La caída de las tasas de natalidad por debajo del nivel de reemplazo en gran parte del mundo se ha convertido en una preocupación creciente. Sin embargo, se trata de una preocupación relativamente reciente. Durante mucho tiempo, el rápido crecimiento de la población mundial llevó a muchos expertos a temer el agotamiento de nuestros recursos naturales y el posible colapso de la civilización. El difunto economista Julian Simon no compartía esta preocupación. Por el contrario, sostenía que el ser humano es el recurso por excelencia y proponía que más seres humanos ayudarían a resolver nuestros problemas de escasez. Su razonamiento era que más seres humanos significa más capacidad intelectual, lo que a su vez conduce a más descubrimientos, creaciones e innovaciones. Esta idea es crucial. Como Marian Tupy y Gale Pooley detallan en su excelente libro Superabundancia, nuestra especie ha demostrado a lo largo de la historia una notable habilidad para aprovechar nuestras capacidades cognitivas para resolver problemas de escasez. Sin embargo, hay otro factor crucial a tener en cuenta cuando se piensa en lo que convierte a los humanos en el recurso por excelencia. Las capacidades cognitivas que nos convierten en una especie intelectual, combinadas con nuestras emociones autoconscientes claramente humanas, también nos convierten en una especie existencial impulsada a encontrar y mantener el sentido de la vida. No buscamos simplemente sobrevivir; queremos que nuestras vidas importen. Aspiramos a desempeñar un papel importante en un drama cultural significativo que trascienda nuestra existencia individual. Esta arraigada necesidad de sentido es un aspecto fundamental de la experiencia humana, que determina nuestros objetivos, decisiones y acciones. Nuestra necesidad de sentido desempeña un papel fundamental en el desarrollo individual y social. El sentido es más que un sentimiento: es un recurso de autorregulación y motivación. Cuando encontramos sentido a la vida, tenemos una razón de peso para levantarnos cada día y esforzarnos por dar lo mejor de nosotros mismos, incluso a pesar de los retos y los contratiempos. Inevitablemente, nos encontraremos con fracasos, cometeremos errores y tendremos momentos de debilidad cuando actuemos impulsivamente o permitamos que los malos hábitos y patrones de vida desvíen nuestra atención de los objetivos y acciones que harían la vida más satisfactoria. También podemos dejar que nuestros defectos de carácter nos hagan descarrilar de vez en cuando. Sin embargo, cuando percibimos que nuestra vida tiene sentido, es más probable que creamos que tenemos una razón de peso para esforzarnos más en mejorar, corregir el rumbo cuando sea necesario y perseverar en nuestro potencial dando prioridad a lo que más nos importa. De hecho, la investigación ha demostrado que cuanto más significativas son las vidas de las personas, más saludables son física y mentalmente, más centradas están en sus objetivos, más persistentes, más resistentes y exitosas son en la consecución de sus metas. Nuestra necesidad de sentido es intrínsecamente social. Independientemente de la actividad concreta que realicemos, obtenemos el mayor sentido de ella cuando creemos que tiene un impacto positivo en la vida de los demás. Hace años, me invitaron a dar una charla a profesores sobre cómo mejorar sus actividades de divulgación. Durante la sesión de preguntas y respuestas, un profesor de matemáticas expresó sus dudas sobre la relevancia de mi presentación para su campo. Dijo que, a mí, como psicólogo, me resultaba fácil atraer al público porque la gente está intrínsecamente interesada en los temas que estudian los psicólogos. Sin embargo, se preguntó cómo podría conseguir que la gente se interesara por las matemáticas. La mayoría de la gente las encuentra aburridas. Le pregunté por qué se había hecho profesor de matemáticas. Me respondió que el trabajo le resultaba intrínsecamente interesante y que disfrutaba mucho compartiendo esa pasión con estudiantes entusiastas. Le pregunté entonces por qué era importante ser mentor de la próxima generación de matemáticos. Respondió: "Porque las matemáticas son fundamentales para la continuación de la civilización". Mientras pronunciaba esas palabras, pude ver cómo se daba cuenta de que mi presentación era, de hecho, aplicable a su campo. El tema central de mi charla fue que para que los académicos tengan éxito en la divulgación pública, deben ser capaces de articular la importancia social de su trabajo para los no expertos. Sin embargo, ser capaz de identificar el significado social del propio trabajo no sólo tiene que ver con la divulgación pública; también es crucial para la propia capacidad de encontrar satisfacción personal en su trabajo. Creo que una de las razones por las que las personas pierden la pasión por su trabajo, aunque tengan mucho éxito, es que no creen que marque una verdadera diferencia en el mundo. Independientemente de la naturaleza de su trabajo, ya sea remunerado o no, es más probable que las personas obtengan sentido de él cuando reconocen su importancia social. Por ejemplo, las investigaciones demuestran que los empleados tienen más probabilidades de encontrar sentido a su trabajo cuando se centran en cómo repercute positivamente en la vida de los demás, en lugar de en cómo hace avanzar sus propios objetivos profesionales. Hago hincapié en la naturaleza social del significado porque es esencial para entender por qué los seres humanos son el recurso existencial por excelencia. El poder motivador del significado se deriva de nuestras conexiones con otros seres humanos y del impacto que tenemos en sus vidas. Son el recurso existencial que nos inspira para afrontar retos importantes y avanzar en el progreso humano, garantizando que las generaciones futuras puedan disfrutar de una vida mejor que la nuestra hoy. En un artículo publicado recientemente por USA Today, analizo esta cuestión en el contexto del actual descenso de la natalidad, centrándome en el papel especial que desempeña la familia en nuestra búsqueda de sentido. No cabe duda de que las personas pueden vivir vidas significativas sin tener hijos ni relaciones familiares estrechas. Hay muchos caminos para alcanzar la significación social haciendo contribuciones a través del espíritu empresarial, la ciencia, el arte, la educación, la tutoría, el liderazgo, el servicio y la filantropía. Sin embargo, para la mayoría de las personas, la familia sigue siendo un componente esencial de una vida significativa, ya que proporciona un profundo sentido de pertenencia y continuidad que se extiende más allá de la propia existencia. Las conversaciones actuales sobre el actual "declive de los bebés" están dominadas en gran medida por la preocupación por los retos económicos y políticos que plantea. A medida que nuestra población envejece, podemos enfrentarnos a la escasez de trabajadores, a una mayor presión sobre los programas de la red de seguridad social y al estancamiento económico. Aunque estos retos son muy importantes y exigen nuestra atención, es igualmente crucial que no pasemos por alto las profundas consecuencias personales y existenciales de este cambio demográfico. Aunque creamos que los avances en automatización, inteligencia artificial u otras innovaciones tecnológicas ayudarán a mitigar los problemas causados por la disminución de la población, es crucial reconocer que los jóvenes son un recurso existencial insustituible. Ellos son la razón por la que nos preocupamos por el futuro, ya que nos brindan la oportunidad de alcanzar un nivel de significación social que trasciende nuestras breves vidas mortales. Ninguna máquina puede sustituir el profundo sentido que proporciona criar a la próxima generación de seres humanos. Aunque la inteligencia humana hace posibles las actividades creativas, innovadoras y laboriosas que conducen a la abundancia, es el sentido de la vida que obtenemos de la importancia que damos a los demás lo que nos da la razón fundamental para dedicarnos a estas actividades en primer lugar. Este artículo fue publicado originalmente en Flourishing Friday (Estados Unidos) el 7 de junio de 2024. Traducido por Elcato.org donde apareció originalmente en español. Reproducido con permiso del autor. |
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