sábado, 2 de agosto de 2014
EN OTRO DIA LETAL, AL MENOS 130 PALESTINOS Y TRES SOLDADOS ISRAELIES MURIERON EN LA FRANJA DE GAZA Bombardearon una escuela y un mercado
El ataque de ayer en la Jabaliya Elementary School Girls ha sido descripto como un posible crimen de guerra por las Naciones Unidas. A las autoridades israelíes se les había dicho no menos de diecisiete veces que estaba llena de refugiados.
Por Kim Sengupta *
Faiza al Tanboura no había hablado durante 21 días desde que un ataque con misiles destruyó su casa. En las primeras horas de esta mañana encontró su voz: “Los niños. No dejen que maten a los niños”, gritó mientras corría hacia el patio de una escuela de la Organización de Naciones Unidas (ONU) bajo el fuego de un tanque israelí.
El ataque de ayer en la Jabaliya Elementary School Girls ha sido descrito por la ONU como un posible crimen de guerra. A las autoridades israelíes, dijo, se les había dicho no menos de diecisiete veces que estaba llena de refugiados, el último mensaje de advertencia emitido a las 20.50 de la noche del martes. Pero, siete horas y media más tarde, una serie de proyectiles se estrellaron contra el edificio, destruyendo dos de los salones de clase, matando a 20 personas e hiriendo a más de un centenar.
El número de muertos para los palestinos en el día de ayer fue de al menos 130, siendo el total desde el comienzo en torno de los 1210. Ayer también murieron tres soldados israelíes, llevando el total a 56 desde el inicio del conflicto.
Para Pierre Krahenbuhl, el comisionado de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, el ataque a la escuela es “una vergüenza universal”. Las investigaciones mostraron claramente, sostuvo, que el culpable era el fuego israelí, condenando “en los términos más enérgicos posibles, esta grave violación del derecho internacional por las fuerzas israelíes”. El ejército israelí dijo que los militantes habían estado disparando proyectiles de mortero desde las inmediaciones de la escuela y las tropas sólo habían devuelto el fuego: una portavoz agregó que había una investigación en curso para averiguar lo que había sucedido. Hamas y la Jihad Islámica habían sido acusados repetidamente de almacenar y usar armas en zonas civiles y los israelíes han producido fotografías que muestran, dijeron, cohetes almacenados en las mezquitas.
Esta tarde, después de que Israel hubo declarado un alto el fuego humanitario de cuatro horas, sobrevino otro ataque, en un concurrido mercado en Shajaiya, entre la ciudad de Gaza y en la frontera con Israel, dejando 17 muertos y más 150 heridos. Anteriormente, el señor Krahenbuhl quiso hacer hincapié en que los que estaban en la escuela habían sido colocados en la línea de fuego después de que “el ejército israelí los instruyera de abandonar sus hogares. La ubicación exacta de la escuela, que estaba albergando a miles de personas, fue comunicada al ejército israelí diecisiete veces, para asegurar su protección”.
The Independent se reunió con algunas de las familias en el refugio hace diez días. “Le dije que volvería aquí”, dijo Mohammed Abu Jarad esta mañana, en medio de la destrucción. “¿Se acuerda de que le dije que algo como esto iba a pasar? Muchos de nosotros nos sentimos así, pero nos quedamos, ¿adónde podríamos ir? No hay ningún lugar seguro”, añadió, mientras veíamos a los trabajadores de la ONU reuniendo partes de cuerpos humanos y extrayendo fragmentos de artillería.
Ocho miembros de la familia Abu Jarad habían muerto en un ataque con misiles en su casa en la ciudad de Beit Hanoun, hace diez días. Cuatro de ellos eran niños, el menor, Moussa, un bebé de siete meses. En el funeral, su cuerpo y el de Hania, de dos años y medio, con sangre en sus mortajas y rostros, fueron llevados por un grupo de hombres que se relevaban. Mahmoud Abu Jarad, un tío, había dicho: “Queremos que los israelíes vean lo que han hecho. Tal vez ellos sientan un poco de piedad y detengan esta masacre”.
El refugio Jabaliya ya estaba lleno y desbordado cuando diez miembros de la familia Abu Jarad llegaron allí el 19 de julio, para pasar a un salón de clases que ya asilaba a 30 personas. Otra de las familias que estaban allí eran los Al Tanbouras, que estaban profundamente preocupados por Faiza, una mujer de unos 30 años, que apenas había dicho una palabra desde que huyó de su casa en llamas en la localidad de Al Atrat. “Vamos a tener que llevarla a un médico cuando todo esto termine, están ocupados tratando a heridos ahora”, observó un primo, Somaya.
“Nuestra capacidad es de alrededor de 700 personas, ahora tenemos que hacer frente a más de 1600”, había dicho en ese momento el director de la escuela, Nassar al Jadiyan: ahora son 3300.
Se había producido un ataque contra una escuela de la ONU en Beit Hanoun, la semana pasada, en el que quince personas murieron, con recriminaciones después entre la ONU y Hamas por el fracaso para llevar a cabo una evacuación. “Aquí no hubo ninguna advertencia de los israelíes y estoy muy sorprendido de que esto ocurriera”, dijo Jadiyan. “Pensé en Beit Hanoun, que estaba más cerca de la frontera, pero no entiendo por qué esto sucedió aquí. Un ataque siempre iba a provocar una gran cantidad de víctimas. Las personas se acumulan aquí, la gente estaba muy asustada así que seguía llegando, no podíamos rechazarlos.”
La presión de los numerosos evacuados significa que muchos, todos ellos hombres, estaban durmiendo afuera en un patio que era utilizado como patio de recreo cuando la escuela estaba abierta. Entre ellos se encontraban Talal al Ghamayem y sus tres hijos, de cinco años, Ahmed; Younis de 15, y Mohammad de 11, una familia de Beit Hanoun que había comentado en las reuniones anteriores lo ansiosos que estaban por volver a casa y luego descubierto, al regresar durante un alto el fuego temporal, que no había quedado un hogar al que regresar.
Cuando se produjo la primera explosión, que demolió un aula en la parte delantera del edificio, donde ocurrió la mayoría de las muertes, Halima al Ghamayem había corrido a buscar a su esposo e hijos. El siguiente proyectil cayó en el patio, golpeándola con trozos de metralla y también hiriendo a Ahmed. Ghader, de 17 años, había tratado de detener a su madre. “Pero no pude, estaba tan desesperada. Nos las arreglamos para recogerla después de que fue herida y arrastrarla hacia adentro. Sólo quería saber cómo estaba Ahmed. Pero, por suerte, no estaba tan malherido. Pero ¿qué pasará la próxima vez?”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
Por Kim Sengupta *
Faiza al Tanboura no había hablado durante 21 días desde que un ataque con misiles destruyó su casa. En las primeras horas de esta mañana encontró su voz: “Los niños. No dejen que maten a los niños”, gritó mientras corría hacia el patio de una escuela de la Organización de Naciones Unidas (ONU) bajo el fuego de un tanque israelí.
El ataque de ayer en la Jabaliya Elementary School Girls ha sido descrito por la ONU como un posible crimen de guerra. A las autoridades israelíes, dijo, se les había dicho no menos de diecisiete veces que estaba llena de refugiados, el último mensaje de advertencia emitido a las 20.50 de la noche del martes. Pero, siete horas y media más tarde, una serie de proyectiles se estrellaron contra el edificio, destruyendo dos de los salones de clase, matando a 20 personas e hiriendo a más de un centenar.
El número de muertos para los palestinos en el día de ayer fue de al menos 130, siendo el total desde el comienzo en torno de los 1210. Ayer también murieron tres soldados israelíes, llevando el total a 56 desde el inicio del conflicto.
Para Pierre Krahenbuhl, el comisionado de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, el ataque a la escuela es “una vergüenza universal”. Las investigaciones mostraron claramente, sostuvo, que el culpable era el fuego israelí, condenando “en los términos más enérgicos posibles, esta grave violación del derecho internacional por las fuerzas israelíes”. El ejército israelí dijo que los militantes habían estado disparando proyectiles de mortero desde las inmediaciones de la escuela y las tropas sólo habían devuelto el fuego: una portavoz agregó que había una investigación en curso para averiguar lo que había sucedido. Hamas y la Jihad Islámica habían sido acusados repetidamente de almacenar y usar armas en zonas civiles y los israelíes han producido fotografías que muestran, dijeron, cohetes almacenados en las mezquitas.
Esta tarde, después de que Israel hubo declarado un alto el fuego humanitario de cuatro horas, sobrevino otro ataque, en un concurrido mercado en Shajaiya, entre la ciudad de Gaza y en la frontera con Israel, dejando 17 muertos y más 150 heridos. Anteriormente, el señor Krahenbuhl quiso hacer hincapié en que los que estaban en la escuela habían sido colocados en la línea de fuego después de que “el ejército israelí los instruyera de abandonar sus hogares. La ubicación exacta de la escuela, que estaba albergando a miles de personas, fue comunicada al ejército israelí diecisiete veces, para asegurar su protección”.
The Independent se reunió con algunas de las familias en el refugio hace diez días. “Le dije que volvería aquí”, dijo Mohammed Abu Jarad esta mañana, en medio de la destrucción. “¿Se acuerda de que le dije que algo como esto iba a pasar? Muchos de nosotros nos sentimos así, pero nos quedamos, ¿adónde podríamos ir? No hay ningún lugar seguro”, añadió, mientras veíamos a los trabajadores de la ONU reuniendo partes de cuerpos humanos y extrayendo fragmentos de artillería.
Ocho miembros de la familia Abu Jarad habían muerto en un ataque con misiles en su casa en la ciudad de Beit Hanoun, hace diez días. Cuatro de ellos eran niños, el menor, Moussa, un bebé de siete meses. En el funeral, su cuerpo y el de Hania, de dos años y medio, con sangre en sus mortajas y rostros, fueron llevados por un grupo de hombres que se relevaban. Mahmoud Abu Jarad, un tío, había dicho: “Queremos que los israelíes vean lo que han hecho. Tal vez ellos sientan un poco de piedad y detengan esta masacre”.
El refugio Jabaliya ya estaba lleno y desbordado cuando diez miembros de la familia Abu Jarad llegaron allí el 19 de julio, para pasar a un salón de clases que ya asilaba a 30 personas. Otra de las familias que estaban allí eran los Al Tanbouras, que estaban profundamente preocupados por Faiza, una mujer de unos 30 años, que apenas había dicho una palabra desde que huyó de su casa en llamas en la localidad de Al Atrat. “Vamos a tener que llevarla a un médico cuando todo esto termine, están ocupados tratando a heridos ahora”, observó un primo, Somaya.
“Nuestra capacidad es de alrededor de 700 personas, ahora tenemos que hacer frente a más de 1600”, había dicho en ese momento el director de la escuela, Nassar al Jadiyan: ahora son 3300.
Se había producido un ataque contra una escuela de la ONU en Beit Hanoun, la semana pasada, en el que quince personas murieron, con recriminaciones después entre la ONU y Hamas por el fracaso para llevar a cabo una evacuación. “Aquí no hubo ninguna advertencia de los israelíes y estoy muy sorprendido de que esto ocurriera”, dijo Jadiyan. “Pensé en Beit Hanoun, que estaba más cerca de la frontera, pero no entiendo por qué esto sucedió aquí. Un ataque siempre iba a provocar una gran cantidad de víctimas. Las personas se acumulan aquí, la gente estaba muy asustada así que seguía llegando, no podíamos rechazarlos.”
La presión de los numerosos evacuados significa que muchos, todos ellos hombres, estaban durmiendo afuera en un patio que era utilizado como patio de recreo cuando la escuela estaba abierta. Entre ellos se encontraban Talal al Ghamayem y sus tres hijos, de cinco años, Ahmed; Younis de 15, y Mohammad de 11, una familia de Beit Hanoun que había comentado en las reuniones anteriores lo ansiosos que estaban por volver a casa y luego descubierto, al regresar durante un alto el fuego temporal, que no había quedado un hogar al que regresar.
Cuando se produjo la primera explosión, que demolió un aula en la parte delantera del edificio, donde ocurrió la mayoría de las muertes, Halima al Ghamayem había corrido a buscar a su esposo e hijos. El siguiente proyectil cayó en el patio, golpeándola con trozos de metralla y también hiriendo a Ahmed. Ghader, de 17 años, había tratado de detener a su madre. “Pero no pude, estaba tan desesperada. Nos las arreglamos para recogerla después de que fue herida y arrastrarla hacia adentro. Sólo quería saber cómo estaba Ahmed. Pero, por suerte, no estaba tan malherido. Pero ¿qué pasará la próxima vez?”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
La impunidad israelí Por Robert Fisk
mpunidad es la palabra que viene a la mente. Ochocientos palestinos muertos. Ochocientos. Infinitamente más que dos veces el total de víctimas mortales en el vuelo MH17 en Ucrania. Y si nos referimos sólo a los muertos "inocentes" –es decir, no combatientes de Hamas, ni jóvenes simpatizantes, ni funcionarios corruptos de ese partido, con quienes a su debido tiempo los israelíes tendrán que hablar– entonces las mujeres, niños y ancianos que han sido masacrados en Gaza están muy arriba del total de víctimas en ese vuelo.
Y hay algo muy extraño en nuestras reacciones ante esas escandalosas cifras de muertos. Llamamos a cesar el fuego en Gaza, pero los dejamos enterrar a sus muertos en los muladares abrasados por el sol y ni siquiera podemos abrir una ruta humanitaria para los heridos. Para los pasajeros del MH17 exigimos –de inmediato– una sepultura apropiada y atención a los deudos. Maldecimos a quienes dejaron los cuerpos regados en los campos del este de Ucrania, en tanto el mismo número de cuerpos han quedado esparcidos –quizá por menos tiempo, pero bajo un sol igual de quemante– en Gaza.
Porque –y esto me ha fastidiado durante años– los palestinos no nos importan mucho, ¿verdad? Tampoco nos importa la culpabilidad israelí, que es mucho mayor por el gran número de civiles que el ejército israelí ha asesinado. Ni tampoco, para el caso, la capacidad de Hamas. Desde luego, ni Dios quiera que las cifras fueran al revés. Si hubieran muerto 800 israelíes y sólo 35 palestinos, creo que sé cuál sería nuestra reacción.
La llamaríamos –con justa razón– una masacre, una atrocidad, un crimen cuyos perpetradores deberían ser llamados a cuentas. Sí, también hay que hacer responsable a Hamas. Pero, ¿por qué los únicos criminales a los que perseguimos son los hombres que lanzaron un misil, quizá dos, a un avión de línea que volaba sobre Ucrania? Si los muertos en Israel igualaran en número a los palestinos –y déjenme repetirlo, gracias al cielo no es así–, sospecho que los estadunidenses estarían ofreciendo todo el apoyo militar a un Israel amenazado por los "terroristas apoyados por Irán". Estaríamos exigiendo que Hamas entregara a los monstruos que dispararon cohetes hacia Israel y que, digámoslo de paso, están tratando de impactar con sus disparos a los aviones en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv. Pero no estamos haciendo eso. Porque los que han muertos son en su mayoría palestinos.
Más preguntas. ¿Cuál es el límite de muertes palestinas antes de que decretemos un cese el fuego? ¿Ochocientos? ¿Ocho mil? ¿Podríamos llevar un marcador? ¿El tipo de cambio de muertes? O tendremos simplemente que esperar hasta que la sangre nos llegue al gañote y entonces decir que ya basta, que hasta para la guerra de Israel ya estuvo bien.
No es que no hayamos pasado por todo esto antes. Desde la masacre de aldeanos árabes por el nuevo ejército israelí en 1948, como la han registrado historiadores israelíes, hasta la matanza de Sabra y Chatila, cuando aliados libaneses de Israel asesinaron a mil 700 personas en 1982 mientras soldados israelíes los contemplaban; desde la masacre de Qana de árabes libaneses en la base de la ONU –sí, de nuevo la ONU– en 1996, hasta otra terrible matanza, más pequeña, de nuevo en Qana 10 años después. Y de allí al asesinato en masa de civiles en la guerra de Gaza en 2008-9. Y hubo pesquisas después de Sabra y Chatila, como las hubo después de Qana y de Gaza en 2008-9, y no recordamos qué peso se le dio, algo ligero, por supuesto, cuando el juez Goldstone hizo cuanto pudo por desacreditarla, luego de que, según mis amigos israelíes, se vio sometido a intensa presión.
En otras palabras, ya hemos estado allí. Esa afirmación de que sólo los "terroristas" tienen la culpa por aquellos a quienes Hamas da muerte y por los que Israel mata ("terroristas" de Hamas, claro). Y la afirmación constante, repetida una y otra vez, de que Israel tiene las normas más altas de cualquier ejército en el mundo y jamás lastimaría a civiles. Recuerdo aquí los 17 mil 500 muertos de la invasión de Israel en 1982 a Líbano, la mayoría de los cuales eran civiles. ¿Hemos olvidado todo eso?
Y aparte de impunidad, otra palabra que viene a la mente es estupidez. Me olvidaré aquí de los árabes corruptos y los asesinos del EI y todos los asesinos en masa de Irak y Siria. Tal vez su indiferencia hacia "Palestina" es de esperarse. Ellos no dicen representar nuestros valores. Pero, ¿qué pensar de John Kerry, el secretario de Estado de Barack Obama, quien nos dijo la semana pasada que es necesario atender los "temas subyacentes" del conflicto palestino-israelí? ¿Qué diablos estuvo haciendo todo el año pasado, cuando afirmó que iba a lograr la paz en Medio Oriente en 12 meses? ¿No se da cuenta de por qué los palestinos están en Gaza?
La verdad es que muchos cientos de miles de personas en el mundo –quisiera poder decir millones– quieren poner fin a esta impunidad, poner fin a frases como "bajas desproporcionadas". ¿Desproporcionadas con respecto a qué? Valerosos israelíes sienten lo mismo. Escriben al respecto. Larga vida a Haaretz, el periódico israelí. Entre tanto, los árabes, el mundo musulmán, se vuelve loco de ira. Y pagaremos el precio.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
La Jornada, México
Y hay algo muy extraño en nuestras reacciones ante esas escandalosas cifras de muertos. Llamamos a cesar el fuego en Gaza, pero los dejamos enterrar a sus muertos en los muladares abrasados por el sol y ni siquiera podemos abrir una ruta humanitaria para los heridos. Para los pasajeros del MH17 exigimos –de inmediato– una sepultura apropiada y atención a los deudos. Maldecimos a quienes dejaron los cuerpos regados en los campos del este de Ucrania, en tanto el mismo número de cuerpos han quedado esparcidos –quizá por menos tiempo, pero bajo un sol igual de quemante– en Gaza.
Porque –y esto me ha fastidiado durante años– los palestinos no nos importan mucho, ¿verdad? Tampoco nos importa la culpabilidad israelí, que es mucho mayor por el gran número de civiles que el ejército israelí ha asesinado. Ni tampoco, para el caso, la capacidad de Hamas. Desde luego, ni Dios quiera que las cifras fueran al revés. Si hubieran muerto 800 israelíes y sólo 35 palestinos, creo que sé cuál sería nuestra reacción.
La llamaríamos –con justa razón– una masacre, una atrocidad, un crimen cuyos perpetradores deberían ser llamados a cuentas. Sí, también hay que hacer responsable a Hamas. Pero, ¿por qué los únicos criminales a los que perseguimos son los hombres que lanzaron un misil, quizá dos, a un avión de línea que volaba sobre Ucrania? Si los muertos en Israel igualaran en número a los palestinos –y déjenme repetirlo, gracias al cielo no es así–, sospecho que los estadunidenses estarían ofreciendo todo el apoyo militar a un Israel amenazado por los "terroristas apoyados por Irán". Estaríamos exigiendo que Hamas entregara a los monstruos que dispararon cohetes hacia Israel y que, digámoslo de paso, están tratando de impactar con sus disparos a los aviones en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv. Pero no estamos haciendo eso. Porque los que han muertos son en su mayoría palestinos.
Más preguntas. ¿Cuál es el límite de muertes palestinas antes de que decretemos un cese el fuego? ¿Ochocientos? ¿Ocho mil? ¿Podríamos llevar un marcador? ¿El tipo de cambio de muertes? O tendremos simplemente que esperar hasta que la sangre nos llegue al gañote y entonces decir que ya basta, que hasta para la guerra de Israel ya estuvo bien.
No es que no hayamos pasado por todo esto antes. Desde la masacre de aldeanos árabes por el nuevo ejército israelí en 1948, como la han registrado historiadores israelíes, hasta la matanza de Sabra y Chatila, cuando aliados libaneses de Israel asesinaron a mil 700 personas en 1982 mientras soldados israelíes los contemplaban; desde la masacre de Qana de árabes libaneses en la base de la ONU –sí, de nuevo la ONU– en 1996, hasta otra terrible matanza, más pequeña, de nuevo en Qana 10 años después. Y de allí al asesinato en masa de civiles en la guerra de Gaza en 2008-9. Y hubo pesquisas después de Sabra y Chatila, como las hubo después de Qana y de Gaza en 2008-9, y no recordamos qué peso se le dio, algo ligero, por supuesto, cuando el juez Goldstone hizo cuanto pudo por desacreditarla, luego de que, según mis amigos israelíes, se vio sometido a intensa presión.
En otras palabras, ya hemos estado allí. Esa afirmación de que sólo los "terroristas" tienen la culpa por aquellos a quienes Hamas da muerte y por los que Israel mata ("terroristas" de Hamas, claro). Y la afirmación constante, repetida una y otra vez, de que Israel tiene las normas más altas de cualquier ejército en el mundo y jamás lastimaría a civiles. Recuerdo aquí los 17 mil 500 muertos de la invasión de Israel en 1982 a Líbano, la mayoría de los cuales eran civiles. ¿Hemos olvidado todo eso?
Y aparte de impunidad, otra palabra que viene a la mente es estupidez. Me olvidaré aquí de los árabes corruptos y los asesinos del EI y todos los asesinos en masa de Irak y Siria. Tal vez su indiferencia hacia "Palestina" es de esperarse. Ellos no dicen representar nuestros valores. Pero, ¿qué pensar de John Kerry, el secretario de Estado de Barack Obama, quien nos dijo la semana pasada que es necesario atender los "temas subyacentes" del conflicto palestino-israelí? ¿Qué diablos estuvo haciendo todo el año pasado, cuando afirmó que iba a lograr la paz en Medio Oriente en 12 meses? ¿No se da cuenta de por qué los palestinos están en Gaza?
La verdad es que muchos cientos de miles de personas en el mundo –quisiera poder decir millones– quieren poner fin a esta impunidad, poner fin a frases como "bajas desproporcionadas". ¿Desproporcionadas con respecto a qué? Valerosos israelíes sienten lo mismo. Escriben al respecto. Larga vida a Haaretz, el periódico israelí. Entre tanto, los árabes, el mundo musulmán, se vuelve loco de ira. Y pagaremos el precio.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
La Jornada, México
PANORAMA POLITICO Kicillof Por Luis Bruschtein
Pelea de fondo, como en el Madison Square Garden. El ministro Axel Kicillof contra el juez Griesa y los fondos buitre. Hay una historia, está el relato. Pero no en el terreno de las ilusiones sino en el de la vida real donde a veces se gana y a veces no. Es una pelea con un resultado no deseado, es más complejo que el relato que denuncia la oposición. Y que plantea justamente una paradoja porque, a pesar del resultado desfavorable, el planteo de la Argentina tiene un respaldo demoledor en el plano internacional, pero la mayoría de la oposición interna no lo respalda.
La oposición sigue con desconfianza el debate por la deuda porque teme que repercuta en las elecciones. Es un cálculo pequeño porque el reclamo desmedido de los fondos buitre, la parcialidad y las fallas del sistema judicial norteamericano y el protagonismo que pasó a ocupar Argentina en la puja mundial por regular el sistema financiero internacional están más allá de unas elecciones presidenciales. El recelo sobreactuado de la oposición la puede presentar como sobrepasada por un escenario que le queda grande.
Pocas causas han logrado el respaldo internacional que tiene la Argentina en su pelea con los fondos buitre. Es un consenso muy amplio y que se produce muy pocas veces. Por la cantidad y porque además es un consenso heterogéneo que incluye desde el gobierno chino hasta el de los Estados Unidos, que a su vez está muy presionado por el lobby económico, político y judicial del fondo de Paul Singer. El Gobierno ha sido criticado en otras oportunidades por amplios sectores de la prensa internacional. Esta vez, las críticas les cayeron a los fondos buitre. Pese a todo ese consenso internacional, dentro del país ocurre lo contrario y los partidos de la oposición tanto como los comentaristas de los medios opositores aparecen concesivos con Griesa y los buitres y duros contra el gobierno que los confrontó. Esa sobreactuación de la oposición puede tener un efecto en la sociedad peor aún para ella que el protagonismo del Gobierno.
Guste o no, es un relato real y tiene épica real. La oposición critica esa imagen homérica. Pero el proceso de negociación con los fondos buitre transmite ese halo épico porque es tan desigual y porque hay una actitud en la posición argentina que confronta con uno de los grupos de poder más fuertes del planeta. La épica es inherente a la situación, no es una creación publicitaria. La subordinación, que ha sido el comportamiento más común frente a estos grupos de poder, no tendría épica, pero las consecuencias serían peores.
No se trata de una historia que sale de la nada, hay una genealogía del kirchnerismo en relación con la deuda, que comienza con Néstor Kirchner en el 2003 y ahora con la presidenta Cristina Kirchner como protagonista central. Y también hay un actor en el teatro de operaciones: el ministro Axel Kicillof, centrado en el punto de mayor exposición de un tema sensible, explosivo y con rebotes y consecuencias en todos los planos de la vida.
Kicillof recibió toda la atención, todas las críticas y todo el respaldo. Se convirtió en un agujero negro de la política en la disputa con la oposición, con los medios opositores, con el juez Griesa y con los fondos buitre. Recibió simpatía de la sociedad y a veces enojo, más el respaldo de la Presidenta, que lo colocó a su lado en su discurso del jueves por cadena nacional. Un protagonista que tuvo tiempo de pantalla y centimetraje que más los quisieran algunos de los candidatos de la carrera presidencial. Y también se convirtió en el blanco preferido de las críticas de la oposición y de los representantes de los fondos buitre.
“¿Por qué un individuo como Kicillof está representando a la Argentina si quiere negociar?”. “Kicillof no tiene capacidad de tener una negociación técnica con el mediador, no es un abogado y ningún ministro responsable negociaría algo sin asesores.” “Según lo que sabemos, el ministro echó a los abogados y se reunió solo con Pollack durante dos horas. No conocemos lo que ocurrió, pero ningún ministro responsable negociaría algo sin sus asesores.” “Las declaraciones en la OEA y la ONU son ofensivas y las declaraciones de Kicillof son destructivas para el tipo de confianza que se requiere para extender estas negociaciones más allá de julio.”
Son frases que a cualquiera le parecería haber escuchado en boca de dirigentes como Patricia Bullrich, Elisa Carrió, Ernesto Sanz o Hermes Binner. Hay cosas en ese tono, pero las frases en sí, las que se reproducen encomilladas, son algunas de las que pronunciaron Nancy Soderberg y Robert Shapiro durante su encuentro con periodistas en el Palacio Duhau del hotel Hyatt Park. Soderberg y Shapiro son copresidentes del Grupo de Tareas Americano para Argentina, un grupo pagado por los fondos buitre para hacer lobby. En el Congreso norteamericano, el lobby está integrado por congresistas de la derecha más recalcitrante, los que, entre otras causas, respaldaron el golpe contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya. Es un sector que se compagina con el pensamiento de Paul Singer, la cabeza del Fondo Elliot Management, el buitre más hostil a la Argentina y uno de los principales recaudadores del Partido Republicano.
Pero Soderberg y Shapiro son demócratas, ex funcionarios del gobierno de Bill Clinton, e incluso Shapiro trabajó con el vicepresidente Al Gore, un hombre considerado progresista en la política estadounidense. Supuestamente son “progresistas” que por dinero aceptan trabajar para una causa que busca llevar a un país y sus millones de habitantes a la miseria. Son actitudes comerciales aceptadas, pero desde el punto de vista ético son absolutamente inmorales. Cada uno tiene consultoras internacionales y cobran una fortuna. Ni a Soderberg ni a Shapiro les interesa un pepino la Argentina, ni les interesó convencer a sus interlocutores. Lo que buscaron fue socavar la posición argentina y es interesante la forma en que centraron sus ataques en Kicillof. Lo hicieron con un convincente aire de superioridad y desprecio, que algún efecto tuvo porque varios de sus argumentos fueron tomados aquí por dirigentes de la oposición como si provinieran de una autoridad moral. Sin embargo, los mercenarios como Soderberg y Shapiro no tienen moral. En ese sentido son peores que los derechistas del Tea Party, que consideran al gobierno argentino como un foco subversivo en América latina.
En las solicitadas del Grupo de Tareas de Singer no se hablaba de Kicillof. Soderberg y Shapiro hicieron esos comentarios como al pasar, como si verdaderamente lo despreciaran, pero orientaron gran parte de sus intervenciones en ese rumbo. Por el contrario, quedó claro que en vez de despreciarlo, valoraban lo suficiente al principal negociador argentino como para tratar de debilitarlo. Y que debilitarlo era una forma de favorecer a los fondos buitre.
Cuando sectores de la oposición recogen los argumentos que dejaron estos mercenarios y hablan de “impericia técnica” porque Kicillof es economista y no abogado, o de “mala praxis” porque las críticas a Griesa habrían indispuesto al tribunal en contra de la Argentina, están reduciendo un gran debate internacional a un nivel gallináceo, al punto donde lo quieren los buitres. Los fallos del juez Griesa contra Argentina han sido fuertemente criticados en todo el mundo y la oposición debería encontrar su lugar en ese gran debate que busca reformar el sistema financiero internacional. Es un debate que ya requiere posicionamiento de todos los actores políticos, sociales y económicos en cada país y sería patético que la oposición argentina quedara empapelada con los fondos buitre. Las críticas a la estrategia argentina deberían aportar por la positiva la forma en que consideran que debería haberse negociado con los fondos buitre para llegar a un acuerdo sin que se afecte la reestructuración de la deuda.
Argentina buscó el acuerdo y no lo pudo lograr. Con un acuerdo razonable la situación del país se hubiera facilitado. Sin el acuerdo, se mantiene como estaba, con dificultades para tomar deuda. El único problema de riesgo serán los buitres internos, los que usen esta situación para especular con el dólar o los precios.
De toda esa humareda de marchas y contramarchas, con un resultado desfavorable pero con un consenso internacional impresionante para el país, surgió el ministro Kicillof con material para el relato: Axel contra Griesa y los buitres. Una pelea de fondo en la que otra vez el ministro de Economía pasa a convertirse en actor protagónico. Hay aspectos literarios en ese ascenso, en la agrupación estudiantil independiente de los años ’90 –los Tontos pero no Tanto (TNT)– antimenemistas que ganaron la conducción del centro de estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y que poco más de una década después llegaron a la conducción económica del país. Es el pibe sin corbata que discutió de igual a igual con los grupos del poder económico del mundo. Lejos de cualquier candidatura, Kicillof monopolizó la atención, no es candidato pero es un protagonista.
02/08/14 Página|12
La oposición sigue con desconfianza el debate por la deuda porque teme que repercuta en las elecciones. Es un cálculo pequeño porque el reclamo desmedido de los fondos buitre, la parcialidad y las fallas del sistema judicial norteamericano y el protagonismo que pasó a ocupar Argentina en la puja mundial por regular el sistema financiero internacional están más allá de unas elecciones presidenciales. El recelo sobreactuado de la oposición la puede presentar como sobrepasada por un escenario que le queda grande.
Pocas causas han logrado el respaldo internacional que tiene la Argentina en su pelea con los fondos buitre. Es un consenso muy amplio y que se produce muy pocas veces. Por la cantidad y porque además es un consenso heterogéneo que incluye desde el gobierno chino hasta el de los Estados Unidos, que a su vez está muy presionado por el lobby económico, político y judicial del fondo de Paul Singer. El Gobierno ha sido criticado en otras oportunidades por amplios sectores de la prensa internacional. Esta vez, las críticas les cayeron a los fondos buitre. Pese a todo ese consenso internacional, dentro del país ocurre lo contrario y los partidos de la oposición tanto como los comentaristas de los medios opositores aparecen concesivos con Griesa y los buitres y duros contra el gobierno que los confrontó. Esa sobreactuación de la oposición puede tener un efecto en la sociedad peor aún para ella que el protagonismo del Gobierno.
Guste o no, es un relato real y tiene épica real. La oposición critica esa imagen homérica. Pero el proceso de negociación con los fondos buitre transmite ese halo épico porque es tan desigual y porque hay una actitud en la posición argentina que confronta con uno de los grupos de poder más fuertes del planeta. La épica es inherente a la situación, no es una creación publicitaria. La subordinación, que ha sido el comportamiento más común frente a estos grupos de poder, no tendría épica, pero las consecuencias serían peores.
No se trata de una historia que sale de la nada, hay una genealogía del kirchnerismo en relación con la deuda, que comienza con Néstor Kirchner en el 2003 y ahora con la presidenta Cristina Kirchner como protagonista central. Y también hay un actor en el teatro de operaciones: el ministro Axel Kicillof, centrado en el punto de mayor exposición de un tema sensible, explosivo y con rebotes y consecuencias en todos los planos de la vida.
Kicillof recibió toda la atención, todas las críticas y todo el respaldo. Se convirtió en un agujero negro de la política en la disputa con la oposición, con los medios opositores, con el juez Griesa y con los fondos buitre. Recibió simpatía de la sociedad y a veces enojo, más el respaldo de la Presidenta, que lo colocó a su lado en su discurso del jueves por cadena nacional. Un protagonista que tuvo tiempo de pantalla y centimetraje que más los quisieran algunos de los candidatos de la carrera presidencial. Y también se convirtió en el blanco preferido de las críticas de la oposición y de los representantes de los fondos buitre.
“¿Por qué un individuo como Kicillof está representando a la Argentina si quiere negociar?”. “Kicillof no tiene capacidad de tener una negociación técnica con el mediador, no es un abogado y ningún ministro responsable negociaría algo sin asesores.” “Según lo que sabemos, el ministro echó a los abogados y se reunió solo con Pollack durante dos horas. No conocemos lo que ocurrió, pero ningún ministro responsable negociaría algo sin sus asesores.” “Las declaraciones en la OEA y la ONU son ofensivas y las declaraciones de Kicillof son destructivas para el tipo de confianza que se requiere para extender estas negociaciones más allá de julio.”
Son frases que a cualquiera le parecería haber escuchado en boca de dirigentes como Patricia Bullrich, Elisa Carrió, Ernesto Sanz o Hermes Binner. Hay cosas en ese tono, pero las frases en sí, las que se reproducen encomilladas, son algunas de las que pronunciaron Nancy Soderberg y Robert Shapiro durante su encuentro con periodistas en el Palacio Duhau del hotel Hyatt Park. Soderberg y Shapiro son copresidentes del Grupo de Tareas Americano para Argentina, un grupo pagado por los fondos buitre para hacer lobby. En el Congreso norteamericano, el lobby está integrado por congresistas de la derecha más recalcitrante, los que, entre otras causas, respaldaron el golpe contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya. Es un sector que se compagina con el pensamiento de Paul Singer, la cabeza del Fondo Elliot Management, el buitre más hostil a la Argentina y uno de los principales recaudadores del Partido Republicano.
Pero Soderberg y Shapiro son demócratas, ex funcionarios del gobierno de Bill Clinton, e incluso Shapiro trabajó con el vicepresidente Al Gore, un hombre considerado progresista en la política estadounidense. Supuestamente son “progresistas” que por dinero aceptan trabajar para una causa que busca llevar a un país y sus millones de habitantes a la miseria. Son actitudes comerciales aceptadas, pero desde el punto de vista ético son absolutamente inmorales. Cada uno tiene consultoras internacionales y cobran una fortuna. Ni a Soderberg ni a Shapiro les interesa un pepino la Argentina, ni les interesó convencer a sus interlocutores. Lo que buscaron fue socavar la posición argentina y es interesante la forma en que centraron sus ataques en Kicillof. Lo hicieron con un convincente aire de superioridad y desprecio, que algún efecto tuvo porque varios de sus argumentos fueron tomados aquí por dirigentes de la oposición como si provinieran de una autoridad moral. Sin embargo, los mercenarios como Soderberg y Shapiro no tienen moral. En ese sentido son peores que los derechistas del Tea Party, que consideran al gobierno argentino como un foco subversivo en América latina.
En las solicitadas del Grupo de Tareas de Singer no se hablaba de Kicillof. Soderberg y Shapiro hicieron esos comentarios como al pasar, como si verdaderamente lo despreciaran, pero orientaron gran parte de sus intervenciones en ese rumbo. Por el contrario, quedó claro que en vez de despreciarlo, valoraban lo suficiente al principal negociador argentino como para tratar de debilitarlo. Y que debilitarlo era una forma de favorecer a los fondos buitre.
Cuando sectores de la oposición recogen los argumentos que dejaron estos mercenarios y hablan de “impericia técnica” porque Kicillof es economista y no abogado, o de “mala praxis” porque las críticas a Griesa habrían indispuesto al tribunal en contra de la Argentina, están reduciendo un gran debate internacional a un nivel gallináceo, al punto donde lo quieren los buitres. Los fallos del juez Griesa contra Argentina han sido fuertemente criticados en todo el mundo y la oposición debería encontrar su lugar en ese gran debate que busca reformar el sistema financiero internacional. Es un debate que ya requiere posicionamiento de todos los actores políticos, sociales y económicos en cada país y sería patético que la oposición argentina quedara empapelada con los fondos buitre. Las críticas a la estrategia argentina deberían aportar por la positiva la forma en que consideran que debería haberse negociado con los fondos buitre para llegar a un acuerdo sin que se afecte la reestructuración de la deuda.
Argentina buscó el acuerdo y no lo pudo lograr. Con un acuerdo razonable la situación del país se hubiera facilitado. Sin el acuerdo, se mantiene como estaba, con dificultades para tomar deuda. El único problema de riesgo serán los buitres internos, los que usen esta situación para especular con el dólar o los precios.
De toda esa humareda de marchas y contramarchas, con un resultado desfavorable pero con un consenso internacional impresionante para el país, surgió el ministro Kicillof con material para el relato: Axel contra Griesa y los buitres. Una pelea de fondo en la que otra vez el ministro de Economía pasa a convertirse en actor protagónico. Hay aspectos literarios en ese ascenso, en la agrupación estudiantil independiente de los años ’90 –los Tontos pero no Tanto (TNT)– antimenemistas que ganaron la conducción del centro de estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y que poco más de una década después llegaron a la conducción económica del país. Es el pibe sin corbata que discutió de igual a igual con los grupos del poder económico del mundo. Lejos de cualquier candidatura, Kicillof monopolizó la atención, no es candidato pero es un protagonista.
02/08/14 Página|12
Suscribirse a:
Entradas (Atom)