Hace 38 años la Triple A asesinaba a Rodolfo Ortega Peña
“Rodolfo Ortega Peña había jurado que moriría peleando”
Por Pablo Waisberg *
Periodista
Orador de lengua filosa, abogado de presos políticos, historiador revisionista que erizó los pelos de la academia, editor, diputado nacional por el FREJULI que asumió cuestionando la política del gobierno. Todas esas vidas vivió Rodolfo Ortega Peña en 38 escasos años, hasta que una banda de la Triple A lo emboscó en Arenales y Carlos Pellegrini, en pleno centro porteño. Una doble ráfaga de ametralladora lo fulminó y no tuvo tiempo de manotear la pistola que llevaba en la sobaquera. Había jurado que moriría peleando, amparado en una verdad tan poética como relativa: “La muerte no duele.”
Lo mataron por muchas razones. Una de ellas fue por su rol en la Asociación Gremial de Abogados, que desde 1971 y hasta que Héctor Cámpora llegó al gobierno, defendió a presos políticos de todos los colores y orientaciones. La otra: su denuncia de la inclinación a la derecha que comenzaba a tomar el gobierno de Juan Domingo Perón, muerto un mes antes. En uno de sus últimos discursos, en el homenaje a un grupo de trotskistas asesinados por la Triple A, Ortega Peña arremetió: “Señalo al responsable directo de esta política, que ha abandonado las pautas programáticas, que ha dejado de ser peronista y que es el general Perón.”
Aquella acusación, pronunciada aún con Perón en la Casa Rosada, no era la primera definición en ese distanciamiento. Ortega Peña asumió su banca como diputado nacional con fuertes críticas al gobierno y distanciándose del bloque legislativo del PJ. Eso fue en marzo de 1974, en reemplazo de los ocho diputados de la JP Regional, que renunciaron cuando Perón decidió avanzar con las modificaciones al Código Penal. Hacía tiempo que integraba el Peronismo de Base, una agrupación con fuerza en Córdoba y otras provincias, que planteaba la “alternativa independiente” y que había comenzado a cuestionar la figura de Perón como líder portador de la verdad, el bienestar y la pacificación nacional.
Ortega Peña, junto a su inseparable amigo Eduardo Luis Duhalde, había llegado al peronismo desde la izquierda, entendiendo al movimiento como el único actor político con vocación revolucionaria, y en ese proyecto apostó su vida hasta perderla.
Con su muerte, la primera que la Triple A se adjudicó para sembrar terror, el campo revolucionario –peronista y no peronista– entendió que la dimensión del enfrentamiento iba ya mucho más allá de la cárcel o una golpiza. Si habían ido por el “Pelado” Ortega, un legislador muy visible con una gran acumulación de poder simbólico, ya nadie estaba a salvo.
Su velorio reunió a todo el arco político, a pesar de las amenazas y la feroz represión de la Policía Federal. Duhalde lo despidió sin lágrimas y reivindicando su condición de revolucionario. El Congreso al que pertenecía lo homenajeó en los términos acostumbrados. Increíblemente, ningún legislador reclamó que se investigara el crimen de Estado, ni siquiera que se formara una comisión investigadora. Nadie se atrevió a pedir lo obvio, pero imposible: que el asesinato no quedara impune. Nadie supuso que se podía echar luz sobre la oscuridad que se cernía sobre la Argentina.
* Pablo Waisberg es junto a Felipe Celesia autor de La ley y las armas. Biografía de Rodolfo Ortega Peña, Aguilar (2007).
FUENTE EL ORTIBA.ORG
GB
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