domingo, 3 de agosto de 2014

El acuerdo con la Alianza del Pacífico y los intereses en juego


El Mercosur es un mecanismo abierto a relacionarse con todos los bloques económicos y comerciales del mundo de manera que no hay ningún tipo de contradicción”, dijo el canciller venezolano Elías Jaua a los periodistas, al ser consultado el pasado lunes 28 sobre la confluencia con la Alianza del Pacífico. “Sin embargo, la resolución más importante de esta cumbre (…) es crear ya los mecanismos para promover la constitución del espacio económico y complementario con el Caribe”, agregó Jaua, al concluir la reunión de cancilleres preparatoria a la cumbre en Caracas.
Durante la reunión de jefes de Estado, el Mercosur firmó una Declaración que establece la creación de una “zona económica” con los países de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), Caricom y Petrocaribe. La ALBA está integrada por Bolivia, Cuba, Ecuador, San Vicente y las Granadinas, Dominica, Antigua y Barbuda, Santa Lucía, Venezuela y Nicaragua. El acuerdo energético Petrocaribe lo integran, a su vez, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Cuba, Dominica, Granada, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, El Salvador, Jamaica, Nicaragua, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Surinam y Venezuela.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, había adelantado antes de la Cumbre que propondría que se anticipe a este año la adopción de un tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, México y Colombia), pero no trascendió si lo hizo y con qué resultados. La liberación de aranceles está prevista para 2019.
Brasil impulsa el acuerdo, porque desea ampliar los mercados para su industria, mientras que Paraguay, sin litoral marítimo, busca puertos para acceder a los mercados mundiales. Argentina se opone por desconfianza hacia la posible introducción de productos norteamericanos mediante los tratados de libre comercio que dichos países tienen con Estados Unidos y Venezuela, porque desea dar prioridad a los vínculos con el Caribe.

El Tratado de Libre Comercio UE-Mercosur


En la Decisión 45 de su Declaración Final, la 46ª Reunión Cumbre de Presidentes del Mercosur se limitó a registrar que “(Los países miembro) reiteran la importancia de las negociaciones del Acuerdo de Asociación Mercosur-Unión Europea (y) manifestaron (…) la expectativa de que, una vez que la Unión Europea concluya las consultas necesarias para la presentación de su oferta, se fije fecha para el intercambio de las respectivas propuestas, (…)”. Detrás de la constatación se esconden graves diferencias políticas internas sobre la cuestión.
El Tratado de Libre Comercio del Mercosur con la Unión Europea fue retomado por el Gobierno de Paraguay en la reunión de Ministros de Relaciones Exteriores que se llevó a cabo el lunes en Venezuela, pero la presidenta Dilma Rousseff también ha reiterado este mes que mantiene una “firme voluntad” de avanzar en las tratativas. El presidente de la Comisión Europea (UE), José Manuel Durao Barroso, dijo por su parte en Brasilia hace dos semanas que “la Unión Europea y el Mercosur están de novios hace quince años” y apuntó: “¿No será el momento de oficializar esa relación? Estoy convencido de que sí”.
No obstante, la información sobre las negociaciones no trasciende las altas esferas estatales. En 1995, ambos bloques firmaron un Acuerdo Marco Interregional de Cooperación que abrió el diálogo en diversos niveles. Pero fue en 2000, cuando se empezó a negociar un “Acuerdo de Asociación”, que incluyó las dimensiones comerciales y políticas que en el 2008 se ampliaron a energía, infraestructura, ciencia y tecnología.
Uno de los puntos de mayor debilidad para los países sudamericanos es que sus ventajas comparativas se verían reducidas por la reticencia de los europeos a distender el proteccionismo agrícola, principalmente en Francia, Irlanda y Polonia.
Presionado por los industriales paulistas, cuyas corporaciones están en condiciones de competir globalmente, el gobierno brasileño presiona para avanzar en las negociaciones, pero sus pares de Argentina y Venezuela enfrían la concreción del acuerdo con la UE. ¿Hasta cuándo?.

El Mercosur oscila entre la integración y el libre comercio


La 46ª Reunión Cumbre de los países del Mercosur que sesionó en Caracas el pasado martes 29 se caracterizó a la vez por una fuerte demostración de unidad política y por no haber adoptado casi ningún acuerdo económico relevante. Las diferencias estructurales y coyunturales en el interior del bloque requieren una fuerte autoridad política, hoy ausente, que las compense y armonice. Encarar esta tarea es la responsabilidad que Argentina tiene en su presidencia pro témpore que dura hasta diciembre próximo.
Los miembros del Mercado Común dieron en una declaración un firme respaldo a Argentina en su pugna con los fondos especuladores en la primera cumbre de este bloque que contó con los presidentes de los cinco socios. Tras un año de presidencia venezolana –el doble de lo previsto por los problemas de agenda para celebrar hace seis meses la reunión–, los presidentes de Paraguay, Horacio Cartes, y Venezuela, Nicolás Maduro, coincidieron por primera vez en una cumbre del bloque.
Argentina obtuvo el enérgico respaldo de sus pares en la batalla contra los fondos buitre, mientras la presidenta Cristina Fernández insistía en su oferta “a ese 7,6% que no ingresó al canje”, para que acepte la propuesta argentina de tener “una tasa de retorno de casi el 300% en dólares”. “No estamos pidiéndole ni negándole que nadie nos regale nada –señaló–, simplemente queremos definitivamente terminar con esto, que no fue culpa nuestra que no ingresaran al canje, porque hubo rondas y negociaciones en el año 2002, 2003 en adelante prácticamente por todo el mundo”, dijo.
Por su parte, la mandataria brasileña Dilma Rousseff se mostró taxativa al cargar contra los especuladores y defender a Argentina frente a un problema que, dijo, afecta a todo el sistema económico. “No podemos aceptar que la acción de algunos especuladores pongan en riesgo la estabilidad y el bienestar de países enteros”, indicó.
También el jefe de Estado venezolano, Nicolás Maduro, rechazó la presión de los fondos buitre que, según afirmó, generan un “daño a todos los países del sur”.
La Cumbre del Mercosur contó con la presencia de los mandatarios Nicolás Maduro, de Venezuela; Cristina Fernández, de Argentina; Horacio Cartes, de Paraguay; José Mujica, de Uruguay; Evo Morales, de Bolivia, y Dilma Rousseff, de Brasil, a quienes se plegaron el de Nicaragua, Daniel Ortega; el de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén; el canciller chileno y representantes de varias naciones del Caribe. Los fallecidos presidentes Hugo Chávez y Néstor Kirchner, de Venezuela y Argentina, respectivamente, fueron declarados “ciudadanos ilustres” del Mercosur.
La situación de Palestina también concertó el consenso sobre la necesidad de un alto el fuego, que Brasil, Argentina, Uruguay y Venezuela elevaron a condena “enérgica” por el “uso desproporcionado de la fuerza por parte del Ejército israelí en la Franja de Gaza”. También condenaron “cualquier tipo de acciones violentas contra poblaciones civiles en Israel”.
Al hacer balance de la marcha de Mercosur y empleando su habitual locuacidad, el presidente uruguayo José PepeMujica llamó a poner más voluntad política para avanzar en la integración y aprovechar las oportunidades que pueden brindar países como China. “Pero a su vez sabemos que en este mundo los peces chicos se tienen que cuidar de los peces grandes, por eso tenemos que estar juntos”, advirtió.
Dilma también hizo alusión a la marcha del proceso de integración destacando los avances que ha habido y la necesidad de profundizar los procesos internos. Afirmó que el bloque regional “no es un espacio económico limitado”. De acuerdo con la presidenta, Brasil “no puede desatender la inserción de las economías del bloque en el mundo global”. Sin embargo, en la única referencia de algún mandatario a las negociaciones con la Unión Europea para la firma de un Tratado de Libre Comercio que ya se prolonga por quince años (v. recuadro), la presidenta brasileña dijo que “la pelota ahora está en el campo de ellos”, aludiendo a que el Mercosur ya hizo todas las propuestas que debía y se espera la respuesta europea.
En cambio festejó la ampliación del bloque con el próximo ingreso de Bolivia, el proyectado establecimiento de acuerdos de libre comercio con países de América del Sur y del Caribe que no son integrantes del grupo y las negociaciones con la Unión Europea. En este sentido la Cumbre (en su Decisión 18) acordó iniciar el diálogo para establecer una zona de libre comercio con los países del ALBA, de Caricom y de Petrocaribe. Para ello instruyó a la nueva presidenta temporaria (Argentina), para que en el plazo de 60 días establezca mecanismos de diálogo con ese grupo de países.
Esta resolución fue evaluada como un gran triunfo de Maduro, principal interesado en abrir el Mercosur en esa dirección. Al celebrar la decisión, el venezolano llamó a “repotenciar” el papel de Mercosur. “Es la hora de América del Sur, es la hora de que nuestra región piense en grande, actúe en grande, busque lo grande, nos compactemos”, dijo Maduro.
Ninguna mención pública se hizo por otra parte de la propuesta brasileña de establecer acuerdos de libre comercio con los miembros de la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile, México y Perú) . Pocos días antes de la Cumbre, Dilma había recogido la propuesta en este sentido de su colega chilena Michelle Bachelet, pero los demás miembros del Mercosur hicieron oídos sordos a la sugerencia, temiendo probablemente que detrás de los miembros del otro bloque latinoamericano de integración entraran los productos norteamericanos al calor de los tratados de libre comercio que todos ellos mantienen con Estados Unidos.
Por su parte, el presidente de Bolivia, Evo Morales, agradeció la voluntad de los miembros del Mercosur de que su país complete el proceso de integración pleno al organismo, abogando también por la necesidad de aunar fuerzas ante los desafíos que tienen por delante. “Todos buscamos una integración económica, territorial con vías de integración, una integración de liberación, (...) que pasa por terminar con la injusticia social, para acabar con esa desigualdad”, indicó.
En la Declaración Final (punto 15) también se informa que se aprobó la decisión que crea la “Reunión de Autoridades sobre Privacidad y Seguridad de la Información e Infraestructura Tecnológica del Mercosur” con la misión de armonizar criterios de seguridad informática y protección de la privacidad en las redes.
En la 46ª Cumbre se aprobó asimismo un comunicado para acelerar la activación del Banco del Sur. “Estamos aprobando en los documentos desde nuestra Suramérica acelerar los pasos para la activación del Banco del Sur”, dijo Maduro tras sostener una reunión en privado con los Jefes y Jefas de Estado asistente a la cumbre. En su declaración apuntó que hace pocos días se reunió el Consejo de Ministros de la mencionada entidad financiera suramericana. “Ya varios países hemos aprobado el aporte del capital y se está aprobando un comunicado oficial en esta cumbre del Mercosur, llamando a que aceleremos los pasos para que el Banco del Sur ya en el segundo semestre del año 2014 entre en funciones”, enfatizó Maduro, quien el pasado 23 de julio anunció el aporte de Venezuela: 80 millones de dólares.
Antes de la Cumbre de los presidentes se reunieron los movimientos sociales, el Foro Empresarial y los ministros de Relaciones Exteriores. En la 16ª Cumbre Social del Mercosur, que se reunió la semana anterior, se exigió la suspensión del Tratado de Libre Comercio que el bloque mantiene con Israel desde 2010.
Durante la reunión de cancilleres del pasado lunes, el jefe de la diplomacia venezolana, Elías Jaua, presentó su informe de gestión. Jaua destacó que durante el último año se celebraron más de 220 encuentros para abordar el área sociopolítica, institucional y comercial, y se aprobó un conjunto importante de normas: creación del Mercosur Indígena, del Mercosur Afrodescendiente y del Mercosur Obrero. Además resaltó que en esta Presidencia destacaron reuniones como las ministeriales en desarrollo social, medio ambiente, educación, salud, mujer y deportes. También mencionó la realización del primer encuentro de expertos en seguridad informática en el que se reafirmó el rechazo al espionaje por parte del gobierno norteamericano a los países de la región y se acordó la instauración de una asamblea sobre gobernanza, privacidad y seguridad de la información de Mercosur. Asimismo se acordó la unificación de criterios en la agenda del Foro Especializado Migratorio, como también el intercambio de información sobre las condiciones legales para el viaje de menores de edad y de listas de pasajeros que viajen por los distintos medios de transporte por las naciones integrantes de Mercosur.
Balance y perspectivas. En su discurso en la cumbre, Pepe Mujica dijo que se deben realizar “reuniones fructíferas y cuando no podemos sacar frutos, no juntarnos”. Mujica planteó como alternativa “hablar por teléfono” para tratar con los presidentes de los países del bloque los temas comunes, ya que en caso contrario se puede “frustrar” un “intento maravilloso”.
El presidente uruguayo no escatimó ni calificativos ni conceptos para señalar cuán improductivos son, a su juicio, este tipo de encuentros. Entonces, dijo que, cuando llega a Uruguay, la población pregunta: “¿Qué decidieron ustedes. Yo que sé que decidieron… Sacamos una declaración…”, dijo en tono irónico. Pero Mujica no se quedó en eso y amplió sus argumentos. “Hay que cuidar la confianza popular”, arguyó, en tanto insistió en que es momento de “trabajar” y que debe existir “responsabilidad en las cabezas” de los gobiernos.
Entre tanto, en Brasil los resultados de la Cumbre fueron recibidos con escepticismo. Al comparecer ante la Confederación Brasileña de la Industria (CBI), el principal candidato opositor, Aecio Neves, declaró que “el Mercosur debe ser reconsiderado” y sugirió que se acerque más a la Unión Europea. “Por el Mercosur Brasil está perdiendo oportunidades para avanzar en sus acuerdos con la Unión Europea”, insistió.
En la derecha radical, el columnista de O Estado de São Paulo Celso Ming arremetió frontalmente el miércoles contra la política integracionista de Dilma: “En la cumbre del Mercosur el gobierno brasileño se quejó del estancamiento del bloque, pero fue él quien más trabajó para incorporar a Argentina (!) y Venezuela, dos economías prácticamente quebradas. Además, Argentina es el principal obstáculo para encarar nuevos acuerdos comerciales que aumentarían los pedidos externos a la industria brasileña”.
Argentina salió de la Cumbre con la declaración de solidaridad contra los fondos buitre en la cartera de la presidenta y la responsabilidad de reanimar al enfermo durante los próximos seis meses. Venezuela fue anfitriona de la Cumbre sin que Paraguay la objetara y Cartes salió en la foto junto al denostado chavista, con quien se reunió bilateralmente, sin que nadie le recordara su complicidad con el golpe de estado de 2012. Bolivia, en tanto, se llevó a casa la promesa de que más parlamentos ratificarán próximamente su ingreso al bloque. Los invitados mandatarios caribeños recibieron promesas de cooperación más estrecha, lo mismo que los centroamericanos. Uruguay recibió el respaldo del bloque en su lucha desigual contra las tabacaleras que objetan su legislación sanitaria.
¿Y Brasil? Dilma viajó a la Cumbre con el firme propósito de acelerar las negociaciones con la Unión Europea para firmar un Tratado de Libre Comercio sobre el que se negocia hace quince años y de apresurar la liberalización del comercio con la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile, México y Perú) y sólo le regalaron vagas promesas. El Mercosur sufre de “paulitis”: en la metrópolis brasileña se concentran empresas extranjeras y nacionales en condiciones de competir en los mercados de todo el mundo y con espaldas financieras suficientes, como para no temer bloqueos ni ataques sorpresivos de bancos y fondos de inversión. Estas empresas necesitan que los mercados latinoamericanos se abran, para aumentar la dimensión de sus operaciones. Por ello anhelan el libre comercio con Europa y con la Cuenca del Pacífico. Son los mismos que financian a todos los contrincantes de la presidenta que busca su reelección en octubre. Dilma necesitaba un gesto, una señal de sus aliados para callar a la oposición y no lo obtuvo. Por cierto, en un contexto precario ni Argentina ni Venezuela podían desproteger sus fronteras comerciales, pero así como la integración sudamericana es imposible como instrumento de la hegemonía brasileña, no puede desconocer las necesidades del gigante.
En la década pasada, Lula da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez empujaron la integración mediante su amistad política. Desaparecidos dos de ellos la amistad debe ser remplazada por una organización política de la integración que marque el rumbo, medie y arbitre entre los intereses encontrados. Demasiado cortos son seis meses para esta tarea, pero suficientes para empezar a caminar.

¿Un nuevo establishment financiero?


Durante la presente crisis de la deuda, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se refirió en uno de sus discursos a la posibilidad de que el accionar de los fondos buitre sea una nueva modalidad de negocios financieros. De algún modo, se plantea así la cuestión de saber si estamos enfrente de una actitud marginal por parte de extorsionadores financieros, o si, por el contrario, lo que despunta es un comportamiento que presagia cómo se desarrollará el capitalismo financiero en el futuro cercano. Veamos.
La situación del sistema financiero se explica por la involución de los regímenes político y económico nacionales e internacionales, que se dio en varias etapas.
En la primera etapa, la clásica, la conducción política de la Nación está a cargo del Estado Nacional. El cumplimiento de estas funciones es político y lo ejecutan por una parte, el Estado con sus instituciones constitucionales y legales, y por la otra, los partidos políticos, las organizaciones sociales y la sociedad civil. En ese contexto, tradicionalmente el poder financiero, en el plano político estaba regulado por la política económica nacional, y en el económico, las finanzas eran auxiliares de la producción. Las violaciones a esta norma general –que existían– eran consideradas como transgresiones.
En una segunda etapa, en ciertos casos hubo grupos –en especial económicos y financieros– que desafiaron al gobierno y captaron una parte importante del poder económico, lo cual se reflejó en cambios políticos. Así, en muchos casos, el poder económico oligárquico (el establishment), tomó directamente el gobierno mediante golpes de Estado o influyó sobre los gobernantes.
En una tercera etapa, en muchos países –en especial subdesarrollados– fueron hegemónicas las empresas transnacionales. Ello provocó que la economía se estructurara en torno de algunas grandes empresas, que también determinaban la política del gobierno. En su mayoría se trataba de actividades de servicios e industriales, en torno de las cuales giraba la actividad económica y financiera.
En un cuarto período, que es el del neoliberalismo de la segunda mitad de los años 1970 y los decenios de 1980 y 1990, el sector financiero tomó en varios países el gobierno político y económico. En 1976, la Argentina industrial fue reemplazada, con violencia, por el modelo neoliberal de renta y financiero, que rigió hasta el derrumbe de la convertibilidad a principios de 2002. Los “dueños del país” eran los bancos, los nuevos propietarios o concesionarios de las empresas privatizadas y los explotadores de recursos naturales. En su mayoría, eran conglomerados empresarios extranjerizados. El discurso dominante era el del neoliberalismo salvaje. La exclusión social y sus consecuencias ya no eran fantasmas sino realidades.
El nuevo establishment financiero. A grandes rasgos, en la economía mundial el sector financiero es el hegemónico; y dentro de él adquirieron creciente importancia los usureros y los delincuentes financieros. Hace 30 años, a escala mundial, la relación entre el producto interno bruto y los activos financieros era de casi 1 a 1 y ahora esa relación es de 1 a 3,6. Esa diferencia marca el ámbito de la especulación. “Se estima actualmente que la mitad de las finanzas mundiales pasa por los paraísos fiscales y bancarios... Y sólo han desaparecido los escándalos más visibles”. “Más del 30% de las inversiones directas en el extranjero de las multinacionales, estarían destinadas a los paraísos fiscales y bancarios. Por supuesto, estas inversiones no hacen más que transitar por estos lugares opacos y las estadísticas no rinden cuenta de sus verdaderos destinos” (Jean de Maillard, Paradis fiscaux et bancaires, Encyclopaedia Universalis, Dictionnaire d’Économie, Albin Michel, París, 2007). Existe además una íntima relación entre los bancos “normales” y los paraísos fiscales “para hacer funcionar tanto los aspectos lícitos como los ilícitos de la globalización financiera. Todos los escándalos financieros de estos últimos años (Enron, etc.) han implicado a los más grandes bancos internacionales” (Christian Chavagneux y Ronen Palan, Les paradis fiscaux, La Découverte, Paris, 2012).
Esta nueva configuración económica comenzó a moldear un sistema político afín a sus objetivos y comportamientos. La desregulación financiera generalizada provocada por los gobiernos emblemáticos de la llamada “revolución conservadora” en la era de Reagan y Thatcher permitió que la esfera financiera primase por sobre la economía real, y a su vez que lo económico-financiero definiera el marco de la acción política. Por ejemplo, transformaron instituciones de regulación, como los Bancos Centrales, en meros observadores (eso sí, independientes), para dejar esa tarea de control en las calificadoras de riesgo. La conformación de este bloque de poder alcanzó la hegemonía, al lograr que el sistema financiero fuera controlado por el sistema financiero, lejos de cualquier intervención estatal, salvo cuando se trata de salvar las catástrofes provocadas por la misma falta de regulación, como se observa desde 2008: “demasiado grandes para quebrar”, dicen los grandes bancos cuando exigen la ayuda de los Estados (y vaya si la recibieron), para luego protestar por los déficits públicos así generados...
Tal docilidad de la clase política a nivel global sólo puede explicarse por la extrema financiarización de la vida pública, donde los proveedores de fondos para las campañas son los mismos especuladores, que además, en otra notable mutación en la historia del capitalismo, controlan también importantes medios de comunicación, consultoras de imagen, que permiten establecer el campo de lo posible, alabar cuando los políticos son dóciles, destruirlos cuando son adversos. Así, cuándo escuchamos afirmar que la Justicia de tal país central es independiente, cuando los propios funcionarios del poder ejecutivo de ese país afirman que no pueden influenciar la decisión de sus jueces (aunque algunos periodistas de ese mismo país duden de su lucidez), quizás no estemos en una situación de supuesto respeto institucional, sino de real impotencia.
Esto cambia el mapa del mundo, donde las relaciones de dominación eran ejercidas por estados nacionales a través del crimen del imperialismo para imponer modos de vida y obtener ganancias para sus empresas. Se decía : “Lo que es bueno para la General Motors”... Pero hoy parece que lo peor de las finanzas internacionales logra funcionalizar lo peor de los estados nacionales de los países desarrollados, para crear este nuevo establishment. ¿Es una forma degenerada de capitalismo (ya de por sí no muy virtuoso), o es el emergente de cómo será el mundo económico? ¿Los fondos buitre, los paraísos fiscales, las calificadoras de riesgo, los medios oligopólicos globales y locales, sus sumisos políticos y sus jueces complacientes constituyen el nuevo establishment mundial? ¿Lo que es una “cesación de cobro” (como dijo Zaiat) impulsada por un juez frente al pago efectivo de la Argentina, puede pasar por un default que no es, por obra y gracia de este nuevo establishment? Lo que es bueno para Singer... ¿Es bueno para Estados Unidos?
En todos los casos, sabemos que no lo es para la Argentina. Una vez más nos encontramos en una disyuntiva que interesa no sólo a la institucionalidad del poder en nuestro país y su naturaleza democrática, sino que es una situación ejemplar para el resto del mundo. Tanto desde el punto de vista de la arquitectura financiera internacional y de las necesarias regulaciones que deben ser instrumentadas para permitir la vida en civilización, como para dirimir esa vieja cuestión que estructura toda reflexión, todo proyecto, toda aspiración, a saber dónde reside esencialmente la soberanía: si en el conjunto de la sociedad, o si pasará a ser un aditamento más del nuevo establishment financiero.

Historia de una deuda o el default Griesa


La recuperación de la democracia argentina en 1983 vino atravesada por la cuestión del endeudamiento externo. No sólo porque temporalmente coincidió con la crisis de la deuda de fines de los ’70 y principios de los ’80 que afectó a la región –especialmente, a México y a Brasil–, sino porque cada intento de pensar el crecimiento y el desarrollo tropezó con las limitaciones que la deuda imponía. Pagar o no pagar la deuda, reconocer la deuda tomada por la dictadura o no hacerlo, privilegiar el pago de los servicios de la deuda o el desarrollo nacional, eran temas permanentemente presentes en el debate público, que acompañaron la transición a la democracia y fueron auténticos parteaguas ideológicos.
La deuda argentina se remonta a 1824 (cuando era presidente Bernardino Rivadavia y contrajo deuda con la compañía inglesa Baring Brothers) y, fuertemente, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Aquel originario empréstito de 1824 se canceló ochenta años después devolviendo mas de diez veces el monto original de un millón de libras sin que hubiera ingresado la totalidad y no habiéndolo aplicado nunca a los fines para los cuales se había solicitado (básicamente, la construcción del puerto de Buenos Aires). En 1874, 1890 y los primeros años del siglo XX, al igual que otros países latinoamericanos, la Argentina estuvo al borde del default. En 1952 se canceló en efectivo la totalidad de deuda externa. A partir de 1955, el endeudamiento creció para paliar, en primer lugar, los déficits del sector externo. Y, desde mediados de los ’70, como expresión cabal de un modelo económico basado en la renta financiera y la apertura indiscriminada de la economía. El derrotero de la deuda a lo largo de la historia argentina permite auscultar la tensión siempre presente entre una visión del país liberal rentística exportadora, asociada a los grandes centros mundiales del poder económico y socialmente excluyente y otra nacional desarrollista, que procura la integración regional, la expansión del mercado interno y la inclusión por el empleo.
El proceso de crecimiento exacerbado de la deuda lo vivieron la mayoría de los países latinoamericanos: la deuda de América latina y el Caribe, que en 1970 era de poco más de treinta mil millones de dólares, en 1990 era de casi 500.000 millones y superaba largamente el billón en 2011. En sus orígenes, este proceso estuvo asociado a dos hechos. Uno: la salida de la convertibilidad de los Estados Unidos en 1971 y la enorme acumulación de capital de los países exportadores de petróleo que inundaron los bancos desde 1973 en adelante. Dos: el endeudamiento especulativo de gobiernos latinoamericanos, muchos dictatoriales, que –con pocas excepciones– lo hicieron generando una situación que estalló a principios de los ’80, cuando los países centrales comenzaron a demandar nuevamente capital. A diferencia de lo que sucedió con la expansión de la democracia en la Europa de posguerra, el inicio de “la tercera ola” democrática latinoamericana estuvo signado por un momento económico altamente desfavorable que tuvo en su centro el tema de la deuda.
Cuando la última dictadura cívico-militar llegó al poder en 1976, la deuda externa era de menos de 8 mil millones de dólares; seis años después rondaba los 35 mil millones. Desde entonces, esa deuda implicó una severa dificultad para el crecimiento y una imposibilidad lisa y llana para el desarrollo. En 1990, la deuda externa superaba los 60 mil millones de dólares y a fines de esa década se había más que duplicado. Con el despertar del nuevo siglo, después de haber sido el alumno ejemplar del FMI y las políticas del consenso de Washington durante los años ’90, la Argentina quedó sumergida en la peor crisis socioeconómica y política de su historia.
En 2003, cuando asumió la presidencia Néstor Kirchner el país estaba en cesación de pagos y encaró la inmensa tarea de reestructurar la deuda a partir de un principio básico: los montos, plazos, tasas que se acordasen con los acreedores debían ser compatibles con el crecimiento económico y la inclusión social. Entre el primer canje de deuda que se cerró en 2005 y el segundo, de 2010, se logró acordar con el 92,4% de los acreedores. Se logró salir del default, crecer sostenidamente, pagar puntualmente casi doscientos mil millones y desendeudar notablemente al país. Mientras en 2003 la deuda neta nominada en moneda extranjera era largamente superior al PBI, en la actualidad se ubica en torno al 15% del PBI.
Ahora bien, un grupo de holdouts que, luego del default, adquirieron bonos de la deuda argentina a precio de remate, nunca aceptaron la reestructuración y decidieron reclamar contra el país por la totalidad nominal del valor de esos bonos más sus intereses en tribunales de Nueva York (la cesión de jurisdicción es un tema controvertido; la Argentina cedió jurisdicción en los canjes de 2005 y 2010, pero estos bonos son anteriores puesto que no entraron nunca en los canjes). Luego de un largo derrotero, en febrero de 2012, el juez Thomas Griesa emitió un fallo en el que le ordenó a la Argentina pagarle a los fondos Elliot, NML Capital, Dart, Aurelios, AC Paster y Blue Angel, la totalidad de la deuda que reclaman, sin quita alguna. Ese fallo fue apelado por la Argentina y en octubre ratificado por la Cámara de Apelaciones de Nueva York, que además le indicó al juez Griesa que estableciera con más precisión cómo debía hacerse efectiva su sentencia. El 22 de noviembre, Griesa estableció que la Argentina debía pagar en efectivo, en un solo pago, la suma de 1.330 millones de dólares más los intereses el 15 de diciembre de 2012 (fecha en la cual la Argentina debía realizar, también, un pago programado a sus bonistas reestructurados). Cuando todo parecía encaminarse a un callejón sin salida, la Cámara de Apelaciones retomó el caso y estableció un cronograma de presentaciones de las partes. La Argentina propuso reabrir el canje y pagar a los fondos demandantes en las mismas condiciones que a todos sus bonistas. Por su parte, los fondos se volvieron a negar y reclamaron la aplicación del fallo de primera instancia. En agosto de 2013, la Cámara ratificó su postura inicial. Entonces, la Argentina apeló a la Corte Suprema y el 16 de junio pasado la Corte decidió no tomar el caso, lo cual equivale a dejar firme la sentencia del juez Griesa. A su vez, la Cámara levantó la medida cautelar (stay) que evitaba embargos sobre activos argentinos.
El pasado 30 de junio, la Argentina debía realizar un pago a sus bonistas, cosa que efectivamente hizo el día 26, depositando en el Bank of New York Mellon (BoNY), pero el juez Griesa instó al BoNY (al igual que a JP Morgan y Euroclear Bank por los bonos nominados en yenes y en euros, bajo jurisdicción de Tokio y Londres, respectivamente) a no pagar a los bonistas y a devolver el dinero a la Argentina. La Argentina, a su vez, no aceptó ese dinero (y no podía hacerlo, ya que ese dinero le pertenece a sus acreedores reestructurados) y sostuvo que el juez Griesa se extralimitaba al impedir el pago. Los bancos le solicitaron al juez las aclaratorias de la medida en previsión de las acciones que los bonistas pudieran iniciar en su contra por la retención de sus fondos.
En el plazo que fue desde el vencimiento de fines de junio hasta el miércoles pasado, se llevaron a cabo varias reuniones con Daniel Pollack, el facilitador designado por Griesa (que dicho sea de paso, cobra jugosos honorarios por cada una de esas reuniones que tiene la potestad de convocar), y una directamente con los demandantes en las que se solicitó en vano que accedieran a reinstalar la medida cautelar (stay). La Argentina dejó en claro su voluntad de pago al mismo tiempo que la imposibilidad fáctica de hacerlo en los términos definidos por el juez Griesa. De hacerlo, inmediatamente activaría la cláusula RUFO (Rights Upon Future Offers) que otorga a los bonistas reestructurados el derecho de beneficiarse con mejoras a lo ofrecido en el canje y desencadenaría un dominó que volvería toda la reestructuración a fojas cero.
Desde la reestructuración de la deuda argentina (una de las mayores de la historia en ese momento), los bonos en general se emiten con cláusulas de acción colectiva (CAC) que establecen que, en caso de reestructuración, es suficiente con el acuerdo de una mayoría determinada, generalmente del orden de los dos tercios, para imponer esas condiciones al conjunto. Si bien esas cláusulas no erradican la posibilidad de extorsión por un solo bonista que se haga con la porción suficiente para bloquear los acuerdos, limitan mucho esa posibilidad. Si, por el contrario, un grupo muy minoritario de bonistas logra por vía judicial el reconocimiento pleno de su demanda, la señal que se envía va en sentido contrario al de la viabilidad de cualquier reestructuración de deuda soberana. Se trata de un tema de política internacional de primer nivel como ya lo expresaron oficialmente la inmensa mayoría de los países del mundo, organizaciones internacionales de todo tipo y líderes e intelectuales de muy diversas posiciones ideológicas.
La situación es un auténtico galimatías, y expone la fragilidad de los países y todo el sistema económico global frente a la especulación financiera y a quienes la amparan desde la justicia, la política, las instituciones, los medios de comunicación, la ideología, la cultura.
La cláusula RUFO vence a los diez años de emitidos los bonos, es decir en diciembre de 2014. Cuando la Corte rechazó el planteo argentino, faltaban seis meses. ¿Por qué la Corte, pudiendo hacerlo, no esperó hasta esa fecha para pronunciarse? Es necesario un auténtico acto de suspensión voluntaria de la incredulidad para restituir la fe jurídica después de un acontecimiento semejante.
¿Cuál es la situación ahora? Está claro que, si se acatara el fallo de Griesa, en primer lugar, los restantes bonistas que no entraron al canje se presentarían de inmediato ante el juzgado de Griesa pidiendo ser incluidos en la lista de acreedores (en lo que se conoce como me too) lo que automáticamente multiplicaría por diez el costo del fallo, o el equivalente a la mitad de las reservas del BCRA. En segundo lugar, se caería toda la reestructuración con un costo colosal que oscila entre los 120 mil y los 500 mil millones. De ahí que respetar el compromiso asumido con los bonistas del canje y no activar la cláusula RUFO es la primera obligación de la Argentina. Acto seguido, ese compromiso es incompatible con el fallo de Griesa. En consecuencia, constantes los rasgos actuales de la situación, no hay solución jurídica.
Pero la solución es eminentemente política. La argentina no puede per se constituir ningún fondo de garantía sin que ello pueda ser interpretado como una mejora que active la cláusula RUFO: si eso ocurre tendría que ser un acuerdo entre partes (privadas o públicas) que no comprometieran la posición argentina. La idea de un fondo de garantía de bancos privados o un grupo de países o, incluso, el aún nonato (y deseado) banco de desarrollo del Brics, comprando los bonos defaulteados y canjeándolos a la Argentina por un nuevo bono en enero de 2015, se inscribe en esa lógica: es posible, y el tiempo dirá si, además, es efectiva.
Pero no hay que perder de vista dos cosas básicas. En primer lugar, si bien es cierto que los fondos buitre quieren cobrar el máximo posible, la rentabilidad que persiguen se juega en múltiples tableros. Hay negocios financieros vinculados a la causa judicial que pueden incrementar exponencialmente sus ganancias y hay negocios económicos con activos naturales que los seducen en un tablero más político y estratégico. En segundo lugar, el tiempo es una variable clave, no solo por la vigencia de la cláusula RUFO o por los vencimientos. El tema que se está discutiendo es, en un punto, inédito. Y tiene una centralidad para la economía y el orden global que hará que crezca en la consideración y en la agenda internacional.
Los dos temas se tocan. El escenario es muy fluido, habrá movimientos y aparecerán nuevas categorías que no sólo elevaran la relevancia del tema sino que además es factible que aporten los escalones necesarios para salir del laberinto por el único lugar posible.
Mientras todo esto ocurre, se dio a conocer el nuevo Informe Mundial de Desarrollo Humano. La Argentina (0.808, 2013) está entre los países de “muy alto desarrollo humano”, y es el mejor ubicado de toda la región cuando se ajusta por desigualdad de ingresos (0.680, 2013). Es importante tener esto en cuenta y recordar cómo estaba el país hace poco más de diez años, cuando se empezó a reestructurar la deuda después del default soberano más grande la historia. Una cosa no está desvinculada de la otra. Cada pequeña mejoría en las condiciones de vida de la gente es una batalla que se le gana a la especulación y a la codicia, un triunfo de lo colectivo por sobre lo individual, en un mundo que (como dijo el cineasta Jorge Sanjinés en el delicioso reportaje que le hizo Ana Cacopardo en Historias Debidas) parece “enfermo de individualismo”.
La historia sucede de tal modo que suele despojar, a la mayoría, del privilegio de la contemplación. La libertad y la emancipación están al acecho de esos albures. En las encrucijadas, la única posibilidad vital consiste en elegir, nada menos que elegir. Lo bueno, en este caso, es que entre los derechos humanos de millones y las ganancias espurias de unos pocos, la igualdad que nombra la democracia no admite dudas ni tibiezas.

No se puede confiar en el imperialismo


En uno de sus discursos más famosos, de sus famosos discursos, ErnestoChe Guevara lo tituló, o lo titularon “La esperanza de un mundo mejor”; lo dijo en 1961 ante el pueblo de Cuba y fue, fundamentalmente, una arenga lapidaria hacia la bestialidad del imperialismo: “… porque es la naturaleza del imperialismo la que bestializa a los hombres”, donde dice esa cantinela de “… no se puede confiar en el imperialismo, pero ni tantito así… ¡nada!”.
Obviamente que la sed de ganancia del capital financiero, extralimitado por los llamados “fondos buitre” es la causa, la política de endeudamiento impuesta a sangre y fuego por nuestras clases dominantes a través de la dictadura militar primero, y la impotencia o el engaño después, es la base de la monstruosa deuda externa que hipoteca nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
En ese marco, se logró sin embargo, tras la declaración del default, cesación de pagos de diciembre de 2001, canjear títulos de deuda con una quita del 65% del capital y extender los plazos hasta el 2038, pero se puso como aliciente la cláusula RUFO hasta el 31 de diciembre 2014 (nadie podía recibir mejores condiciones que las otorgadas, si eso pasara se debía extender las mismas a todos los acreedores); en los casos solicitados se repuso que la justicia sea la de Estados Unidos u otro país extranjero; en otros se ajustaba por el índice de inflación o de crecimiento del PIB, etc.
Por supuesto, conociendo el paño, los jugadores, bancos, justicia, legislación internacional, etc., los llamados Fondos Buitre, encabezados por el NML Elliot y el Aurelius, litigaron en el Juzgado del Segundo Distrito de Nueva York, de Thomas Griesa, teniendo un fallo favorable a su reclamo de cobrar el 100% de sus títulos (comprados a precio vil tras el default del 2001 de nuestro país) en el año 2012, logrando posteriormente la confirmación del fallo por la Corte (Cámara) de Apelaciones de Nueva York en el 2013; es tras esas dos instancias negativas que en octubre de 2013, el por ese entonces Ministro de Economía, Hernán Lorenzino, propone un “plan B”, ante la posibilidad, como pasó, que la Corte Suprema de los Estados Unidos decida no tratar el caso y comunicarlo mediante dictamen de rechazo (como efectivamente sucedió el 16 de junio de 2014).
El “plan B” consistía en que los fondos Fintech (de David Martínez) y Goldman Sachs compraran al contado la deuda de unos 800 millones de dólares que tenía (a precio nominal) a NML Elliott de Paul Singer, con lo que éste cobraría al 100% y al contado, pero desistía del juicio, y nuestro país, el 2 de enero de 2015 (finalizado el período de la RUFO) podía recomprar esos títulos.
Debemos recordar que a principios de noviembre de 2013, el Fondo Fintech compra en U$s 860 millones acciones de Telecom Argentina que tenían un valor de libro de U$s 1.450 millones. El Banco de Inversión Goldman Sachs y otros administradores de capital compran acciones y títulos argentinos, utilizando el “contado con liqui” inverso para ingresar los dólares al país a través de la compra de los bonos más comercializados. La mecánica de la empresa es la misma que usan muchas compañías para ingresar dólares y obtener una cotización superior a la del dólar oficial. Así, el “contado con liqui” inverso supone entonces la compra un bono argentino de alta liquidez que cotiza en Wall Street (por ejemplo el Boden 2015 o el Bonar 2017) y luego liquidar esos activos en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires al precio del tipo de cambio implícito. También recordemos que YPF SA, a través de los bancos Itaú, HSBC y Morgan Stanley colocó en noviembre 2013 en el mercado financiero internacional obligaciones negociables de la petrolera por U$s 1.000 millones que vencerán el 4 de abril de 2024 y pagará intereses semestralmente (al 8,75% anual), y recién en ocho años se hará el primer pago de capital por el 30%, otro 30% en 2023 y el 40% restante en 2024.
Para todos esos capitales no hay derrape cambiario, saben que los activos en dólar implícito están bajos, lo comparan con activos de empresas homónimas en los países vecinos, y en otros mercados, e invierten en la Argentina, con lo que aparece la “punta vendedora” de dólares. Aparecen los dólares financieros y de inversión, que fue lo que frenó la incipiente corrida cambiaria de fines del año 2013.
La propuesta del ministro Lorenzino, como antes cuando era ministro de Amado Boudou, era de retorno a los mercados financieros internacionales pero conociendo las reglas de juego y por ende pagando altos costos, pero entendible en la lógica del sistema.
Se produce el cambio por el tándem Kicillof-Fábrega, la presión sobre el tipo de cambio paralelo, blue, marginal o como quieran llamarlo fue peor, y se decide apostar todo a ganador; se contrata a Paul Clement, ex Procurador del Tesoro de los Estados Unidos en la gestión Bush hijo, en la creencia que la Corte Suprema de los Estados Unidos no iba a tratar el caso hasta el 2 de enero 2015, o si lo hacía antes iba a consultar a la Procuración del Tesoro de ese país, cosa que no ocurrió.
Lo cierto es que nunca se sopesó (o al menos como se debía) la existencia de los Credit Default Swaps (CDS) –contratos para asegurar bonos ante un incumplimiento de pagos– y de la International Swaps and Derivatives Association (ISDA), que es la entidad rectora y la que determina si un país incurre en default, y por ende, si se “gatilla” el pago del seguro. Es más, Paul Singer es un conspicuo miembro de la ISDA, y es el administrador del NML Elliot y referente de los fondos buitre. Que tienen comprado seguros de default es claro; cuánto, qué cantidad, ya forma parte de lo anecdótico; lo cierto es que es la principal razón por lo que la Argentina se la condena al default.
Después, la comedia de enredos de los bancos locales nucleados en Adeba, quienes para que no se caiga el valor de los títulos argentinos que tienen como reservas, hayan o no ofrecido una garantía de U$S 250 millones a los fondos buitre litigantes del Juez Griesa, a simple vista una cifra insuficiente; después, con la misma liviandad los “cables” de noticias hablaban que era U$S 1.600 millones, con lo que se compraba toda la deuda (sin incluir el seguro por el default) pero cobraban el 100% de sus acreencias, sin saberse de dónde podían los bancos detraer esa suma que supera ampliamente su RPC (responsabilidad patrimonial computable); en fin “se vuelve comedia lo que ayer fue tragedia”.
Y, por más que le demos vuelta, estamos en default dado que las cláusulas de emisión de los títulos de deuda argentino señalan que la obligación de la Argentina se extiende hasta tanto se acrediten fondos en las cuentas de los tenedores de los bonos Discount en las respectivas agencias de clearing. Por ende, el Gobierno argentino giró la plata a Nueva York (Bank Of New York Mellon) y a Bélgica (Euroclear y Clearstream), los bancos (agentes de pago) la recibieron, pero no pueden pagar porque la justicia norteamericana no los deja; por ende, los acreedores (dueños de los discount, que son los títulos que les dieron en los canjes de deuda de 2005 y 2010) no cobran, al no cobrar presentan su reclamo, y la Argentina no puede girarle a otra cuenta porque sería burlar la justicia de los Estados Unidos.
Todo ese enredo para condenar a un país que osó negociar en forma unilateral, por propia autodeterminación con sus acreedores, le hizo una importante quita del capital y alargó los plazos de pagos para hacerlo compatible con sus flujos externos, permitiendo al país crecer. Pero, la minoría que no entró a los dos canjes se preparó larga y conscientemente para actuar como lo están haciendo.
Estamos en default, pero es un default selectivo y acotado en el tiempo, que si se controla a los “buitres” de adentro para que no presionen sobre el dólar paralelo, y se acuerda por beneficio mutuo con los grandes exportadores y comercializadores de granos que liquiden sus ventas al tipo de cambio oficial y con retenciones a favor del fisco, lograremos llegar a buen puerto el 2 de enero de 2015, y lo más importante, sin acatar mandatos injustos, sin subordinarnos a los fondos buitre, y demostrando que el capital financiero tiene límites, y ese límite es la dignidad de un pueblo.

De ganancias e incertidumbres

Una ganancia política con un incierto saldo económico. Así podría definirse el desenlace de la larga y compleja lucha que mantuvo nuestro país con los fondos buitre, que acabó el pasado 30 de julio con el bloqueo definitivo de la Justicia norteamericana para que Argentina continué haciendo llegar los pagos de la deuda a los acreedores regulares (92,4% del total), quienes desde hace años recibían estas cancelaciones en tiempo y forma por los bonos de sus acreencias reestructuradas.

Los buitres –una parte menor del 7,6% de los bonistas que por diversas razones no suscribió a los descuentos de la deuda en cesación de pagos– fueron por más, es decir, por cobrar en su totalidad bonos que habían comprado a precio de remate por estar impagos por nuestro país. En su asonada, que la Argentina continúa enfrentando, hasta el momento se quedaron sin nada, aunque abundan las especulaciones sobre la posibilidad de que hayan adquirido también seguros contra defaults (cesación de pagos), que podrían reportarles grandes ganancias para el caso de que tribunales y calificadoras de riesgos dictaminen –como ya lo hizo la Asociación Internacional de Swaps y Derivados (ISDA)–, que la Argentina entró en default, algo que no será simple de demostrar ya que a diferencia de los demás defaults de la historia, en este caso el país cumplió con los pagos, más allá de que se encuentren bloqueados por la justicia norteamericana.
Por eso, si en el caso de los buitres sus posibilidades de rédito están dentro del terreno de la especulación, en el caso del Gobierno resulta mucho más nítido que, por un lado, al igual que los buitres parece perder en un aspecto económico, por el otro obtuvo la ganancia política de exhibir una postura de independencia en el diseño de su política económica. A ello se refirió la presidenta Cristina Kirchner en su último discurso, al señalar que “sería fácil para esta Presidenta, que está finalizando su segundo mandato, firmar cualquier cosa e irse. Pero no, ¿saben por qué? Porque yo me siento comprometida con esas generaciones, con las que pasaron, con las que están y con las que vienen”. 
Como también el ministro de Economía, Axel Kicillof, al afirmar que “podríamos firmar cualquier cosa que genere grandes deudas y toneladas de juicios. No vamos a contribuir a que pase”. Lo que estaban diciendo, en otras palabras, era que un acuerdo con los buitres podría facilitarles la gestión de los próximos meses de gobierno, pero hipotecaría fuertemente al país en los años venideros. Un escenario general que en algún punto podría ser similar al experimentado por los argentinos cuando la Alianza suscribió el “blindaje” (año 2000) y “Megacanje” (2001), acuerdos diseñados en función de las demandas del sistema financiero internacional, pero que al poco tiempo produjeron una de las más profundas crisis socioeconómicas experimentadas por nuestro país. En el caso actual, el cumplimiento de la sentencia o un acuerdo con los buitres podría activar juicios por parte del 92,4% de bonistas reestructurados, quienes podrían demandar al país por hasta 500.000 millones de dólares, al exigir a través de la clausula RUFO (activa hasta diciembre de este año) el mismo pago realizado a los buitres, es decir, ningún tipo de descuento.
A esta postura de independencia en las decisiones económicas, el Gobierno sumó también un amplio apoyo internacional, en el que se contaron declaraciones favorables hacia nuestro país por parte del de la Organización de los Estados Americanos (OEA); los gobiernos de China, Francia, Brasil, México, Venezuela y Uruguay; la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac); la Unasur, el Mercosur, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad); el G24; el G77 + China; parlamentarios británicos, los prestigiosos y reconocidos economistas Joseph Stiglitz y Nouriel Roubini, columnas en los influyentes diarios Financial Times y New York Times, y ciertas declaraciones favorables de parte del gobierno de Estados Unidos y el FMI.
Se trató, en definitiva, de una estrategia negociadora y diplomática que permitió al Gobierno exhibir ante el mundo el accionar de los fondos buitre y de parte del sistema financiero internacional, cosechando así un amplio respaldo, por temores futuros o solidaridad internacional, a la causa argentina. El grueso de la oposición local pareció en un principio sumarse a esta causa, al aceptar una invitación del presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, para sentar posiciones favorables al país ante la Justicia norteamericana. Sin embargo, una vez que la Corte Suprema norteamericana tomó una decisión favorable a los buitres, comenzó a distanciarse del Gobierno. 
El PRO fue el más claro en su postura: Mauricio Macri señaló la necesidad de cumplir el fallo favorable a los buitres, y sus principales referentes económicos, el diputado Federico Sturzenegger y el presidente del Banco Ciudad hicieron referencia al término “default” que la Argentina rechaza por haber depositado los pagos para el 92,4% de los bonistas reestructurados. El massismo navegó entre la postura de uno de sus referentes económicos, el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, contrario como el Gobierno a acordar con los buitres, y la de su otro referente, el ex presidente del Banco Central Martín Redrado, que no dio cuenta de oposición alguna a acordar con los buitres y en cambio prefirió hablar, al igual que Sturzenegger y Frigerio, de “default” tras el 30 de julio (según Kicillof, “es una pavada atómica decir que hoy entramos en default”).
 En el conglomerado Faunen, las divergencias fueron más extremas, pues mientras que el senador Ernesto Sanz manifestó una postura similar a la de Macri, el diputado Ricardo Alfonsín se manifestó contrario a cualquier acuerdo con los buitres. En el medio, se emitieron propuestas de acuerdos con los buitres mediante depósitos de garantías de pagos futuros, como fueron los casos de la diputada Elisa Carrió y del ex vicepresidente Julio Cobos, aunque no se aclararon cómo incidirían esos depósitos en la activación de la cláusula RUFO.
Los más descolocados fueron sin dudas los medios hegemónicos que canalizan las voces del establishment económico, ya que siempre apostaron al acuerdo bajo la falaz hipótesis de que el Gobierno había claudicado en los últimos meses frente a las imposiciones del poder económico. Para ello, citaron un caso plausible de crítica, como el del Club de París (en el que meses atrás se acordó el cumplimiento de la deuda con pagos por un total de 9.700 millones, es decir, con fuertes intereses sobre los 5.986 millones establecidos como deuda), y tergiversaron otros acuerdos, en rigor ventajosos, como los del año pasado con empresas privadas extranjeras de servicios públicos –que obtuvieron fallos favorables de los tribunales económicos del Banco Mundial–, en los que la indemnización de 500 millones de dólares se realizó en bonos –lo que implica en los hechos una quita de los montos reclamados–, junto al compromiso de las empresas de reinvertir en el país parte de estos capitales, así como el alcanzado a comienzos de este año con Repsol por la nacionalización en 2012 del 51% de las acciones de YPF, en el que se abonó la mitad (cerca de 6.000 millones de dólares) de lo demandado por la petrolera española.
Negociación y contexto. La dura negociación realizada con los buitres, comenzó exhibiendo al Gobierno desorientado frente a la decisión de la Corte Suprema norteamericana de avalar la posición de los buitres. La falta de un plan para esta posibilidad quedó expuesta en la contradicción de que, mientras que el miércoles 18 de junio el ministerio de Economía emitió un comunicado de prensa en el que señaló que, a raíz de la decisión de la Justicia norteamericana nuestro país no depositaría el pago a los acreedores que entraron en el canje (pago que la justicia norteamericana amenazaba con embargar), una semana más tarde anunció que sí había depositado 539 de los 832 millones de dólares por el pago de los servicios de la deuda (capital e intereses) en las cuentas del Bank of New York Mellon, y que “cualquier conducta que pretenda obstaculizar este pago a nuestros acreedores constituye una actitud violatoria del ordenamiento jurídico del derecho público internacional”, es decir, utilizó una estrategia opuesta a la de la semana anterior.
Sin embargo, a partir de aquel depósito, exhibió una firme actitud de negar en todo momento que la Argentina pudiese caer en default, justamente por el hecho de que se habían depositado los pagos. Así, convirtió a este caso en uno inédito a nivel mundial, donde los acreedores no podían recibir los pagos no por una falta de los mismos por parte del deudor, sino por un bloque judicial. Esta situación inédita es la que hace imposible saber también cuáles serán sus efectos, porque además las negociaciones continuarán abiertas, ya no entre el Gobierno y los buitres, pero sí entre privados, pues existen más de un actor financiero interesado en que el bloqueo de pagos no se extienda, debido a la baja en las cotizaciones de títulos públicos argentinos que se encuentran en su poder y a la posibilidad de tener que abonar los pagos de seguros contra default que se mencionaban anteriormente. De todas formas, está descontado que el presente escenario afectará a la economía, debido a la inestabilidad misma que genera la situación, el contexto económico (según el Indec, el país ya se encuentra técnicamente en recesión, y en su último informe sostuvo que la producción industrial disminuyo un 0,3 por ciento interanual en junio, acumulando así 11 meses consecutivos con resultados negativos), y a los sectores opositores al Gobierno que intentarán profundizar la situación de crisis.
Por eso, resulta más clara la ganancia política del Gobierno al haber optado por defender lo que considera el interés nacional antes que cumplir con los dictados financieros, opción esta última elegida por los gobierno de la dictadura cívico militar y de Carlos Menem (PJ) y Fernando de la Rua (UCR-Frepaso), que condujeron a una de las peores crisis socioeconómicas experimentadas por nuestro país. En el aspecto económico, en cambio, la incertidumbre prevalece, sobre una situación inédita en la que cualquier pronóstico tendrá mucho más de interés que de elementos de análisis objetivo.
mingo 3 de agosto de 2014