Por Alberto Dearriba
Los avances logrados por los fondos buitres en la justicia de Nueva York y en Ghana desataron en la Argentina críticas de opositores que no se escucharon cuando el país se endeudaba en forma suicida o cuando se aplicaba una política económica que priorizaba intereses externos, por encima de los nacionales y populares.
El embargo de la fragata Libertad es ciertamente una agresión a la soberanía nacional que el gobierno está dispuesto a defender como lo hizo con otros 48 bienes atacados por los fondos buitres, pero es preciso advertir mucho más se cedió cuando se convirtió al país en un mercado dedicado a importar bienes, servicios y chucherías.
El emblemático navío de la Armada tiene un valor económico de alrededor de 40 millones de dólares -sumamente inferior a su simbología- en tanto la aplicación de las políticas neoliberales generaron una deuda externa impagable, que se convirtió en la más extraordinaria herramienta de dominación de los sectores financieros internacionales.
Quienes atacan al gobierno ante la agresión externa de sus socios, olvidan que la patria no es sólo un bien intangible expresado en los colores celeste y blanco de la bandera, sino la capacidad de un pueblo de decidir soberanamente el tipo de gobierno, su política económica y su modelo de país.
Desde la restauración de la democracia en 1983 hasta el estallido del 2001, el Fondo Monetario Internacional y la banca mundial decidieron no sólo la política económica de los argentinos, sino también cuestiones puntuales como es el monto que el Presupuesto nacional dedicaría a la educación o la salud.
La vida de los argentinos -la alimentación, el vestido, el transporte, el trabajo y la educación-estuvo signada por las políticas del Consenso de Washington durante más de dos décadas y media, sin que a quienes intentan condenar al gobierno por una supuesta resignación de soberanía se les hubiera ocurrido que se mancillaba a la Nación.
Quienes condenan ahora al gobierno por el error de haber permitido que la fragata Libertad ingresara al puerto de Tema o por mantener el cerrojo para los fondos que se negaron aceptar la propuesta de canje que incluyó al 93 por ciento, son los mismos que mantuvieron un silencio cómplice cuando la última dictadura militar quintuplicó la deuda externa.
Resulta que ahora se le carga alegremente la factura del festival de bonos a un gobierno que gobernó nueve años casi sin tomar deuda externa y pagando en cambio los platos rotos de administraciones anteriores, cuyos desaguisados corrigió en gran medida.
Los medios que ahora se rasgan las vestiduras por el deshonor que implica la detención de la orgullosa fragata en un lejano puerto africano, son los mismos que apoyaron la financiación de un tipo de cambio ficticio con endeudamiento externo, lo cual provocaba además el cierre masivo de fábricas.
A quienes hoy se muestran afectados por la soberanía nacional ultrajada no les pareció que se cedía autonomía nacional cuando se remataban los bienes estratégicos del estado, algunos de los cuales fueron recuperados por el kirchnerismo con la obvia oposición de los conservadores.
Tampoco les pareció una pérdida de soberanía nacional el hecho de que la producción local fuera reemplazada por la importación de chucherías y bienes suntuarios, en un proceso totalmente inverso al inaugurado por el kirchnerismo con su política de substitución de importaciones.
Nunca los inquietó el hecho de que ese proceso de desindustrialización arrojara millones de trabajadores a la calle, hasta llegar a un país que tenía, como ahora España, a una cuarta parte de su mano de obra activa desempleada. Con una política que priorizó realmente la soberanía nacional, la desocupación bajó ahora a algo más del 7 por ciento, pese a los embates de la crisis internacional.
Por supuesto que tampoco reconocen el exitoso canje de deuda que llevó adelante Néstor Kirchner que implicó un formidable ahorro de divisas, permitió salir en buena medida del default y estableció una relación porcentual mucho más cómoda entre el PBI del país y la deuda externa. Allí se recuperó realmente soberanía.
Tras las dos negociaciones de canje piloteadas por Kirchner, el país viene pagando totalmente sus obligaciones, pero se niega a abrirle las puertas a los fondos buitres que rechazaron una negociación razonable y reclaman ahora -con poderosos lobbys- el pago nominal de sus títulos que implican diez veces más de lo que corresponde.
Los socios locales de estos fondos buitres que justifican hipócritamente los reclamos y agitan a la vez discursos patrióticos, son en verdad quienes resignan soberanía a favor de sus mezquinos intereses, aunque agiten los símbolos nacionales.
En verdad, este comportamiento de los sectores internos vinculados a los sectores externos no es nuevo y reconoce antecedentes a lo largo de la agitada historia argentina, desde el préstamo de la Baring Broders hasta la explosión del 2001.En la vereda de enfrente, están los sectores populares para los que la soberanía nacional implica tener una vida digna, pan y educación a sus hijos.
Télam
GB