terminó el predador. Seguirán la policía, los abogados, los jueces y las cámaras de TV: sigue la carnicería en una especie de show que explica los femicidios.
Si la chica usaba short. Si tenía más de un novio. Si puso fotos en Facebook con boquita pecadora. Si salía mucho de noche. Si volvía a la mañana y tenía olor a whisky. Si estudiaba o no estudiaba. Si trabajaba de día o repartía tarjetas en la puerta de un boliche. Si era virgen. Si le gustaba enfiestarse. Si fumaba marihuana o sólo tomaba agua. Si tenía buenas notas o había repetido de año. Lo que dicen los amigos. Lo que piensan los vecinos. Lo que recomienda el cura que dirige la parroquia. Lo que supone un psiquiatra que va a la televisión. Lo que dice el movilero. Lo que supone la prensa. La idea que todos dicen sin terminar de decir: si la chica usaba mini y le gustaba bailar y si llevaba adelante su propia vida sexual según lo que le gustaba, era una trola y las trolas se la buscan y la encuentran.
La construyen poco a poco como si fuera culpable: digamé, comunicador y digan sus audiovidentes, si una mujer joven tiene más de un novio o, peor, ninguno, y vuelve en pedo a las seis y salió en vestido corto, ¿Se está buscando la muerte? ¿Piensa que se la merece? ¿Usted cree que debería volver antes de las doce? ¿Vestirse con una burka e ir a misa los domingos? ¿Usted quiere que le pida permiso a algún buen señor para salir cuando quiere? ¿Que deje de salir sola? ¿Que piense lo que se pone porque si a un hijo de puta le parece algo indecente por ahí la hace pelota? Le pregunto más cortito: ¿Piensa que una chica es propiedad de algún muchacho y que si no tiene dueño pueden matarla tranquilos? ¿De verdad se siente bien eligiendo como elige la foto más provocativa para decir sin decir “la piba era una atorranta”, “los padres no la cuidaban”, “su vida no tenía rumbo”? Empieza una denigración, algo que está en la cultura, no digo que lo inventa usted, pero podría revisar la máquina de prejuicios que le salta cuando habla y cuando hablan los demás.
Entre otras cosas se nota la puntuación del mercado: hay cuerpos que valen más y hay cuerpos que valen menos. Casta, rica y estudiosa vale más que pobre y trola pero todas valen menos que el cuerpo del matador que es la manifestación extrema de este estado de las cosas: buena parte del planeta cree, a veces sin saberlo, que cosas somos nosotras. Pobres cosas, poca cosa, algo que se usa y se tira, nada de bienes suntuarios, muñecas que se descartan como globos ya pinchados. Es como canibalismo. Es una bestialidad. Piensen un poco, señores, piensen también las señoras y sientan un poco más: somos sus madres, sus hijas, sus hermanas, sus esposas, sus amigas, sus amantes, sus novias.
Somos más de la mitad del mundo que hacemos juntos. No insumos a descartar.
Fuente: Revista Anfibia
http://www.revistaanfibia.com/ensayo/basura
El crimen de Daiana: demasiadas pibas menos
Por Claudia Rafael
(APe).- ¿Cuál es el tiempo real durante el que el nombre de una víctima de violencias perdura en la memoria colectiva? ¿Cómo se calcula el espacio que ocupará una u otra víctima –según un amplio abanico de peculiaridades- en los medios periodísticos ávidos de historias que prolonguen el show? ¿Decir Angeles Rawson o Lola Chomnalez es exactamente igual, a ojos de los medios y de la sociedad, que pronunciar Juana Emilia Gómez, Romina Ríos o “Peli” Mercado? ¿Durante cuánto tiempo se congelará la mueca de espanto social que provocó esta semana la aparición sin vida de Daiana Ayelén García, con sus 19 años, a la vera de la ruta 4, en Lavallol? ¿Alguien sabe, más allá de las fronteras olavarrienses, quién fue Magalí Giangreco? Y ¿qué resguarda la memoria colectiva de la telaraña de perversidad que rodeó la desaparición y homicidio de Candela Sol Rodríguez en Hurlimgham?
El espanto del final, los mecanismos y la crueldad de victimarios casi siempre anónimos e impunes es el único punto que las une. Por el resto, el transcurrir de sus vidas y la reacción social ante sus desapariciones y sus crímenes las aleja y las ubica en antípodas irreconciliables.
En medio de la mansedumbre del pequeño pueblo riojano de Patquía, con sus escasos 1800 pobladores, decir “Peli” es decir desaparición. Ramona Nicolaza Mercado es su nombre y en aquel abril de 10 años atrás tenía apenas 13. Dicen en el pueblo que es la Marita Verón de La Rioja. Ella, que solía decir que “hay un señor que me dice cosas y me molesta”. Y ese señor era un policía. “El 26, Peli fue al colegio Humberto Pereyra, donde cursaba noveno año, rindió matemática y se sacó un 10. A las 19.30 se preparó la merienda, que era infaltable para ella, porque era de buen comer, se sirvió dos tazas de chocolatada con tostadas con mermelada y manteca y quedó con la mamá de ir a devolverle un pantalón negro a mi otra hermana y unas botas que ella le había prestado para ir a una fiesta de 15. Estaba a cinco cuadras, pero nunca llegó. Entre las 20.30 y las 21.00 a ella se la llevaron. Y nunca más una noticia, ni un llamado, nada”, contó hace años otra de las tías al suplemento “Las 12”, de Página. Se cree que fue devorada por las mismas redes que capturaron a Marita Verón 13 años atrás.
“Peli” no tuvo titulares ni reclamos mucho más allá de las fronteras de su Patquía. Allí donde también vivía Romina Ríos, que tampoco los tuvo y que fue encontrada en febrero en la capital riojana después de varios días de búsqueda. La policía provincial habla de ese eufemismo justificador conocido como “crimen pasional” por el simple detalle de que el único imputado es un hombre de la fuerza de seguridad provincial. La misma que sostuvo el clásico mensaje a la mamá: “Señora, hubiese cuidado mejor a su hija, se debe haber ido con algún noviecito”.
Dicen las cifras publicadas hace escasos días a través del informe “Desaparición en democracia. Informe acerca de la búsqueda de personas entre 1990 y 2013” (Acciones Coordinadas Contra la Trata (ACCT) en conjunto con la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas) que hay 6040 desaparecidos entre 1990 y 2013, de los cuales 3231 son mujeres y 2801 hombres. Con unos 8 de los que no se incluye el género.
Bucear en cada uno de los números regionales y provinciales expone contradicciones difíciles de conciliar. En donde no se puede soslayar un problema de registros evidentemente notorio. Pero los 6040 casos registrados en ese informe para todo el país representan el 0,01 % del total de habitantes. Cuando, en cambio, se recorren las cifras provinciales, salta a los ojos que Tucumán, con sus 1453 desapariciones denunciadas de las cuales algo más de 900 son mujeres representa el 0,1 % del total de la población. La diferencia es tan abismal que las desapariciones tucumanas son 12 veces más importantes numéricamente que las que se consideraron en el resto de las regiones argentinas. Tal vez por eso, el ícono argentino de las desapariciones siga siendo Marita Verón.
En medio de esos 6040 están, por ejemplo, Peli Mercado, Fernanda Aguirre, María Cash, Florencia Pennacchi, Sofía Herrera, Marita Verón, Otoño Uriarte, Andrea López, Natalia Acosta. Allí estuvieron, probablemente, tantas otras cuyos cuerpos fueron luego encontrados. ¿Acaso, más allá de sus afectos, alguien recuerda a Araceli Ramos, con sus 19 años, asesinada por un ex prefecto cuando había concurrido a una falsa entrevista laboral igual que Daiana? En una danza mediática que un buen día decidió excluir de la memoria a Melina Romero, escasos meses después, la misma a la que Clarín definió como “una fanática de los boliches que abandonó la secundaria”.
¿Durante cuánto tiempo se prolongará la imagen de Daiana García, posando en face o ya estragada por la perversidad humana, en las pantallas de los televisores identificada por su papá el mismo día en que se cumplían 3650 noches desde la ausencia de Florencia Pennacchi? ¿Cómo se establece el rating macabro que determinó la transmisión 24x24 de Angeles Rawson? ¿Por qué lapso extra se hubiera prolongado la permanencia de Lola Chomnalez en las pantallas televisivas y tapas de diarios si no hubiera surgido con la fuerza de un huracán un hombre llamado Nisman que se transformó en pancarta con un maniqueo “yo soy” que ya entró en territorio de dudas? ¿Por qué Juana Gómez, qom chaqueña; Yamila Chacoma, desde su Comodoro Rivadavia o Sofía Viale, desde Pico nunca fueron pancarta colectiva?
Sólo el instante del estrago las hermanó. Apenas eso. El segundo feroz de la mano opresora que asesina desvió para unir fugazmente esas dos vías irreconciliables que nacen en la inequidad y persisten más allá de la muerte.
Hay –decires imprescindibles de Juan Gelman- una declinación del coeficiente de ternura que omite, con una frecuencia de espanto, la palabra indignación.
Agencia de Noticias Pelota de Trapo
(APe).- ¿Cuál es el tiempo real durante el que el nombre de una víctima de violencias perdura en la memoria colectiva? ¿Cómo se calcula el espacio que ocupará una u otra víctima –según un amplio abanico de peculiaridades- en los medios periodísticos ávidos de historias que prolonguen el show? ¿Decir Angeles Rawson o Lola Chomnalez es exactamente igual, a ojos de los medios y de la sociedad, que pronunciar Juana Emilia Gómez, Romina Ríos o “Peli” Mercado? ¿Durante cuánto tiempo se congelará la mueca de espanto social que provocó esta semana la aparición sin vida de Daiana Ayelén García, con sus 19 años, a la vera de la ruta 4, en Lavallol? ¿Alguien sabe, más allá de las fronteras olavarrienses, quién fue Magalí Giangreco? Y ¿qué resguarda la memoria colectiva de la telaraña de perversidad que rodeó la desaparición y homicidio de Candela Sol Rodríguez en Hurlimgham?
El espanto del final, los mecanismos y la crueldad de victimarios casi siempre anónimos e impunes es el único punto que las une. Por el resto, el transcurrir de sus vidas y la reacción social ante sus desapariciones y sus crímenes las aleja y las ubica en antípodas irreconciliables.
En medio de la mansedumbre del pequeño pueblo riojano de Patquía, con sus escasos 1800 pobladores, decir “Peli” es decir desaparición. Ramona Nicolaza Mercado es su nombre y en aquel abril de 10 años atrás tenía apenas 13. Dicen en el pueblo que es la Marita Verón de La Rioja. Ella, que solía decir que “hay un señor que me dice cosas y me molesta”. Y ese señor era un policía. “El 26, Peli fue al colegio Humberto Pereyra, donde cursaba noveno año, rindió matemática y se sacó un 10. A las 19.30 se preparó la merienda, que era infaltable para ella, porque era de buen comer, se sirvió dos tazas de chocolatada con tostadas con mermelada y manteca y quedó con la mamá de ir a devolverle un pantalón negro a mi otra hermana y unas botas que ella le había prestado para ir a una fiesta de 15. Estaba a cinco cuadras, pero nunca llegó. Entre las 20.30 y las 21.00 a ella se la llevaron. Y nunca más una noticia, ni un llamado, nada”, contó hace años otra de las tías al suplemento “Las 12”, de Página. Se cree que fue devorada por las mismas redes que capturaron a Marita Verón 13 años atrás.
“Peli” no tuvo titulares ni reclamos mucho más allá de las fronteras de su Patquía. Allí donde también vivía Romina Ríos, que tampoco los tuvo y que fue encontrada en febrero en la capital riojana después de varios días de búsqueda. La policía provincial habla de ese eufemismo justificador conocido como “crimen pasional” por el simple detalle de que el único imputado es un hombre de la fuerza de seguridad provincial. La misma que sostuvo el clásico mensaje a la mamá: “Señora, hubiese cuidado mejor a su hija, se debe haber ido con algún noviecito”.
Dicen las cifras publicadas hace escasos días a través del informe “Desaparición en democracia. Informe acerca de la búsqueda de personas entre 1990 y 2013” (Acciones Coordinadas Contra la Trata (ACCT) en conjunto con la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas) que hay 6040 desaparecidos entre 1990 y 2013, de los cuales 3231 son mujeres y 2801 hombres. Con unos 8 de los que no se incluye el género.
Bucear en cada uno de los números regionales y provinciales expone contradicciones difíciles de conciliar. En donde no se puede soslayar un problema de registros evidentemente notorio. Pero los 6040 casos registrados en ese informe para todo el país representan el 0,01 % del total de habitantes. Cuando, en cambio, se recorren las cifras provinciales, salta a los ojos que Tucumán, con sus 1453 desapariciones denunciadas de las cuales algo más de 900 son mujeres representa el 0,1 % del total de la población. La diferencia es tan abismal que las desapariciones tucumanas son 12 veces más importantes numéricamente que las que se consideraron en el resto de las regiones argentinas. Tal vez por eso, el ícono argentino de las desapariciones siga siendo Marita Verón.
En medio de esos 6040 están, por ejemplo, Peli Mercado, Fernanda Aguirre, María Cash, Florencia Pennacchi, Sofía Herrera, Marita Verón, Otoño Uriarte, Andrea López, Natalia Acosta. Allí estuvieron, probablemente, tantas otras cuyos cuerpos fueron luego encontrados. ¿Acaso, más allá de sus afectos, alguien recuerda a Araceli Ramos, con sus 19 años, asesinada por un ex prefecto cuando había concurrido a una falsa entrevista laboral igual que Daiana? En una danza mediática que un buen día decidió excluir de la memoria a Melina Romero, escasos meses después, la misma a la que Clarín definió como “una fanática de los boliches que abandonó la secundaria”.
¿Durante cuánto tiempo se prolongará la imagen de Daiana García, posando en face o ya estragada por la perversidad humana, en las pantallas de los televisores identificada por su papá el mismo día en que se cumplían 3650 noches desde la ausencia de Florencia Pennacchi? ¿Cómo se establece el rating macabro que determinó la transmisión 24x24 de Angeles Rawson? ¿Por qué lapso extra se hubiera prolongado la permanencia de Lola Chomnalez en las pantallas televisivas y tapas de diarios si no hubiera surgido con la fuerza de un huracán un hombre llamado Nisman que se transformó en pancarta con un maniqueo “yo soy” que ya entró en territorio de dudas? ¿Por qué Juana Gómez, qom chaqueña; Yamila Chacoma, desde su Comodoro Rivadavia o Sofía Viale, desde Pico nunca fueron pancarta colectiva?
Sólo el instante del estrago las hermanó. Apenas eso. El segundo feroz de la mano opresora que asesina desvió para unir fugazmente esas dos vías irreconciliables que nacen en la inequidad y persisten más allá de la muerte.
Hay –decires imprescindibles de Juan Gelman- una declinación del coeficiente de ternura que omite, con una frecuencia de espanto, la palabra indignación.
Agencia de Noticias Pelota de Trapo
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