Un partido a la derecha, please
Por Eduardo Blaustein
eblaustein@miradasalsur.com
Comparaciones odiosas. Los medios hegemónicos intentaron mostrar al 8n como una movilización histórica. La foto del acto de Alfonsin en el ’83 desmiente la idea./Otra vista del 8n. La plaza de la república rebosó de gente
Combinando resentimiento contra el Gobierno Nacional, antipolítica y reclamos que deben atenderse, el último cacerolazo llevó mucha gente pero estuvo muy lejos de contribuir a generar una mejor institucionalidad partidaria.
Es llamativo: demasiada gente baja en la estación Callao. Apenas se sale de la boca del subte suenan bocinas y el tachín tachín lejano de cacerolas. La avenida no está cortada, recién se desvía el tránsito por Marcelo T. de Alvear. El grueso de los que salieron del subte, muchos jóvenes entre ellos, rumbeará con el cronista hacia el punto de encuentro de Santa Fe y Callao. Sabe y avisa el cronista que hay otras citas previstas en la ciudad para el cacerolazo y que por lo tanto éste será, en el inicio, un recorte posible de la protesta. No habrá sorpresas excepto la ya señalada: muchos, pero muchos jóvenes y con ellos la primera carburación interna: sería bueno saber hasta qué punto estos sub-35 y sub-20 vienen de ciertos espacios ensimismados –universidades y colegios privados, empresas, establecimientos confesionales–, esos que en su encierro impidan confrontar las propias percepciones, prácticas, discursos, con realidades más extensas. Ya se van viendo banderas argentinas, camiones de exteriores, bocha de gente.
El cronista llega a la primera multitud: son muchos. No hay sorpresa, hay una rara uniformidad que por carecer de la variedad e intensidad de otras manifestaciones tiene algo de abstracta. Sumando, parecen dos o tres cuadras de gente linda, masas bulliciosas, no compactas. Un primer cartel resume decenas o centenas de carteles similares: “Basta de soberbia, inseguridad, injusticia, impunidad, corrupción, narcotráfico”. Otro dice “No mientas más”. Esas consignas y la más repetida, el no a la re-re, son síntesis de lo que hay. Un modo de decir que no es del todo cierta la crítica contra la dispersión de los reclamos. Otro resumen posible y conocido: ir a la marcha por la negativa y no por la propositiva. Mucho más adelante, sobre la avenida Corrientes, el que escribe anotará el contenido de otra pancarta que es más bien un listado extenso. Contiene dos “sí” a favor de “República democrática, federal, pluralista” y “Derechos humanos para todos”. Abajo, una quincena de “no” para lo que el manifestante entiende como atropellos kirchneristas. Permítase que el cronista descrea un poco del fervor democrático de sectores que apoyaron toda dictadura (un problema es que ellos se la creen).
Volviendo a Santa Fe y Callao. Ya se escucha algún grupo pequeño que canta que se va a acabar la dictadura de los K. No es tan extendido ese estribillo entre otras razones por una cuestión de inorganicidad: sencillamente no hay posibilidad de consignas extendidas porque acá se viene de a uno, en pareja, con amigos del trabajo, la facultad, el club. No hay megáfono que organice cantitos en esta marcha que es más aglomeración de individuos que colectivo, no hay carteles políticos ni de oenegés. Eso no implica que no haya una agenda, que esa agenda (sólo hasta cierto punto) es más bien de clase, conservadora, y que esa clase pelea por reclamos que en algunos casos son legítimos y generalizados en toda la sociedad.
Algo aporta verlos de cerca y no por la tele. Hay que ver con qué orgullo alzan sus carteles personalizados al extremo, casi en un acto de ostentación. Alguno lo levanta girando sobre sí mismo, enseñando su gallardía, exaltando su individualidad. Es un gesto de disputa que se verifica en las miradas: firmes, orgullosos de estar ahí, contentos, en muchos casos desafiantes.
Unidos y semiorganizados. En el grabador quedarán registrados los cornetines, silbatos, alguna vuvuzela. Tal parece que la consigna de ir con camisetas blancas difundida en las redes sociales opositoras fue acatada por buena parte de los manifestantes. Acudieron para ello a camisetas de descarte: aquella con la que se duerme, la que se compró en el viaje a Brasil y refiere a un festival de cerveza, otra con el logo de Unicef. Otros van con la de la Selección, preferiblemente la que lleva en la espalda el apellido Messi. Y va de nuevo: cantidad de jóvenes, de lo que se llama buena presencia. Y cantidad de mujeres, hasta los 75 años. A algunas de ellas se las ve prolijamente bronceadas, pero ése es recorte con algo de mala leche, lo que ve repetidamente el cronista saliendo ya desde Santa Fe en dirección a la 9 de Julio.
De nuevo, de cara a la vana contabilidad, habrá que reiterar que esta es sólo una bocha de gente y que hay otras bochas que confluirán desde otros puntos. Ya La Nación incluyó en su edición impresa del día el mapa con esos puntos y un link con la célebre alusión a la convocatoria espontánea por las redes sociales que llevaba por ejemplo a la página Argentinos Indignados (“Somos el freno a la tiranía y la cleptocracia”, lenguaje de la Libertadora), de lo más brutal que circula en las webs antikirchneristas, donde el primer párrafo que explica las razones de la movilización es el que dice: “Envían a La Cámpora para adoctrinar a nuestros niños.
‘Adoctrinamiento’ es lo mismo que abuso de ‘menores’; y la Presidente lo apoyó abiertamente”.
La movilización avanza. Cuando comienza a remontar por la 9 de Julio hacia el Obelisco la figura “bocha de gente” pasa a una dimensión superior. Es que pasando Córdoba la 9 de Julio hace una ligera cuesta que permite ver mejor la cantidad y esa cantidad impresiona. Es cierto que la masa se compacta entre los boulevares y sólo avanza por los carriles que van hacia Constitución. Pero son muchos (¿sumarán 40, 50, 60 mil sólo en el Obelisco?). Como sea, una cosa es haberlo previsto, otra tener el cuerpo metido entre esta multitud a la que no se pertenece.
El cronista trata de ser todo lo abierto que le permite su alma. Es mucha gente. Pero comparar el número de asistentes con el de la marcha de la Multipartidaria del ’82, los actos de cierre de campaña de Raúl Alfonsín (de Independencia hasta Córdoba, ver foto) o Italo Lúder en el Obelisco, las convocatorias de Saúl Ubaldini, o dejar de lado la manifestación del 2006 por los 30 años del golpe, es una manipulación cretina.
Habrá otras maneras de relativizar o encuadrar la importancia del número: en la ciudad de Buenos Aires, sólo Mauricio Macri, cuando ganó con el 47 por ciento en primera vuelta, fue votado por 830 mil porteños. Faltan en la cuenta carradas de miles de otros votos no kirchneristas (mínimo, 300 mil más). Es una base fértil para nutrir una marcha contra el gobierno. El dato fuerte y nuevo que se debe atender, escuchar y cuidar es que tantos miles salgan a la calle, a disputar espacio público, discusiones, broncas, sentidos, agendas, percepciones. Ya bastante se escribió y se escribirá acerca de las dificultades de los partidos opositores para encauzar esta irritación que al día siguiente se nutrirá con otra inundación más en Belgrano, Palermo, Villa Crespo. Esa parte del debate quedará para otro día.
So sorry. Hay un muchacho plantado en medio de la gente mostrando su pancarta personal en la que pide perdón porque él la votó. Le pregunto si es una ironía pero dice que no con un tristísimo apretar de párpados, como diciendo por mi culpa, por mi culpa. Hay carteles sobre seguridad, libertad, respeto a la Constitución. No los hay sobre inclusión, salud, educación, pobreza, generación de empleo. Piden entre otras contradicciones menos subsidios a los vagos y a la vez más seguridad.
Renace en el cacerolazo ese viejo credo superficial según el cual, y suponiendo que el kirchnerismo fuera un monstruo que avanza toscamente a contramano de la Constitución, con sólo tener República el país sería una fiesta, una fiesta construida sin necesidad de políticas, de gobierno. Sucedió con el recitado del Preámbulo en la hermosa campaña de Alfonsín, sucedió con el discurso inconsistente de la Alianza. La fantasía antipolítica y boba de que la mera transparencia institucional –valor deseable y exigible– garantiza un buen gobierno. Este cronista ya ha escrito que la protesta es legítima como manifestación política, que es parte de la vivacidad de una democracia en la que existe plena libertad de expresión. Es también rebote de la repolitización nacida con el kirchnerismo (para el otro lado). Insiste el cronista en que el Gobierno debe escuchar y atender ciertas demandas (seguridad, inflación, transporte público) sin que eso signifique cambiar lo central de un proyecto que fue abrumadoramente respaldado con los votos. El cronista vuelve a subrayar que es falso que todos los caceroleros sean las señoras bronceadas del recorte discursivo o fotográfico. También subraya: además de que el cacerolazo trasunta un triunfo de las ideologías del individualismo, y aunque es relativamente heterogéneo en su composición social, no hay, literalmente, un solo morocho a la vista. Hablando de morochos, en este momento cantan “olelé, olalá, si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”.
Yo estuve. Cansado de ver tanta cara saludable de Callao y Santa Fe, hay que apurar el paso con ganas de verificar una intuición fácil: que en el Obelisco, provenientes de otras geografías urbanas, puedan apreciarse cambios en la composición social de la protesta. Quién tuviera una máquina portátil y perfecta que pudiera medir de un saque esos datos, o un coche-Google que sacara la foto de 360 grados. Se trate del orgullo individual, de clase o de la bronca anti Cristina, puede apelarse a imágenes aisladas, como la de la piba que viste la camiseta histórica: “8N. Yo estuve”. Quieren dar la pelea, darla fuerte, tienen conciencia de eso y aunque son algo necios en su irritación ensimismada, hacen aprendizajes astutos: no hay en este cacerolazo cartelitos que refieran a mi dólar o mi derecho al viaje, consignas que quedaron relativamente offside, que circularon en la edición anterior y que permanecen en las redes sociales opositoras.
Llegan las columnas de Barrio Norte al Obelisco, a una cuadra y media. Se ensancha la protesta y forma una amplísima circunferencia alrededor de ese monumento, con un sobrante de manifestantes al otro lado de Corrientes. Se canta el Himno al estilo cancha de fútbol. Son las 8.25 y la gente se regocija comprobando el número de asistentes. Hay una proyección luminosa en una de las aristas del Obelisco que dice “Unidos y en libertad”. Habrá que suponer que se pidió permiso al Gobierno porteño para hacer esa proyección. Curioso: el lema “Unidos y en libertad” (dato recordado por el semiólogo Roberto Marafioti), seguramente concebido como opuesto a “Unidos y organizados”, fue usado en formato oblea para parabrisas durante el Proceso, junto al más conocido “Somos derechos y humanos”.
Ya es muy difícil acceder a la plaza de la República, allí donde se quiere saber más sobre qué gente es la que salió a protestar. Pero es jodido llegar a Corrientes y doblar a la derecha. Caramba, casi parece una movilización peronista. Ahora el apretuje es fiero, en sentido contrario a los que quieren llegar al centro del asunto.
Después de un rato de forcejeos el cronista consigue atravesar esa masa compacta. Tuerce el cuello a la derecha, ve el cartel grande que dice “La Fragata no se entrega”, escucha la consigna “Hijos de puta”, enfrenta una zona más nacionalista llena de banderitas blanquicelestes, si éste no es el pueblo el pueblo dónde está. Y efectivamente los que vienen por Corrientes son más diversos: clases medias-medias y bajas; si hay rubias, son rubias no naturales. Aun así la hegemonía parece ser de clase media-media para arriba. Dos señoras de barrio llevan una tela que dice “Las desaparecidas no tolerarían violaciones a los derechos humanos que hoy comete el Estado”. Habiendo de por medio una alusión al género, habrá que interpretar que se refieren al derecho a la vida y el aborto. Los que se ven ahora por Corrientes, sean pequeños comerciantes, pymes, laburantes, interpelan más seriamente la necesidad de abrir las orejas. En alguna pancarta y en testimonios televisivos se sumó otro reclamo al malestar: el tema del mínimo no imponible para el impuesto a las Ganancias.
Pasando Talcahuano ralea la cantidad de manifestantes, los que se siguen sumando caminan entre claros grandes. Otros, incluido el cronista, enfilan de regreso hacia la estación Tribunales. Los demás, felices, seguirán hasta Plaza de Mayo. En la plaza de Tribunales, de pronto, es el puro y oscuro vacío urbano. Los andenes están desiertos. Pero para cuando llegue el subte se llenará de caceroleros contentos. ¿Eso es un contrasentido? ¿La oligarquía viajando en subte? ¿O es una señal sobre la composición de la protesta?
Al salir por Congreso de Tucumán el cronista se encontrará con los restos de la convocatoria de Cabildo y Juramento, que impide el paso de los colectivos. Y también el 152 deberá abrirse de la avenida Maipú porque otra bocha de gente la cortó frente a la Quinta Presidencial. Sale el cronista de Maipú, se interna entre manzanas en las que, ahora sí, los manifestantes dejaron sus coches estacionados. Pasan dos pibas jovencitas por una calle oscura haciendo sonar pares de botellas de agua. Falta poco para llegar a casa y verlo por TN; C5N; 6,7,8; Duro de Domar, América y Canal 26. Pero queda un último detalle casi frente a la propia casa: matrimonio mayor, el tipo de unos 65, alto, bien plantado, bermudas, barba canosa, una cara más bien simpaticona, cantando solito con la patrona, “olelé, olalá, si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”.
11/11/12 Miradas al Sur
GB
domingo, 11 de noviembre de 2012
ABC-MERCOSUR-UNASUR-UNIDOS O DOMINADOS.
EL PROYECTO ABC
En la Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, 11 de noviembre de 1953.
"Señores:
He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.
Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.
El mundo moderno
Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.
Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.
Es Indudable que el mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual. Es tal la influencia de la superproducción y es de tal magnitud la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.
Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.
Comida y materia prima
Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.
El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima: valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos, y la lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.
En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.
Ventaja de América
Esto es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.
Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.
Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.
Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.
La amenaza
Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado - a lo largo de la historia de todos los tiempos - que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades. Ahí está el problema planteado en sus bases fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.
Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.
Defensa común
Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.
Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.
Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más ó menos abstracta o idealista.
Las uniones americanas
Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto, analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del Continente en una unión de distintos tipos.
Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por culpa de la junta de Buenos Aires.
Hubo varios después que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.
Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.
Unidos o dominados
Llegamos a nuestros tiempos.
Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.
Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino o mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.
Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.
Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.
Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.
Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizás el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.
Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente, porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendrá ninguna importancia. Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.
El primer plan
En 1946 cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.
No encontramos allí ningún plan de acción, cómo no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regían sus decisiones o designios.
Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa.
No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizás explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.
Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.
Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesita para sustentar una política.
Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonía, de mando y de dirección.
Ponerse adelante
Para ser país monitor - como sucede con todos los monitores - ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.
Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros, primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo.
En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.
Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.
Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, sobre la base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza - que tenemos obligación de soñar - para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.
El A.B.C.
República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.
Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.
Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega. Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.
Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.
Es indudable que, realizada esta unión, caerán en su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.
Vargas e Ibáñez
Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los siete años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.
Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno; Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo.
Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto para dar el hecho por cumplido porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa.
Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino! ¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la interacción de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de ese tipo.
Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre "roto" chileno y que producen ellos.
Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.
Por esta razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos.
Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.
Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.
Señores: sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: ltamaraty, que constituye una institución supergubernamental. ltamaraty ha soñado, desde la época de su emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.
Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un buen proceder de parte nuestra.
Debe desmontarse todo el sistema de ltamaraty, deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que Brasil entre a una, diremos, unión verdadera con la Argentina.
Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea ese sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros, no tenemos ningún inconveniente.
Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ese tampoco va a ser un inconveniente. Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.
Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros, porque procedemos bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento: por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.
Conciencia internacional
Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mí que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado.
Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso. Yo agarraba cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.
Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando le dijera a mi pueblo que quería hacer eso, sabía que mi pueblo quería lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia político-internacional en el pueblo, y existe una organización. Además la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.
Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.
El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.
Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes. Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional mundial, a su pueblo, a su Parlamento y a los intereses que había que vencer.
Naturalmente, yo esperé. En ese ínterin es elegido presidente el general Ibáñez; la situación de él no era mejor que la situación de Vargas, pero en cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que se puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones muy su géneris, porque allá se inscriben los que quieren, y los que no quieren no; es una cosa muy distinta la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto llega al gobierno, yo, conforme con lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dijo: De acuerdo; lo hacemos. Muy bien!
El general fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos. Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: "Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión"
El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.
Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: "Vengo aquí con todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien y como lo hemos planeado, y quizá al hacerse esto se facilite la acción de Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto".
Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco - poca cosa - y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió. No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etc.
Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: que estaba en contra de los pactos regionales, que ése era la destrucción de la unanimidad panamericana. Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó: ¿Qué me dice de los amigos brasileños ?
Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los límites a que había llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves de Fontoura. Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.
Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de O Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo: Me manda el presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil: que políticamente no puede dominar, que tiene sequías en el norte, heladas en el sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso, que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al ministro.
Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.
Bien, señores, yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la historia, porque yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido Cretinos, no he sido yo sólo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el baile del cretinismo.
Política de unión
Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres - frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro -, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.
Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo. Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los “grandes conflictos" y no para los pequeños conflictos.
Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.
Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y la conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.
En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.
La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus características.
La integración latinoamericana
Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.
Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.
Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común; primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.
Chile, aun a pesar de la lucha que debe sostener allí, ya está unido con la Argentina.
El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del triunfo de nuestra política.
La unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabajó por esto.
Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquellos; ésa es nuestra mayor esperanza.
Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice: y esa es nuestra acción y esa es nuestra orientación.
Muchas gracias.
Juan Domingo Perón
(11 de noviembre de 1953)
En la Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, 11 de noviembre de 1953.
"Señores:
He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.
Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.
El mundo moderno
Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.
Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.
Es Indudable que el mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual. Es tal la influencia de la superproducción y es de tal magnitud la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.
Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.
Comida y materia prima
Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.
El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima: valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos, y la lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.
En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.
Ventaja de América
Esto es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.
Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.
Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.
Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.
La amenaza
Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado - a lo largo de la historia de todos los tiempos - que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades. Ahí está el problema planteado en sus bases fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.
Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.
Defensa común
Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.
Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.
Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más ó menos abstracta o idealista.
Las uniones americanas
Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto, analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del Continente en una unión de distintos tipos.
Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por culpa de la junta de Buenos Aires.
Hubo varios después que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.
Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.
Unidos o dominados
Llegamos a nuestros tiempos.
Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.
Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino o mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.
Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.
Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.
Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.
Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizás el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.
Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente, porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendrá ninguna importancia. Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.
El primer plan
En 1946 cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.
No encontramos allí ningún plan de acción, cómo no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regían sus decisiones o designios.
Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa.
No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizás explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.
Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.
Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesita para sustentar una política.
Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonía, de mando y de dirección.
Ponerse adelante
Para ser país monitor - como sucede con todos los monitores - ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.
Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros, primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo.
En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.
Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.
Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, sobre la base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza - que tenemos obligación de soñar - para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.
El A.B.C.
República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.
Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.
Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega. Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.
Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.
Es indudable que, realizada esta unión, caerán en su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.
Vargas e Ibáñez
Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los siete años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.
Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno; Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo.
Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto para dar el hecho por cumplido porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa.
Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino! ¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la interacción de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de ese tipo.
Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre "roto" chileno y que producen ellos.
Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.
Por esta razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos.
Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.
Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.
Señores: sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: ltamaraty, que constituye una institución supergubernamental. ltamaraty ha soñado, desde la época de su emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.
Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un buen proceder de parte nuestra.
Debe desmontarse todo el sistema de ltamaraty, deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que Brasil entre a una, diremos, unión verdadera con la Argentina.
Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea ese sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros, no tenemos ningún inconveniente.
Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ese tampoco va a ser un inconveniente. Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.
Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros, porque procedemos bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento: por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.
Conciencia internacional
Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mí que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado.
Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso. Yo agarraba cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.
Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando le dijera a mi pueblo que quería hacer eso, sabía que mi pueblo quería lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia político-internacional en el pueblo, y existe una organización. Además la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.
Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.
El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.
Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes. Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional mundial, a su pueblo, a su Parlamento y a los intereses que había que vencer.
Naturalmente, yo esperé. En ese ínterin es elegido presidente el general Ibáñez; la situación de él no era mejor que la situación de Vargas, pero en cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que se puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones muy su géneris, porque allá se inscriben los que quieren, y los que no quieren no; es una cosa muy distinta la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto llega al gobierno, yo, conforme con lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dijo: De acuerdo; lo hacemos. Muy bien!
El general fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos. Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: "Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión"
El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.
Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: "Vengo aquí con todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien y como lo hemos planeado, y quizá al hacerse esto se facilite la acción de Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto".
Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco - poca cosa - y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió. No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etc.
Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: que estaba en contra de los pactos regionales, que ése era la destrucción de la unanimidad panamericana. Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó: ¿Qué me dice de los amigos brasileños ?
Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los límites a que había llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves de Fontoura. Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.
Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de O Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo: Me manda el presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil: que políticamente no puede dominar, que tiene sequías en el norte, heladas en el sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso, que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al ministro.
Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.
Bien, señores, yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la historia, porque yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido Cretinos, no he sido yo sólo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el baile del cretinismo.
Política de unión
Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres - frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro -, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.
Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo. Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los “grandes conflictos" y no para los pequeños conflictos.
Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.
Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y la conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.
En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.
La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus características.
La integración latinoamericana
Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.
Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.
Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común; primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.
Chile, aun a pesar de la lucha que debe sostener allí, ya está unido con la Argentina.
El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del triunfo de nuestra política.
La unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabajó por esto.
Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquellos; ésa es nuestra mayor esperanza.
Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice: y esa es nuestra acción y esa es nuestra orientación.
Muchas gracias.
Juan Domingo Perón
(11 de noviembre de 1953)
10 N, DIA DE LA TRADICION
José Hernándes nació el 10 de noviembre de 1834. Su padre se llamaba Rafael y pertenecía a una familia federal; su madre era Isabel Pueyrredón y pertenecía a una familia unitaria; el niño nació en el caserío de Perdriel, hoy partido de San Martín, y quedó al cuidado de sus tíos Victoria y Mariano Pueyrredón, cuando sus padres se fueron al campo para trabajar en una estancia de propiedad de Rosas. Hacia 1840 al arreciar la represión rosista contra los unitarios, los tíos de José deben emigrar, razón por la cual el niño queda a cargo de su abuelo paterno, José Hernández Plata, federal convencido. Según consta en archivos y diarios, estudió en el Liceo Argentino de San Telmo, dirigido por Pedro Sánchez hasta que abandona Buenos Aires aquejado por un mal al pecho, para reunirse con su padre en una estancia de Camarones. Previamente, en 1843, había muerto su madre, a la que no veía desde muy pequeño, y a la que probablemente no recordaba.
No es preciso destacar el clima de violencia política en que transcurrieron esos primeros años de la vida del poeta, así como los desgarramientos afectivos provocados también por razones políticas. Sea como fuere, junto a su padre logra cierta estabilidad y se despierta en él el amor al campo y el conocimiento del mundo campero. Entre tanto, había nacido su hermano Rafael, el que sería su primer biógrafo.
A la caída de Rosas, José se separa de su padre, que continúa en las faenas rurales hasta su muerte acaecida en 1857. José se interna en Buenos Aires, sacudida por todos los vientos después de Caseros. Su primera acción digna de ser recordada, y que al mismo tiempo implica una ruptura con sus padres, consiste en ponerse a las órdenes del coronel Pedro Rosas y Belgrano (hijo adoptivo de Juan Manuel), que enfrenta a las fuerzas de Hilario Lagos, militar rosista alzado contra el gobierno unitario de Valentín Alsina. Para algunos, el haber adoptado este partido guarda cierto paralelismo con la actuación de Pedro Rosas: en ambos sería algo así como un parricidio. De todos modos, la experiencia le abre el camino a la política y la batalla de San Gregorio en la que Lagos deshizo a sus represores, parece haber dejado en él ciertos recuerdos que, muy posiblemente, reaparecen en algunos versos de la primera parte del poema. O Para otros, esta forma de ingresar en la política se explica por su juventud y no tiene valor de definición; en todo caso, habla de la complejidad de los planteos después de Caseros, entre Buenos Aires, regida por unitarios (Mitre detrás de todos ellos), y la Confederación acaudillada por Urquiza.
Justamente, este conflicto separa hombres que en la oposición habían estado unidos, como Sarmiento yAlberdi; este último se convierte en el ideólogo de la Confederación e, indirectamente, serán sus ideas las que manejará en el futuro Hernández. Los rosistas no cejan en su intento de recuperar el poder hasta 1856 en que las tentativas de Flores y Costa terminan en la matanza de Villamayor por orden del gobernador Pastor Obligado. Pero antes, en 1854, el oficialismo vence a Lagos en El Tala, y Hernández, a raíz de un duelo, abandona las filas. En ese mismo año de 1856, según informa Beatriz Bosch (La Prensa, 1964), se lo encuentra en Paraná trabajando como empleado de comercio.
Otros biógrafos (Chávez) lo sitúan en Buenos Aires hasta 1858, y a partir de entonces en Paraná; Chávez, incluso, lo hace colaborar en La Reforma Pacífica, diario creado en 1856 y dirigido por Nicolás Calvo, jefe del Partido Reformista (confederacionista y federal, llamado "chupandino"), hecho que Beatriz Bosch pone en duda. Es lógico suponer, no obstante, que ya sea desde Paraná, ya desde Buenos Aires, simpatizaba con ese partido y que aún pudo colaborar desde lejos si en realidad no lo hizo desde cerca. El reformismo combatía contra el mitrismo, a cuyos partidarios se designaba con el mote de "pandilleros".
Los conflictos entre la confederación y Buenos Aires llegan a un grado extremo y se produce la Batalla de Cepeda, en la cual Hernández pelea como capitán. Triunfo de Urquiza, quien llega hasta San José de Flores. A continuación Hernández se retira del ejército y obtiene el cargo de oficial de contaduría, pasando poco después a ser taquígrafo del senado.
En Paraná lo bautizan "Matraca" que le dura hasta 1873 que empiezan a llamarlo "Martín Fierro".
Asiste a la convención reformadora de 1860, donde conoce a Sarmiento. Pero en la próxima vuelta el triunfo es de Bs. As; es en Pavón y la derrota de Urquiza es inexplicable; en sus filas revistan José y Rafael Hernández.
Disueltos los poderes de Paraná, Hernández se dedica al periodismo, en el Argentino, como tantos otros célebres argentinos. El 8 de junio de 1863 se casa con Carolina del Solar. En el mismo año es asesinado Angel Vicente Peñaloza, mítico montonero riojano, lo cual motiva una serie de artículos de Hernández recopilados con el título de Vida del "CHACHO" violento ataque a Sarmiento.
Posteriormente (febrero de 1867) se lo ve en Corrientes como ministro del gobernador López, federal y urquicista. Permanece allí, ocupando diversos cargos, hasta que López es derrocado en 1868 por fuerzas mitristas, ante la pasividad de Urquiza. Redacta el Eco de Corrientes y es decidido partidario de López Jordán, que asiste al gobernador López en la defensa de su gobierno. Desde ese diario combate la candidatura presidencial de Sarmiento pero ello no le impide trasladarse a Bs. As donde fundará el diario El Río de La Plata, decidido a oponerse a ese gobernante y cuyo programa parece un anticipo del Martín Fierro.
El diario sale durante ocho meses. Presumiblemente en octubre de 1870 regresa a Paraná para unirse a López Jordán. En 1872 regresa a Bs. As. vía Montevideo, luego de estar prófugo junto a López Jordán de una guerra declarada por Entre Ríos, preocupado por la peste del 71 ya que su familia residía en ese lugar. Allí recibe la visita de Antonio Lussich, que le muestra versos en "estilo campero".
El 28 de noviembre sale el poema que luego aparece en forma de folleto editado por la imprenta "La Pampa". A pesar de esto sigue su pelea con Sarmiento, huye a Montevideo donde se reencuentra con López Jordán; y Sarmiento pone precio a sus cabezas: $100.000 la de López Jordán y $1.000 la de Hernández.
En 1879 es elegido diputado provincial y edita La Vuelta Del Martín Fierro.
En 1881 publica su Instrucción del Estanciero, y en 1885 es elegido senador.
El 21 de octubre de 1886 murió en Belgrano. Sus últimas palabras dirigidas a su hermano Rafael fueron: Buenos Aires. Buenos Aires...
OBRAS: Martín Fierro.
Una nueva conciencia. - Un folleto humilde en cuya portada puede leerse" El gaucho Martín Fierro, por José Hernández", fue impreso en la Imprenta de La Pampa en 1872. Siete años después la librería del Plata presenta la primera edición, adornada con diez minas, de la vuelta de Martín Fierro, del mismo autor. Entre ambas un‚ éxito de público, que no había tenido antecedentes en él Río de la Plata, ni por su extensión, ni por su composición social. En "Cuatro palabras de conversación con los lectores", que encabeza la Vuelta, Hernández informa que de la primera parte de su poema se han sucedido once ediciones, con un total de 48000 ejemplares. Anuncia, al mismo tiempo, que del presente folleto se tiraron 20.000 ejemplares. El hecho, que no dejó de despertar la perplejidad de sus contemporáneos, altera con un solo impulso la relación entre las obras que hasta ese momento habían sido escritas en la Argentina (o por argentinos) y para las que los románticos Echeverría y Gutiérrez habían propagandizado el nombre de literatura nacional. Ida y Vuelta de Martín Fierro confirmaban a la vez la popularidad de una forma (que luego se denominará gauchesca), la oportunidad de una denuncia sobre la condición social del gaucho, y la transformación literaria del saber y la experiencia rurales.
Cada una de estas tres líneas existían antes de Martín Fierro por separado y, en ocasiones, precariamente entrecruzadas. Pero su confluencia en el poema de Hernández produce un efecto nuevo, a la vez literario e ideológico. Podría agregarse: de ideología literaria, porque Martín Fierro -propone, en una estructura formal que no es la del realismo del siglo XIX, una representación realista. Cómo se produce esta alquimia en la escritura de un periodista y político de segunda fila, militante casi siempre en el bando de la derrota?
Hay que presuponer en Martín Fierro un nuevo tipo de conciencia. La mera yuxtaposición de las tres líneas enumeradas no podría haber producido ni la perdurabilidad estética ni la fuerza de su denuncia. O para decirlo más precisamente: que la fuerza de sus contenidos sociales provenga especialmente de su sorprendente ajuste verbal y narrativo, induce a pensar que José Hernández modifica, a veces de modo radical, tanto la tradición en la cual proyecta inscribirse, inaugurada por Hidalgo, como la denuncia que compartía con Diego Gregorio de la Fuente, con Nicasio Oroño, con Vicente Quesada, con Emilio Castro. Las flexiones particulares del programa social -las veremos enseguida- parecen anunciar la peculiar inscripción de su poema en la gauchesca, están destinadas a confirmar, al mismo tiempo, una comunidad cultural con el conjunto de saberes, decires y creencias rurales: la "sabiduría del pueblo", reivindicada en el Martín Fierro en oposición a la "ciencia" urbana: Porque esto tiene otra llave Y el gaucho tiene su ciencia.
Como palanca central de esta conciencia más intensa de lo rural literario y sociológico, en el Martín Fierro se elige un lenguaje. No se mimetiza ingenuamente por el acopio de interjecciones y modismos, ni por la prolijidad lexicográfica de acciones, costumbres, comidas y diversiones, con una jerga rústica que hablada por los gauchos significaría el alma de "lo gauchesco". La lengua del Martín Fierro está constituida por un conjunto no demasiado abigarrado de peculiaridades fonéticas, un puñado de arcaísmos y Americanismos y una sintaxis que elude la subordinación. Se define esencialmente por el sistema de metáforas (Hernández fue consciente de ello, como lo demuestra en sus prólogos), por el sistema de connotación, por los desplazamientos de la ironía.
El Martín Fierro, construyéndose a partir de las convenciones de la poesía gauchesca, las modifica por la recolocación de esas formas en una nueva ideología literaria y por la explicación de un programa social. Se ven enseguida los cambios operados en la convención y los desplazamientos de sentimientos, ideas, actitudes y enunciados. De este modo el material del poema, al organizar un sistema de ideas, una retórica, un saber rural y una lengua, se inscribe en la tradición gauchesca de Hidalgo a Ascasubi, pero diferenciándose de ella. Al mismo tiempo retoma los temas que Hernández haba expuesto en sus artículos en El Río de la Plata, proporcionándoles una fuerza demostrativa que se genera en las peripecias de la narración y en la perfecta representación literaria. Un nuevo tipo de conciencia sobre el gaucho (y no sólo sobre sus desdichas, sino más globalmente sobre lo rural) se impone al público culto después de la publicación del Martín Fierro, Y es, precisamente, este nuevo tipo de conciencia la que gana a sus oyentes rurales, los destinatarios de aquellos ejemplares del folleto que, según la versión ya clásica, lo compraban en las pulperías, entremezclado con cajas de velas y latas de sardinas.
Una nueva conciencia. - Un folleto humilde en cuya portada puede leerse" El gaucho Martín Fierro, por José Hernández", fue impreso en la Imprenta de La Pampa en 1872. Siete años después la librería del Plata presenta la primera edición, adornada con diez minas, de la vuelta de Martín Fierro, del mismo autor. Entre ambas un‚ éxito de público, que no había tenido antecedentes en él Río de la Plata, ni por su extensión, ni por su composición social. En "Cuatro palabras de conversación con los lectores", que encabeza la Vuelta, Hernández informa que de la primera parte de su poema se han sucedido once ediciones, con un total de 48000 ejemplares. Anuncia, al mismo tiempo, que del presente folleto se tiraron 20.000 ejemplares. El hecho, que no dejó de despertar la perplejidad de sus contemporáneos, altera con un solo impulso la relación entre las obras que hasta ese momento habían sido escritas en la Argentina (o por argentinos) y para las que los románticos Echeverría y Gutiérrez habían propagandizado el nombre de literatura nacional. Ida y Vuelta de Martín Fierro confirmaban a la vez la popularidad de una forma (que luego se denominará gauchesca), la oportunidad de una denuncia sobre la condición social del gaucho, y la transformación literaria del saber y la experiencia rurales.
Cada una de estas tres líneas existían antes de Martín Fierro por separado y, en ocasiones, precariamente entrecruzadas. Pero su confluencia en el poema de Hernández produce un efecto nuevo, a la vez literario e ideológico. Podría agregarse: de ideología literaria, porque Martín Fierro -propone, en una estructura formal que no es la del realismo del siglo XIX, una representación realista. Cómo se produce esta alquimia en la escritura de un periodista y político de segunda fila, militante casi siempre en el bando de la derrota?
Hay que presuponer en Martín Fierro un nuevo tipo de conciencia. La mera yuxtaposición de las tres líneas enumeradas no podría haber producido ni la perdurabilidad estética ni la fuerza de su denuncia. O para decirlo más precisamente: que la fuerza de sus contenidos sociales provenga especialmente de su sorprendente ajuste verbal y narrativo, induce a pensar que José Hernández modifica, a veces de modo radical, tanto la tradición en la cual proyecta inscribirse, inaugurada por Hidalgo, como la denuncia que compartía con Diego Gregorio de la Fuente, con Nicasio Oroño, con Vicente Quesada, con Emilio Castro. Las flexiones particulares del programa social -las veremos enseguida- parecen anunciar la peculiar inscripción de su poema en la gauchesca, están destinadas a confirmar, al mismo tiempo, una comunidad cultural con el conjunto de saberes, decires y creencias rurales: la "sabiduría del pueblo", reivindicada en el Martín Fierro en oposición a la "ciencia" urbana: Porque esto tiene otra llave Y el gaucho tiene su ciencia.
Como palanca central de esta conciencia más intensa de lo rural literario y sociológico, en el Martín Fierro se elige un lenguaje. No se mimetiza ingenuamente por el acopio de interjecciones y modismos, ni por la prolijidad lexicográfica de acciones, costumbres, comidas y diversiones, con una jerga rústica que hablada por los gauchos significaría el alma de "lo gauchesco". La lengua del Martín Fierro está constituida por un conjunto no demasiado abigarrado de peculiaridades fonéticas, un puñado de arcaísmos y Americanismos y una sintaxis que elude la subordinación. Se define esencialmente por el sistema de metáforas (Hernández fue consciente de ello, como lo demuestra en sus prólogos), por el sistema de connotación, por los desplazamientos de la ironía.
El Martín Fierro, construyéndose a partir de las convenciones de la poesía gauchesca, las modifica por la recolocación de esas formas en una nueva ideología literaria y por la explicación de un programa social. Se ven enseguida los cambios operados en la convención y los desplazamientos de sentimientos, ideas, actitudes y enunciados. De este modo el material del poema, al organizar un sistema de ideas, una retórica, un saber rural y una lengua, se inscribe en la tradición gauchesca de Hidalgo a Ascasubi, pero diferenciándose de ella. Al mismo tiempo retoma los temas que Hernández haba expuesto en sus artículos en El Río de la Plata, proporcionándoles una fuerza demostrativa que se genera en las peripecias de la narración y en la perfecta representación literaria. Un nuevo tipo de conciencia sobre el gaucho (y no sólo sobre sus desdichas, sino más globalmente sobre lo rural) se impone al público culto después de la publicación del Martín Fierro, Y es, precisamente, este nuevo tipo de conciencia la que gana a sus oyentes rurales, los destinatarios de aquellos ejemplares del folleto que, según la versión ya clásica, lo compraban en las pulperías, entremezclado con cajas de velas y latas de sardinas.
Fuente, La Gazeta Federal
Prof GB
sábado, 10 de noviembre de 2012
PUEBLO?
Detrás del ruido de las cacerolas
Pueblo y masa: el 8N en la distancia
Por Jorge Alemán *
No estoy allá, no tengo las antenas del cuerpo, no tengo el “peso de la cosa” inmediata. Veo imágenes donde miles de personas se reúnen en lugares siempre reconocibles. El número, la cantidad, la presencia multitudinaria parecen evidentes y “hablan por sí mismas”. Pero ésta es la cuestión decisiva, ¿a qué se llama pueblo? Ese término inevitablemente siempre en disputa.
He visto tantas veces a multitudes, masas contabilizadas a gran escala, apoyar aquello que la opinión mediática previamente ha construido, aquello que por razones éticas y políticas nunca apoyaría, que la cuestión del Pueblo merece, en su singularidad, una discusión por mi parte. Reservo el término pueblo para designar la emergencia histórica de una subjetividad política que no hace número, no es contabilizable y que, a diferencia de la masa, inventa y construye su discurso en relación con un legado histórico y emancipatorio.
Pueblo es el sujeto que le da forma a lo que siempre está por venir: la igualdad y la justicia. Masa es lo que apoya lo que ya hay: opinión, medios, consenso mundial dominante. El pueblo es raro, surge cada tanto, es tan excepcional como el artista popular. En cambio, la masa es permanente como la producción del artista de masas, como la circulación de la mercancía. Se trata de una frontera frágil, sutil, que divide a cada uno, pero siempre posible de establecer.
El pueblo transforma a la historia, la masa hace que vuelva lo de siempre. Nunca se sabe de entrada cuándo actúa el pueblo y cuándo actúa la masa, sólo a posteriori, en sus efectos y consecuencias podemos concluir cuál fue el sujeto en cuestión. De esta forma, cuando se ganó aquel día por el 54 por ciento, y cuando designamos con razón nuestra experiencia como popular, siempre recuerdo que se trata de una causa que no es susceptible de contabilidad alguna y que tendría mi apoyo aunque tuviera el uno por ciento de los números.
* Psicoanalista. Consejero cultural de la embajada argentina en España.
GB
Pueblo y masa: el 8N en la distancia
Por Jorge Alemán *
No estoy allá, no tengo las antenas del cuerpo, no tengo el “peso de la cosa” inmediata. Veo imágenes donde miles de personas se reúnen en lugares siempre reconocibles. El número, la cantidad, la presencia multitudinaria parecen evidentes y “hablan por sí mismas”. Pero ésta es la cuestión decisiva, ¿a qué se llama pueblo? Ese término inevitablemente siempre en disputa.
He visto tantas veces a multitudes, masas contabilizadas a gran escala, apoyar aquello que la opinión mediática previamente ha construido, aquello que por razones éticas y políticas nunca apoyaría, que la cuestión del Pueblo merece, en su singularidad, una discusión por mi parte. Reservo el término pueblo para designar la emergencia histórica de una subjetividad política que no hace número, no es contabilizable y que, a diferencia de la masa, inventa y construye su discurso en relación con un legado histórico y emancipatorio.
Pueblo es el sujeto que le da forma a lo que siempre está por venir: la igualdad y la justicia. Masa es lo que apoya lo que ya hay: opinión, medios, consenso mundial dominante. El pueblo es raro, surge cada tanto, es tan excepcional como el artista popular. En cambio, la masa es permanente como la producción del artista de masas, como la circulación de la mercancía. Se trata de una frontera frágil, sutil, que divide a cada uno, pero siempre posible de establecer.
El pueblo transforma a la historia, la masa hace que vuelva lo de siempre. Nunca se sabe de entrada cuándo actúa el pueblo y cuándo actúa la masa, sólo a posteriori, en sus efectos y consecuencias podemos concluir cuál fue el sujeto en cuestión. De esta forma, cuando se ganó aquel día por el 54 por ciento, y cuando designamos con razón nuestra experiencia como popular, siempre recuerdo que se trata de una causa que no es susceptible de contabilidad alguna y que tendría mi apoyo aunque tuviera el uno por ciento de los números.
* Psicoanalista. Consejero cultural de la embajada argentina en España.
GB
LAS VOS DEL PUEBLO, OPINION
La voz del pueblo es la voz de Dios
Por Alberto Dearriba
Los manifestantes se adjudicaron ser "el pueblo", pero la calle no mide más legitimidad que las urnas.
Tras la contundente manifestación de anteayer, no pocos "bienpensantes" de distinto color político, coincidieron en insistir que el gobierno debe escuchar las demandas de ese colectivo heterogéneo que clamó por "libertad", rechazó la re-reelección y exigió centralmente contener la inflación y la inseguridad.
Es obvio que los dirigentes políticos deben escuchar a sus ciudadanos, lo cual suele expresarse en la sentencia latina "vox populi, vox dei". Pero para cumplir con esa máxima, hay que determinar primero si "el pueblo" son los miles de personas que se manifestaron contra el gobierno en las calles o los que se incluyen en los 12 millones que votaron por la reelección de Cristina Fernández. ¿Dónde está el pueblo? Porque tampoco es correcto suponer que la multitud, que tiene obviamente un valor político como emergente de un sector, mide más precisamente la legitimidad que una elección.
Los miles de manifestantes que llegaron hasta el Obelisco en representación del 46% que no votó a Cristina Fernández, interpelaron repetidamente a la otra mitad de la ciudadanía: "Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?"
Si complicado es determinar dónde está "el pueblo", más aún es definir políticas que contengan a todos. El kirchnerismo morigeró algunas de las contradicciones más descarnadas del capitalismo, pero hay otras que resultan insalvables por naturaleza. O se protege a los sectores más frágiles, o se favorece un proyecto que apunte hacia arriba.
La decisión de sostener un mercado interno generoso beneficia tanto a la base de la pirámide social como a los sectores medios. Pero los planes sociales son rechazados por buena parte de la clase media. Si abandonara esas políticas, el gobierno perdería su razón de ser y los que marcharían para cuestionarlo serían otros. Aplicar las medidas que difusamente expresan los caceroleros, implicaría definir un modelo de país antitético, al que sostiene el kirchnerismo desde hace nueve años. No habría Dios que justifique una estafa semejante.
LA INFLACIÓN. Los caceroleros culpan al gobierno del alza de los precios, de negar el flagelo y de truchar la medición. En realidad, las remarcaciones las producen los formadores de precios, ya que el Estado ha contenido hasta lo imposible las tarifas de los servicios públicos y los combustibles. Y si la presidenta no habla de inflación, no es porque la niegue, sino porque no quiere alentarla. Erróneamente, el gobierno se embarcó en una intervención de la medición del Indec de la cual nunca salió. Se lo puede acusar de no transparentar la estadística, pero no de ser responsable de la inflación, ya que es víctima de ella. Aleatoriamente, Cristina Fernández ha señalado que el gobierno no tiene una meta antiinflacionaria, sino de crecimiento. Entre actualizar permanentemente los salarios en paritarias o frenar el desarrollo con ajuste, eligió la primera opción. Se trata de una política opuesta a la que proponen los economistas ortodoxos, a los cuales prefieren los caceroleros. No es que el gobierno sea sordo al tañido de las cacerolas, sino que prioriza el salario y el consumo.
Si para contener la delincuencia los opositores proponen la mano dura, para frenar el alza de precios, la mayoría parece inclinarse por la mano invisible del mercado. Porque resulta francamente inverosímil que estos adalides de las libertades estén dispuestos a bancar una política de precios máximos con aplicación de la Ley de Abastecimiento.
Aunque muchos de ellos resultarían el pato de la boda, la mayoría de los caceroleros parece demandar entonces un ajuste fiscal que recorte la inversión pública, el crecimiento, el empleo, el salario y el consumo popular con el objetivo de frenar la inflación. Precios máximos o monetarismo y ajuste, son dos opciones a la política actual. No hay otras recetas alternativas a la actual. Como en otras cuestiones, no es que el gobierno no escuche, sino que piensa distinto. Por otra parte, la inflación no fue impedimento para que Cristina fuera reelecta.
LA INSEGURIDAD. Los manifestantes exigen terminar con la inseguridad y afirman que al gobierno no le importa que los delincuentes maten a mansalva. ¿Suponen que la inseguridad real –exagerada por los medios– le concede algún rédito político al gobierno y por eso "no hace nada"?
En el fondo de la demanda, está obviamente la propuesta de mano dura. Cuando piden "hacer algo" están diciendo "mano dura". Para el gobierno, la elevada delincuencia de las últimas décadas es un producto de la exclusión social masiva producida en los '90, que no se cura comiéndose al caníbal, sino con puestos de trabajo, educación, una justicia que funcione aceitadamente y policías honestas. En las dos primeras premisas ha habido avances claros, en la tercera y en la cuarta no. La justicia no actúa con celeridad y ejemplaridad. Y permanentemente estallan situaciones en la Federal y en las policías provinciales que revelan que la polícía no es solución, sino parte del problema.
El gobierno sabe obviamente que la seguridad es una de las principales preocupaciones populares, pero descree de una solución a balazos. Intuye que un piedra libre para el gatillo fácil generaría más inseguridad y muertes inocentes, especialmente entre los hijos de los hogares más pobres. A su juicio, el camino para reducir la delincuencia es el crecimiento, el empleo, la inclusión social y la educación. Y aunque no pueda admitirlo públicamente porque ello generaría más inseguridad, ese camino demanda décadas porque apuesta a futuras generaciones.
LIBERTAD Y DIKTADURA. El reclamo más incongruente de cuantos realizaron los caceroleros es el de la "libertad", contra la "diktadura" y de mayor calidad instucional, mientras alentaban paralelamente ciertas consignas de tufillo antidemocrático como "que se vaya". ¿De qué libertad hablan quienes se manifestaron sin ser molestados mientras los medios constataban la libertad de prensa?
En realidad, no pocos caceroleros pertenecen a un sector social al cual siempre se le facilitaron operaciones especulativas. La única libertad claramente conculcada en la Argentina es hoy la de atesorar dólares. El gobierno les niega ahora divisas porque las necesita para pagar una deuda que no contrajo y para sostener la importación de insumos para la industria. De un lado están los que reclaman librecambio y del otro los que quieren que se vuelvan a cerrar industrias y a perder empleo.
La libertad de cambio que exigen implicaría una megadevaluación de impacto regresivo sobre los ingresos fijos y un retorno a los mercados de capital a los cuales la Argentina sólo ingresaría con intereses onerosos por efecto del default. Para constatarlo, está la Fragata Libertad retenida en Tema, por lo cual los caceroleros también culpan a Cristina.
En la Argentina hay libertad de mercado, aunque las posiciones dominantes ya no tienen piedra libre. Algunas pancartas reclamaban que "no quiero que me persigan", cuando en realidad los "perseguidos" son evasores de impuestos. No los corren para matarlos sino para que paguen. Si la libertad es el imperio de la economía sobre la política, es cierto que está afectada, porque el kirchnerismo repuso el valor de la política sobre el mercado.
En cambio, es más congruente la demanda de inmovilismo constitucional. Pese a que no tuvieron ningún problema en abrirle la puerta a Menem, los conservadores fueron históricamente antirreformistas. Mucho más ahora, cuando las encuestas predicen que, a despecho de las multitudes que la apostrofan, Cristina Fernández volvería a ganar una elección si el Congreso la habilitara. Es comprensible que no quieran vérselas de nuevo con semejante candidata.
10/11/12 Tiempo Argentino
GB
Por Alberto Dearriba
Los manifestantes se adjudicaron ser "el pueblo", pero la calle no mide más legitimidad que las urnas.
Tras la contundente manifestación de anteayer, no pocos "bienpensantes" de distinto color político, coincidieron en insistir que el gobierno debe escuchar las demandas de ese colectivo heterogéneo que clamó por "libertad", rechazó la re-reelección y exigió centralmente contener la inflación y la inseguridad.
Es obvio que los dirigentes políticos deben escuchar a sus ciudadanos, lo cual suele expresarse en la sentencia latina "vox populi, vox dei". Pero para cumplir con esa máxima, hay que determinar primero si "el pueblo" son los miles de personas que se manifestaron contra el gobierno en las calles o los que se incluyen en los 12 millones que votaron por la reelección de Cristina Fernández. ¿Dónde está el pueblo? Porque tampoco es correcto suponer que la multitud, que tiene obviamente un valor político como emergente de un sector, mide más precisamente la legitimidad que una elección.
Los miles de manifestantes que llegaron hasta el Obelisco en representación del 46% que no votó a Cristina Fernández, interpelaron repetidamente a la otra mitad de la ciudadanía: "Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?"
Si complicado es determinar dónde está "el pueblo", más aún es definir políticas que contengan a todos. El kirchnerismo morigeró algunas de las contradicciones más descarnadas del capitalismo, pero hay otras que resultan insalvables por naturaleza. O se protege a los sectores más frágiles, o se favorece un proyecto que apunte hacia arriba.
La decisión de sostener un mercado interno generoso beneficia tanto a la base de la pirámide social como a los sectores medios. Pero los planes sociales son rechazados por buena parte de la clase media. Si abandonara esas políticas, el gobierno perdería su razón de ser y los que marcharían para cuestionarlo serían otros. Aplicar las medidas que difusamente expresan los caceroleros, implicaría definir un modelo de país antitético, al que sostiene el kirchnerismo desde hace nueve años. No habría Dios que justifique una estafa semejante.
LA INFLACIÓN. Los caceroleros culpan al gobierno del alza de los precios, de negar el flagelo y de truchar la medición. En realidad, las remarcaciones las producen los formadores de precios, ya que el Estado ha contenido hasta lo imposible las tarifas de los servicios públicos y los combustibles. Y si la presidenta no habla de inflación, no es porque la niegue, sino porque no quiere alentarla. Erróneamente, el gobierno se embarcó en una intervención de la medición del Indec de la cual nunca salió. Se lo puede acusar de no transparentar la estadística, pero no de ser responsable de la inflación, ya que es víctima de ella. Aleatoriamente, Cristina Fernández ha señalado que el gobierno no tiene una meta antiinflacionaria, sino de crecimiento. Entre actualizar permanentemente los salarios en paritarias o frenar el desarrollo con ajuste, eligió la primera opción. Se trata de una política opuesta a la que proponen los economistas ortodoxos, a los cuales prefieren los caceroleros. No es que el gobierno sea sordo al tañido de las cacerolas, sino que prioriza el salario y el consumo.
Si para contener la delincuencia los opositores proponen la mano dura, para frenar el alza de precios, la mayoría parece inclinarse por la mano invisible del mercado. Porque resulta francamente inverosímil que estos adalides de las libertades estén dispuestos a bancar una política de precios máximos con aplicación de la Ley de Abastecimiento.
Aunque muchos de ellos resultarían el pato de la boda, la mayoría de los caceroleros parece demandar entonces un ajuste fiscal que recorte la inversión pública, el crecimiento, el empleo, el salario y el consumo popular con el objetivo de frenar la inflación. Precios máximos o monetarismo y ajuste, son dos opciones a la política actual. No hay otras recetas alternativas a la actual. Como en otras cuestiones, no es que el gobierno no escuche, sino que piensa distinto. Por otra parte, la inflación no fue impedimento para que Cristina fuera reelecta.
LA INSEGURIDAD. Los manifestantes exigen terminar con la inseguridad y afirman que al gobierno no le importa que los delincuentes maten a mansalva. ¿Suponen que la inseguridad real –exagerada por los medios– le concede algún rédito político al gobierno y por eso "no hace nada"?
En el fondo de la demanda, está obviamente la propuesta de mano dura. Cuando piden "hacer algo" están diciendo "mano dura". Para el gobierno, la elevada delincuencia de las últimas décadas es un producto de la exclusión social masiva producida en los '90, que no se cura comiéndose al caníbal, sino con puestos de trabajo, educación, una justicia que funcione aceitadamente y policías honestas. En las dos primeras premisas ha habido avances claros, en la tercera y en la cuarta no. La justicia no actúa con celeridad y ejemplaridad. Y permanentemente estallan situaciones en la Federal y en las policías provinciales que revelan que la polícía no es solución, sino parte del problema.
El gobierno sabe obviamente que la seguridad es una de las principales preocupaciones populares, pero descree de una solución a balazos. Intuye que un piedra libre para el gatillo fácil generaría más inseguridad y muertes inocentes, especialmente entre los hijos de los hogares más pobres. A su juicio, el camino para reducir la delincuencia es el crecimiento, el empleo, la inclusión social y la educación. Y aunque no pueda admitirlo públicamente porque ello generaría más inseguridad, ese camino demanda décadas porque apuesta a futuras generaciones.
LIBERTAD Y DIKTADURA. El reclamo más incongruente de cuantos realizaron los caceroleros es el de la "libertad", contra la "diktadura" y de mayor calidad instucional, mientras alentaban paralelamente ciertas consignas de tufillo antidemocrático como "que se vaya". ¿De qué libertad hablan quienes se manifestaron sin ser molestados mientras los medios constataban la libertad de prensa?
En realidad, no pocos caceroleros pertenecen a un sector social al cual siempre se le facilitaron operaciones especulativas. La única libertad claramente conculcada en la Argentina es hoy la de atesorar dólares. El gobierno les niega ahora divisas porque las necesita para pagar una deuda que no contrajo y para sostener la importación de insumos para la industria. De un lado están los que reclaman librecambio y del otro los que quieren que se vuelvan a cerrar industrias y a perder empleo.
La libertad de cambio que exigen implicaría una megadevaluación de impacto regresivo sobre los ingresos fijos y un retorno a los mercados de capital a los cuales la Argentina sólo ingresaría con intereses onerosos por efecto del default. Para constatarlo, está la Fragata Libertad retenida en Tema, por lo cual los caceroleros también culpan a Cristina.
En la Argentina hay libertad de mercado, aunque las posiciones dominantes ya no tienen piedra libre. Algunas pancartas reclamaban que "no quiero que me persigan", cuando en realidad los "perseguidos" son evasores de impuestos. No los corren para matarlos sino para que paguen. Si la libertad es el imperio de la economía sobre la política, es cierto que está afectada, porque el kirchnerismo repuso el valor de la política sobre el mercado.
En cambio, es más congruente la demanda de inmovilismo constitucional. Pese a que no tuvieron ningún problema en abrirle la puerta a Menem, los conservadores fueron históricamente antirreformistas. Mucho más ahora, cuando las encuestas predicen que, a despecho de las multitudes que la apostrofan, Cristina Fernández volvería a ganar una elección si el Congreso la habilitara. Es comprensible que no quieran vérselas de nuevo con semejante candidata.
10/11/12 Tiempo Argentino
GB
BIEN POR ANIBAL FERNANDEZ, BLANCO SOBRE NEGRO.
Actuemos contra el terrorismo mediático
Por Aníbal Fernández *
El terror es, en su mayor parte, inútiles crueldades cometidas por miedo. Federico Engels
Como hacía mucho no se veía, el editorial del diario La Nación del mismísimo 8N, titulado “Actuemos contra el miedo”, es un decálogo de amenazas, provocaciones e incitaciones escupidas en forma de perdigonada abierta, para que alcance al que alcance.
De arranque, nomás, escupe “Ante el autoritarismo creciente” y aclara que la ausencia de una respuesta crea la duda entre “prudencia o cobardía” y pone a sus lectores ante la disyuntiva de sentirse unos cobardes o actuar, porque un párrafo más adelante, concluye que “en algún punto la prudencia se vuelve cobardía”.
Y hete allí, a esa altura del editorial (apenas dos párrafos), el lector poco avezado ya sentirá que la vergüenza le tiñe la cara, porque, según su diario, si no “actúa” es, como mínimo, un gallina. Y operarán sobre él todos sus miedos, sus temores y sus rencores convertidos en ese raro terror que provoca el sentirse expuesto.
Provocado ese primer impacto, la lectura se extiende en una serie de consideraciones sobre organismos del Estado puestos al servicio del proyecto autoritario “de quienes están hoy en el gobierno”, sobre las que ni siquiera vale la pena extenderse porque es “más de lo mismo”. Una cantilena que La Nación viene entonando desde el día mismo en que Néstor Kirchner asumió la presidencia de la República y que, a partir de Cristina, se tornó casi una letanía...
Bah, en realidad la letra nació allá por 1955, cuando luego de derrocado Juan Perón, sintieron que habían ganado “la guerra” y comenzaron a editorializar sobre títulos como: “La abyección de que hemos salido”, “El retorno a la libertad de prensa”, “Las voces del campo”, “Contrabando y especulación con divisas”, “El delito de las palabras” y “La XI Asamblea General de la SIP”...
Sí. Efectivamente éstos son algunos de los títulos de los editoriales del diario La Nación luego del 16 de septiembre de 1955. Surgen de una investigación que realizamos en la Hemeroteca del Congreso: los mismos temas de entonces, los mismos temas de ahora. Y también los mismos conceptos. No han cambiado ni siquiera las palabras para nombrar las mismas cosas. Los negocios tienen una sola cara y un solo nombre.
Pero volvamos al editorial del jueves. Ese que de arranque critica “la ausencia de una reacción contundente” y reclama “mayor valentía para desafiar” al Estado. Y que luego, en un arranque casi fatalista, se duele de la situación del Poder Judicial. Dice: “Los jueces están, igual que todos nosotros, acorralados entre un gobierno que avanza sobre ellos sin escrúpulos”, para luego, centrar sus críticas en las entidades empresariales a las que acusan de “haber sido disciplinadas”. Eso sí: rescatan al “campo” y justifican su derrota en que no consiguió el “acompañamiento de otros sectores”.
De allí, casi dando un salto mortal, convocan a “unirse para cuidar la democracia republicana y aliarse en favor de las libertades, del pleno Estado de Derecho y la justicia”. Cosa muy loable, si acto seguido no cerrara con una velada amenaza: “Sin por eso dejar de tender puentes a los que hoy han desviado el poder del Estado, para que no queden allí las semillas de un renovado rencor”.
Una obra maestra... del terror, el editorial. Y la más clara demostración de lo que sostiene nuestra Presidenta: “Estamos viviendo un momento de libertad de expresión nunca antes visto en la Argentina, estamos viendo una democracia total, en donde cada uno puede vivir, puede decir lo que piensa”.
Porque La Nación dice lo que piensa. Hoy y también lo ha dicho en 1955. El texto de este editorial sigue a pie juntillas la línea liberal retardataria que ha mantenido desde su fundación. Esto surge con absoluta claridad de la investigación que realizamos. Así como también surge que noviembre de 1955 fue un mes de altas temperaturas (36,7 la máxima), como este que atravesamos... Acaso provocados ambos por mentes calenturientas que atesoran ideales golpistas, sin encontrar los adecuados personeros para la asonada.
* Senador nacional por el FpV.
10/11/12 Página|12
GB
Por Aníbal Fernández *
El terror es, en su mayor parte, inútiles crueldades cometidas por miedo. Federico Engels
Como hacía mucho no se veía, el editorial del diario La Nación del mismísimo 8N, titulado “Actuemos contra el miedo”, es un decálogo de amenazas, provocaciones e incitaciones escupidas en forma de perdigonada abierta, para que alcance al que alcance.
De arranque, nomás, escupe “Ante el autoritarismo creciente” y aclara que la ausencia de una respuesta crea la duda entre “prudencia o cobardía” y pone a sus lectores ante la disyuntiva de sentirse unos cobardes o actuar, porque un párrafo más adelante, concluye que “en algún punto la prudencia se vuelve cobardía”.
Y hete allí, a esa altura del editorial (apenas dos párrafos), el lector poco avezado ya sentirá que la vergüenza le tiñe la cara, porque, según su diario, si no “actúa” es, como mínimo, un gallina. Y operarán sobre él todos sus miedos, sus temores y sus rencores convertidos en ese raro terror que provoca el sentirse expuesto.
Provocado ese primer impacto, la lectura se extiende en una serie de consideraciones sobre organismos del Estado puestos al servicio del proyecto autoritario “de quienes están hoy en el gobierno”, sobre las que ni siquiera vale la pena extenderse porque es “más de lo mismo”. Una cantilena que La Nación viene entonando desde el día mismo en que Néstor Kirchner asumió la presidencia de la República y que, a partir de Cristina, se tornó casi una letanía...
Bah, en realidad la letra nació allá por 1955, cuando luego de derrocado Juan Perón, sintieron que habían ganado “la guerra” y comenzaron a editorializar sobre títulos como: “La abyección de que hemos salido”, “El retorno a la libertad de prensa”, “Las voces del campo”, “Contrabando y especulación con divisas”, “El delito de las palabras” y “La XI Asamblea General de la SIP”...
Sí. Efectivamente éstos son algunos de los títulos de los editoriales del diario La Nación luego del 16 de septiembre de 1955. Surgen de una investigación que realizamos en la Hemeroteca del Congreso: los mismos temas de entonces, los mismos temas de ahora. Y también los mismos conceptos. No han cambiado ni siquiera las palabras para nombrar las mismas cosas. Los negocios tienen una sola cara y un solo nombre.
Pero volvamos al editorial del jueves. Ese que de arranque critica “la ausencia de una reacción contundente” y reclama “mayor valentía para desafiar” al Estado. Y que luego, en un arranque casi fatalista, se duele de la situación del Poder Judicial. Dice: “Los jueces están, igual que todos nosotros, acorralados entre un gobierno que avanza sobre ellos sin escrúpulos”, para luego, centrar sus críticas en las entidades empresariales a las que acusan de “haber sido disciplinadas”. Eso sí: rescatan al “campo” y justifican su derrota en que no consiguió el “acompañamiento de otros sectores”.
De allí, casi dando un salto mortal, convocan a “unirse para cuidar la democracia republicana y aliarse en favor de las libertades, del pleno Estado de Derecho y la justicia”. Cosa muy loable, si acto seguido no cerrara con una velada amenaza: “Sin por eso dejar de tender puentes a los que hoy han desviado el poder del Estado, para que no queden allí las semillas de un renovado rencor”.
Una obra maestra... del terror, el editorial. Y la más clara demostración de lo que sostiene nuestra Presidenta: “Estamos viviendo un momento de libertad de expresión nunca antes visto en la Argentina, estamos viendo una democracia total, en donde cada uno puede vivir, puede decir lo que piensa”.
Porque La Nación dice lo que piensa. Hoy y también lo ha dicho en 1955. El texto de este editorial sigue a pie juntillas la línea liberal retardataria que ha mantenido desde su fundación. Esto surge con absoluta claridad de la investigación que realizamos. Así como también surge que noviembre de 1955 fue un mes de altas temperaturas (36,7 la máxima), como este que atravesamos... Acaso provocados ambos por mentes calenturientas que atesoran ideales golpistas, sin encontrar los adecuados personeros para la asonada.
* Senador nacional por el FpV.
10/11/12 Página|12
GB
LUIS BRUCHSTEIN Y EL DIA DESPUES, OPINION
Desde la Luna
Por Luis Bruschtein
Los cortes de luz, la basura, el paro de trenes, la ciudad sin subtes, Macri con los Kiss, no sumaron más personas a la marcha. El que estaba decidido ya había tomado su decisión mucho antes, pero desde la Luna, la ciudad de Buenos Aires parecía la última urbe del futuro en una agonía entre montañas de basura y ratas, en una oscuridad sin transporte. Los walking deads del futuro. Los porteños entrando en la época de la oscuridad definitiva, sobrevivientes en los barrios acomodados donde se empiezan a caer los balcones de las torres de lujo. Porteños volcados a las calles sorteando las montañas de basura, espantando a las ratas, contentos con su jefe de Gobierno que se saca fotos con los decadentes Kiss pintarrajeados, a pesar de la oscuridad de los cortes inesperados que dejaron a cientos de miles a oscuras y el olor a inmundicia que campea en las calles.
Desde la Luna, el caos de esa ciudad a oscuras, con sus montañas de inmundicia, con las ratas envalentonadas dejándose ver sin preocuparse por las personas que marchan alegremente para hacer escuchar sus reclamos al gobierno nacional, columnas que se sienten representadas y orgullosas con esa ciudad gótica del norte rico y arrabales sureños, miles de personas que se identifican con un jefe de Gobierno lleno de excusas, en medio de la basura y la oscuridad, un hombre de ojos celestes y de familia rica, poco acostumbrado al trabajo, que la noche anterior se fue a ver a los viejos Kiss de hace treinta años, cuando la fetidez de la basura putrefacta ya se hacía insoportable, cuando miles y miles de ciudadanos se quedaban en la oscuridad y se paralizaban los subterráneos.
Desde la Luna se puede ver que la ciudad de Buenos Aires toma un rumbo apocalíptico cuando el viernes se descarga la lluvia y las calles se convierten en ríos con las bocas de tormenta tapadas, con los negocios, cuyos dueños marcharon ayer, con la mercadería flotando en las olas que producen al pasar los vehículos. Macri está emocionado por el acto de ayer mientras la ciudad, hasta ayer inundada de basura putrefacta, ahora se inunda de agua tormentosa.
Todo eso se ve desde la Luna, pero miles y miles de personas de los barrios acomodados, o con esa idiosincracia, no lo pueden ver, o lo disculpan. Están deslumbrados por las sirenas de otro apocalipsis que los subyuga porque al mismo tiempo que los preocupa, les da identidad, los tranquiliza como grupo social de pertenencia, el funcionamiento de grupo, de masa elemental, les permite entender lo que sucede con la basura, pero se sienten amenazados y se ofuscan contra un gobierno nacional que mueve el tablero, que no deja las cosas como están. Y ese movimiento genera inquietud, mejor dejar las cosas como están. Hasta la inseguridad sería soportable para ellos, con un gobierno que se quedara quieto, que no hiciera nada y dejara hacer a los que saben, a los que van a las mismas reuniones que ellos quisieran ir.
Hay una inseguridad que es más concreta aún que el asesinato y el robo a otras personas y es la de sentir como inseguro el lugar personal que se ha ganado. Es el nicho social asediado por el ascenso de otros grupos. El nicho social asediado por impuestos y regulaciones del dólar, y es el credo del nicho social expresado en los grandes medios hegemónicos, que da sentido a su universo personal, puesto a competir con los credos de otros grupos sociales.
La inseguridad es un problema grave de estos tiempos y no importa si la Argentina es uno de los países de la región con los índices de criminalidad más bajos, porque aun así son índices más altos que en otras épocas. Es un problema que ha crecido en todo el mundo y no alcanzan todos los esfuerzos que se hagan para enfrentarlo. La inseguridad fue uno de los temas más repetidos en la marcha del jueves. Se trata de gente culta, sabe que se han aplicado todas las estrategias, sobre todo las de mano dura que sólo sirvieron para agravar el problema con policías bravas. Si pueden entender el problema de la basura, pueden entender el de la inseguridad. Por eso da la impresión de que en muchos casos, no en todos, por supuesto, la inseguridad es usada como consigna políticamente correcta pero que termina surgiendo como una metáfora sobre los límites que se le pusieron al dólar, el cuestionamiento a las ideologías hegemónicas, la rigurosidad de la AFIP y otros temblores que se producen en el piso de una sociedad poco acostumbrada a esos cambios, que generan inseguridad en algunos grupos sociales.
Fue una movilización masiva, pero una de las cualidades que más llamó la atención fue su homogeneidad social de capas medias y medias altas. Fue un dato muy fuerte también del primer cacerolazo y quizás esa homogeneidad del primero se convirtió al mismo tiempo en uno de los ganchos identitarios más fuertes de la segunda convocatoria. Esos miedos e inseguridades que en algunos casos se pueden expresar como odio y agresividad y en otros como si se tratara de la defensa de un territorio se atraen con la fuerza de la gravedad y pueden generar una confluencia masiva como la del jueves.
Por lo general estos procesos defensivos buscan referentes muy conservadores, más incluso de lo que estuvieran dispuestos a reconocer cada uno de ellos por separado. Esa necesidad de regresar a los valores que dieron seguridad muchas veces en la historia argentina moderna encontró cauce bajo el ala de golpes militares, a los que luego repudiaron muchos de ellos.
Este gobierno puede tener mil limitaciones y la marcha tuvo numerosos reclamos, muchos de los cuales pueden incluso estar motivados en causas reales, pero en la marcha del jueves, aunque fuera lo que más se escuchó, no se trataba de lo uno ni de lo otro, sino de que paren de mover el piso. Por eso, la idea más fuerte que surge es que se vaya Cristina y tiene tanta densidad, porque, aunque provenga de una minoría, esa minoría cree que está luchando por su sobrevivencia. La lucha por sobrevivir obliga a movilizarse a personas que nunca se han movilizado por nada y permite incluso pasar por encima de las mayorías. La lucha por la sobrevivencia justifica todo. Como los chicos, además, el que se moviliza por primera vez se cree el rey de la bolita, el dueño de la única verdad movilizadora, se maravilla que haya tanta gente que piense como él, lo cual refuerza la verdad excluyente de su pensamiento. Todos los que se han movilizado alguna vez ya saben que atrás de una idea sólo se movilizan los que la comparten, que no son todo el mundo. Cuando llega la hora de votar muchas veces las grandes manifestaciones no se traducen en grandes votaciones.
La actitud defensiva surge en respuesta a lo que aparece como una agresión externa. Hay ofensas económicas que alteran el tablero, pero también hay un sistema de creencias que cede hegemonía y pierde credibilidad. Ese sistema de creencias que se reproduce en la familia, en la educación elitista y en el mensaje de los grandes medios de comunicación conforma la identidad de un grupo social. En realidad, desde el punto de vista económico, las clases media y media alta están en un momento de esplendor. Es lo que criticó Elisa Carrió enojada y con lágrimas en los ojos porque no había sido votada cuando habló de la fiebre por los autos cero kilómetro, por los shoppings y por los viajes al exterior. Y aclaró que al pagar esa prosperidad con el silencio, los argentinos, o sea esas capas medias, se estaban haciendo cada vez más vulgares. Esa palabra, “vulgares”, quería decir que dejaban de ser “gente como uno” para convertirse en “vulgares” que vendrían a ser los que vienen de abajo. Muchos tratan de loca a Carrió, pero es una mujer inteligente que pega donde duele: hay un sistema de creencias que se agrieta, hay una identidad (“la gente como uno”) que se deslava, hay un cambio en los roles sociales. Y la desesperación por sobrevivir está más relacionada con esas construcciones culturales que con un peligro real de desaparición de las capas medias que hoy están mejor de lo que nunca han estado. Nada podría ser más molesto que la basura, los cortes de luz, los subtes parados y las inundaciones. Pero eso nadie lo computó.
No es que no existan temas como el del dólar o los impuestos como el mínimo no imponible u otros en los que puedan tener razón o no. Pero la fuerza evidente de la expresión anti K se da al mismo tiempo en que ninguna reivindicación se destaca demasiado, por eso tiene tanta implicancia destituyente.
El hecho de que una marcha masiva como la del jueves no tenga un referente político claro no es bueno. Por lo general, el referente que surge de un movimiento de este tipo tiende a ser el más conservador que haya en plaza. Allí está Mauricio Macri entre las montañas de basura y la inundación. Pero sería una mentira pensar que Macri movilizó. La ausencia de referentes políticos demuestra que los responsables de esa construcción cultural que atemoriza a las capas medias han sido en gran parte los medios de comunicación hegemónicos. De hecho, la convocatoria real se produjo a través de ellos.
La marcha del jueves fue un movimiento tectónico como manifestación de cambios culturales y sociales que se están produciendo en una sociedad más acostumbrada a las políticas conservadoras y a los períodos de quietud. Tanto esos cambios como los que protestan por ellos forman parte del proceso de aprendizaje en el lento tránsito de consolidación de la democracia.
10/11/12 Página|12
GB
Por Luis Bruschtein
Los cortes de luz, la basura, el paro de trenes, la ciudad sin subtes, Macri con los Kiss, no sumaron más personas a la marcha. El que estaba decidido ya había tomado su decisión mucho antes, pero desde la Luna, la ciudad de Buenos Aires parecía la última urbe del futuro en una agonía entre montañas de basura y ratas, en una oscuridad sin transporte. Los walking deads del futuro. Los porteños entrando en la época de la oscuridad definitiva, sobrevivientes en los barrios acomodados donde se empiezan a caer los balcones de las torres de lujo. Porteños volcados a las calles sorteando las montañas de basura, espantando a las ratas, contentos con su jefe de Gobierno que se saca fotos con los decadentes Kiss pintarrajeados, a pesar de la oscuridad de los cortes inesperados que dejaron a cientos de miles a oscuras y el olor a inmundicia que campea en las calles.
Desde la Luna, el caos de esa ciudad a oscuras, con sus montañas de inmundicia, con las ratas envalentonadas dejándose ver sin preocuparse por las personas que marchan alegremente para hacer escuchar sus reclamos al gobierno nacional, columnas que se sienten representadas y orgullosas con esa ciudad gótica del norte rico y arrabales sureños, miles de personas que se identifican con un jefe de Gobierno lleno de excusas, en medio de la basura y la oscuridad, un hombre de ojos celestes y de familia rica, poco acostumbrado al trabajo, que la noche anterior se fue a ver a los viejos Kiss de hace treinta años, cuando la fetidez de la basura putrefacta ya se hacía insoportable, cuando miles y miles de ciudadanos se quedaban en la oscuridad y se paralizaban los subterráneos.
Desde la Luna se puede ver que la ciudad de Buenos Aires toma un rumbo apocalíptico cuando el viernes se descarga la lluvia y las calles se convierten en ríos con las bocas de tormenta tapadas, con los negocios, cuyos dueños marcharon ayer, con la mercadería flotando en las olas que producen al pasar los vehículos. Macri está emocionado por el acto de ayer mientras la ciudad, hasta ayer inundada de basura putrefacta, ahora se inunda de agua tormentosa.
Todo eso se ve desde la Luna, pero miles y miles de personas de los barrios acomodados, o con esa idiosincracia, no lo pueden ver, o lo disculpan. Están deslumbrados por las sirenas de otro apocalipsis que los subyuga porque al mismo tiempo que los preocupa, les da identidad, los tranquiliza como grupo social de pertenencia, el funcionamiento de grupo, de masa elemental, les permite entender lo que sucede con la basura, pero se sienten amenazados y se ofuscan contra un gobierno nacional que mueve el tablero, que no deja las cosas como están. Y ese movimiento genera inquietud, mejor dejar las cosas como están. Hasta la inseguridad sería soportable para ellos, con un gobierno que se quedara quieto, que no hiciera nada y dejara hacer a los que saben, a los que van a las mismas reuniones que ellos quisieran ir.
Hay una inseguridad que es más concreta aún que el asesinato y el robo a otras personas y es la de sentir como inseguro el lugar personal que se ha ganado. Es el nicho social asediado por el ascenso de otros grupos. El nicho social asediado por impuestos y regulaciones del dólar, y es el credo del nicho social expresado en los grandes medios hegemónicos, que da sentido a su universo personal, puesto a competir con los credos de otros grupos sociales.
La inseguridad es un problema grave de estos tiempos y no importa si la Argentina es uno de los países de la región con los índices de criminalidad más bajos, porque aun así son índices más altos que en otras épocas. Es un problema que ha crecido en todo el mundo y no alcanzan todos los esfuerzos que se hagan para enfrentarlo. La inseguridad fue uno de los temas más repetidos en la marcha del jueves. Se trata de gente culta, sabe que se han aplicado todas las estrategias, sobre todo las de mano dura que sólo sirvieron para agravar el problema con policías bravas. Si pueden entender el problema de la basura, pueden entender el de la inseguridad. Por eso da la impresión de que en muchos casos, no en todos, por supuesto, la inseguridad es usada como consigna políticamente correcta pero que termina surgiendo como una metáfora sobre los límites que se le pusieron al dólar, el cuestionamiento a las ideologías hegemónicas, la rigurosidad de la AFIP y otros temblores que se producen en el piso de una sociedad poco acostumbrada a esos cambios, que generan inseguridad en algunos grupos sociales.
Fue una movilización masiva, pero una de las cualidades que más llamó la atención fue su homogeneidad social de capas medias y medias altas. Fue un dato muy fuerte también del primer cacerolazo y quizás esa homogeneidad del primero se convirtió al mismo tiempo en uno de los ganchos identitarios más fuertes de la segunda convocatoria. Esos miedos e inseguridades que en algunos casos se pueden expresar como odio y agresividad y en otros como si se tratara de la defensa de un territorio se atraen con la fuerza de la gravedad y pueden generar una confluencia masiva como la del jueves.
Por lo general estos procesos defensivos buscan referentes muy conservadores, más incluso de lo que estuvieran dispuestos a reconocer cada uno de ellos por separado. Esa necesidad de regresar a los valores que dieron seguridad muchas veces en la historia argentina moderna encontró cauce bajo el ala de golpes militares, a los que luego repudiaron muchos de ellos.
Este gobierno puede tener mil limitaciones y la marcha tuvo numerosos reclamos, muchos de los cuales pueden incluso estar motivados en causas reales, pero en la marcha del jueves, aunque fuera lo que más se escuchó, no se trataba de lo uno ni de lo otro, sino de que paren de mover el piso. Por eso, la idea más fuerte que surge es que se vaya Cristina y tiene tanta densidad, porque, aunque provenga de una minoría, esa minoría cree que está luchando por su sobrevivencia. La lucha por sobrevivir obliga a movilizarse a personas que nunca se han movilizado por nada y permite incluso pasar por encima de las mayorías. La lucha por la sobrevivencia justifica todo. Como los chicos, además, el que se moviliza por primera vez se cree el rey de la bolita, el dueño de la única verdad movilizadora, se maravilla que haya tanta gente que piense como él, lo cual refuerza la verdad excluyente de su pensamiento. Todos los que se han movilizado alguna vez ya saben que atrás de una idea sólo se movilizan los que la comparten, que no son todo el mundo. Cuando llega la hora de votar muchas veces las grandes manifestaciones no se traducen en grandes votaciones.
La actitud defensiva surge en respuesta a lo que aparece como una agresión externa. Hay ofensas económicas que alteran el tablero, pero también hay un sistema de creencias que cede hegemonía y pierde credibilidad. Ese sistema de creencias que se reproduce en la familia, en la educación elitista y en el mensaje de los grandes medios de comunicación conforma la identidad de un grupo social. En realidad, desde el punto de vista económico, las clases media y media alta están en un momento de esplendor. Es lo que criticó Elisa Carrió enojada y con lágrimas en los ojos porque no había sido votada cuando habló de la fiebre por los autos cero kilómetro, por los shoppings y por los viajes al exterior. Y aclaró que al pagar esa prosperidad con el silencio, los argentinos, o sea esas capas medias, se estaban haciendo cada vez más vulgares. Esa palabra, “vulgares”, quería decir que dejaban de ser “gente como uno” para convertirse en “vulgares” que vendrían a ser los que vienen de abajo. Muchos tratan de loca a Carrió, pero es una mujer inteligente que pega donde duele: hay un sistema de creencias que se agrieta, hay una identidad (“la gente como uno”) que se deslava, hay un cambio en los roles sociales. Y la desesperación por sobrevivir está más relacionada con esas construcciones culturales que con un peligro real de desaparición de las capas medias que hoy están mejor de lo que nunca han estado. Nada podría ser más molesto que la basura, los cortes de luz, los subtes parados y las inundaciones. Pero eso nadie lo computó.
No es que no existan temas como el del dólar o los impuestos como el mínimo no imponible u otros en los que puedan tener razón o no. Pero la fuerza evidente de la expresión anti K se da al mismo tiempo en que ninguna reivindicación se destaca demasiado, por eso tiene tanta implicancia destituyente.
El hecho de que una marcha masiva como la del jueves no tenga un referente político claro no es bueno. Por lo general, el referente que surge de un movimiento de este tipo tiende a ser el más conservador que haya en plaza. Allí está Mauricio Macri entre las montañas de basura y la inundación. Pero sería una mentira pensar que Macri movilizó. La ausencia de referentes políticos demuestra que los responsables de esa construcción cultural que atemoriza a las capas medias han sido en gran parte los medios de comunicación hegemónicos. De hecho, la convocatoria real se produjo a través de ellos.
La marcha del jueves fue un movimiento tectónico como manifestación de cambios culturales y sociales que se están produciendo en una sociedad más acostumbrada a las políticas conservadoras y a los períodos de quietud. Tanto esos cambios como los que protestan por ellos forman parte del proceso de aprendizaje en el lento tránsito de consolidación de la democracia.
10/11/12 Página|12
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