Dicen, y está escrito, que el General Perón –Juan Domingo, el Pocho, el hombre más amado y el más vilipendiado que hubo en la Argentina– supo una semana antes que se moriría pero se lo tomó con calma y serenidad. Al menos hay pruebas de que ese último día de junio de 1974, hace exactamente 50 años, anduvo de bastante buen ánimo.

Tenía entonces 81 años. Había nacido el 7 de octubre de 1893 pero su padre, Mario Tomás Perón, inscribió su nacimiento dos años y un día después, en octubre de 1895, cuando ­–según el irreprochable Felipe Pigna– lo anotó como “hijo natural” suyo y de Juana Sosa Toledo, quien era hija de Juan Irineo Sosa y Dominga Dutey, de quienes se tomaron los nombres para llamar al bebé: Juan Domingo.

En sus últimos días, ya octogenario, Perón era reacio a las indicaciones que sus médicos, casi una docena, le venían recomendando. Hay testimonios de que les hacía poco caso quizás porque sentía, podría pensarse hoy, que no estaba acabado sino que simplemente se iba, por ley de la vida. Lo cierto es que hasta sus últimas horas su ánimo fue el de siempre: sonreidor y a la vez severo.

Dos días antes, el sábado 29 de junio, había delegado la Presidencia de la República en Isabel, su esposa y vicepresidenta, y se dijo después que hasta su último minuto despreció a quien era su amanuense y servidor casi esclavo: José López Rega, “el Brujo”, quizás o seguramente el peor sujeto que tuvo a su lado y vaya a saberse por qué capricho omnipotente.

Lo cierto es que en su último día, el 1º de Julio de 1974, quizás él haya evocado la dimensión mayor de la tragedia argentina de la que fue adolorido protagonista.

El General, como se le decía sintéticamente, desde el brutal Golpe de Estado del 16 de Junio de 1955 –cuando decenas de cazas de la Marina y la Fuerza Aérea bombardearon la ciudad de Buenos Aires y con especial saña la Plaza de Mayo, en el episodio seguramente más brutal de toda la historia argentina, al que sin embargo y todavía algunos energúmenos siguen reivindicando con secreto y miserable gozo– vivió casi todo su exilio en el extranjero.

Cuando su regreso a la Patria él ya era, podría decirse, otro hombre y el mismo. No era vox pópuli pero sí de alta consideración que la mejor posibilidad sucesoria no era su esposa, pero tampoco era previsible que a su muerte el poder político pasara directamente a manos de Ricardo Balbín, el líder radical que había sido su enemigo años atrás pero con quien se había reconciliado a su regreso del exilio, cuando volvió con la intención de pacificar al país, que estaba sumido en severa y peligrosa violencia. La reconciliación entre ambos fue sellada con un famoso abrazo, en ese noviembre, que bien puede pensarse que anticipó las encendidas y ardorosas palabras de Balbín en el velatorio el año 74.

Hay muchas interpretaciones respecto del dueto que formaron ambos, y que en su despedida a Perón, Balbín consagró con su frase más famosa y seguramente más adolorida: “Este viejo adversario hoy despide a un amigo”. Mucho se discutió, se resistió y se desconfió de aquella relación postrera, lo que suele ser negado, o resistido aún hoy, pero como sea y en opinión de esta columna fue un reconocimiento acaso desdibujado por la presencia de Isabel y López Rega, quien protestó en contra de la legalidad de ese hipotética sucesión, como si al Brujo le hubieran importado las ilegalidades. El corolario fue, sin embargo, que antes de morir Perón le pidió a su esposa que nunca tomara decisiones importantes “sin consultar antes a Balbín”.

En estos días de recordaciones, esta columna quiere recuperar también al último médico con quien el General conversó, el doctor Pedro Cossio, que fue su cardiólogo de cabecera desde junio de 1973 hasta el 1° de julio de 1974. Y cuyo hijo, Pedro Ramón Cossio, también lo asistió como joven médico entonces que lo acompañó los últimos días en la casa de Gaspar Campos y hasta el final. Y quien declaró hace tiempo que “Perón no quiso ser internado en ningún nosocomio, por seguridad, ya que estaba convencido de que “grupos revoltosos” lo querían matar. Eso explicaría por qué nunca aceptó ser internado.

Aunque también es cierto que Perón pareció haber tenido la lucidez de rechazar recursos y tratamientos inútiles hasta que un día pidió, a modo de cordura final, que lo dejaran morir en paz.

Como sea, segura e indudablemente Perón fue, junto con Evita, su esposa, el muerto más llorado de este país. Dolor que todavía hoy, varias generaciones mediante, habilita memorias y esperanzas que nunca se cumplen, porque las vidas no se repiten y eso es algo que parece que los pueblos se resisten a admitir.

Lo cierto es que aquel 1º de Julio del 74, hace 50 años, cuando se conoció la noticia de su muerte el país se paralizó. Quienes lo querían, la inmensa mayoría, lo lloraron como despidiendo a un papá. Se habían quedado huérfanos. Durante horas le dieron el último adiós. En cambio los que lo detestaban, tan infames y repetidos como cucarachas durante las décadas siguientes y hasta hoy, han de haber sentido también su pérdida aunque fuese para destilar el necio odio que, increíblemente, aun no termina de celebrar el enfermo vacío que les produjo esa muerte.

Lo cierto es que hoy se cumplen cinco décadas de desvelo goriláceo para enterrar a un prócer que parece empeñado en nunca desaparecer de la Historia. Y es claro que ya no está, pero quedan, tenaces e invictos, su memoria, su movimiento inmanejable, su sonrisa y su voz cascada. En sus 81 años de vida cierto que ha cambiado la política en la República Argentina.

Casi 20 años después de su fallecimiento, en octubre de 2006, lo que quedara de Perón fue colocado en su vieja quinta de San Vicente, en el conurbano bonaerense. Cuentan los que saben o son de imaginación larga que, allí, el General fue muy feliz con Evita, y que por eso mismo también a ella le construyeron un espacio para descansar en paz a dúo. No obstante, viendo el presente desolador de esta Nación y la dificilísima pero no imposible tarea que le espera a la democracia argentina, a mí se me hace cuento que están del todo muertos. ¡Qué van a estar ultimados, si todavía hay tanto por hacer, tanta Patria que recuperar! @