La Revolución mexicana de 1910 nació de un conflicto dentro de la clase dominante, entre los sectores políticos y económicos del capitalismo norteño y el de los "científicos". Los pequeños campesinos, comuneros y los indígenas que buscaban justicia, tierra y agua, se sumaron a los primeros encabezados por Francisco Madero y aseguraron el triunfo de una revolución democrática socialmente avanzada que formó parte de una cadena de revoluciones similares (la rusa de 1905, la china y la persa de 1910), y de movimientos sociales como los democráticos y antioligárquicos de los radicales argentinos.
La rebelión democrática profunda que agita México hoy y trata de echar del poder a Enrique Peña Nieto nace del odio a la injusticia y la corrupción, a la ilegalidad del régimen, al fraude repetido y el terrorismo de Estado, a la venalidad de la justicia y la impunidad de los poderosos que cometen delitos contra la población, el ambiente, el propio Estado. Se alza también contra la sumisión al capital financiero internacional y las trasnacionales, el desmantelamiento de la protección a campesinos y ejidatarios y de las leyes que regulaban la explotación laboral. La parte del pueblo mexicano en rebelión defiende los derechos y libertades y la soberanía nacional amenazados por los nuevos Santa Anna y los nuevos "científicos" porfirianos ligados al capital extranjero.
La rebelión actual tiene un fuerte contenido social que le dan los indígenas en lucha, los comuneros guerrerenses y michoacanos, los estudiantes y maestros y la parte más avanzada de los intelectuales. Afecta duramente al capitalismo, pero no tiene objetivos anticapitalistas y quiere mantenerse en el marco legal, que el gobierno, aliado al narcotráfico, viola sangrienta y cotidianamente. Precisamente su carácter democrático y la masividad de las protestas en contraste con la violencia ciega e ilegal del gobierno la hace similar a las revoluciones árabes y a la protesta antirracista en Estados Unidos y le otorga un vasto eco mundial. La extensión de las policías comunitarias y de los consejos municipales que desconocen narcogobiernos hunde las raíces de esta revolución democrática en progreso en los sectores campesinos, las comunas y comunidades indígenas que aún subsisten y resisten la sistemática transformación de México en un país exportador de brazos y materias primas, y de servidores del turismo y totalmente integrado en el “ american way of life”.
Pero, a diferencia de 1910, no hay ninguna dirección capitalista opositora dispuesta a derribar al régimen apoyándose en la rebelión de los oprimidos y explotados. Andrés Manuel López Obrador como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional parecen creer en la teoría de la pera madura o sea, que el régimen y el gobierno caerán por sí solos, con la mera presión popular, y Morena espera que Washington se dé cuenta del peligro que representa en sus fronteras el actual grupo de ineptos, irresponsables, corruptos y desprestigiados que desde el gobierno azuza todos los días la rebelión popular. Espera por consiguiente que Barack Obama dé su bendición a un cambio legal, a un nuevo gobierno con base popular, algo así como un regalo de los Reyes Magos.
También a diferencia de 1910 (cuando Estados Unidos no era aún una potencia y ni siquiera tenía un ejército), hoy sigue siendo la principal potencia militar imperialista, considera a México un problema interior, lo ha integrado en su economía sin necesidad de ocuparlo todavía, y no quiere una agitación social en sus fronteras que aumente la inmensa masa de emigrantes que tratan de ingresar todos los días al mercado de trabajo estadunidense. Sólo ante un peligro inminente de una profundización anticapitalista de la rebelión democrática actual Washington pensará en sacarse de encima a Peña Nieto recurriendo a sus siervos en el Parlamento mexicano.
El gran capital estadunidense, como en todas partes, está debilitando al máximo su aparato estatal nacional. Obama, a la vez, es un sirviente del gran capital y un rehén de la extrema derecha políticamente dominante. El capitalismo, en Estados Unidos, logró reducir a la impotencia a los sindicatos, rebajó al máximo el nivel de vida, atenta cada día contra los espacios democráticos matando negros y promulgando leyes liberticidas y, por tanto, no tolerará nuevos inmigrantes ilegales ni un peligro potencial en México.
Mediante el fracking inundó el mercado mundial de petróleo, redujo su dependencia del mexicano y de las importaciones de crudo, así como el costo del transporte de cargas en beneficio de sus capitalistas y creó grandísimas dificultades a los países productores de petróleo, como Rusia y Venezuela, en particular, con los que está enfrentado. La caída del precio mundial de las materias primas agrícolas y minerales agrava al mismo tiempo la situación económica de países como Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador, cuyos gobiernos le han opuesto alguna resistencia y favorece, por tanto, los planes estadunidenses de afirmarse en la región. Los capitalistas estadunidenses no apoyarán por consiguiente un gobierno de Morena y sostendrán a Peña Nieto mientras puedan.
Pero el pueblo mexicano no ha dicho aún su última palabra y no depende, por fortuna, ni de las limitaciones políticas de los espontaneístas y semianarquistas ni de los cálculos oportunistas de los educados en la escuela del PRI o de los reformistas estatistas o de algunos académicos esclerosados que no confían en la capacidad de la gente común de crear su propia dirección, sus propios líderes, los nuevos Emilianos Zapata. Esas nuevas direcciones, en germen, están en los consejos populares guerrerenses, en los movimientos campesinos y populares de autorganización y autodefensa, y en la capacidad de comprensión de los movimientos estudiantiles y urbanos que no se dejarán llevar a ninguna aventura ni provocación o intentos de pasar a otra fase de lucha aún muy prematura.
La Jornada de México
La rebelión democrática profunda que agita México hoy y trata de echar del poder a Enrique Peña Nieto nace del odio a la injusticia y la corrupción, a la ilegalidad del régimen, al fraude repetido y el terrorismo de Estado, a la venalidad de la justicia y la impunidad de los poderosos que cometen delitos contra la población, el ambiente, el propio Estado. Se alza también contra la sumisión al capital financiero internacional y las trasnacionales, el desmantelamiento de la protección a campesinos y ejidatarios y de las leyes que regulaban la explotación laboral. La parte del pueblo mexicano en rebelión defiende los derechos y libertades y la soberanía nacional amenazados por los nuevos Santa Anna y los nuevos "científicos" porfirianos ligados al capital extranjero.
La rebelión actual tiene un fuerte contenido social que le dan los indígenas en lucha, los comuneros guerrerenses y michoacanos, los estudiantes y maestros y la parte más avanzada de los intelectuales. Afecta duramente al capitalismo, pero no tiene objetivos anticapitalistas y quiere mantenerse en el marco legal, que el gobierno, aliado al narcotráfico, viola sangrienta y cotidianamente. Precisamente su carácter democrático y la masividad de las protestas en contraste con la violencia ciega e ilegal del gobierno la hace similar a las revoluciones árabes y a la protesta antirracista en Estados Unidos y le otorga un vasto eco mundial. La extensión de las policías comunitarias y de los consejos municipales que desconocen narcogobiernos hunde las raíces de esta revolución democrática en progreso en los sectores campesinos, las comunas y comunidades indígenas que aún subsisten y resisten la sistemática transformación de México en un país exportador de brazos y materias primas, y de servidores del turismo y totalmente integrado en el “ american way of life”.
Pero, a diferencia de 1910, no hay ninguna dirección capitalista opositora dispuesta a derribar al régimen apoyándose en la rebelión de los oprimidos y explotados. Andrés Manuel López Obrador como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional parecen creer en la teoría de la pera madura o sea, que el régimen y el gobierno caerán por sí solos, con la mera presión popular, y Morena espera que Washington se dé cuenta del peligro que representa en sus fronteras el actual grupo de ineptos, irresponsables, corruptos y desprestigiados que desde el gobierno azuza todos los días la rebelión popular. Espera por consiguiente que Barack Obama dé su bendición a un cambio legal, a un nuevo gobierno con base popular, algo así como un regalo de los Reyes Magos.
También a diferencia de 1910 (cuando Estados Unidos no era aún una potencia y ni siquiera tenía un ejército), hoy sigue siendo la principal potencia militar imperialista, considera a México un problema interior, lo ha integrado en su economía sin necesidad de ocuparlo todavía, y no quiere una agitación social en sus fronteras que aumente la inmensa masa de emigrantes que tratan de ingresar todos los días al mercado de trabajo estadunidense. Sólo ante un peligro inminente de una profundización anticapitalista de la rebelión democrática actual Washington pensará en sacarse de encima a Peña Nieto recurriendo a sus siervos en el Parlamento mexicano.
El gran capital estadunidense, como en todas partes, está debilitando al máximo su aparato estatal nacional. Obama, a la vez, es un sirviente del gran capital y un rehén de la extrema derecha políticamente dominante. El capitalismo, en Estados Unidos, logró reducir a la impotencia a los sindicatos, rebajó al máximo el nivel de vida, atenta cada día contra los espacios democráticos matando negros y promulgando leyes liberticidas y, por tanto, no tolerará nuevos inmigrantes ilegales ni un peligro potencial en México.
Mediante el fracking inundó el mercado mundial de petróleo, redujo su dependencia del mexicano y de las importaciones de crudo, así como el costo del transporte de cargas en beneficio de sus capitalistas y creó grandísimas dificultades a los países productores de petróleo, como Rusia y Venezuela, en particular, con los que está enfrentado. La caída del precio mundial de las materias primas agrícolas y minerales agrava al mismo tiempo la situación económica de países como Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador, cuyos gobiernos le han opuesto alguna resistencia y favorece, por tanto, los planes estadunidenses de afirmarse en la región. Los capitalistas estadunidenses no apoyarán por consiguiente un gobierno de Morena y sostendrán a Peña Nieto mientras puedan.
Pero el pueblo mexicano no ha dicho aún su última palabra y no depende, por fortuna, ni de las limitaciones políticas de los espontaneístas y semianarquistas ni de los cálculos oportunistas de los educados en la escuela del PRI o de los reformistas estatistas o de algunos académicos esclerosados que no confían en la capacidad de la gente común de crear su propia dirección, sus propios líderes, los nuevos Emilianos Zapata. Esas nuevas direcciones, en germen, están en los consejos populares guerrerenses, en los movimientos campesinos y populares de autorganización y autodefensa, y en la capacidad de comprensión de los movimientos estudiantiles y urbanos que no se dejarán llevar a ninguna aventura ni provocación o intentos de pasar a otra fase de lucha aún muy prematura.
La Jornada de México