En el país del monte, en el norte de la provincia de La Pampa, específicamente allí donde el romance de la sal y el silencio, adoptan como hijo al desierto, allí donde la sed ha sabido edificar su imperio, podremos encontrar el país de los poceros. Hombres que han tenido como oficio cavar el planeta hasta hallar el único petróleo que vale en aquellas comarcas, el agua: “Le dio a la tierra muda bocas frescas/ y le arrancó palabras de agua, breves/ para el balido largo de las cabras/ que ardientes beben” (Héctor David Gatica)
Según el escritor pampeano Juan Antonio Martín, se calcula que en el monte pampeano hay una veintena de pozos profundos, muchos de ellos abandonados. Pozos que llegan a tener hasta 180 metros de profundidad. Hay algo que estos remotos pozos aún conservan: su cultura, o mejor dicho, la cultura de los poceros: "Lo vieron cerca de Doblas,/ anduvo por Macachín,/ siempre buscando tesoros/ el peludo Valentín./ Tiene cueva de dos pisos/ es pocero y albañil,/ mira La Pampa de abajo,/ vive junto a su raíz,/ él conoce penas indias/ enterradas por allí" (Marcelino Catrón)
Pala, martillo, pico, hasta dinamita, eran las herramientas que los poceros utilizaban para desvirgar a la doncella milenaria de sal, esa arisca tierra que escondía su agua, cual secreto de vida o muerte, o tal vez de las inmortalidades de los otros ríos.
La tarea del pocero era tan devastadora, que casi no hay registro de que un pocero haya hecho dos pozos, pareciera que la experiencia de cavar hasta casi 200 metros de profundidad, brinda determinadas respuestas a preguntas que no conviene hacerse: “Vivió en los pozos, buzo de la arcilla,/ buscando el agua de hondas napas frías/ y fue poniendo marcos de cansancio/ en los costados lerdos de los días” (Héctor David Gatica)
Dicen que después de la experiencia de hacer un pozo, una de las cosas fundamentales que aprendía el pocero, era a no decir más etcétera, ya nada era algo que sobra en esta vida, ya nada era lo demás, luego de estar a más de cien metros bajo tierra, cada puñado de aire, cada respiración de vida, era un milagro. ¡También estos poceros! Andar trabajando de milagreros, despechando a esas tres irreductibles mujeres: la soledad, la sed y la muerte. “Él, y sólo él, su tumba iba a cavarse/ con esa hondura propia del pocero./ Se fue enterrando en todas las paladas./ Le llovió tosca el noque, roto el cuero” (Héctor David Gatica)
Todos los poceros eran inmigrantes, la mayoría vascos e italianos, llegados en desesperados barcos para anclar en ese mar de llanura y viento que es la Pampa profunda. ¿Se imaginan al pocero, hundiéndose, mientras recordaba cuando tomó la decisión de arraigarse en estas tierras? ¡Jamás pensó que esto sería tan literal!
En el momento de adentrarse en la tierra, el pocero comenzaba a sentir que era una especie de semilla que el destino sembraba en esta tierra lejana. O quizás, concluía, que era una especie de ofrenda que se le otorgara a la Pachamama: él que era hijo de otro Dios, él que vino con su música y ahora era un intérprete de los ecos ancestrales de ceremonias aborígenes, del canto hondo de una raza. ¡Qué sino el suyo: escapar del hambre, cruzar el océano y terminar en el fondo de la tierra! ¿Enterrado vivo, acaso un muerto en vida? Sin embargo, el pocero sabía que cavaba buscando el más perfecto sinónimo de vida: agua.
Cual agujeros negros, los pozos inauguraron un universo cultural, colmado de leyendas: que en los pozos se escondían los bandoleros que huían de la justicia. Que en los pozos depositaban a sus víctimas los criminales. Que en los pozos muchos se suicidaban. Que en los pozos la luz mala hacía nido. Hasta los pozos inspiraron canciones que, como la escrita por el poeta Leopoldo “Teuco” Castilla en su paso por La Pampa, nos quitan la sed de la existencia: “Don Audisio, el molinero/ Al enterrarse se enciela/ Para que suban las nubes/ desde el fondo de la tierra./ ...Y ahí se va dentro del pozo/ con el alma en una cuerda,/ sáquenlo que traiga el agua/ empreñando la tormenta…”
Según el escritor pampeano Juan Antonio Martín, se calcula que en el monte pampeano hay una veintena de pozos profundos, muchos de ellos abandonados. Pozos que llegan a tener hasta 180 metros de profundidad. Hay algo que estos remotos pozos aún conservan: su cultura, o mejor dicho, la cultura de los poceros: "Lo vieron cerca de Doblas,/ anduvo por Macachín,/ siempre buscando tesoros/ el peludo Valentín./ Tiene cueva de dos pisos/ es pocero y albañil,/ mira La Pampa de abajo,/ vive junto a su raíz,/ él conoce penas indias/ enterradas por allí" (Marcelino Catrón)
Pala, martillo, pico, hasta dinamita, eran las herramientas que los poceros utilizaban para desvirgar a la doncella milenaria de sal, esa arisca tierra que escondía su agua, cual secreto de vida o muerte, o tal vez de las inmortalidades de los otros ríos.
La tarea del pocero era tan devastadora, que casi no hay registro de que un pocero haya hecho dos pozos, pareciera que la experiencia de cavar hasta casi 200 metros de profundidad, brinda determinadas respuestas a preguntas que no conviene hacerse: “Vivió en los pozos, buzo de la arcilla,/ buscando el agua de hondas napas frías/ y fue poniendo marcos de cansancio/ en los costados lerdos de los días” (Héctor David Gatica)
Dicen que después de la experiencia de hacer un pozo, una de las cosas fundamentales que aprendía el pocero, era a no decir más etcétera, ya nada era algo que sobra en esta vida, ya nada era lo demás, luego de estar a más de cien metros bajo tierra, cada puñado de aire, cada respiración de vida, era un milagro. ¡También estos poceros! Andar trabajando de milagreros, despechando a esas tres irreductibles mujeres: la soledad, la sed y la muerte. “Él, y sólo él, su tumba iba a cavarse/ con esa hondura propia del pocero./ Se fue enterrando en todas las paladas./ Le llovió tosca el noque, roto el cuero” (Héctor David Gatica)
Todos los poceros eran inmigrantes, la mayoría vascos e italianos, llegados en desesperados barcos para anclar en ese mar de llanura y viento que es la Pampa profunda. ¿Se imaginan al pocero, hundiéndose, mientras recordaba cuando tomó la decisión de arraigarse en estas tierras? ¡Jamás pensó que esto sería tan literal!
En el momento de adentrarse en la tierra, el pocero comenzaba a sentir que era una especie de semilla que el destino sembraba en esta tierra lejana. O quizás, concluía, que era una especie de ofrenda que se le otorgara a la Pachamama: él que era hijo de otro Dios, él que vino con su música y ahora era un intérprete de los ecos ancestrales de ceremonias aborígenes, del canto hondo de una raza. ¡Qué sino el suyo: escapar del hambre, cruzar el océano y terminar en el fondo de la tierra! ¿Enterrado vivo, acaso un muerto en vida? Sin embargo, el pocero sabía que cavaba buscando el más perfecto sinónimo de vida: agua.
Cual agujeros negros, los pozos inauguraron un universo cultural, colmado de leyendas: que en los pozos se escondían los bandoleros que huían de la justicia. Que en los pozos depositaban a sus víctimas los criminales. Que en los pozos muchos se suicidaban. Que en los pozos la luz mala hacía nido. Hasta los pozos inspiraron canciones que, como la escrita por el poeta Leopoldo “Teuco” Castilla en su paso por La Pampa, nos quitan la sed de la existencia: “Don Audisio, el molinero/ Al enterrarse se enciela/ Para que suban las nubes/ desde el fondo de la tierra./ ...Y ahí se va dentro del pozo/ con el alma en una cuerda,/ sáquenlo que traiga el agua/ empreñando la tormenta…”
Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer
www.pedropatzer.blogspot.com.ar
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