El acuerdo firmado en la madrugada de ayer en Minsk por todos los involucrados directa o indirectamente en el conflicto ucraniano vuelve a mostrar, esta vez más contundentemente que otras, hasta dónde ha llegado el desgranamiento de la unipolaridad norteamericana, en un novísimo escenario que abre una gran cantidad de interrogantes y, por qué no también, esperanzas.
Por Mariano Ciafardini
No sólo no se discute ya, de ningún modo, la incorporación de Crimea directamente al territorio nacional ruso, hecho que la gran prensa a tratado de digerir lo más rápido posible atenta a la dimensión que adquiere la imagen del poderío ruso con la sola mención de este hecho inconcebible en la política internacional de hace apenas unos años atrás, sino que ha quedado establecida una nueva frontera en el punto exacto donde Vladimir Putin la quería y, por supuesto, donde también la querían los separatistas de Donetsk y Lugansk, las dos "óblasts" ucranianas que están por la autonomía y son claramente partidarias geopolíticas de Rusia.
Para los fascistas y ultranacionalistas de Kiev, que asedian al presidente ucraniano Petro Poroshenko con sus reclamos de una actitud bélicamente más agresiva, ha de ser un trago difícil, y para Poroshenko mismo una situación de tensión que tendrá que saber manejar (y reprimir llegado el caso). Pero ello es el precio que debe pagar por haber cedido a esas presiones y no haber concurrido a la última cita anterior en Minsk, que la gran prensa también oculta, ya que no fue la reiteradamente mencionada del primer acuerdo de septiembre de 2014, sino la que estaba prevista para el 18 de enero, día anterior al comienzo del alto el fuego acordado en noviembre. En lugar de ello, cediendo a las presiones fascistas y especulando con involucrar a EEUU en forma directa en el conflicto, Poroshenko ordenó un ataque masivo en toda la región del Donbass. Así le fue, el ataque fue repelido y los rebeldes pudieron ocupar un territorio más extendido que el que tenían, que es el que queda ahora establecido como punto de partida para la línea de seguridad controlada por el consejo europeo en el acuerdo que se acaba de firmar.
Pero lo más impactante como noticia geopolítica es el desplazamiento hacia los márgenes del conflicto que sufrió EE UU. En el viaje de apuro que tuvieron que hacer Angela Merkel y François Hollande para ir a tocar, humillantemente, la puerta del Kremlin, desesperados por la profundización de la crisis europea, que el conflicto y el "bloqueo" a Rusia no hace más que agravar, y con la mecha encendida por el resultado de las elecciones en Grecia, los dos grandes especuladores de la política europea "olvidaron" llevar o, al menos, avisar a Washington. A Barack Obama y John Kerry lo único que les quedó para intentar "salvar algo de ropa" fue emitir un tardío y desubicado ultimátum bellus aparentando una presión supuestamente destinada a intimidar a Rusia, cuando, en realidad, ya estaba todo acordado sin ellos. Después de todo, ¿qué tiene que hacer EE UU en Ucrania, no?
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