viernes, 2 de noviembre de 2012

7 D, SEGUNDA PARTE, POR MARTIN RODRIGUEZ, OPINION.

4.

Clarín exhibe ahora su última razón de ser: es una garantía social frente a la política. Dice: finalmente no existe más que Clarín como límite al poder político kirchnerista. Y encuentra un argumento político más para su poder económico: “sólo un poder así de fuerte puede ser independiente del estado”. Eso dice. Sólo si soy poderoso me eximo del cirujeo por la pauta oficial al que se somete el promedio del empresariado de medios. Es decir: Clarín también vive como funcional a sus intereses el hecho de que hoy no haya oposición porque eso le otorga al reclamo de “ajustarse a la ley” y desinvertir una épica política resistente. No lo hizo a propósito pero le vino bien este vacío opositor para redimensionarse. En las encuestas un porcentaje alto de gente lo visibiliza como EL actor opositor. Razona: finalmente la sociedad civil (¡esa que ayudamos a construir!) funcionará como límite porque verá en nosotros a la institución auténtica del “cuarto poder”.

5.

El grupo cocinó su comida entre bambalinas. Y un error del gobierno para contar la historia de Clarín (con La historia de Papel Prensa) fue haberle puesto arriba la sábana simbólica de los delitos de lesa humanidad. Un círculo que encierra delitos gravísimos que debe contener límites claros a la hora de ser reconocidos. Si Magnetto interrogó a Lidia Papaleo o si los hijos de Ernestina son hijos de desaparecidos. Judicialmente: lo primero falso, lo segundo también. En vez de ceñirse a la línea secuencial comprobable: Clarín cometió delitos económicos, fue socio de la última dictadura militar en una operación económica relevante por la que mantuvo una posición hegemónica dañina e incompatible con cualquier competencia sana de mercado, y “respetada” durante años en una industria sensible para la construcción de ciudadanía, si es que nos circunscribimos a la producción de papel para diarios como mínimo. Fue inteligente, plural, ecléctico, en la producción de contenidos, y firme en la defensa de intereses (algo que incluyó una política de mano dura en la medida de lo posible hacia la sindicalización de sus trabajadores). Un diario moderado en el triángulo que fijó Jacobo Timmerman como clave del éxito: económicamente de derecha, políticamente de centro y culturalmente de izquierda.   
 
6.

Sin embargo la ley de medios –aún para quien la defiende inocentemente- debería hacernos concientes de todo lo gatopardista que tiene en cuanto al cambio cultural que propone. Resulta -un poco- como matar a Clarín para que nada cambie, es decir, tiene como resultado concreto una redistribución del negocio y del espacio, aunque hecha en nombre de criterios comunitarios. En tal caso es una ley para distribuir equitativamente entre nuestro capitalismo existente: es más Manzano, más Vila, más Cristóbal López, más Hadad (?), más Spolsky, etc., para achicar al mesiánico Dr. Magnetto. No trocamos Magnetto por radios comunitarias, sino por empresarios aventureros tan ambiciosos de hegemonía y doradores de píldoras de los poderes de turno como Clarín; claro que Clarín tuvo –como todos los grandotes- la posibilidad de fijar sus propias reglas. Es una ley que sirvió mucho más de herramienta de disciplina contra la complejidad de un grupo de poder (de una corporación hasta ahora invisibilizada) que para la posibilidad de un cambio cultural. Clarín tenía/tiene medios de calidad y productos de consumo de primera línea muy por encima de la calidad de los medios bendecidos oficialmente. La calidad de la producción cultural del kirchnerismo es inseparable del valor de “resistencia” o denuncia del monopolio. Sólo contiene méritos políticos. Contra la corpo, contra la opo. Nada claro acerca de cómo sería el mundo del día después cuando empiece la posguerra de la batalla cultural (mucha gente se pregunta sobre el destino del gran Marcelo Tinelli). Da miedo ahora -en la inminencia- pensar en las capacidades de quienes deberían empezar a avanzar en la “positiva”, en la agenda de la industria del entretenimiento de la posguerra cultural, ahí cuando la batalla baje intensidades y nos encontremos de nuevo con la sociedad desnuda, una para la cual éstos no fueron tiempos de vida o muerte. Porque la fecha del 7D apunta a un amanecer, a un renacimiento y/o a una extinción. (Nada que se acerque a la realidad concreta de cambios graduales que surjan, del devenir de litigios complejos y de las pequeñas alteraciones de un mapa que cambiará de propietarios esencialmente.)

7.

Estos años contaron la historia política de un grupo con un núcleo duro de intereses y un juego político pendular y movimientista. Clarín: el representante de la clase media reaccionaria. Clarín: el partido de los caceroleros. Clarín: el golpe de estado tácito en democracia. Clarín: el creador del Frepaso. Clarín: el que abrió sus alamedas también a los derechos humanos. Porque el antimenemismo cultural también tuvo contención ahí en los años noventa. Supo ayudar en la “articulación” de escenas de ruptura y continuidad, y repito lo que me quedó de un texto paranoico que escribí para la revista Crisis: Clarín terminó siendo el partido Justicialista de la clase media, el mejor narrador y representante de una modernidad deseada: de casa al mercado y del mercado a casa. Con todo lo amplio, deforme y policlasista que eso sugiere. Como sugirió Horacio González en 678, la historia de Clarín está atravesada por los progresismos fracasados. La historia de sus redacciones. Osvaldo Bayer en los '70, los alfonsinistas, los ex PC’s hoy. Los trotskistas en economía.

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01 noviembre 2012

Política y Medios/8D/Por Martín Rodríguez


8D

El 7D empieza algo. El 7D termina algo. El 7D no pasa nada. Muchos problemas del país concreto, estructural, de difícil gestión, siguen ahí. Antes, durante o después de Clarín. Como la tragedia del tren Sarmiento, que expuso la política de transporte y que tiene funcionarios culpables. Más allá de la suerte de Magnetto, un país tan grande y tan complejo como la Argentina no se merece este mono-tema por tantos años. Que la justicia ayude a dar vuelta la página. Y que todos se ajusten a ella.    

Por Martín Rodríguez*

(para La Tecl@ Eñe)


1.

Sólo invocando su “espíritu” podemos decir que la ley más anticapitalista es la que derriba al engendro más capitalista del país. La tan mentada ley de medios ofrece (relativamente) “un mundo ideal” ajeno a los fines de lucro de cualquier negocio frente a una criatura maquiavélica y feroz, tal como se presenta al grupo Clarín, crecido y amparado por diversos gobiernos temerosos de su poder siempre en alza. La ley de medios está diseñada por un núcleo duro de organizaciones sociales e intelectuales que en nombre de la representación popular proyectaron un ideal alternativo y plural de comunicación insostenible si sólo dependiera del mercado. (No hay nada que sólo dependa del mercado, pero entendamos de qué estamos hablando.)


2.

Los medios existen y son poderosos porque son rentables, porque son negocios, porque son medios para otros negocios, y así sucesivamente. Clarín fue expuesto no sólo como un multimedios sino como algo más: como un grupo de poder económico y político, abanderado de la independencia del estado en una actividad siempre bajo el foco de la influencia de la pauta oficial. Es independiente pero “influye” sobre diversos estamentos políticos, parlamentarios y judiciales en beneficio propio. O sea, Clarín es independiente en tanto resiste con su propio mercado su rentabilidad, pero cualquier repaso de su historia obliga a mirar los mil nexos que lo unieron al estado argentino para asegurársela, para crecer, etc. El gobierno expuso la calidad y la raíz de esa “mano invisible” que colocó al grupo en un lugar hegemónico, pretendiendo visibilizar esta batalla como la última de la transición democrática. Clarín enfrenta una gran operación que lo ubica como contradicción principal de un "materialismo histórico" de la democracia argentina. Y su historia atenúa y devuelve una imagen casi heroica del alfonsinismo (con el que también aplicó su rigor). Y un dato más: Menem en 1995 también paladeó el placer triunfante contra un enemigo íntimo en su victoria electoral. También dijo que le ganó a Clarín. Un grupo que lo “acosaba” para beneficiarse en su plan de privatizaciones. Cosa que ocurrió. En suma, derribar a Clarín (según el análisis del kirchnerismo más duro) está a la altura del disciplinamiento a los carapintadas de los primeros años democráticos. Aquel partido militar, siguiendo esta línea, sería la primera capa de un conjunto de corporaciones que hicieron imposible la soberanía de la política. Política versus corporaciones, en estilo alfonsinista, y Clarín –tal la narrativa- representa el lugar de mayor condensación de ese mantra llamado “complicidad civil” de la dictadura (con su rol en Papel Prensa como evidencia de intimidad con el poder de aquellos años duros). Nota: la obligación de un medio por vocación mercantil será siempre la de acompañar los humores sociales. Las mutaciones de las líneas periodísticas, a medida que la democracia y el mercado avanzan, minan un poco el juicio ético. La confusión entre política y negocios es el centro del problema y es un problema sin solución. Que alguien nombre un solo diario sin vinculaciones, tráfico de información e influencias políticas. La ley, esta nueva ley, también disciplina a la política y sus tentaciones de crear corporaciones. Ya que las corporaciones no se crean solas, y, mucho menos, sin ayudas políticas.

3.

Seamos realistas: en el mundo de los negocios nadie puede ser acusado de codicia, de romper códigos o de expandirse sin límites. Todo empresario tiene ese impulso animal, al que desde la sociedad de consumo, la ley o lo que sea se va poniendo límites. Por eso es difícil la narrativa de un grupo económico: ¿cómo contar la colonización de espacios, la sujeción y las trampas como un movimiento moral? ¿Sobre qué vertebra el grupo su relato? Clarín  llevó años de ganador imbatible cuya fuerza alguien la dictaminó así: ningún gobierno resiste más de dos o tres tapas del diario en su contra. Sin embargo todos los razonamientos o argumentos que colocan a ese grupo en el centro de una gran escena maquiavélica se ponen cerca del límite de la paranoia: ¿todo lo inventó Clarín? ¿Clarín fue el aliado oculto del Proceso? ¿Clarín derribó a Alfonsín, planificó privatizaciones e inventó a la Alianza? Ya no sólo su presente, su rol político, sino también toda su historia parecen desproporcionadas, el centro del movimiento de todos los hilos invisibles de los últimos años de historia.

4.

Clarín exhibe ahora su última razón de ser: es una garantía social frente a la política. Dice: finalmente no existe más que Clarín como límite al poder político kirchnerista. Y encuentra un argumento político más para su poder económico: “sólo un poder así de fuerte puede ser independiente del estado”. Eso dice. Sólo si soy poderoso me eximo del cirujeo por la pauta oficial al que se somete el promedio del empresariado de medios. Es decir: Clarín también vive como funcional a sus intereses el hecho de que hoy no haya oposición porque eso le otorga al reclamo de “ajustarse a la ley” y desinvertir una épica política resistente. No lo hizo a propósito pero le vino bien este vacío opositor para redimensionarse. En las encuestas un porcentaje alto de gente lo visibiliza como EL actor opositor. Razona: finalmente la sociedad civil (¡esa que ayudamos a construir!) funcionará como límite porque verá en nosotros a la institución auténtica del “cuarto poder”.

5.

El grupo cocinó su comida entre bambalinas. Y un error del gobierno para contar la historia de Clarín (con La historia de Papel Prensa) fue haberle puesto arriba la sábana simbólica de los delitos de lesa humanidad. Un círculo que encierra delitos gravísimos que debe contener límites claros a la hora de ser reconocidos. Si Magnetto interrogó a Lidia Papaleo o si los hijos de Ernestina son hijos de desaparecidos. Judicialmente: lo primero falso, lo segundo también. En vez de ceñirse a la línea secuencial comprobable: Clarín cometió delitos económicos, fue socio de la última dictadura militar en una operación económica relevante por la que mantuvo una posición hegemónica dañina e incompatible con cualquier competencia sana de mercado, y “respetada” durante años en una industria sensible para la construcción de ciudadanía, si es que nos circunscribimos a la producción de papel para diarios como mínimo. Fue inteligente, plural, ecléctico, en la producción de contenidos, y firme en la defensa de intereses (algo que incluyó una política de mano dura en la medida de lo posible hacia la sindicalización de sus trabajadores). Un diario moderado en el triángulo que fijó Jacobo Timmerman como clave del éxito: económicamente de derecha, políticamente de centro y culturalmente de izquierda.   
 
6.

Sin embargo la ley de medios –aún para quien la defiende inocentemente- debería hacernos concientes de todo lo gatopardista que tiene en cuanto al cambio cultural que propone. Resulta -un poco- como matar a Clarín para que nada cambie, es decir, tiene como resultado concreto una redistribución del negocio y del espacio, aunque hecha en nombre de criterios comunitarios. En tal caso es una ley para distribuir equitativamente entre nuestro capitalismo existente: es más Manzano, más Vila, más Cristóbal López, más Hadad (?), más Spolsky, etc., para achicar al mesiánico Dr. Magnetto. No trocamos Magnetto por radios comunitarias, sino por empresarios aventureros tan ambiciosos de hegemonía y doradores de píldoras de los poderes de turno como Clarín; claro que Clarín tuvo –como todos los grandotes- la posibilidad de fijar sus propias reglas. Es una ley que sirvió mucho más de herramienta de disciplina contra la complejidad de un grupo de poder (de una corporación hasta ahora invisibilizada) que para la posibilidad de un cambio cultural. Clarín tenía/tiene medios de calidad y productos de consumo de primera línea muy por encima de la calidad de los medios bendecidos oficialmente. La calidad de la producción cultural del kirchnerismo es inseparable del valor de “resistencia” o denuncia del monopolio. Sólo contiene méritos políticos. Contra la corpo, contra la opo. Nada claro acerca de cómo sería el mundo del día después cuando empiece la posguerra de la batalla cultural (mucha gente se pregunta sobre el destino del gran Marcelo Tinelli). Da miedo ahora -en la inminencia- pensar en las capacidades de quienes deberían empezar a avanzar en la “positiva”, en la agenda de la industria del entretenimiento de la posguerra cultural, ahí cuando la batalla baje intensidades y nos encontremos de nuevo con la sociedad desnuda, una para la cual éstos no fueron tiempos de vida o muerte. Porque la fecha del 7D apunta a un amanecer, a un renacimiento y/o a una extinción. (Nada que se acerque a la realidad concreta de cambios graduales que surjan, del devenir de litigios complejos y de las pequeñas alteraciones de un mapa que cambiará de propietarios esencialmente.)

7.

Estos años contaron la historia política de un grupo con un núcleo duro de intereses y un juego político pendular y movimientista. Clarín: el representante de la clase media reaccionaria. Clarín: el partido de los caceroleros. Clarín: el golpe de estado tácito en democracia. Clarín: el creador del Frepaso. Clarín: el que abrió sus alamedas también a los derechos humanos. Porque el antimenemismo cultural también tuvo contención ahí en los años noventa. Supo ayudar en la “articulación” de escenas de ruptura y continuidad, y repito lo que me quedó de un texto paranoico que escribí para la revista Crisis: Clarín terminó siendo el partido Justicialista de la clase media, el mejor narrador y representante de una modernidad deseada: de casa al mercado y del mercado a casa. Con todo lo amplio, deforme y policlasista que eso sugiere. Como sugirió Horacio González en 678, la historia de Clarín está atravesada por los progresismos fracasados. La historia de sus redacciones. Osvaldo Bayer en los '70, los alfonsinistas, los ex PC’s hoy. Los trotskistas en economía.

8.

Vamos a lo concreto y a la incertidumbre: El 7D empieza algo. El 7D termina algo. El 7D no pasa nada. Muchos problemas del país concreto, estructural, de difícil gestión, siguen ahí. Antes, durante o después de Clarín. Como la tragedia del tren Sarmiento, que expuso la política de transporte y que tiene funcionarios culpables. Más allá de la suerte de un miserable como Magnetto, un país tan grande y tan complejo como la Argentina no se merece este mono-tema por tantos años. Que la justicia ayude a dar vuelta la página. Y que todos se ajusten a ella.  


*Periodista. Suplemento Ni a Palos y columnista en el programa radial Gente de a Pie
GB

7 D, POR MARTIN RODRIGUEZ, OPINION.

01 noviembre 2012

Política y Medios/8D/Por Martín Rodríguez


8D

El 7D empieza algo. El 7D termina algo. El 7D no pasa nada. Muchos problemas del país concreto, estructural, de difícil gestión, siguen ahí. Antes, durante o después de Clarín. Como la tragedia del tren Sarmiento, que expuso la política de transporte y que tiene funcionarios culpables. Más allá de la suerte de Magnetto, un país tan grande y tan complejo como la Argentina no se merece este mono-tema por tantos años. Que la justicia ayude a dar vuelta la página. Y que todos se ajusten a ella.    

Por Martín Rodríguez*

(para La Tecl@ Eñe)


1.

Sólo invocando su “espíritu” podemos decir que la ley más anticapitalista es la que derriba al engendro más capitalista del país. La tan mentada ley de medios ofrece (relativamente) “un mundo ideal” ajeno a los fines de lucro de cualquier negocio frente a una criatura maquiavélica y feroz, tal como se presenta al grupo Clarín, crecido y amparado por diversos gobiernos temerosos de su poder siempre en alza. La ley de medios está diseñada por un núcleo duro de organizaciones sociales e intelectuales que en nombre de la representación popular proyectaron un ideal alternativo y plural de comunicación insostenible si sólo dependiera del mercado. (No hay nada que sólo dependa del mercado, pero entendamos de qué estamos hablando.)


2.

Los medios existen y son poderosos porque son rentables, porque son negocios, porque son medios para otros negocios, y así sucesivamente. Clarín fue expuesto no sólo como un multimedios sino como algo más: como un grupo de poder económico y político, abanderado de la independencia del estado en una actividad siempre bajo el foco de la influencia de la pauta oficial. Es independiente pero “influye” sobre diversos estamentos políticos, parlamentarios y judiciales en beneficio propio. O sea, Clarín es independiente en tanto resiste con su propio mercado su rentabilidad, pero cualquier repaso de su historia obliga a mirar los mil nexos que lo unieron al estado argentino para asegurársela, para crecer, etc. El gobierno expuso la calidad y la raíz de esa “mano invisible” que colocó al grupo en un lugar hegemónico, pretendiendo visibilizar esta batalla como la última de la transición democrática. Clarín enfrenta una gran operación que lo ubica como contradicción principal de un "materialismo histórico" de la democracia argentina. Y su historia atenúa y devuelve una imagen casi heroica del alfonsinismo (con el que también aplicó su rigor). Y un dato más: Menem en 1995 también paladeó el placer triunfante contra un enemigo íntimo en su victoria electoral. También dijo que le ganó a Clarín. Un grupo que lo “acosaba” para beneficiarse en su plan de privatizaciones. Cosa que ocurrió. En suma, derribar a Clarín (según el análisis del kirchnerismo más duro) está a la altura del disciplinamiento a los carapintadas de los primeros años democráticos. Aquel partido militar, siguiendo esta línea, sería la primera capa de un conjunto de corporaciones que hicieron imposible la soberanía de la política. Política versus corporaciones, en estilo alfonsinista, y Clarín –tal la narrativa- representa el lugar de mayor condensación de ese mantra llamado “complicidad civil” de la dictadura (con su rol en Papel Prensa como evidencia de intimidad con el poder de aquellos años duros). Nota: la obligación de un medio por vocación mercantil será siempre la de acompañar los humores sociales. Las mutaciones de las líneas periodísticas, a medida que la democracia y el mercado avanzan, minan un poco el juicio ético. La confusión entre política y negocios es el centro del problema y es un problema sin solución. Que alguien nombre un solo diario sin vinculaciones, tráfico de información e influencias políticas. La ley, esta nueva ley, también disciplina a la política y sus tentaciones de crear corporaciones. Ya que las corporaciones no se crean solas, y, mucho menos, sin ayudas políticas.

3.

Seamos realistas: en el mundo de los negocios nadie puede ser acusado de codicia, de romper códigos o de expandirse sin límites. Todo empresario tiene ese impulso animal, al que desde la sociedad de consumo, la ley o lo que sea se va poniendo límites. Por eso es difícil la narrativa de un grupo económico: ¿cómo contar la colonización de espacios, la sujeción y las trampas como un movimiento moral? ¿Sobre qué vertebra el grupo su relato? Clarín  llevó años de ganador imbatible cuya fuerza alguien la dictaminó así: ningún gobierno resiste más de dos o tres tapas del diario en su contra. Sin embargo todos los razonamientos o argumentos que colocan a ese grupo en el centro de una gran escena maquiavélica se ponen cerca del límite de la paranoia: ¿todo lo inventó Clarín? ¿Clarín fue el aliado oculto del Proceso? ¿Clarín derribó a Alfonsín, planificó privatizaciones e inventó a la Alianza? Ya no sólo su presente, su rol político, sino también toda su historia parecen desproporcionadas, el centro del movimiento de todos los hilos invisibles de los últimos años de historia.


CONTINUA...
GB

CUANDO CLARIN ERA LO QUE NO ES HOY, NO VAN DER KOOY?

A FONDO ARTURO O'CONNELL, ECONOMISTA Y MATEMATICO

Cuando la economía es vulnerable, se negocia mal.

Por Jorge Halperin. De la Redacción de Clarín
Imagen: Firma del Pacto Roca-Runciman

Perón no inventó el intervencionismo del Estado. Sus políticas ya estaban marcadas en los años 30. Esa década no fue una época oscura y aberrante como se cree, sino, en cierto modo, de destrucción creativa. El pacto Roca-Runciman, que dio un gran beneficio a los ingleses sobre la economía argentina, tiene un antecedente en el gobierno de Hipólito Yrigoyen. El economista y matemático Arturo OConnell se divierte descubriendo que algunas de las ideas más difundidas sobre nuestra historia son falsas. Con un doctorado en Cambridge, fue director del Banco Central durante el gobierno de Raúl Alfonsín y secretario general de FLACSO. Investigó en nuestros archivos y en los del Foreign Office británico la historia de las relaciones entre los dos países e interpretó las circunstancias que llevaron a los argentinos a pactar del modo conocido.

¿Su investigación sobre las relaciones entre la Argentina y Gran Bretaña le deparó sorpresas?

-Unas cuantas. Por ejemplo, los investigadores y la gente de mi generación en general heredamos una visión de la primera época de Perón como si hubiera fundado el intervencionismo del Estado. Cuando empecé a investigar me di cuenta de que las raíces de esas políticas se ubicaban claramente en los años 30. Vale decir, los temas del control de cambios, el control de importaciones, el IAPI, las exportaciones del Estado, las juntas reguladoras, todas esas herramientas que usó Perón estaban ya en marcha a mediados de los 30. O sea que la época de Perón fue más una continuidad que el corte que imaginaron tanto los peronistas como los antiperonistas.

¿Hay muchos mitos sobre los años 30?

-Hay errores muy generalizados. La idea de que los 30 había sido una época aberrante y oscura fue más bien un prejuicio. Todos recibimos las imágenes del horror mundial de esa década, la crisis, la desocupación, sus consecuencias políticas. Y, en el caso de la Argentina, la Década Infame, el fraude, la falta de libertades, la corrupción y las discutidas tratativas con los ingleses. Pero, a mediados de los 60, empieza a verse de otra forma. Tanto desde la derecha como desde la izquierda elogiaron las políticas del ministro de Economía de mediados de los 30, Federico Pinedo. Yo mantengo una posición equidistante. Pero, en fin, en los 60 se empieza a pensar que la época de los 30 había sido de destrucción creativa. Hubo una gran crisis, pero las economías se transformaron.

¿Fue así?

-Fíjese: la economía inglesa, en medio de la crisis del imperio, inició un desarrollo industrial distinto e impulsó actividades como la industria eléctrica, la química, la automotriz. Su agricultura se modernizó. Inglaterra, abanderada hasta entonces del librecambio, se cerró y promovió la sustitución de importaciones. En la Argentina también fue así. Se vivió un período duro, pero el país se industrializó.
Claro que el pacto Roca-Runciman entre la Argentina y Gran Bretaña no parece encajar en los beneficios.
-Por eso yo digo que mi posición es distinta. No tengo un juicio tan terminante sobre la negatividad de los años 30, pero tampoco los veo como una época próspera. Trato de estudiar con cuidado cuáles eran las características y circunstancias que afrontaba la Argentina y veo los problemas de un país con tanta apertura económica, con falta de instrumentos de la política y golpeado por la crisis internacional. La investigación en que participé abarca el conjunto de América latina. Eso me permite ver que no hubo la genialidad de un liderazgo, por caso el de Pinedo, sino una tendencia de toda la región.
¿Qué tuvo de genial el control de cambios si lo hicieron todos los países de América latina y buena parte del mundo desarrollado?

Es más, Argentina fue más conservadora que los demás. Las circunstancias lo imponían.

¿Por qué lo imponían?

-Porque, al cabo de la Primera Guerra -y también durante la Segunda- hubo problemas de abastecimiento, lo que movió a darle impulso a la industria local. Se lanzaron al control de cambios, la devaluación, el crédito y la promoción de la industria, no por una gran visión estratégica sino por una necesidad inmediata.

¿Por qué dijo que la Argentina fue más conservadora que otros países?

-Porque el éxito que habían tenido entre nosotros las políticas librecambistas de apertura a la economía internacional había traído tal prosperidad que todo el mundo pensaba que la crisis era pasajera.

¿Cómo cambiar toda la política económica?

Es más, durante la crisis de los 30 la Argentina vivió una coyuntura excepcional: la sequía que abatió casi cuatro años a los EE.UU. -entre el 34 y el 37- y luego a Canadá y Australia. Aumentó el precio internacional de los granos y tuvimos cuatro años excelentes, con los mejores términos de intercambio. Por eso no creo en la genialidad de Pinedo.

¿Cayeron del cielo?

-Cayeron del cielo, cuando la crisis mundial era muy grave. Y ocurrió a los pocos meses que el ministro Pinedo puso en marcha el Plan de Acción Económica Nacional. No le niego que tuvo un par de ideas ingeniosas, como la Junta Nacional de Granos. Su plan fue un toquecito heterodoxo dentro de una política ortodoxa.

Entonces, ¿cuál es su visión del pacto Roca-Runciman?

-Yo trato de verlo desde el ángulo británico y desde el argentino. Gran Bretaña, campeona del libre cambio cuando en la segunda mitad del siglo XIX era una gran potencia, ya en este siglo fue perdiendo el liderazgo económico. Cuando concluye la Primera Guerra, sale con una gran deuda y con un grave problema de competitividad industrial. Abandona el libre cambio y se vuelca a las políticas de preferencia imperial, esto es, a fortalecer vínculos económicos con los países que habían sido parte de su dominio, por ejemplo, Canadá, Australia e India. Busca un área preferencial donde las mercaderías inglesas pudieran entrar en mejores condiciones. Para ello les concede algunos beneficios. Esto empieza a ser una amenaza para la Argentina porque puede ser discriminada y sus productos sufrir aranceles en el mercado británico.

El amigo inglés
¿Era mucho lo que le vendíamos a Gran Bretaña?

-La Argentina abastecía casi el 50 por ciento del consumo británico de carnes. No nos engañemos, era la carne barata. Bien, Londres firma efectivamente el Tratado de Ottawa y les otorga preferencias a países como Canadá y Australia. Ahora era un país proteccionista.

¿Qué le pasaba a la Argentina cuando los ingleses dan preferencias a sus antiguos súbditos?

-Argentina ya tenía un comercio triangular. En el siglo anterior, vendía granos y carne a Gran Bretaña y ellos nos vendían material ferroviario, textiles y maquinarias. Pero, después de la Primera Guerra empezamos a comprar más y más a los Estados Unidos. Eramos un país próspero, con una gran capacidad de consumo y ellos nos proveían elementos de confort que los ingleses casi no hacían porque su industria era más antigua. A partir de 1925, EE.UU. pasa a ser el país que proporcionalmente más exporta a la Argentina. Al mismo tiempo, es un productor agrícola que compite con nosotros, sobre todo en medio de la superproducción que se desató después de la Primera Guerra. Empezaron los roces.

¿Se dividieron nuestros intereses respecto de EE.UU.?

-Sí, pero no tengo que aclarar el peso de los sectores del campo. Para colmo, en enero de 1927 Estados Unidos embarga las carnes de los países que tenían el problema de la aftosa, entre ellos la Argentina. Era gravísimo. El mercado norteamericano aún no era importante pero empezaba a serlo, pero lo peor era el riesgo de que los ingleses hicieran lo mismo. Los influyentes ganaderos ven liquidada esta alternativa frente a la presión inglesa y allí cobra forma aquello de Comprar a quien nos compra que es inventado por el embajador inglés.

¿De allí hubo sólo un paso al pacto Roca-Runciman?

-Mi descubrimiento fue que tuvieron un primer éxito ya en 1928, con el gobierno de Yrigoyen. En realidad, lo trabajó un investigador norteamericano. A los roces de ganaderos y ruralistas con Estados Unidos se sumó el rechazo al intervencionismo militar norteamericano en América y el hecho de que ellos empezaban a comprar empresas en Argentina. Había un fuerte sentimiento antinorteamericano y el presidente radical, que no gozaba, sin embargo, de la simpatía de los ingleses por su política de neutralidad durante la Primera Guerra, envió un emisario a Londres para buscar un acercamiento. Se firmó el tratado con el ministro inglés Davernon, que otorgaba preferencias a la corona. El acuerdo no fue aprobado por el Congreso, pero es un indicio de cómo hay ciertas continuidades en donde sólo vemos diferencias. Usted se refiere a un anticipo del pacto Roca-Runciman.

¿Qué fue, en esencia?

-Para la Argentina, nada más que la promesa de que si Londres aplicaba nuevos cortes en su importación de carnes, ese perjuicio se repartiría entre todos los países, o sea que también Australia y Canadá los sufrirían. Inglaterra consiguió que todas las libras esterlinas que Argentina ganara en su exportación a la isla no fueran convertidas en dólares y quedaran a disposición de las exportaciones inglesas a la Argentina o del envío de remesas de beneficios por las empresas británicas de aquí o de pago de la deuda. Esto movió a la Argentina a bajar sus compras a los EE.UU. y redirigirlas a la isla.

¿Por qué se firmó si había tan poco beneficio?

-Por lo que dije del embargo de Washington a nuestras carnes, por el sentimiento antinorteamericano, porque si los británicos recortaban nuestras exportaciones de carne como amenazaban hubiera sido catastrófico, en fin. En realidad, sólo hubiera afectado al cheer beef, que es un negocio que estaba concentrado en muy pocas empresas ganaderas y navieras de aquí. No habría sido tan importante para el país como no lo sería hoy una drástica caída de las exportaciones al Brasil.

¿Por qué?

-Fíjese: la Argentina exporta en total el 8% de su producto bruto interno. Al Brasil va un poco menos de la tercera parte de ese 8%, o sea un 2,5% del PBI. Si Brasil, por una crisis, cortara el 20% de sus compras a la Argentina, que es mucho, significaría para nosotros una caída del 0,5. Afectaría, sobre todo, al sector automotor, pero ¿a usted le parece grave?

Pasaron muchas décadas del pacto con los ingleses y ahora vivimos en la era de las relaciones carnales con los Estados Unidos. ¿No es algo parecido?

-La diferencia fundamental, para mi gusto, es que Gran Bretaña nos compraba mientras que Estados Unidos, no. Entonces, una economía abierta como la nuestra, que no es muy poderosa, está sujeta a vaivenes enormes. Una dependencia tan grande de productos primarios es también muy peligrosa. Nosotros somos un país que compra a los Estados Unidos y vende a Europa. Eso, en el contexto internacional, es igualmente riesgoso. Cuando la moneda del euro suba mucho, vamos a quedar poco competitivos con Estados Unidos y viceversa. Lo que quiero decir es que, más que ensañarse con el Roca que firmó aquel pacto, con el negociador, hay que pensar acerca de cuán vulnerable es nuestra economía a los vaivenes. Era muy difícil en aquel contexto y con una economía vulnerable no aceptar ciertas presiones británicas. Y otra gran enseñanza es que debemos buscar el multilateralismo y no el bilateralismo en nuestro comercio.

Copyright Clarín, 19/07/98

QUIEN FUE GUNGA DIN O SU REGRESO COMO GUNGA BLANK

Gunga Din, el perfecto cipayo. El Pacto Roca-Runciman de la década infame

Por Agenda de Reflexión

En 1939 se estrenó Gunga Din, uno de los grandes clásicos del cine de aventuras de todos los tiempos, inspirado en el famoso relato de Rudyard Kipling, dirigido por George Stevens e interpretado por Cary Grant, Víctor McLaglen, Douglas Fairbanks Jr. y Joan Fontaine. La historia se trata de tres sargentos del ejército británico, buenos camaradas, de espíritu bromista, destacados en misión especial en una zona montañosa de la India colonial del siglo XIX. Los acompañaba un muchacho nativo, una especie de aguatero y guía baqueano llamado Gunga Din, que resultó ser el perfecto cipayo: se diría que disfrutaba viendo matar como moscas a sus compatriotas en nombre de los intereses del imperio y de la corona.

Pero digamos que la vocación del cipayo colonial no fue exclusiva del siglo XIX ni de la India exótica. El 27 de abril de 1933 se firmó la convención y protocolo que pasó a la historia como una de sus páginas más negras: el tristemente célebre -Pacto Roca-Runciman-. Un año antes, los representantes de los dominios integrantes del Commonwealth se habían reunido en la conferencia de Ottawa. En esa reunión el imperio británico firmó acuerdos con Australia y Canadá con el fin de otorgar preferencia a la compra de carnes. A partir de entonces la exportación de carnes argentinas a Inglaterra comenzó a decaer. La oligarquía y la Sociedad Rural argentinas presionaron entonces al presidente Agustín Pedro Justo y su gobierno derivado del llamado fraude patriótico para enviar una misión a Londres y arribar a un acuerdo. Las escasas condiciones miserables que pudo imponer a su principal cliente puso en evidencia el abrumador grado de dependencia del mercado exterior que tenía nuestra economía. Pero también el cipayismo vendepatria del gobierno y de nuestra clase dominante durante la década infame. Gran Bretaña, por su parte, tenía entonces vastos intereses en nuestro país: los ferrocarriles, los frigoríficos, el reaseguro y los enormes negocios derivados de éstos.

Por ese pacto, se permitió a nuestro país enviar al mercado inglés una cantidad de su mejor producción de chilled beef (carne enfriada), bien barata y ¡libre de gravámenes! A cambio, la Argentina aseguró, en condiciones de claro privilegio, la importación de carbón británico (sobre todo para abastecer a las locomotoras a vapor ¡también británicas!) y de toda una serie de productos manufacturados de ese origen. Se eliminaron medidas -proteccionistas- contra las importaciones inglesas, favorecidas además por regulaciones cambiarias. Al mismo tiempo, el gobierno argentino se comprometió a alentar la inserción de las empresas del Reino Unido en el terreno de las obras públicas.

El vergonzoso pacto fue firmado (paradójicamente el mismo año en que moriría don Hipólito Yrigoyen) en Londres por el ministro de comercio británico Walter Runciman y el vicepresidente conservador argentino Julio A. Roca (hijo del presidente homónimo). En esa oportunidad, Julito Roca tuvo el mal tino de decir que -Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico-. El lacayismo llegaría a la cúspide en las palabras del agente financiero de los intereses británicos y miembro de la delegación argentina Guillermo Leguizamón, Sir de la corte de St James: -La Argentina es una de las joyas más preciadas de la corona de su Graciosa Majestad-.

La representación se completaba con el ministro de hacienda, el socialista independiente Federico Pinedo, siempre asesorado por el economista inglés Otto Niemeyer en las medidas adoptadas en el sistema de transporte con la fundación de ferrocarriles y tranvías de Buenos Aires, en la fundación del Banco Central y en la creación de la Junta Nacional de Granos. La oligarquía intentaba, por todos los medios, seguir en la órbita de Inglaterra, porque era la única manera de mantener sus privilegios. La pujante economía de Estados Unidos, fuerte productor de granos y criador de ganado de primer nivel, la estaba amenazando de muerte. En definitiva, el empréstito inglés fue de 13 millones de libras esterlinas, pero el 70 % de esa cifra fue destinado para pagar a la metrópoli ¡utilidades de los ferrocarriles!

Claro, ni el pacto ni aquellas declaraciones de la delegación fueron bien recibidas en los círculos nacionales, tanto entre las fuerzas armadas como entre los civiles como los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta –autores de La Argentina y el imperialismo británico- y el grupo de intelectuales nucleados en FORJA. Se empezó así a cocinar un caldo de cultivo que prepararía finalmente las condiciones para la revolución del 4 de junio de 1943. El empréstito terminó pagándose (varias veces, como es de rigor) durante el gobierno del general Perón, cuando nacionalizó los ferrocarriles y el Banco Central, y derrotó a la coalición antinacional y antipopular de la oligarquía y el imperialismo.

El último domingo 24 se cumplieron cinco años de la muerte del gran patriota contemporáneo Alejandro Olmos, que supo denunciar la gran estafa de la deuda externa argentina y la complicidad de sus gerentes internos. Pero, como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol: siempre existe disponible un Gunga Din.

Fuente: Agenda de Reflexión, Abril 27, 2005

Prof GB

Diputados convirtió en ley el proyecto de voto a los 16 años

MAGDALENA RUIZ GUIÑAZU, ODIA, MIENTE, ENVENENA

Robar a la verdad
Por Demetrio Iramain

La propia EUDEBA aclaró que ya en su primera edición el prólogo del Nunca Más aparecía sin firma.

El lunes pasado, mientras Albano Harguindeguy agonizaba en la cama de su casa, el diario La Nación publicaba una columna de opinión de Magdalena Ruiz Guiñazú, en la que la periodista expresaba la "sorpresa e indignación" que le provocaba que en la última impresión del libro Nunca Más se omitiera la firma de Ernesto Sabato del prólogo original, escrito en 1984.

La nota en cuestión se titula "Robar a los muertos", y constituye una burda operación intelectual, que busca atribuirle al kirchnerismo una supuesta "apropiación de la Memoria", que conformaría "un robo inexcusable cuando, además, esa Memoria tiene carácter de Informe en un hecho jurídico".

La propia EUDEBA, editora del libro, aclaró que ya en su primera edición, contemporánea a la Conadep, el texto aparecía sin la firma de su autor, aunque siempre se atribuyó su redacción a Ernesto Sabato. Siendo el escritor que presidía la comisión de "notables" –también integrada por Ruiz Guiñazú– un intelectual premiado por su obra literaria, su autoría en singular de un texto que presenta un trabajo colectivo, de grandes implicancias institucionales y políticas resulta, a la vez que un detalle carente de sentido, casi una obviedad. En verdad, a Magdalena no le molesta tanto que no aparezca el nombre de Sabato tras el último punto y aparte del prólogo, sino que en el año 2006, al cumplirse 30 años del golpe, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación haya escrito otra introducción, que no modificó ni una coma de la original, pero que dejó sentada ante las nuevas generaciones de argentinos la falsedad histórica del primer prefacio.

El Informe Sabato fue considerado el documento oficial por el cual las autoridades de entonces del Estado nacional explicaron lo ocurrido en los años inmediatamente anteriores, según una particular y muy discutible interpretación: la teoría de los dos demonios. "Durante la década del '70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países", sostuvo el escritor en el arranque del prólogo. Su pluma complacía así la estricta necesidad política del naciente gobierno radical: conformar el clamor popular de castigo sin enojar demasiado a los militares. Hacer de cuenta que la justicia.

Esa infame explicación sintetizó el forzado consenso que trató de imponer el alfonsinismo a la sociedad argentina, encorsetando la flamante democracia.

Varios lo aceptaron, Magdalena entre ellos. Aunque no todos, claro. Mientras una multitudinaria manifestación acompañaba la entrega del Informe de la Conadep, las Madres de Plaza de Mayo realizaban un histórico acto en Parque Lezama, en el que Hebe de Bonafini explicaba que no marcharían junto a la UCR porque intuían que esa operación alfonsinista era, en rigor, el primer paso en el camino de la impunidad. "La verdad que buscamos es la que tienen los militares. Queremos saber quién se los llevó, y eso no está en el Informe. Queremos saber quién hacía las listas, y eso no está en el Informe. Queremos que todos los militares que están en el Informe sean pasados por la radio, para que el pueblo conozca sus caras, porque todo tiende a que nos olvidemos de ellos. Acá se habla mucho de los reprimidos pero poco de los represores", presentía Hebe.

Repartir culpas por partes iguales, empatar a las víctimas de la represión con sus verdugos, igualar revolucionarios con genocidas, fueron condición esencial para fraguar en la conciencia colectiva las condiciones que hicieran posible el progresivo perdón, planificado con suficiente anterioridad. Recién hace unos años aquel esforzado "consenso" comenzó a resquebrajarse drásticamente. Fue entonces cuando aquellos que lo habían aceptado y agachado la cabeza ante las contraindicaciones de lo "políticamente correcto", alzaron airadamente su voz para disimular lo expuestos que quedaron sus tibiezas y límites demasiado angostos. También los de Magdalena Ruiz Guiñazú.

El texto agregado en 2006 aclara la nueva visión del Estado argentino respecto de la década del setenta, y que incluye que el entonces presidente Kirchner llamara "mis compañeros" a los desaparecidos, la justicia declarara la inconstitucionalidad de las leyes de perdón, y las Madres comenzaran a ser tratadas con honor institucional por parte de los funcionarios de un Estado que hasta entonces las había combatido velada pero sostenidamente.

Lo que quizás más enoje a Magdalena es que el nuevo prólogo juzga de "inaceptable" que se "pretenda justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares, frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado, que son irrenunciables".

La denuncia de Ruiz Guiñazú respecto de la firma de Sabato es, además de inexacta, una simple excusa para señalar otras objeciones al gobierno, explícitamente políticas. Dice Magdalena: "Cabe preguntarse si quienes se permiten semejante atropello no deberían ocupar su tiempo en, por ejemplo, redactar otro Nunca Más con los desaparecidos por la Triple A (…) Seguramente su agitado proselitismo partidario no debe permitirles ese tiempo fundamental." Textual.

Cabe preguntarse, en realidad, por qué esta experimentada periodista omite deliberadamente reconocer que las políticas del gobierno nacional crearon las condiciones para que la luz de la justicia alcance hasta la Masacre de Trelew, sin contar la causa que se instruye en el fuero federal y que investiga penalmente los crímenes de la Triple A. En política, el odio y la cerrazón nunca son buenos consejeros. Si la historia es una construcción social, entonces siempre ha de estar en movimiento. Hacer relecturas de sus documentos, someterlos a nuevas interpretaciones, no implica en absoluto manipularlos. Que eso suceda es indicativo de que la historia no está quieta, ni sus pueblos, que la protagonizan, están muertos. Como dice el nuevo prólogo del Informe, "el Nunca Más del Estado y la sociedad argentina debe dirigirse tanto a los crímenes del terrorismo de Estado como a las injusticias sociales que son una afrenta a la dignidad humana". Quien no lo intentara, y tanto más si tiene altas responsabilidades al frente del Estado, sí estaría robando a los muertos, y traicionado la generosidad de aquellos que dieron la vida por la osadía de construir un país distinto, este al que ahora, trabajosa y esperanzadamente, estamos arribando.

01/11/12 Tiempo Argentino
 GB

POPULISMO DE DERECHA? OPINION, LACLAU Y MOUFFE

"No hay bases para un populismo de derecha"
Por Martín Piqué

Los intelectuales advierten que la derecha en la Argentina se organizará como un institucionalismo liberal.

Entrevistar a Ernesto Laclau y a Chantal Mouffe, a los dos juntos, no es algo habitual. Eso no significa que ambos, reconocidos intelectuales, especializados en Ciencia Política, no compartan actividades a lo largo del año. De hecho comparten mucho más que la elaboración teórica, que es lo suyo, porque los dos son pareja. Él argentino, ella belga; llevan mucho tiempo juntos en una sociedad conyugal que también es académica. Juntos escribieron un libro que terminó siendo fundamental para el surgimiento de la corriente filosófica llamada postmarxista, Hegemonía y Estrategia Socialista (1985). Otro libro determinante fue La Razón Populista, publicado en 2005, aunque en este caso sólo lleva la firma de Laclau. Ese ensayo resultó clave para el debate, muy actual, en torno al populismo y la (discutida) concepción del movimiento popular –que articula múltiples demandas sociales– como un factor que permite ampliar y enriquecer la democracia. En las últimas dos semanas, el concepto de populismo –que suele ser entendido de distintas formas-- volvió a ingresar a la agenda política de la mano de un ex funcionario del oficialismo, el ex secretario de Cultura, José Nun. “El populismo destruye las instituciones. No nos quejemos si avanza el populismo si pensamos desde un extremo individualismo”, advirtió Nun ante el foro empresario del coloquio de IDEA.

Laclau y Mouffe, obviamente, no tienen una lectura crítica del populismo. Consideran que el conflicto es esencial a la vida democrática, y que el institucionalismo –lo opuesto al populismo-- puede derivar en democracias subordinadas al establishment financiero, donde la alternancia de centroderecha y centroizquierda no implica modificaciones significativas porque ambos partidos llevan adelante el mismo proyecto económico. “Eso produce una pérdida de interés en la política representativa”, suele decir Mouffe. Aunque residen la mayor parte del año en Europa (Laclau dirigió por muchos años la cátedra de Teoría Política de la Universidad de Essex, Gran Bretaña), el argentino y la belga suelen pasar dos períodos de dos o tres meses en Buenos Aires. En la última visita ambos formaron parte de la organización del ciclo de Conferencias “Debates y Combates”, creado por la Secretaría de Cultura de la Nación. El ciclo se realizó hace 15 días en el pabellón de la Secretaría en Tecnópolis. Entre los panelistas estuvieron el rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), Eduardo Rinesi, y la politóloga brasileña Sonia Fleury. En esta entrevista con Tiempo Argentino, Laclau y Mouffe relativizaron el riesgo de que que en la Argentina de hoy, en sintonía con el humor social que buscan instalar algunos medios, pueda surgir un “populismo de derecha” que logre revertir los cambios sociales y económicos producidos en los últimos diez años.

--A partir de la autoridad intelectual que tienen ustedes para hablar sobre populismo, ¿creen que existe en Argentina el riesgo de que aparezca un “populismo de derecha” que, en contraste con un supuesto populismo de izquierda, intente capitalizar políticamente las demandas insatisfechas y también ciertos resentimientos producidos por la ampliación de derechos?

CM: –En realidad yo quisiera, en respuesta a la pregunta, darte un ejemplo interesante donde hay justamente una lucha entre un populismo de izquierda y un populismo de derecha, que es el caso de Francia. Acá evidentemente sería un poco al revés, porque en América Latina existen populismos de izquierda. Tú me consultas acerca del peligro de que pueda desarrollarse un populismo de derecha. Por eso, hay un ejemplo interesante en Francia, pero al revés, porque en Francia lo que hay es un populismo de derecha fuerte, el de Marie Le Pen, y en realidad ese populismo de derecha estaba empezando a tener éxito porque no había en contra de eso una articulación populista de izquierda. Porque los partidos democráticos tradicionales, de centroderecha y centroizquierda, simplemente no se interesaban por esas demandas insatisfechas. Eso explica, en su origen, el suceso, el éxito, de Marie Le Pen. Pero afortunadamente, con Mélenchon, y su aparición, es una cosa nueva pero muy positiva en Francia, existe un partido de características populistas. Evidentemente, Mélenchon está atacado en Francia por ser populista, usan el concepto como una crítica. Pero a mí me parece muy bien lo que Mélenchon, justamente, está tratando de hacer: una articulación popular a la izquierda, en respuesta a las demandas que Marie Le Pen había logrado de manera bastante exitosa. Porque el discurso de Marie Le Pen, reciente, a diferencia del discurso que tenía su padre, ha tomado grandes temas que históricamente confluían para articular demandas socialistas. Yo he escuchado algunos de sus discursos y Marie Le Pen parecía Olivier Besancenot, del Nuevo Partido Anticapitalista. Está muy bien que en Francia exista esta contraofensiva del populismo de izquierda. Pero volviendo a América Latina, aquí evidentemente también hay un peligro de que surja un populismo de derecha en respuesta al populismo de izquierda.

EL: –En Grecia, por ejemplo, tú tienes los dos casos de populismo. Está el partido neonazi (Amanecer Dorado, NdR), que tiene un discurso fuertemente populista y que ha crecido ahora. Y, por el otro lado, está el partido de (Alexis) Tsipras (Syriza, que significa Coalición de la Izquierda Radical, NdR), que es un populismo de izquierda y que ahí está ganando la partida. Es mucho más mayoritario que el otro.

CM: --En Grecia además tienes, como en Francia, los dos partidos tradicionales, centroizquierda y centroderecha, Samaras y el PASOK, que son partidos que, hoy por hoy, no expresan ninguna alternativa al modelo neoliberal. Es como que expresan una resignación al modelo neoliberal.

EL: --Ese es un fenómeno que es muy general. Por ejemplo, en Alemania, después de la crisis económica mundial, de la depresión de comienzos de los años ’30, dos fuerzas políticas comienzan a crecer paralelamente: el Partido Comunista y los nazis. La socialdemocracia, que había sido el consenso de centro durante los años '20, empieza progresivamente a perder terreno y a desintegrarse. En ese caso ganó el populismo de derecha, pero ese resultado es consecuencia muchas veces de lo que (Antonio) Gramsci llamaba una guerra de posiciones. Y, volviendo a la Argentina, y en relación al peligro que tú señalabas, yo no creo que sea un peligro demasiado grave en la Argentina. Porque aquí la posibilidad de que surja con fuerza un populismo de derecha es muy limitada. Si la derecha va a organizarse alrededor de su discurso, no va a ser bajo formas populistas, va a ser bajo formas de un institucionalismo liberal desteñido que va a tratar de restaurar el viejo Estado. Yo no veo que haya bases para un populismo radical de ellos.

–Es cierto que entre la derecha lo que más se escucha es el discurso institucionalista de restauración republicana. Pero también es verdad que hay sectores de la clase trabajadora, y pienso en uno de los secretarios generales de la CGT, Hugo Moyano, que ahora pareciera empezar a coordinar fuerzas con la derecha.

EL: –Moyano está entrando en eso. Moyano no es la fuente de ningún populismo alternativo. Él está, al contrario, tratando de formar un frente de fuerzas conservadoras con otros sectores similares. Yo no veo en la Argentina el impulso populista de derecha. Yo no lo veo en ninguna parte del continente americano en este momento. (Álvaro) Uribe puede haber intentado encabezar una alternativa en ese sentido. Teóricamente ese populismo de derecha podría existir. Pero culturalmente sí, el peligro está siempre allí. Todo gobierno que dirige un proceso de cambio desde el aparato del Estado tiene que mantener un equilibrio entre el radicalismo del propio proyecto y lo que la sociedad puede absorber. Si se va mucho más allá de lo que la sociedad puede absorber, evidentemente va a quedar completamente descolocado. Pero no me parece lo que está ocurriendo.

--Eduardo Rinesi suele decir que el kirchnerismo, en sus años de gobierno, estuvo muchas veces a la izquierda de la sociedad. Lo llama su composición “jacobina”. Y dice que esa característica, que permitió ejecutar medidas que parecían imposibles, amplió los niveles de reconocimiento social hacia el Estado. ¿Cómo relacionan esas reflexiones con la teoría sobre populismo que ustedes esgrimen?

EL: –Para que haya populismo tiene que haber una acumulación de demandas insatisfechas y una incapacidad del aparato institucional para vehiculizarlas. Ahora, que ellas cristalicen alrededor de un polo popular progresivo es el resultado de una lucha. En primer lugar, no hay ninguna garantía de que un conjunto de demandas democráticas vayan a cohesionarse alrededor de un polo popular progresista. El polo popular progresivo tiene que ser una construcción. Y esa construcción política puede ir también en direcciones diversas. No es un resultado automático. Eso es lo que diferencia a nuestra posición, por ejemplo, de las de (Toni) Negri y (Michael) Hardt. Para ellos, es mucho más automático ese proceso de convergencia popular. Para nosotros no es automático. Por el contrario, el momento de la mediación hegemónica es decisivo. Y ahí es donde se puede enlazar con lo que dice Eduardo Rinesi sobre el populismo del Estado. Creo que en los últimos años se viene dando esa transición por la cual el Estado empieza a tener mucha mejor prensa en los sectores progresistas que la que tenía hace diez años. El Estado empieza a ser visto como una sede de derechos, y muchas veces el esfuerzo estatal es el que va creando movilizaciones en la dirección adecuada.

–Rinesi decía que el kirchnerismo avanza con medidas que, hasta su puesta en funcionamiento, no parecían estar en la lista de prioridades de las mayorías. Pero esas medidas luego logran un importante reconocimiento social. Sin embargo, ¿no puede ser un riesgo este estilo vertical, que consiste en impulsar iniciativas desde el Estado sin consultar demasiado a la sociedad y sin dar un mayor protagonismo a los sectores que conforman su propia base social? ¿Esto no puede poner en riesgo al propio gobierno a la hora que necesite ser defendido?

CM: –Creo que Rinesi exagera un poco. A mí lo que me parece interesante del kirchnerismo es precisamente la sinergia entre iniciativas que vienen de parte del Estado y la convocatoria que hizo él (por Néstor Kirchner, NdR) desde el poder, como por ejemplo cuando llamó a ciertos sectores de los piqueteros y les dijo: “Vengan a trabajar conmigo”. Algunos no aceptaron pero otros sí. Y se dio entonces una sinergia, por lo menos, tal como yo veo la cosa, interesante, entre las iniciativas del gobierno y las políticas que, como la Ley de Medios, fueron el resultado de campañas previas, que venían de abajo. Aunque, con el ejemplo del matrimonio igualitario, Rinesi tiene razón (según las encuestas, antes de la sanción de la ley de matrimonio igualitario, una mayoría de la sociedad se oponía a establecer el casamiento entre parejas del mismo sexo. Tras la aprobación de la ley, esa mayoría se invirtió a favor de la igualdad de derechos, NdR). Algo parecido sucedió en Francia cuando François Mitterrand llegó al poder y suprimió por ley la pena de muerte. También es cierto que si en Francia se hubiera hecho un plebiscito, es muy probable que la eliminación de la pena de muerte no hubiera ganado. A veces sí es importante avanzar desde el Estado…

–¿Es el componente voluntarista del kirchnerismo?

EL: –Yo no interpreté que Rinesi niegue la sinergia. Él reconoce la sinergia. Lo que dice que es nuevo es que el Estado empieza a ser fuente de la construcción política de derechos. Que no es un proceso que venga totalmente de abajo, tampoco creo que estuviera pensando que viene totalmente de arriba. Tiene que haber, justamente, una correlación entre los dos momentos. Ese equilibrio muchas veces es difícil de lograr.

01/11/12 Tiempo Argentino
GB