lunes, 20 de mayo de 2013

Las cloacas de la indigencia moral Por Alejandro Horowicz

La justicia todavía aguarda que los beneficiarios de la dictadura se hagan cargo, como los Blaquier, de su responsabilidad. Dieciocho avisos fúnebres de pobre significación social: ni una de las familias de rancio abolengo, ninguno de los beneficiarios sociales y políticos de la dictadura burguesa terrorista. Es que el bloque de clases dominantes desconoce la gratitud para con sus sirvientes, Martínez de Hoz, en cambio, disfruta de un pabellón con su homenaje en el predio de la Rural. Hombres infames con respaldo del poder del estado produjeron millones de víctimas. Videla entonces no resiste. Hitler, Franco, Stalin incluso Mussolini están más allá. Algo lo distingue: transformó la mentira desalmada en estética política, mediante la exhibición de su poder como impotencia personal; un dictador que verbalizaba limitaciones que no tenía, subrayando con sibilina crueldad que si podía, pero que no estaba dispuesto a ejercer ese poder para satisfacer ningún pedido, ningún alivio personal. Nadie era digno de obtener su "cristiana compasión", nadie merecía que Videla detuviera la maquinaria si no disponía de suficiente respaldo de clase. Como padre de un hijo minusválido, sin capacidad económica para solventarlo en una institución privada (había penado por un hogar en Morón, en compañía de una decena de chicos en similar situación, gracias al aporte familiar), Videla se vio obligado a ubicarlo en Open Door cuando corría el año '64. A nadie se le escapa el carácter siniestro de la Colonia Montes de Oca, denominación administrativa con que se intenta ablandar la cadena de asociaciones que gatilla hoy Open Door, sin embargo, Alejandro Eugenio, el hijo oligofrénico de los Videla, pasa los últimos siete años de su vida en ese establecimiento. Muere el 1 de junio de 1971, meses antes del ascenso a general de su padre. Aprovechando un destino menor en la Junta Interamericana de Defensa en Washington, el entonces capitán Videla había hecho en 1954 las consultas médicas que confirmaron la irreversible situación de la criatura. Del destino militar obtenido para ayudarlo en su aflicción personal, surgió su inglés tartajeante, y el viaje terminó siendo el único "lujo" que pudo costearle a su familia. Hijo de un militar sin bienes de fortuna, casado con la hija de un diplomático de clase media, la mantenía con el magro ingreso de un oficial que sólo se destacó en el cumplimiento meticuloso del organigrama administrativo. Mientras Alejandro Eugenio vivió en la Colonia Montes de Oca, la calidad de su existencia dependía de la buena voluntad del personal. Tres monjas francesas aliviaron su terrible suerte: Yvonne Pierrot, Alice Domon y Léonie Duquet. El testimonio de Pierrot nos ahorra cualquier especulación: "El hijo de Videla andaba en los campamentos con ellos", donde ellos son las monjas y el padre Calcagno, primo de Videla. Tanto Domon como Duquet fueron asistentes de Calcagno, mientras el oscuro oficial lo visitaba en la Casa de Catequesis de Morón. El 8 de diciembre de 1977, un operativo conjunto del Ejército y la Marina se descargó sobre la Iglesia Santa Cruz. Era un ataque contra la embrionaria organización que en su desarrollo serían las Madres de Plaza de Mayo. Un puñado de activistas estaba juntando dinero para publicar una solicitada en La Nación; en el texto reclamaban por los elementales derechos de los desaparecidos. Alice Domon era la "enemiga" encargada de recolectar el dinero. Infiltrados por un grupo de tareas de la Marina, el teniente de corbeta Alfredo Astiz ya ejercía su aptitud: señalar víctimas, nueve en este caso: Angela Aguad, María Esther Ballestrino de Careaga, Raquel Bullit, Eduardo Gabriel Horane, José Julio Fondevilla, Patricia Cristina Oviedo, María Eugenia Ponce de Bianco, Horacio Aníbal Elbert y Alice Dumon. Dos días más tarde caían Azucena Villaflor y Léonie Duquet. El círculo estaba cerrado; ante la presión internacional –por las monjas intervino personalmente el presidente de Francia– los servicios de inteligencia militar intentaron camuflar su responsabilidad, fraguando en la ESMA la responsabilidad de Montoneros. Las dos monjas francesas que cuidaron al hijo oligofrénico de Videla estaban vinculadas al incipiente movimiento de Derechos Humanos fueron llevadas a la Escuela de Mecánica de la Armada, salvajemente torturadas y asesinadas sin que Videla – informado detalladamente del caso – moviera un dedo en su salvaguarda. En ese momento el dictador alcanza y supera –en la escala de un acto– el nivel de Hitler. El Führer, cuyo antisemitismo no requiere recordatorio, había entregado personalmente el pasaporte al médico judío que atendió a su madre moribunda. Por agradecimiento personal, facilitó que éste emigrara a los EE UU. Videla sobrepasa la "virtud hitleriana"; ese detalle termina de habilitar su pertenencia a la galería de los hombres infames del siglo XX. LA OTRA HISTORIA. Un debate quedó definitivamente saldado: los desaparecidos no se fugaron al exterior, no fueron asesinados por sus propios compañeros, ni pasaron a la clandestinidad, como Videla mintiera infinidad de veces mientras presidió la fatídica Junta Militar. Ni siquiera hizo falta que fueran guerrilleros. Ya no se trata de denunciar la "campaña antiargentina", que produjera la indignación de los buenos ciudadanos y hasta del Partido Comunista de entonces, sino de admitir lisa y llanamente que hubo miles de "muertes enmascaradas" de opositores políticos. La inexactitud del número en el libro de Ceferino Reato ("siete u ocho mil") no cuenta, es un detalle menor que forma parte de la Disposición Final. No de la "Solución Final" (fórmula utilizada por Adolfo Hitler) dado que según Videla esa frase "nunca se utilizó". Videla informa que se trataba de "sacar de servicio una cosa inservible". Con tono de cínica y estúpida pedagogía ilustra: "Una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada." Exactamente esa era la acusación: torturar y masacrar militantes (seres humanos) como "ropa gastada". El "salvador de la patria" siempre sostuvo que esa acusación era una infamia, una "estratagema de la subversión". Hasta un falsificador impenitente a veces dice la verdad, la pregunta es por qué la dijo recién en 2012. La respuesta es simple y rotunda: hace mucho tiempo que esa estrategia discursiva no sirve a los responsables de la dictadura burguesa terrorista, perdió toda eficacia práctica, solo es útil para detectar impresentables. Los organismos de Derechos Humanos, su discurso finalmente sostenido por la voluntad política de punición (derogación de las "leyes" de Obediencia Debida y Punto Final, así como los indultos), restituyeron la relación de las palabras y las cosas, los delitos y las penas, entre la ley y la política. LAS ÓRDENES. Qué órdenes cumplió Videla. El hace saber: las de Ítalo Argentino Luder, presidente provisional del Senado a cargo del Poder Ejecutivo Nacional, en sustitución de María Estela Martínez de Perón. ¿Eran legales? Si se lee la acusación del Fiscal Julio César Strassera, si. Si se lee la Constitución Nacional, no. El artículo 67, inciso 24, dice que forma parte de las atribuciones excluyentes del Congreso Nacional: "Autorizar la reunión de las provincias o de parte de ellas, cuando lo exija la ejecución de leyes de la Nación y sea necesario contener las insurrecciones o repeler las invasiones". Dicho en criollo, ningún Ejecutivo puede impartir semejante orden; pero la impartió, y ningún partido político lo denunció ni entonces ni ahora. Las FF AA obedecieron una orden "ilegal" de un gobierno "legal". Y la muerte de Videla permite dar vuelta la página, pero no cambia absolutamente nada. La justicia todavía aguarda que los beneficiarios sociales de la dictadura burguesa terrorista se hagan cargo, como los Blaquier, de su indelegable responsabilidad. En ese punto estamos. 20/05/13 Tiempo Argentino

Murió el dictador, vivan los derechos humanos Por Eduardo Anguita

eanguita@miradasalsur.com El final de Videla. Murió el dictador, vivan los derechos humanos. Tengo la imagen, como si yo mismo la hubiera visto, de Videla subiendo a una ambulancia, esposado, sacado desde la prisión de Campo de Mayo hacia una cárcel común. Fue hace once meses. Al tipo lo tuvieron que llevar en un vehículo aparte, porque los otros diez criminales no lo querían ni ver. Lo que me transmitió el testigo presencial fue algo patético: un viejo tembleque, atemorizado, con la mirada perdida. En eso se había convertido el asesino de masas, el general que condujo las operaciones para garantizar la tortura y el exterminio. En eso se había convertido el tipo que, vestido de civil, gesticulando como el que sabe hacerlo, decía que “los desaparecidos no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos, no existen”. El bombardeo de tener que asistir a decenas de audiencias donde los sobrevivientes detallaban minuciosamente las humillaciones y los crímenes quizás había hecho mella en el dictador. Ya nadie le dejaba una puerta abierta. Salvo un par de periodistas que lo entrevistaron –o simularon entrevistas–, Videla ya no tenía entidad; ahora el que no existía era él. Claro está, sí existía para los fiscales, las víctimas y los tribunales que lo taladraron con el peso de la Justicia. Claro está, salvo para el pueblo argentino, pequeña cosa, que ya no le tenía miedo. Pero Videla ya no calificaba para algún político que poco tiempo atrás se había pasado de listo. Sí, un político que en febrero de 2010 lanzó en una entrevista radial una frase que heló la sangre de muchos: “2011 tiene que parir un gobierno para los que quieren a Videla y los que no”. Sí, fue Eduardo Alberto Duhalde, y ésa fue una de sus últimas barbaridades antes de entrar al ostracismo, bien ganado. A Videla lo habían dejado de lado los empresarios que siguieron amparando a su socio civil, el también detenido y fallecido José Alfredo Martínez de Hoz. Esos empresarios que salieron sin pudor en las necrológicas de La Nación para congraciarse con los deudos del megaempresario de las finanzas, la exportación, el acero, el trigo y la cacería de elefantes en África. Ese empresario que seguía (¿y sigue?) siendo venerado entre algunos de los que destruyeron el país y forman parte del selecto grupo del Consejo Empresario Argentino. A Videla lo habían abandonado los editorialistas de los diarios reaccionarios salvo, claro está, La Nueva Provincia. Vicente Massot es uno de los pocos que da la cara por Videla. Hay que ver qué dice Mariano Grondona, siempre tan ubicuo. A Videla lo habían abandonado los obispos que fueron parte de los crímenes. Hay que ver qué dice Héctor Aguer, el obispo de La Plata, sucesor de Antonio Plaza y quizá más reaccionario que su antecesor. Videla no se quedó solo porque sí. Es más, al lado de tipos como Bussi o Menéndez parecía hasta de buenos modales. Millones de argentinos se habían comprado a Videla como la Pantera Rosa, que es casi como querer disfrazar al Lobo Feroz de Caperucita Roja. Pero si muchos compraron eso era porque había una porción de la sociedad capaz de comprar cualquier cosa. Esa idea angelical del pueblo sometido es demasiado inocente. Hubo complicidad. Y fue tan grande que Videla se fue a la tumba y las Abuelas siguen encontrando a los nietos de a uno. Nadie desembuchó cómo fue el plan y a quiénes les entregaban los pibes apropiados. Es decir, a Videla lo derrotaron sus enemigos: demócratas consecuentes, peronistas revolucionarios, revolucionarios de otro tipo, organizaciones de Derechos Humanos, y no mucho más. Hay que recordar al Pingüino ordenando que bajara el cuadro en el Colegio Militar y la pléyade de lamebotas diciendo que no era el momento, la manera y no se sabe cuántos otros argumentos más para esquivarle el culo a la jeringa. Pero sin ese pingüino, Néstor Kirchner, hay que ver cómo y dónde hubiera muerto el dictador. Por eso, hay que ver los matices. Pese a los juicios que enfrentó a rolete desde 2003, Videla vivía en su casa de la avenida Cabildo al 400, frente al Instituto Geográfico Nacional (hasta hace poco se llamaba Militar y no Nacional), con su señora. Y no faltaban los que decían que vivía en el mismo edificio de toda la vida porque no robaba. Recién en 2008 fue a parar a una cárcel. Eso sí, en Campo de Mayo. En lo que era la prisión militar para oficiales que violaban el código militar. Una prisión que era como una torta recubierta de chocolate pero con un guiso feúcho adentro. Sí. Es así: por fuera, el Servicio Penitenciario Federal, pero con todos los beneficios provistos por militares de Ejército. Y acondicionado como si fuera una casa de fin de semana: con unas habitaciones especiales para los de “mayor jerarquía”. Un absurdo: ¿qué jerarquía tienen los reos de la Justicia por crímenes de lesa humanidad? Videla, técnicamente, era un ex militar. Fue destituido. En enero de 2009 –¡sí, recién en 2009!– le sacaron la jubilación de privilegio. En el mismo lote de ex funcionarios de la última dictadura que perdieron esa prebenda estuvo el padre de la actual reina de Holanda, Jorge Zorreguieta, que acompañó a Videla como secretario de Agricultura y que luego fue amparado como ejecutivo por Ledesma. Sí, nada menos que por Carlos Blaquier. Hace un rato, en las radios, casi todos los gatos eran pardos. Es decir, casi todos hablaban del dictador, del asesino. Pero algunos de ellos se salían de la vaina y decían que murió Videla pero en la Argentina hay autoritarismo… Eso sí, de la complicidad de los dueños de los medios y de muchas de sus mejores espadas, ni una palabra. Es preciso reconocer la eficacia de esa idea: el paso del tiempo permite que un criminal sea un viejito inofensivo y un periodista que no te miente sobre la temperatura ambiente es un genio, aunque unos años antes haya trabajado en algún medio cómplice (o incluso alguno directamente de un genocida, como Convicción, de Massera). La idea de estas líneas no es la de promover un orden jerárquico de enemigos de los genocidas. Para nada. Sino que la memoria no desdibuje. Quien escribe estas líneas, como dijo Néstor, forma parte de una generación diezmada. Pero agrego: integré una organización revolucionaria armada. Y no reniego. Ni niego mi pasado. Detesto la teoría de los dos demonios. Pero, sin ingenuidad, todavía hay muchos que están dispuestos a comprar diablos así como cuarenta años atrás otros compraban a Videla como la Pantera Rosa. La pregunta que me hago es, ¿qué saben los pibes y las pibas de lo que fueron esos años de dictadura y de lo que fue este genocida en particular? ¿Qué valoran esos jóvenes de estas tres décadas de democracia? No tengo certezas. Prefiero una cuota de escepticismo. Sólo para poder entender mejor cómo transmitirles el interés por conocer el pasado, por entusiasmarlos con que es preciso tener identidad y comprometerse por lo que se quiere, por tener valentía para enfrentar las injusticias. Eso sí, no para bajarles línea y decirles: te la cuento, esto es así. En todo caso, te cuento lo que vi y lo que viví. Pero formate tus propias ideas. Sacá tus propias conclusiones. Hacé las cosas como creas mejor. Eso sí: por favor, mirá a los otros, sentí a los otros, escuchá a los otros. Cinchá con los otros. 19/05/13 Miradas al Sur

NULO DE NULIDAD ABSOLUTA

Por: INFOnews La Asociación Argentina de Juristas, rama nacional de la Asociación Americana de Juristas, con estatuto consultivo en la ONU, sostuvo que el decreto de necesidad y urgencia dictado por el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, es "nulo de nulidad absoluta", y advirtió sobre la posible comisión de un delito por parte del funcionario. Macri, en problemas con la ley "La posibilidad de expropiación del 24% de Papel Prensa, que podría decidir el Congreso Nacional, y de una intervención legal dispuesta por la Comisión de Valores respecto del grupo Clarín por 180 días -aunque fueron desmentidas por el Gobierno nacional-, son cuestiones fuera de la competencia del gobierno de la Ciudad Autónoma", sostuvo la entidad. Para los juristas, la sanción del DNU, que comenzará a debatirse esta tarde en la Legislatura porteña, es nula porque "no existe ninguna circunstancia excepcional que haga imposible seguir los trámites ordinarios para el dictado de las leyes". "Bajo la excusa de la defensa de la libertad de expresión -que estaría amenazada por intenciones de la Presidenta de la Nación, que hasta el momento no han tenido expresión en los hechos- se atribuye facultades legislativas de las que carece", dice uno de los párrafos del texto. "El DNU viola el artículo 31 de la Constitución Nacional que establece que la Constitución, las leyes de la Nación que en su consecuencia se dicten por el Congreso y los tratados con las potencias extranjeras, son ley suprema de la Nación y las autoridades de cada provincia están obligadas a conformarse a ella", dice el documento. Firmado por los juristas encabezados por el ex consejero de la Magistratura Beinusz Szmukler, presidente del Consejo Consultivo Continental de la entidad, la organización advierte que queel jefe de Gobierno pudo haber incurrido en "la comisión, por ahora en grado de tentativa, del delito de usurpación de funciones", por arrogarse prerrogativas que no le corresponden. La semana pasada, los expertos en Derecho y Comunicación Lucas Arrimada, Gustavo Arballo y Martín Becerra se manifestaron en el mismo sentido, en diálogo con INFOnews.

MICAELA VERON LE RESPONDE A LARRATA.

A mis 14 años no sé mucho de las leyes, ni como está compuesta la Constitución nacional, pero la historia de mi vieja hace que tenga una relación con la “Justicia”. Digo Justicia entre comillas porque en verdad el caso de mi vieja es un caso de injusticia en el que un Tribunal el año pasado absolvió a los 13 imputados acusados de su secuestro y desaparición. Un Tribunal que dijo que no había pruebas cuando sí las había. Escuchar las acusaciones de Lanata a mi abuela me da mucha bronca. Yo estoy orgullosa de mi abuela. Para mi Jorge Lanata no es un buen periodista. No se puede ser buen periodista diciendo algo sin pruebas, actúa casi como el Tribunal que dejó impune la causa de mi vieja. Pero lo peor es que él es parte de la sociedad y entonces sus declaraciones lo hacen peor ciudadano. Mi abuela está haciendo cosas por toda la sociedad. Está luchando contra la trata para todos, no sólo por el caso de mi vieja. También para él. Entonces es de muy poco hombre salir a pelear a una mujer que tiene todos los huevos puestos. Más huevos de los que puede tener un hombre, a veces. Lo importante es hablar del trabajo que hace mi abuela. La Fundación María de los Ángeles que fundó mi abuela rescata víctimas de trata que están contra su voluntad . Trabajamos con casos de trata para la explotación laboral, porque la trata no es solamente sexual. Cuando se las rescata empieza un tratamiento psicológico y de salud porque en los prostíbulos las lastiman, en muchos casos les pegan, hacen que duerman con cadáveres, por ejemplo. Promovemos causas judiciales y normalmente protegemos a las victimas trabajando con el Programa Nacional de Protección a Testigos e Imputados para que puedan resinsertarse en la sociedad. La Fundación, también, se hace cargo de todos los gastos y de los hijos que puedan llegar a tener. Si son menores de 5 años se inscriben en el jardín maternal que tenemos en Tucumán. La mayoría de las mujeres víctimas de trata son madres solteras. La absolución de los culpables de la desaparición y secuestro de mi vieja y el hecho de que en Tucumán esté la Justicia más corrupta del país hace que yo diga que la reforma judicial es necesaria y va a servir para que podamos ver que todos somos parte de la Justicia. Hay jueces que hace más de 30 años están en el mismo puesto. Eso no puede seguir pasando. Democratizar la justicia es empezar a ser parte. Que yo con mi voto voy a decir quién va a hacer justicia por mí. Si la reformamos y algo sale mal va a ser culpa nuestra porque nosotros vamos a ser parte. Entonces eso genera miedo. Nadie se quiere hacer cargo. La gente le tiene miedo al cambio. Pero como dijo Néstor Kirchner: cambio es el nombre del futuro. Firma: MICAELA VERÓN. — con Marcela Giles.

domingo, 19 de mayo de 2013

LOS ULTIMOS REPORTAJES DE VIDELA MOSTRARON QUE NO SE MOVIO EN NADA DE SU IDEARIO DE 1976 El que nunca aprendió a arrepentirse

Fueron tres charlas con un periodista español derechista, publicadas en Cambio 16. El ex dictador detenido se victimizó, maldijo al Gobierno y repitió las ideas de siempre sobre “delincuentes subversivos” y orden. - El peor momento. “Pese a todo, el Juicio a las Juntas creo que fue un error y concluyo ya: nunca debió realizarse. Menem luego desenredó ese error, en cierta medida, y nuestro momento peor, hablo para los militares, es con la llegada de los Kirchner al gobierno. Ha habido una asimetría total en el tratamiento a las dos partes enfrentadas en el conflicto. Fuimos señalados como los responsables, ni más ni menos, de unos acontecimientos que no desencadenamos.” - Kirchner. “Llegamos al matrimonio Kirchner, que vuelve a retrotraer todo este asunto a la década de los ’70 y vienen a cobrarse lo que no pudieron cobrarse en esa década y lo hacen con un espíritu de absoluta revancha, con el complejo, y ésta es una opinión personal, y con el agravante de quien pudiendo hacerlo no lo hizo en su momento. Estos señores eran burócratas que repartían panfletos y no mataron ni una mosca entonces. Y eso les da vergüenza, claro, y quisieron exagerar la nota de la persecución para sacar patente de corso, de malos de una película en la que no estaban. No, no, es la vendetta para una satisfacción personal sin razones, totalmente asimétrica, fuera de medida. Aquí no hay justicia, sino venganza, que es otra cosa bien distinta.” - Rehenes. “Si el juzgado en este caso, independientemente de su edad, lo es en función de haberse excedido en el cumplimiento de una orden, está bien juzgado. Los demás, le aseguro, son todos juicios políticos, como parte de esa venganza, de esa revancha, como parte de ese castigo colectivo con que se quiere castigar a todas las Fuerzas Armadas. Este plan sigue una política gramsciana que esta gente cumple de punta a punta, disuadiendo a unas instituciones que han tomado como rehenes, creando desaparecidos que nunca existieron y vaciando de contenidos a la Justicia. Hoy la República está desaparecida, no tiene Justicia porque la que tiene es un esqueleto sin relleno jurídico; el mismo Parlamento no tiene contenidos, está compuesto por ganapanes que temen que les vayan a quitar el puesto y se venden al mejor postor. No hay nadie en la escena política con lucidez capaz de hacerles frente. El país tampoco tiene empresarios porque están vendidos al poder. Hoy las instituciones están muertas, paralizadas, mucho peor que en la época de María Estela Martínez de Perón.” - Detenidos. “Quiero recordarles a cada uno de ellos, principalmente a los más jóvenes, que hoy promedian las edades de 58 a 68 años, que aún están en aptitud física de combatir, que en caso de continuar sosteniéndose este injusto encarcelamiento y denostación (sic) de los valores básicos, ameriten el deber de armarse nuevamente en defensa de las instituciones básicas de la República, hoy avasalladas por este régimen kirchnerista encabezado por la presidenta Cristina y sus secuaces.” - Futuro. “La suerte nuestra, la de los militares detenidos, está en que el país se encamine por otra dirección. Si el país cambia hacia otro rumbo, seguramente no estaríamos presos.” - Triple A. “Perón, entonces, en una reunión secreta con los dirigentes peronistas, en Olivos, da a entender a través de una directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que había que acabar de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de acciones violentas y terroristas. Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie de acciones encubiertas. Y lamentablemente la mano ejecutora de este grupo que operaba bajo las órdenes y el consentimiento de Perón era José López Rega, que organiza la Triple A.” - Enemigo. “La acción del terrorismo sigue por su cuenta. Aquel calificativo de que eran ‘jóvenes idealistas’ por pensar distinto hasta el extremo de masacrarlos quedó en evidencia, era una vulgar patraña. Esta gente estaba entrenada en el exterior, principalmente en Cuba, Siria, Libia y otros países, y luego dentro del país con instructores foráneos; además tenían armamentos y equipos de alto nivel ofensivo, incluso de tecnologías avanzadas. Todo ello reforzado con fábricas de armas y explosivos que llegaron a operar y tener dentro del territorio argentino. Tenían capacidad para matar y hacer daño a la sociedad argentina. Como remate a toda esta estructura, estaba la crueldad que los distinguía, no eran ángeles, sino terroristas.” - Luder. “A finales de agosto de 1975, soy nombrado comandante en jefe del Ejército Argentino, y en los primeros días del mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes de los tres ejércitos a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que ejercía como presidente por enfermedad de María Estela, en las que se nos pide nuestra opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso del país frente a estas acciones terroristas (...) Con el acuerdo de las otras dos fuerzas militares, la Armada y la Fuerza Aérea, yo expuse algunos lineamientos para hacer frente a la amenaza terrorista que padecíamos. De acuerdo con el gobierno de entonces se realzaban algunas medidas acordadas entre las partes para hacer frente al terrorismo y que en un período de año y medio esta amenaza fuera conjurada de una forma eficiente. Italo Luder llegó a firmar los decretos para que las Fuerzas Armadas del país pudieran actuar efectivamente en la lucha contra los ‘subversivos’ y el terrorismo. También se decidió que las fuerzas de seguridad del Estado, juntamente con las Fuerzas Armadas, se coordinasen en estas acciones antiterroristas. Se había logrado un acuerdo entre el poder político y los militares para luchar conjuntamente contra el terrorismo. Luder, prácticamente, nos había dado una licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los decretos de octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y casi no hubiera sido necesario dar el golpe de Estado (...) Realmente Luder nos había dado para la guerra todas las formas y medios que necesitábamos, en nosotros estaba el ser prudentes o no, queriendo reconocer que en algunos casos hubo excesos.” - Cursos de acción. “Con acuerdo de las otras dos fuerzas, yo hube de exponer cuatro cursos de acción, que no viene al caso detallar ahora, que culminaron con la selección de parte del doctor Luder del cuarto curso de acción, que era el más riesgoso, en cuanto que confería más libertad de acción, pero que garantizaba en no más de un año y medio que el terrorismo sería derrotado. Los cursos de acción del 1 al 3 eran más contemplativos, pautados con el fin de evitar errores, pero –de ser seguidos– irían a dilatar sin término el caos en el que se vivía. El acuerdo se firmaba, bajo estos decretos, para combatir el terrorismo en todas sus formas y hasta el aniquilamiento definitivo (...) A partir de ese momento, de hecho y de derecho, el país entra en una guerra, pues no salimos como Fuerzas Armadas a cazar pajaritos, sino a combatir al terrorismo y a los subversivos. Estamos preparados, como militares, para matar o morir, estábamos en una guerra ante un enemigo implacable, aunque no mediara una agresión formal, estábamos en una lucha. Así, a principios de octubre de ese año, entramos en una guerra de una forma clara. Desde el punto de vista del planeamiento no fue sorpresa, porque el Ejército ya jugaba con hipótesis de conflicto, una de las cuales era un desborde sorpresivo terrorista que sobrepasara a las fuerzas de seguridad y que se tuvieran que emplear a las Fuerzas Armadas para detener la amenaza. Teníamos esa contingencia prevista.” - El golpe. “Hacía falta una medida de fuerza y la gente compartía esa visión. Si nosotros no lo hacíamos, el vacío de poder iba a ser aprovechado por la subversión para llegar al poder y ocupar todo el espacio dejado por otros. Así de sencillo. O tomábamos el poder o la subversión se hacía por la vía de las armas con las instituciones. Teníamos planes, métodos para el combate al terrorismo, podíamos hacerles frente y así lo hicimos. Pero, además, el gobierno que teníamos, que actuaba de una forma pusilánime y anarquizante, no estaba en condiciones de hacer frente a la amenaza que vivíamos en esos momentos, en que cada día el deterioro era mayor.” - Orden. “En el año 1978 el Proceso había cumplido plenamente con sus objetivos, entre los que destacaba el fundamental, que era poner orden frente a la anarquía y el caos que amenazaba y enfrentaba el país el 24 de marzo de 1976. Y ¿por qué digo que había cumplido con sus objetivos? Simplemente porque no había ni asomo ya de la amenaza terrorista y mucho menos de la delincuencia común. Eramos uno de los países más seguros del mundo, caminábamos en la mejor de las direcciones. En lo económico, también se había mejorado, aunque teníamos riesgos inflacionarios que no voy a ocultar ni minimizar. Pero sí se había logrado la confianza del exterior, sobre todo a través de créditos para la Argentina para remozar el aparato productivo del país que estaba seriamente desatendido. Había, además, una gran paz social y se aceptó, mediante un acuerdo con los gremios, que los salarios estuvieran sujetos a la productividad y no a otros elementos; el que más trabajaba más ganaba, simplemente.” - La Iglesia Católica. “La Iglesia cumplió con su deber, fue prudente, de tal suerte que dijo lo que le correspondía decir sin que nos creara a nosotros problemas inesperados. En más de una oportunidad se hicieron públicos documentos episcopales en donde, a juicio de la Iglesia, se condenaban algunos excesos que se podían estar cometiendo en la guerra contra la subversión, advirtiendo que se corrigieran y se pusiera fin a esos supuestos hechos. Se puso en evidencia que se debía concluir con esos excesos y punto, pero sin romper relaciones y sin exhibir un carácter violento, sino todo lo contrario. No rompió relaciones, sino que nos emplazó a concluir con esos hechos. Mi relación con la Iglesia fue excelente, mantuvimos una relación muy cordial, sincera y abierta. Incluso teníamos a los capellanes castrenses asistiéndonos y nunca se rompió esta relación de colaboración y amistad. La Iglesia argentina en general, y por suerte, no se dejó llevar por esa tendencia izquierdista y tercermundista, politizada claramente a favor de un bando, de otras iglesias del continente, que sí cayeron en ese juego. No faltó que algún miembro de esa Iglesia argentina entrara en ese juego, pero era una minoría no representativa con respecto al resto.” - Desaparecidos. “Hay una gran disparidad en las cifras que se ofrecen, lo cual le resta credibilidad a lo que se presenta o se intenta hacernos creer. No se puede pasar de un extremo a otro, es decir, de 32 mil que presentan algunos a siete mil cifrado por otras comisiones. Creo que este asunto tiene mucho que ver con las compensaciones o el resarcimiento económico que se les dio a las víctimas, o a los supuestos desaparecidos, y en este caso sólo se presentaron siete mil personas para reclamar lo que les correspondía (...) Esa es la cifra real porque estamos hablando de la época del presidente Menem y la gente no tenía miedo ya de presentarse abiertamente para hacer sus reclamos. Los militares habíamos desaparecido ya de la escena política. Esa es la realidad, siete mil, frente a los 30 mil que reclaman las Madres de Mayo (...) Fue un error de nuestra parte aceptar y mantener en el tiempo el término de desaparecido digamos como algo así nebuloso; en toda guerra hay muertos, heridos, lisiados y desaparecidos, es decir, gente que no se sabe dónde está. Esto es así en toda guerra. En cualquier circunstancia del combate, abierto o cerrado, se producen víctimas. A no-sotros nos resultó cómodo entonces aceptar el término de desaparecido, encubridor de otras realidades, pero fue un error que todavía estamos pagando y padeciendo muchos. Es un problema que nos pesa y no podemos quitárnoslo de encima. Ahora ya es tarde para cambiar esa realidad. El tema es que el desaparecido no se sabe dónde está, no tenemos respuesta a esta cuestión. Sin embargo, ya sabemos quiénes murieron y en qué circunstancias. También más o menos cuántos murieron, luego cada cual que invente sus cifras.” - Terroristas. “Este gobierno se niega a reconocer sistemáticamente que existieran víctimas del otro lado, ya que si lo hiciera tendría que juzgar a los terroristas que produjeron aquellos hechos y actos que provocaron la existencia de víctimas. Fíjese que hasta en el gobierno de Menem había paridad y cierto respeto a las fuerzas de las dos partes que lucharon o se enfrentaron en aquellos años, incluso emite varios decretos que tienen una dirección simétrica hacia las dos partes. Reconoce con exactos argumentos a las dos partes. Pero el gobierno actual se ha caracterizado por la asimetría y nos ha considerado sólo a nosotros como la parte beligerante, como el Demonio que tiene que ser condenado y encarcelado. El otro Demonio, los terroristas o los guerrilleros, no existen, eran simplemente ‘jóvenes idealistas’. Y los esfuerzos que se han hecho en presentar casos de víctimas con nombres y apellidos siguen abiertos esperando el sueño de los justos (...) El Gobierno sólo reconoce a las víctimas de una de las partes, pero les niega todos los derechos a la otra.” - Martín Balza. “La sensación es que es un canalla, un hombre que se vendió al enemigo para escalar posiciones. Pregunto: ¿cuántos años lleva de embajador? Siete u ocho años. Un trepador vendido por poder y dinero. El me envió tres cartas en el pasado y muestra su subordinación, afecto y aprecio hacia mí. No eran unas cartas burocráticas, sino escritas sinceramente y algunas incluso a mano deseando mi libertad, solidarizándose conmigo y esperando un ‘nuevo amanecer’. Ahora se vende por ansias de poder y denigra a sus antiguos compañeros, ¡qué miserable!” La ley de la vida La frase del dictador Jorge Rafael Videla sobre los Kirchner fue tapa de Página/12 el 16 de febrero de 2012 e impactó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El primero de marzo siguiente, la Presidenta contó que “me levanté a la mañana y como leo todos los diarios le veo la cara, con un titular muy grandote, en un diario muy conocido, un matutino porteño, diciendo que los Kirchner son lo peor que pudo haber pasado. La verdad que sentí... la gran pena es que él (Néstor) no haya podido leer eso, porque yo fui con él, lo peleé mucho el 24 de marzo de 2004 cuando en la ESMA tuvo un discurso muy fuerte. Yo le había dicho que lo escribiera porque se iba a poner nervioso y después lo peleé por algunas cosas. Y la verdad es que cuando leí el reportaje lo único que lamenté fue no tenerlo cerca para pedirle perdón. Pero ¿saben lo que hice? Agarré y llevé el diario allá a Río Gallegos y se lo metí debajo de la bandera, porque ese diario era de él. Creo que es la ley de la vida, qué le vamos a hacer”. 18/05/13 Página|12 Puede descargar las entrevistas en pdf en el sitio web de Ricardo Angoso

Historias incomprobables de la política argentina Mitos destituyentes Por Pablo Galand

De las chicas de la UES a la bóveda de Néstor Kirchner, pasando por los pollos de Mazzorín y los gustos violentos de Rosas, la historia argentina tiene lugar para habladurías que buscaron desacreditar gobiernos populares. Aquí, un racconto de varias de ellas. En su carácter de denunciador serial, el domingo pasado Jorge Lanata aseguró desde su programa de televisión que la casa de los Kirchner contiene en el subsuelo una bóveda que tiene capacidad para atesorar decenas de millones de euros. Con una supuesta escenografía hecha a escala, el periodista aseguró que tras la puerta de esa habitación del sótano existía otra puerta blindada para resguardo de dinero mal habido. Sin embargo, el arquitecto que estuvo a cargo de la obra, y que justamente era la fuente de información de Lanata para sostener la “tesis de la bóveda”, aseguró que en ningún momento hizo colocar una puerta blindada y hasta sostuvo que era imposible hacerla pasar por ese lugar. El relato que pretendió sostener el equipo de Periodismo Para Todos hizo recordar los mitos que a lo largo de la historia argentina se tejieron sobre los líderes populares con la intención de desestabilizarlos. Historias infundadas que buscaron prender en la sociedad para legitimar el fin abrupto de procesos que en general llevaron adelante políticas transformadoras. De este modo, la investigación de Lanata ubica a “la bóveda de los Kirchner” en un lugar similar al que ocupan leyendas como “las chicas de la UES de Perón”, “el diario de Yrigoyen”, o la fascinación de Rosas por espiar la ejecución de sus enemigos. Veintitrés consultó a una serie de historiadores para refrescar aquellas leyendas y descubrir las similitudes que existen entre ellas. Se trata de un ejercicio de memoria que sirve para entender los objetivos que se esconden detrás de las historias que ahora se quieren instalar bajo el formato de denuncias. En tiempos en que la Patria corría riesgos de desmembramiento, los caudillos federales fueron los blancos más frecuentes a la hora de crear mitos que los denostaran. Sobre todo, de parte de aquellos que serían los vencedores en la batalla de Caseros e impusieran un país basado en un modelo agroexportador y dependiente del capital británico. “La prensa liberal veía a los caudillos como figuras salvajes y por lo tanto se mezclaba la verdad con la ficción”, asegura Gabriel Di Meglio, historiador doctorado de la UBA e investigador del Conicet. Facundo Quiroga no sólo se convirtió en el personaje paradigmático de la barbarie a la que Domingo Sarmiento denunciaba en su obra cumbre Facundo, sino que fue el caudillo del que se tejieron las mayores leyendas desde el poder económico porteño. Una de ellas, recuerda el historiador Hugo Chumbita, tenía que ver con lo que pasó a llamarse “los tapados de Facundo”. Cuenta el autor de Jinetes rebeldes que uno de los mitos que se había creado en torno del caudillo riojano era la inmensa fortuna que atesoraba en monedas de plata que guardaba en bolsas. “Las tenía escondidas en los tirantes del techo de su casa”, afirma Chumbita. “Cuando Gregorio Aráoz de Lamadrid invadió La Rioja para voltear a Quiroga fue directamente a su casa para apropiarse de esas bolsas tan famosas”, completa. El militar unitario llegó a encarcelar a la madre de Quiroga para que le confesara dónde estaba guardada aquella fortuna. Sin embargo, grande fue la decepción de Lamadrid al comprobar que la cantidad de monedas que atesoraba el Tigre de los Llanos era muy inferior a la que sus detractores habían hecho difundir. Los mitos acerca de fortunas atesoradas en la historia argentina se remontan hasta la época de la colonia. Cuando los jesuitas fueron expulsados de las colonias españolas, a mediados del siglo XVIII, se dijo que habían dejado enormes fortunas enterradas en los alrededores de las misiones de San Ignacio. “Fue por eso que durante muchos años posteriores aparecían frecuentemente por la zona buscadores de tesoros tratando de hallar las supuestas fortunas. Pero nunca encontraron nada”, afirma Chumbita. Lo mismo sostiene el historiador brasileño Arnaldo Bruxer, autor del libro Los treinta pueblos guaraníes. Allí asegura que los jesuitas “no poseían tesoros ni riquezas fabulosas, ya que lo que más valía en esa época no era la materia prima, sino la mano de obra”. Agrega que “solamente individuos de una supina ignorancia pueden creer en las fabulosas riquezas de las Misiones Jesuíticas”. Tan amado como odiado en su tiempo, Juan Manuel de Rosas es una de las figuras que más debates genera en la historia argentina y, por lo tanto, es lógico que sus detractores hayan creado todo tipo de mitos para destruir su imagen. La fuente de todas las leyendas acerca de su figura ronda en torno de dos tópicos: el supuesto sadismo para deshacerse de los opositores y la enorme fortuna que logró amasar como consecuencia de la corrupción que caracterizó a sus dos mandatos. Ni los mayores defensores del Restaurador de las Leyes niegan la violencia que ejercía La Mazorca, una fuerza parapolicial creada por el propio Rosas para eliminar a los opositores. Pero a este dato de la realidad, desde el lado unitario buscaron agregarle la idea de que Rosas participaba personalmente de los asesinatos que cometían los mazorqueros y que incluso disfrutaba viendo sufrir a sus enemigos. La primera víctima de La Mazorca fue Manuel Vicente Maza, quien se desempeñaba como presidente de la Sala de Representantes y fue apuñalado en su propia casa en 1839. Rosas lo acusó de haber conspirado en un levantamiento que había liderado el hijo del propio Maza. “El diario El Grito Argentino, que era dirigido por los unitarios que estaban exiliados en Montevideo, publicó que Rosas había participado del asesinato de Maza, escondido detrás de una cortina, desde donde daba las indicaciones acerca de cómo debían matarlo”, cuenta Di Meglio. Incluso, la nota era ilustrada con un dibujo que retrata el momento en que los mazorqueros matan a Maza y desde un rincón se asoma Rosas, detrás de un cortinado. “A partir de aquel dibujo, los unitarios instalaron el mito de que Rosas tenía una fascinación por ver cómo asesinaban a sus enemigos”, indica el historiador. Como el mito prendió entre los lectores, el diario comenzó a publicar otros asesinatos de los mazorqueros, con Rosas siempre como testigo privilegiado. “Publicaron una secuencia de dibujos en la que se veía a los mazorqueros que llevaban en una carreta las cabezas degolladas de los unitarios, al grito de ‘duraznos, duraznos’. El Grito Argentino hacía lo que hoy se podría llamar una operación de prensa porque con esas ilustraciones buscaba que la gente se volcara en contra de Rosas”, concluye Di Meglio. Tras la caída del caudillo, los vencedores se ensañaron aún más con la figura de Rosas y utilizaron todos los mecanismos que tenían a su alcance para que pasara a la historia como un déspota. Cuando ya estaba exiliado en Inglaterra, le hicieron un juicio en su ausencia, donde lo terminaron declarando tirano”, asegura la historiadora Araceli Bellota. “Lo acusaron de cuanto hecho de corrupción podía existir, pero lo cierto es que no le pudieron comprobar nada. De todas maneras, le incautaron los bienes. Fue por esa razón que en el exilio pasó apuros económicos. Lo único que le comprobaron para catalogarlo como tirano fueron los asesinatos que cometió. Pero la verdad es que si era por eso, eran todos tiranos. No hay que olvidar, por ejemplo, que cuando Urquiza ingresó a la residencia en Palermo ejecutó a un tendal de rosistas”, completa. Un siglo después, sería Juan Domingo Perón el acusado de tirano, con mecanismos muy parecidos a los aplicados a Rosas. “La Revolución Libertadora armó lo que se llamó las Comisiones Investigadoras para demostrar lo corrupto que había sido el gobierno de Perón en cuestiones que iban tanto desde la malversación de fondos públicos como la moral y la ética”, señala Roberto Baschetti. Pero como sucedió con Rosas, Perón estaba exiliado y no contó con ningún tipo de defensa. No es casualidad que todas las supuestas pruebas que recopiló la Libertadora se publicaran en lo que denominó El libro negro de la segunda tiranía. “En ese libro se afirmaban cuestiones que nunca se pudieron comprobar”, afirma Bellota. “Sucede que los testimonios eran a ex funcionarios de Perón, pero eran fruto de interrogatorios hechos bajo presión”, completa. Uno de los mitos más difundidos contra Perón era las relaciones que habría mantenido con alumnas de la Unión de Estudiantes Secundarios, tras la muerte de Eva Perón. Incluso, una de las sentencias que recibió de parte de la Libertadora fue la de estupro, a partir de la relación que mantuvo con Nelly Rivas, una estudiante de 14 años. Según la mitología gorila, los padres de la adolescente habrían recibido una casa a cambio de “entregarle” su hija a Perón. Bellota, autora del libro Las mujeres de Perón, reconoce que el General tuvo una relación amorosa con Rivas pero afirma que la historia fue muy diferente a la que plantea el mito. “Cuando Perón se exilió en Paraguay, Nelly quiso seguirlo y se fue con sus padres hacia allá. Pero al llegar a la frontera en Formosa detuvieron a toda la familia. Los padres terminaron presos y ella en un reformatorio, donde la humillaron, le pegaron, le hicieron saltar tres dientes, y al salir tuvo que recibir atención psiquiátrica”, asegura. La supuesta fortuna del General fue otro de los mitos que se encargó de instalar la Libertadora. Como los Kirchner, para los opositores Perón también tenía su propia bóveda subterránea. Sólo que en este caso se la llamaba “el búnker de Perón” y según sus enemigos estaba ubicada en el subsuelo del edificio Alas. “En los noticieros de Sucesos Argentinos mostraban la puerta del supuesto búnker donde Perón tendría guardados los mismos lingotes de oro que pateaba en la bóveda del Banco Central”, afirma Bellota. La Libertadora llevó adelante una campaña de desperonización que consistía en convencer a los peronistas de que en realidad habían sido engañados por su líder. Bajo esa estrategia, aquel gobierno organizó una exposición con todas las alhajas, vestidos y zapatos que habían acumulado Perón y Evita, como muestra de la ostentación con la que se manejaba la pareja presidencial. Pero el efecto fue el contrario al deseado. “La gente que era peronista iba a ver la ropa que era de Evita como una forma de sentirse más cerca de ella”, indica Baschetti. “Pero además, gran parte de ese vestuario era producto de los regalos, agasajos y condecoraciones que recibía de visitas diplomáticas”, añade. Bellota agrega que “los diarios de la época aseguraban que Perón tenía guardados cien pares de zapatos y él desde el exilio les responde: ‘ni que fuera un ciempiés’”. Las supuestas cuentas bancarias que tendría Perón depositadas en Suiza fueron un mito que volvió a tomar vida en 1987, cuando profanaron su tumba en el cementerio de la Chacarita y le cortaron las manos. “Una de las hipótesis que echaron a correr en ese entonces era que necesitaban las huellas digitales para abrir aquellas cajas de seguridad”, recuerda Baschetti. Sin embargo, el mito cayó al poco tiempo ya que se comprobó que en Suiza no existían cuentas con ese sistema. Los radicales también fueron víctimas de los mitos de aquellos que quisieron desestabilizarlos. La personalidad hermética y el misterio que rodeó la figura de Yrigoyen sirvieron para que sus enemigos inventaran todo tipo de historias. Una de ellas tiene que ver con el famoso “diario de Yrigoyen”, según la cual sus asistentes le preparaban al líder radical un periódico en el que sólo figuraban buenas noticias. “Es un total invento, eso nunca sucedió”, asegura Di Meglio. “También inventaron que visitaba brujas y que realizaba sesiones espiritistas”, completa. Manuel Gálvez, en el Libro de Yrigoyen, cuenta que según los diarios opositores el líder radical recibía a mujeres en su casa que a cambio de “caricias” conseguían puestos y cátedras. Otro radical, Arturo Illia, debió soportar el mito de “tortuga” que le endilgaron revistas como Panorama y Confirmado. Según estas publicaciones, el veterano mandatario carecía de iniciativa para tomar decisiones. Sin embargo, durante su corto mandato tomó medidas trascendentes, como la anulación de los contratos petroleros promovidos por Frondizi, considerados “dañosos a los intereses de la Nación”, y sancionó una ley de medicamentos que afectaba los intereses de los laboratorios multinacionales. Raúl Alfonsín tuvo también su mito a través de lo que se conoció como los “pollos de Mazzorín”, en referencia al secretario de Comercio Interior de aquel gobierno, Ricardo Mazzorín. El funcionario importó 38 mil toneladas de pollo provenientes de Hungría ante un lockout de los productores avícolas –en alianza con las multinacionales del sector– que apostaban al desabastecimiento para lograr mejores precios. Pero un 20 por ciento de esos pollos se pusieron en mal estado y no pudieron comercializarse. Los mismos sectores que apostaban al desabastecimiento hicieron correr el rumor de que el gobierno de Alfonsín estaba vendiendo los pollos podridos. Los medios se hicieron eco de la versión ante un gobierno cada vez más debilitado por la inflación y la recesión económica. Mazzorín fue acusado por malversación de caudales públicos, pero finalmente fue sobreseído por la Justicia en 1995. El recuento de los casos parecería demostrar que un líder popular, para ser considerado tal, debe tener en su haber algún mito creado. Por lo pronto, con su bóveda dominguera, Periodismo para Todos inaugura su aporte a la historia argentina. Veintitrés

Videla desapareció a su propio hijo Por Miguel Bonasso

Videla desapareció a su propio hijo Por Miguel Bonasso 18 de mayo de 2013. La muerte del mayor genocida de la historia argentina no podía estar ausente de este espacio personal. Al cabo, gran parte de mi existencia estuvo destinada a combatirlo, denunciarlo y exigir justicia para sus víctimas. Desde la clandestinidad y desde la legalidad democrática. Juré como diputado nacional por “la memoria de los treinta mil desaparecidos”. Tanto se ha escrito y dicho en estos días sobre su siniestra trayectoria, que no aportaría demasiado una nueva semblanza de un asesino serial convicto y confeso. Prefiero, en cambio, recordar lo que publiqué como primicia en junio de 1998, en el diario Página/12, donde revelé que diez años antes de imponer “la desaparición forzada de personas”, Jorge Rafael Videla y su esposa Alicia Raquel Hartridge de Videla, internaron a su hijo Alejandro Videla –diagnosticado como “oligofrénico profundo y epiléptico”- en la tenebrosa Colonia Montes de Oca, donde murió muy joven. Como contrapartida, el suboficial retirado Santiago Sabino Cañas, que había cuidado al muchacho en la Colonia no pudo conmover al dictador para que este salvara la vida de su hija Angélica, de 20 años, “desaparecida” por “subversiva”. ¿Qué compasión podía esperar el suboficial, si Videla había mantenido un secreto absoluto sobre ese hijo al que hizo desaparecer? Cuando se publicaron las notas, Alicia Raquel Hartridge declaró que se trataba de “destruir a su familia”. Nada de eso tenía yo en mente: la ominosa simbología de ese secreto familiar debía ser expuesta para que todos los argentinos –incluidos los que festejaban los goles del 78- supieran que clase de personajes degradados y miserables habían llegado al poder, aupados por los grandes capitalistas y la indiferencia de la llamada “mayoría silenciosa”. Por cierto –reitero- lo publiqué el 21 de junio de 1998, tres años antes de que María Seoane y Vicente Muleiro publicaran su valioso libro “El dictador”, donde recuerdan este episodio. La aclaración vale la pena porque hay periodistas con mala memoria –y no precisamente por el Alzheimer. Ayer, 17 de mayo, en el blog del Grupo “Perfil” que se llama “A paso de yegua”, Ursula Ures Poreda trastocó las fechas y atribuyó la revelación a Seoane y Muleiro y a mi el “reflote” (o refrito) en Página/12. Más allá de esas pequeñas miserias, reproduzco ahora lo que publiqué hace 15 años para completar la biografía del dictador más sangriento de la historia reciente de la Argentina. ****************************************** EL HIJO ESCONDIDO DE VIDELA Por Miguel Bonasso. 21 de junio de 1998 Hasta las biografías oficiales hablaban de siete hijos. Pero el dictador ocultó siempre al séptimo, Alejandro. Una investigación de Página/12 reveló la historia siniestra de un hijo internado en la Colonia Montes de Oca y la historia paralela de los Cañas, una familia destruida. En los sesenta, una década antes de imponer "la desaparición forzada de personas", Jorge Rafael Videla internó a uno de sus siete hijos en la Colonia Montes de Oca de Torres, un establecimiento para enfermos mentales de tétrica fama, donde en los últimos 20 años han muerto o "desaparecido" en condiciones sospechosas más de tres mil pacientes. El muchacho, Alejandro Videla, diagnosticado como "oligofrénico profundo y epiléptico", vivió largos años en la llamada "Casa de los Locos" y murió muy joven en ese inframundo, donde también se esfumó para siempre -hace trece años- la médica Cecilia Giubileo. Videla y su esposa, Alicia Raquel Hartridge, mantuvieron un secreto público absoluto en torno a ese hijo oculto a 100 kilómetros de la Capital, que atravesó la adolescencia con la conciencia cada vez más nebulosa de un niño de cinco años, en pabellones desalmados donde las baldosas están siempre mojadas y los internos, librados a sí mismos, deambulan desnudos, entre orines y excrementos, llamando a las madres que los abandonaron en ese depósito de carne sin destino. A lo largo de los últimos 10 años se han escrito cientos de notas sobre los horrores del "loquero" cercano a Luján, pero ni una línea sobre el hijo de Videla. El terrible secreto, que trae a la memoria los folletines de Victor Hugo y Eugenio Sué, comenzó a ser perforado cuando llegó a manos de este cronista una carta, fechada el 24 de junio de 1977 y dirigida a "Su Excelencia el Señor Comandante en Jefe del Ejército. Teniente General D. Jorge Rafael Videla", donde podía leerse un párrafo muy extraño: "Mi General, apelo a sus sentimientos humanos y cristianos y en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia Montes de Oca de Torres, para que me dé una información sobre el paradero de mi hija Angélica". La carta estaba firmada por el suboficial mayor (retirado) Santiago Sabino Cañas, cuya hija María Angélica, de 20 años, había sido secuestrada dos meses antes en la ciudad de La Plata. Cañas, que había trabajado en la administración de la Colonia Montes de Oca, tardó dos años en ser recibido por Videla y cuando por fin lo vio, y lloraron juntos, ya era tarde: el "querido Ejército", comandado por Videla, había avanzado sobre sus otros hijos, hasta dejarlo sin familia. Investigando "el caso Cañas" Página/12 desembocó en la historia oculta de los Videla. En la investigación -que continúa- colaboraron casi treinta personas, entre voluntarios y testigos de La Plata, Mercedes, Luján, el pueblo de Torres y la propia Colonia. La mayoría no quiere ser mencionada. Y algunos, incluso, temen ser indirectamente identificados. La casa de los muertos Como muchos proyectos argentinos, la Colonia Montes de Oca para enfermos mentales empezó como una bella utopía y acabó en la crónica roja. Fue fundada en 1915 por el profesor Domingo Cabred con una concepción de avanzada: ubicar a los pacientes (especialmente oligofrénicos) en un ámbito natural hermoso donde pudieran realizar inclusive algunas tareas rurales muy sencillas y asi resocializarse. La Colonia fue establecida en un predio generosamente arbolado de 240 hectáreas, ubicado en las afueras del pequeño pueblo de Torres, a 12 kilómetros de Luján. Allí se alzó el elegante edificio victoriano de la dirección y doce amplios pabellones que debían albergar a unos mil a mil doscientos internos. Medio siglo más tarde algunos techos se habían caído, como los azulejos de baños y cocinas. Por las noches reinaba una tiniebla atravesada de gritos y llantos aniñados; en los veranos el hedor era insufrible y en los inviernos, sin calefacción, el frío entraba por las ventanas rotas. Dos personas, por turno, debían atender a 100 enfermos por cada pabellón. La comida fue empeorando con los años y varios enfermos murieron de inanición. Aunque a uno de ellos, piadosamente, le pusieran en el certificado de defunción que había sido a causa de un cáncer. En los setenta la Colonia era, según la gráfica descripción de su interventor actual Alberto Desouches, "un depósito de cadáveres". En los ochenta y en los noventa la "Casa de los Locos" fue intervenida por la autoridad administrativa e investigada por la justicia. No solo había abandono de los pacientes sino denuncias sobre tráfico de órganos y de bebés, violación de menores, asesinatos disfrazados de muertes naturales y un eterno despojo de un presupuesto que hoy alcanza a la respetable suma de 35 millones de pesos anuales. Cada año la Colonia vomitaba casi cien cuerpos, muchos de ellos con el rótulo NN, al cementerio de Luján. Pero cada año, también, aparecían cadáveres en el campo, en las cloacas o en una ciénaga pestilente, que ocupa 20 hectáreas. "Un chico rubiecito" A fines de los sesenta, cuando Videla y su mujer internaron a su hijo Alejandro, la Colonia no había llegado aún a esas cotas de horror. La gobernaba un interventor militar, un coronel médico de apellido Vergara, que para algunos antiguos empleados, hoy jubilados, fue de uno de los mejores directores que pasaron por el establecimiento. Sin embargo, todas las personas consultadas por Página/12 (profesionales y empleados de la Colonia Montes de Oca) coincidieron en un mismo sentimiento: ninguno hubiera dejado en semejante lugar a un hijo suyo por grave que fuera su patología. "Los enfermos que van allí -dijo un antiguo empleado ya jubilado- suelen ser gente muy pobre, que la familia abandona. En cambio Videla, que ya era coronel o general, ganaría un sueldo lo suficientemente holgado como para tenerlo mejor." Un psiquiatra que entró al lugar en los setenta y ya no trabaja más en la Colonia, fue más a fondo: "Imagínese el frío, las mesas y sillas de mármol desechos como en el Hotel de Inmigrantes, los internos que no controlan los esfínteres. El chico de Videla no estaba en ningun lugar privilegiado, sino en el Pabellón número 7, el de los oligofrénicos profundos, que de día y de noche suelen vagan por los campos hasta que cada tanto alguno se cae en un pozo o en la laguna y se ahoga. En la Colonia, el chico de Videla estaba como uno más. Democráticamente. Y mire que paradoja: tal vez la única vez en que Videla fue democrático fue para mandar a su hijo a un manicomio". Un viejo empleado, que trata de defender "la imagen de la Colonia" en la que trabajó durante tres décadas, recuerda que el muchacho ("que tendría unos quince a diecisiete años cuando fue internado") era "rubiecito, a diferencia de su padre". Los recuerdos se dividen, en cambio, a la hora de puntualizar si los dos padres visitaban a su hijo. Todas las fuentes consultadas aseguran que el militar, que todavía no era comandante en jefe ni dictador, concurría a un par de veces por mes. Iba los domingos, que es cuando hay menos personal y siempre de civil. Algunos dicen que lo hacía en un Renault 4 L blanco. Dos fuentes de la época aseguraron a Página/12 que la madre, Alicia Hartridge, no visitó nunca al hijo escondido. Otra declaró, en cambio, que ella lo iba a buscar al pabellón y lo llevaba hasta el auto, donde lo estaba esperando su padre. Una persona, que brindó valiosos datos, pero todavía teme a las represalias de los militares y no quiso ser identificada, hizo esta reflexión: "Yo no sé si no es peor que fueran a visitarlo a que no fueran. Porque veían donde lo dejaban y sin embargo ponían la primera y se iban, sin él". El hijo escondido El viernes último, cuando este diario le pidió al interventor de la Colonia que abriera los registros para verificar los datos de ingreso y egreso por fallecimiento de Alejandro Videla, el doctor Desouches señaló que ya estaba cerrado el archivo (había pasado el horario reglamentario de las 14 horas), pero que con todo gusto los daría la semana entrante, cuando estuviera presente la persona a cargo, que es un veterano de la institución. Esta persona, a la que el interventor consultó por teléfono, creyó recordar que el joven "de unos 19 o veinte años" habría muerto en 1970. Ese año el entonces coronel Jorge Rafael Videla fue designado jefe de operaciones del Tercer Cuerpo de Ejército con sede en Córdoba. Seis años más tarde, ascendido a teniente general, daba el golpe más sangriento de la historia argentina. Si el dato del fallecimiento es correcto, sorprende encontrar en algunas biografías oficiales distribuidos a la prensa en tiempos de la dictadura la siguiente mención familiar, en tiempo presente: "casado con Alicia Raquel Hartridge, tiene siete hijos". Más elocuente todavía, en el escamoteo del hijo muerto en la "Casa de los locos", fueron algunas revistas de la época, como Para Ti, que trabajaba orgánicamente con los servicios militares y, en febrero de 1979, publicó una cover story titulada "Jorge Rafael Videla en familia", profusamente ilustrada con fotos de hijos y nietos, todos muy felices, en un lugar tan distinto a Montes de Oca como puede serlo la residencia de Olivos. En la parte titulada "El esposo" se dice que los Videla se casaron el 7 de abril de 1948 y "luego llegaron los siete hijos y treinta años de matrimonio". Sugestivamente, en las fotos donde aparece la familia reunida, los epígrafes hablan de "los hijos", como si estuvieran todos (es decir los siete de que se habla), pero sólo identifican a cinco de ellos. En ningun lado se habla de un hijo ya fallecido. Tal vez porque nunca vivió. Y sería, como lo graficó una enfermera, "el único inocente, pobrecito". Ha sido tan hondo el misterio que guardó su corta existencia que aún cuesta encontrarlo en la muerte. Página/12 hizo un recorrido por el cementerio de Mercedes, donde según algunas fuentes estaría enterrado, y no figuraba en los registros. En cambio pudo recoger toda clase de versiones que, en algunos casos, llegaron a la exageración de la leyenda: "Dicen -comentó un mercedino- que está enterrado en la quinta de los Videla". La tragedia de los Cañas En los setenta, el suboficial mayor Santiago Sabino Cañas se retiró del Ejército y entró a trabajar en el Instituto Nacional de salud Mental. Primero en el Borda y luego en la Montes de Oca, donde hacía tareas como gestor en la administración. Generalmente viajaba a Luján y a Buenos Aires para ocuparse de ir al banco y de los trámites oficiales. Era un hombre reservado, que no solía meterse en chismes, pero igual se enteró del gran secreto de los Videla y guardó silencio. Inclusive con su segunda esposa, que lo ayudaba en los trámites de gestoría. Cañas era radical, pero toda su familia era peronista y muy activa. Su primera mujer, María Angelica Blanca, era un referente del Partido Peronista Auténtico y sus hijos militaban en la UES y en la JP que respondía a la conducción de Montoneros. Todos ellos en La Plata, que era un volcán de activismo y represión. El 15 de abril de 1977 Cañas recibió el primero de los golpes que lo llevaría a la depresión, el cáncer y la muerte en 1990: su hija María Angélica, de 20 años, era secuestrada en las calles de la Plata. Aparentemente por un grupo de ese Ejército al que había pertenecido durante tres décadas. Como tantos otros padres comenzó a recorrer el calvario de los hospitales, las morgues, los recursos de habeas corpus y los pedidos de audiencia a generales y obispos. Y como tantos padres se fue desesperando al ver que su hija no aparecía. Entonces se animó y le mandó la carta a Videla que se cita al comienzo de esta nota. En la que no cuesta percibir su fe, aún intacta, en el Ejército y en su Comandante en Jefe. Incluso se allana a la posibilidad de que su hija sea juzgada, "si correspondiera". Sólo quiere conocer "su paradero". El mismo candor, o una suerte de temeraria malicia, lo llevan entonces a jugar una carta pesada y recordarle al dictador lo que este, seguramente, no quería que nadie le recordara: "Mi General, apelo a sus sentimientos humanos y cristianos y en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia Montes de Oca de Torres, para que me de una información sobre el paradero de mi hija Angélica". Videla no le concede la entrevista, nadie le informa el paradero de su hija, pero en la Casa Rosada acusan recibo de la solicitada. En agosto, la tragedia se termina de desatar, arrasando al suboficial. El dos de agosto desaparece su otro hijo Santiago Enrique de 26 años y a las ocho de la noche del día siguiente, un nutrido grupo del Ejército llega a la casa de su primera esposa, María Angélica Blanca, y acribilla las paredes con balazos de FAL. Adentro, está la mujer de 62 años ("docente jubilada"), con su hija María del Carmen Cañas, de 23 años, embarazada de tres meses y dos criaturas menores de dos años, sobrinos de la mujer de Cañas. Valiente, la matrona empieza a gritar que se lleven a las criaturas y logra que la patota deje de disparar. Entonces sale de la casa y les entrega los chicos. Pero en vez de entregarse ella también, da la vuelta y regresa hacia el interior de la vivienda, donde la espera su hija. Está desarmada y ha pedido tregua, pero le disparan por la espalda y le destrozan la cabeza. Luego entran a la vivienda y acribillan a la hija. Una crónica típica de la época, publicada por El Día de La Plata, convertirá el asesinato en el clásico "tiroteo con extremistas", donde un cronista ligero creerá haber visto bajas de los dos bandos. Y no las actas donde el médico forense Héctor Luchetti constata "destrucción de masa encefálica por heridas de proyectiles de arma de fuego". Por si fuera poco, Martín, otro hijo de Cañas que hoy es el único sobreviviente de la familia, también es secuestrado. Al suboficial sólo le queda en libertad Guillermo, que se salvará de la represión para morir años después. Ya no por la represión, pero tal vez por sus consecuencias. Martín, en cambio, logrará emerger del infierno y huir a México, apoyado por la solidaridad de una amiga de su padre. El suboficial dirige entonces una nueva carta a Videla donde le recuerda que le envió la "pieza certificada No. 1925", que el aviso de retorno obra en su poder y que, hasta la fecha, no ha obtenido "respuesta alguna". La tragedia se resume en párrafos secos, formales, corteses al modo castrense: "Mi General, paso ahora a informarle de las novedades ocurridas desde mi pedido de clemencia". "Con fecha 02AGO77 desaparece mi hijo SANTIAGO ENRIQUE de 26 años de edad, con documento de identidad ,etc." . El día 03AGO77, aproximadamente a las 2000 horas son asesinadas mi esposa, MARIA ANGELICA BLANCA de 62 años y mi hija MARIA DEL CARMEN CAÑAS de VALIENTE, de 23 años y embarazada de tres meses, las cuales se encontraban solas en el domicilio con dos criaturas de menos de dos años de edad". Y concluye: "Mi General, como corolario de lo expresado, solicito a S.E. me conceda audiencia a efectos de interiorizarlo de mi desesperada situación". Su Excelencia no lo recibe en todo ese año, ni en el siguiente. Las lágrimas de Videla Martin Cañas denuncia los asesinatos en el Estado mayor del Ejército. No pasa nada. Se dirige al arzobispo de la ciudad de La Plata, Antonio Plaza y tampoco obtiene ninguna respuesta. El comandante del primer cuerpo de Ejército, Carlos Guillermo Suárez Mason, le concede formalmente la entrevista pero luego no lo recibe. Tampoco lo hacen el jefe del Regimiento 7 de la Plata, ni el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, ese general Ramón Camps, que se jactará de haber mandado a la muerte a "cinco mil subversivos". Por alguna razón que se llevó a la tumba, Camps elude al suboficial y manda en su representación al coronel Salcerini. En marzo del 78 reitera infructuosamente el pedido de audiencia al hombre en cuyos sentimientos de padre y cristiano había confiado. Silencio. Los pedidos se multiplican y se reiteran . Hay varios al ministro del Interior, Albano Harguindeguy, al Jefe de la Décima Brigada de Infantería, al comandante del Regimiento 7, cuyos efectivos lo han dejado sin familia. El 13 de junio del 78 vuelve a pedirle audiencia a Videla que finalmente lo recibe dos días más tarde. La audiencia dura 40 minutos y este cronista la conoce a través de dos fuentes: Martín Cañas que vive en México. Y la amiga de La Plata, que logró sacarlo del país cuando salió, a sus veinte años, del centro de reclusión clandestino en el que casi queda enterrado para siempre. Dura unos cuarenta minutos y es fácil imaginar todos los formalismos y rigideces que la entorpecieron. Como la hipocresía y el temor del dictador todopoderoso frente a ese "zumbo" que tenía enfrente suyo. Ese suboficial radical que, a pesar de las evidencias, seguía "amando a la Institución" aunque ya no a todos sus integrantes. Trabado, molesto, torpe, con breves tosecitas, tratando de parecer solidario con el subalterno como cuadra a un buen jefe, el comandante en jefe del Ejército le da la misma explicación que luego reiterará ante los padres de otras víctimas y que han labrado su fama de pusilánime. Que ha cultivado siempre para tapar la de hipócrita que algunos intelectos más agudos le adivinan. Las excusas se van desgranando: "Hay veces en que yo no puedo hacer nada. hay cosas que escapan a mi control". Dice el jefe del ejército, olvidando el principio básico de la responsabilidad de comando."Hay excesos", recita. Hay excesos, claro. tal vez es excesivo que a Cañas le hayan matado a tiros la mujer y una hija y le hayan secuestrado a otros tres hijos. Que a él mismo lo venga siguiendo casi todos los días de su vida, un coche Falcon. Cañas tiene un nudo en la garganta y por alguna extraña razón, para provocar al dictador o para establecer un terrible lazo con él, le recuerda los días de la Colonia Montes de Oca y un favor que él le hizo a Videla. Una historia de la que sólo se sabe el título porque el suboficial se la llevó a la tumba. Entonces ocurre lo imprevisto: Cañas llora y Videla llora. Los dos lloran por sus respectivos hijos. Durante unos segundos hay una emoción confusa, hasta casi podría decirse perversa por parte de ese victimario que llora al hijo enterrado en vida en la Colonia Montes de Oca y el padre humilde que está allí para pedir que le devuelvan algo de esos otros hijos a los que él no abandonó. Aunque sea el dato de donde están enterrados. Y tal vez intuye que una misma lógica anuda a ese hijo del general que vagaba entre espectros, tapándose con las sábanas de la soledad en las noches de espanto del pabellón, con el destino ignoto de María Angélica y Santiago. Sale de la audiencia presidencial y un ayudante severo lo acerca al ministerio del Interior, donde el general Harguindeguy, le promete la información que nunca llegará y él musita que ahora a su hijo más chico, Martín, lo tiene lejos. Algun cretino le dice que venga al país, que "no hay problema". Pero el subsecretario del Interior, el actual diputado Ruiz Palacios, lo saca al patio de las palmeras y le aconseja: "Mire, mejor que se quede en México, en este país no hay seguridad para nadie". CLAVES - Antes de hacer desaparecer a 30 mil argentinos, Jorge Rafael Videla internó a uno de sus siete hijos en la Colonia Montes de Oca para enfermos mentales. - La Colonia ha sido descripta como "un depósito de cadáveres". - Alejandro Videla, que entró de adolescente, vivió años en el pabellón número 7 y murió en la Colonia. - Los Videla guardaron secreto sobre la vida y la muerte del hijo escondido. - El suboficial Santiago Cañas, que trabajó en Montes de Oca, le mencionó el caso a Videla para salvar a una hija secuestrada por el Ejército. - Después de la carta le secuestraron dos hijos más y le asesinaron a su mujer y otra hija. ***************************************** EL ÚNICO SOBREVIVIENTE DE LA FAMILIA CAÑAS RESPONSABILIZA A VIDELA "El conocía bien el caso" Por Miguel Bonasso, 22 de junio de 1998. En diálogo con Página/12 Martín Cañas responsabiliza al preso de Caseros por el asesinato de su madre y una hermana y por la desaparición de otros dos. También revela cómo los militares intentaron secuestrar a su pequeño sobrino cambiándole la identidad. El mismo delito por el que ahora está detenido Videla. "Videla es el responsable principal del asesinato de mi madre y mi hermana y el secuestro de mis otros dos hermanos. Conocía perfectamente el caso y no hizo nada para salvarlos", dijo a Página/12 Martín Cañas, único sobreviviente de la familia de Santiago Cañas, el suboficial de Ejército que trabajó en la Colonia Montes de Oca de Torres para enfermos mentales, donde el ex dictador abandonó a Alejandro, uno de sus hijos. Como lo informó ayer este diario en exclusiva, el hijo de Videla vivió y murió --en el mayor de los secretos-- en la tétrica Colonia. Cuando al suboficial Cañas le secuestraron a su hija Angélica, la primera de una trágica secuela que acabó con su familia, le imploró a Videla que al menos le permitieran conocer su paradero. Lo hizo apelando a los sentimientos "humanitarios y cristianos" del dictador y "en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia Montes de Oca de Torres". Martín Cañas (42 años), que ahora reside en México donde es profesor de matemáticas, mantuvo una extensa entrevista telefónica con Página/12 en la que evocó, sobriamente emocionado, la tragedia de su familia y formuló nuevas revelaciones que incluyen una denuncia por robo de niños (afortunadamente frustrado) en contra de un sobrino suyo. El episodio vuelve a vincular su trágica historia con la situación actual de Videla, detenido precisamente por sustracción de menores. Según Martín Cañas, su padre conoció personalmente al hijo de Videla cuando trabajó en la Colonia Montes de Oca y le habría hecho un misterioso favor al ex general del cual se llevó el secreto a la tumba. "Según lo que me contó mi papá ni Videla ni su mujer (Alicia Raquel Hartridge) iban nunca a ver al muchacho, que era discapacitado mental y estaba ahí tirado, en ese lugar horrible, junto con los otros enfermos de la Colonia. A mí me queda claro en mi recuerdo que lo habían abandonado. Que eso es lo que me contó mi padre en 1984, cuando nos encontramos en Buenos Aires después de la dictadura. Entonces pensé que había una lógica: alguien que hacía eso con su propio hijo, ¿qué no podía hacer con los hijos de los demás?" La historia de Martín Cañas es la historia del país real, sumergido. Pertenece a una familia muy humilde y él mismo, antes de ser profesor de matemáticas, fue durante muchos años artesano (herrero de obra) y en los meses de persecución y clandestinidad que siguieron al asesinato de su madre y su hermana, anduvo de albañil por las provincias. En 1977 el hijo menor del suboficial retirado Santiago Sabino Cañas tenía 21 años, estudiaba en la Universidad Tecnológica de La Plata y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). "En realidad los estudios los tenía un poco abandonados y tuve que recuperarlos más tarde", recuerda, "porque ya la represión era muy fuerte". Y no tardaría en caer sobre su familia. El 15 de abril de 1977 fue secuestrada en las calles de La Plata su hermana mayor, Angélica, de 29 años, que militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). "Estaba en la UES --aclara Martín-- porque recién estaba haciendo la secundaria. Como ocurre en las familias pobres los hermanos mayores son los que tienen que salir a trabajar y estudian cuando pueden." Pese a todos los esfuerzos del suboficial Cañas y su diálogo con Videla, relatado ayer por Página/12, Angélica integra la lista de desaparecidos. Según averiguaciones hechas por su hermano menor había sido secuestrada por elementos de la Policía Bonaerense que la habrían llevado al Pozo de Banfield. "El 2 de agosto --rememora Martín con una voz que pretende ser neutra-- secuestraron a mi hermano Santiago, de 26 años, que también militaba en la UES. Y al día siguiente asesinan a mi madre (María Angélica Blanca) y a mi hermana Carmen, de 23 años, que estaba embarazada de tres meses. Yo me salvo por pocos minutos." El operativo del Ejército y la Bonaerense, que el diario El Día de La Plata presentó como tiroteo, fue un alevoso asesinato. María Angélica Blanca (62 años), ya separada del suboficial Cañas, vivía con su hija María del Carmen, su yerno Ricardo Valiente, su nietito Ernesto Valiente de un año y medio y una nena "de unos compañeros que habían sido secuestrados", en una vivienda precaria ubicada en las calles 134 y 39 de La Plata. Allí llegó a las 6.30 de la tarde del 3 de agosto su hijo mejor, Martín, para avisarles que "se levantaran antes de que aparecieran los milicos". El consejo era certero porque Martín se fue y "la patota apareció a la media hora". La madre de Martín, que era dirigente del Partido Peronista Auténtico (PPA), y su hija fueron acribilladas a balazos pese a que estaban desarmadas y no habían opuesto resistencia. Las actas del forense, reproducidas ayer en estas páginas, señalan claramente que los cadáveres de las dos mujeres presentaban idéntica "destrucción de masa encefálica". Los únicos sobrevivientes son los chicos, que se lleva el Ejército y que el suboficial Santiago Cañas lograría recuperar casi dos meses más tarde, en la Casa Cuna, cuando a su nieto Ernesto Valiente ya le habían falsificado la partida de nacimiento y lo habían rebautizado Cristian, con la evidente intención de robarlo a su familia de sangre. El delito imprescriptible por el cual el juez Roberto Marquevich tiene hoy procesado a Jorge Rafael Videla. Martín Cañas revive aquel momento terrible, desde la piel de su padre, ese hombre humilde que a los ocho años ya trabajaba en la cámara de un frigorífico y que había entrado al Ejército, como tantos muchachos de su condición, para encontrar comida, techo y un reconocimiento social. Que en sus súplicas a Videla todavía le hablaba de "nuestro querido Ejército", "como si fuera el mismo ejército el de los zumbos y los oficiales que los desprecian", comenta Martín. Y recuerda que su "papá", como lo sigue llamando, fue al lugar de la masacre como fue él mismo, "haciéndose el pelotudo". Y su padre estuvo "a punto de ser boleta". "Porque había una patrulla de la Policía Bonaerense y aunque él se identificó como suboficial del Ejército le tiraron la credencial al suelo. Así como las fotos de la familia que había ido a recoger en los escombros. Porque se habían robado todo y habían destruido todo." Hostigado y provocado por los policías, Cañas emprendió la retirada a pie. Hasta que se echó a correr y se metió en el colegio religioso San Miguel, donde pidió un teléfono "para comunicarse con su amigo el suboficial Larrubia, que presidía el Círculo de Suboficiales Retirados". Pronto, un grupo solidario acudió a rescatarlo del cerco que ya habían establecido los policías. "Ellos le salvaron la vida --dice Martín-- y fueron decisivos para recuperar a mi sobrino Ernestito de la Casa Cuna". Ellos también, esos suboficiales que Martín Cañas ve "despreciados por las jerarquías militares, porque son hijos de obreros y peones", hicieron lo que hoy se llama un "lobby" para que Videla recibiera, finalmente, al hombre que le había recordado, con candor o temeridad, que había tenido un hijo, allá, en esa Colonia Montes de Oca de Torres que en los ochenta llegaría a ser una especie de Auschwitz de la psiquiatría argentina. Pero en aquellos meses terribles Martín Cañas no pudo verse con su padre. Y no conoció la historia decimonónica del Videla internado en la Colonia Montes de Oca. Deambulaba entonces por las provincias, como alucinado extranjero en un país hostil y extraño, donde veía a la gente reír y se preguntaba "¿y de qué se ríen estos pelotudos?". Mientras su padre, en una de las múltiples cartas a Videla, lo daba también a él como "desaparecido" preventivamente, para protegerlo de la represión. Se enteraría de la historia mucho después, cuando llegó la democracia y él pudo regresar de un exilio amparado por el ACNUR en el que había transitado, sucesivamente, por Brasil, Francia y México. Ese México al que regresaría a vivir, ya por propia voluntad, crítico de esa "democracia que no castigó a los culpables y no nos hizo justicia a las víctimas". Cuando se encontró con su padre, que moriría cuatro años después (en 1988), vio "a ese hombre que había consagrado treinta años al Ejército y no podía creer que el Ejército hubiera practicamente aniquilado a su familia. Recordé nuestras discusiones de otros tiempos, cuando él decía que la institución era noble y que los malos eran algunos hombres. Pero ya parecía haber comprendido que toda la institución había estado involucrada en la represión. Y que ese Videla que la comandaba y que lo había recibido tarde y para no aportarle nada, ni siquiera un dato sobre mis hermanos, era si no el único, el principal responsable de su desaparición". ***************************************** VIDELA INTENTO DESMENTIR LA DENUNCIA SOBRE SU HIJO FALLECIDO Otra mentira desde el poder Elena Hartridge dijo que su hijo nunca estuvo en la Colonia Montes de Oca, pero el actual director de la misma confirmó lo contrario, detallando su fecha de ingreso y su permanencia en el establecimiento hasta que falleció. La verdadera historia de un "depósito de seres vivientes" Jorge Rafael Videla, el dictador que arrasó con miles de familias. Su mujer niega todo, pero él fue socio de la cooperadora de la Colonia. Por Miguel Bonasso, 23 de junio de 1998. Alicia Hartridge de Videla intentó desmentir ayer lo que reveló Página/12 este domingo: que ella y su esposo, el ex dictador Jorge Rafael Videla, tuvieron un hijo oligofrénico al que internaron en la Colonia Montes de Oca de Torres, a doce kilómetros de Luján, donde el joven permaneció hasta su muerte, en junio de 1971. Sostuvo, además, que Página/12 pretendía "deshacer su familia". Este cronista, por su parte, confirmó de manera puntual y oficial la información adelantada a los lectores en las ediciones de ayer y anteayer: Alejandro Eugenio Videla fue dejado por sus padres en la Colonia Montes de Oca para discapacitados mentales, donde permaneció durante siete años y falleció a los 19 años. La señora de Videla no hizo ninguna referencia a la otra familia aludida en las crónicas: la del suboficial retirado Santiago Sabino Cañas, a quien efectivos dependientes de su esposo le secuestraron dos hijos y le asesinaron a la mujer y otra hija. Amén de intentar robarle el nieto de año y medio, Ernesto Valiente. Según diversas fuentes periodísticas, Alicia Raquel Hartridge de Videla habría mantenido dos diálogos con la prensa. Uno telefónico, en la noche del lunes, con la producción de América TV, en el que desmintió haber tenido un hijo internado en la Colonia Montes de Oca, aunque admitió que uno de sus siete hijos había fallecido a los 19 años. El otro habría sido ayer por la mañana, a través del portero eléctrico de su vivienda. De acuerdo con el relato del diario Crónica, que reproduce un cable de Noticias Argentinas, habría dicho "enfáticamente": "Yo he tenido siete hijos, pero mis hijos no son míos. Son de Dios. Dios me los dio y se los puede llevar cuando tenga ganas. Me llevó uno. Me mandó un enfermo, me lo regaló 19 años. Y nos mandó un ángel a nuestro hogar. Lo que quiere ese diario (aludiendo a Página/12) es deshacer la familia. Pero no nos van a deshacer". Luego, "cuando una periodista de un canal de cable le preguntó si había tenido, entonces, un hijo oligofrénico, la mujer respondió: "No, por Dios, no fue oligofrénico; murió a los 19 años, hoy tendría 46". Para concluir: "Lo cuidé yo con mi marido. No nos van a deshacer. No, adiós". El vespertino agrega que "otra hija de Videla" a la que le preguntaron si la familia había ocultado a un menor enfermo, lo desmintió con un "nunca, jamás". Por su parte, el doctor Alberto Desouches, actual interventor de la Colonia Montes de Oca, confirmó, en diálogo con este cronista, la información adelantada por Página/12. Según consta en los registros oficiales del establecimiento psiquiátrico, Alejandro Eugenio Videla, hijo de Jorge Rafael Videla y Alicia Raquel Hartridge de Videla, nacido el 7 de octubre de 1951, fue ingresado por su padres a la Colonia Doctor M. A. Montes de Oca el 28 de marzo de 1964. En la internación, como es de rigor, tomó parte el juzgado civil número 2 de la ciudad de Mercedes, que designó "curador" (o sea salvaguarda legal) del interno a su padre Jorge Rafael Videla. Aunque el doctor Desouches no quiso proporcionar la historia clínica del interno, que apenas contaba 12 años cuando fue internado, este diario pudo establecer que el diagnóstico era de oligofrenia profunda combinada con epilepsia, lo que suele ser común en esta clase de patología. Alejandro Videla falleció en la llamada "Casa de los Locos" el primero de junio de 1971 a causa de un edema agudo de pulmón provocado por insuficiencia cardíaca. Tenía 19 años. En aquel momento su padre, que era coronel, revistaba como jefe de operaciones del cuerpo III de Ejército, con sede en Córdoba. Seis meses más tarde sería ascendido a general de brigada y nombrado director del Colegio Militar. La Argentina padecía la penúltima dictadura castrense de este siglo, autodenominada Revolución Argentina. Al frente de la presidencia de facto estaba el oficial de inteligencia Roberto Marcelo Levingston y la Colonia tenía como interventor al coronel médico René Bergara (ya fallecido), cuya gestión es recordada elogiosamente por algunos veteranos del establecimiento que hoy viven, jubilados, en las localidades cercanas. El actual interventor Alberto Desouches, ya consultado por este cronista la semana pasada, volvió a tener una actitud abierta ante el requerimiento periodístico, con la única salvedad de los detalles clínicos. El interventor, embarcado en un plan de "desmanicomialización" de la Colonia, negó haber dicho que ésta fuera un "depósito de cadáveres" en los años '70. Pero admitió que el establecimiento era entonces, como otros "manicomios", un "depósito" de seres vivientes, según el criterio "asilar" (de asilo) y "asistencialista" que primaba en aquellos años, cuando los Videla internaron en la Colonia a su hijo Alejandro. Preocupado por ser y aparecer como rigurosamente objetivo, el interventor subrayó que "las visitas familiares de los Videla se efectuaban con regularidad" y que el ex dictador "fue socio y miembro directivo de la cooperadora" de la Colonia. Datos que, según el doctor Desouches, figuran en las actas. Su testimonio corrobora todos los aspectos esenciales de las notas publicadas hasta hoy por Página/12, que vinieron a quebrar un secreto mantenido a cal y canto durante tres décadas: los Videla tuvieron un hijo con un severo problema de discapacidad mental, que mantuvieron oculto y "depositaron" en la Colonia Montes de Oca, donde se murió. Un triste loquero, que en los setenta ya era un depósito de seres humanos y en los ochenta y noventa sería objeto de varias investigaciones administrativas y judiciales por las gravísimas irregularidades que se perpetraron en contra de los enfermos. Quedan escasos detalles por resolver en la investigación que no tienen, aparentemente, mayor importancia. La exhumación y publicación de esta historia no obedece al propósito señalado por la esposa del dictador. Ni este cronista ni este diario se dedican a "deshacer familias", especialidad que sí llevó al paroxismo generalizado el esposo de la señora Alicia Raquel Hartridge, ni hubo ningún afán por meterse gratuitamente en la intimidad de la familia Videla, porque tampoco es la especialidad de Página/12 y porque la justicia, que debe alcanzar al ladrón de niños con todo el rigor que marca nuestro ordenamiento jurídico constitucional, no tiene por qué extenderse, de manera arbitraria y revanchista, a sus familiares. Porque eso equivaldría a copiar la ideología del Proceso. Si esta terrible historia familiar no hubiera estado cruzada con la tragedia del suboficial del Ejército Santiago Sabino Cañas, al que el esposo de la señora dejó sin mujer y tres hijos, la historia de Alejandro Videla hubiera tenido mucho menor impacto sobre la sociedad. El único objetivo de este trabajo ha sido el que cuadra a un periodismo independiente: develar los ocultamientos y mentiras del poder. CLAVES * La esposa de Videla negó que su hijo haya estado en la Colonia Montes de Oca, pero el interventor actual ratificó que estuvo internado allí hasta la muerte. * El ex capitán D' Andrea Mohr presentó ante el juez Bagnasco órdenes escritas y firmadas por Videla y Viola dando directivas para el plan de exterminio y obligando, entre otras cosas, a denunciar docentes subversivos. * El juez Marquevich dictará entre mañana y el viernes la prisión preventiva para el ex dictador, mientras sigue el debate sobre la existencia de cosa juzgada. * Massera fijó domicilio ante el juez Urso con la finalidad de evitar ser sorprendido o detenido como consecuencia de citaciones. * La Ley de la Verdad propuesta por el PJ a fines de abril está cajoneada por presiones militares y dudas del oficialismo. Nota (de Miguel Bonasso): Este artículo se puede reproducir, sin ningún tipo de modificación o mutilación, siempre que se cite completa la fuente original: http://bonasso-elmal.blogspot.com.ar/2013/05/videla-desaparecio-su-propio-hijo_18.html