domingo, 14 de abril de 2013
TODOS SOMOS CHAVEZ POR VICENTE BATTISTA, OPINION
Todos somos Chávez
Por Vicente Battista. Escritor
contacto@miradasalsur.com
Llegué a Caracas el domingo 17 de marzo. La Feria del Libro de Venezuela (Filven), la presentación de mi novela Gutiérrez a secas, publicada por la editorial Monte Ávila, y la coordinación de un taller de literatura policial eran las razones aparentes de ese viaje. Sin embargo, por encima del seminario policial y la presentación de la novela, destacaba una razón determinante y definitiva: trece días antes, los venezolanos en particular y Latinoamérica en general, habían perdido al comandante Hugo Chávez. Ahora, sin dejar de llorar a su líder, el país se preparaba para concurrir a nuevas elecciones presidenciales, precisamente las que se están celebrando en este momento, domingo 14 de abril.
Tal vez, para entender lo que sucede hoy, valga la pena retroceder catorce años y detenerse en aquel 5 de diciembre de 1998, cuando las elecciones presidenciales en Venezuela, ganadas por Hugo Chávez con el 56,20% de los votos. El 2 de febrero de 1999 asumió el mando, juró, según sus propias palabras, “sobre una moribunda Constitución” y diez meses más tarde, con el apoyo de casi el 80% de los venezolanos, puso en vigencia una nueva Constitución. La República Bolivariana de Venezuela, aquella utopía que lo venía desvelando desde hacía tanto tiempo, comenzaba a ser posible: el socialismo del siglo XXI, articulado respetando las pautas de la democracia tradicional, se ponía en marcha.
Otro hito digno de tenerse en cuenta se registró durante los primeros días de noviembre de 2005, pero no en Caracas sino en Mar del Plata, durante la II Cumbre de las Américas. El presidente norteamericano George Bush había llegado exultante, convencido de que el proyecto de Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), perpetrado un año antes en Miami, se pondría definitivamente en movimiento. No fue así: mediante un inteligente enroque político, Chávez, Lula da Silva y Kirchner frustraron la propuesta neoliberal de libre comercio, que beneficiaba exclusivamente a los Estados Unidos de América, y en su lugar pusieron en marcha la Alianza Bolivariana para América (ALBA) que, casualmente, también se había gestado un año antes, pero no en Miami sino en La Habana, mediante un acuerdo entre el presidente Hugo Chávez y el entonces presidente Fidel Castro.
En la cumbre de Mar del Plata, el ALCA, según palabras de Hugo Chávez, “se fue al carajo”. A nadie inquietó que el otrora exultante George Bush se retirara derrotado. “Estoy un poco sorprendido. Acá pasó algo que no tenía previsto”, le dijo a su anfitrión Néstor Kirchner. Efectivamente, Bush no había previsto que en esos días de noviembre del año 2005, algunos mandatarios latinoamericanos hicieran suyas aquellas palabras que un siglo antes pronunciara José Martí: “Tendría que declararse por segunda vez la independencia de la América latina, esta vez para salvarla de los Estados Unidos”. Junto a la pionera Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Uruguay y Argentina comenzaban a declarar esa segunda independencia, para espanto de las despavoridas derechas de cada uno de esos países.
Hasta que llegué a Caracas, sabía de la República Bolivariana de Venezuela por lo que me habían contado y por lo que había leído en diferentes diarios, la mayoría de ellos opositores a Chávez. Salí del aeropuerto Simón Bolívar a la una y media del mediodía y, con la natural desconfianza de todo buen porteño, observé mi entorno con ojos críticos. Confieso que antes de las diez de la noche de ese mismo domingo había borrado el último vestigio de desconfianza: bastaron unas pocas horas para entender que estaba ante un proceso revolucionario inédito, un modelo cercano al de la Revolución Cubana que, sin embargo, había llegado por otra vía. Pensé en el Chile de Allende y pensé que las malas hierbas como Pinochet nacen en cualquier chiquero. Recordé que once años antes Hugo Chávez tuvo que soportar un golpe de Estado y recordé que esa escaramuza, celebrada por la derecha internacional, se prolongó por apenas dos días: los Pinochets de turno regresaron al chiquero y la revolución bolivariana se consolidó definitivamente. Los beneficios de esa revolución están frente a los ojos de quien quiera verlos. Yo los vi. Vi los teleféricos que hoy transportan a los miles de venezolanos que viven en las montañas, antes de Chávez debían someterse a horas de caminatas por senderos de tierra y piedras. Vi las 380.000 viviendas sociales, construidas en sólo dos años, para darles albergue a los sin-casa de Caracas. Vi la medicina libre y gratuita para toda la población y vi de qué modo operan las Misiones, llevando ayuda efectiva para quien la necesite. Anduve por la Feria del Libro y me asombré por el precio de los libros publicados por las editoriales estatales: se venden a un promedio de dos pesos argentinos por volumen. Una de las primeras medidas de todo gobierno revolucionario es alfabetizar a su pueblo. Lo hizo Fidel Castro a pocos días de tomar el poder en Cuba, lo hizo Hugo Chávez un año después del golpe de Estado de la derecha y a meses de que intentaran derrocarlo nuevamente con la paralización de la empresa petrolera, entre diciembre de 2002 y enero de 2003, paralización que le hizo perder al país alrededor de veinte mil millones de dólares.
En este momento, los venezolanos se enfrentan a una elección definitiva: continuar con la revolución bolivariana o regresar a la excluyente política neoliberal. En este rincón: Nicolás Maduro, el hombre elegido por el propio Chávez para continuar con el proceso revolucionario. En este otro rincón: Henrique Capriles, el barbilindo gobernador del Estado de Miranda, derrotado en las recientes elecciones presidenciales. Una pelea de fondo, que habrá que ganar por nocaut. Las encuestas dan una diferencia de algo más de 10 puntos a favor de Maduro. En base a esos cálculos, Capriles obtendría el 44% de los votos; es decir, habría un 44 % de votantes que optaría por la derecha. ¿Hay una derecha tan numerosa en Venezuela? No, de ningún modo. Capriles, además de los genuinos votos de la derecha, cuenta con los votos de una gran masa de despistados, reverentes lectores de una prensa opositora, que suma el 90% de los diarios de Venezuela. Capriles también cuenta, aunque parezca una paradoja, con el voto de ciertos grupos intelectuales autoproclamados de izquierda que invariablemente sufren un molesto escozor cada vez que oyen palabras como “popular” o “populista”. Cualquier similitud con lo que sucede en nuestro país no es mera coincidencia.
Hace apenas dos semanas, cierta consigna que circulaba por las calles de Caracas despejó para mí cualquier duda de quién iba a ser el vencedor. “Yo soy Chávez”, decía la consigna y se repetía en remeras de diferentes colores, en carteras de distintos tamaños, en pañuelos y bufandas y en cualquier otro sitio que pudiera estamparse. Esta simple frase de apenas tres palabras me llevó a una vieja película de Stanley Kubrick, basada en una novela de Howard Fast, con guión de Dalton Trumbo. Hablo de Espartaco, de una de sus últimas escenas, cuando el general romano se dirige a los esclavos derrotados y en un tono que va del dominio a la burla, pregunta: “¿Quién es Espartaco?”. Cada uno de los esclavos se pone de pie y con acento categórico afirma: “Yo soy Espartaco”. Un gesto parecido encontré en El Eternauta, de Héctor Oesterheld. No es casual que Howard Fast y Dalton Trumbo hayan sido encarcelados durante el macartismo en los Estados Unidos, como tampoco es casual que Oesterheld fuera secuestrado por los verdugos de la última dictadura cívico-militar e integre la ominosa lista de treinta mil desaparecidos. Ellos –Fast, Trumbo, Oesterheld–, cada cual a su modo, crearon y le dieron sentido al héroe colectivo. Ese mismo héroe lo encontré en cada uno de los venezolanos que anunciaban con orgullo: “Yo soy Chávez”. Se disponen a continuar con la obra del Comandante.
Celebremos, entonces, el triunfo de Nicolás Maduro.
14/04/13 Miradas al Sur
GB
UNA REFORMA EN PROCESO POR MARIO WAINFELD MOPINION
Literatura
Psicología
Pensamiento
Tango
Pasión de Multitudes
Mezcladito
Una reforma en proceso
Un debate profundo, la primera virtud de la reforma. La postura opositora, entre el silencio y el statu quo. Se vota en el Consejo, una polémica con historia. Los avances indiscutidos y las molestias de la Corte. Lo que falta en los proyectos oficiales: el servicio a los ciudadanos y el juicio por jurados. Reflexiones sobre avisperos y tableros pateados.
Por Mario Wainfeld
“Cuando se sabe qué va a pasar es que no va a pasar nada.” Fútbol, dinámica de lo impensado.
Dante Panzeri
La polémica pública sobre el Poder Judicial, que incluye un principio de cisma entre sus cuadros, es la derivación más virtuosa del planteo de “Democratizar la justicia” lanzado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en diciembre de 2012. Hablar de “Justicia” es un impropio lugar común, compartido por tirios y troyanos: de un poder del Estado se trata, no de algo que casi nunca se logra en los Tribunales.
La respuesta sectorial sacudió el silencio corporativo. Sacó a jueces, fiscales y funcionarios judiciales del cono de silencio, catalizó un fascinante estado de asamblea. El primer saldo memorable ya se insinúa. Una revuelta cultural, un desafío inmenso y promisorio. Cuestionar a los popes del derecho y la magistratura, poner en entredicho su arrogancia, su jerga críptica, su caja de herramientas aristocráticas, sus privilegios antirrepublicanos, la elusión impositiva, la distancia con la gente del común. El oficialismo abrió una caja de Pandora en un cementerio privado, he ahí su mayor mérito. Muchos integrantes del Poder Judicial, abogados y estudiosos (para nada autómatas, esbirros o seguidores sin pensamiento propio) intervienen en el juego que, a fuer de democrático y pluralista, no tiene un final definido de antemano.
Desde la vereda de enfrente se propone el quietismo, la resignación absoluta al penoso statu quo. Se acusa al kirchnerismo de buscar ventaja política, que es proceder habitual de cualquier partido democrático. Sus adversarios, contradictoriamente, hacen centro en un argumento de oportunidad: recusan cualquier cambio (aun aquellos que consideran pasables o necesarios) alegando que el kirchnerismo sacaría rédito de ellos. Se resignan o se entusiasman con un programa conservador (o paralizante) al extremo por temor a que el kirchnerismo tenga más muñeca o poder que ellos. Las reformas virtuosas, según este discurso, deberán esperar hasta que el contingente oficialismo sea vencido en las urnas. El daño se considera menor a un virtual aprovechamiento del kirchnerismo. Son puntos de vista, acaso encubridores de un conservadurismo que no se franquea.
En paralelo, los medios dominantes y la oposición auguran una catástrofe electoral inminente del Frente para la Victoria (FpV). Y, al mismo tiempo, vaticinan que se quedará con una mayoría avasallante en el Consejo de la Magistratura merced a esos votos. No es un relato muy coherente que digamos, lo que tal vez explica que se enuncie a voz en cuello, para disimular.
Vamos a por otra incongruencia. Los senadores opositores se quejan porque no se abre el debate de los proyectos enviados por el Ejecutivo al Congreso. Y ratifican su profecía, hurtando el cuerpo. Ya lo hicieron con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LdSCA), siguiendo directivas expresas del Grupo Clarín. Fue un papelón, improductivo por demás. Los diputados de la oposición, atinadamente, ya discuten si no es más sistémico y racional discutir en comisiones y recinto. Ojalá prime el tino y sumen sus razones a la controversia, que siempre esclarece, aunque no consigan frenar las leyes.
El oficialismo suma su ración a la estridencia de la polémica con apologías exorbitantes sobre un conjunto de leyes de dispar valuación que son insuficientes.
Los integrantes de “Justicia legítima” se siguen autoconvocando y reuniendo. Sus próximos pasos, si son coherentes, serán “ir por más”. Validar lo que suman los proyectos que ya tienen estado parlamentario y remarcar que, para ese cambio cultural y político, sigue faltando lo esencial.
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Un Consejo indefendible: Para analizar las modificaciones al Consejo de la Magistratura es forzoso recorrer su breve y frustrante historia. La Constitución de 1994 lo creó, resultó un Frankenstein, errático y torpe: jamás funcionó bien. Desactivar esa quinta rueda del carro, un injerto de la experiencia europea, exigiría una reforma constitucional. Esa perspectiva es entre difícil e imposible en la actual correlación de fuerzas y (tal parece) en la que dejarán las elecciones de octubre. Así las cosas, hablando del tablero real para variar, sólo quedan como recurso disponible las reformas legislativas. Se trata, convengamos, de ensayo y error. El anterior intento kirchnerista no produjo un Consejo dinámico y eficaz. Entre otras variables, apunta con agudeza el joven jurista Lucas Arrimada, “implicó que la Corte concentrara (o retuviese) más poder del que constitucionalmente le corresponde administrar, debilitando –aún más– al Consejo de la Magistratura”. Dicho en idioma llano, tan exótico al universo de las togas: antaño se puso en manos del Tribunal (o por ser más precisos de su presidente Ricardo Lorenzetti) una caja interesante. Un presidente re reelecto, con caja, es siempre un actor poderoso. El proyecto que entró al Congreso quiere revitalizar al Consejo en ese aspecto. Corre un eje de poder público, lo que escuece a los cortesanos aunque nadie lo sincere. Hablar de plata y de su relación dialéctica con el poder es feo y poco refinado, sobre todo para quienes dominan el escenario.
El oficialismo quiere politizar el Consejo, al cronista esa iniciativa le parece válida y hasta lógica. Designar y remover a los jueces fue siempre una función política en la tradición argentina y en muchas otras. El recurso al voto popular es novedoso y por lo tanto es un enigma cómo resultará. “Lo que hay”, el término concreto de comparación, es decepcionante.
En la experiencia comparada hay ejemplos con ciertas similitudes. Por ejemplo en España, el órgano similar se llama “Consejo Superior del Poder Judicial”. Sus integrantes son todos abogados. Su mecanismo de integración es acaso demasiado intrincado para esta reseña pero se puede subrayar que salvo el presidente (que es el titular de la Corte Suprema) son elegidos por las dos cámaras del Parlamento, por un método indirecto. Hay propuestas de corporaciones en algunos casos pero lo que dirime es la votación de los parlamentarios, con mayorías muy exigentes (tres quintos del total). El Consejo, chimentan por ahí, funciona a disgusto de casi todo el mundo.
La votación popular, en principio, enaltece. Al cronista no le da asquito y le parece más representativo en tendencia que una camarilla de pocos miles de letrados, por lo que pide disculpas. La intervención ciudadana no es garantía de eficiencia, pero compite con la nada misma. Las alertas sobre una ofensiva feroz e inminente deberían ser teñidas con un baño de realismo. La reforma, seguramente, deberá pasar la prueba ácida de demandas de inconstitucionalidad, como la padece la LdSCA. En el Foro no se niega a nadie un vaso de agua, un faso, una cautelar o una sentencia berreta de inconstitucionalidad. El itinerario, cabe inferir, será largo. En el mejor de los casos para el oficialismo, comenzará recién en 2014, al borde del final del mandato de la presidencia.
Sumar académicos no letrados es un añadido original. Se trata de personas versadas y no del craso populacho, no se capta por qué tanto encono, si el furor no es mero reflejo corporativo. Si se lee en proyección y con un mínimo olfato político y cultural: no será tan sencillo que esos consejeros actúen como soldados al servicio del oficialismo “de turno”. Pensar que psicólogos o científicos afamados tengan la disciplina partidaria de un Carlos Kunkel o un Gerardo Morales es muy aventurado, insinúa este cronista.
Para redondear, retocar al Consejo es imperioso. La Constitución acota el marco de reformas posibles. Apostar al cambio es la única vía posible. El tiempo discernirá si el forzado y estrecho camino elegido fue funcional. Tal vez el saldo sea imperfecto, pero es bien posible que no sea el Apocalipsis o la dictadura revivida. No lo fueron la eutanasia de las AFJP, los canjes de la deuda pública, la reestatización de YPF, la “malvinización de las relaciones internacionales”. Habrán sido buenas, regulares o malas, cada quien dirá. Pero ninguna fue el fin del mundo.
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A vuelo de pájaro: Las propuestas del Ejecutivo no pueden ser desmenuzadas en una sola columna. Por eso, se repasan las demás a vuelo de pájaro, para reingresar en ellas en otras notas.
Las referidas a la democratización para el ingreso a la carrera judicial son un logro. Habrá que ver cómo se implementan para redondear el juicio favorable. También lo son las reglas referidas a mejorar la información y a transparentar la evolución patrimonial de los servidores públicos. A los magistrados no les agradan ni medio tamaños pasos adelante: los visibilizan y les recortan poderes internos. Pero no tienen cómo alegarlo y entonces callan o se suman, monosilabeando, a los merecidos plácemes.
Hasta acá llegan, a su ver, las normas que innovan tomando riesgos, regulando situaciones, instituciones o prácticas que son regresivas en sesgo. O sea, el costado virtuoso de las reformas.
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El efecto rebote: La restricción a las medidas cautelares es un reflejo defensivo frente a abusos conocidos y chocantes. “Todos” los reconocen, la discrepancia se centra en los plazos y restricciones fijadas. Se excluyen las medidas para demandas que conciernan a la vida, la libertad, la salud, derechos alimentarios o ambientales. Con esas excepciones, el cronista no atisba una inconstitucionalidad gruesa y general. Los jueces pueden mantener cautelares durante un año: no es un lapso irrisorio. Pero es bien factible imaginar juicios particulares (no de corporaciones poderosas) en los que las nuevas restricciones importen una denegación de justicia. Es un proyecto de virtud dudosa, por ser piadoso.
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El flanco ausente: El flanco más débil o, mejor, ausente son medidas referidas al acceso a los tribunales de los ciudadanos de a pie. Los pleitos contra el Estado tienen gran importancia política, pero el gran escenario de la Justicia son los juicios de ciudadanos comunes. Un consenso bastante extendido muestra que los juicios son disfuncionales y caros. Que los trámites escritos y largueros priman sobre la oralidad, que debería ser la regla. Que faltan tribunales de cercanías para asuntos de baja monta. Que hay abusos de prisión preventiva (66 por ciento de los presos en la provincia de Buenos Aires son procesados sin condena). Que el juicio por jurados (sin ser una solución mágica) sería una forma genuina de acceso de los ciudadanos al Poder Judicial, empoderados como protagonistas. Que, hoy y aquí, hay demasiados juzgados vacantes u ocupados por jueces subrogantes, lo que ralenta al paroxismo los trámites. El Ejecutivo, que está en mora con los nombramientos, es principal responsable de la falencia.
Este punteo parafrasea, con criterio propio, una de las mejores notas publicadas en estos días. La publicó el jurista Alberto Binder en el portal mdza on line. Se titula “Promesas grandes, plan pequeño”. El cronista no comparte plenamente el escepticismo del enfoque ni lo discutirá. Pero destaca la calidad del análisis. Sugiere su lectura íntegra. Citemos un párrafo, distante del ditirambo o de la desolación republicana: “El plan que ha presentado el Poder Ejecutivo nacional es una versión pobre, escuálida y timorata de ese proyecto. La reacción de la oposición es previsible, funcional al empobrecimiento del debate y sin muchas ideas. La sociedad se queda, en consecuencia, sin chicha ni limonada”.
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Gente que busca gente: El cronista, que fue abogado y aprendió mucho de derecho penal siendo periodista, asume que estos temas son áridos y difíciles para divulgar. Los especialistas repudian las simplificaciones, los lectores promedio abominan contra la jerga y el internismo de los “letrados”. En pos de trazar un puente acude a ejemplitos sencillitos, apenas imaginarios.
La causa Clarín es importante, por ahí esencial, pero no es lo único que ocurre en el Foro. Es un juicio de una corporación contra el Estado, todos los que actúan son profesionales.
La sal de los tribunales vive en otros pleitos, protagonizados por gentes sencillas. Como, digamos, “Kramer contra Kramer”. Una pareja que se divorcia, afronta problemas con los hijos y el patrimonio. Necesita jueces atentos y humanos, decisiones veloces plenas de sensibilidad. Tal vez asesoramiento de especialistas. Presteza y calidad. No abundan.
O, ya que estamos, “Argañaraz contra McDonald’s”. Un laburante echado de una multi que crea un régimen especial, a menudo ilegal, bien amañado en lo formal. La asimetría de las partes se agrava si el juicio se alarga: facilita que la patronal (y a menudo el Tribunal) chantajeen al acusado ofreciéndole la opción del mal arreglo contra un juicio eterno. Los tribunales nacionales del Trabajo están a un tris de colapsar por falta de nombramientos. Adivinen quién gana en ese contexto.
O, imaginemos, “López contra ART avara”. El trabajador se enferma o accidenta, la ART le liquida una incapacidad menor a la real. López está apretado: o acepta la capciosa oferta o tendrá por delante un largo proceso, de resultado incierto. De acuerdo con una ley reciente, deberá competir de visitante ante los tribunales civiles, un referí sospechado de bombero. El Gobierno denuncia con razón que hay fueros que favorecen indebidamente a una de las partes y defiende al Estado de esas contingencias. Pero en paralelo, desguarnece a un trabajador sometiéndolo a un fuero individualista y pro patronal en consecuencia.
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“Justicia” para pobres: Las contiendas entre particulares son un mundo, un hito en la vida de cualquier persona. Quienes han transitado sus pasillos oyeron “n” veces “jamás entré a Tribunales”, dicho por personas forzadas a hacerlo. Seguramente lamentarán el debut: serán desdeñados, maltratados, desoídos, invisibilizados y se retirarán insatisfechos. Las propuestas del Ejecutivo nada abordan ese universo, que es la sal y la pimienta del servicio judicial: los ciudadanos, que votan y que requieren satisfacción de sus derechos.
En las causas penales, supone el cronista no especializado, los acusados o las víctimas litigan a menudo contra el Estado, contra la máquina que combina jueces, policías, fiscales y una prensa salvaje. Cargos amañados, pruebas dibujadas, aislamiento del acusado. En ese territorio, los pobres pierden. Su libertad es un bien poco valioso. Su tiempo, un factor ignoto.
No ha de ser casualidad que la mayoría de los participantes en “Justicia legítima” estén ligados al derecho penal.
Que el pueblo sea el sujeto central en la democratización de la Justicia no depende sola ni esencialmente de los megajuicios contra el Estado ni de las medidas cautelares, ni de avances en la formación de los elencos, que llevarán años.
Sí de la batalla cultural que comienza, de la erección de nuevos juzgados, de códigos procesales que propendan a la celeridad y la inmediación (jueces que vean a las partes y no se escuden en la actividad de los empleados).
Las nuevas Cámaras de Casación merecen un abordaje complejo. Pero hay un hecho indiscutible: prolongarán la duración de las causas. Todo lo contrario de lo que requiere un sistema plagado de papel y de recursos que eternizan los trámites.
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Juego abierto: La frase de Panzeri, en rigor una cita del filósofo español Julián Marías, alude a una característica del kirchnerismo: la propensión a patear avisperos, a remover aguas estancadas, a arriesgar en los cambios. El futuro, en una sociedad poliárquica y movilizada como la argentina, jamás se conoce. La cuestión es mover el tablero e intentar conducir desde la primacía política.
Cuando el entonces presidente Néstor Kirchner cambió la Corte menemista por la actual, prefirió los eventuales costos de la innovación a la certeza. Pudo haber designado jueces con formación y con “cultura política” más afín con el Gobierno. Digamos, como León Arslanian o, para otro “palo” Ricardo Gil Lavedra. O como lo fue Juan Carlos Maqueda, para el ex presidente Eduardo Duhalde. Son figuras valorables, más predecibles que las actuales. Kirchner, es casi seguro, esperaba de los nuevos cortesanos más afinidad pero optó por arriesgar con la novedad. Líder nada ingenuo, ansiaba otro desarrollo pero no podía ignorar a lo que se exponía.
Como con la ley de medios, el matrimonio igualitario, la muerte digna, el Gobierno se hizo vanguardia de demandas existentes, promovió el debate.
Las consecuencias posteriores no están pautadas ni dependen solo de la voluntad oficial.
Las propuestas que hemos sobrevolado defraudarían si fueran el final del camino. Es más lógico tomarlas como parte de un proceso que suma protagonistas, demandas, contradicciones. La sociedad civil y los sectores del Poder Judicial que han salido a escena ayudarán a definir lo que vendrá. Pueden, deben y desean hacerlo. El cambio recién empieza.
mwainfeld@pagina12.com.ar
14/04/13 Página|12
GB
jueves, 11 de abril de 2013
ASI SOBORNA MACRI
Por Roberto Caballero y Equipo de Investigación
Hay, como mínimo, tres cosas que son graves en esta historia.
Una, que un candidato en campaña intente sobornar... a periodistas para que hablen bien de él.
Dos, que lo haga con el dinero de todos, ni siquiera con el suyo, demostrando la existencia de cajas negras que financian ilegalmente la actividad proselitista. Tres, que traicione a muchos de los votantes que, tras las crisis del 2001, creyeron ver en Mauricio Macri y el Pro una alternativa a la política tradicional y sus manejos turbios.
Durante dos meses, Veintitrés investigó en profundidad a dos personas clave del dispositivo político-financiero del macrismo en campaña: Horacio Rodríguez Larreta, su candidato a jefe de gobierno en Capital Federal, y Gladys González, protegida de Jorge Macri (primo de Mauricio y armador bonaerense del Pro) y directora del Banco Ciudad.
Todo comenzó la tarde del martes 19 de septiembre, con un llamado a la redacción de Tomás Frigerio, integrante del equipo de prensa de Rodríguez Larreta. Proponía un encuentro entre “el editor de Política” de la revista y el operador Claudio Romero para ofrecer “pauta publicitaria” a cambio de una entrevista donde se resaltaran las virtudes del candidato. Jorge Cicuttin, secretario de Cierre de Veintitrés, escuchó muchas cosas en sus 30 años de profesión, pero su memoria no registraba una brutalidad tan expedita. Ante la dirección periodística de la revista, el asombro fue general: “¿Un reportaje favorable y ofrecen avisos? ¿Y encima del Estado? ¿Justo a esta revista? ¿Estos tipos enloquecieron?”.
Había dos caminos. Hacer una denuncia pública sin demasiadas pruebas o motorizar una investigación periodística.
La decisión editorial fue seguir adelante con un trabajo silencioso, registrado y monitoreado por escribanos durante ocho semanas y del que participaron cinco periodistas de esta redacción.
Rodríguez Larreta fue entrevistado por esta revista en la sede de Compromiso para el Cambio (CPC), de Alsina 1325. Dos días después, el operador macrista estaba buscando un contacto del “área comercial” de Veintitrés para pasárselo a “la directora” del Banco Ciudad controlada por su partido. Sólo había que fijarse en la web del banco para conocer el apellido. Allí figuran Rubén Lo Vuolo (por el ARI), Néstor Grindetti (por el Pro), Osvaldo Cortessi (telermanista), Marcelo Alvarez (Frente para la Victoria), Gloria Fogel (propuesta por el renunciante Guillermo Nielsen) y, finalmente, Gladys González.
La directora de Romero. Es decir, de Rodríguez Larreta. Es decir, de Mauricio Macri.
Rubia, bonita, de 33 años, está casada con Aldo Bruno Vricella Ricci, tiene dos hijos y nació en Bolívar como Marcelo Tinelli. Licenciada en Ciencias Políticas (UBA), es coordinadora de la Comisión de Asuntos Agropecuarios de la Fundación Creer y Crecer y socia de Jorge Macri en el armado político de Compromiso para el Cambio en Buenos Aires. Los que la conocen precisan que fue secretaria de Macri y estuvo vinculada a Carlos Tramutola, asesor político del dirigente de Boca.
Ella misma atendió el teléfono, en su despacho del Banco Ciudad. González: –¿Hablaste con Héctor (Proverbio)?
Veintitrés: –Sí. Él llamó.
González: –¿Y qué te dijo?
Veintitrés: –Que estaban planificando y bueno, quería saber cómo estaba el tema.
González: –Nosotros en la planificación lo tenemos. Y estabas incluido porque yo había pedido especialmente.
Veintitrés: –Te hago otra consulta. ¿Sabés si a Horacio Rodríguez Larreta le gustó la nota que le hicieron?
González: –Ay, vos sabés que no sé, porque todas estas cosas puntuales las trabaja Claudio Romero con él. Entiendo que le debe haber gustado. Pero Claudio es la persona que le hace prensa y él te puede contestar. Yo como directora del banco tengo posibilidades de pedir estar en algunos medios porque lo trabajamos así, en equipo. Lo único que hago es decir: che, pongamos acá, pongamos allá...
Veintitrés: –¿Vos tenés algún mail tuyo?
González: –Sí, ggonzalezcpc@...
Veintitrés: –Ah... tu personal es ggonzalez... ¿Y CPC?
González: –CPC, de Compromiso para el Cambio.
Así trabaja la derecha “renovadora”.
Del discurso moral al doble discurso.
Sin escalas.
EL JOROBADITO ROBERTO ARLT
ZONA LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
El jorobadito
Por Roberto Arlt (1900-1942)
Los diversos y exagerados rumores desparramados con motivo de la conducta que observé en compañía de Rigoletto, el jorobadito, en la casa de la señora X, apartaron en su tiempo a mucha gente de mi lado.
Sin embargo, mis singularidades no me acarrearon mayores desventuras, de no perfeccionarlas estrangulando a Rigoletto.
Retorcerle el pescuezo al jorobadito ha sido de mi parte un acto más ruinoso e imprudente para mis intereses, que atentar contra la existencia de un benefactor de la humanidad.
Se ha echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y ésta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si Rigoletto no estaba llamado a ser un capitán de hombres, un genio, o un filántropo. De otra forma no se explican las crueldades de la ley para vengar los fueros de un insigne piojoso, al cual, para pagarle de su insolencia, resultaran insuficientes todos los puntapiés que pudieran suministrarle en el trasero, una brigada de personas bien nacidas.
No se me oculta que sucesos peores ocurren sobre el planeta, pero ésta no es una razón para que yo deje de mirar con angustia las leprosas paredes del calabozo donde estoy alojado a espera de un destino peor.
Pero estaba escrito que de un deforme debían provenirme tantas dificultades.
Recuerdo (y esto a vía de información para los aficionados a la teosofía y la metafísica) que desde mi tierna infancia me llamaron la atención los contrahechos. Los odiaba al tiempo que me atraían, como detesto y me llama la profundidad abierta bajo la balconada de un noveno piso, a cuyo barandal me he aproximado más de una vez con el corazón temblando de cautela y delicioso pavor. Y así como frente al vacío no puedo sustraerme al terror de imaginarme cayendo en el aire con el estómago contraído en la asfixia del desmoronamiento, en presencia de un deforme no puedo escapar al nauseoso pensamiento de imaginarme corcoveado, grotesco, espantoso, abandonado de todos, hospedado en una perrera, perseguido por traíllas de chicos feroces que me clavarían agujas en la giba...
Es terrible..., sin contar que todos los contrahechos son seres perversos, endemoniados, protervos..., de manera que al estrangularlo a Rigoletto me creo con derecho a afirmar que le hice un inmenso favor a la sociedad, pues he librado a todos los corazones sensibles como el mío de un espectáculo pavoroso y repugnante. Sin añadir que el jorobadito era un hombre cruel. Tan cruel que yo me veía obligado a decirle todos los días:
–Mirá, Rigoletto, no seas perverso. Prefiero cualquier cosa a verte pegándole con un látigo a una inocente cerda. ¿Qué te ha hecho la marrana? Nada. ¿No es cierto que no te ha hecho nada?...
–¿Qué se le importa?
–No te ha hecho nada, y vos contumaz, obstinado, cruel, desfogas tus furores en la pobre bestia...
–Como me embrome mucho la voy a rociar de petróleo a la chancha y luego le prendo fuego.
Después de pronunciar estas palabras, el jorobadito descargaba latigazos en el crinudo lomo de la bestia, rechinando los dientes como un demonio de teatro. Y yo le decía:
–Te voy a retorcer el pescuezo, Rigoletto. Escuchá mis paternales advertencias, Rigoletto. Te conviene...
Predicar en el desierto hubiera sido más eficaz. Se regocijaba en contravenir mis órdenes y en poner en todo momento en evidencia su temperamento sardónico y feroz. Inútil era que prometiera zurrarle la badana o hacerle salir la joroba por el pecho de un mal golpe. El continuaba observando una conducta impura.
Volviendo a mi actual situación diré que si hay algo que me reprocho, es haber recaído en la ingenuidad de conversar semejantes minucias a los periodistas.
Creía que las interpretarían, más heme aquí ahora abocado a mi reputación menoscabada, pues esa gentuza lo que menos ha escrito es que soy un demente, afirmando con toda seriedad que bajo la trabazón de mis actos se descubren las características de un cínico perverso.
Ciertamente, que mi actitud en la casa de la señora X, en compañía del jorobadito, no ha sido la de un miembro inscripto en el almanaque de Gotha. No. Al menos no podría afirmarlo bajo mi palabra de honor.
Pero de este extremo al otro, en el que me colocan mis irreductibles enemigos, media una igual distancia de mentira e incomprensión. Mis detractores aseguran que soy un canalla monstruoso, basando esta afirmación en mi jovialidad al comentar ciertos actos en los que he intervenido, como si la jovialidad no fuera precisamente la prueba de cuán excelentes son las condiciones de mi carácter y qué comprensivo y tierno al fin y al cabo.
Por otra parte, si hubiera que tamizar mis actos, ese tamiz a emplearse debería llamarse Sufrimiento. Soy un hombre que ha padecido mucho. No negaré que dichos padecimientos han encontrado su origen en mi exceso de sensibilidad, tan agudizada que cuando me encontraba frente a alguien he creído percibir hasta el matiz del color que tenían sus pensamientos, y lo más grave es que no me he equivocado nunca. Por el alma del hombre he visto pasar el rojo del odio y el verde del amor, como a través de la cresta de una nube los rayos de luna más o menos empalidecidos por el espesor distinto de la masa acuosa. Y personas hubo que me han dicho:
–¿Recuerda cuando usted, hace tres años, me dijo que yo pensaba en tal cosa? No se equivocaba.–He caminado así, entre hombres y mujeres, percibiendo los furores que encrespaban sus instintos y los deseos que envaraban sus intenciones, sorprendiendo siempre en las laterales luces de la pupila, en el temblor de los vértices de los labios y en el erizamiento casi invisible de la piel de los párpados, lo que anhelaban, retenían o sufrían. Y jamás estuve más solo que entonces, que cuando ellos y ellas eran transparentes para mí.
De este modo, involuntariamente, fui descubriendo todo el sedimento de bajeza humana que encubren los actos aparentemente más leves, y hombres que eran buenos y perfectos para sus prójimos, fueron, para mí, lo que Cristo llamó sepulcros encalados. Lentamente se agrió mi natural bondad convirtiéndome en un sujeto taciturno e irónico. Pero me voy apartando, precisamente, de aquello a lo cual quiero aproximarme y es la relación del origen de mis desgracias. Mis dificultades nacen de haber conducido a la casa de la señora X al infame corcovado.
En la casa de la señora X yo "hacía el novio" de una de las niñas. Es curioso. Fui atraído, insensiblemente, a la intimidad de esa familia por una hábil conducta de la señora X, que procedió con un determinado exquisito tacto y que consiste en negarnos un vaso de agua para poner a nuestro alcance, y como quien no quiere, un frasco de alcohol. Imagínense ustedes lo que ocurriría con un sediento. Oponiéndose en palabras a mis deseos. Incluso, hay testigos. Digo esto para descargo de mi conciencia. Más aún, en circunstancias en que nuestras relaciones hacían prever una ruptura, yo anticipé seguridades que escandalizaron a los amigos de la casa. Y es curioso. Hay muchas madres que adoptan este temperamento, en la relación que sus hijas tienen con los novios, de manera que el incauto –si en un incauto puede admitirse un minuto de lucidez– observa con terror que ha llevado las cosas mucho más lejos de lo que permitía la conveniencia social.
Y ahora volvamos al jorobadito para deslindar responsabilidades. La primera vez que se presentó a visitarme en mi casa, lo hizo en casi completo estado de ebriedad, faltándole el respeto a una vieja criada que salió a recibirlo y gritando a voz en cuello de manera que hasta los viandantes que pasaban por la calle podían escucharle:
–¿Y dónde está la banda de música con que debían festejar mi hermosa presencia? Y los esclavos que tienen que ungirme de aceite, ¿dónde se han metido? En lugar de recibirme jovencitos con orinales, me atiende una vieja desdentada y hedionda. ¿Y ésta es la casa en la cual usted vive?–Y observando las puertas recién pintadas, exclamó enfáticamente:–¡Pero esto no parece una casa de familia sino una ferretería! Es simplemente asqueroso. ¿Cómo no han tenido la precaución de perfumar la casa con esencia de nardo, sabiendo que iba a venir? ¿No se dan cuenta de la pestilencia de aguarrás que hay aquí?
¿Reparan ustedes en la catadura del insolente que se había posesionado de mi vida?
Lo cual es grave, señores, muy grave.
Estudiando el asunto recuerdo que conocí al contrahecho en un café; lo recuerdo perfectamente. Estaba yo sentado frente a una mesa, meditando, con la nariz metida en mi taza de café, cuando, al levantar la vista distinguí a un jorobadito que con los pies a dos cuartas del suelo y en mangas de camisa, observábame con toda atención, sentado del modo más indecoroso del mundo, pues había puesto la silla al revés y apoyaba sus brazos en el respaldo de ésta.
Como hacía calor se había quitado el saco, y así descaradamente en cuerpo de camisa, giraba sus renegridos ojos saltones sobre los jugadores de billar. Era tan bajo que apenas si sus hombros se ponían a nivel con la tabla de la mesa. Y, como les contaba, alternaba la operación de contemplar la concurrencia, con la no menos importante de examinar su reloj pulsera, cual si la hora que éste marcara le importara mucho más que la señalada en el gigantesco reloj colgado de un muro del establecimiento.
Pero, lo que causaba en él un efecto extraño, además de la consabida corcova, era la cabeza cuadrada y la cara larga y redonda, de modo que por el cráneo parecía un mulo y por el semblante un caballo.
Me quedé un instante contemplando al jorobadito con la curiosidad de quien mira un sapo que ha brotado frente a él; y éste, sin ofenderse, me dijo:
–Caballero, ¿será tan amable usted que me permita sus fósforos?
Sonriendo, le alcancé mi caja; el contrahecho encendió su cigarro medio consumido y después de observarme largamente, dijo:
–¡Qué buen mozo es usted! Seguramente que no deben faltarle novias.
La lisonja halaga siempre aunque salga de la boca de un jorobado, y muy amablemente le contesté que sí, que tenía una muy hermosa novia, aunque no estaba muy seguro de ser querido por ella, a lo cual el desconocido, a quien bauticé en mi fuero interno con el nombre de Rigoletto, me contestó después de escuchar con sentenciosa atención mis palabras:
–No sé por qué se me ocurre que usted es de la estofa con que se fabrican excelentes cornudos.–Y antes que tuviera tiempo de sobreponerme a la estupefacción que me produjo su extraordinaria insolencia, el cacaseno continuó:–Pues yo nunca he tenido novia, créalo, caballero... le digo la verdad...
–No lo dudo– repliqué sonriendo ofensivamente–, no lo dudo...
–De lo que me alegro, caballero, porque no me agradaría tener un incidente con usted...
Mientras él hablaba yo vacilaba si levantarme y darle un puntapié en la cabeza o tirarle a la cara el contenido de mi pocillo de café, pero recapacitándolo me dije que de promoverse un altercado allí, el que llevaría todas las de perder era yo, y cuando me disponía a marcharme contra mi voluntad porque aquel sapo humano me atraía con la inmensidad de su desparpajo, él, obsequiándome con la más graciosa sonrisa de su repertorio que dejaba al descubierto su amarilla dentadura de jumento, dijo:
–Este reloj pulsera me cuesta veinticinco pesos...; esta corbata es inarrugable y me cuesta ocho pesos...; ¿ve estos botines?, treinta y dos pesos, caballero. ¿Puede alguien decir que soy un pelafustán? ¡No, señor! ¿No es cierto?
–¡Claro que sí!
Guiñó arduamente los ojos durante un minuto, luego moviendo la cabeza como un osezno alegre, prosiguió interrogador y afirmativo simultáneamente:
–Qué agradable es poder confesar sus intimidades en público, ¿no le parece, caballero? ¿Hay muchos en mi lugar que pueden sentarse impunemente a la mesa de un café y entablar una amable conversación con un desconocido como lo hago yo? No. Y, ¿por qué no hay muchos, puede contestarme?
–No sé...
–Porque mi semblante respira la santa honradez.
Satisfechísimo de su conclusión, el bufoncillo se restregó las manos con satánico donaire, y echando complacidas miradas en redor prosiguió:
–Soy más bueno que el pan francés y más arbitrario que una preñada de cinco meses. Basta mirarme para comprender de inmediato que soy uno de aquellos hombres que aparecen de tanto en tanto sobre el planeta como un consuelo que Dios ofrece a los hombres en pago de sus penurias, y aunque no creo en la santísima Virgen, la bondad fluye de mis palabras como la piel del Himeto.
Mientras yo desencajaba los ojos asombrados, Rigoletto continuó:
–Yo podría ser abogado ahora, pero como no he estudiado no lo soy. En mi familia fui profesional del betún.
–¿Del betún?
–Sí, lustrador de botas..., lo cual me honra, porque yo solo he escalado la posición que ocupo. ¿O le molesta que haya sido profesional? ¿Acaso no se dice "técnico de calzado" el último remendón de portal, y "experto en cabellos y sus derivados" el rapabarbas, y profesor de baile el cafishio profesional?...
Indudablemente, era aquél el pillete más divertido que había encontrado en mi vida.
–¿Y ahora qué hace usted?
–Levanto quinielas entre mis favorecedores, señor. No dudo que usted será mi cliente. Pida informes...
–No hace falta...
–¿Quiere fumar usted, caballero?
–¡Cómo no!
Después que encendí el cigarro que él me hubo ofrecido, Rigoletto apoyó el corto brazo en mi mesa y di jo:
–Yo soy enemigo de contraer amistades nuevas porque la gente generalmente carece de tacto y educación, pero usted me convence.... me parece una persona muy de bien y quiero ser su amigo–dicho lo cual, y ustedes no lo creerán, el corcovado abandonó su silla y se instaló en mi mesa.
Ahora no dudarán ustedes de que Rigoletto era el ente más descarado de su especie, y ello me divirtió a punto tal que no pude menos de pasar el brazo por encima de la mesa y darle dos palmadas amistosas en la giba.
Quedóse el contrahecho mirándome gravemente un instante; luego lo pensó mejor, y sonriendo, agregó:
–¡Que le aproveche, caballero, porque a mí no me ha dado ninguna suerte!
Siempre dudé que mi novia me quisiera con la misma fuerza de enamoramiento que a mí me hacía pensar en ella durante todo el día, como en una imagen sobrenatural.
Por momentos la sentía implantada en mi existencia semejante a un peñasco en el centro de un río. Y esta sensación de ser la corriente dividida en dos ondas cada día más pequeñas por el crecimiento del peñasco, resumía mi deleite de enamoramiento y anulación. ¿Comprenden ustedes? La vida que corre en nosotros se corta en dos raudales al llegar a su imagen, y como la corriente no puede destruir la roca, terminamos anhelando el peñasco que aja nuestro movimiento y permanece inmutable.
Naturalmente, ella desde el primer día que nos tratamos, me hizo experimentar con su frialdad sonriente el peso de su autoridad. Sin poder concretar en qué consistía el dominio que ejercía sobre mí, éste se traducía como la presión de una atmósfera sobre mi pasión. Frente a ella me sentía ridículo, inferior sin saber precisar en qué podía consistir cualquiera de ambas cosas.
De más está decir que nunca me atreví a besarla, porque se me ocurría que ella podía considerar un ultraje mi caricia. Eso sí, me era más fácil imaginármela entregada a las caricias de otro, aunque ahora se me ocurre que esa imaginación pervertida era la consecuencia de mi conducta imbécil para con ella.
En tanto, mediante esas curiosas transmutaciones que obra a veces la alquimia de las pasiones, comencé a odiarla rabiosamente a la madre, responsabilizándola también, ignoro por qué, de aquella situación absurda en que me encontraba. Si yo estaba de novio en aquella casa debíase a las arterias de la maldita vieja, y llegó a producirse en poco tiempo una de las situaciones más raras de que haya oído hablar, pues me retenía en la casa, junto a mi novia, no el amor a ella, sino el odio al alma taciturna y violenta que envasaba la madre silenciosa, pesando a todas horas cuántas probabilidades existían en el presente de que me casara o no con su hija. Ahora estaba aferrado al semblante de la madre como a una mala injuria inolvidable o a una humillación atroz. Me olvidaba de la muchacha que estaba a mi lado para entretenerme en estudiar el rostro de la anciana, abotagado por el relajamiento de la red muscular, terroso, inmóvil por momentos como si estuviera tallado en plata sucia, y con ojos negros, vivos e insolentes.
Las mejillas estaban surcadas por gruesas arrugas amarillas, y cuando aquel rostro estaba inmóvil y grave, con los ojos desviados de los míos, por ejemplo, detenidos en el plafón de la sala, emanaba de esa figura envuelta en ropas negras tal implacable voluntad, que el tono de la voz, enérgico y recio, lo que hacía era sólo afirmarla.
Yo tuve la sensación, en un momento dado, que esa mujer me aborrecía, porque la intimidad, a la cual ella "involuntariamente" me había arrastrado, no aseguraba en su interior las ilusiones que un día se había hecho respecto a mí.
Y a medida que el odio crecía, y lanzaba en su interior furiosas voces, la señora X era más amable conmigo, se interesaba por mi salud, siempre precaria, tenía conmigo esas atenciones que las mujeres que han sido un poco sensuales gastan con sus hijos varones, y como una monstruosa araña iba tejiendo en redor de mi responsabilidad una fina tela de obligaciones. Sólo sus ojos negros e insolentes me espiaban de continuo, revisándome el alma y sopesando mis intenciones. A veces, cuando la incertidumbre se le hacía insoportable, estallaba casi en estas indirectas:
–Las amigas no hacen sino preguntarme cuándo se casan ustedes, y yo ¿qué les voy a contestar? Que pronto.–O si no:– Sería conveniente, no le parece a usted, que la "nena" fuera preparando su ajuar.
Cuando la señora X pronunciaba estas palabras, me miraba fijamente para descubrir si en un parpadeo o en un involuntario temblor de un nervio facial se revelaba mi intención de no cumplir con el compromiso, al cual ella me había arrastrado con su conducta habilísima. Aunque tenía la seguridad de que le daría una sorpresa desagradable, fingía estar segura de mi "decencia de caballero", mas el esfuerzo que tenía que efectuar para revestirse de esa apariencia de tranquilidad, ponía en el timbre de su voz una violencia meliflua, violencia que imprimía a las palabras una velocidad de cuchicheo, como quien os confía apuradamente un secreto, acompañando la voz con una inclinación de cabeza sobre el hombro derecho, mientras que la lengua humedecía los labios resecos por ese instinto animal que la impulsaba a desear matarme o hacerme víctima de una venganza atroz.
Además de voluntariosa, carecía de escrúpulos, pues fingía articular con mis ideas, que le eran odiosas en el más amplio sentido de la palabra.
Y aunque aparentemente resulte ridículo que dos personas se odien en la divergencia de un pensamiento, no lo es, porque en el subconsciente de cada hombre y de cada mujer donde se almacena el rencor, cuando no es posible otro escape, el odio se descarga como por una válvula psíquica en la oposición de las ideas. Por ejemplo, ella, que odiaba a los bolcheviques, me escuchaba deferentemente cuando yo hablaba de las rencillas de Trotsky y Stalin, y hasta llegó al extremo de fingir interesarse por Lenin, ella, ella que se entusiasmaba ardientemente con los más groseros figurones de nuestra política conservadora. Acomodaticia y flexible, su aprobación a mis ideas era una injuria, me sentía empequeñecido y denigrado frente a una mujer que si yo hubiera afirmado que el día era noche, me contestara:
–Efectivamente, no me fijé que el sol hace rato que se ha puesto.
Sintetizando, ella deseaba que me casara de una vez. Luego se encargaría de darme con las puertas en las narices y de resarcirse de todas las dudas en que la había mantenido sumergida mi noviazgo eterno.
En tanto la malla de la red se iba ajustando cada vez más a mi organismo. Me sentía amarrado por invisibles cordeles. Día tras día la señora X agregaba un nudo más a su tejido, y mi tristeza crecía como si ante mis ojos estuvieran serruchando las tablas del ataúd que me iban a sumergir en la nada.
Sabía que en la casa, lo poco bueno que persistía en mí iba a naufragar si yo aceptaba la situación que traía aparejada el compromiso. Ellas, la madre y la hija, me atraían a sus preocupaciones mezquinas, a su vida sórdida, sin ideales, una existencia gris, la verdadera noria de nuestro lenguaje popular, en el que la personalidad a medida que pasan los días se va desintegrando bajo el peso de las obligaciones económicas, que tienen la virtud de convertirlo a un hombre en uno de esos autómatas con cuello postizo, a quienes la mujer y la suegra retan a cada instante porque no trajo más dinero o no llegó a la hora establecida.
Hace mucho tiempo que he comprendido que no he nacido para semejante esclavitud. Admito que es más probable que mi destino me lleve a dormir junto a los rieles de un ferrocarril, en medio del campo verde, que a acarretillar un cochecito con toldo de hule, donde duerme un muñeco que al decir de la gente "debe enorgullecerme de ser padre".
Yo no he podido concebir jamás ese orgullo, y sí experimento un sentimiento de verguenza y de lástima cuando un buen señor se entusiasma frente a mí con el pretexto de que su esposa lo ha hecho "padre de familia". Hasta muchas veces me he dicho que esa gente que así procede son simuladores de alegría o unos perfectos estúpidos. Porque en vez de felicitarnos del nacimiento de una criatura debíamos llorar de haber provocado la aparición en este mundo de un mísero y débil cuerpo humano, que a través de los años sufrirá incontables horas de dolor y escasísimos minutos de alegría.
Y mientras la "deliciosa criatura" con la cabeza tiesa junto a mi hombro soñaba con un futuro sonrosado, yo, con los ojos perdidos en la triangular verdura de un ciprés cercano, pensaba con qué hoja cortante desgarrar la tela de la red, cuyas células a medida que crecía se hacían más pequeñas y densas.
Sin embargo, no encontraba un filo lo suficientemente agudo para desgarrar definitivamente la malla, hasta que conocí al corcovado.
En esas circunstancias se me ocurrió la "idea"–idea que fue pequeñita al principio como la raíz de una hierba, pero que en el transcurso de los días se bifurcó en mi cerebro, dilatándose, afianzando sus fibromas entre las células más remotas–y aunque no se me ocultaba que era ésa una "idea" extraña, fui familiarizándome con su contextura, de modo que a los pocos días ya estaba acostumbrado a ella y no faltaba sino llevarla a la práctica.
Esa idea, semidiabólica por su naturaleza, consistía en conducir a la casa de mi novia al insolente jorobadito, previo acuerdo con él, y promover un escándalo singular, de consecuencias irreparables. Buscando un motivo mediante el cual podría provocar una ruptura, reparé en una ofensa que podría inferirle a mi novia, sumamente curiosa, la cual consistía:
Bajo la apariencia de una conmiseración elevada a su más pura violencia y expresión, el primer beso que ella aún no me había dado a mí, tendría que dárselo al repugnante corcovado que jamás había sido amado, que jamás conoció la piedad angélica ni la belleza terrestre.
Familiarizado, como les cuento, con mi "idea", si a algo tan magnífico se puede llamar idea, me dirigí al café en busca de Rigoletto.
Después que se hubo sentado a mi lado, le dije:
–Querido amigo: muchas veces he pensado que ninguna mujer lo ha besado ni lo besará. ¡No me interrumpa! Yo la quiero mucho a mi novia, pero dudo que me corresponda de corazón. Y tanto la quiero que para que se dé cuenta de mi cariño le diré que nunca la he besado. Ahora bien: yo quiero que ella me dé una prueba de su amor hacia mí... y esa prueba consistirá en que lo bese a usted. ¿Está conforme?
Respingó el corcovado en su silla; luego con tono enfático me replicó:
–¿Y quién me indemniza a mí, caballero, del mal rato que voy a pasar?
–¿Cómo, mal rato?
–¡Naturalmente! ¿O usted se cree que yo puedo prestarme por ser jorobado a farsas tan innobles? Usted me va a llevar a la casa de su novia y como quien presenta un monstruo, le dirá: "Querida, te presento al dromedario".
–¡Yo no la tuteo a mi novia!
–Para el caso es lo mismo. Y yo en tanto, ¿qué voy a quedarme haciendo, caballero? ¿Abriendo la boca como un imbécil, mientras disputan sus tonterías? ¡No, señor; muchas gracias! Gracias por su buena intención, como le decía la liebre al cazador. Además, que usted me dijo que nunca la había besado a su novia.
–Y eso, ¿qué tiene que ver?
–¡Claro! ¿Usted sabe acaso si a mí me gusta que me besen? Puede no gustarme. Y si no me gusta, ¿por qué usted quiere obligarme? ¿O es que usted se cree que porque soy corcovado no tengo sentimientos humanos?
La resistencia de Rigoletto me enardeció. Violentamente, le dije:
–Pero ¿no se da cuenta de que es usted, con su joroba y figura desgraciadas, el que me sugirió este admirable proyecto? ¡Piense, infeliz! Si mi novia consiente, le quedará a usted un recuerdo espléndido. Podrá decir por todas partes que ha conocido a la criatura más adorable de la tierra. ¿No se da cuenta? Su primer beso habrá sido para usted.
–¿Y quién le dice a usted que ése sea el primer beso que haya dado?
Durante un instante me quedé inmóvil; luego, obcecado por ese frenesí que violentaba toda mi vida hacia la ejecución de la "idea", le respondí:
–Y a vos, Rigoletto, ¿qué se te importa?
–¡No me llame Rigoletto! Yo no le he dado tanta confianza para que me ponga sobrenombres.
–Pero ¿sabés que sos el contrahecho más insolente que he conocido?
Amainó el jorobadito y ya dijo:
–¿Y si me ultrajara de palabra o de hecho?
–¡No seas ridículo, Rigoletto! ¿Quién te va a ultrajar? ¡Si vos sos un bufón! ¿No te das cuenta? ¡Sos un bufón y un parásito! ¿Para qué hacés entonces la comedia de la dignidad?
–¡Rotundamente protesto, caballero!
–Protestá todo lo que quieras, pero escucháme. Sos un desvergonzado parásito. Creo que me expreso con suficiente claridad ¿no? Les chupás la sangre a todos los clientes del café que tienen la imprudencia de escuchar tus melifluas palabras. Indudablemente no se encuentra en todo Buenos Aires un cínico de tu estampa y calibre. ¿Con qué derecho, entonces, pretendés que te indemnicen si a vos te indemniza mi tontería de llevarte a una casa donde no sos digno de barrer el zaguán? ¡Qué más indemnización querés que el beso que ella, santamente, te dará, insensible a tu cara, el mapa de la desverguenza!
–¡No me ultraje!
–Bueno, Rigoletto, ¿aceptás o no aceptás?
–¿Y si ella se niega a dármelo o quedo desairado?...
–Te daré veinte pesos.
–¿Y cuándo vamos a ir?
–Mañana. Cortáte el pelo, limpiáte las uñas...
–Bueno..., présteme cinco pesos...
–Tomá diez.
A las nueve de la noche salí con Rigoletto en dirección a la casa de mi novia.
El giboso se había perfumado endiabladamente y estrenaba una corbata plastrón de color violeta.
La noche se presentaba sombría con sus ráfagas de viento encallejonadas en las bocacalles, y en el confín, tristemente iluminado por oscilantes lunas eléctricas, se veían deslizarse vertiginosas cordilleras de nubes.
Yo estaba malhumorado, triste. Tan apresuradamente caminaba que el cojo casi corría tras de mí, y a momentos tomándome del borde del saco, me decía con tono lastimero:
–¡Pero usted quiere reventarme! ¿Qué le pasa a usted?
Y de tal manera crecía mi enfurecimiento que de no necesitarlo a Rigoletto lo hubiera arrojado de un puntapié al medio de la calzada.
¡Y cómo soplaba el viento! No se veía alma viviente por las calles, y una claridad espectral caída del segundo cielo que contenían las combadas nubes, hacía más nítidos los contornos de las fachadas y sus cresterías funerarias.
No había quedado un trozo de papel por los suelos. Parecía que la ciudad había sido borrada por una tropa de espectros. Y a pesar de encontrarme en ella, creía estar perdido en un bosque.
El viento doblaba violentamente la copa de los árboles, pero el maldito corcovado me perseguía en mi carrera, como si no quisiera perderme, semejante a mi genio malo, semejante a lo malvado de mí mismo que para concretarse se hubiera revestido con la figura abominable del giboso.
Y yo estaba triste. Enormemente triste, como no se lo imaginan ustedes. Comprendía que le iba a inferir un atroz ultraje a la fría calculadora; comprendía que ese acto me separaría para siempre de ella, lo cual no obstaba para que me dijera a medida que cruzaba las aceras desiertas:
–Si Rigoletto fuera mi hermano, no hubiera procedido lo mismo. –Y comprendía que sí, que si Rigoletto hubiera sido mi hermano, yo toda la vida lo hubiera compadecido con angustia enorme. Por su aislamiento, por su falta de amor que le hiciera tolerable los días colmados por los ultrajes de todas las miradas. Y me añadía que la mujer que me hubiera querido debía primero haberlo amado a él.
De pronto me detuve ante un zaguán iluminado:
–Aquí es.
Mi corazón latía fuertemente. Rigoletto atiesó el pescuezo y, empinado sobre la punta de sus pies, al tiempo que se arreglaba el moño de la corbata, me dijo:
–¡Acuérdese! ¡Usted es el único culpable! ¡Que el pecado... !
Fina y alta, apareció mi novia en la sala dorada.
Aunque sonreía, su mirada me escudriñaba con la misma serenidad con que me examinó la primera vez cuando le dije: "¿me permite una palabra, señorita?", y esta contradicción entte la sonrisa de su carne (pues es la carne la que hace ese movimiento delicioso que llamamos sonrisa) y la fría expectativa de su inteligencia discerniéndome mediante los ojos, era la que siempre me causaba la extraña impresión.
Avanzó cordialmente a mi encuentro, pero al descubrir al contrahecho, se detuvo asombrada, interrogándonos a los dos con la mirada.
–Elsa, le voy a presentar a mi amigo Rigoletto.
–¡No me ultraje, caballero! ¡Usted bien sabe que no me llamo Rigoletto!
–¡A ver si te callás!
Elsa detuvo la sonrisa. Mirábame seriamente, como si yo estuviera en trance de convertirme en un desconocido para ella. Señalándole una butaca dorada le dije al contrahecho:
–Sentáte allí y no te muevas.
Quedóse el giboso con los pies a dos cuartas del suelo y el sombrero de paja sobre las rodillas y con su carota atezada parecía un ridículo ídolo chino. Elsa contemplaba estupefacta al absurdo personaje.
Me sentí súbitamente calmado.
–Elsa–le dije–, Elsa, yo dudo de su amor. No se preocupe por ese repugnante canalla que nos escucha. Oigame: yo dudo... no sé por qué..., pero dudo de que usted me quiera. Es triste eso..., créalo... Demuéstreme, déme una prueba de que me quiere, y seré toda la vida su esclavo.
Naturalmente, yo no estaba seguro de lo que quería expresar "toda la vida", pero tanto me agradó la frase que insistí:
–Sí, su esclavo para toda la vida. No crea que he bebido. Sienta el olor de mi aliento.
Elsa retrocedió a medida que yo me acercaba a ella, y en ese momento, ¿saben ustedes lo que se le ocurre al maldito cojo? Pues: tocar una marcha militar con el nudillo de sus dedos en la copa del sombrero.
Me volví al cojo y después de conminarle silencio, me expliqué:
–Vea, Elsa, y la única prueba de amor es que le dé un beso a Rigoletto.
Los ojos de la doncella se llenaron de una claridad sombría. Caviló un instante; luego, sin cólera en la voz, me dijo muy lentamente:
–¡Retírese!
–¡Pero! ...
–¡Retírese, por favor...; váyase!...
Yo me inclino a creer que el asunto hubiera tenido compostura, créanlo..., pero aquí ocurrió algo curioso, y es que Rigoletto, que hasta entonces había guardado silencio, se levantó exclamando:
–¡No le permito esa insolencia, señorita..., no le permito que lo trate así a mi noble amigo! Usted no tiene corazón para la desgracia ajena. ¡Corazón de peñasco, es indigna de ser la novia de mi amigo!
Más tarde mucha gente creyó que lo que ocurrió fue una comedia preparada. Y la prueba de que yo ignoraba lo que iba a ocurrir, es que al escuchar los despropósitos del contrahecho me desplomé en un sofá riéndome a gritos, mientras que el giboso, con el semblante congestionado, t ieso en el cent ro de la sala, con su brac i to extend ido , vociferaba:
–¡Por qué usted le dijo a mi amigo que un beso no se pide..., se da! ¿Son conversaciones esas adecuadas para una que presume de señorita como usted? ¿No le da a usted verguenza?
Descompuesto de risa, sólo atiné a decir:
–¡Calláte, Rigoletto; calláte!...
El corcovado se volvió enfático:
–¡Permítame, caballero...; no necesito que me dé lecciones de urbanidad!–Y volviéndose a Elsa, que roja de verguenza había retrocedido hasta la puerta de la sala, le dijo:–¡Señorita... la conmino a que me dé un beso!
E1 límite de resistencia de las personas es variable. Elsa huyó arrojando grandes gritos y en menos tiempo del que podía esperarse aparecieron en la sala su padre y su madre, la última con una servilleta en la mano.
¿Ustedes creen que el cojo se amilanó? Nada de eso. Colocado en medio de la sala, gritó estentóreamente:
–¡Ustedes no tienen nada que hacer aquí! ¡Yo he venido en cumplimiento de una alta misión filantrópica! ... ¡No se acerquen!–Y antes de que ellos tuvieran tiempo de avanzar para arrojarlo por la ventana, el corcovado desenfundó un revólver, encañonándolos.
Se espantaron porque creyeron que estaba loco, y cuando los vi así inmovilizados por el miedo, quedéme a la expectativa, como quien no tuviera nada que hacer en tal asunto, pues ahora la insolencia de Rigoletto parecíame de lo más extraordinaria y pintoresca.
Este, dándose cuenta del efecto causado, se envalentonó:
–¡Yo he venido a cumplir una alta misión filantrópica! Y es necesario que Elsa me dé un beso para que yo le perdone a la humanidad mi corcova. A cuenta del beso, sírvanme un té con coñac. ¡Es una verguenza cómo ustedes atienden a las visitas! ¡No tuerza la nariz, señora, que para eso me he perfumado! ¡Y tráigame el té!
¡Ah, inefable Rigoletto! Dicen que estoy loco, pero jamás un cuerdo se ha reído con tus insolencias como yo, que no estaba en mis cabales.
–Lo haré meter preso...
–Usted ignora las más elementales reglas de cortesía–insistía el corcovado–. Ustedes están obligados a atenderme como a un caballero. E1 hecho de ser jorobado no los autoriza a despreciarme. Yo he venido para cumplir una alta misión filantrópica. La novia de mi amigo está obligada a darme un beso. Y no lo rechazo. Lo acepto. Comprendo que debo aceptarlo como una reparación que me debe la sociedad, y no me niego a recibirlo.
Indudablemente... si allí había un loco, era Rigoletto, no les quede la menor duda, señores. Continuó él:
–Caballero... yo soy...
Un vigilante tras otro entraron en la sala. No recuerdo nada más Dicen los periódicos que me desvanecí al verlos entrar. Es posible.
¿Y ahora se dan cuenta por qué el hijo del diablo, el maldito jorobado, castigaba a la marrana todas las tardes y por qué yo he terminado estrangulándole?
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VENEZUELA LA RECTA FINAL
EN VENEZUELA, MADURO Y CAPRILES COMPITEN POR OFRECER MAS QUE EL OTRO
Promesas en la recta final
Mientras el oficialismo anunciaba que aumentará los salarios, la oposición garantizó una mejora de las jubilaciones y la construcción de viviendas. El gobierno alertó sobre la posibilidad de que mercenarios desestabilicen la campaña.
De cara a la elección del domingo, los candidatos a la presidencia de Venezuela, Nicolás Maduro y Henrique Capriles Radonski, subieron sus apuestas en los últimos días de la campaña que finaliza hoy. Mientras que el mandatario interino prometió un aumento de salarios, el opositor garantizó una mejora de las jubilaciones y la construcción de viviendas. En medio de las propuestas, el titular del Parlamento, el oficialista Diosdado Cabello, apoyó ayer la denuncia del gobierno sobre la posibilidad de que mercenarios salvadoreños pretendan desestabilizar la campaña electoral, hecho que rechazó el comando electoral de la oposición.
Los candidatos aprovechan cada minuto de los últimos días de campaña para dar a conocer sus planes de gobierno, en caso de ganar los comicios. Maduro prometió ordenar aumentos de salarios del 20 por ciento en mayo, 10 por ciento en septiembre y entre cinco y 10 por ciento en noviembre, lo que permitiría para entonces una mejora de 38 a 45 por ciento. “Lo tenía aguantado para anunciarlo el 15 como presidente”, dijo el martes al recibir a un grupo de trabajadores que realizó una demostración frente al Palacio de Miraflores, sede del gobierno. El candidato del oficialismo, que en ese encuentro cantó y tocó algunos instrumentos, firmó más tarde un compromiso para respetar los resultados de los comicios del domingo. “Respetaré los resultados que el pueblo decida, lo juro ante Dios, ante el pueblo y ante la memoria de Hugo Chávez”, prometió al suscribir el documento ante las autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE). Por la tarde, en el vecino estado de Vargas, remarcó que el eventual incremento de los sueldos tendrá vigencia para todos los escalafones de la administración pública.
En tanto, Capriles propuso ayer a la mañana aumentar 40 por ciento los haberes jubilatorios, ofreció entregar los títulos de propiedad de viviendas otorgadas por el gobierno actual y sostuvo que, con apoyo del sector privado, pueden construirse 200 mil nuevas viviendas por año. “No se dejen meter cuentos, no se van a eliminar las misiones (planes sociales) ni se sacará a nadie; eso lo dice el gobierno para seguir enchufado”, aseguró Capriles en una conversación con un grupo de ciudadanos de Caracas.
En este contexto, Cabello reveló presuntas pruebas sobre planes violentos y desestabilizadores que estarían perpetrando Capriles y la oposición venezolana para desconocer los resultados de los comicios del domingo. “Se han presentado informes de inteligencia, tenemos las personas identificadas. Vinieron a Venezuela a colocar bombas, atentar, hacer sabotajes eléctricos”, afirmó a través de la televisora estatal. El legislador denunció que el director del diario El Nacional, Miguel Henrique Otero, se habría reunido con Capriles y el político Armando Briquet el martes para hablar del desconocimiento de las elecciones. “Si quieren, que me desmientan para mostrar las fotos”, sostuvo.
Por el contrario, el coordinador nacional de la campaña de Capriles, Carlos Ocariz, rechazó las imputaciones y pidió a las autoridades que investiguen todo lo que tengan que investigar. “No escondemos nada”, aseguró. Ocariz calificó la campaña de Capriles como dura, pero histórica, heroica e inolvidable, según citó ayer el sitio Globovisión. Capriles, en tanto, advirtió ayer que aumentarán los rumores y se generarán campañas desde el oficialismo para que los votantes sientan miedo. “Nosotros tenemos que estar firmes, aquí nadie puede sentir miedo, aquí lo que hay es que fortalecer nuestra fe, nuestra esperanza y el domingo demostrar la valentía del pueblo de Mérida y de Venezuela”, apuntó.
Vicente Díaz, el único de los directores no oficialistas del CNE, garantizó la transparencia del voto al afirmar que el sistema electoral venezolano es sumamente confiable y el único sistema electrónico ciento por ciento auditable que hay en el mundo. “Nunca ha habido nadie que haya podido decir que le descubrieron el voto”, subrayó Díaz, entrevistado por Globovisión.
Maradona con Maduro
Diego Maradona participará hoy del acto de cierre de campaña del oficialismo en Venezuela, anunció Nicolás Maduro a sus simpatizantes. “En el apoteósico cierre de campaña que vamos hacer en siete avenidas de Caracas, la estrella del fútbol Diego Armando Maradona, gran amigo de Venezuela, ya está en Caracas, quería venir a Coro, pero se hizo muy tarde”, dijo el candidato y presidente encargado del país. “Los amigos de la patria van llegando del mundo para ser protagonistas de la gran victoria de Venezuela, de la gran victoria de las fuerzas de Chávez”, agregó confiado el candidato por el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) y el Gran Polo Patriótico (GPP) durante el penúltimo acto de su campaña. Maradona se manifestó siempre gran amigo de Hugo Chávez y simpatizante de su gestión de gobierno. “Hasta siempre comandante, lo vamos a extrañar por siempre”, había dicho el astro del fútbol cuando falleció Chávez el 5 de marzo.
11/04/13 Página|12
GB
LA CRISIS ES NECESARIA DICEN LOS ALEMANES
Según el Ministro de Finanzas de Alemania, la crisis es una “necesidad”
Por Victor Grossman
MR Zine
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La cara de Angela Merkel luce usualmente una expresión bastante simple, amistosa, casi afable, que corresponde a sus palabras simples, gentiles. Pero en esos excepcionales momentos imprevistos, afirman algunos, se ve una cara muy dura que se corresponde, en ocasiones igualmente imprevistas, con palabras que no son exactamente afables, como su declaración contrariada de que Chipre estaba “agotando la paciencia de sus socios europeos”. Sí, Angela puede enojarse y perder la paciencia, sobre todo cuando se trata de esos países y dirigentes irresponsables del sur tan renuentes a soportar virilmente la parte requerida de sus cargas.
Semejantes cargas incluyen el recorte de sueldos y de salarios gubernamentales, la amputación de los derechos de los pensionistas, permitir el aumento de los precios de los artículos básicos, contemplar el crecimiento del desempleo mientras se reducen los medios para ayudar a los afectados y privatizar elementos claves de la economía vendiéndolos al mejor postor o al más favorecido. ¿Hay que reducir la atención hospitalaria e infantil, despojar a las escuelas? Son los precios que hay que pagar si tenemos que rescatar a las economías “en el marco del euro”. Es la Austeridad, la palabra mágica de Merkel para el renacimiento económico.
Pero para cada vez más de los que se encuentran al otro extremo semejantes rescates y semejante renacimiento son peores que los peligros o dolencias que deben extirpar. Por ese motivo gente enfurecida desde Lisboa en el lejano oeste de Europa hasta Nicosia en el este, escribe comentarios chocantes sobre Alemania en los afiches o incluso coloca feos bigotes hitlerianos sobre la cara amigable y sonriente de Angela.
Un funcionario bancario chipriota recuerda una reunión en Bruselas en 2011 en la cual Merkel, el presidente francés Sarkozy, la jefa del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, y los dirigentes derechistas de la Unión Europea Juncker y Barroso, tomaron decisiones sobre Grecia y el aún más desvalido Chipre que determinaron lo que ha ocurrido hasta la actualidad. Como dijo el International Herald Tribune “en los tres años desde que la crisis de la deuda de Europa estalló en Grecia, gobiernos y ciudadanos de los países más afectados han estado furiosos porque las decisiones tomadas en Bruselas prestaban poca atención a sus intereses y solo eran disctadas por las preocupaciones económicas y los ciclos electorales de Alemania”. Respecto a ese tratamiento, sobre todo por parte de Alemania, un experto chipriota se quejó: “Fue muy brutal, como la guerra”.
Gigantescas manifestaciones impidieron el plan original de gravar todas las cuentas bancarias, incluso las más pobres, para pagar las deudas de los banqueros. Pero se espera que el plan modificado, aunque menos extremo, reduzca los niveles de vida chipriotas durante años. El miedo y la ira aumentan. Es verdad, el euro hizo más fácil la vida de los que viajan por gran parte de Europa: sin cambio de monedas, sin cálculos, mentales o electrónicos, de lo que cuestan una comida o un par de zapatos en dinero de cada uno de los países. Pero al impedir que cada país ajuste las tasas de cambio para que correspondan a su propia situación, el euro los comprime, débiles o fuertes, dentro de un mismo molde, para conformar un strudel muy alemán.
El “euro estable” es bueno para los grandes exportadores como Alemania, no para los demás. Y tampoco para todos los alemanes. Sean coches VW, tanques, o productos químicos de Bayer, se privilegian exportaciones más baratas que las de los competidores, lo que significa mantener bajos los salarios y las prestaciones en el país. Aunque el promedio alemán de desocupados es bajo, 5,4%, tres millones siguen sin empleo y una gran cantidad de “empleados” tienen puestos de trabajo inseguros, temporales, a menudo “prestados” por agencias privadas cuyo negocio es engañarlos; o trabajan con salarios tan bajos que tienen que pedir ayuda del Estado para sobrevivir. Aparte de esas agencias privadas, otra institución realiza un negocio trágicamente activo: la red de despensas alimenticias, generalmente totalmente llenas, de gente hambrienta. Puestos de trabajo regulares, seguros, con paga decente, cada vez son más difíciles de encontrar.
Lo que se encuentra fácilmente en las noticias de la TV es al hombre de la silla de ruedas,
Wolfgang Schäuble (Pronunciado Choi-Blé). Un personaje duro, que sobrevivió a un demencial intento de asesinato en 1990 que lo dejó paralizado de la cintura abajo, casi tiene el récord de longevidad en la política alemana y ha ocupado una amplia variedad de puestos derechistas importantes. Como Ministro de Finanzas desde 2009 y sombra de Merkel en negociaciones internacionales, se le ha denominado “el hombre más peligroso en Europa”. Es el principal artífice de acuerdos despiadados que deciden las suertes de Grecia, Chipre o cualquier país con problemas. Muchos culpan a sus políticas de los desastres en ambos países. Cuando Schäuble declaró que el acuerdo con Chipre que ayudó a imponer podría ser un “modelo de negocios” para otros países, hasta el plácido Ministro de Exteriores Asselborn del estable pequeño Luxemburgo se resintió: “Nos cuesta tragar el término “modelo de negocios”, dijo; no quería que nadie lo instruyera sobre lo que debe hacer, y menos que nadie el Ministro de Finanzas alemán Schäuble. (Focus, 26.3.2012)
En de Alemania, los esfuerzos de Schäuble se orientan a equilibrar el presupuesto, pase lo que pase. Para lograrlo, quiere recortes de 3.500 millones de euros del fondo de salud, 1.500 millones más de lo originalmente planificado. “Economías y crecimiento a largo plazo no se excluyen”, dijo, y agregó: “Es una fuerte señal para Europa”. ¡Parecido al representante Ryan en EE.UU.!
Su principal objetivo, según una entrevista en el New York Times en noviembre de 2011, es una unión política de Europa, y con esta intención “considera que el revuelo [del mercado] no es un obstáculo sino una necesidad”: “Solo podemos lograr una unión política si tenemos una crisis”.
Vale la pena recordar dos cosas respecto a Schäuble. En 1999-2000 estuvo involucrado en un gigantesco escándalo sobre grandes sumas donadas secreta (e ilegalmente) a su partido, la Unión Demócrata Cristiana, por un poderoso y muy truhanesco traficante de armas. No hay vertedero que pueda contener la cantidad de inmundicia descubierta; como resultado Helmut Kohl, totalmente comprometido, tuvo que renunciar a la presidencia del partido. Schäuble se hizo cargo pero pronto tuvo que partir y dejar el lugar a una joven aún no contaminada del este, Angela Merkel. Schäuble nunca fue procesado o castigado por todos los sobornos, perjurios y calumnias involucrados. Actualmente, ya que Merkel no tiene que temer ninguna rivalidad por su parte (ya tiene 71 años), ambos constituyen, por lo menos hacia afuera, un equipo.
La estrella de Schäuble también brilló diez años antes, ¿o fue menos una estrella que un “agujero negro” que lo devora todo? En 1990 fue el que negoció la incorporación de la República Democrática Alemana, la RDA, al Estado alemán occidental , y con la ayuda de corruptos cómplices alemanes orientales, se aseguró de que se absorbiera y se eliminara cualquier indicio de industria nacionalizada, todo residuo del otrora tan generoso sistema social, también todos los medios, los centros académicos, la administración, sí, todo lo que tuviera el menor olor a socialismo. En 1989 había cerca de diez millones de puestos de trabajo en la RDA; cuatro años después quedaban solo un poco más de seis millones. La fórmula de Schäuble para la RDA se ha modificado para los vecinos de la Unión Europea. Es verdad, no existe la menor sospecha de que alguno de ellos sea de alguna manera socialista. ¡Pero más vale que ni piensen en orientarse en esa dirección! A mi juicio, es la función básica de esa organización, con equipos de ojos de lince como Merkel-Schäuble en las torres de vigilancia. Portugal, España, Grecia, Chipre, Italia, y muchos otros; ¡no se atrevan a desalinearse!
De vez en cuando Alemania tiene un nuevo escándalo, con resonantes ecos del pasado. En noviembre de 2011 se informó del asesinato a sangre fría de ocho comerciantes turcos, uno de origen griego, y de una policía, en una explosión que hirió a más de 20 personas, en su mayoría de origen turco, y de 15 ataques armados contra bancos. Desde entonces la historia ha aparecido en los medios y comités de investigación en diferentes ámbitos han estado analizando toneladas de evidencia, pero al parecer sin llegar a ninguna conclusión. Se aclararon algunas cosas: los asesinatos fueron la obra de una pandilla nazi, pero desde el principio se hicieron intentos xenófobos de atribuirlos a grupos “mafiosos” de inmigrantes que se mataban entre ellos. Y hubo intentos desde el principio de encubrir los hechos sobre la participación del gobierno, culpando la chapucería y la burocracia de las mortíferas “desgracias”, incluso de la destrucción altamente sospechosa de importantes evidencias.
Por fin se planifica un proceso en Múnich, que comienza el 17 de abril, para la única superviviente del trío asesino, Beate Zschäpe, y cuatro presuntos cómplices. Pero como señala el medio noticioso Der Spiegel Online:
El trío de neonazis que componían el Movimiento Clandestino Nacional Socialista (NSU) estaba rodeado de informantes vinculados a la Oficina de Protección de la Constitución… Sin embargo, las autoridades no tenían la menor idea de qué planes se elucubraban en la clandestinidad neonazi… Una de las grandes preguntas que se hacen actualmente es si la Oficina de Protección de la Constitución y sus métodos son adecuados para proteger la constitución alemana o si realmente fortalecen a grupos militantes derechistas… “En su mayoría las fuentes” eran “acérrimos extremistas de derecha” quienes creían “que podían actuar impunemente e imponer su ideología, bajo la protección del servicio de inteligencia y no tenían que tomar en serio el cumplimiento de la ley”.
De hecho, más de unas cuantas operaciones policiales contra los neonazis más virulentos llegaron demasiado tarde; alguien los había advertido de antemano. ¿Qué revelará el proceso? ¿Qué sacará a la luz? Es posible que llegue a ser algo muy candente y embarazoso.
Es más, ya es extremadamente embarazoso. El tribunal de Múnich que deberá tratar el caso escogió una sala con solo 230 asientos, que serán ocupados en gran parte por abogados y parientes de las víctimas. Cincuenta asientos se reservaron para la prensa. Pero se reservaron con tal rapidez que ningún corresponsal turco pudo conseguir uno. Un periodista para el principal periódico en idioma turco se quejó:
Mi periódico, Hürriyet, llamó repetidamente al tribunal antes del período de acreditación pidiendo que se le informara de las fechas para estar seguro de cumplirlas. Nos registramos el primer día de acreditación, ¿y ahora la oficina de prensa del Alto Tribunal Regional de Múnich nos dice que otros fueron más rápidos? ¿Cómo es posible?
Todo intento de utilizar otra sala del tribunal, asientos alternos, transmisión por televisión o incluso cambios de asientos para permitir la representación de medios turcos ha sido rechazado por razones formales. La única solución del tribunal es que los representantes de los medios turcos traten de colocarse en las primeras filas para conseguir sitio en los pocos asientos que quedan para el público. El hecho de que ni siquiera se haya reservado un asiento para el embajador turco, obligándolo también a colocarse en la fila, posiblemente junto a neonazis, hace que el asunto sea aún más sospechoso. Quedan unas dos semanas para arreglar este “peligro para la imagen alemana”. Y entonces, tal vez, presenciar interesantes cambios políticos, ¡o un encubrimiento! ¡Ya veremos!
Victor Grossman, periodista y autor estadounidense, es residente en Berlín Oriental desde hace muchos años. Es autor de: Crossing the River: A Memoir of the American Left, the Cold War, and Life in East Germany (University of Massachusetts Press, 2003).
Fuente: http://mrzine.monthlyreview.org/2013/grossman020413.html
rCR
www.rebelion.org
GB
IMPERIO Y CHAVISMO
Lodo imperial vs chavismo sólido y unido
Ángel Guerra Cabrera
A unas horas de la elección presidencial en Venezuela se recrudece el intento de los medios imperialistas de empañar el enorme prestigio ganado por el Consejo Nacional Electoral (CNE). Los saca de quicio la recta conducta de ese órgano y la solidez del sistema electoral venezolano, reconocidos internacionalmente por instancias como la misión de acompañamiento de Unasur y el ex presidente estadunidense James Carter, que ha calificado ese sistema como "el mejor del mundo".
Contra el CNE existe hace meses una colosal campaña mediática y truena ahora un grupo de santos varones neoliberales sumisos a Washington, sumados a una cauda de personajes menores, cuando se ve irreversible una vez más el contundente triunfo del chavismo en la elección del 14 de abril. Es una acción dirigida a apoyar los mal intencionados ataques contra el CNE del imperio y su candidato, el empresario golpista Henrique Capriles Radonsky. Su objetivo es obvio: desconocer el resultado electoral, o por lo menos sembrar la duda sobre su transparencia y, si fuera posible, crear un clima poselectoral desestabilizador y de anarquía. Los líderes bolivarianos, que realizan constantes llamados al pueblo a no caer en provocaciones y evitar la violencia, han presentado pruebas de un plan terrorista de personeros de la ultraderecha salvadoreña en complicidad con Capriles y anunciado el apresamiento in fraganti de 19 saboteadores del servicio eléctrico. Azuzando a sus huestes, la subsecretaria de Estado estadunidense, Roberta Jacobson, declaró sibilinamente el 15 de marzo que Capriles "sería un buen presidente pero no tenemos favoritos" y puso en duda la confiabilidad y transparencia del sistema electoral venezolano en un acto de vulgar injerencia y arrogancia típico de los funcionarios imperiales.
Es falso que en el proceso electoral exista una asimetría favorable al abanderado de la revolución Nicolás Maduro. Al contrario, la asimetría es en sentido inverso. Como Hugo Chávez en todas sus pruebas ante las urnas, Maduro se enfrenta al imperio yanqui con su bloque militar-financiero-mediático trasatlántico, a las fuerzas más reaccionarias del planeta, a importantes sectores de la derecha latinoamericana; y a la venezolana, con el enorme poder económico, político y mediático que conserva. Mientras, el acaudalado Capriles, es precisamente el candidato aupado y apoyado por esa coalición internacional.
Esta pugna se enmarca en la excepcional importancia geopolítica que confieren a Venezuela sus gigantescas reservas de hidrocarburos y otros recursos estratégicos. Pero también su irreductible orientación independiente, soporte principal de su propuesta socialista y del formidable entramado progresista y de unidad latinocaribeña que ha impulsado. No menos importante, el constituir uno de los puntales de la conformación multipolar del mundo.
Ahora, Maduro sí tiene grandes ventajas sobre Capriles, con las que éste no puede ni soñar. La primera es la magna obra de soberanía y trasformación social, de inclusión y participación política de las grandes mayorías, encabezada durante 14 años por Chávez. ¡Qué contraste con la ejecutoria entreguista, antipopular y represiva de los gobiernos burgueses anteriores! La segunda es la conciencia social creada en amplios sectores venezolanos por la conducción de su líder, fenómeno que ha experimentado una profundización asombrosa a partir de su desaparición física. La tercera es el prestigio de Maduro, firme y entregado militante revolucionario desde su juventud, insobornable líder obrero y fiel y capaz seguidor y discípulo de Chávez desde 1992.
En una reciente estancia en Caracas aprecié el impacto singular provocado en la conciencia política del pueblo humilde de Venezuela por el deceso de Chávez. Ya había meditado sobre la probabilidad de esa hipótesis al contemplar las insólitas imágenes televisivas de la gigantesca despedida popular al líder de la Revolución Bolivariana. En la capital venezolana pude comprobarla, no es simplemente un duelo. Transita por los sentimientos pero también por la inteligencia como catalizador y crisol de ideas y convicciones revolucionarias adquiridas junto a Chávez.
Por lo pronto, es palpable en la gran masa del chavismo la reafirmación inconmovible de continuar y perfeccionar la obra, las ideas y el programa político del presidente comandante, resumidos en el valiosísimo Programa de la Patria.
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