martes, 20 de mayo de 2014

Lecturas del fin de la crisis Por Alejandro Horowicz

a economía nacional está estrechamente ligada a la crisis global. Ese escenario incidirá en el resultado electoral del año próximo. 

Los encuestadores escrutan el futuro desde una base muy estrecha. Todo lo que intentan develar es quién será el ungido por el voto popular. A nadie se le escapa que el escenario económico de 2015 incidirá en el resultado electoral, pero como esa variable no depende de la política argentina, en rigor de verdad no forma parte de ninguna cuenta política.

Para la economía nacional, el fin de la crisis global está estrechamente ligado a los cambios de comportamiento de su principal asociado, Brasil. Si la crisis hubiera concluido y la recuperación brasileña resultara un dato cierto, la capacidad oficialista se vería súbitamente reforzada. En cambio, si la recuperación se hiciera esperar, si recién en 2016 se sintieran sus efectos, las chances opositoras podrían verse facilitadas.

Claro que el debate sobre la crisis global no ha concluido. Es que entre Europa y los Estados Unidos superan los 35 millones de desempleados. La cifra con ser voluminosa no satisface a los analistas más exigentes. El motivo es simple, una parte de los desocupados se rindió, ya no busca empleo. Por tanto, los "realistas" los descuentan del total de asalariados y terminado el asunto. Es a través de un método tan brutal como desconsiderado que se obtiene esta resultado. No se trata tan sólo de un nivel de cinismo explícito injustificable, sino de entender que al menos otros 10 millones de trabajadores han huido definitivamente de las estadísticas.

La política de recortes permite entender, no sólo se reduce el salario de bolsillo, se trata de la transferencia de ingresos más importante realizada contra el ingreso popular.

Es posible, entonces, entender "la salida" de la crisis global de dos modos. O como el momento en que 45 millones de trabajadores sin empleo regresen al mercado de trabajo. O como recuperación del PBI global. Es preciso admitir que la primera variante no es compartida por los creadores de empleo. Al menos, de empleo de alta calidad. Esto es, de tiempo completo y con las debidas garantías sociales.

La cuenta se hace desde el otro andarivel. Se mide el producto bruto de cada sociedad, se construye la serie histórica, y no bien se detiene la caída dando inicio a una nueva tendencia, comienzan a repicar las campanas de la victoria.

La pregunta inevitable: ¿victoria de quién? Y por tanto: ¿victoria para cuánto tiempo?

Si sólo se trata de verificar la marcha de los volúmenes de producción, sin considerar las condiciones en que dichos volúmenes se alcanzan, queda claro que el incremento de la productividad no sólo supuso una reducción cuantitativa de trabajadores, sino que ha sido acompañada por el estancamiento de los niveles de salario monetario nominal. Y no bien ese estancamiento es visto con mayor detalle, se comprueba que las prestaciones no monetarias –como los servicios sociales– o han descendido de calidad o directamente desaparecieron.

Dicho de otro modo, la calidad de la ciudadanía que el welfare state conformara una vez concluida la II Guerra Mundial, mudó de tendencia. Ya no se trata de un incremento de los derechos reales, de un mundo donde el pleno empleo era un objetivo colectivo; más bien la crisis se estaría resolviendo con instrumentos previos al keynesianismo, donde los mas débiles pagan con la reducción de su calidad de vida, que la sociedad supere los estándares productivos anteriores.

La innovación tecnológica recupera, por esta vía, la característica que los primeros trabajadores observaran empíricamente: una amenaza para su sobrevivencia. Los ludistas, corriente obrera inglesa, intentaron a comienzos del siglo XIX destruir el proceso de mecanización productiva de la Revolución Industrial mediante la acción directa. Probaron destruir las máquinas. Fracasaron, y los trabajadores cartistas impulsaron una política donde la innovación tecnológica no se oponía necesariamente a los intereses obreros.

Ahora bien, la solución conservadora en curso, no sólo replantea este problema, además tiene una base de sustentación muchísimo más pequeña, ya que no depende del incremento de la demanda popular solvente. Dicho de otro modo, la crisis de consumo está a la vuelta de la esquina.

Cuadro de situación. Hay 24 millones de parados en Europa, seis en España. En esas condiciones la economía global da indicios de un cambio de tendencia; la contrahecha economía española, tanto como en la tecnológicamente renovada norteamericana, muestran síntomas de reactivación. Para la presidenta de la Reserva Federal de EE UU la locomotora de la economía global avanza por la buena dirección. Janet Yellen decidió cancelar los estímulos financieros, aunque la recuperación se estancó. Apoyada en el dato del empleo de abril, sin considerar la baja de la demanda solvente de los asalariados, basta a su juicio con la creación de nuevos puestos de trabajo y la reducción de la tasa de desempleo –cuatro décimas con respecto al mes anterior– para este desaforado ejercicio de optimismo contable. 

El nivel de desempleo del 6,3%,el más bajo desde septiembre de 2008, facilita ese acto de propaganda política. Por cierto, la pequeña baja de la tasa de desempleo está determinada por la merma de la población económicamente activa. Dos fenómenos relativamente independientes deben evaluarse. La creación de nuevos puestos de trabajo, uno; la reducción de la tasa de desocupación atribuible a un recorte de la población activa, dos. En abril del 2014, 806 mil personas salieron del mercado laboral en Estados Unidos. Por tanto, el número de desocupados cae por debajo de los 10 millones. En los último año, la fuerza laboral se contrajo en 1,9 millones de trabajadores. De esa asombrosa contabilidad social surge la cifra final: 10 millones.

2,2 millones de personas ya no buscan empleo, efecto desánimo dicen los economistas, o porque ya no están y difícilmente estarán en condiciones materiales de buscarlo, o porque integran la nueva ola de jubilaciones. Los integrantes de la generación del baby boom huyen del mercado. Razones sobran. Si aceptan trabajar en las nuevas condiciones sus futuras pensiones serán menores; la muy baja calidad del nuevo mercado laboral, junto a la reducción del salario real empujan en esa dirección.

Esa es la tendencia. La creación de nuevos puestos no va acompañada por un alza de la masa salarial. El salario permanece numéricamente constante o se reduce. En el "parte time" la hora trabajada se cobra menos. Y si se tiene en cuenta el incremento del costo de la vida, se comprende la ruta regresiva de la distribución del ingreso. Una recuperación tan lenta, tan débil, y tan difícil de sostener está determinada por las herramientas de política económica. Mientras la reducción del costo del trabajo sigue siendo el principal instrumento del crecimiento económico, la posibilidad de otra velocidad de expansión sigue bloqueada. Es que la reactivación sigue dependiendo del consumo suntuario, o si se prefiere, del aumento de la demanda de los sectores de mayores ingresos. Es cierto que la crisis los indujo a moderarse, pero a nadie se le escapa que los que se despeñan no vuelven. De modo que todos controlan su nivel de gasto. Los que pierden sus actuales condiciones de trabajo saben que el futuro no depara mejorías.

En los últimos años el salario medio creció menos de un 2%, y si bien en el otro extremo los salarios mejoraron, lo hicieron en una proporción relativamente más baja. Los que dependen exclusivamente de su salario, los que no tienen títulos públicos o acciones privadas, cuidan su dinero. Si bien es cierto que la deflación operó al comienzo de la crisis, hace un rato que ya no opera. De modo que el repunte actual tiene como límite la demanda popular.

Sólo los gobiernos hablan de la mejora, de que se reduzca "sustancialmente" la tasa de desempleo. Cosa en la que nadie cree y que los números desmienten. Basta mirar los datos enviados por los gobiernos europeos a Bruselas para comprender. Nadie espera en España para 2016 una tasa de desempleo inferior al 25 por ciento. El actual asciende al 25,9 por ciento. 

De modo que la conclusión se impone sola. La política de recortes permite entender, no sólo se reduce el salario de bolsillo, se trata de la transferencia de ingresos más importante realizada contra el ingreso popular. La derrota de la izquierda, la victoria conservadora reabrió el camino para una crueldad histórica sin para qué, ya que la producción está en condiciones de satisfacer la demanda.

Infonews

 

El nombre del kirchnerismo Por Ricardo Forster

Desplegando una política audaz y a contrapelo de las hegemonías mundiales; subvirtiendo las “formas” institucionales aprovechando el profundo descrédito en el que habían caído esas mismas instituciones en el giro del siglo y en medio del estallido del 2001 para devolverles una legitimidad perdida; rescatando lenguajes y tradiciones sobre las que el paso del tiempo y las garras de los vencedores habían dejado sus marcas envenenadas; ejerciendo, con fuerza anticipatoria, una decisiva reparación del pasado que habilitó, en un doble sentido, un camino de justicia y una intensa querella interpretativa de ese mismo pasado que tan hondamente había marcado un tiempo histórico rescatado del ostracismo, Néstor Kirchner rediseñó, hacia atrás y hacia adelante, la travesía del país. Conmoción e interpelación. Dos palabras para dar cuenta del impacto que en muchos de nosotros provocó esa inesperada fisura de una historia que parecía destinada a la reproducción eterna de nuestra

inagotable barbarie. Ruptura, entonces, de lo pensado y de lo conocido hasta ese discurso insólito que necesitaba encontrarse con una materialidad histórica que, eso pensábamos, huía de retóricas del engaño o la autoconmiseración. El kirchnerismo, ese nombre que se fue pronunciando de a poco y no sin inquietudes, desequilibró lo que permanecía equilibrado, removió lo que hacía resistencia, cuestionó lo que permanecía incuestionable, aireó lo asfixiante de una realidad miasmática y, por sobre todas las cosas, puso en marcha de nuevo la flecha de la historia.

Con pasiones que parecían provenir de otros tiempos, los últimos años, en especial los abiertos a partir de la disputa por la renta agraria en el 2008, han sido testigos de querellas intelectual-políticas que obligaron a cada uno de sus participantes a tener que tomar partido. Fue imposible sustraerse a la agitación de la época y a la vigorosa interpelación que el kirchnerismo le formuló a la sociedad. La política, con sus intensidades y sus desafíos, con sus formas muchas veces opacas y otras luminosas, se instaló en el centro de la escena nacional para, como hacia mucho que no sucedía, convocar a aquello que siempre estuvo en su interior aunque pudiera, en ocasiones, quedar escondido por las hegemonías del poder real: el litigio por la igualdad.

El kirchnerismo salió al rescate de tradiciones y experiencias extraviadas corriendo la pesada lápida que había caído sobre épocas en las que no resultaba nada sorprendente el encuentro, siempre arduo y complejo, de la lengua política y los ideales emancipadores, y al hacerlo desafió a una sociedad todavía incrédula que sospechaba, otra vez, que le querían vender gato por liebre. En todo caso, hizo imposible el reclamo de neutralidad o de distanciada perspectiva académica, hizo saltar en mil pedazos la supuesta objetividad interpretativa o la reclamada independencia periodística mostrando, una vez más, que cuando retorna lo político como lenguaje de la reinvención democrática se acaban los consensos vacíos y los llamados a la reconciliación fundados en el olvido histórico. Lo que emerge, con fuerza desequilibrante, es la disputa por el sentido y la irrevocable evidencia de las fuerzas en pugna.

El kirchnerismo vino a sacudir y a enloquecer la historia. El impacto enorme de su impronta, de esa invención a contracorriente formulada en mayo de 2003, sigue irradiando alrededor nuestro y continúa definiendo el horizonte de nuestros conflictos y posibilidades. Hoy, cuando nos acercamos a una encrucijada política compleja, esta experiencia caudalosa y transgresora quiere ser reducida a una etapa ya superada en nombre, una vez más, de la “unidad del movimiento”. Una unidad, lo sabemos por experiencia histórica, que cuando se proclama y se impone acaba por reducir al peronismo a fuerza conservadora. Cuando en el peronismo se habla de englobar a todos los sectores, cuando se escucha aquello de que “finalmente somos todos compañeros”, lo que se está diciendo sin decirlo es que se prepara, una vez más, la pirueta que conduce al establishment y al status quo, el giro que vuelve a depositarlo en el núcleo de la repetición. Hoy, y bajo distintos nombres (suenan con sus diferencias los de ciertos gobernadores, esos que siempre estuvieron lejos de kirchnerizar al peronismo de sus provincias, y, por supuesto, los del nuevo heraldo del peronismo conservador y noventista que viene del Tigre) se busca cerrar la anomalía iniciada en mayo de 2003.

De nuevo, y como un signo de su historia zigzagueante, regresa una disputa que, eso hay que decirlo, no dejó de acompañarlo, al menos, desde el conflicto de la 125 en la que una buena parte del PJ confluyó con la corporación agromediática (el massismo es hijo de esa confluencia). En esos días calientes en los que tantas cosas fueron puestas sobre la mesa, y en los que los actores asumieron sus papeles en el drama de la historia, el kirchnerismo encontró su nombre y su potencia, pudo darle palabras a su desafío y a su proyecto. En esos días, también, algo inevitable volvería a sacudir al peronismo. Hoy, cuando todo sigue estando en disputa y bajo la forma del riesgo, regresa la amenaza de la restauración, pero no como una acción extemporánea, venida de afuera, sino como la horadación que se precipita desde el interior. No hay peor cuña que la que se hace con la astilla del mismo palo. Por eso es imprescindible discutir críticamente el legado del propio peronismo, no dejarlo desplegarse como si nada guardase de peligroso en su devenir histórico y sospechando, siempre, de los cultores de la “unidad por sobre todas las cosas”. No se trata de ir a la búsqueda de una pureza imposible y viscosa, pero tampoco de ir con todos y con cualquiera con tal de preservar, sin principios, el poder.

Lejos, muy lejos del espíritu de lo fundado por Néstor Kirchner, se encuentra el diagrama de aquellos que buscan concretar el final de un ciclo pronunciando otro nombre muy diferente del que talló de manera inesperada lo mejor de un país que se reencontró con una oportunidad que ya no alcanzaba siquiera a imaginar. Un nombre novedoso y opuesto al de las corporaciones, surgido en la tierra de los vientos sureños y que se extendió por el país, que tendrá que enfrentarse a sus límites y contradicciones, a sus debilidades y a sus errores, pero que, sobre todo, tendrá que profundizar el núcleo desafiante y novedoso que introdujo en el interior de una sociedad desesperanzada. Y tendrá que hacerlo sin renunciar a esa impronta, sabiendo que no es posible ni justo replegarse hacia una política testimonial preparándose para otro tiempo más lejano que, cuando supuestamente llegue, volverá a encontrar un país desolado por la inclemencia de los poderes corporativos. Poderes que, como en otras épocas, no desaprovecharán la oportunidad que aguardan con la glotonería de quienes están listos para reconstruir su hegemonía. Pero también sabe, siempre lo ha sabido, que en el drama de una historia que sigue buscando la igualdad nadie puede eludir las impurezas y el barro. Las oportunidades de cambiar a favor de las mayorías populares la trama de la sociedad son rarezas que no se pueden desaprovechar. Sin garantías, como al comienzo de esta historia, el kirchnerismo, su nombre, deberá seguir insistiendo.

Pocos, muy escasos, acontecimientos políticos han despertado tantas polémicas, tantas querellas y tantas pasiones como lo abierto por la irrupción de esta extraña figura proveniente del sur patagónico. En Kirchner y, con una potencia duplicada por el propio dramatismo de una muerte inesperada, en Cristina Fernández se ha desplegado lo que pocos creían que podía volver a suceder en el interior de la realidad argentina: la alquimia de voluntad, deseo, inteligencia y audacia para torcer una historia que parecía sellada. El retorno, bajo las condiciones de una particular y difícil época del país y del mundo, de la política como ideal transformador y como eje del litigio por la igualdad. Ese es el punto de inflexión, lo verdaderamente insoportable, para el poder real y tradicional, que trajo el kirchnerismo: el corrimiento de los velos, el fin de las impunidades materiales y simbólicas, la recuperación de palabras y conceptos arrojados al tacho de los desperdicios por los triunfadores implacables del capitalismo neoliberal y revitalizados por quienes, saliendo de un lugar inverosímil, vinieron a interrumpir la marcha de los dueños de lo que parecía ser el relato definitivo de la historia.

Kirchnerismo como el nombre de una reparación, como el santo y seña de un giro que habilitó la restitución de derechos y de memoria, pero también como el nombre de una refundación de la política sacándola del vaciamiento y la desolación de los noventa. Y haciéndolo de manera transgresora, pero no al modo de la farandulesca, banal y prostibularia “transgresión” del menemismo, sino quebrando el pacto ominoso de la clase política con las corporaciones, tocando los resortes del poder y haciendo saltar los goznes de instituciones carcomidas por la deslegitimación. Kirchnerismo como el nombre de una insólita demanda de justicia en un país atravesado por la lógica del olvido y la impunidad.

El kirchnerismo, entonces y a contrapelo de los vientos regresivos de la historia, como un giro de los tiempos, como la trama de lo excepcional que vino a romper la lógica de la continuidad. Raras y hasta insólitas las épocas que ofrecen el espectáculo de la ruptura y de la mutación; raros los tiempos signados por la llegada imprevista de quien viene a quebrar la inercia y a enloquecer a la propia historia redefiniendo las formas de lo establecido y de lo aceptado. Extraña la época que muestra que las formas eternas del poder sufren, también, la embestida de lo inesperado, de aquello que abre una brecha en las filas cerradas de lo inexorable que, en el giro del siglo pasado, llevaba la impronta aparentemente insuperable del neoliberalismo.

Es ahí, en esa encrucijada de la historia, en eso insólito que no podía suceder, donde se inscribe el nombre del Kirchnerismo, un nombre de la dislocación, del enloquecimiento y de lo a deshora. De ahí su extrañeza y hasta su insoportabilidad para los dueños de las tierras y del capital que creían clausurado de una vez y para siempre el tiempo de la reparación social y de la disputa por la renta.

En el nombre del Kirchnerismo se encierra el enigma de la historia, esa loca emergencia de lo que parecía clausurado, de aquello que remitía a otros momentos que ya nada tenían que ver, eso nos decían incansablemente, con nuestra contemporaneidad; un enigma que nos ofrece la posibilidad de comprobar que nada está escrito de una vez y para siempre y que, en ocasiones que suelen ser inesperadas, surge lo que viene a inaugurar otro tiempo de la historia. El kirchnerismo, su nombre, constituye esa reparación y esa inauguración de lo que parecía saldado en nuestro país al ofrecernos la oportunidad de rehacer viejas tradiciones bajo las demandas de lo nuevo de la época. Con él regresaron debates que permanecían ausentes o que habían sido vaciados de contenido. Pudimos redescubrir la cuestión social tan ninguneada e invisibilizada en los noventa; recogimos conceptos extraviados o perdidos entre los libros guardados en los anaqueles más lejanos de nuestras bibliotecas, volvimos a hablar de igualdad, de distribución de la riqueza, del papel del Estado, de una Latinoamérica unida, de justicia social, de capitalismo, de emancipación y de pueblo, abandonando los eufemismos y las frases formateadas por los ideólogos del mercado.

Casi sin darnos cuenta, y después de escuchar azorados el discurso del 25 de mayo de 2003, nos lanzamos de lleno a algo que ya no se detuvo y que atraviesa los grandes debates nacionales. El nombre del Kirchnerismo, su impronta informal y desacartonadora de discursos y prácticas, nos habilitó para volver a soñar con un país que habíamos perdido en medio del desierto de una época caracterizada por las proclamas del fin de la historia y la muerte de las ideologías e incluso de la política. Apertura de un tiempo capaz de sacudir la inercia de la repetición maldita, de esa suerte de inexorabilidad sellada por el discurso de los dominadores. Pero también un nombre para nombrar de nuevo a los invisibles, a los marginados, a los humillados, a los ninguneados que, bajo sus banderas multicolores y sus rostros y cuerpos diversos, se hicieron presentes para despedir a quien abrió lo que parecía cerrado y clausurado en ese día en el que una generación se sintió conmovida y atravesada por su propio 17 de octubre. Los otros del sistema, los pobres y excluidos pero también los pueblos originarios, los habitantes de la noche y los jóvenes de los suburbios y los que sintieron el despertar de la pasión política, los migrantes latinoamericanos que se encontraron con sus derechos y las minorías sexuales que se adentraron en un territorio de la reparación. Ellos, fundamentalmente, le han dado su impronta transgresora al nombre del kirchnerismo. Un nombre que no puede ni debe ser atrapado en la tela de araña de la realpolitik ni ser apropiado por quién o quienes sólo buscan el momento para devaluar lo conquistado haciendo regresar al peronismo a su etapa conservadora. En ellos, con ellos y por ellos no se puede retroceder.

Extravagancias de una historia nacida de lo inesperado y que se deslizó por una grieta mal cerrada del muro de un país desguazado; que lo hizo para interpelarnos de un modo excepcional y que parecía provenir de otros tiempos y de otros corazones pero que se manifestaba en la encrucijada de un presente que pudo, gracias a su aparición a deshora, desviarse de la ruta de la intemperie y la desolación para dirigirse, con la intemperancia de lo inaudito, hacia la reconstrucción y la reparación de una sociedad descreída que, por esos enigmas de la vida y de la historia, se descubrió de nuevo alborozada por antiguas y nuevas militancias, de esas que entrelazaron lo anacrónico y lo contemporáneo. Por eso el arduo y apasionante desafío al que se enfrenta el kirchnerismo en esta hora histórica: seguir conmoviendo el sentido común de una sociedad que nunca imaginó que pudiera ser contemporánea de un giro histórico reparador de la injusticia y la desigualdad o desembocar en la resignada aceptación de un fin de ciclo que se materializaría en candidaturas que nada han tenido que ver con el ímpetu rupturista de lo iniciado en mayo del 2003. El peligro de la regresión está afuera y adentro. Nuestra responsabilidad, aquí y ahora, es seguir reafirmando lo que ha significado y sigue significando el nombre del kirchnerismo.

18/05/14 Página|12
 

FRANCISCO REMOVIO DE SU CARGO AL ARZOBISPO DE ROSARIO, PERO LO DESIGNO EN UNA COMISION EN EL VATICANO Un obispo investigado será investigador

osé Luis Mollaghan, investigado por “desmanejos de fondos”, examinará casos de curas acusados por faltas graves.

Por decisión del papa Francisco, el arzobispo de Rosario, José Luis Mollaghan, fue removido de su cargo, pero al mismo tiempo se decidió su designación en una comisión encargada de examinar recursos presentados por curas acusados de delitos graves, que funcionará en la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) en el Vaticano. La medida papal fue tomada cuando todavía resuenan los ecos de una investigación por presuntos “desmanejos de fondos” en el arzobispado de Rosario y por denuncias de maltrato. La semana pasada, monseñor Mollaghan había afirmado, en relación con las investigaciones, que “el paso del tiempo” había servido para demostrar que “no hubo anomalías”. En fuentes eclesiásticas, antes de la decisión del Papa que se conoció ayer, se había adelantado que buscaban una “salida prolija” para Molla-ghan, de 68 años, a quien se lo designa ahora para integrar una comisión vaticana que tendrá como misión analizar las apelaciones presentadas por miembros de la Iglesia que han sido acusados o condenados por delicta graviora (“delitos más graves”).

Fuentes de la curia local aseguraron que se trata de “una salida no traumática” para Mollaghan, a raíz de las conclusiones de la auditoría que la Santa Sede encargó a José María Arancibia, obispo emérito de Mendoza. “Puede leerse como una promoción”, que de algún modo lo es, pero antes hubo que relevarlo del cargo en Rosario, en medio de una investigación que había sido seguida de cerca por la prensa local.

El comunicado de la medida papal fue hecho por el nuncio apostólico, Emil Paul Tscherrig, a través de la agencia de noticias AICA. Hasta el nombramiento de su sucesor, Mollaghan permanecerá como administrador apostólico “sede vacante”, con las facultades de obispo diocesano, lo que en cierto modo parece una suerte de ratificación de la confianza, a pesar de su pronto alejamiento del cargo que ostentaba desde marzo de 2006.

La partida de Mollaghan como arzobispo de Rosario se produce luego de una investigación que el Vaticano encaró en la arquidiócesis ante sospechas de presuntas irregularidades en el manejo de fondos y por las denuncias de laicos y sacerdotes que refirieron situaciones de “maltrato”. El obispo Arancibia fue el encargado de realizar la investigación solicitada por el Vaticano, para lo cual se trasladó hasta Rosario en el marco de una “visita pastoral” que en los hechos significaba una virtual intervención de la arquidiócesis.

En declaraciones a una radio de Rosario, Mollaghan dijo ayer que el Papa es quien “tiene que decidir dónde se concentran los desafíos y en este caso pensó que yo puedo servir en la misión encomendada”. Aseguró que siente la designación como “un llamado al que puedo aportar una humilde colaboración”. Mollaghan adelantó que no quiere “despedidas” y que su idea es pedirle a Francisco que le permita de-sarrollar su tarea “desde la Argentina y viajar a Roma sólo cuando sea necesario”. Aclaró que ése es su deseo porque siente “amor” por la ciudad de Rosario y su gente.

Según lo informado por la agencia de noticias católicas AICA, el nombramiento de Mollaghan “en el más importante de los dicasterios de la curia romana, se ubica en el marco de los cambios” que se propone realizar Jorge Bergoglio en su papado. Sobre el ahora ex arzobispo se afirma en la información oficial que “su solvencia en el campo del derecho canónico era conocida y muy apreciada durante los siete años que trabajó en la curia porteña junto con el actual pontífice”. De ese modo se hizo referencia a la labor de Mollaghan como obispo auxiliar de Buenos Aires junto a Jorge Bergoglio. Como para terminar de disipar cualquier suspicacia sobre el alejamiento del ex arzobispo se puso de manifiesto “la importante y delicada tarea a la que es convocado a ejercer ahora al servicio de la Iglesia universal”. El despacho de AICA señaló también que “en parte (Mollaghan) ya la está ejerciendo con algunos casos cuyo estudio le fue confiado recientemente”. Nada se dice de las investigaciones de las que su diócesis fue objeto.

Entre otros cargos, Mollaghan fue secretario general de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) durante dos períodos, secretario de la Comisión Episcopal para la Universidad Católica Argentina (UCA), presidente del Consejo Jurídico de la CEA y delegado ante el Consejo Episcopal Latinoamericano. Tras la investigación en Rosario, se decía que el Vaticano evaluaba varias opciones para la salida de Mollaghan: pedirle en forma anticipada la renuncia, designarle un arzobispo coadjutor o nombrarlo en algún cargo en la Santa Sede, que es lo que finalmente pasó. Cuando se supo, a través de la prensa, de la investigación en la arquidiócesis de Rosario, Mollaghan negó que eso estuviera ocurriendo y aseguró que las informaciones eran “maliciosas”.

20/05/14 Página|12
 

La “inteligencia” militar Por Luis Miguel Baronetto *

Cuando Jorge Rafael Videla declaró como imputado el 6 de abril de 2011 en la causa por el homicidio del obispo Enrique Angelelli, se limitó a mencionar tres aspectos:

1. Que en audiencia concedida, el nuncio Pío Laghi le dijo: “Presidente, la Iglesia tiene asumido que el fallecimiento de monseñor Angelelli fue producto (sic) por un accidente. Usted puede dormir tranquilo respecto de este asunto”.

2. Que hacía entrega al juez de documentación recibida de un ex colaborador (69 fojas en fotocopias).

3. Que ese ex colaborador era el coronel (R) Eduardo De Casas.

Lo que no agregó Videla es que el militar retirado había trabajado en la Policía Federal de La Rioja y era enlace con inteligencia del Ejército.

La documentación de Videla, en fotocopias sin firmas, era una recopilación de informes de la inteligencia militar que pretendía instalar la versión del “accidente fatal”. El juez Herrera Piedrabuena desestimó el valor de esos anónimos por no reunir requisitos de prueba indiciaria y calificó la maniobra como “‘operación’ tendiente a desviar la investigación”. Pero esos papeles revelaron el activo rol de la inteligencia militar y su preocupación ante el develamiento de la verdad sobre el asesinato de Angelelli.

La actuación del colaborador de Videla, el coronel Eduardo De Casas, empezó en julio de 1986, poco después de que el juez Aldo Morales resolvió que la muerte del obispo obedecía a un “homicidio fríamente premeditado”. Ante el interés del entonces obispo de La Rioja, Bernardo Witte, elaboró una estrategia para hacerle llegar un supuesto testigo directo que afirmaba la versión del accidente vial. Raúl Antonio Nacuzzi declaró ante el obispo Witte –no ante la Justicia– que el conductor era Arturo Pinto y el obispo Angelelli fue despedido por la puerta del acompañante al volcar. Nacuzzi, fallecido, tuvo vinculaciones con el Batallón de Ingenieros de La Rioja, según declaró su segunda esposa en el juicio Angelelli, el pasado 9 de mayo.

La generosa colaboración de los servicios de inteligencia con el obispo Witte avanzó con un peritaje mecánico extrajudicial realizado en 1988 por el coronel (R) Héctor Maximiliano Payba, Dir. Téc. EMGE (Estado Mayor General del Ejército), quien siguiendo la versión militar dio por supuesto que Angelelli no conducía la camioneta.

La segunda ofensiva de la inteligencia militar fue en 2006, cuando se reactivó la causa por el asesinato, después de anuladas las leyes de impunidad y se conmemoraron los treinta años del crimen. El presidente Néstor Kirchner, con motivo de los homenajes, afirmó en Chamical que lo habían asesinado los militares. Y el cardenal Jorge Bergoglio, revestido con la casulla roja martirial, dijo en la homilía en la catedral riojana ese 4 de agosto que Angelelli “fue testigo de la fe derramando su sangre”.

Un nuevo informe sin firma ni fecha calificó de “marxista-tercermundista” el impulso judicial de los querellantes. En esta nueva etapa, además del coronel De Casas, que mostró poseer un verdadero expediente paralelo, con papeles y fotos de Angelelli, algunos en original –según declaró un testigo en el juicio–, actuó el general (R) Jorge Norberto Apa, detenido y procesado en mayo de este año por 85 desapariciones y 20 secuestros en una investigación judicial a cargo de la jueza federal Alicia Vence, de San Martín. El general Apa fue jefe de Inteligencia Subversiva Terrorista del Departamento Interior de la Jefatura de inteligencia del Estado Mayor del Ejército en los años 1979 y 1980. Y siguió trabajando en su especialidad, aportando en la elaboración de otro informe sobre la investigación efectuada por el fallecimiento de Enrique Angelelli, bastante similar al anterior, según la carta del arzobispo Carmelo Giaquinta al coronel De Casas. Pero además desarrolló una intensa actividad hacia miembros destacados del Episcopado argentino. Y demostrando conocer internas episcopales, el 2 de agosto de 2006, con el epígrafe de “presidente” –sin especificar de qué–, envió una carta al arzobispo de La Plata, Héctor Aguer: “Nos dirigimos a S.E.R., en cumplimiento de un deber de elemental prioridad ética, ante lo que consideramos una clara maniobra para involucrar a la Iglesia Católica en un hecho de evidente falsedad. Nos referimos a la muerte de monseñor Enrique Angelelli, que se está instrumentando como martirio, ubicando como autores de su muerte a miembros de las FF.AA. Adjuntamos para su conocimiento la información documentada (copia fiel del original) que demuestra que la muerte fue claramente un accidente. Si la jerarquía católica desconociese esa circunstancia, sería víctima de una maniobra perversa y, como tal, plena de injusticia. Hemos considerado que la magnitud y gravedad del hecho en análisis amerita su conocimiento por las más altas autoridades de la Iglesia. En consonancia con esto le hacemos saber que esta información le fue entregada al señor cardenal primado, monseñor Jorge Bergoglio, con fecha 3 del corriente”. Nótese que la carta fechada el 2 de agosto da cuenta de una entrega de documentación aún no enviada. Un nuevo embate de inteligencia para insistir ante la jerarquía eclesiástica en la versión del accidente.

El mismo general Apa se presentó ante otros obispos sin identificarse con rango militar sino como “Sr. Jorge Norberto Apa, presidente del Centro de Estudios Históricos Verdad y Dignidad”, después de la creación de la Comisión Episcopal ad hoc “Monseñor Enrique Angelelli” que presidió Giaquinta hasta su fallecimiento. Y es mencionado por éste en la carta al coronel De Casas. En esa carta, según los papeles de Videla, también le agradeció la visita para reunirse con la mencionada comisión en “El Cenáculo - La Montonera”, previa a la Asamblea Episcopal del 9 de abril de 2008. Esta intensa actividad de inteligencia, además de ser usada ahora por los defensores de los imputados, ha influido sobre la mayoría de los miembros del Episcopado, que hasta el momento soslayó pronunciarse públicamente.

* Querellante en la causa judicial por el asesinato de Angelelli.

20/05/14 Página|12
 

DENUNCIAN QUE EL EX MILITAR JORGE HUMBERTO APPIANI PODRIA ESCAPARSE DE LA CARCEL Estado de alerta por peligro de fuga

Jorge Appiani está detenido en la cárcel de Paraná, imputado por delitos de lesa humanidad.
Imagen: José Carminio

Organismos de derechos humanos se presentaron ante la Justicia porque recibieron información sobre una posible maniobra del represor. Está detenido en la cárcel de Paraná y pidió permiso para visitar a sus hijos en Misiones.

Por Juan Cruz Varela
Desde Paraná

El ex militar y abogado Jorge Humberto Appiani cumple años. Hoy celebrará 61 otoños y solicitó al juez federal de Paraná, Leandro Ríos, que autorice una visita de acercamiento familiar para pasarlo con sus hijos, en la localidad misionera de Jardín América, distante a 800 kilómetros de su lugar de detención. El pedido generó preocupación entre los organismos de derechos humanos, que ya en ocasiones anteriores han manifestado su oposición a este tipo de traslados, aunque ahora con el agregado de que hace unos días recibieron una información advirtiendo que el represor habría montado una logística para fugarse mientras dure su permanencia en Misiones. El dato proviene de ex detenidos políticos misioneros, quienes aseguran que el plan de Appiani es “un secreto a voces” en Jardín América, donde viven los hijos del represor desde 1998. Se trata de una localidad cuyo motor económico es la actividad forestal y de cultivo de yerba mate, erigida a orillas del río Paraná y a ambos márgenes de la Ruta Nacional 12, la carretera que extiende su traza hasta la triple frontera.

El abogado querellante Marcelo Boeykens admitió a Página/12 que, “por tratarse de un secreto a voces, no existen pruebas que certifiquen la denuncia”, pero aseguró que “no hay dudas de la información que nos hicieron llegar los organismos de derechos humanos de Misiones respecto de que Appiani tiene aceitados todos los mecanismos para concretar su fuga”. En esa línea recordó que Appiani era socio de Jorge Olivera, condenado por delitos de lesa humanidad en San Juan y prófugo desde hace casi un año cuando se escapó del Hospital Militar Central. “Appiani posee medios económicos por demás suficientes como para preparar y sostener una eventual fuga”, enfatizó Boeykens.

Las visitas de acercamiento familiar están previstas en la ley de ejecución de penas como medida para el mantenimiento y reforzamiento de los vínculos familiares y sociales de la persona privada de libertad. Con ese fundamento, el juez Ríos autorizó hace tres meses a Appiani a visitar a sus hijos. Ese fue su último viaje. Aquella vez, el magistrado dispuso que el traslado se realice “bajo segura custodia y estrictas medidas de seguridad” y que, mientras dure su permanencia en Misiones, el represor sea alojado en la Colonia Penal Nº 17 de La Candelaria, a 74 kilómetros al sur de Jardín América.

En un escrito presentado esta semana ante el juez Ríos, los querellantes cuestionaron que Appiani permanezca en una cárcel “que no cuenta con medidas de seguridad que permitan el alojamiento de un imputado por delitos de lesa humanidad”, puesto que se trata de “una unidad de mediana seguridad, y cuya concepción ha sido pensada para condenados en fases previas a la libertad y no para reos que aún no han sido condenados”. Asimismo advirtieron que tanto la cárcel como la localidad donde viven los hijos de Appiani se encuentran emplazadas a orillas del río Paraná, que constituye un límite natural con el Paraguay, “acrecentando aún más el peligro de fuga, justamente cuando en ese país, y otros de la región, aún se debate sobre la prescripción o no de los delitos de lesa humanidad, lo que tornaría en imposible una eventual extradición”.

Appiani está detenido en la cárcel de Paraná desde el 4 de junio de 2009 e imputado por delitos de lesa humanidad en la megacausa Area Paraná, que se tramita por el antiguo Código de Procedimientos en Materia Penal, que prevé actuaciones escritas. Está acusado como partícipe necesario de privaciones ilegítimas de libertad, vejaciones y apremios ilegales contra 8 víctimas; y como autor mediato de privaciones ilegítimas de libertad y tormentos contra 27 personas que se encontraban detenidas en los centros clandestinos de la capital entrerriana. En 1976 y 1977 tenía el grado de teniente primero y se desempeñó como auditor del Ejército y auxiliar del consejo de guerra estable que juzgó y condenó a decenas de presos políticos sin garantías de ningún tipo. En esas parodias de juicios era quien confeccionaba las declaraciones autoincriminatorias que luego les hacían firmar a las víctimas del terrorismo de Estado.

Ese aspecto también fue puesto de resalto por los querellantes en su escrito, al señalar que el proceso “está entrando en la última etapa del juicio por el cual se encuentra imputado (Appiani), lo que lleva a que se extremen las medidas de seguridad”, e insistió en que esa circunstancia “no sólo no desvirtúa la presunción legal de fuga sino que la incrementa por el momento en que la solicita y por el lugar al que la solicita”.

La causa Area Paraná es la que concentra la mayoría de las denuncias por crímenes de la última dictadura en Entre Ríos: tiene 52 víctimas, se investigan 5 desapariciones y hay 8 represores procesados. Appiani, en ejercicio de su autodefensa, fue en gran parte responsable de las dilaciones que sufrió una investigación que ya lleva más de una década. La semana pasada fue autorizado a concurrir durante seis días, entre las 8 y las 12, al Juzgado Federal para revisar el expediente a fin de poder elaborar su descargo a las acusaciones que le formularon los fiscales y querellantes, y también se le permitió acceder en horario vespertino a la biblioteca de la cárcel, donde hay una computadora con conexión a Internet, impresora y discos extraíbles.

El antiguo Código de Procedimientos prevé que tras los descargos de las defensas se abra una etapa de producción de prueba, en la cual las víctimas esperan poder dar testimonio en instancias públicas; luego las partes realizarán el pedido concreto de pena y el juez estará en condiciones de dictar sentencia, algo que se espera ocurra este año.

El financiamiento
Jorge Humberto Appiani es amigo personal y socio del prófugo Jorge Antonio Olivera, con quien defendió a Guillermo Suárez Mason y a Emilio Eduardo Massera, entre otros represores, y al criminal de guerra nazi Erich Priebke. A raíz de la fuga de Olivera, la Unidad de Información Financiera (UIF) congeló los fondos de un fideicomiso que ambos habían constituido en 2008 –estando Olivera prófugo– para recibir dinero proveniente del patrocinio de otros represores que enfrentaban juicios por violaciones a los derechos humanos y la representación de militares en actividad que reclamaban al Estado una actualización salarial. Hasta el 31 de diciembre de 2010, el fideicomiso financiero SJ2 tenía 9.457.804 pesos; pero había cambiado de nombre y de titulares estando detenidos Appiani y Olivera.

El titular de la UIF, José Sbattella, aseguró que “tanto el escape como la vida de los genocidas prófugos” se habría financiado a través del fideicomiso SJ2. En una entrevista con Página/12, explicó que “hay una persona que es la que les arma el sistema y se llama Orlando Pepe, que ahora tiene las cuentas congeladas”. A partir de una denuncia promovida por el propio Sbattella, se investiga el rol que cumplieron algunas empresas que oficiaron como administradoras del fideicomiso tras la detención de los represores. En esa causa, Appiani –y Pepe– está imputado por una posible defraudación por administración fraudulenta y estaba citado a prestar declaración indagatoria para el 8 de mayo pasado, pero el juez federal Leandro Ríos no hizo lugar a su traslado porque debía contestar la vista en la causa Area Paraná, en el ejercicio de su autodefensa.

La estafa a sus camaradas
Antes de caer en desgracia, Appiani y Olivera eran socios en el estudio jurídico Prepaga Legal SRL. Como abogados, se ofrecieron para representar a quiosqueros porteños tras la sanción de una ordenanza que imponía restricciones horarias para la venta de alcohol; y promocionaban sus servicios entre los ahorristas afectados por el corralito para litigar ante las casas matrices de los bancos extranjeros que tenían filiales en el país. También se presentaron ante la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, pidiendo indemnización para “los hijos de los muertos por la subversión”, y promovieron causas para investigar las muertes de militares, como forma de contrarrestar los Juicios por la Verdad. En el año 2000, durante el gobierno de la Alianza, ambos lograron que la Justicia dejara sin efecto un recorte salarial a militares en actividad. Entonces, Appiani y Olivera les ofrecieron a sus clientes que les dieran sus bonos de actualización salarial y ellos los cambiarían por dinero. Pero los amparistas no vieron un centavo. Guillermo Quintana, otro represor procesado en Paraná, contó en su indagatoria que “a unos cuantos camaradas (Appiani) les hizo firmar un poder para representarlos y no vieron un peso, los estafó a todos”. El año pasado, estando en prisión, Appiani adelantó sus intenciones de demandar al Estado nacional y a varios funcionarios judiciales, “a efectos de obtener una reparación de los daños y perjuicios por la excesiva e ilegal prolongación de la prisión preventiva”, puesto que lleva más de cuatro años sin condena, en parte por sus constantes chicanas dilatorias. En su escrito pedía la producción de una serie de pruebas de manera anticipada, algo que fue rechazado en sucesivas instancias.

20/05/14 Página|12
 

¿Hay piedras para triturar testículos?

Breve crónica sobre directores y gerentes editoriales con visión de futuro
Por Roberto Bardini
El irlandés Jonathan Swift escribió que “cuando en el mundo aparece un verdadero genio, se lo puede identificar porque todos los necios conjuran contra él”. Dos siglos después la frase dio título a la famosa novela La conjura de los necios, del estadounidense John Kennedy Toole, nacido en Nueva Orleans y licenciado en literatura inglesa. Toole, considerado hoy como “uno de los escritores más ingeniosos y lúcidos del siglo XX”, ganó el premio Pulitzer 1981 por ese libro.
Pero él nunca se enteró: se había suicidado en 1969, a los 31 años, porque su manuscrito, inicialmente rechazado por Simon & Schuster, continuó rebotando en otras editoriales.
La narración se publicó en 1980, once años después, por la tenacidad de su madre. En Francia fue catalogada como “la mejor novela en lengua extranjera del año”, rápidamente se tradujo a diez idiomas y se transformó en libro de culto. Mientras tanto, bajo un metro de tierra, Toole ya había sido lentamente devorado por los gusanos de Misisipi.
En lo que atañe a las empresas editoriales, las palabras de Swift y el título de Toole describen el via crucis que deben transitar la mayoría de los que quieren publicar un texto que consideran publicable. Y no se diga si, además, pretenden que se retribuya su trabajo. Para el caso, basta mencionar los casos de cuatro escritores: Emilio Salgari, Giuseppe Lampedusa, Laura Esquivel y Gabriel García Márquez. Y se puede agregar a un pintor: Vincent Van Gogh.
El holandés Van Gogh pintó entre ochocientos y novecientos cuadros. Sin embargo, sólo vendió una obra en toda su vida. Y hay quienes sostienen que en realidad cambió algunas telas por comida o materiales para pintar. Luego de su muerte, sus óleos comenzaron a cotizarse a precios altísimos, cuyas comisiones iban a las cajas fuertes de aquellos mismos marchands (elegante traducción de  ”vendedor” o “mercader”) que se negaban a recibirlo.
El italiano Emilio Salgari escribió más de ochenta novelas (algunos biógrafos aseguran que fueron doscientas) y una enorme cantidad de cuentos. Si viviera en la actualidad, con certeza sería millonario. Pero en su época sufrió una miseria atroz.
Van Gogh y Salgari vivieron al borde de la locura y los dos se suicidaron. El pintor se disparó un balazo en el pecho. El novelista se clavó un puñal en el estómago.
Uno y otro dejaron cartas amargas. Van Gogh predijo que “hay ciertos cuadros que he pintado que algún día gustarán” y mencionó a “los vendedores de arte de los artistas muertos y los vendedores de los vivos”. Salgari se dirigió a sus editores: “A ustedes, que se enriquecieron manteniéndome a mí y a mi familia en la miseria, sólo les pido que, en compensación por las ganancias que es proporcioné, paguen los gastos de mi entierro”. Y se le atribuye una frase: “Los únicos piratas que conocí en mi vida fueron los editores”.
Otro italiano, Giuseppe Lampedusa, un aristócrata culto y venido a menos, escribió durante casi tres años una novela sobre su familia. Era, en realidad, una historia de Sicilia y la unificación de Italia en el siglo diecinueve. La envió a varias editoriales de Turín y Milán -entre ellas Mondadori- pero fue rechazada una y otra vez. Lampedusa falleció en 1957, a los 61 años, amargado y enfermo de cáncer.
Exactamente un año después, la hija de Benedetto Crocce logró que la editorial Feltrinelli la publicara con el título de El gatopardo. En 1959 ganó el Premio Strega, un año después llevaba más de cincuenta ediciones y en 1963 el director Luchino Visconti la adaptó al cine. La novela popularizó una frase, utilizada en política hasta hoy, y conocida como gatopardismo: “Cambiar todo para que nada cambie”.
Se equivocó feo Mondadori…
Y Lampedusa tampoco se enteró de su éxito porque ya estaba convertido en polvo, en un ”turbio huésped de la oscura tierra”.
Hay casos menos trágicos. O, mejor dicho, bastante divertidos. Algún tiempo atrás, un conocido gerente editorial mexicano guardaba dos piedras en un cajón de su escritorio y, cuando le preguntaban a qué se debía, mencionaba una hora, un día, un mes y un año. Contaba que en cada aniversario de esa fecha, abría el cajón, sacaba las piedras y se golpeaba los testículos. El gerente bromeaba que era su forma de conmemorar que aquella vez dijo una frase: “Señora, dedíquese a escribir recetas de cocina”. Y acto seguido le devolvió a una desconocida Laura Esquivel los originales de Como agua para chocolate.
Ella los llevó a otra empresa y la recibió alguien con olfato comercial. El libro se publicó en 1989, se convirtió en best seller y se tradujo a treinta idiomas. Tres años después fue adaptado al cine por su ex esposo, el cineasta Alfonso Arau, y ganó dieciocho premios internacionales.
Lo mismo le sucedió a comienzos de la década del 60 a un editor colombiano. “Esto es ilegible”, sentenció al rechazar la copia mecanografiada de Cien años de
soledad, escrita por un casi desconocido Gabriel García Márquez.
Por gestiones de Julio Cortázar, editorial Sudamericana publicó la novela en Buenos Aires en 1967. La tirada inicial fue de ocho mil ejemplares y se agotó en menos de dos semanas. Una segunda edición de diez mil ejemplares dejó a la editorial sin papel. Durante dos meses en casi toda América Latina se hablaba de Cien años de soledad, pero los lectores no podían comprarla porque no estaba en las librerías. Se tradujo a treinta y cinco idiomas, y tres décadas después llevaba vendidos más de treinta millones de ejemplares. Los originales, con correcciones manuscritas del propio García Márquez, fueron valuados en medio millón de dólares.
A esta altura uno puede preguntarse: ¿qué habrá pasado con aquellos gerentes editoriales “visionarios”? Nada, no sucedió nada. Fueron suplantados por otros, iguales o peores.
En 1983, el periodista Miguel Bonasso estaba negociando en México y Buenos Aires, la publicación de su primera novela: Recuerdo de la muerte. Un día, desalentado porque sus originales continuaban inéditos, me dijo algo así: “Tengo la impresión de que hay directores y gerentes que editan libros con el mismo criterio que podrían vender mortadela, alambre o calzoncillos”.
Al año siguiente, el libro salió a la venta, poco después era best seller y Bonasso pasó del periodismo a la literatura. Y pasó por una puerta grande. Tan grande como deberían ser las piedras para golpear testículos de tantos editores “visionarios”.
Roberto Bardini
Fotografiado en la década del 80 en el ex Sahara español, con el responsable político de la patrulla del Frente Polisario de Liberación.
[Texto publicado en Código Negro]

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