Por Alfredo Zaiat
Ante la renovada presión del elenco estable de ortodoxos y heterodoxos conservadores para impulsar una nueva vuelta de devaluación brusca, la padecida a fines de enero es una lección para no tropezar con la misma piedra. El salto cambiario de principios de año acompañado con un alza de la tasa de interés, estrategia exhibida por el entonces presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, como un triunfo personal para domesticar la fiebre especulativa (para ahorrar interpretaciones superficiales sobre la evaluación del ex funcionario se aconseja la lectura de la columna “Táctica y estrategia” publicada por este cronista el 7 de diciembre pasado), no tuvo como resultado ninguno de los supuestos beneficios del ajuste de la paridad y, en cambio, sí absorbió todos los costos asociados a una devaluación: caída del nivel de actividad económica, estancamiento del empleo, shock inflacionario, retroceso inicial del salario real luego compensado en cuotas por aumentos definidos en paritarias. Además no impactó positivamente en las exportaciones por mejora de la competitividad cambiaria: los despachos al exterior disminuyeron 10 por ciento en lo que va del año, y las industriales bajaron 13 por ciento. Acentuó también el comportamiento conservador de productores y del complejo agrario exportador de retener parte de la cosecha de soja y de demorar la liquidación de dólares.
La devaluación de enero fue regresiva en términos económicos y sociales sin registrar ninguno de los factores económicos expansivos prometidos, ni tampoco sirvió para neutralizar maniobras especulativas. Con ese saldo desfavorable en equidad social, quienes reclaman una nueva devaluación deberían precisar cuáles son los intereses que defienden, incluyendo los patrimoniales propios.
Un reciente informe de la consultora Quantum, del secretario del endeudamiento serial argentino Daniel Marx, que circula en el mercado rompiendo el bloqueo de mails, transita el lugar común del análisis desestabilizador de la city: el tipo de cambio se está atrasando porque el aumento de precios internos ya absorbió el ajuste de enero. Esta sentencia que ha comenzado a repetirse con más frecuencia, subiendo el grado de intensidad del mismo modo que a lo largo del año pasado, va moldeando expectativas devaluacionistas de agentes económicos.
La brecha de la cotización oficial con la del denominado dólar blue y la presión sobre las reservas del Banco Central son las variables que utilizan para evaluar como inevitable el ajuste cambiario. Cuando con la nueva conducción del Banco Central esa brecha empieza a reducirse al desbaratarse la presión devaluacionista y se recompone el financiamiento externo con los fondos del swap (intercambio de monedas) con China, pasa a ocupar un lugar central en el análisis cambiario el argumento del atraso por el aumento de precios internos. Detrás de ese planteo alimentado por operadores financieros y grupos exportadores (del agro y de la producción de insumos difundidos) se encuentran los sectores dolarizados que se beneficiarían con la fuerte transferencia de ingresos de una devaluación fuerte. El antecedente reciente de ese comportamiento especulativo es la ganancia contable extraordinaria de casi 10 mil millones de pesos de los bancos sólo por el ajuste cambiario de enero. La construcción de expectativas de devaluación con el objetivo de generar la profecía autocumplida está motorizada por la lógica de la valorización financiera y no por la restricción estructural de la economía real debido a la escasez de divisas.
El argumento reiterado de la devaluación para recuperar competitividad de la producción nacional queda debilitado por la evidencia empírica cercana. No aumentaron las exportaciones por el alza del tipo de cambio. El nivel de la paridad es una variable relevante en la evaluación de la competitividad de una economía, y en ese sentido desde 2003 la política de administración del tipo de cambio está ocupando un lugar destacado de la estrategia económica, pero no es la única. La competitividad no depende sólo del tipo de cambio real, sino también de otros factores estructurales “como el acceso y capacidad de manejo de la tecnología disponible, las escalas de producción, las barreras a la entrada en los diferentes mercados, así como la disponibilidad de materia prima barata y abundante, precio de la energía e infraestructura logística existente”, se detalla en la revista N357 Coyuntura y Desarrollo, de Fide. Otros elementos importantes son líneas de financiamiento a tasas subsidiadas, beneficios impositivos y el costo del transporte. Agrega el informe que “lejos está el tipo de cambio real de ser el único factor macroeconómico que incide en la rentabilidad de los sectores transables: de acuerdo con los contextos y las especificidades de la estructura productiva, lo que ocurra con el nivel de actividad interno o la situación de la demanda internacional representan fuertes determinantes de la competitividad externa”. El actual nivel del tipo de cambio no está atrasado.
La devaluación es una solución ficticia para mejorar la competitividad y tiene corto recorrido porque gatilla inmediatamente un proceso inflacionario, debido a que agudiza la puja distributiva en un contexto de desempleo de un dígito y recomposición del entramado industrial. Entonces impacta negativamente en el nivel de actividad y distribución de la riqueza provocando una transferencia de ingresos desde los sectores de remuneraciones fijas hacia grupos financieros, el complejo agrario exportador y la industria exportadora. El retroceso de la actividad, del empleo y el salario real no fue más intenso por la devaluación de enero gracias a las políticas contracíclicas aplicadas inmediatamente en los frentes de los ingresos (alza de jubilaciones, asignaciones familiares, AUH y salarios) y de la inversión estatal (expansión del gasto público) con el objetivo de sostener la demanda interna.
En la publicación de Fide se advierte que “en las actuales circunstancias es fundamental no equivocar el diagnóstico: disponer de un análisis actualizado acerca de cuáles son los determinantes estructurales de las exportaciones e importaciones, qué papel juegan en el mismo tanto las firmas trasnacionales como la inserción regional de nuestro país, cuáles son los cuellos de botella en materia de oferta agregada, así como cuál es el rol que desempeñan los distintos eslabones que hacen a la competitividad sistémica”.
La restricción externa, o sea la escasez de divisas, que irrumpe en países con una estructura productiva desequilibrada (agro proveedor de divisas e industria demandante de esos dólares), tiene una intensidad adicional en el actual ciclo político de impulso industrializador debido a la pérdida del autoabastecimiento energético (importación de combustibles) y a la persistente presión sobre las reservas del Banco Central (fuga de capitales en nueve corridas desde el 2007, giro de utilidades al exterior de filiales de multinacionales y desendeudamiento). La falta de dólares tiene esas tres fuentes que no se pueden contrarrestar con una devaluación brusca, que sólo agudizaría esa carencia en un contexto internacional poco amigable. Este exhibe menor dinamismo del comercio internacional, retroceso del precio internacional de la soja, estancamiento de la economía de Brasil, desaceleración del crecimiento de China y continuidad de la crisis en Europa.
La tensión financiera con eje en el tipo de cambio, que también es una manifestación de la disputa política-mediática a la que se sumó este año el lobby desestabilizador de los fondos buitre, constituye un desafío que excede el nivel de la cotización del dólar. Además de la necesidad de presentar una oferta interesante para captar el ahorro en pesos, tarea que el ciclo kirchnerista desatendió, el precio del dólar es la exteriorización de la controversia estructural acerca de qué tipo de sendero de desarrollo se despliega en la economía argentina. La opción es uno basado en el endeudamiento, la lógica financiera con reprimarización de la economía y una industria subordinada en la estructura productiva con una regresiva distribución del ingreso, u otro sostenido con recursos propios, de endeudamiento para financiar infraestructura, de integración de la actividad agropecuaria en el entramado productivo, una industria dinámica y competitiva generadora de empleo de calidad y equidad en el reparto de la riqueza. Quienes insisten con el supuesto atraso cambiario y atemorizan a un auditorio desatento con el peligro de un estallido haciendo referencia a acontecimientos traumáticos del pasado apuestan a la primera opción. Es oportuno saber que para imponerlo despliegan sobre el terreno mediático y político y en los clubes sociales del establishment al elenco estable de economistas que aconsejan abandonar la política de administración del tipo de cambio confundiendo sobre la inevitabilidad y bondades de una devaluación brusca. La experiencia negativa del ajuste cambiario de enero es una lección reciente para construir la resistencia necesaria a una medida regresiva en términos económicos y sociales.
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