·
El
Pacto Roca-Runciman: El
gobierno fraudulento del general Agustín P. Justo y Julio A. Roca (h), del
período 1932-1938, en el marco de la Década Infame (1930-1943), ante la crisis
económica global del año 1929, y el proteccionismo de los países centrales, decidieron,
ante la posible pérdida de su prácticamente único mercado de venta de
alimentos, Gran Bretaña, impulsar una misión encabezada por su vicepresidente Julio
A. Roca (h) con el objetivo de firmar un pacto que nos transformó en una semicolonia
británica. Solo un ejemplo que lo demuestra: la creación del Banco Central
de la República Argentina cuya presidencia la ocupó Sir Otto Niemeyer, de
nacionalidad inglesa. Y la frase del representante argentino: “desde el punto
de vista económico somos una parte integrante del Imperio británico”. Por estos
hechos y otras entregas por decenas de años de gran parte de la infraestructura
de la economía argentina a la administración del Reino Unido de la Gran Bretaña,
Arturo Jauretche definió a este acuerdo como Estatuto legal del coloniaje.
·
Bartolomé
Mitre y Domingo
F. Sarmiento, presidentes de la Argentina entre los años 1862 y 1874, que
se prestaron al proyecto interventor inglés en el Paraguay, siendo peones del
ajedrez sajón, con una guerra fratricida que destruyó la posibilidad de
profundizar el desarrollo autónomo de ese país, compitiendo con las industrias
inglesas. La Guerra de la Triple Alianza o de la Triple Infamia
de Uruguay, el Imperio del Brasil, más el agregado de nuestro país, fue
absolutamente funcional al liberalismo imperial.
·
La
masacre en la Patagonia en el año 1921-22, de miles de obreros
huelguistas, peones de campo, que luchaban por salarios y mejoras de sus condiciones
de trabajo, a manos de un ejército, liderado por el teniente coronel Héctor Varela,
defensor de los intereses ganaderos de las compañías anglo-argentinas.
·
La
participación de esa potencia extranjera en el golpe de estado del año 1955
contra el gobierno democrático de Juan D. Perón.
Como contrapartida a quienes se
autodenominaron (y aún hoy así lo siguen definiendo, en el marco de las
antinomias historiográficas y políticas de la Argentina) portadores de la Civilización
y el Progreso, cultos e intelectuales, educados y “blancos”, transcribimos las propuestas,
palabras y acciones de aquellos que al presente siguen siendo objeto de estigma
y discriminación, e inclusive acusados de extranjeros en su propia tierra.
Los Caciques Pampa Felipe y Catemilla, respectivamente propusieron al
Cabildo en el año 1806, su ayuda desinteresada ante la primer Invasión inglesa.
A continuación, transcribimos primeros las palabras de Felipe, interpretadas
por Martín de la Calleja, y luego la arenga frente a los cabildantes del
Cacique Catemilla.
“…estaban prontos a franquear
gente, caballos, y quantos auxilios dependiesen de su arbitrio, para que este
I.C. hechase mano de ellos contra los Colorados, cuio nombre dio a los Ingleses
que hacían aquella ingenua oferta de obsequio a los cristianos, y porque veían
en los apuros que estarían; que también franquearían gente para conducir a los
Ingleses tierra adentro si se necesitaba; y que tendrían mucho gusto en que se
les ocupase contra unos hombres tan malos como los Colorados.”[1]
“…ratificó la oferta de gentes
y caballos que anombre de diez i seis caciques había hecho el indio Felipe; y
expuso que solo con objeto de proteger á los Cristianos contra los colorados,
con alusión a los ingleses, habían hecho paces con los Ranqueles, con quienes
estaban en dura guerra, bajo la obligación estos de guardar los intereses desde
las salinas hasta Mendoza é impedir por aquella parte cualquier insulto á los
Cristianos; haviendose obligado el exonente con los demás Pampas á hacer lo
propio en toda la costa del Sur hasta Patagones”.[2]
En el año 1807, los Capitanes Pampas, Epugner, Errepuento y Turruñamqii
ratificaron este apoyo ante una nueva invasión inglesa. Si bien los miles de
guerreros que ofrecieron junto a miles de caballos no fueron aceptados de estos
“fieles hermanos” como se los definió. Pero sí integraron muchos de ellos el
batallón de Naturales combatiendo en la Segunda Invasión inglesa, siendo
condecorados sus Caciques por su apoyo y acción en los combates.[3]
CAPITULO II.
Islas Malvinas, Sandwich y Georgias
del Sur; a cuarenta años de su recuperación.
El eslabón
de una Historia inconclusa.
Debemos
resignificar nuestra identidad
mediante un proceso de reconstrucción histórica, social y cultural, lo cual nos
permita rescatar desde un nosotros proveniente de una experiencia social
concreta, la soberanía territorial,
educativa, política y económica.
Prof. Dr. G.B.
El Estado constituido
en el marco de las denominadas «Presidencias Fundadoras»[1]al
consolidarse como tal hacia finales del siglo XIX, tendió a homogeneizar
socialmente al país, en especial en lo referente a su proyecto educativo y
cultural. Se caracterizó por una imitación de los modelos europeos y
estadounidenses, ya que a juicio de la clase dirigente detentadora del poder,
las poblaciones originarias carecían de valores específicos, tanto en lo
referente a una cultura occidental como en lo identitario, y expresaban de este
modo la Barbarie autóctona.[2]
Los miembros de la clase dominante se proclamaron depositarios del Progreso y de la Civilización, y definían así un estatus que ellos consideraron como
hereditario y, al convertirse en las familias patricias, obtuvieron un
prestigio que detentaron de manera absoluta por ser los portadores de los valores fundantes de la nacionalidad,
con lo que hacían notar de este modo la existencia de un otro diferente[3]
mediante la exclusión jerárquica: estigmatizándolo. Los trabajadores de origen
fundamentalmente inmigrante fueron objeto tanto por su condición foránea como
por las nuevas ideologías que portaron (socialistas, anarquistas,
sindicalistas) del mismo estigma excluyente. A ello se sumó una represión
sistemática que los mantuvo alejados del espacio de las decisiones políticas y
sociales durante décadas.
Las diferencias se profundizaron, ya que se expresaron, además, como
variaciones culturales, es decir, quienes persistieron en afirmar su diversidad
fueron percibidos como un peligro para una identidad
colectiva (impregnada de un nuevo nacionalismo) que era garantía de la cohesión
social y vistos, además, como sujetos inferiores que aún no alcanzaron el mismo
grado de civilización. No obstante, con el arribo del radicalismo al gobierno
en el año 1916 y, especialmente, con la impronta que le dio a su gestión el
presidente Hipólito Yrigoyen, los sectores populares[4] que se
identificaron con él provocaron un impacto político de consideración en la élite terrateniente apropiándose de
aquella escena política, social y cultural.
A mediados de la década del veinte y hasta el golpe de estado del año
1930, (el cual terminó abruptamente con el segundo mandato del presidente
radical mencionado), defensores de este gobierno se enfrentaron a los adversarios
de su mismo partido pertenecientes a la corriente antipersonalista, quienes
junto a otras agrupaciones partidarias, como, por ejemplo, el Socialista y el
Conservador, cruzaron definiciones tales como «democracia verdadera de la
justicia social o tiranía de las mayorías, civilización fofa y deleznable de
Pavón o demagogo identificado con la barbarie rosista».[5]
Como podemos observar, una terminología que conlleva toda una carga
simbólica entre quienes, por un lado, se han venido apropiando del relato
memorial de la historia nacional deviniéndola en oficial, como así también de
los lugares de la memoria[6] y
aquellos que plantearon el reapropiamiento del espacio público y del discurso
histórico y político, e intentaron construir una nueva afirmación identitaria
que conlleva otra conceptualización desde lo popular.
En la lucha
contra el otro, es donde radicó lo diferente y parecieron expresarse las
soluciones nuevas: en las fechas símbolo, en un ideario nacional, en aquello
que la corriente historiográfica revisionista definió como las rebeliones populares en busca de los ideales de justicia y de patria: es en
estos espacios donde se disputó la hegemonía política del país, en la cual
también se expresó el sentimiento colectivo, se apeló a la memoria y se comenzó a esbozar desde la oposición a los sectores
dominantes una conciencia nacional diferenciada. [7]
Así fueron
cobrando continuidad histórica, entre otros, términos tales como «civilización y barbarie, nacionalismo y
liberalismo, peronismo y antiperonismo, los cuales sirvieron para diseñar
la geografía de campos de batalla típicamente
argentinos, en los que fueron definidos los contenidos de la cultura
nacional y también las características sociales de sus intérpretes»[8]
La clase
dominante, triunfadora en el terreno militar tras sesenta años de guerras
civiles en el SXIX, fue la oligarquía terrateniente, la cual impuso además de
un modelo económico y social, un modelo educativo con sus consiguientes
prácticas culturales, históricas e identitarias. Por lo tanto, construyeron su
visión particular acerca de los valores inherentes a la nacionalidad. En la
construcción de una línea histórica, definieron a Juan M. de Rosas, Hipólito Yrigoyen
y Juan D. Perón, como tiranos, dictadores, caudillos (en el sentido
despectivo), populistas (demagogos), en síntesis, como representantes en ese
continuo de la narración de nuestra historia, de aquella barbarie instalada como matriz cultural e identitaria negativa.
Si tomamos el
concepto Soberanía, lo demuestra, por ejemplo, entre otros tantos hechos
históricos, que la Vuelta de Obligado,
batalla producida el día 20 de noviembre
del año 1845, en el marco del bloqueo imperial anglo-francés, y el
posterior avance en aguas territoriales del río Paraná, de la armada británica,
recién fue reconocida como una gesta patria y recordada con un feriado, en el
año 1974.[9] Y
esto fue así, porque al llevarse a cabo durante el gobierno de Juan M. de
Rosas, éste uno de los líderes populares defenestrados por la Academia Nacional
de la Historia
De este modo, se
ocultó el significado de la batalla, en cuanto a la defensa soberana del
territorio nacional, quiénes participaron, la intransigencia del jefe de la
Confederación Argentina contra los dos imperios en esos entonces más poderosos
del planeta, el Reino Unido de la Gran Bretaña y Francia, en síntesis, se lo
borró de la historia “oficial”.
Por lo tanto, la
historiografía liberal mitrista
durante décadas se dedicó a construir una visión parcial y maniquea de la
Historia nacional, silenciando la voz de las mayorías, ocultando en los centros
de educativos de todo el país, y en todos sus niveles, las contradicciones
entre dos modelos de país, con las consiguientes luchas que se produjeron en la
conformación y desarrollo de nuestra nación.
Una historia
edulcorada con héroes de bronce, no de carne y hueso, donde no hubo lugar para
la mujer, los pueblos originarios, los criollos, afrodescendientes y las
diferentes etnias que poblaron nuestro territorio. La patria, la nación,
nuestra geografía y sus consiguientes riquezas naturales fueron patrimonio de
quienes se autoproclamaron vencedores.
Por cierto hubo
excepciones como por ejemplo el agrupamiento político de tendencia
yrigoyenista, Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina (FORJA), (herederos
en un punto de la corriente historiográfica revisionista)[10], que a
mediados de la década del año 1930, sentó las bases de gran parte del ideario
que profundizó años más tarde el justicialismo: y lo hizo revalorizando la Conciencia Nacional y el Ser
Nacional a manera de respuestas ideológicas y simbólicas, frente a la
alianza de la clase dirigente nacional con los poderes económicos británicos; aquellas
categorías, junto a la de Identidad Nacional, las debemos insertar
correctamente en cada momento de la evolución de las antinomias históricas.[11]
El marco político
y social que proporcionó el peronismo a partir del año 1945 nos permitió ver
delimitado el antagonismo como fórmula que instaló una frontera entre lo popular y el poder institucional
cuestionado, con lo que apareció a modo de definición política el concepto pueblo como «intento de dar un nombre a
esa plenitud ausente».[12] Y
esto último ocurrió mediante la inclusión social de los y las trabajadores y
trabajadoras, que había venido dándose en un proceso acelerado de búsqueda y
encuentro orientada hacia la construcción de una nueva identidad colectiva, allí donde «solo existía una individualidad
indefinida».[13]
En esta realidad histórica concreta se inscribe el hecho en sí de la
guerra de Malvinas, junto a su historia y a su prolongación en el tiempo a modo
de nueva antinomia que se demuestra entre quienes adhieren aún hoy, sin dudarlo,
a un proceso de “desmalvinización”,
el cual se inició apenas terminado el conflicto bélico y se prolongó no sin
continuidades y rupturas durante la democracia recuperada a partir del año
1983.
Las antinomias “orgullo-vergüenza”, “dignidad-oprobio”,
“nacionalismo-chauvinismo”, y “justeza o no del reclamo”, entre otras tantas, junto
a las negaciones y las políticas del olvido emanadas entre otras causas por
haberse producido el hecho durante la dictadura cívico-militar iniciada en el
año 1976, tiñeron la historia centenaria del justo reclamo por nuestro
territorio insular. Y lo que es peor aún, el desconocimiento hacia los miles de
integrantes de las Fuerzas Armadas que participaron directamente en la guerra,
con su secuela de muertos, heridos y traumatizados.[14]
Por este motivo el recupero de una identidad colectiva inclusiva, y de
una identidad narrativa colectiva que abarque la totalidad de lo realmente ocurrido
y lo ponga en debate es fundante para comprender el presente. La ausencia del
sujeto pueblo en los procesos sociales, y el ocultamiento o descalificación de
sus líderes por parte de políticos/as, economistas, periodistas, e intelectuales
al servicio de los factores de poder económicos y sociales, tanto nacionales
como extranjeros, es una tarea que nos debemos quienes desde las ciencias
sociales trabajamos por el recupero y puesta en valor de una Historia sin “dueños”;
mucho menos tergiversada y ocultada.
[1] Esta definición corresponde en la
historiografía argentina a las presidencias sucesivas de Bartolomé Mitre,
Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda, quienes pusieron de pie la
estructura del Estado Nacional entre los años 1862-1880, y consolidaron el
modelo económico agroexportador sobre las bases de la inmigración, los
ferrocarriles y la relación económica con el mercado mundial liderado por Gran
Bretaña.
[2] Con relación a la construcción de este
modelo de país, tanto en lo administrativo como en lo económico, social y
cultural, ver Jorge Bolívar, «El Proyecto del ’80, 1850-1976. Europeización con
dependencia consentida»; en Proyecto
Umbral, Resignificar el pasado para reconquistar el futuro, Rosario,
Ediciones Circus, 2009. Tulio Halperín Donghi, Proyecto y Construcción de una Nación, Biblioteca del Pensamiento
Argentino, Buenos Aires, Ariel Historia, 1998. Oscar Oszlak, La formación del estado argentino, Buenos
Aires, Editorial Planeta, 1982. David Rock, El
radicalismo argentino, 1890-1930,
Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2001. Alain Rouquié, Poder Militar y sociedad política en la Argentina I hasta 1943,
Buenos Aires, Emecé Editores, 1994.
[3] Para una ampliación acerca de la
construcción de una sociedad patricia y la consiguiente marginación de sectores
sociales conformados por inmigrantes, sus descendientes y la mixtura con lxs
habitantes originarios de la Argentina; ver Alain Rouquié. Poder militar y
sociedad política en la Argentina. I hasta 1943. Buenos Aires: Emecé Editores.
1994. pp. 46-47. Mario Margulis, Marcelo Urresti y otros, La segregación negada, Buenos Aires, Biblos, 1999. Ezequiel
Adamovsky, La historia de la clase media
Argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Buenos Aires,
Planeta de libros, 2015.
[4] Entendemos por el concepto de «sectores populares» aquellxs
integrantes de las clases medias urbanas
y rurales, que «conformaron un
mosaico heteróclito» surgido al calor del modelo agroexportador (Alain Rouquié.
op. cit. pp. 52-57). También Ezequiel
Adamovsky, en su trabajo ya citado, hace referencia al surgimiento de nuevos
sectores sociales a partir de la modernización de inicios del siglo XX (clase
media urbana, clase obrera), sobre la base de la relación entre criollxs e
inmigrantes. En tanto David Rock hace referencia a estos mismos sectores
sociales como expresión antagónica a la élite oligárquica y organizados
políticamente en la Unión Cívica Radical.
[5] Diana Quatrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política
en la Argentina, Buenos Aires, Emecé Editores, 1998, pp. 62-63. Ver también
el antagonismo entre la oligarquía y los nuevos sectores sociales organizados
en torno a la Unión Cívica Radical, en David Rock, op. cit., pp. 13-80 y
112-117.
[6] Este concepto lo tomamos del trabajo de
Diana Quatrocchi-Woisson, quien hace referencia a aquellos espacios apropiados
por los Estados con el objetivo de consolidar un relato histórico. En nuestro
caso, observamos de qué modo también los gobiernos peronistas se apropiaron o
reapropiaron de lugares geográficos y los transformaron en íconos identitarios.
En Diana Quatrocchi-Woisson, op. cit
[7] Maristella Svampa, El dilema argentino. Civilización o Barbarie, Buenos Aires,
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, 2006, pp. 45-105. En referencia puntual al
Revisionismo histórico ver: Diana Quatrocchi – Woisson. op. cit., pp.87-189 y Maristella Svampa, op. cit. pp. 221-243
[8] Federico Neiburg, Los Intelectuales y la invención del peronismo, Buenos Aires,
Alianza Editorial, 1998, p. 14.
[9] En el año 1974, el historiador argentino
José M. Rosa, impulsó la declaración del feriado inherente a esta gesta, que
promulgó el Poder Ejecutivo mediante la Ley 20.770. En el año 2010, fue
promovido a feriado nacional por el gobierno de la expresidenta Cristina F. de
Kirchner.
18
El Revisionismo es una
corriente historiográfica que se dedicó a debatir y “revisar” la historiografía
liberal ya mencionada tanto de Bartolomé Mitre como de Vicente F. López. Entre
sus principales mentores se encontraron Adolfo Saldías, Julio y Rodolfo Irazusta,
Carlos Ibarguren, Ernesto Quesada y Ernesto Palacio.
[11] Para una amplia explicación acerca de
estos conceptos, su desarrollo en el marco histórico, político y sobre todo
cultural de su constitución, como así también acerca del agrupamiento radical
de tendencia yrigoyenista (FORJA): ver Juan José Hernández Arregui, La Formación de la Conciencia Nacional 1930-1960, Buenos Aires, Plus Ultra,
1973.
[12] Ernesto Laclau, La Razón
Populista, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2005, p.113.
[13]
Williams Rowe y Vivian Schelling, Memoria
y modernidad. Cultura popular en América Latina, México D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Editorial Grijalbo, 1993, p. 195.
[14] Aclaramos que, de todos modos, el debate
está instalado también hacia dicha corporación con referencia a la actuación de
sus integrantes de acuerdo con sus graduaciones militares, en el campo de
batalla. Como así también el comportamiento de algunos de estos mandos para con
los conscriptos
durante la ocupación.
[1] Fuentes: Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, cabildo
del 17 de agosto de 1806; 1926; Zerda, 1934: 56. En Carlos Martínez
Sarasola. La Argentina de los caciques. O el país que no fue. Buenos
Aires: Del nuevo Extremo/Pueblos Originarios. 2014. p. 39.
[2] Op. cit. p. 40.
[3] Op. cit. pp.42-43.
No hay comentarios:
Publicar un comentario