Evita: la difamación y el odio de la oligarquía
Por Oscar Raúl Bidegain *
-Es difícil para el político desprenderse de sus pasiones cuando hace referencia a sucesos alejados en el tiempo y en los cuales ha tenido actuación personal. La década 1945-1955 dio un claro ejemplo de la carencia de mesura de los censores del peronismo, que en sus ataques no respetaron ideas ni personas.
Eva Perón fue la víctima predilecta de la difamación, que en vida pretendió destruir su imagen -arraigada en los sectores populares- y que, después de muerta, alcanzó proyecciones desconocidas en el país con la aparición de libelos y publicaciones maliciosas.
La parcialidad enemiga centrada en la oligarquía fue perversa, porque pretendió inculcar en las nuevas generaciones la carga de veneno de sus autores, interesados en interrumpir los vínculos afectivos y emocionales que identificaron para siempre a Eva Perón con el pueblo.
Buscando en amplísimos espacios de nuestra historia, investigadores de mi generación han logrado despejar las cortinas de humo de un pasado amojonado con falsedades y omisiones, hasta conseguir una equitativa integración del procerato nacional. Esclarecido el pasado, se dan las condiciones favorables para cimentar el presente y construir el futuro.
Hace ya muchos años que me alejé de los partidos políticos tradicionales buscando caminos novedosos para una Argentina más libre, poderosa y justa, y he podido contemplar más tarde -caído el peronismo- desde la cárcel, que todavía existían organismos políticos estáticos, anclados en el pasado, que en los aspectos formales parecían adecuarse a la hora, pero en realidad se mantenían unidos al liberalismo por el cordón umbilical.
Al finalizar la década del '30, las aflicciones y apetencias populares tomaron el carácter de exigencias; pregoneros de una Argentina renacida, golpearon vanamente ante los gobiernos carentes de autenticidad, representatividad y ejecutividad, poniendo en evidencia la existencia de un vacío que sólo podía cubrirse con algo nuevo.
Satisfizo esa necesidad la aparición meteórica de Juan Perón, dispuesto a trabajar por el país real, incorporándose al quehacer nacional y social.
Con él advino Eva Perón, produciendo un impacto popular que aún perdura, a pesar de la monocorde tentativa de desperonización por la dictadura.
Perón y Evita se complementaron magníficamente. Perón puso genialidad, formación intelectual y capacidad de trabajo para crear un movimiento nacional y conducir un gobierno de progresivo reformismo, y Evita agotó su vida al servicio de Perón y de su causa. Nada hizo ella que no aprobara previamente el Conductor.
Pocos años de sacrificada labor pudo ofrecer Eva Perón al pueblo argentino, especialmente en ayuda social a los indefensos y marginados por el egoísmo predominante en la oligarquía nativa y el imperialismo. Recibió a torrentes halagos y sinsabores; conoció la adhesión de los humildes y su inextinguible amor, y fue el blanco predilecto de los dardos que la oposición sistemática y la diatriba centraron sobre su persona.
Eva Perón era frágil, suave y agresiva, razonadora y fanática. Antinomias éstas que su fe peronista y el hostigamiento contumaz de sus enemigos, explican y justifican.
Largos años transcurridos desde esa época, y las peripecias políticas sufridas a su turno por tirios y troyanos, nos dieron experiencia y madurez a todos.
Hemos aprendido, ellos y nosotros los peronistas, a elevar la mirada hacia el común horizonte en un ensayo de convivencia y conciliación que el país necesita para salvarse y liberarse. Aunque quedan todavía enemigos activos, que deben ser inhibidos por el pueblo protagonista.
Eva Perón murió en el momento en que los antagonismos estaban en su apogeo, y nos ha dejado su recuerdo de compañera revolucionaria y combatiente, intransigente y altiva.
Discípula de nuestro querido jefe, su adhesión a él no tuvo otras limitaciones que las impuestas por su delicada salud, llegando en los hechos a ser, en su martirio, una inmolada voluntaria a la causa nacional y popular.
Los descamisados la comprendieron en toda su dimensión humana, rindiéndole en vida y después de muerta conmovedores homenajes trascendidos al mundo entero.
Siempre recuerdo el último día en que saludé a Evita en la residencia del Libertador San Martín y Austria. Estaba asida al pasamanos al pie de la escalera, un mes antes de morir. Débil y pequeña, un vivo fulgor iluminaba su mirada.
Estreché su mano, despidiéndome para siempre de Eva Perón inmortal.
El día infausto, yo me hallaba en un país nórdico cumpliendo como tirador con una representación deportiva.
Descendí nuestra bandera a media asta, dejándola adolorida y augusta, en compañía de las enseñas ondeantes al tope de sus mástiles, de cien países concurrentes.
Por Oscar Raúl Bidegain *
-Es difícil para el político desprenderse de sus pasiones cuando hace referencia a sucesos alejados en el tiempo y en los cuales ha tenido actuación personal. La década 1945-1955 dio un claro ejemplo de la carencia de mesura de los censores del peronismo, que en sus ataques no respetaron ideas ni personas.
Eva Perón fue la víctima predilecta de la difamación, que en vida pretendió destruir su imagen -arraigada en los sectores populares- y que, después de muerta, alcanzó proyecciones desconocidas en el país con la aparición de libelos y publicaciones maliciosas.
La parcialidad enemiga centrada en la oligarquía fue perversa, porque pretendió inculcar en las nuevas generaciones la carga de veneno de sus autores, interesados en interrumpir los vínculos afectivos y emocionales que identificaron para siempre a Eva Perón con el pueblo.
Buscando en amplísimos espacios de nuestra historia, investigadores de mi generación han logrado despejar las cortinas de humo de un pasado amojonado con falsedades y omisiones, hasta conseguir una equitativa integración del procerato nacional. Esclarecido el pasado, se dan las condiciones favorables para cimentar el presente y construir el futuro.
Hace ya muchos años que me alejé de los partidos políticos tradicionales buscando caminos novedosos para una Argentina más libre, poderosa y justa, y he podido contemplar más tarde -caído el peronismo- desde la cárcel, que todavía existían organismos políticos estáticos, anclados en el pasado, que en los aspectos formales parecían adecuarse a la hora, pero en realidad se mantenían unidos al liberalismo por el cordón umbilical.
Al finalizar la década del '30, las aflicciones y apetencias populares tomaron el carácter de exigencias; pregoneros de una Argentina renacida, golpearon vanamente ante los gobiernos carentes de autenticidad, representatividad y ejecutividad, poniendo en evidencia la existencia de un vacío que sólo podía cubrirse con algo nuevo.
Satisfizo esa necesidad la aparición meteórica de Juan Perón, dispuesto a trabajar por el país real, incorporándose al quehacer nacional y social.
Con él advino Eva Perón, produciendo un impacto popular que aún perdura, a pesar de la monocorde tentativa de desperonización por la dictadura.
Perón y Evita se complementaron magníficamente. Perón puso genialidad, formación intelectual y capacidad de trabajo para crear un movimiento nacional y conducir un gobierno de progresivo reformismo, y Evita agotó su vida al servicio de Perón y de su causa. Nada hizo ella que no aprobara previamente el Conductor.
Pocos años de sacrificada labor pudo ofrecer Eva Perón al pueblo argentino, especialmente en ayuda social a los indefensos y marginados por el egoísmo predominante en la oligarquía nativa y el imperialismo. Recibió a torrentes halagos y sinsabores; conoció la adhesión de los humildes y su inextinguible amor, y fue el blanco predilecto de los dardos que la oposición sistemática y la diatriba centraron sobre su persona.
Eva Perón era frágil, suave y agresiva, razonadora y fanática. Antinomias éstas que su fe peronista y el hostigamiento contumaz de sus enemigos, explican y justifican.
Largos años transcurridos desde esa época, y las peripecias políticas sufridas a su turno por tirios y troyanos, nos dieron experiencia y madurez a todos.
Hemos aprendido, ellos y nosotros los peronistas, a elevar la mirada hacia el común horizonte en un ensayo de convivencia y conciliación que el país necesita para salvarse y liberarse. Aunque quedan todavía enemigos activos, que deben ser inhibidos por el pueblo protagonista.
Eva Perón murió en el momento en que los antagonismos estaban en su apogeo, y nos ha dejado su recuerdo de compañera revolucionaria y combatiente, intransigente y altiva.
Discípula de nuestro querido jefe, su adhesión a él no tuvo otras limitaciones que las impuestas por su delicada salud, llegando en los hechos a ser, en su martirio, una inmolada voluntaria a la causa nacional y popular.
Los descamisados la comprendieron en toda su dimensión humana, rindiéndole en vida y después de muerta conmovedores homenajes trascendidos al mundo entero.
Siempre recuerdo el último día en que saludé a Evita en la residencia del Libertador San Martín y Austria. Estaba asida al pasamanos al pie de la escalera, un mes antes de morir. Débil y pequeña, un vivo fulgor iluminaba su mirada.
Estreché su mano, despidiéndome para siempre de Eva Perón inmortal.
El día infausto, yo me hallaba en un país nórdico cumpliendo como tirador con una representación deportiva.
Descendí nuestra bandera a media asta, dejándola adolorida y augusta, en compañía de las enseñas ondeantes al tope de sus mástiles, de cien países concurrentes.
* Oscar Raúl Bidegain, médico cirujano y militante de la causa nacional y popular desde 1943, ejerció la gobernación de Buenos Aires entre el 25 de mayo de 1973 -tras un categórico triunfo peronista sin segunda vuelta- y enero de 1974. Su militancia en el peronismo marcó una trayectoria honesta y sin declinaciones. Fallecido el 15 de diciembre de 1994, en septiembre de 2004 se le rendió homenaje en su ciudad natal, Azul, bautizando una avenida con su nombre.
FUENTE EL ORTIBA.ORG
GB